EN LA SIERRA MAESTRA
ALEGRÍA DE PÍO – PRIMERAS VICTORIAS – EL CHE EN LOS
COMBATES – RAÚL Y CAMILO – ESTRATEGIAS DE GUERRA –
LA DERROTA DE BATISTA –TRIUMFO DE LA REVOLUCIÓN
Ustedes desembarcan el 2 de diciembre de 1956 y,
poco después, en Alegría de Pío, sufren un ataque
devastador.
Eso ocurre el día 5. Nosotros habíamos realizado
todas las pruebas de navegación con un barco vacío,
no sabíamos mucho de marinería, y cuando cargamos al
"Granma" con 82 hombres, más las armas, las
municiones, los alimentos y el combustible
adicional, pierde velocidad y llega en siete días en
vez de cinco, con apenas unas pulgadas de
combustible en los tanques. Nos retrasamos dos días.
Y nos atacan tres días después del desembarco.
En Alegría de Pío, mientras marchábamos hacia las
montañas, todavía distantes, estaba amaneciendo el
día 5 de diciembre. Pasamos junto a un pequeño monte
no mayor de una hectárea y caminamos 100 ó 200
metros más hacia el gran monte situado entre la
línea de costa que limita con el mar por el Sur y la
franja de tierra llana y fértil, sembrada de pasto y
caña al Norte. Llegamos al borde de ese bosque, lo
exploramos y a lo largo de cientos de metros nos
desplegamos. Era un punto adecuado que dominaba un
buen tramo del camino que traíamos, pero el suelo
era rocoso y lleno de ásperas piedras. De nuevo, al
finalizar la tarde, habría que caminar otra noche
entera para cruzar la línea del cerco. Algunos
compañeros estaban totalmente agotados. Decido
acampar en el pequeño monte de suelo blando y a
pocos metros de un campo de caña fresca y apta para
el consumo. Los hombres se ubicaron con sus
escuadras para descansar esperando la noche. La
posta, a solo cien metros del campamento. Demasiada
confianza.
Ya entrada la tarde, avionetas enemigas
comenzaron a explorar desde temprano. Alrededor de
las 4:00 de la tarde, aviones de caza volaban
rasantes sobre el bosquecito. Aproximadamente a las
5:00, los primeros disparos, y segundos después,
fuego cerrado de infantería contra nosotros, que
estábamos distraídos por el ruido ensordecedor de
los cazas en vuelo rasante. Habíamos sido
sorprendidos.
Dispersión total. Yo me quedé solo con otros dos
compañeros en el cañaveral próximo adonde una parte
del personal se replegó o cruzó por él. Cada hombre
o pequeño grupo vivió su propia odisea. Ocultos los
tres en la caña, esperamos la noche ya cercana y nos
dirigimos al bosque grande. Allí dormimos como se
pudo. Total de fuerzas: 3 hombres; total de armas:
mi fusil con 90 balas y el de Universo [Sánchez] con
30. Era lo que quedaba bajo mi mando.
La zona estaba llena de soldados. Había que
marchar hacia el Este y reunir lo más posible las
fuerzas dispersadas. Yo era partidario de avanzar
hacia el Este por el borde del bosque. Faustino
[Pérez], miembro como yo de la dirección del
Movimiento, era partidario de marchar a través de
una extensa área de caña en crecimiento con menos de
un metro de altura. Se nos podía ver desde cualquier
distancia. Yo hice mal, porque me puse furioso con
la testarudez de Faustino, y digo: "¿Es por ahí?
¡Pues vamos por ahí!". No es difícil imaginar cuán
terrible era mi estado de ánimo al haber visto
desaparecer en cuestión de minutos el esfuerzo
realizado durante casi dos años. Tomar aquella
dirección fue un disparate. Habíamos caminado ya
varios kilómetros a plena luz del día, cuando
observé un avión civil de porte mediano que daba
vueltas en torno a nosotros a la distancia
aproximada de mil metros. Me percato del peligro.
Aceleramos el paso. Delante, un campo de caña
demolido y tres matorrales de marabú, planta
espinosa que crece espontánea en tierras
abandonadas, alineados hacia el Este a distancia no
mayor de 30 metros uno del otro. En el primero de
ellos nos ocultamos. La nave que nos observaba
esperaba los cazas, que aparecieron casi de
inmediato ametrallando el tercer matorral a 60
metros de nosotros. A muy pocos metros de ese punto
donde estábamos comenzaba otro viejo campo de caña.
Dije que había que abandonar de inmediato el
matorral, de apenas 10 metros de diámetro, y nos
tendimos bajo las hojas y la paja de aquella caña a
pocos metros de distancia. Casi al instante los
cazas, atacando desde el Este, ametrallaron nuestro
matorral en pases sucesivos durante un tiempo que
nos pareció infinito. La tierra temblaba bajo los
disparos de las ocho ametralladoras calibre 50 que
portaba cada avión. A pocos metros de distancia del
marabú, después de cada ametrallamiento, llamaba en
voz alta a Universo y a Faustino, a quien, a pesar
de su cabeza dura, estimaba mucho y seguiré
estimando siempre por sus muchas cualidades
revolucionarias. Ninguno de los tres estábamos
muertos o heridos. Un breve lapso de minutos sin
disparos nos permite avanzar 30 ó 40 metros hacia
una caña más alta y cerrada. Era imposible alejarse
más. El ametrallamiento había cesado. Las avionetas
de exploración se turnaban una tras otra vigilando
el lugar desde muy baja altura. Nos sepultamos bajo
las hojas y la paja de caña sin hacer movimiento
alguno.
Viví entonces uno de los momentos más dramáticos
de mi vida. Me entra sueño, mucho sueño, en aquel
cañaveral, a muy poca distancia del punto que habían
ametrallado. Yo decía: "Con seguridad van a venir a
explorar por tierra. Vendrán para ver los resultados
del desproporcionado ataque".
Ellos no podían saber quiénes eran los hombres
que allí se encontraban. Cualesquiera que fuesen,
los atacaron con verdadera saña. Eso ocurrió poco
después del mediodía. No puedo saber la hora exacta.
Sé que nosotros estábamos debajo de paja y hojas de
caña, porque mantuvieron una avioneta que
prácticamente no nos dejaba mover, vigilando todo el
tiempo, observando el lugar. Debajo de la caña y en
esa posición, le cae a uno el agotamiento por todas
las tensiones de los días anteriores.
¿Esa fue una de las situaciones más dramáticas
que ha vivido usted?
De las que yo he vivido, esa, esa tarde, a esa
hora; ninguna otra fue tan dramática. Ya le conté lo
de Sarría cuando me capturaron después del asalto al
Moncada.
Sí, pero esta fue más dramática, ¿no?
Recuerdo cuando apenas podía contener el sueño.
Mi fusil tenía dos gatillos: uno suavizaba el
disparo y el otro, después de eso, no había más que
tocarlo para un disparo de precisión. Mi fusil tenía
una mirilla telescópica de diez poderes.
¿En aquellas circunstancias qué hice? Cuando vi
que era inevitable que me durmiera, me puse de lado
y coloqué la culata del fusil entre las dos piernas
y la punta del cañón debajo de la barbilla. No
quería que me capturaran vivo si la exploración
enemiga me sorprendía dormido. Haber tenido una
pistola en ese caso era mejor: la sacas fácilmente y
disparas contra el enemigo o contra ti mismo; pero
con un fusil de esas características, si te
sorprenden dormido, no podías hacer nada. Estábamos
debajo de la paja, la avioneta encima. Como no podía
moverme, me dormí profundamente. Era tal el
agotamiento que dormí como tres horas. La tarde
comenzaba a refrescar.
