LA FORJA DE UN REBELDE
PRIMERAS REBELDÍAS – EL AMBIENTE POLÍTICO – LAS DICTADURAS
DE MACHADO Y DE BATISTA – LA HABANA –
EL COLEGIO DE BELÉN
Sus años de formación intelectual coinciden, pues,
con
dos períodos trágicos: la primera dictadura de
Fulgencio Batista y la Segunda Guerra Mundial.
Todo eso influyó sin duda en mi formación, pero
sobre todo influyó mucho en el devenir y el
desarrollo de las fuerzas políticas y
revolucionarias. Porque también, a finales de los
años 1930, habían surgido los famosos frentes
populares.
En esto estaba la mano de Stalin y sus métodos.
Ordenó, desde Moscú, que se establecieran alianzas
nacionales contra el fascismo. Y luego, después del
pacto Molotov-Ribbentrop, las contradicciones
surgidas por el acuerdo entre la Unión Soviética y
la Alemania nazi y otras acciones que fueron
políticamente muy costosas para los partidos
comunistas de América Latina. Esto fue precedido por
una política de purgas y toda clase de abusos de
poder en la URSS. Las fuerzas armadas soviéticas
fueron descabezadas, y desde mi punto de vista se
cometieron grandes errores estratégicos, tanto en el
terreno político como militar.
A Stalin, pese a sus grandes abusos y errores, hay
que atribuirle el desarrollo acelerado de la
industria, sobre todo con vistas a la defensa, y el
traslado de las fábricas de armas hacia el Este,
iniciado desde antes de 1941, porque se conocían
bien los planes de Hitler de buscar espacio vital en
la Unión Soviética, con no poco agrado de Occidente.
El traslado del grueso de esa industria, ya en plena
guerra y en medio de un invierno riguroso,
constituyó una colosal proeza. Con ese esfuerzo y la
heroica defensa en la que más de 20 millones de
obreros y campesinos entregaron sus vidas luchando
contra el fascismo, la URSS prestó un invalorable
servicio a la humanidad.
Yo no habría sido opuesto a una Internacional,
porque siempre fui partidario de la disciplina y la
cooperación revolucionaria; pero el Komintern no era
una Internacional, aquella era una institución de
comunistas muy leales, muy sacrificados, los cuales
sufrieron consecuencias muy duras derivadas de los
métodos stalinianos. El costo del Pacto
Molotov-Ribbentrop: la invasión del Polonia el
primero de septiembre de 1939; la penetración de las
tropas soviéticas hasta Brest-Litovsk en medio de la
invasión nazi; la "guerrita" contra Finlandia,
dirigida entonces por el mariscal Mannerheim,1
aunque fascista y aliado de los nazis, fueron
grandes errores políticos y militares.
Tengo datos de lo que costó a la URSS aquella guerra.
Todo eso lo pagó el movimiento comunista
internacional a un precio muy alto. Y aquí,
en Cuba, también, porque aquí se constituyó
igualmente un frente popular. El Partido Comunista
de Cuba fue obligado a ser aliado de un gobierno
sangriento, represivo y corrupto como el de
Batista.
¿Los comunistas se aliaron a Batista?
Sí. E incluso más tarde, en la atmósfera de unión
nacional favorecida por la guerra mundial y el
antifascismo, llegaron a tener ministros en el
gobierno de Batista.
¿Ministros comunistas cubanos?
Sí. Dos.
Me imagino que a pesar de eso habría una gran
agitación social en Cuba.
Bueno, como consecuencia de la Gran Depresión y como
parte de la lucha popular contra la tiranía
machadista, había habido en 1933 una gran
huelga obrera —participaron en ella los comunistas y
todos los revolucionarios—, reprimida a sangre y
fuego, de una manera brutal.
Después vino la huelga de marzo de 1935, un intento
de derrocar al gobierno que fue también reprimido a
sangre y fuego por los militares, que sembraron el
terror en La Habana y en todo el país. Ya Batista
era el jefe, el dictador militar que gobierna y
tiene la adhesión total del ejército. A él le debían
todo los oficiales, constituidos por los sargentos
ascendidos. Era una mafia, se pudiera decir, bajo su
jefatura total. Después, el 10 de marzo de 1952, él
puede dar el golpe de Estado por segunda vez porque
sus oficiales habían sido formados por él y les
concedía innumerables privilegios.
En fin, esa época del "machadato", en que todo se
origina, fue una época difícil y compleja. Era
cuando no les pagaban salario ni a los maestros,
había pobreza y hambre.
¿Hasta entre los maestros?
