Cien horas con Fidel
Daban
las dos de la madrugada y llevábamos horas
conversando. Nos hallábamos en su despacho personal.
Una pieza austera, amplia, de techo alto, con
grandes
ventanales cubiertos por cortinas de color claro que dan a
una gran terraza desde donde se divisa una avenida principal de La Habana. Una inmensa
biblioteca al fondo y una larga, rnaciza mesa de
trabajo repleta de libros y de documentos. Todo muy
ordenado. Dispuestas en las estanterías o sobre
mesitas a ambos extremos de un sofá: una figura en
bronce y un busto del “Apostol" José Martí, así como
una estatua de Simón Bolívar; otra de Sucre y un
busto de Abraham Lincoln. En un rincón, realizada
con alambre, una escultura del Quijote a lomos de
Rocinante. Y en las paredes, además de un gran
retrato al óleo de Camílo Cienfiiegos, uno de sus
principales lugartenientes en la Sierra Maestra,
sólo otros tres marcos: una carta autógrafa de
Bolívar, una foto dedicada de Hemingway exhibiendo
un enonne pez espada (“Al Dr Fidel Castro, que clave
uno como éste en el pozo de Cojímar: Con la arnistad
de Ernest Hemingway."), y un retrato
fotográfico de su padre, don Angel, llegado a Cuba
de su lejana Galicia hacia 1895.
Sentado frente a mí, alto, corpulento, con la Barba
ya casi blanca y
su uniforme verde olivo de siempre, y sin un asomo
de cansancio pese a Ia hora tardía, Fidel contestaba con calma. A veces en voz tan baja, como
susunada, que apenas lo alcanzaba a oír. Estábamos a
finales de enero de 2003 y empezaba la primera serie
de nuestras largas conversaciones que me harían
regresar de nuevo a Cuba varias veces los meses
siguientes, y hasta diciembre de 2005.
La idea de este
diálogo había surgido un año antes, en febrero de
2002. Yo había venido a La Habana a dar una
conferencia en el marco de la Feria del Libro.
También estaba Joseph Stiglitz, Premio Nóbel de
Economía 2001. Fidel me to presentó diciendo: "Es
economista y norteamericano, pero es lo más radical
que he visto jamás. A su lado, yo soy un moderado. "
Nos pusimos a hablar de la globalización neoliberal
y del Foro Social Mundial de Porto Alegre del que yo
acababa de llegar. Quiso saberlo todo, los temas en
debate, los seminarios, los participantes, las
perspectivas... Expresó su admiracion por el
rnovimiento alternurndialista: "Se ha levantado una
nueva generación de rebeldes, muchos de ellos
norteamericanos. Que utilizan formas nuevas, metodos
distintos de protestar: Y que están haciendo temblar
a los amos del mundo. Las ideas son más importantes
que las armas. Menos la violencia, todos los
argumentos deben emplearse para enfrentar la
globalización,"
Como siempre, a Fidel le salían ideas a borhotones.
Tenía una visión mundial. Analizaba la globalización, sus consecuencias y
la manera de erfentarlas, con argumentos de una
modernidad y de una astucia que ponían de relieve
eras cualidades que muchos biógrafos han subrayado
en él:
su sentido de la estrategia, su capacidad para
valorar una situación concreta y su rapidez de
análisis. A todo elle se añadía la experiencia
acumulada en tantos años de resistencia y de
combate.
Escuchcandolo, me pareció injusto que las nuevas
generaciones no
conocieran mejor su trayectoria, y que, víctimas
inconscientes de la constante
propaganda contra Cuba, tantos amigos cornprometidos
con el movimiento
altermundialista, sobre todo los más jóvenes, en
Europa, lo consideren a veces solo como un hombre de
la guerra fría, un dirigente de una etapa superada
de la historia contemporánea y que poco puede
aportar a las luchas del siglo XXI.
Para muchos, y en el servo mismo de la izquierda, el
regimen de La Habana suscita hoy recelos, críticas y
oposiciones. Y aunque la Revolución Cabana sigue
promoviendo entusiasmos, es un tema que fragrnenta y
divide. Carla vez resulta más difícil encontrar a
alguien —a favor o en contra de Cuba— que, a la hora
de hacer un balance, de una opinión serena y
desapasionada.