¿A pesar de ese desembarco trágico y de las
bajas, usted no se desalentó?
No. Comenzamos a reorganizarnos con dos fusiles:
Raúl, por otra parte, dos semanas más tarde llegó a
un punto con cinco fusiles. Sumados los dos, en
total reunimos ese día siete fusiles. Ahí yo dije
por primera vez: "Ahora sí ganamos la guerra". Me
acordaba de la frase de Carlos Manuel de Céspedes,
quien respondiendo a los pesimistas, cuando tenía
doce hombres en situación similar, exclamó: "¡Aún
quedamos doce hombres! Bastan para hacer la
independencia de Cuba". Raúl y yo tuvimos siempre la
misma idea, llegar a la Sierra y seguir la guerra.
Hubo, pues, un momento en que con siete fusiles
continuamos la lucha; pero ya en esa ocasión,
ayudados por los campesinos que habían recogido
algunos fusiles de varios de nuestros compañeros que
fueron asesinados o habían guardado las armas en un
lugar para recogerlas más tarde, reunimos 17 armas
de guerra, y con ellas obtuvimos nuestra primera
victoria.
¿Cuál es esa primera victoria?
El primer combate fue contra una patrulla mixta
de soldados y marinos. Tiene lugar el 17 de enero de
1957, 46 días después de nuestro desembarco el 2 de
diciembre de 1956. Ese fue nuestro primer combate
victorioso, el primer pequeño, pero simbólico,
combate. Cinco días después, un pelotón de
paracaidistas que marcha a la vanguardia de una
columna de 300 hombres, se adelanta y cae en una
fuerte emboscada minuciosamente preparada en todos
sus detalles; se le ocasionan alrededor de 5 bajas y
se le ocupa un fusil semiautomático Garand con todas
sus balas. Sería largo contar los detalles de los
dos primeros combates victoriosos: La Plata y los
Llanos del Infierno de Palma Mocha. Llegamos a tener
30 hombres armados a partir de los 19 que libran el
primer combate.
Se presentan después dificultades tremendas a
partir de una sensible y nociva traición por parte
del único guía con que contábamos. Volvimos a ser 20
y después 12 hombres. Después del desembarco, a
partir del durísimo revés de Alegría de Pío, ya en
rápido proceso de recuperación, ocurrió aquella
traición.
¿Qué fue lo más difícil en ese primer periodo?
¿Qué fue lo más difícil? El aprendizaje. Si
hubiéramos desembarcado con los 82 hombres en el
lugar propicio que teníamos previsto para
desembarcar, la guerra hubiera podido durar solo
siete meses. ¿Por qué? Por la experiencia. Con
aquella tropa, 55 fusiles de mirilla telescópica,
tiradores excelentes y la experiencia que teníamos,
la guerra al final no dura ni siete meses. En el
"Granma", yo gradué los 55 fusiles para disparos
certeros a 600 metros. Teníamos tres marcas de
fusiles y cada una tenía una variación diferente,
según el acero y el tipo de bala, y en el "Granma",
en una distancia de diez metros, mediante una
fórmula geométrica, gradué todos los fusiles. Pasé
más de dos días graduando fusiles.
El Che padecía asma, lo cual debe ser una
dificultad seria para combatir en una guerrilla.
Usted, a la hora de seleccionar a los hombres que
iban a ir en el yate "Granma", descarta a otros pero
no a él. ¿Planteó el asma de él algún problema
después?
El Che viene en el "Granma", naturalmente. Claro,
todo se preparó como había que hacerlo. Todo el
mundo tenía que estar listo para partir en cualquier
momento. Nadie conocía cuándo saldríamos. Aquella
noche del 24 de noviembre de 1956, cuando nos
movilizamos hacia una casa a orillas del río Tuxpan,
el Che se mueve y no lleva el aerosol para el asma.
Y, sin embargo, claro que viene en el "Granma".
¿Sin sus medicamentos para el asma?
Sí. Y unos meses más tarde, estando allá en la
Sierra, después de la reunión en febrero de 1957 con
el periodista del The New York Times, Herbert
Matthews,
[1] cuando habíamos alcanzado de nuevo la
cifra de 20 combatientes, cada vez más conocedores
del terreno, más curtidos en el empeño de sobrevivir
y desarrollarnos en aquellas difíciles condiciones,
bajo implacable y continua persecución de un enemigo
herido en su orgullo profesional y lleno de
desprecio hacia nuestra modesta fuerza, se presentó
una complicada situación derivada del asma del Che.
Nos ataca una fuerte columna. Nos habíamos
retrasado peligrosamente en la marcha debido a una
fuerte crisis de asma que se le presentó al Che. En
ese momento apenas podía caminar. Teníamos que subir
una ladera muy inclinada, íbamos avanzando cuesta
arriba hacia un área boscosa, y una columna de 300
soldados aproximadamente que adelantaba por el
flanco izquierdo, a más altura que nosotros, en el
firme de una elevación sembrada de pasto, al
divisarnos, nos dispara con morteros y fuego de
fusilería. A pesar de eso, casi arrastrando al Che,
continuamos el ascenso, tratando de llegar a la zona
boscosa antes que la columna enemiga. Era ya tarde y
estaba anocheciendo. Alcanzamos el bosque minutos
antes de que un colosal aguacero comenzara a
desatarse sobre ambos contendientes, a distancia no
mayor de 600 ó 700 metros entre sí. El agua nos
obliga a seguir sin descanso hasta el otro lado de
la cima de aquel firme donde, ya totalmente de
noche, encontramos dos familias campesinas con
viviendas separadas por algunos centenares de
metros. Estábamos con frío y chorreando agua. El Che
no podía ya ni moverse.
¿Tenía una crisis de asma?
Sí, una crisis verdaderamente fuerte. Esto nos
pone en una situación bastante compleja. No existía
el medicamento. Habría podido recibirse rápido de
Manzanillo, en el punto donde nos habíamos reunido
con Matthews. El Che no había dicho una palabra
entonces. Estaba en ese momento inmovilizado, y el
ejército detrás. No era de esperar que se moviera de
noche por el camino boscoso, con oscuridad y fango.
Con seguridad lo haría al amanecer hasta llegar al
punto donde estábamos.
Me presento a los dos campesinos, y haciendo
acopio de serenidad y sangre fría, me hago pasar por
coronel batistiano. Nada tenía aquello de extraño,
teniendo en cuenta las explosiones cercanas de
morteros y el intenso fuego de los disparos de fusil
escuchados hasta hacía muy poco tiempo. A veces fue
necesario este ardid, porque los campesinos al
principio se preocupaban mucho cuando los visitaba
por primera vez un grupo rebelde, debido a las
represalias que tomaba después el ejército contra
ellos. Pero mi supuesta identidad tenía un defecto:
me mostraba demasiado decente. Yo me decía: "Tengo
que estudiar a estos dos hombres, porque hay que
buscar la manera de que uno de ellos vaya a buscar
la medicina". Hablé horas allí con esos dos hombres.