Sí. En casa de la maestra, en donde yo vivía, el
único ingreso a veces era cero. Pero ellas, mi
maestra y su hermana, inventaron. Yo no puedo estar
culpándolas, ¡de aquella sociedad qué se podía
esperar! Tuve que pagar el precio de ser hijo del
terrateniente. Porque me llevaron para Santiago, y
entonces mis padres pagaban 40 dólares al mes por mí,
y otros 40 por mi hermana Angelita. Un dólar, en
aquella época, no se sabe cuánto era, un billete de
50 dólares de ahora por lo menos.
Entonces el peso y el dólar estaban a la par, como
hoy en Panamá. Había la famosa paridad. No había ni
reserva. La reserva en Cuba se viene a crear en los
años 1950, cuando se crea un Banco Nacional y en el
banco había una reserva de 500 millones de dólares,
que Batista se la llevó toda en 1959. El peso
mantenía su paridad con el dólar, que a su vez se
devaluó con la Segunda Guerra Mundial, cuando yo
estoy en la escuela interno. Entonces circuló mucho
dinero y el peso se fue devaluando. Sí, recuerdo que
se compraba mucho menos con un peso, pero circulaba
lo mismo el dólar que el peso con el mismo valor.
¿En qué consistía su educación en casa de la
maestra?
A mí no me enseñaban nada, no me daban ninguna clase.
No me enviaban a ninguna escuela. A mí me tenían ahí
no sé de qué. No había ni radio en aquella casa. Yo
lo único que oía era el piano: do, re, mi, fa, sol,
la, si, pa, pa, pa. ¿Se imagina, un par de horas
todos los días oyendo el piano ése? Por lo cual debí
haber sido músico.
Luego, la hermana de la maestra, la pianista, era la
que me daba clases. Vaya, empiezo esa historia y no
se la hago completa ahora. Después si quiere le
cuento. Y le digo cómo aprendí a sumar, multiplicar,
restar y dividir yo solo, en el forro de una libreta
de escribir, de ésas de escuela, que tienen una
carátula roja, y tienen en la tapa de atrás las
tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir. Me
ponía ahí solo a estudiar y aprenderlas de memoria y
nada más. Porque ni eso me enseñaron. Las clases
consistían en ponerme yo solo a estudiar las tablas
del forro de una libreta. El hecho es que pasé allí
más de dos años perdiendo el tiempo.
¿Tan pequeño, sentiría nostalgia de su familia?
Sencillamente, me enviaron para un lugar donde no
aprendía gran cosa y donde pasé hambre. Y pasé todo
tipo de calamidades, sin saber que era hambre,
porque yo creía que era apetito.
¿Increíble?
Pasaron cosas serias. Ahí fue mi primera
rebeldía, muy temprano, puede ser a los 8 años.
Estaba ya externo, porque tuvo dos etapas eso...
Con esa experiencia, ¿no le perdió usted el cariño
a sus padres?
No, yo tenía cariño, por lo menos respeto por los
dos, por mi padre y mi madre. Más cariño con la
madre, es lógico, están más cerca de uno.
¿A pesar de que lo habían metido a usted interno
allí en Santiago?
¿Interno? No, todavía no. ¡Yo lo que estaba era
desterrado, pasando hambre, confundiendo el hambre
con el apetito.
¿A quién culpaba usted de eso?
Yo no les podía echar ninguna culpa a mis padres, ni
a nadie. Yo, realmente, en los primeros tiempos, no
sabía qué demonios estaba pasando. Yo estaba feliz
en Birán y de repente me envían para un lugar en
donde estoy distante de la familia, de la casa, del
campo que tanto me gustaba. Y sometido a un
tratamiento injusto de personas que no eran
familiares míos.
¿Tenía usted algún amiguito para jugar?
Sí, por suerte, Gabrielito se llamaba el muchacho,
Gabrielito Palau, los padres tenían algún comercio,
estaban mejor de posición económica y tenían una
mejor casa cerca también de la plazoleta. Allí, y en
las calles de al lado, jugaba con él y con otros. Él
estuvo mucho tiempo, hasta después del triunfo de la
Revolución, trabajando en la televisión. Y sigue
trabajando todavía, creo, en la televisión. Hace
tiempo que no tengo noticias de él.
Por lo demás, allí pasé mucho trabajo. Y pronto me
cansé de aquella vida, de aquella casa, de aquella
familia, y de aquellas normas.
¿Qué normas?
