CHE GUEVARA
MÉXICO
-EL
ENCUENTRO CON EL CHE - COMPLICIDAD
INTELECTUAL
-PERSONALIDAD
Y VOLUNTAD - PREPARANDO LA GUERRILLA
-ENTRENAMIENTOS -EL GRANMA
Después de pasar dos años en la cárcel, en la Isla
de Pinos, usted se marcha al exilio a México, y
cuando llega allí se encuentra por primera vez con
Ernesto Che Guevara. Me gustaría que me dijese en
qué circunstancias lo conoció.
A mí me place hablar del Che, realmente.[1] Es
conocido el recorrido del Che cuando estaba en
Argentina estudiando; sus viajes en motocicleta por
el interior de su país,
[2] luego por varios países
latinoamericanos, Chi-le, Perú, Bolivia y otros
lugares.
[3] No olvidar que, en Bolivia, se produjo
en el año 1952, después del golpe de Estado militar
de 1951, un fuerte movimiento de obreros y
campesinos, que dieron allí la batalla y tuvo mucha
influencia.
[4]
Es conocido el recorrido del Che a punto de graduarse
como médico, con su amigo Alberto Granado, durante
el que visitaron distintos hospitales y terminaron
en un leprosorio allá por el Amazonas trabajando
como médicos.
[5] Él visitó muchos lugares de América
Latina; estuvo en las minas de cobre de Chuquicamata,
en Chile, donde el trabajo es muy duro; atravesó el
desierto de Atacama; visitó las ruinas de Machu
Picchu en Perú; navegó por el lago Titicaca, siempre
conociendo e interesándose mucho por los indígenas.
Estuvo también en Colombia, en Venezuela. Tenía
mucho interés por todos aquellos temas. Desde su
época de estudiante se había interesado por el
marxismo y el leninismo. De ahí, es sabido que él se
traslada a Guatemala, cuando lo de Árbenz.
[6]
El
presidente Jacobo Árbenz estaba haciendo, en ese
momento, reformas muy progresistas en Guatemala.
Sí. Allí tenía lugar un proceso importante de reforma
agraria, en que resultaron distribuidas entre los
campesinos grandes plantaciones de plátano
explotadas por una importante transnacional
norteamericana. Dan un golpe los militares con el
apoyo de Estados Unidos, y aquella reforma agraria
fue frustrada de inmediato. En aquella época hablar
de reforma agraria era cosa de comunistas, era ser
identificado, de manera automática, como un
comunista.
En Guatemala habían hecho una y, como en todas partes,
los poderosos comenzaron enseguida a oponerse.
También los vecinos del Norte y sus instituciones
especializadas organizaron de inmediato acciones
contrarrevolucionarias para derrocar al presidente
electo, Jacobo Árbenz, con una expedición desde la
frontera y la complicidad de jefes militares del
viejo ejército.
Cuando nuestro movimiento ataca el cuartel Moncada el
26 de julio de 1953, un número de compañeros
consigue escapar del país. Antonio "Ñico" López
[7] y
otros van a Guatemala. Che ya estaba allí, y sufre
la amarga experiencia del derrocamiento de Jacobo
Árbenz, conoce a nuestros compañeros y con ellos se
va para México.
¿Su
hermano Raúl lo conoció antes que usted?
Sí, porque Raúl es uno de los primeros que sale de
Cuba hacia México. Estaban ya acusándolo hasta de
poner bombas, y yo mismo le indico: "Tienes que
salir". La idea de organizar en México el regreso
armado la habíamos concebido en la prisión. Era una
tradición en Cuba. Raúl va para México y allí conoce
al Che por intermedio de nuestros compañeros que ya
estaban allí. Bueno, aún no era el Che, era Ernesto
Guevara, pero como los argentinos les dicen a los
demás "iChe!", los cubanos comenzaron a llamarlo "Che",
y así se le fue conociendo.
Yo pude retardarme un poco en salir porque no estaba
en inminente peligro; pero no podía seguir agitando
en Cuba y llegó el momento en que también tuve que
partir para México. Entre otras cosas, había que
preparar rápidamente el regreso. En las semanas
posteriores a nuestra salida de prisión, habíamos
desarrollado una intensa campaña de divulgación de
ideas y formación de conciencia, habíamos
estructurado nuestra propia organización
revolucionaria —el Movimiento 26 de Julio— y
habíamos demostrado la imposibilidad de proseguir la
lucha por vías pacíficas y legales.