No voy a mencionar el apellido de uno que era
batistiano de verdad, y decía: "Oiga, saludos para
mi general, dígale esto y lo otro". ¡Cómo me
agasajó! El otro me hablaba más sosegado. Le digo a
Isaac así se llamaba: "Bueno, ¿qué le parece este
hombre?", refiriéndome a Batista. Responde: "Mire,
yo era ortodoxo". Ese partido mencionado por Isaac
era muy antibatistiano. "Oiga", continuó, "pero hay
que ver la obra que ha hecho este hombre", me dijo
Isaac. Se refería a Batista. Pensaba yo en tantas
casas que sus tropas habían quemado en la Sierra
Maestra, los horrores que habían cometido y la gente
que habían asesinado. Me doy cuenta de que aquel era
el hombre que necesitaba, me había fijado bien. No
era verdad que simpatizara con Batista, y le dije:
"Isaac, yo no soy coronel, soy Fidel Castro". Sus
ojos se abrieron expresando una alegría colosal.
Expliqué: "Tenemos una situación muy difícil, un
compañero en esta situación, hay que ir a Manzanillo
a buscar el medicamento y hay que buscar un lugar
donde guarecerlo y que no lo descubran". Le dimos el
dinero para que al amanecer saliera hacia Manzanillo
a buscar las medicinas. Y fue.
[2]
En un sitio bien guarecido dejamos al Che con su
fusil, y otro compañero más. El resto del grupo, que
sumaba en ese momento 18 hombres en total, subimos
por el mismo camino que debía utilizar el ejército,
un camino amplio y fangoso hacia las Minas del Frío.
Ya en esa época caminábamos rápido. Después de
los primeros combates, Guillermo García
[3] solía usar
uniforme de sargento y un casco de los ocupados en
los primeros combates. Ya nosotros padecíamos de
hambre psicológica, y por delante siempre mandábamos
a preparar algo. Ya estábamos arriba en la Maestra
cuando
[4] se produce una confusión sobre el avance de
fuerzas enemigas más próximas a nuestro grupo,
ocupado en diversas tareas y fragmentado en ese
momento. Conclusión: de los 18 que éramos, 6 se van
por un lado, eran todos campesinos incorporados, y
por otro quedamos solo 12, todos del "Granma".
Ese mismo día el jefe del ejército de Batista,
¡fíjese la casualidad!, pronuncia en Columbia, el
cuartel general del Ejército, un discurso, y dice:
"Vamos a darle candela al jarro hasta que suelte el
fondo. Solo quedan 12, y no tienen otra alternativa
que rendirse o escapar, si es que pueden". En ese
momento no estaba el Che, porque había quedado en el
lugar referido. El campesino José Isaac había
cumplido la misión.
¿Y trae el medicamento?
Trae el medicamento. Cuando nos separamos, yo le
doy una tarea al Che: recibir un refuerzo de hombres
y armas que Frank País enviaría desde Santiago de
Cuba, en espera de mi llegada tan pronto recibiera
confirmación. Mientras tanto, yo realizaba una
exploración en profundidad con un pequeño
destacamento en la dirección Este de la Sierra
Maestra. Los reclutas —pudimos observarlo muchos
meses más tarde— tenían un inconveniente: menos
experiencia, y por esa causa una emboscada, por
ejemplo, u otra operación, podía frustrarse; pero
eran más decididos, porque querían hacer en un mes,
dos o tres lo que habían oído decir que hicieron
otros en un año. En situaciones como esas, es mejor
el recluta, pero con buenos y experimentados jefes.
Cuando llega ese refuerzo, varias semanas más
tarde, hubo problemas porque el Che era argentino, y
le dieron cierto tratamiento chovinista.
¿Todavía al Che se le consideraba como argentino?
Todavía no era comandante. Era el médico de
nuestra tropa que se destaca...
¿Cuál era su comportamiento como médico de la
guerrilla?
El Che se quedaba con los heridos y los atendía
con esmero. Era una característica de él. Como
médico, se quedaba con los enfermos, porque en
aquella naturaleza, agreste y boscosa, con los
combatientes perseguidos desde muy diferentes
direcciones, la fuerza que pudiéramos llamar
principal era la que tenía que moverse después del
combate, dejar un rastro bien visible para que en
alguna zona cercana pudieran permanecer, sin
peligro, el médico y los heridos. Hubo un tiempo en
que el único médico era él, hasta que otros se
sumaron a nuestra lucha.
Después del primer combate, les hicimos la
emboscada a las tropas paracaidistas; ya disponíamos
de 30 hombres armados, como le conté. No tuvimos
ningún herido en el primer combate, ninguno en el
segundo. Como médico, el Che no tuvo que intervenir.
Pero el combate más duro fue el que se produjo
cuando atacamos el cuartel de Uvero, en plena costa.
[5]
Una acción sumamente riesgosa para todos,
sencillamente porque cuando estábamos en las
montañas vigilando los movimientos de fuerzas
enemigas para golpearlos fuertemente, llegaron
noticias de un desembarco de cubanos armados, por el
Norte de la provincia. Ellos pertenecían a otra
organización que no coordinó con nadie. Nos
acordamos de nuestras enormes dificultades y
sufrimientos en los días iniciales y, como acto de
solidaridad a favor de aquellos que habían
desembarcado, decidimos realizar una acción bien
audaz que, desde el punto de vista militar, no era
la más conveniente, y consistió sencillamente en
atacar una unidad enemiga bien atrincherada en la
orilla del mar, en la costa al Sur de la Sierra y no
distante de nuestra zona de movimientos.
Fue osado, y lo hicimos por ayudar a un grupo que
no tenía ni relaciones con nosotros, pero se trataba
de compatriotas, sabíamos lo que podía ocurrirles y
ya teníamos mucha confianza en nosotros mismos. Por
darles apoyo, nos apartamos de nuestra doctrina.
Realizamos un ataque temerario en el que murió o fue
herido un tercio de los participantes. La acción se
realizó en pleno día. Por suerte les destruimos las
comunicaciones desde el primer instante. Ni nave de
guerra ni aviones se aparecieron en aquel punto,
porque quedó destruida la comunicación.
Yo llevaba el fusil de mirilla telescópica que le
enseñé,
[6] y en esa etapa el primer disparo lo hacía
yo, era la forma de ordenar el inicio de la
operación. Fíjese si en ese combate hubo volumen de
fuego que en aquel cuartel de madera había siete
cotorras y cinco murieron de bala. Teníamos, al
iniciar la acción, dos pelotones de reserva;
disparaban conmigo hacia el objetivo desde una
pequeña altura. Era necesario observar cómo
reaccionaban los soldados de la guarnición. Había
unos troncos de árboles amontonados detrás de la
instalación, porque era una zona forestal y allí
embarcaban maderos para Santiago de Cuba. En aquella
estiba de fuertes leños también se atrincheraron y
tiraban contra nosotros hacia la altura donde nos
encontrábamos. Los soldados disponían igualmente de
varios fortines de troncos que resultaron difíciles
de neutralizar y desde donde disparaban contra las
fuerzas rebeldes.
En el combate se destacaron no pocos jefes de
escuadras y pelotones como Guillermo, al frente de
una escuadra del grupo que atacó por el Oeste y tomó
el fortín que estaba en esa dirección, junto a Furry
[7]
y otros valientes del pelotón de Santiago de Cuba.
Juan Almeida
[8] fue enviado con su pelotón desde los
primeros disparos de nuestro ataque en dirección de
la instalación principal; ya próximo a esta, entabla
combate, prácticamente de pie, con un punto
fortificado que le quedaba a la izquierda de su
trayecto. Cae herido con tres balazos.
Ramiro Valdés, segundo jefe del pelotón de Raúl,
muy próximo a este, informa que a su lado, con un
disparo en el ojo, Julito Díaz acababa de morir.