Yo acababa de
publicar un breve libro de conversaciones con el
subcornandante Marcos, el héroe romántico y
galáctico de los zapatistas mexicanos. Fidel to
había leído y le había interesado. Le propuse al
comandante cubano hacer algo parecido con él, pero de mayor arnplitud. Él
no ha
escrito sus memories, y es casi seguro que, por
falta de tiernpo,,
ya no las redactará. Sería
pues una
suerte de "biografía a dos voces", un testamento
político, un balance de su vida hecho por él
mismo al alcanzarlos casi 80
años, y cuando se ha curnplido medio siglo desde
aquel ataque al
cuartel Moncada de Santiago de Cuba, en 1953, donde,
en cierta medida, empezó su epopeya pblica.
Pocos hombres han conocido
la
gloria de entrar
vivos en la
historia y en la
leyenda. Fidel es uno de ellos. Es el último
"monstruo sagrado" de la política internacional.
Pertenece a esa generación de insurgentes míticos
—Nelson Mandela, Ho Chi Minh, Patricio Lumumba,
Amílcar Cabral, Che Guevara, Carlos Marighela,
Camilo Torres, Turcios Lima, Mehdi Ben Barka—
quienes, persiguiendo un ideal de justicia, se
lanzaron en los años posteriores a la Segunda Guerra
Mundial a la
acción política
con la ambición y la esperanza de cambiar un mundo
de desigualdades y de discriminaciones, marcado por
el comienzo de la
guerra fría entre
la Unión
Soviética y los Estados Unidos. Como miles de
intelectuales y de progresistas a través del mundo,
y entre ellos hasta los más inteligentes, esa
generación pensaba con sinceridad que el comunismo
anunciaba un porvenir radiante, y que la injusticia,
el racismoy la pobreza podían ser extirpados de
la faz de
la Tierra en menos de un decenio.
En aquella época, en Vietnam, en Argelia, en
Guinea-Bissau, en más de medio planeta se sublevaban
los pueblos oprimidos. La humanidad
aún estaba entonces, en gran parte, sometida a la
infamia de la colonización.
Casi toda África y buena porción de Asia seguían
dominadas, avasalladas per los viejos imperios
occidentales. Mientras, las naciones de América
Latina, en teoría independientes desde hacía siglo y
medio, permanecian despotizadas per minorias
privilegiadas, y a menudo soyuzgadas per crudes
dictadores (Batista en Cuba, Trujillo en República
Dominicana, Duvalier en Haití, Sornoza en Nicaragua,
Stroessner en Paraguay...), amparados por
Washington.
Fidel escuchó mi propuesta con una sonrisa leve, come
medio divertido. Me mire con ojos penetrantes y maliciosos, y me preguntó con ironía:
"¿De verdad quiere usted perder su tiempo charlando
conmigo? ¿No tiene cosas más importantes que hacer?"
Por supuesto, le contesté que no. Decenas de
periodistas de todo el mundo,
y
entre ellos los
más célebres, llevan años esperando la
oportunidad de
conversar con él. Para un profesional de la prensa,
¿qué entrevista más importance puede haber que el
diálogo con una de las personalidades históricas más
signcativas de la
segunda mitad del
siglo xx y de lo que va de este?
¿No es acaso Fidel
Castro el jefe de Estado que más tiempo lleva
ejerciendo su cargo? Ha tenido que lidiar nada menos
que con diez
president-es
estadounidenses (Eisenhower, Kennedy, Johnson,
Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre,
Clinton y Bush hijo). Tuvo relaciones con
algunos de los
principales líderes que marcaron la marcha del mundo
después de 1945 (Nehru, Nasser, Tito, Jruschov, Olaf
Palme, Ben Bella, Boumedienne, Arafat, Indira
Gandhi, Salvador Allende, Brezhnev, Gorbachov,
Mitterrand, Jiang Zernin, Juan Pablo II, el rey Juan
Carlos, et al). Y ha conocido a algunos de los
principales intelectuales y artistas de nuestro
tiempo (Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir;
Hemingway, Graham Greene, Arthur Miller, Pablo
Neruda, Jorge Arnado, Oswalda Guayasamin, Henri
Cartier-Bresson, Julio Cortázar, José Saramago,
Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Oliver
Stone, Noam Chomslcy y rnuchísirnos otros).
Bajo su dirección, su pequeño país (poco más de 100.000
kilometros cuadrados y de 11 millones de habitantes)
ha podido conducir una política de gran potencia a
escala mundial, llegando incluso a echarle un pulso
a Estados Unidos, cuyos dirigentes no han conseguido
derribarlo, ni eliminarlo, ni tan siquiera rnodifcar
el rumbo de la Revolución Cubana.