¿El
Che simpatizaba ya con las ideas de ustedes?
Él era ya marxista. Aunque no militaba en ningún
partido, era en esa época un marxista de convicción.
Allí, en México, estaba en contacto con Ñico López,
uno de los dirigentes del Movimiento, buen compañero,
modesto, del Partido Ortodoxo, muy radical y
valiente, a quien yo le había hablado mucho de
marxismo, era ya un convencido. Participó en el
ataque al cuartel de Bayamo. La coincidencia de
ideas fue uno de los factores que más ayudó a mi
afinidad con el Che.
¿Usted
se da cuenta, cuando lo encuentra por primera vez,
que el Che es diferente?
Él cuenta con la simpatía de la gente. Era de esas
personas a quien todos le toman afecto
inmediatamente, por su naturalidad, su sencillez, su
compañerismo y sus virtudes. Era médico, estaba
trabajando en un centro del Instituto del Seguro
Social haciendo unas investigaciones, no sé si sobre
cosas cardíacas, o sobre alergia, porque él era
alérgico.
Padecía
asma.
Al grupito nuestro que estaba en México le caía bien.
Ya Raúl había trabado amistad con él. Lo conozco
cuando llego a México. Él tenía 27 años.
Él mismo cuenta
[8] que nuestro encuentro tuvo lugar
una noche, en julio de 1955, en la calle Emparan de
la capital de México, en la casa de una cubana,
María Antonia González. Nada tiene de extraño su
simpatía, si él ha viajado por América del Sur, ha
visto lo de Guatemala, ha sido testigo de la
intervención norteamericana, sabe de nuestra lucha
en Cuba, sabe cómo pensamos. Llegamos, conversé con
él, y allí mismo se unió a nosotros.
Él sabía que en nuestro movimiento también había
pequeña burguesía; que íbamos a una revolución de
liberación nacional, una revolución antimperialista,
no se vislumbraba todavía una revolución socialista;
pero esto no fue obstáculo, se suma rápido, se
enrola de inmediato.
Él
se alista en la aventura.
Una sola cosa me dice: "Yo lo único que quiero es que
cuando triunfe la Revolución en Cuba, por razones de
Estado ustedes no me prohíban ir a la Argentina para
luchar por la revolución".
¿En
su país?
Sí, en su país. Es lo que me dice. Ya nosotros
practicábamos una incipiente pero fuerte política
internacionalista. ¿Qué era nuestra conducta en
Bogotá, la lucha contra Trujillo, la defensa de la
independencia de Puerto Rico, la devolución del
Canal a Panamá, los derechos de Argentina sobre las
Malvinas y la independencia de las colonias europeas
en el Caribe? No éramos unos simples aprendices. El
Che confió plenamente en nosotros. Le respondí: "De
acuerdo", y no hizo falta hablar más de eso.
¿Él
empezó a entrenarse militarmente con ustedes?
Asistía a un curso de táctica que nos daba un general
español, Alberto Bayo,,[9] nacido en Camagüey, Cuba,
en el año 1892, antes de la independencia. En los
años 20 había luchado en Marruecos en el Ejército
del Aire y después, como oficial republicano,
combatió en la Guerra Civil española y se exilió en
México. Che asistía a todas aquellas clases tácticas.
Bayo decía que era su "mejor alumno". Los dos eran
ajedrecistas, y allí en el campamento donde estaban
antes del arresto, jugaban ajedrez todas las noches.
Bayo no rebasaba las enseñanzas de cómo debe actuar
una guerrilla para romper un cerco, a partir de la
experiencia de las veces que los guerrilleros
marroquíes de Abdelkrim, en la guerra del Rif,
rompieron los cercos españoles. Ahora, no elaboraba
una estrategia, no le pasaba por la mente la idea de
que una guerrilla se convirtiera en ejército, y que
ese ejército pudiera derrotar al otro, que era
nuestra idea esencial.
¿Eso
era lo que ustedes querían hacer?
Cuando hablo de ejército, hablo de desarrollar una
fuerza que derrotara a otro ejército. Era nuestra
idea esencial cuando partimos hacia Méxi-co. Las
proezas de nuestra pequeña fuerza en los meses
iniciales de la lucha en la Sierra Maestra
fortalecieron esa idea.
¿Su
idea era transformar una guerrilla en ejército y
hacer una forma de guerra de nuevo tipo?