Realmente el enemigo, a pesar de la colosal
sorpresa y de las bajas, se había restablecido
pronto y combatía con ardor.
En medio de aquella situación complicada envío a
Raúl, que había estado conmigo desde el principio
del ataque, hacia el objetivo principal en apoyo de
los que allí luchaban duramente. Era la última
reserva. Conmigo quedaban Celia
[9] y cuatro o cinco
compañeros más del Estado Mayor, que también
participaban desde el comienzo de la operación hacía
ya más de dos horas. Antes había ordenado al Che
avanzar por el flanco izquierdo; tenía un
fusil-ametralladora. Estaba con nosotros en el grupo
de mando, lo vimos impaciente, interesado en
reforzar los atacantes en aquella dirección, y con
dos o tres hombres lo envié para fortalecer a los
combatientes en ese punto, en la zona por donde
podían recibir algún apoyo los enemigos, aunque
sabíamos dónde estaban sus tropas y cuánto tardarían
en llegar.
Curiosamente coincidían en aquel duro combate los
principales jefes de pelotones y escuadras. Tres de
ellos, Raúl, Almeida y Ramiro, asaltantes del
Moncada y expedicionarios del "Granma", y otros dos,
Guillermo García, el primer campesino que se nos
unió después de Alegría de Pío, y Abelardo Colomé,
"Furry", combatiente santiaguero enviado por Frank
País.
Tuvimos la suerte de que la aviación no se
apareció, como dije, porque aquel combate con los
aviones arriba hubiera sido muy serio, o con barcos
dirigiendo cañonazos de grueso calibre desde el mar
hacia nuestras posiciones no protegidas en las
alturas que rodeaban el cuartel, desde donde
hacíamos fuego. En ese caso habríamos tenido que
ordenar la retirada, a más tardar una hora después
de iniciada la acción. Ellos tenían armas de guerra
automáticas y semiautomáticas, y se defendieron con
ahínco. Se trataba de una compañía de soldados de
las tropas especiales de operaciones.
El Che cumplió su misión donde le señalé. El
combate de Uvero se prolongó casi tres horas. El
adversario tuvo once muertos y 19 heridos, entre
estos últimos el teniente jefe del cuartel. Nosotros
perdimos a 7 combatientes y tuvimos 8 heridos,
varios de gravedad. Alcanzada la victoria, prestamos
ayuda a todos los que lo requerían. Entre el Che y
el médico militar del Cuartel atendieron a los
soldados heridos, que eran más numerosos que los
nuestros. El Che dirigió la atención de todos. ¡No
se imagina usted la sensibilidad de aquel hombre!
Ocupamos 45 fusiles, de ellos 24 Garand
semiautomáticos, 20 Springfield, un fusil
ametralladora Browning; cerca de 6 mil balas 30,06;
y otros equipos: pistolas, uniformes, botas,
mochilas, cananas, cascos y bayonetas.
A un número de prisioneros los llevamos con
nosotros, mientras que a dos de los nuestros tuvimos
que dejarlos allí porque no podían moverse.
¿Ustedes abandonaron a sus heridos?
Le cuento. Mantuvimos un número de prisioneros
para garantizar que no asesinaran a los dos
revolucionarios heridos que quedaron en el cuartel.
No porque fuésemos a tomar represalia en cualquier
circunstancia, pero ejercíamos así una presión sobre
el enemigo. Si tú tienes 15 ó 16 prisioneros,
dispones de una cierta garantía. Allí quedaron los
heridos de ellos y dos de los nuestros, tan graves
que no podían desplazarse. Nos llevamos los
prisioneros que podíamos llevarnos.
El Che cura a los heridos. Él sabía que uno de
nuestros compañeros estaba a punto de morir,
magnífico muchacho. ¿Qué hizo el Che? Le dio un beso
al combatiente que dejaba casi moribundo. Me impactó
eso cuando me lo contó, con dolor, recordando aquel
momento en que sabía que el compañero herido no
te-nía salvación posible y él, inclinándose, le
había dado un beso en la frente. El Che sabía que
inexorablemente moriría.
[10] El otro sobrevivió. Por
supuesto que llevamos con nosotros, como hicimos
siempre, al resto de nuestros heridos, entre ellos
Almeida. Después, en el último camión, el Che se fue
con nosotros. Yo envié por delante la fuerza, y
después nos retiramos, apartándonos del lugar lo más
rápido posible, ya que debíamos alcanzar una zona
más alta y bajo el bosque, porque de un momento a
otro podían llegar refuerzos enemigos, incluidos los
aviones de combate, que no tardaron en llegar.
Efectivamente, un soldado de la guarnición que había
escapado y no cayó prisionero, avisó; fue entonces
cuando el enemigo supo del ataque.
Al Che lo enviamos, con poca tropa para que no
dejara mucho rastro y con los heridos nuestros que
podían moverse, a una zona campesina donde los
atendieron. Él tenía varios hombres armados. Con esa
poca gente atiende a los pacientes. Había varias
columnas de soldados enemigos que se acercaban, y
era previsible una reacción ulterior contra nuestra
columna después del atrevido y desafiante ataque.
Hicimos una gran trocha, avanzando entre columnas
enemigas hacia el noroeste. Era la dirección hacia
donde tenían que perseguirnos, y no fue fácil esa
marcha. El Che y sus hombres quedaron en la lejana
retaguardia. Fue al cabo de más de un mes cuando se
nos incorporó de nuevo con su grupo y algunos
campesinos que se le sumaron. Entonces, el primer
comandante que nombramos fue al Che. Había dos que
se distinguían mucho: Che y Camilo.
Camilo Cienfuegos.
Sí, Camilo, menos intelectual que el Che pero
también muy valiente, un jefe eminente, muy audaz y
muy humano. Los dos se respetaban y se querían
mucho. Camilo se había destacado, era el jefe de
nuestra vanguardia en la Columna 1 durante los días
más difíciles de los primeros meses. Ahora lo
habíamos asignado a la columna del Che. Tiempo
después, hizo incursiones al llano y finalmente
estableció un frente en aquel territorio, algo
difícil sobre lo que no había experiencia. Camilo se
destacaba mucho.
¿Ahí ya usted organiza los diferentes frentes de
la guerrilla, con el Che, Camilo y su hermano Raúl?
A una parte de la tropa con la que yo regreso de
aquel combate a orillas del mar y algunos buenos
oficiales con sus hombres, entre ellos Camilo y
otros, los envío con el Che a formar la segunda
columna hacia el Este del pico Turquino, que no
estaba muy lejos de la primera. Ese fue el Primer
Frente, con la columna originaria y la nueva columna
bajo el mando del Che.
En esa época, la columna guerrillera originaria
actuaba según la táctica de la guerra de movimientos,
atacar y replegarse, sin una base territorial
permanente. Yo siempre tuve el mando de la Columna
1, a lo largo de toda la guerra. De ella salieron
todas las demás; la del Che fue la primera, después
la de Raúl, que cruza de la Sierra Maestra a la zona
montañosa del noreste de la región oriental. Con 50
hombres realizó la operación, fue el primer cruce
del llano hacia aquella dirección; lo hicieron
perfectamente, y crearon el Segundo Frente Oriental.
En aquel amplio y lejano territorio Raúl tenía la
facultad de crear columnas y nombrar comandantes. De
inmediato se forma la columna de Juan Almeida, que
fue la tercera, para crear el Tercer Frente.
Con posterioridad, las nuevas columnas de Camilo
y el Che, la de Raúl, la de Juan Almeida, y varias otras
hacia el Este, el noroeste oriental y hacia el
centro del país, antes o después de la última
ofensiva enemiga, todas salieron de la Columna 1.