La Tercera Guerra Mundial estuvo a punto de estallar en
octubre de 1962 a causa de la actitud de lgobierno
norteamericano, que protestaba contra la instalación
de misiles nucleares soviéticos en Cuba, cuya
función era, sobre todo, impedir un desembarco coma
el de 1961 en Playa Girón (Bahía de Cochinos),
realizado esta vez directamente per las fuerzas
armadas estadounidenses para derrocar el régimen
cubano.
Desde hace más de cuarenta años, Washington le impone a
Cuba un devastador embargo commercial y financiero
(reforzado en los años 1990)
par las leyes Helrns-Burton y Torricelli) que
obstaculiza su normal desarrollo
y contribuye a agravar la difícil situación
económica. Con consecuencias tragicas para sus
habitantes. Estados Unidos prosigue además una
guerra ideológica y mediática permanente contra La
Habana a través de las patentes Radio "Martíi"
y TV "Martí", instaladas en La
Florida para inundar la Isla de propaganda come en
los peores tiempos de la guerra fría.
Por otra parte, varias organizaciones terroristas hostiles
al régimen cubano —Alpha 66 y Omega 7, entre otras—
tienen sede en Miami, donde poseen campos de
entrenamiento, y desde donde, sin cesar; envian
comandos armadas a la isla para cometer atentados,
con la coinplicidad pasiva de las autoridades
estadounidenses. Cuba es uno de los países que más
víctimas ha tenido (más de tres mil) .y
que más ha sufrido del terrorisrno en los altimos
cuarenta años.
A pesar de un ataque
tan persistente per parte de Estados Unidos,
incluyendo muchos intentos de atentado contra su
vida, después de las odiosas agresiones del 11 de
septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington
Fidel declaró: "Ninguna de esas circunstancias nos
condujo jamás a dejar de sentir un profundo dolor
por los attaques terroristas del 11 de septiembre
contra el pueblo norteamericano. Hemos dicho que
cualquiera que sean nuestras relaciones con el
gobierno de Washington, nunca saldrá nadie de aquí
para cometer un acto de terrorismo en los Estados
Unidos. " Y también subrayó: "Que me corten una mano
si alguien encuentra aquí una sola frase dirigida a
disininuir al pueblo norteamericano. Seríamos una
especie de fanáticos ignorantes si fuésemos a echar
la culpa al pueblo norteamericano de las diferencias
entre ambos gobiernos. "
Como reacción ante
las agresiones constantes venidas de afuera, el
régimen ha preconizado en el interior del país la
unión a ultranza. Ha mantenido el principio del
partido único, y ha tenido tendencia a sancionar con
severidad las discrepancias, aplicando a su manera
el viejo lema de San Ignacio de Loyola: "En una
fortaleza asediada, toda disidencia es traición. "
Por eso, los informes anuales de la organización
Amnistía Internacional critican la actitud de las
autoridades en materia de libertades (libertad de
expresión, libertad de opinión, libertades
políticas) y recuerdan que, en Cuba, hay decenas de
"prisioneros de opinión".
Sea cual fuere el
nrotivo, se trata de una situación que no se
justifica. Como tampoco se justifica la aplicación
de la pena de muerte, hoy día suprimida en la
mayoría de los países desarrollados, con las
notables excepciones de Estados Unidos y Japon.
Ningún demócrata puede estimar normal la existencia
de presos de opinión y el nnantenimiento de la pena
capital.
Esos informes
críticos de Amnistía Internacional no señalan, sin
embargo, casos de tortura física en Cuba, de
"desapariciones", de asesinatos políticos, o de
manifestaciones reprimidas a golpes por la fuerza
pública. Tampoco se ha registrado ningún
levantamiento popular contra el régimen. Ni un solo
caso en 46 años de Revolución. Mientras tanto, en
algunos Estados próximos, considerados
“democráticos"—Guatemala, Honduras, República
Dominicana., incluso México y no hablemos de
Colombia, por ejemplo—.sindicalistas, oponentes,
periodistas, sacerdotes, alcaldes, líderes de la
sociedad civil siguen siendo asesinados corn
impunidad, sin que estos crímenes ordinarios
susciten excesiva emoción mediática internacional.