Aquella gente tenía una educación francesa. Sabían
hablar francés perfectamente, y tenían una esmerada
educación formal. Y todas esas normas, todos esos
modales, me los enseñaron desde muy temprano. Había
que hablar con mucha educación, no se podía levantar
la voz, no se podía pronunciar una sola palabra
indebida. De vez en cuando también daban unos azotes
como represión. Y si no me portaba bien, amenazaban
con mandarme interno.
¿Era usted un niño maltratado, en suma?
Bueno, aquello era terrible. En la primera etapa, si
hasta los zapatos que yo tenía me los tuve que coser...
La bronca que me busqué un día por haber roto una
aguja... Mis zapatos se rompieron y yo encontré una
aguja, de esas de costura, y los cosí, eran de esos
que se abren así, por las tapitas con las que se
abrochan por arriba, por la punta, cosidos con aguja
de zapatero. Me busqué un problema por romper una
aguja, porque las agujas de coser tela no resolvían,
y yo tenía que coserme los zapatos...
Claro, no quiero exagerar, yo no estaba como en los
campos de concentración. Y hay circunstancias
atenuantes: la familia de la maestra
era pobre. Vivían únicamente del salario de ella. Y
el gobierno, ya le dije, como a los demás
maestros en aquella época, muchas veces no les
pagaba el sueldo. A veces tenían que esperar tres
meses o más para cobrar. En esas circunstancias, los
recursos que tenían para alimentarse eran pocos.
Allí pasé hambre. En Birán siempre lo estaban
obligando a uno a comer, y allí en Santiago me
gustaba muchísimo la comida. De repente descubrí que
el arroz era muy sabroso y de vez en cuando
ponían un pedazo de boniato con arroz y algún
picadillo; pan no recuerdo que diesen; pero el
problema es que la misma cantina chiquita, que era
para seis o para siete, era para el almuerzo y la
comida, la misma que llegaba al mediodía.
Se recibía una cantinita pequeña, al mediodía, para
siete! personas; cocinaban en la casa de una prima,
que le llamaban Cosita. Era una señora muy gorda, no
sé por qué le llamaban Cosita, parece que era la que
se comía la comida. En su casa cocinaban, y un
primo, que se llamaba Marcial, traía la cantinita,
con un poco de arroz, de frijoles, de boniato,
plátanos, y eso se dividía, porque yo me acuerdo que
recogía con la esquinita del tenedor hasta el último
granito de arroz. Y estaba barato el arroz.
¿Si aquello era tan desagradable, cómo es que su
hermano mayor, Ramón, vino también a aquella casa?
Porque Ramón llega un día a Santiago, no me acuerdo
para qué, y traía una bolsita de ésas de
cuero donde se guardan las monedas y allí tenía unas
cuantas pesetas, unos reales, unas monedas de cinco
centavos y hasta de un centavo. Entonces un durofrío
valía un centavo; un dulce de coco con azúcar negra
un centavo. Yo envidiaba a los demás muchachos —los
muchachos son bastantes egoístas—, porque los
vecinitos, aunque eran pobres, tenían un centavo,
dos o tres. Pero como los que me educaban, nos
educaban a la francesa... Me cayó encima la
educación francesa que la maestra y su hermana
habían adquirido y te explicaban que pedir era muy
mala educación. Los muchachos sabían que yo tenía
esa regla y cuando cualquiera de ellos se empataba
con un durofrío o con un turrón de coco, si yo les
pedía algo, iban y me delataban ante la maestra.
Recuerdo que un día le pedí un centavo a la hermana
de la maestra, que era una persona muy buena, pero
muy pobre. No me olvida cuando me niega el centavo y
dice: "Ya te he prestado 2 centavos", y no me dio
más centavos.
Cuando Ramón llega de visita meses después, con
aquel pita) en su bolsita, llena de monedas, yo creo
que es una enorme fortuna y lo embullo para que se
quede. Con lo cual, en realidad, mentó la pobreza,
porque ahora había uno más a comer con la misma
cantina.
Más tarde adquiero conciencia. Fue, más o menos, un
año despues, porque un día mis padres descubren
aquello.
¿Sus padres no se daban cuenta de lo que ustedes
estaban pasando?
Un
día llega mi padre, acababa yo de pasar el sarampión
o algo parecido; estaba peludo, porque ni nos
cortaban el pelo; flaco, como es de suponer, y mi
padre no se dio cuenta de nada! Le habían explicado
que se debía a la enfermedad recién pasada.
Otro día llega mi madre —y a la maestra, su hermana
y su adre se habían mudado, porque habían mejorado,
ya éramos "es los pupilos, y cobraban cada mes 120
pesos— y allí nos escubre flacos y hambrientos. Ese
día nos sacó, nos llevó a la mejor cafetería,
creo que todo el helado que había allí nos lo
comimos nosotros. Se llamaba La Nuviola la
cafeteria. Era época e mango, compró un saco de
mangos toledo, unos chiquitos, y aquello no duró
nada, ni el helado, nos lo comimos todo. Y nos
llevaron para la casa, para Birán.