¿En ese momento ya usted no tiene dudas de que
Che Guevara es un dirigente de excepción?
Era un ejemplo, tenía mucha moral y ascendencia
sobre su tropa. Yo pienso que era un modelo de
hombre revolucionario.
Dicen que era de carácter quizá demasiado
arriesgado.
Era muy audaz. A veces prefería una tropa cargada
de minas y otros medios de guerra. Camilo, por el
contrario, prefería una tropa más ligera. El Che
tenía tendencia a sobrecargarse. Y él, a veces,
podía eludir algún combate, y no lo eludía. Esa era
otra diferencia con Camilo. El Che era intrépido,
pero también asumía demasiados riesgos; por eso a
veces yo le decía: "Tú tienes la responsabilidad de
esas tropas que van contigo".
¿Era demasiado temerario por momentos?
El Che no habría salido vivo en esa guerra si no
se ejerce ese control sobre su audacia y su
disposición temeraria. Fíjese que cuando viene la
ofensiva final del enemigo, ni Camilo, ni el Che y
ninguno de esos jefes están en primera línea. Envío
al Che para la escuela de reclutas, donde había casi
mil de ellos. Quedaban Ramiro Valdés y Guillermo
García en el punto donde combatía su columna, cuando
se produce la última ofensiva de Batista. Después
los trajimos también para reforzar la Columna 1;
pero el Che fue asignado a la escuela y además se le
responsabiliza con la defensa del sector más
occidental del Primer Frente, para enfrentar la
ofensiva enemiga.
¿Usted lo hace para que no corran demasiado
riesgo?
Sí, porque eran jefes. Para usarlos ulteriormente
en operaciones estratégicas. Algo estratégico fue la
columna de Raúl en el Segundo Frente, la de Almeida
en el Frente de Santiago, la del Che en Las Villas,
la de Camilo, que inicialmente iba para Pinar del
Río.
Perdimos en la lucha contra la ofensiva valiosos
y combativos jefes que se habían destacado muchísimo.
Yo me quedé casi sin jefes en el frente de la
Columna 1. Pero los compañeros mencionados eran
hombres muy seguros, y todos llevaban la misma
escuela adonde quiera que llegaban, la misma
política con la población, con el enemigo, y
conocían todas las experiencias adquiridas en los
meses difíciles y críticos de nuestra guerra, a la
que cada uno de ellos constantemente añadía nuevos
aportes.
Después de la última ofensiva de Batista, al Che
lo enviamos como jefe de una columna hacia Las
Villas con 140 hombres y las mejores armas. Llevaba
una de las bazucas ocupadas, buen armamento, buenos
combatientes. Y Camilo igual. Así que escogimos dos
excelentes jefes; aunque Camilo llevaba menos peso.
El Che llevaba más, quería añadir un número de minas
antitanques. Pensaba usar vehículos en algún punto y
podía usarlos, a él se le podía autorizar; pero
cuando están partiendo la zona es abatida por un
ciclón tropical, lluvias abundantes inundan el
terreno y hacen crecer los ríos. Ambas columnas,
además, tienen que marchar por los llanos de
Camagüey, donde el Movimiento 26 de Julio era débil,
y atravesar más de 400 kilómetros en los que el
ejército de Batista contaba con la aviación.
Soportaron hambre y escaseces terribles, como consta
por escrito en documentos históricos de Camilo y el
Che.
Constituye una proeza extraordinaria que aquellos
hombres, en la época de la infantería motorizada y
la aviación, pudieran ser capaces de atravesar a pie
aquellos llanos y fanguizales. En esas condiciones
tan adversas libraron con éxito varios combates. La
hazaña quedó escrita. Camilo elaboró un minucioso e
impactante informe, y el Che lo hizo constar en su
diario de campaña, a partir del cual escribió
después un libro que tituló Pasajes de la guerra
revolucionaria, porque tenía el hábito de consignar
lo que ocurría, y una excelente capacidad de
narración, muy breve, muy sintética. El diario que
posteriormente escribió en Bolivia es una maravilla
de síntesis y brevedad.
Abro un paréntesis, y quisiera preguntarle: ¿en qué
momento deciden ustedes dejarse crecer la barba como
símbolo de la rebelión?
La
historia de la barba es muy sencilla: eso surgió de
las condiciones difíciles que vivíamos en la
guerrilla. No teníamos cuchillas de afeitar, ni
navajas. Cuando nos vimos en el corazón del monte, a
todo el mundo le creció la barba y la melena, y al
final eso se transformó en una especie de
identificación. Para los campesinos y para todo el
mundo, para la prensa, para los periodistas, eramos
los “barbudos”. Tenía su lado positivo: para
infiltrar a un espía en la guerrilla era preciso
prepararlo con mucha antelación, para que el
individuo tuviese una barba de seis meses. Así la
barba servía como elemento de identificación y de
protección, hasta que terminó transformándose en un
símbolo de los guerrilieros. Después, con la
victoria de la Revolución, conservamos la barba para
preservar el símbolo.
Además de eso, la barba tiene una ventaja práctica:
uno no necesita afeitarse cada día. Si multiplica
usted los quince minutos del afeitado diario por los
días del año, verificará que consagra casi cinco mil
quinientos minutos a esa tarea. Como una jornada de
trabajo de ocho horas representa 480 miriutos, eso
significa que, al no afeitarse, usted gana al año
unos diez días que puede consagrar al trabajo, a la
lectura, al deporte, a lo que quiera.
Eso
sin hablar de lo que se ahorra en cuchillas, en
jabón, en loción, en agua caliente... De modo que
dejarse crecer ia barba tiene una ventaja práctica y
además resulta más económico. La única desventaja es
que las canas aparecen primero en la barba. Por eso,
algunos que la habían dejado crecer, cuando
aparecieron pelos blancos se afeitaron rápido,
porque se disimula mejor la edad sin barba que con
ella.
En abril de 1958 hay una huelga general contra
Batista, pero usted, desde la Sierra, no la apoya. ¿Por
qué?
Ese
9 de abril de 1958 se produce la huelga general y
fracasa. Nosotros no éramos todavía partidarios de
la huelga. La dirección del Movimiento 26 de Julio
nos critica. Incluso dice que no estamos conscientes
del grado de madurez que ya tienen... Sin embargo,
yo suscribí la convocatoria a la huelga por la
seguridad que tenían los compañeros de la dirección
del Movimiento. Y sí la apoyamos concretamente, con
la realización de acciones militares en nuestro
territorio contra las fuerzas enemigas.
Había divisiones y un poco de exclusión. Por ejemplo, aunque en los sindicatos era importante la influencia de los cuadros comunistas, habla prejuicios con los comunistas, cosa que no ocurría en la montaña. En el propio Movimiento 26 de Julio había cuadros que nos veían a nosotros como gente que agitaba, ganábamos prestigio, le complicábamos la vida a Batista, pensaban que aquella lucha concluiría con un golpe militar asociado al 26 de Julio, impulsado por la lucha de los combatientes clandestinos y fuerzas guerrilleras. Nosotros no nos veíamos así; nos veíamos como el embrión de un pequeño ejército, experimentado y audaz, que con el total apoyo del pueblo, incluida la huelga general revolucionaria, derrotarla al ejército enemigo.
Al final, fue lo que pasó.
Fue
lo que pasó; pero aquella huelga de abril de 1958
fue duro, porque al fracasar produjo
desmoralización, alentó la fuerza enemiga, y nos
lanzaron la última ofensiva.