A ello habría que
añadir, en esos Estados y en la mayoría de los
países pobres del mundo, la violación permanente de
los derechos económicos, sociales y culturales de
millones de ciudadanos; la escandalosa rnortalidad
infantil, el analfabetisrno, los sin techo, los sin
trabajo, los sin cuidado sanitario; los mendigos,
los niños de la calle, los barrios do chabolas, la
droga, la criminalidad y toda clase de
delincuencias... Fenómenos desconocidos o casi
inexistentes en Cuba.
Igual que es
inexistente el culto official a la personalidad.
Aunque la images de Fidel está muy presente en la
prensa, en la televisión y en las calles, no existe
ningún retrato oficial, ni hay estatua, ni moneda,
ni avenida, ni edificio, ni monumento dedicado a
Fidel Castro ni a ninguno de los líderes vivos de la
Revolución.
A pesar del
incesante hostiganaiento exterior, este pequeño
país, apegado a su soberanía, ha obtenido resultados
innegables en materia de desarrollo humano:
abolición del racismo, emancipación de la mujer,
erradicación del analfabetismo, reducción drástica
de la mortalidad infantil, elevación del nivel
cultural general... En cuestiones de educación, de
salud, de investigación rnedica y de deporte, Cuba
ha alcanzado niveles que la sitúan en el grupo de
naciones más eficientes.
La diplomacia
cubana sigue siendo una de las rnás activas del
rnundo. Su régimen, en los años 1960 y 1970, apoyó
las guerrillas era muchos países de América Central
(El Salvador, Guatemala, Nicaragua) y del Sur
(Colombia, Venezuela, Bolivia, Argentina). Sus
fuerzas armadas, proyectadas al otro /ado del mundo,
participaron en campañas militares de gran
envergadura, en particular en las guerras de Etiopía
y de Angola. La intervención que realizaron era este
último país concluyó con la derrota de las
divisiones de élite de la República de Suráfrica, lo
cual aceleró de forma indiscutible la caída del
régimen racista del apartheid.
La Revolución
Cubana, de la cial Fidel Castro es inspirador y
líder carismático, sigue siendo, gracias a sus
éxitos y a pesar de sus evidentes deficiencias
(dificultades econórnicas, colosal incompetencia
burocrática, corrupción a pequeña escala
generalizada, penurias, apagones, escasez de
transportes, racionamiento, dureza de la vida
cotidiana, restricciones de ciertas libertades), una
referencia importance para nrillones de desheredados
del planeta. Aquí o allá, en América Latina y en
otras pastes del rnundo, mujeres y hombres
protestan, luchan y a veces rnueren intentando
establecer régimenes inspirados por el modelo social
cubano.
¿Que ocurrirá cuando
desaparezca, por causas naturales, el presidents
cubano? Es obvio que se producirán cambios, ya que
nadie en la estructura de poder (ni en el Estado, ni
en el Partido, ni en Ias Fuerzas Armadas) posee su
autoridad. Una autoridad que le corfiere su
cuádruple carácter de fundador del Estado, de
teórico de la Revolución, de jefe military
victorioso y de conductor, desde hace 46 años, de la
política de Cuba, a lo que muchos añaden otro rasgo
distintivo: su condición de principal crítico y
opositor de lo mal hecho.
Algunos analistas
vaticinan que, como ocurrió en Europa del Este
después de la caída del muro de Berlin, el régimen
actual sería muy pronto derrocado. Se equivocan. Es
my poco probable que asistamos en Cuba a una
transición semejante a la de Europa Oriental, donde
un sistema impuesto desde el exterior p detestado
por una parte importante de la pohlación se
desmoronó en muy poco tiempo.
Aunque no lo
acepten los adversarios de Fidel Castro, la lealtad
de la mayoría de los cubanos a la Revolución es una
realidad política indiscutible. Y se trata de una
lealtad fundamentada en un nacionalisrno que, al
contrario de lo que ocurrió en los países comunistas
del Este europeo, tiene sus raíces en la resistencia
histórica contra las ambiciones anexionistas o
imperialistas de los Estados Unidos.
Le guste o no a
sus detractores, Fidel Castro tiene un lugar
reservado en el panteón mundial consagrado a las
figuras que con más empeño lucharon por la justica
social y que más solidaridad derrocharon en favor de
los oprimidos de la Tierra.