Recientemente, conversando con mi hermana mayor,
Angelita, todavía la criticaba. ¿Por qué ella, que
sabía leer y escribir, no denunció lo que yo no
entendía? Yo, que venía de los potreros de Birán.
Birán era como un paraíso de abundancia, y había que
pelearle a alguien para que comiera; "Cómete el
cocido este y otro". Comiendo chucherías todo el día,
en la mesa había que obligarnos a comer. Mi hermana
tenía que haber denunciado yo le reprochaba. Ella me
dijo así, no hace mucho: "Bueno, es que
realmente no me dejaban sacar las cartas, me
las interceptaban."
Es que ya, con tres alumnos a 40 pesos, aquello
debía ser un negocio rentable.
Sí, en aquel tiempo —no me acuerdo cuándo— ellos
mejoran bastante, éramos tres de Birán, 40, más 40,
más 40: 120. Eso era como mil dólares de hoy en un
país subdesarrollado. Más el cónsul de Haití, que se
casa con la profesora de piano... Entonces hubo! una
franca mejoría.
La maestra, desde luego, reunió dinero y hasta fue
en una excursión a Estados Unidos, a las cataratas
del Niágara. Traja unas banderitas de recuerdo. Qué
desgracia, no se sabe el tiempo que pasé oyendo
hablar de las cataratas del Niágara. Odio debiera
tenerles, porque era repetir y repetir los mismos
comentarios sobre la catarata, lo contrario de la
poesía, la "Oda al Niágara" de Heredia [1]Yo estaba
hasta aquí de cataratas del Niágara cuando regresó
la señora, que ya había comprado muebles, y todo, y
lo pagamos nosotros con el hambre.
Hasta ahí le cuento con toda claridad y franqueza. Y
ya tenemos una sublevación.
¿Se sublevaron contra la maestra?
Al regresar a Birán, es entonces cuando yo tomo
conciencia del crimen, porque todo el mundo se dio
cuenta de que los tres habíamos pasado hambre, y
nosotros regresamos allá convertidos en unos
enemigos jurados de la maestra, que almorzaba en
nuestra casa de Birán y escogía las mejores piezas...
El período en que mi madre nos lleva de regreso a
Birán era de clase, la maestra estaba allí
impartiendo sus cursos. Y contra ella organizamos
nosotros la primera acción.
¿Rebelión?
No, no era rebelión. La primera venganza, pudiera
decirse; o, para llamarlo de otro modo, revancha, y
fue con tirapiedras, porque el tejado de la escuela
aquella era de zinc. Había una panadería cerca, toda
la leña ahí para el horno la tomamos como parapeto.
Hemos organizado un bombardeo que duró como media
hora... Las piedras cayendo sobre el zinc, eso era
tremendo... Y la maestra que vivía allí... Bueno,
maldades; pero ahí ya tenían una intención.
Lo que estábamos lejos de imaginarnos es que más
adelante nuestros padres harían las paces con la
maestra y nos enviarían otra vez para su casa en
Santiago.
¿No me diga?
Sí, pero ya no fue para el hambre, ya había habido
gran escándalo. Sin embargo, yo perdía mi tiempo. Ya
allí yo estoy perdiendo casi un año, porque, le dije,
yo estudiaba las tablas de multiplicar, era todos
los días. No me mandaban ni para la escuela.
Ya había sido el tránsito de la caída de Machado, la
acción de Batista y la gran huelga aquella de marzo
de 1935. Frente estaba el instituto de segunda
enseñanza, donde daban el bachillerato, ocupado por
el ejército, que tenía cerrados los institutos. Le
conté que allí vi culatazos y veinte cosas. Después
los compañeros del 26 de julio [2] lo atacaron, el 30 de
noviembre de 1956, cuando nosotros desembarcamos
procedentes de México.
¿Ese mismo instituto?
Sí, el mismo edificio, pero ya no era un centro de
enseñanza, porque hicieron un cuartel o no sé qué,
cuando Batista regresó al
poder. Era un cuartel de la Policía lo que había
allí. En mi tiempo He estudiante era
instituto de segunda enseñanza; pero después
se convirtió en cuartel del Ejército o de la Policía,
estaba premiado.
Los militares andaban por allí, los soldados tenían
tomado el instituto. Sé que el 30 de noviembre de
1956, los del Movimiento 26 de Julio,3 dirigido allí
en Oriente por Frank País,[3] lo atacaron.