Atacaron las posiciones del frente de Ia Columna 1, sede de la Comandancia General y de Radio Rebelde, con una fuerza de 10 mil hombres, constituida por 14 batallones y numerosas unidades independientes adicionales de infantería, artillería y tanques, apoyadas por la aviación y las unidades navales. Ellos creían que tal ataque no podría ser resistido. Fue la primera vez que defendimos nuestras posiciones palmo a palmo, y no llegábamos a 200 hombres cuando ellos iniciaron el ataque. Yo decidí mover fuerzas de otros frentes. Indiqué a Camilo, que estaba operando en los llanos, trasladarse a nuestro frente; envié similares instrucciones a Almeida para apoyarnos con parte de sus fuerzas, que ya habían abierto otro frente en la zona oriental de Ia Sierra Maestra, cerca de Santiago. Las únicas fuerzas a las que no solicité refuerzos fueron a las de Raúl, pues estaban demasiado lejos. Se combatió durante rnás de 70 días consecutivos.
Terminó aquella última ofensiva, y nosotros, ya con
900 hombres armados, invadimos casí todo el país.
Ahí reorganizamos las columnas. Primero creamos dos
columnas fuertes, la del Che, con 141 hombres, y la
de Camilo con 90. Invadimos la mitad de la isla. Una
iba a ir hasta Pinar del Río pero la paramos en
Santa Clara.
¿Por
qué?
¿Por
qué paramos y no enviarnos a Camilo hasta Pinar del
Río? Sencillamente porque comprendimos en los hechos
que teníamos en la cabeza la historia de la invasión
en la Guerra de Independencia de 1895, y pesaba
mucho esa influencia histórica. Pero cuando Camilo
Ilegó al centro no tenía sentido estratégico llevar
Ia invasión hasta allá. Por otro lado, determinadas
circunstancias de la situación en Las Villas hacían
recomendable que Camilo reforzara la acción militar
y de política unitaria que debía llevar a cabo el
Che en ese territorio. Nos dimos cuenta de que
vivíamos otra época y eran otras las
circunstancias, bien diferentes, y carecía de
sentido llevar la invasión hasta Pinar del Río. En
un momento dado le indique a Camilo: “Párate en el
centro y únete al Che.”
¿Después
del fracaso de la última ofensiva de Batista, usted
decidió pasar a la contraofensiva?
Las
columnas rebeldes avanzaban en todas direcciones
sobre el territorio nacional sin que nada ni nadie
pudiera detenerlas. En muy poco tiempo, nosotros
teníamos dominadas y cercadas las mejores fuerzas de
Batista. En la provincia de Oriente había no menos
de 17 mil soldados enemigos, sumadas las fuerzas de
operaciones y las guarniciones, que no tenían
escapatoria, no podía ya salir nadie de Oriente,
donde se desarrolló la guerra desde el desembarco
del “Granma”.
Dos
fragatas, de las tres con que contaba el enernigo,
estaban encerradas en la bahía de Santiago de Cuba,
no podían escapar; ocho ametralladoras nuestras, de
las ocupadas al enemigo, dominaban totalmente desde
puntos elevados la estrecha salida de la bahía.
Barrerían la cubierta de los barcos.
Finalizada la guerra, visité las dos fragatas y me
di cuenta de que encallarían bajo el fuego de las
ametralladoras, se quedarían sin puesto de mando y
ningún cañón podría funcionar desde cubierta, porque
las fragatas se fabrican para combatir en el mar a
varios kilómetros de distancia, no para combatir
contra ocho ametralladoras emplazadas en alturas
situadas a solo 300 metros. Los metales y cristales
del mando de aquellas naves eran vulnerables al
calibre de aquelias armas. Estarían indefensas.
En esa ocasión, usted propuso una “salida elegante”
a sus adversarios militares. ¿Cuál era su
proposición?
El
jefe de las fuerzas de operaciones enemigas, general
Eulogio Cantillo, a solicitud suya se reúne conmigo
y otros compañeros el 28 de diciembre de 1958, en un
viejo y demolido central azucarero, el
ingenio “Oriente”, cerca de Palma Soriano. El hombre
no era un esbirro, ni se le consideraba un
sanguinario corrupto, tenía cierto prestigio, se
trataba de un oficial de academia, de los pocos que
Batista dejó en el ejército el 10 de marzo de 1952.
Hasta me había enviado un mensaje cuando Batista
lanzó los 10 mil hombres contra nosotros. Yo le
respondo, porque él me dice que lamentaba lo que
estaba pasando, que éramos gente valiosa y Ie
dolería que el país perdiera personas como nosotros.
Le doy las gracias y le respondo que, si lograba
derrotarnos, no se lamentara de nuestra suerte,
porque si lograban vencer la tenaz resistencia que
iban a encontrar, escribiríamos una página en la
historia que un día admirarían hasta los hijos de
los mismos soldados que venían a combatirnos.
Nuestra respuesta fue altiva, pero caballerosa.
De
vez en cuando intercambiaba con él alguna
comunicación cuando, por ejemplo, teníamos que
liberar cientos de prisioneros enemigos. Muchas
veces intercambiábamos mensajes con jefes de
unidades cercadas o en situación difícil para
persuadirlos de que depusieran las armas; era un
estilo y un método de lucha. Con toda confianza
Cantillo llegó y habló conmigo ese día 28. Viene
solo, en un helicóptero. Fíjese qué nivel de
seguridad. Recuerdo lo que me dijo: reconoce que
había “perdido la guerra”, y me pide una fórmula
para ponerle fin. Le respondo: “Bien: podemos salvar
a muchos oficiales y soldados que no han cometido
crímenes. Le sugiero sublevar la guarnición de
Santiago de Cuba para darle la forma de un
movimiento cívico militar en unión con el Ejército
Rebelde.” Cantillo era jefe, además, de todas las
tropas en la region oriental del país. Estuvo de
acuerdo, aceptó mi proposición y acordamos la fecha.
Le expresé: “Cuando esto ocurra, a las 24 horas
Batista no estará en el poder.”
Sin
embargo, él quería ir a La Habana, alegaba que
tenía
un hermano también alto oficial del Ejército, jefe
del regimiento de Matanzas. Le dije: “¿Para qué va a
viajar a La Habana? ¿Para qué va a correr ese riesgo?”
Conmigo se encontraba en esa reunión un anterior
oficial del ejército, el comandante José Quevedo,
jefe de un batallón que fue cercado y obligado a
rendirse en El Jigüe, después de combatir
fuertemente contra nosotros 10 días, del 11 al 21 de
Julio de 1958. Los prisioneros de ese batallón
fueron entregados de inmediato a la Cruz Roja
Internacional. Posteriormente este militar se unió a
nuestras fuerzas. Tenía prestigio y llegó a ostentar
el grado de general de nuestras fuerzas armadas por
su conducta y sus servicios durante muchos años.
¿Se había unido al Ejército Rebelde?
Él
estuvo cercado y yo lo conocí allí, en El Jigüe,
porque las fuerzas que lo cercaron y combatieron
contra su batallón estaban bajo mi mando directo en
los días de Ia última ofensiva enemiga. Varios
batallones nos rodeaban a nosotros y nosotros
rodeábamos a ese batallón. El cerco nuestro era
estrecho, el cerco de ellos era estratégico.
Rompimos el equilibrio cuando derrotarnos el
batallón de Quevedo. Hicimos muchos prisioneros,
tuvieron muchas bajas, y capturamos gran número de
armas. No anunciarnos de inmediato la victoria para
que el enemigo ignorara el desenlace final.