Por todas estas
razones —a las que vino a añadirse, en rnarzo y
abril de 2003, mi desacuerdo con las condenas a
largas penas de unos 70 disidentes no violentos y el
fusilamiento de tres secuestradores de un barco—, me
parecía inconcebible que un dirigente de tal
envergadura, criticado de modo tan feroz por muchos
medios occidentales, no ofreciese su versión
personal, su propio testimonio directo sobre los
grandes combates que rnarcaron su existencia, y
sobre las luchas en las que sigue erfascado.
Fidel, que tantos
discursos suele pronunciar; ha dado en su vida pocas
entrevistas. Y solo se han publicado cuatro
conversaciones largas con él en cincuenta años. Con
Gianni Miná —dos—, con Frei Betto y con Tomás Barge.
Despés de casi un año de espera, me hizo saber que
aceptaba mi propuesta y que mantendría conmigo su
quinta larga conversación, que al final resultó
la más extensa y completa de cuantas ha concedido.
Me preparé a
fondo, como para un rnaratón. Leí o volví a leer
decenas de libros, artículos e informes. Consulté
con muchos amigos, mejores conocedores que yo del
cornplejo itinerario de la Revolución Cubana, que me
sugirieron cuestiones, temas y críticas. A ellos les
debo el interés que puedan toner las preguntas
planteadas a Fidel Castro en este
libro-conversación.
Antes de sentarnos
a trabajar en la quietud, la penumbra y el silencio
de su despacho personal —ya que una parte de las
entrevistas se filmaba part un documental— quiise
conocer un poco mejor, en proximidad, al personaje,
descubrirlo en sus quehaceres diarios, en su manejo
de los asuntos cotidianos. Hasta entonces sólo había
conversado con él en circunstancias breves y may
precisas: con ocasión de reportajes en la isla o
algún evento corno el ya mencionado de la Feria del
Libro de La Habana.
Aceptó la idea, y
me invitó a acompañarlo durante varios días en
diversos recorridos. Tanto por Cuba (Santiago,
Holguín, La Habana) como por el extranjero
(Ecuador). En coche, en avión, caminando, almorzando
o cenando, conversamos de las noticias del día, de
sus experiencias pasadas, de sus preocupaciones
presentes... de todos los temas imaginables, y sin
grabadora. Yo reconstruiría luego esos diálogos, de
memoria, en mis cuadernos.
Descubrí así un
Fidel íntimo, casi tímido, bien educado y muy
caballeroso, que presta interés a cada interlocutor
y habla con sencillez, sin afectación. Con naodales
y gestos de una cortesía de antaño, siempre atento a
los demás, y en particular a sus colaboradores, a
sus escoltas, y que nunca emplea una palabra más
alta que la otra. Nunca le oí una orden. Pero ejerce
una autoridad absoluta en su entorno. Por su
aplastante personalidad. Donde está él, sólo se oye
una voz: la suya. Él es quien toma todas las
decisiones, pequeñas o grandes. Aungue consulta y se
muestra muy respetuoso y formal con las autoridades
políticas que dirigen el Partido y el Estado, en
últirna instancia las decisiones las tiene que tomar
él. No hay nadie, desde la muerte de Che Guevara, en
el círculo de poder en el que se mueve, que tenga un
calibre intelectual cercano al suyo. En ese sentido
de la impresión de ser un hombre solo. Sin amigo
íntimo, ni socio intelectual de su talla. Es un
dirigente que vive, por lo que pude apreciar, de
manera modesta, casi espartana. Lujo inexistente,
mobiliario austero, comida sana y frugal. Hábitos de
monje-soldado. Incluso sus enemigos admiten que
fngura entre los pocos jefes de Estado que no se han
aprovechado de sus funciones part enriquecerse.
Su jornada de
trabajo, siete días a la semana, suele terminar a
las 5:00 o las 6:00 de la madrugada, cuando despunta
el día. Más de una vez interrumpió nuestra
conversación a las 2:00 o las 3:00 de la madrugada
porque aún debía, sonriente y cansado, participar en
unas "reuniones importantes"... Duerme apenas cuatro
horas, y de vez en cuando, una o dos horas más en
cualquier momento del día. Pero es también,_y se
dice menos, un gran madrugador: Viajes,
desplazamicntos, reuniones, visitas e intervenciones
se encadenan sin tregua, a un ritmo intenso. Sus
asistentes —todos jóvenes, de unos 30 años, y
brillantes— al final de la jornada acaban molidos.
Se duermen de pie, agotados, incapaces de seguir el
ritmo de ese infatigable mozo de casi ochenta años.