Hay dos tipos de guerra: una guerra irregular y una
guerra regular convencional. Nosotros elaboramos una
fórmula para enfrentarnos al ejército de Batista,
que poseía aviones, tanques, cañones, comunicaciones.
Nosotros no teníamos ni dinero ni armas. Tuvimos que
buscar y encontrar la forma de derrocar la tiranía y
hacer la Revolución en Cuba. El éxito coronó nuestra
idea. No voy a decir que todo fueron méritos; el
azar desempeñó importantes papeles. Uno puede
cometer errores o puede hacer las cosas lo más
perfectamente posible y siempre hay cosas que no
pueden preverse; perecer o sobrevivir por una simple
cuestión de detalles, por recibir o no una
información oportuna. Recuerde el dolor con que
hablé de factores casuales que determinaron la
frustración de nuestros planes de tomar el cuartel
Moncada después de tanto esfuerzo organizativo. Ya
hablaremos también de la sorpresa tonta de que
fuimos víctimas después del desembarco del "Granma".
¿Cuántas vidas valiosas no habrían podido
preservarse en uno u otro caso?
En México, con Bayo se entrenaron numerosos
compañeros. Yo tenía que atender las tareas de
organización y adquisición de armas, y entrenaba el
personal en los campos de tiro. Tenía que moverme
mucho. Era muy difícil para mí participar en los
cursos de Bayo.
¿El
Che seguía los cursos asiduamente?
Sí, los cursos teóricos, también las prácticas de tiro
y era muy buen tirador. Allí, en México, nosotros
practicábamos tiro en un campo próximo a la ciudad
de México. Era propiedad de un antiguo compañero de
Pancho Villa, y se lo habíamos alquilado.
Disponíamos al desembarcar de 55 fusiles con mirilla
telescópica. Practicábamos con esos fusiles el tiro
a pulso sobre ovejos en movimiento que soltaban de
un punto a otro a 200 metros del tirador. Podíamos
romper un plato a 600 metros. Nuestra gente tiraba
muy bien. Poníamos a un hombre a 200 metros, y a su
lado una botella; apuntábamos con la mira
telescópica; la mirilla te proporciona una gran
precisión. Hacíamos cientos de disparos. Uno de los
voluntarios era El Coreano.
[10] Poníamos la botella
a un pie de distancia; tuve que hacer ese disparo
muchas veces, y nunca un disparo cayó entre la
botella y la persona, el fusil bien apoyado, desde
luego; no se puede hacer eso a pulso, porque con la
más leve variación hieres al compañero. Tales
prácticas proporcionaban una confianza total en lo
que puede hacerse con una de esas armas.
¿El
Che no tenía ninguna experiencia militar cuando
llega allí?
No, ninguna. No tenía.
¿Allí
aprende?
Estudia y practica, pero él está con nosotros como
médico de la tropa, y resultó ser un médico
destacado, atendía a los compañeros. Puedo referirme
a una cualidad que lo retrata, una de las que yo más
apreciaba, entre las muchas que observé en él. El
Che padecía de asma. En las inmediaciones de la
capital mexicana se yergue un volcán, el Po-pocatépetl,
y él todos los fines de semana trataba de subir el
Popocatépetl. Preparaba su equipo —es alta la
montaña, más de 5 mil metros, con nieves perpetuas—,
iniciaba el ascenso, hacía un enorme esfuerzo y no
llegaba a la cima. El asma obstaculizaba sus
intentos. A la semana siguiente intentaba de nuevo
alcanzar la cumbre del "Popo"—como él le llamaba— y
no llegaba. Nunca alcanzó la cima del Popocatépetl.
Pero volvía a subir, para intentarlo de nuevo, y se
habría pasado toda la vida en el afán de escalar el
Popocatépetl. Realizaba un esfuerzo heroico, aunque
nunca alcanzara aquella cumbre. Usted aprecia ahí el
carácter. Aporta una idea de su fortaleza espiritual
y su constancia.
Una voluntad...
Cuando éramos todavía un grupo muy reducido, cada vez
que se necesitaba un voluntario para una tarea
determinada, el primero que siempre se ofrecía era
el Che.
Otra característica de él, sin duda, era esa previsión
profética que demuestra cuando me pide que por
razones de Estado no se le prohíba marchar después a
su tierra natal para luchar por la revolución.
¿De
que quería ir a Argentina?