Lo
informamos 48 horas después, cuando ya habíamos
armado nuevos combatientes y movido nuestras fuerzas
sobre otros batallones, a los cuales estábamos
procediendo a cercar sin perder un minuto.
¿Usted se disponía a atacar Santiago de Cuba?
Eso
ocurrió cinco meses después de la derrota de la
ofensiva enemiga en agosto. Nosotros habíamos
detenido el ataque sobre Santiago a finales de
diciembre, debido al encuentro y el acuerdo con
Cantillo; pensábamos llevar a cabo el ataque con
1.200 hombres aproximadamente. Ellos contaban con
5.000. Sin embargo, nunca habíamos tenido una
correlación de fuerzas tan favorable, e íbamos a
usar las mismas tácticas que en la Sierra Maestra:
cerco y lucha contra refuerzos dentro de la ciudad.
Aquella operación, según mis cálculos, habría durado
cinco días. A través de la bahía habíamos
introducido ya 100 armas para los combatientes de
Santiago, porque el quinto día se produciría la
sublevación de la ciudad. Cuatro batallones cercados,
cuatro batallas contra los refuerzos, y por último
la sublevación.
Seis días como máximo iba a durar aquel combate que
habíamos retardado. Debía iniciarse más o menos
alrededor del 30 de diciembre. Después del encuentro
con Cantillo estábamos esperando el cumplimiento del
acuerdo con aquel jefe rnilitar. Camilo tenía
cercado un batallón enemigo en Yaguajav y el Che iba
ya penetrando en la capital de Las Villas.
¿Usted estaba esperando el acuerdo con el jefe de
las fuerzas enemigas para poner fin a la guerra?
Sí,
y aquel general Cantillo va por fin a La Habana. Yo
le había puesto tres condiciones. Y él se compromete
con ellas. Le dije: “Bueno, vaya si usted ha
decidido ir, pero, primero: no queremos golpe de
Estado en la capital.” Pusimos como primera
condición lo del golpe de Estado en la capital.
Segundo: “No queremos que ayuden a escapar a
Batista.” Tercero: “No queremos contactos con la
Embajada de Estados Unidos.” Esas fueron las tres
condiciones fundamentales, bien precisas. El general
las acepta y parte hacia La Habana.
Pasa el tiempo acordado, y no llegan noticias
relacionadas con él. Había dejado en contacto
conmigo al jefe de la guarnición de Santiago. En
resumen, Cantillo hace las tres cosas opuestas:
primero, cena con Batista Ia noche del 31 de
diciembre de 1958 y lo acompaña hasta el avión en
que saldría del país con un grupo de generales;
segundo, propicia un golpe de Estado en la capital ‘
designa jefe de gobierno al más viejo de todos los
miembros del Tribunal Supremo, un magistrado llamado
Carlos Piedra; y tercero, se había puesto,
desde luego, en contacto con la embajada de Estados
Unidos. ¡Una traición cobarde!
¿Qué hace usted entonces?
¿Qué
hicimos el 1° de enero de 1959? Cinco años,
cinco meses y cinco días después del 26 de julio de
1953 —números exactos—, es el tiempo que pasó
desde el ataque al Moncada. incluidos casi dos años
de prisión, casi dos años en el exterior preparando
el regreso armado, y otros dos años y un mes en la
guerra.
Cuando el día 1° de enero nos enteramos por radio
que Batista había escapado y que se estaba
instrumentando un golpe de Estado en la capital, nos
dirigimos rápidamente hacia donde estaba en ese
momento la emisora de Radio Rebelde, en la ciudad de
Palma Soriano. Dimos instrucciones a nuestras tropas:
“No deben detenerse un minuto, no aceptar alto al
fuego.” A todas las columnas: orden de seguir
avanzando combatiendo. Y a los trabajadores y a todo
el pueblo, un llamado a la huelga general
revolucionaria.
De
forma unánime, los trabajadores decidieron la
hueiga y hasta los de las emisoras de radio y de
televisión pusieron sus piantas en sintonía con
nuestra estación de onda corta, Radio Rebelde, de
solo un kilowatt. Podía así hablar en cadena a
través de toda la radio del país y la incipiente
televisión. Podíamos por esa via dar instrucciones a
todas las fuerzas. Así lo hice con todos nuestros
combatientes y toda la nación.
La
rnayoría de los sindicatos obreros estaban entonces
en manos de un grupo amarillo, batistiano y pro
yanqui; sin embargo. los trabajadores cubanos
pasaron por arriba de todos los aparatos y el apoyo
a la huelga fue unánime.
Me
dirigí en jeep a Santiago, bordeando Ia cordillera
para entrar por el Norte de la ciudad. En el camino,
me encuentro con algunos uniformados que se nos
están uniendo. Como existía un compromiso, entré en
contacto con el jefe de la guarnición de Santiago.
Nos habíamos cruzado algunas cartas y había
algunas dudas, porque no había interpretado bien
algo que ro dije: “Si no se cumple el día 30,
atacaremos y no cesará el fuego hasta que se rinda
la guarnición.” El me escribió expresando una frase:
“Los soldados no se rinden sin combatir, ni entregan
las armas sin honor.” Le respondí que yo no lo había
conminado a rendirse, sino que le advertía que si se
iniciaban los combates no habría alto al fuego hasta
la rendición incondicional de la guarnición.
Él
me contesta: “Confíe en el general” —obviamente se
refería al general Cantillo—, y me ofrece un
helicóptero para dar una vuelta sobre Santiago de
Cuba. Le protesto por el asesinato a dos jóvenes que
se había producido la noche anterior, y Ie expreso
que no necesitaba ningún helicóptero. Se lamenta de
los crímenes. Ahora iba yo de Palma Soriano al
pueblo de El Caney, al Norte de la ciudad, el mismo
cuyo cuartel quise yo tornar después del Moncada el
26 de julio de 1953. Ese mismo día, 1° de enero, en
menos de ocho horas, cumpliendo las órdenes
recibidas por Radio Rebelde, nuestras fuerzas habían
puesto fin a toda la resistencia. Mieritras tanto,
ignorando lo ocurrido por falta de comunicaciones,
estoy reunido con la oficialidad de la guarnición
militar de Santiago y las unidades operativas
radicadas en la ciudad. Y lo hacen con gran
entusiasmo. Me reúno con 300 oficiales
aproximadarnente. ¡Trescientos oficiales de las
tropas que defendían a Santiago de Cuba!
Estoy discutiendo con ellos. Les explico el acuerdo
tomado con el general Eulogio Cantillo, que él no
cumple. Les explico la traición, nos apoyan, y se
ponen del lado nuestro. Al responsable de aquellas
tropas lo designo jefe del resto del ejército.
Raúl dice que cuando yo le comuniqué que había
nombrado al coronel José M. Rego Rubido jefe de la
guarnición y del ejército, él por disciplina acepta,
pero no entendía, y dice: “Él debe saber lo que está
haciendo.” Y estuvo Rego Rubido de jefe del ejército
un tiempo, cumpliéndose la palabra empeñada.
¿Entretanto, Camilo y el Che ya están entrando en La
Habana?
No,
el Che estaba atacando la ciudad de Santa Clara.
Había ocupado ya la estación central de policía; un
tren blindado se introduce, muy protegido, y las
fuerzas del Che retiran fragmentos de la vía que lo
separa de la ciudad; cuando el tren retrocede, se
descarrila, se le ocupan todas las armas y se hace
prisioneros a los soldados que iban en él.