Fidel reclama notas,
informes, cables, noticias de la prensa nacional y
extranjera, estadisticas, resumenes de emisiones de
televisión o de radio, Ilamadas telefónicas,
opiniones recogidas en constantes encuestas
nacionales... De una curiosidad infinita, no cesa de
pensar, de cavilar, de animar a su equipo de
asesores. Es el antidogrnático por antonomasia. Nada
más contrario a él que el dogma, el precepto, la
regla, el sistema, la verdad revelada. Es un
transgresor instintivo y, aunque parezca obvio
decirlo, un rebelde permanente. Siempre alerta, en
acción, a la cabeza de un pequeño estado mayor —el
grupo que constituyen sus asistentes—librando una
batalla nueva. Rehacer la Revolución, otra vez y con
constancia. Siempre con ideas, pensando lo
impensable, imaginando lo inimaginable. Con un
atrevirniento mental espectacular: Incapaz, en
efecto, de concebir una idea que no sea descomunal.
Una vez discutido
y definido un proyecto, ningún obstáculo lo detiene.
Su realización le resulta obvia. "La intendencia
seguirá", decía De Gaulle. Fidel piensa igual. Dicho
y hecho. Cree con pasión en lo que está haciendo Su
entusiasmo mueve las voluntades. Como un fenómeno
casi de magia, Ias ideas parecen materializarse ante
nosotros; las cosas, los acontecimientos se hacen
palpables. Las palabras se convierten en realidades.
El carisma debe ser eso.
Fidel Castro es un
hombre dotado de una estatura impresionante, de un
indiscutible don de gentes, y también de un poderoso
encanto personal. Posee una destreza visceral para
comunicar con el público. Sabe como nadie captar la
atención do un auditorio, mantenerlo subyugado,
electrizarlo, entusiasmarlo y provocar tempestades
de aplausos durante horas y horas. El escritor
Gabriel García Márquez, que lo conoce bien, relata
así su modo de dirigirse a las multitudes: "Empieza
siempre con voz casi inaudible, con un rumba
incierto, Pero aprovecha cualquier destello para ir
ganando terreno, palmo a palmo hasta que da una
especie de gran zarpazo y se apodera de la
audiencia. Es la inspiración, el estado de gracia
irresistible y deslumbrante, que sólo niegan quienes
no han tenido la gloria de vivirlo."
Tantas veces
descrito, su dominio del arte de la oratoria resulta
prodigioso. No me refiero a sus discursos públicos,
bien conocidos, sino a una simple conversación de
sobremesa. Un torrente de palabras, sencillas,
impactantes. Una avalancha verbal que acompaña
siempre, ondulando al aire, con la bailarina
gestualidad de sus finas manos.
Posee un sentido de
la Historia, profundamente anclado en él, y una
sensibilidad extrema hasia todo lo que concierne a
la identidad nacional. Cita a José Martí, el héroe
de la independencia de Cuba, mucho más que a ningún
otro personaje de la historia del movimiento
socialista u obrero. Martí constituye su principal
fuente de inspiración. Lo lee y lo relee. Le
fascinan las ciencias, la investigación científica.
Le apasiona el progreso médico. Curar a los niños. A
todos los niños. Y la realidad es que miles de
médicos cubanos se hallan en decenas de países
pobres curando a los más humildes. Movido por la
compasión hurnanitaria y la solidaridad
internacionalista, su ambición, mil veces repetida,
es sembrar salud y saber, medicina y educación por
todo el planeta. ¿Sueño quimérico? No en vano su
héroe favorito en literatura es don Quijote. Se ve
que es una persona que actúa por aspiraciones nobles
en sí mismas, por unos ideales de justicia y
equidad. Y que hace pensar en la frase de Che
Guevara: "Una gran revolución sólo puede nacer de un
gran sentimiento de amor."
Le gusta la
precisión, la exactitud, la puntualidad. A propósito
de cualquier tema realiza cálculos aritméticos con
una celeridad pasmosa. Con él, nada de
aproximaciones. Consigue acordarse del más minimo
detalle. Durante nuestras conversaciones lo
acompañaba a menudo el historiador Pedro Álvarez
Tabío, quien lo ayuda, si es menester; a precisar
algúin dato, alguna fecha, algún nombre, alguna
circunstancia... A veces la precisión es sobre su
propio pasado —"¿A que hora llegué yo a la granjita
Siboney la víspera del ataque al Moncada?" "A tal
hora, Comandante", responde Pedro—, o sobre
cualquier aspecto marginal de un acontecimiento
lejano: "¿Cómo se llamaba aquel segundo dirigente
del partido comunista de Bolivia que no quería
ayudar al Che?" "Fulano", contesta Pedro. Una
segunda memoria al lado de la suya, que ya es
portentosa, de una fidelidad inaudita.