Sí. Y después, en nuestra guerra, yo tuve que hacer un
esfuerzo para preservarlo, porque si le hubiese
dejado hacer todo lo que quería hacer, no habría
sobrevivido. Desde los primeros momentos se fue
destacando. Cada vez que hacía falta un voluntario
para una misión difícil, lograr una sorpresa,
recuperar unas armas que debían rescatarse a fin de
que no las ocupara el enemigo, el primer voluntario
era el Che.
¿Era
voluntario para ir a las misiones más peligrosas?
Era el primer voluntario para cualquier misión difícil;
se caracterizaba por un extraordinario arrojo, un
absoluto desprecio del peligro, pero, además, a
veces proponía hacer cosas muy difíciles y riesgosas.
Yo le decía: "No".
¿Porque
corría demasiados riesgos?
Mire, usted manda a un hombre a una primera emboscada,
a una segunda, a una tercera, y a la cuarta, a la
quinta o a la sexta, seguro, es como cara o cruz: en
un combate muy de cerca, a nivel de escuadra o
pelotón, muere como mueren los que practican la
aventura de la ruleta rusa.
¿No
había problema de que él no fuese cubano?
Sí, en México lo habíamos puesto al frente de un
campamento y hubo algunos que empezaron a quejarse
de que era argentino, y se buscaron la gran bronca
conmigo. No voy a mencionar nombres ahora, porque
después cumplieron. Sí, allá en un campamento de
México. Aquí en la guerra era el médico, pero por su
valentía, sus condiciones, lo hicimos jefe de una
columna en la que se destacó por sus muchas
cualidades. Nadie lo cuestionó.
¿Humanas,
políticas, militares?
Humanas y políticas. Como hombre, como ser humano
extraordinario. Era, además, una persona de elevada
cultura y de gran inteligencia. Y también con
cualidades militares. El Che fue un médico que se
convirtió en soldado sin dejar de ser médico un solo
minuto. Hubo muchos combates en los que estuvimos
juntos. En ocasiones yo reunía las tropas de las dos
columnas y hacíamos una operación de mayor o menor
complejidad, con emboscadas y previsibles
movimientos de fuerzas enemigas.
Los revolucionarios aprendimos luchando el arte de la
guerra, descubrimos que el enemigo era fuerte en sus
posiciones y débil en sus movimientos. Una columna
de 300 hombres tiene la fuerza de una o dos
escuadras que van delante; los demás no disparan en
los combates, o realizan solo disparos al aire para
hacer ruido, no ven ni pueden ver a los que están
disparando contra su vanguardia. Fue un principio
elemental que usamos: atacar al enemigo cuando era
más débil y vulnerable. Si atacábamos sus posiciones,
teníamos siempre bajas, gastábamos balas, y no
siempre tomábamos el objetivo; el enemigo, en cambio,
estaba atrincherado, combatía con más información y
seguridad. Fuimos desarrollando las tácticas. No le
voy a hablar de eso, pero fuimos aprendiendo a
combatir contra un adversario fuerte, y la Columna 1
fue escuela básica.
Ustedes
en un momento en México, cuando están entrenándose,
caen presos. ¿Recuerda usted aquello?
Sí. Eso tiene su historia. Caímos presos. Yo soy
arrestado casi por casualidad. Un papelito por aquí
u otro por allá que la policía mexicana fue
descubriendo hasta en los bolsillos de los
arrestados, con alguna dirección o algún teléfono.
Ninguno dio ni la más mínima información.
Tuvimos suerte: habíamos tropezado con la Federal de
Seguridad y no con la Policía Secreta. La dirigía un
oficial del ejército. Ellos creían inicialmente que
éramos contrabandistas o algo así, porque nos
hicimos sospechosos por determinadas medidas de
protección contra planes de secuestro por parte de
agentes batistianos. Les parecieron extraños
nuestros movimientos. De milagro no nos matan en el
incidente posterior que se produjo.
Batista tenía influencia y el apoyo por soborno de la
Policía Secreta, y también planes de secuestrarnos
en México. Nosotros estábamos obligados a tomar
medidas, y un día, ya casi de noche, cuando nos
trasladábamos de una casa para otra, en situación de
riesgo, varios agentes de la Federal, que estaban en
otra cosa, viendo nuestro movimiento, decidieron
arrestarnos. Actuaron con bastante habilidad. Yo me
estaba desplazando a pie —porque también observamos
movimientos extraños de carros—, y ubico a Ramirito
a 30 ó 40 metros detrás de mí, caminando por la
acera izquierda. Avanzo por esa misma acera hacia
una esquina próxima. Era un área de pocas viviendas.