No
había cumplido el general Cantillo, y el mismo día
1° de enero, les comunico a Carnilo y al Che la
instrucción pertinente: “Avancen hacia La Habana.”
Le digo a Camilo: “Dirígete a Columbia”, y al Che:
“Dirígete a La Cabaña.” Ellos estaban todavía
terminando de ocupar sus objetivos. Pero, claro, al
desplomarse la tiranía y en plena vigencia la huelga
general, Che y Camilo necesitaron solo un día
prácticamente para rendir el resto de las fuerzas,
organizarse y salir. Creo que salieron rápidamente
por la noche o al otro día. En ese momento les
comunico: “Avancen a toda velocidad por la Carretera
Central.” El estado moral de aquella gente de
Batista era pésimo. El Che y Camilo organizaron dos
columnas y avanzaron hasta la capital. Tardaron
algunas horas en llegar, pero llegaron a los
objetivos. Nadie les hizo resistencia alguna, no
tuvieron que disparar un tiro, ya nuestra gente en
la ciudad había ocupado casi todo; desmoralización
total del adversario, el país entero paralizado,
sublevadas las ciudades, en todas partes el pueblo
imponiendo su poder.
¿CoIumbia y La Cabaña eran los dos grandes cuarteles
de La Habana?
Sí.
Fíjese, la primera fortaleza de La Habana era
Columbia, para allí va Camilo. En ese punto estaba
el Estado Mayor del ejército. Hacia la otra gran
fortaleza, La Cabaña, se dirige el Che. El momento
es sumamente favorable. Son jefes con dos poderosas
unidades, nada podía contener su avance. Camilo ya
en Columbia se consagra a la reorganización de las
fuerzas, porque había incluso asesores
norteamericanos en Columbia y estaban allí tan
tranquilos.
El Che, ocupada la fortaleza y finalizada la guerra,
comienza de inmediato a organizar las clases para
todos aquellos campesinos, a crear escuelas y a
instruir a su gente. Como primera tarea de jefe
militar, quiere hacer su programa de alfabetización
e instruir a los combatientes.
Camilo encuentra en Columbia a unos oficiales del
antiguo ejército que habían estado presos en Isla de
Pinos —Ia Isla de la Juventud hoy— por conspirar
contra Batista. Salieron de prisión el 2 de enero al
colapsar el régimen. Tenían algún prestigio: un
coronel que había sido jefe del grupo quería
organizar aquel viejo ejército y mantener la moral
de los que estaban allí. Habían llegado a Columbia
antes que Camilo, procedentes de la prisión ubicada
en Isla de Pinos, a pocos minutos de la capital por
vía aérea, y desde el Estado Mayor querían hablar
conmigo en Santiago. Respondo: “Díganle al coronel
Barquín” —era un coronel, líder del grupo de
oficiales presos, que había estudiado en Estados
Unidos— “que en Columbia no hablaré más que con
Camilo, y en La Cabaña con el Che.”
Ellos trataban de arreglar y buscar una salida, pero
no les dimos ni la menor oportunidad.
No
se perdió un minuto, ni un segundo en aquella
situación, contando con el apoyo total del pueblo,
dueño de las calles y del país.
¿Qué fue del general Cantillo?
Cantillo fue arrestado y sancionado a un número de
años de cárcel; después lo pusimos en libertad.
¿Cuándo entra usted en La Habana?
Yo
salgo de Santiago hacia Bayamo el día 2. Las tropas
de operaciones, con sede en Bayamo, que habían
estado combatiendo fuerternente contra nosotros, se
han sumado a los 300 oficiales de El Canev, y se
unen a nosotros tan pronto me reúno con ellos en un
estadio de Bayamo. En realidad me recibieron con
increíble entusiasmo, algo difícil de explicar. Yo
avanzaba con mil soldados rebeldes hacia La Habana,
donde la situación en relación con el viejo ejército
estaba por definir. Yo trato de mantener
ulteriormente en nuestro ejército a esos 2 mil
hombres, algo sumamente difícil.
Invité a esos 2 mil soldados con sus armas —tenían
los tanques Sherman que nosotros no sabíamos manejar,
artillería, etcetera— y, como aquello estaba por
definir todavía en Ia capital, mientras arribaban el
Che y Camilo, tome aquella decision. Vengo para La
Habana con mil combatientes rebeldes y 2 mil
soldados de las mejores tropas de operaciones del
viejo ejército. Los que habían sostenido
encarnizados combates con nosotros hasta pocos días
antes, en Guisa, Baire, Jiguaní, Maffo, y con
anterioridad en la Sierra Maestra durante la última
ofensiva, que habían perdido tal vez la mitad de sus
efectivos en aquellos combates, en los que siempre
curamos a sus heridos y liberamos a los prisioneros,
ahora estaban dispuestos a combatir junto a nosotros.
Vienen conmigo, manejan los tanques y otros
armamentos pesados, ninguna gente nuestra sabía
hacerlo entonces, y estaban felices. Bueno,
eran testigos de un baño de multitudes, un mar de
pueblo.
Tardé ocho días en llegar a La Habana, porque en
cada una de las capitales de provincia tenía que
detenerme y participar en un acto multitudinario y
febril. Sólo en tanque se podía pasar, no se podía
viajar en otro vehículo sin ser aplastado. No hubo
resistencia en la capital, único punto de riesgo en
las primeras 72 horas. La huelga siguió, Ia gente
estaba entusiasmada con ella cuando ya no hacía
falta alguna; pero ya después, en realidad. todo el
mundo estaba de fiesta.
Llegué el día 8 de enero de 1959 a la capital,
después de los actos durante todo el ineludible
recorrido. Fui a Cienfuegos, donde había estado
preso en mis años de estudiante rebelde y donde se
produjo la heroica rebelión de los marinos junto a
los revolucionarios. El Che y Carnilo esperaban
desde sus sólidas posiciones. En La Habana, el
Movimiento 26 de Julio había tomado desde el primer
día todas las estaciones de policía.
¿Desde el Primero de Enero?
Sí,
la misma gente nuestra; aun antes de que llegaran
Camilo y el Che, ya habían tomado todas las
estaciones de policía, la gente de Acción y Sabotaje
del Movimiento 26 de Julio. Hubo muchos que murieron
en la lucha, eran rnuy valientes; pero no tenían,
digamos, aquella veteranía de las montañas. Muchos
combatientes del llano preferían los mortíferos
riesgos de la ciudad a los sacrificios de subir y
bajar montañas. Muchos, que eran excelentes
combatientes en las ciudades, eran péesimos
guerrilleros, porque en la guerrilla lo duro era
subir y bajar aquellas montañas, soportar grandes
esfuerzos físicos y duros sacrificios. Así era la
guerrilla y así eran los hombres.
Así se termina la guerra.
Nuestro ejército creció muy rápido al final, porque
en el mes de diciembre de 1958 sólo tenía, según mis
cálculos, 3 mil hombres con armas de guerra. Y
cuando se ocuparon todas las armas, el 1° de enero
de 1959, nuestro ejército se elevó, en unas cuantas
semanas, a 40 mil hombres. La guerra la ganaron, en
menos de dos años, 3 mil combatientes. No se puede
perder la noción del tiempo.
(Tomado del libro
"Cien Horas con Fidel, conversaciones con Ignacio
Ramonet", editado por Oficina de
Publicaciones del Consejo de Estado, Tercera edición, La Habana,
2006, páginas 207-232)
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