Una memoria tan rica
que parece impedirle a veces reflexionar de manera
sintética. Su pensamiento as arborescente. Todo se
encadena. Se ramifica. Todo tiene que ver con todo.
Digresiones constantes. Paréntesis permanentes. El
desarrollo de un tema le lleva, por asociación de
ideas, por recuerdo de tal o cual situación o
personaje, a evocar un tema paralelo, y otro, y
otro, y otro, alejándose así del tema central. A tal
punto que el interlocutor teme, un instante, que
haya perdido el hilo. Pero Fidel desanda luego lo
andado y vuelve a retomar la idea principal.
En ningún momento,
a lo largo de más de cien horas de conversación,
Fidel puso un límite cualquiera a las cuestiones que
habríamos de abordar. Como intelectual que es, no le
teme al debate. Al contrario, lo requiere, lo
estimula. Siempre dispuesto a litigar con quien sea.
Con argumentos a espuertas. Y con una maestría
retórica impresionante. Con gran respeto hacia el
otro. Con mucho tacto. Es un discutidor y un
polemista temible, culto, a quien solo repugnan la
mala fe y el odio.
Si alguna pregunta
o algún tema faltan en este libro, ello se debe a
mis carencias de entrevistador y jamás a su rechazo
de abordar tal o cual aspecto de su larga
experiencia política. Como se sabe, algunas
conversaciones, debido a la disparidad intelectual
entre el que pregunta y el que contesta, son en
realidad monólogos. En los que el que pregunta no
posee la responsabilidad de tener razón. No se
trataba, en estas conversaciones, de polemizar; ni
de debatir —el periodista no es un estadista— sino
de recoger su versión personal de un itinerario
biográfico y político que ya es historia. En ningún
instante me pasó por la mente evocar su vida íntima,
sentimental, su esposa, sus hijos... Creo que no se
deben franquear ciertos límites. Todo hombre
póblico, por célebre que sea, tiene tarnbién derecho
al perímetro inviolable de su privacidad.
Aquellas largas
sesiones de trabajo de 2003 dieron por resultado un
primer borrador de este libro. Los meses fueron
pasando, sin embargo, y el texto no quedaba listo
para la imprenta. Mientras tanto, la vida y los
acontecimientos siguieron su curso. En septiembre de
2004 tuve la oportunidad de regresar a La Habana y
de tener otro encuentro con Fidel Castro, que
aprovechamos para actualizar y completar algunos
temas de nuestras primeras conversaciones. Volví de
nuevo a conversar horas con él en 2005, siempre con
el deseo común de actualizar y finalizar el libro.
Esto, en lo esencial, se ha conseguido, aunque
tomamos la decisión conjunta de permitir al
entrevistador elaborar notas adicionales al texto de
la entrevista para que el lector pueda conocer qué
ha ocurrido y cómo han evolucionado algunos de los
temas abordados a lo largo de nuestras
conversaciones. El lector deberá tenerlo en cuenta.
Sólo me he limitado a insertar esas notas de "puesta
al día" en los casos en que resultaban
imprescindibles.
La caída del muro
de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética y
el fracaso histórico del socialismo autoritario de
Estado no parecen haher modificado el sueño de Fidel
Castro de instaurar en su país una sociedad de nuevo
tipo, menos desigual, más sana y mejor educada, sin
privatizaciones ni discriminaciones, con una cultura
global integral. Y su nueva y estrecha alianza con
la Venezuela del Presidente Hugo Chávez consolida
sus convicciones.
En el otoño de su
vida, movilizado ahora en defensa de la ecología,
del medio ambiente, contra la globalización
neoliberal y contra la corrupción interna, sigue en
la trinchera, en primera línea, conduciendo la
batalla por las ideas en las que cree. Y a las
cuales, según parece, nada ni nadie le harán
renunciar.
IGNACIO RAMONET
París, 31 de diciembre de 2005
(Tomado del libro "Cien Horas con Fidel,
conversaciones con Ignacio Ramonet", editado por
Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, Tercera édición, La
Habana, 2006, páginas 17-29) ©
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