Querían que coincidiera con nuestro desembarco,
calcularon los días v el 30 de noviembre lo asaltan.
Pero resultó ser dos días antes del desembarco. Nos
retrasamos 48 horas por culpa del mar, el barco, y
ellos atacaron el 30, fecha supuesta, según los
cálculos, que llegaría el "Granma". Yo no deseaba
que fuera simultáneo, quería desembarcar primero.
¿Qué otros recuerdos tiene usted de aquellos años?
Bueno, en aquella época nace un romance entre la
hermana a maestra, la profesora de piano, y el
cónsul de Haití. Ellas eran personas agradables,
mestizos, que hablaban perfecto francés. Y así entra
en aquella casa un personaje nuevo, el cónsul de
Haití, Luis Hibert se llamaba. Hubo un cambio de
statu quoj se mudan para una casita mejor, que
estaba al lado, pero ya ésta no se mojaba, tenía más
espacio. Entonces allí ya el hambre disminuyó
también, porque habían aumentado los ingresos, como
le dije. Ya a lo mejor empezaron a cobrar sus
sueldos, se casa la hermana con el Cónsul de Haití,
que ganaba un salario, era u| poco mejor la comida,
aunque, bueno...
Ellos son los que me bautizan, porque a mí me
llamaba "judío", y así les llamaban a los que no
estaban bautizados] Aunque pienso, claro, que el
calificativo de "judío" tenía que va con prejuicios
religiosos, antisemitas. Me llamaban "judío" y yo no
sabía por qué. Me decían "el judío". Para que usted
vea los prejuicios también históricos.
¿Usted no estaba bautizado?
No, me bautizan a los ocho años. Y es que mientras
esperaba que el señor millonario que iba a ser mi
padrino, amigo de mi padre, el cura y yo
coincidiéramos juntos un día para que mé
bautizasen, pasaban los años. Mis hermanos eran "ahíjados"
como le dicen, de una tía u otra; pero a mí a esa
edad, como a los ocho años, es cuando me vienen a
bautizar. Da la casualidad que estaban esperando por
el millonario que iba a ser mi padrino y que se
llamaba Fidel Pino Santos. El origen de mi nombre es
ésa así que no puedo sentirme orgulloso. Yo nací el
13 de agosto día de San Fidel es el 24 de abril, era
San Fidel de Sigmaringen, he tratado de averiguar
quién era después.[4]
Y el 13 de agosto es San Hipóla Casiano... Pero a mí
me pusieron Fidel por el que iba a ser mi padrino,
rico, muy rico, que iba de vez en cuando a la casa,
a Birán, en el campo.
¿Entonces su verdadero padrino es el cónsul de
Haití?
Sí. Ese cónsul de Haití se casa con la hermana de mi
maestra; la profesora de piano. Y los dos son mis
padrinos de bautizo] Recuerdo que junto con mi
padrino, ese cónsul de Haití, fui un día a visitar
un barco de pasajeros muy grande, el "La Salle", de
dos chimeneas, un transatlántico, que estaba lleno
de haitianos porque los expulsaban por millares.
¿Los expulsaban de Cuba?
Sí. En los años de la riqueza azucarera habían
venido por decenas de miles, a cultivar la caña y a
hacer la zafra. Trabajaban en los cañaverales casi
como esclavos, con mucho sacrificio, con salarios
muy pobres. Yo creo que los esclavos, en el siglo
xix, tenían mejores condiciones de vida que aquellos
haitianos. Los esclavos vivían en barracones, en las
áreas más pobres, a pesar de que en nuestras guerras
de independencia —1868 y 1895— el 80 por ciento de
los combatientes eran negros.
Muchos antiguos esclavos, cuando se acabó la
esclavitud, estaban peor; antes eran propiedad de un
capitalista que los cuidaba como se cuida a
los animales. El capitalista cuida la salud del
animal y alimenta al animal, pero no cuidaba de la
salud ni alimentaba al obrero supuestamente libre,
al antiguo esclavo. Eran los más pobres.
Entonces, cuando la llamada revolución de 1933, que
efectivamente constituyó un movimiento de lucha
contra los abusos, se pidió la nacionalización del
trabajo, que se diera preferencia a los cubanos en
el empleo. Después de la caída de la Bolsa de Nueva
York, aquel famoso Jueves Negro de 1929, más de un
millón de personas quedaron desempleadas en Cuba. Y
aquella ley de nacionalización se hizo para que los
españoles no trajeran a los sobrinos, y les diesen
empleo a los parientes, cuando i había mucha gente
sin empleo y pasando hambre en Cuba.