En esa esquina había una casa en construcción. De
pronto, viniendo desde atrás por la misma calle, un
carro frena ruidosamente muy próximo a la esquina, y
de él se baja un grupo de hombres. Me parapeto en
una columna de la construcción e intento sacar una
pistola automática española con peine de 25 balas.
En ese instante exacto, alguien me coloca con fuerza
el cañón de una pistola en la nuca. Era un hombre de
la Federal. Habían capturado a Ramiro. Para nosotros
comenzaba una larga odisea en México.
¿Qué había ocurrido? Cuando creo que tengo a Ramirito
y a Universo [Sánchez] a mi retaguardia, los han
capturado, y en el instante en que voy a defenderme
de los que bajan del auto, me inmovilizan por detrás;
si llego a disparar, podrá imaginarse cuántos
segundos duro. En ese mismo momento en que estoy
sacando el arma me arrestan. Creen que han arrestado
a contrabandistas o algo parecido. Casi no existía
en esa época el problema de las drogas, la atención
de las autoridades se centraba más bien en el
contrabando. Nos llevan para la oficina central.
A nosotros lo que nos alivia en lo inmediato es que
comienzan a conversar con nosotros. Era gente dura y
con una actitud bastante enérgica. Fueron realmente
capaces en la acción de captura y en la
investigación, porque ocupaban un papelito
cualquiera y seguían el hilo minuciosamente. ¡Cuánto
sufrí yo allí arrestado, al recordar que Cándido
González —uno de los compañeros que siempre me
acompañaba— había puesto en mi bolsillo el número de
teléfono de la casa en que teníamos un importante
lote de las mejores armas, que solo el otro
compañero y yo conocíamos! Ni siquiera me acordaba
de aquel papelito. Y menos mal que a los agentes,
que siguieron todas las pistas, no se les ocurrió
investigar aquel teléfono más minuciosamente todavía.
Hubiera sido el golpe más fuerte. Pero nos ocuparon
de todas maneras una cantidad de armas siguiendo
otras pistas. Uno podía apreciar, sin embargo, que a
medida que nos conocían nos respetaban más.
¿El
Che no está con usted en ese momento, cuando le
arrestan?
No. Al Che lo arrestan cuando está en aquel campamento
donde eran entrenados, el rancho Santa Rosa, en
Chalco, situado en los límites de la ciudad. Ellos
estaban buscando el lugar, tenían indicios y se
empeñaron en dar con él. Un día me dice el jefe: "Ya
sabemos dónde está el lugar de entrenamiento". Era
como un juego o un desafío. Estuvieron bastante
tiempo buscando y no sé cómo agarraron alguna pista
real, la empataron con la versión de alguien que por
Chalco había hablado de movimientos extraños de
cubanos y me dicen el lugar exacto donde estaba el
rancho. Yo sabía que allí había alrededor de 20
compañeros, y que tenían armas. Ante el carácter
preciso de aquella información, le digo al jefe de
la Federal: "Quiero pedirle una cosa: permítame ir
con ustedes adonde están ellos, para evitar allí un
enfrentamiento". Estuvo de acuerdo. Fui, llegué, les
pedí a los de la Federal que me dejaran solo; escalé
un portón y me asomé. Los compañeros, al verme,
manifestaron enorme alegría, creían que yo había
sido puesto en libertad. Les digo: "No, no, ¡quietos,
no se muevan!" Y expliqué lo que ocurría.
Allí es donde arrestan al Che. Hay algunos que
estaban por el campo fuera de la casa o en otras
tareas, y se salvan del arresto. Bayo era uno de
ellos. No cae preso, no estaba allí. Como dato
curioso le cuento que semanas antes había hecho un
ayuno de 20 días, solo para probar el ejercicio de
la voluntad. Era espartano. Había encabezado durante
la Guerra Civil española una expedición a las
Baleares. No pudo liberarlas de los franquistas.
Él siempre, después de cada aventura bélica y su
imparable fracaso, escribía un libro, y ya estaba
elaborando uno mientras estábamos presos: Mi
frustrada expedición a Cuba. Era genio y figura
hasta la sepultura aquel español que había nacido en
Cuba y se había criado en las Canarias.
¿A
él no lo detienen?