Pero esa ley dio lugar a medidas crueles y se
utilizó principalmente para expulsar a miles y miles
de haitianos que habían
venido hacía más de 30 años, cuando surgieron las
grandes plantaciones cañeras en la región oriental.
Creció la población, sobraban haitianos, y los
embarcaron de una manera cruel, despiadadamente,
para Haití, en aquel barco repleto. Algo I
verdaderamente inhumano... A mí me llevaron a ver
aquello.
¿Cuántos años pasó usted en la casa de la maestra?
Tres Reyes Magos pasé allí. Yo debí haber sido
músico, porque la madrina era pianista y estaba todo
el día tocando, y los tres Reyés me regalaron cada
vez una cornetica. La primera era de cartón, con la
boca de metal; la segunda, mitad de cartón y la otra
mitad de aluminio; y la tercera, toda de aluminio
con tres teclitas... Tres Reyes, no quiere decir
tres años, pero si me mandaron en septiembre, el
primer Rey fue en enero, y me toca un segundo y un
tercero, que creo fue el último.
Yo les escribía a los Reyes Magos unas cartas
larguísimas, ponía hierba, vasos de agua para los
camellos, y pedía todo lo que a un muchacho se le
imaginaba: un tren, hasta una máquina de cine... Y
lo que me regalaban siempre era una cornetica y nada
más.
En la nueva casa había una enredadera con unas hojas
que daban un poco de sombra, en la cual yo allí,
sentado en una silla sobre un piso de losetas rojas,
estudiaba y me aprendía las tablas] Bueno, yo mismo
me autodaba clases. Perdí todo el tiempo, hasta que
me pusieron como alumno externo en el colegio La
Salle.
En esa nueva casa me pusieron a dormir en un pasillo
que daba a la calle, en un catre, sin más nada, un
catre de esos que son como de mimbre. En una época
en que allí en Santiago poníais bombas todos los
días — recuerdo una noche en que explotaron más de
30 bombas; a cada rato ¡prum!— yo tenía la impresión
de que en cualquier momento explotaba una bomba allí,
en aquel callejón, pegado al pasillo. Había que
dormirse con el ruido de las bombas. Yo no sabía de
bombas, sabía de los ruidos aquellos, y que alguna
iba a explotar por allí. En aquel pasillo vivía yo;
y no sabía por qué había bombas, ni por qué las
ponían, pero sé que las sentía, ¡bam!, a cada rato
un tremendo estallido.
¿Quién ponía esas bombas?
Los revolucionarios antimachadistas o
antibatistianos, me imagino.
¿Contra Machado?
Sí, contra Machado, y después contra Batista; porque
el golpe de Estado de Batista es el 4 de septiembre
de 1933. Esas bombas tienen que haber correspondido
a los meses finales de la lucha contra Machado, que
inmediatamente después vienen unos tres meses de un
gobierno que se llamó revolucionario.
La "sublevación de los sargentos", como le dije, fue
una! acción más bien revolucionaria; pero antes los
civiles habían estado luchando hasta el mes de
agosto de 1933, contra el gobierno de Machado, que
se había reelegido para un segundo mandato en medio
de una gran crisis. Fue la época de la gran crisis
que estalló en 1929, y ya le conté que había mucha
hambre en el país. Contra Machado se luchó, pero
después viene una especie de tregua cuando cae
Machado. En septiembre, Fulgencio Batista, que era
sargento taquígrafo del ejército, da un golpe,
organizado por otro, pero del cual se hace jefe,
toma el mando; pero los sargentos se unen con
estudiantes y otras fuerzas revolucionarias.
En esa época vuelven los combates con los "abecedarios",
la gente del grupo fascistoide del ABC. Alo mejor
los "abecedarios" ponían bombas en ese período del
último trimestre, de octubre, noviembre y diciembre
de 1933, no sé si a finales de diciembre o
principios de enero cambia, y entonces viene después
la lucha contra Batista.
Yo no le puedo decir quién puso hasta 30 bombas en
una noche, porque los recuerdos están un poco
nebulosos. Cuando vino, en 1933, aquella famosa ley
de nacionalización y la expulsión de los haitianos
ya yo estaba en la segunda casa de la maestra. De
eso estoy absolutamente seguro, de lo cual deduzco
que debo haber ido para Santiago a finales de 1932
más o menos. Las fechas exactas no puedo asegurarlas,
sólo puedo deducirlas de todas las impresiones que
recuerdo y los hechos ocurridos en Cuba.
¿Usted tendría entre 6 y 7 años?
No, seis. Con seguridad seis, no tenía más de seis,
porque yo estuve menos de un año en la primera
casita de la maestra.
Estoy acordándome ahora, porque después de esos
meses en aquella casa, es cuando voy para la otra y
todavía estaban poniendo bombas intensamente. Eso
tiene que haber sido a finales de 1933. Machado cae
en agosto de 1933, y después viene el movimiento de
Batista, una unión, una cierta paz que dura
alrededor de tres meses, un gobierno revolucionario
que es derrotado, y había grupos —el ABC— de
tendencias fascistoides, que después fueron aliados
de Batista, Así que yo me pregunto quién ponía
bombas en aquel período.
De 1932.
No, en 1932 sabemos quiénes las ponían. La pregunta
es: ¿quién las ponía después? Lo más probable es que
fueran esa vez los enemigos de la revolución. A
fines de 1933 hubo una sublevación de aquella gente
del ABC, que se habían vuelto contra el gobierno
revolucionario de los tres meses, quizás los únicos
que tenían la fuerza suficiente para poner tan alto
número de bombas.
En Santiago no había universidad; los estudiantes no
tenían la organización ni los recursos para colocar
hasta 30 bombas que yo recuerdo, quizás fueran menos,
pero a mí me parecían muchas. Por eso estoy
deduciendo que las bombas que yo escuché, que fueron
después y no antes de agosto, pueden ser a fines de
1933. Ya eso ocurre cuando tengo que escenificar la
primera rebelión en Santiago, y la hago allí. Ya me
habían enviado externo al colegio La Salle, al que
iba y venía. Estoy en primer grado externo con
aquella agonía.
¿Usted iba a pie y venía solo?
Sí, iba y venía, y almorzaba en la casa. El almuerzo
había mejorado, porque ya en esa época tenían la
costumbre francesa de comer vegetales, había
vegetales y algunas otras cosas, ya no era la
cantinita. La comida era barata, y por la vía de mi
casa llegaban, como dije, cada mes 120 dólares. Que
en aquel tiempo) ya sabes que eran como varios miles
de dólares de hoy.
Tenía que ir y venir a almorzar e ir otra vez por la
tarde a la escuela. Estaba hastiado ya de todo
aquello. Yo estudiaba por mi cuenta. Ya había pasado
un tercer Día de Reyes. Sería en febrero, habría que
buscar si hay papeles por ahí. El hecho es que me
amenazaban con ponerme interno. Y eso era lo que yo
quería.
Para escaparse de aquella casa.
Yo ya tengo una conciencia formada de lo anterior, y
estoy aburrido de la norma francesa. Un día acabé
con todas las costumbres francesas, con todos los
modales. Allí me obligaban a¡ comer vegetales a la
fuerza: remolacha, zanahoria, chayóte. Hubo algunos
que los rechacé hasta muchos años después. Eran
costumbres francesas y disciplina. Un día me sublevo
contra todas) las normas francesas: "No hago esto,
no me da la gana". "No hago lo otro, no me da la
gana"... Mi rebeldía no era realmente contra los
modelos franceses, era contra los abusos de que
había sido víctima.
Usted se sublevó.
No quedó más remedio, fue instintivo. Fue la primera
sublevación... Y ocurrió lo que deseaba. Me metieron
de cabeza interno en la escuela de La Salle en
primer grado, ya en el segundo semestre del primer
grado. Entonces fui feliz, porque ahí yo estaba con
todos los demás muchachos, jugaba, iba los jueves y
los domingos a un lugar en el mar y a todos aquellos
lugares de las venturas. Esa fue la primera
rebelión.
¿Guarda usted algún rencor contra aquella familia?
Realmente no los culpo. Ellos vivían en esa sociedad,
yo no puedo decir que eran unos perversos. Aquella
sociedad era una sociedad de muchas dificultades,
muchas desigualdades, mucho sacrificio para la gente,
desarrollaba un gran egoísmo, convertía a las
personas en gente interesada, que trataba de sacar
un beneficio le cualquier cosa. No producía en la
gente sentimientos de bondad de generosidad. Ellos
tenían que vivir y descubrieron que había una forma
de explotación, al fin y al cabo estaban explotando
al lijo del rico. Ellos no tenían nada. Fui víctima
de explotación, por 1 ingreso que significaba para
aquella familia pobre la pensión que pagaban mis
padres por tenernos allí. Yo sufrí las
consecuencias.
Cuando leyó después a Dickens, Oliver Twist o
David Copperfield, por ejemplo, ¿sentiría
usted una impresión de haber vivido aquello?