No. Bayo no cae preso, no está ahí en ese momento;
pero sí ocupan varias decenas de armas, que eran las
que teníamos en ese lugar, con las que los
compañeros hacían allí entrenamiento, y no eran por
cierto las más sofisticadas y precisas. Aquellos
fusiles no tenían mirillas telescópicas. En el
rancho había una producción de leche y queso de
chiva, administrada por unos vecinos amistosos; era
lo que camuflaba el centro de entrenamiento.
Pero la policía, investigando arduamente, como
expliqué, había encontrado algunos indicios, y
finalmente el lugar. Ahí es donde el Che cae preso.
¿Ustedes
están en la cárcel juntos?
Sí, estamos juntos casi dos meses en prisión. ¿Cuándo
él nos crea un problema? Cuando al Che lo van a
interrogar, y le preguntan: "¿Usted es comunista?" "Sí,
soy comunista", contesta y los periódicos, allá en
México, hablando de que se trataba de comunistas que
estaban conspirando para "liquidar la democracia" en
el continente, y no se sabe cuántas cosas más. Al
Che lo llevan ante un fiscal, lo están interrogando,
y él hasta se puso a discutir sobre el culto a la
personalidad y la crítica a Stalin. Imagínese al Che
enfrascado en una discusión conceptual con la
Policía, el Fiscal y las autoridades migratorias
sobre los errores de Stalin. Esto ocurría en julio
de 1956, y en febrero de ese mismo año se había
producido la crítica de Jruschov a Stalin.
[11] Se
acogía, desde luego, a las versiones oficiales del
Congreso del Partido soviético. Che les dice: "Sí,
cometieron errores en esto y lo otro", defendiendo
su teoría y sus ideas comunistas. ¡Figúrese!, él,
que era argentino, en ese momento tenía más riesgos.
Creo sinceramente que en situaciones como aquella en
que todo el proyecto podía peligrar, lo más
conveniente era desinformar al enemigo. Pero al Che,
fuertemente influido por la épica de la literatura
comunista, no se le podía reprochar por aquel enredo
táctico, que no impidió su viaje con nosotros a
Cuba.
Prácticamente los últimos dos que salimos fuimos él y
yo. Incluso, creo que a mí me sacan unos días antes
que a él. En el asunto de los cubanos presos
intervino Lázaro Cárdenas,[12] y la preocupación que
mostró contribuyó mucho a nuestra liberación. Su
nombre era venerado por el pueblo, y su autoridad
moral era capaz de abrir las puertas de aquella
prisión.
Se
dice que el Che tenía más bien simpatías trotskistas.
¿Usted lo percibió en aquel momento?
No, no. Déjeme decirle, realmente, cómo era el Che. El
Che ya tenía, como le digo, una cultura política.
Había leído naturalmente un número de libros sobre
las teorías de Marx, de Engels y de Lenin. Él era
marxista. Nunca lo oí hablar de Trotski. Él defendía
a Marx, defendía a Lenin, y criticaba a Stalin.
Bueno, criticaba en aquel entonces el culto a la
personalidad, los errores de Stalin; pero nunca le
oí hablar realmente de Trotski. Él era leninista, y,
en cierta forma hasta reconocía algunos méritos de
Stalin. Es decir, la industrialización y algunas
otras cosas.
En mi fuero interno, yo era más crítico de Stalin por
algunos de sus errores. Sobre él cae la
responsabilidad, a mi juicio, de que ese país
hubiese sido invadido en 1941 por la poderosa
maquinaria bélica de Hitler, sin que las fuerzas
soviéticas hayan recibido la orden de alarma de
combate. Stalin cometió, además, graves errores. Es
conocido su abuso del poder y otras arbitrariedades.
Pero también tuvo méritos. La industrialización de
la URSS y el traslado y desarrollo de la industria
militar en Siberia fueron factores decisivos en
aquella lucha del mundo contra el nazismo.
Yo, cuando lo analizo, valoro sus méritos y también
sus grandes errores, y uno de ellos cuando purgó al
Ejército Rojo en virtud de una intriga de los nazis,
con lo que debilitó militarmente a la URSS, en
vísperas del zarpazo fascista.
Él
mismo se desarmó.
Se desarmó, se debilitó, y firmó aquel nefasto pacto
germano-soviético Ribbentrop-Molotov y las demás
cosas. Ya le he hablado de eso, no voy a añadir más.
(Tomado del libro "Cien Horas con Fidel,
conversaciones con Ignacio Ramonet", editado por
Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, Tercera edición, La
Habana, 2006, páginas 195-206) ©
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