No se vaya a creer, que algunos de esos libros los
leí ya [después de graduado, porque en las escuelas
aquéllas no enseñaban nada. Un libro de Shakespeare
te lo mencionaban penas. Todos los libros eran
españoles. Ni literatura francesa, ni inglesa, ni
norteamericana. Al famoso Tío Tom,[5] lo vine a
leer ya asi cuando salí de la escuela. Nosotros,
privilegiados, y estudiando en escuelas de lujo, de
clase alta, sin embargo teníamos grandes algunas en
el arte, la pintura, la música. Lo más que hicieron,
orno en tercer grado, fue ponerme en un coro y de
allí me expulsaron cuando descubrieron —no sé cómo—
que yo desentonaba bastante. ¿Se da cuenta? De arte
nada.
Acuérdese de que casi todos esos profesores eran
españoles, eran nacionalistas. Su ideología era
derechista, franquista, reaccionaria.
Y religiosos además.
Era también gente que conocía, gente de disciplina,
sobre todo los jesuitas, con los que estudié más
tarde, gente de carácter, gente de preparación.
Aunque era un colegio pagado, no había espíritu
mercantilista. Había, sí, un interés por el
prestigio del dinero. Pero aquellos sacerdotes no
cobraban salario. Llevaban una vida muy austera.
Eran rigurosos, sacrificados, trabajadores.
Me ayudaron, debo decirlo, porque ellos sí
estimularon mi inclinación a ser excursionista, y a
mí me gustaba escalar montañas. Cuando veía una
montaña me parecía como un desafío. Se apoderaba de
mí la idea de escalar aquella montaña, llegar hasta
la cima. A veces el ómnibus esperaba cuatro horas
porque yo estaba escalando una montaña. Me iba solo
o me iba con otro, tardaba a veces cuatro horas en
estar de regreso, y nunca tuve ninguna bronca.
Aquellos profesores, si observaban alguna
característica —espíritu de sacrifico, de esfuerzo,
de riesgo— con la cual simpatizaba el alumno, la
estimulaban. Se preocupaban del carácter del
alumno.
Usted estudió muchos años con los jesuitas,
¿verdad?
Sí. Pero no en los primeros grados, era con los
llamados Hermanos de La Salle, en el colegio de La
Salle, de primero a quinto grado, habiendo saltado
de tercero a quinto. Casi cuatro años estuve allí.
Disfruté interno. Nos llevaban, como le dije, lo
jueves y los domingos al campo y al mar. íbamos a
una pequeña península de la bahía de Santiago.
Tenían un balneario e instalaciones deportivas. Y
allí iba a campos de pelota, baño, vida libre y
lugar donde nadar, pescar, caminar, practicar
deportes. Yo estaba feliz allí dos veces a la semana.
Después, en el colegio de Dolores, los jesuitas no
tenían ninguna finca de ésas, y era más escuela y yo
de más edad.
Entre sus compañeros, todos hijos de gente pudiente,
¿había algún alumno negro?
En el colegio de La Salle sí admitían muchachos
negros; pero eran muy poquitos, En mi clase,
Larriñaga era el único de color negro, un muchacho
vivo.
No se me olvida. En los dos otros, en el colegio de
Dolores y en el de Belén, de jesuitas, ni un negro,
ni siquiera un mulato, ni siquiera un mestizo. En
esas escuelas estudiaba la gente rica. Todos los que
estábamos allí éramos supuestamente blancos.
¿A usted no le pareció extraño que no hubiese
negros?
Yo hice algunas preguntas, no porque tuviera alguna
conciencia, pero como me extrañaba un poco
preguntaba. En el colegio de La Salle sí
había uno, lo mencioné ya. Pero en los jesuitas, en
los colegios más distinguidos, de la más alta
burguesía, de hombres y de mujeres, no había negros,
ni mestizos. Ellos daban algunas explicaciones, pero
les resultaba muy difícil explicar.
¿Ellos seleccionaban?
Eran colegios de ricos y no los admitían. Aunque
hubiera alguno que pudiera pagarlo, tampoco lo
admitían. No le hacían, desde luego, una prueba de
sangre al alumno que ingresaba en la escuela, como
podían haberlo exigido los nazis, pero, sin
discusión, si uno no era aparentemente blanco, no lo
admitían en la escuela.
¿Aunque tuviesen la posibilidad de costearlo?
Sí. No los admitían. A pesar de lo rebeldes que son
los jesuitas, que más de una vez se rebelaron.
Y últimamente, en América Latina, ha habido jesuitas
muy audaces, muy protestatarios.
En estos últimos tiempos, algunas de las
personalidades más rebeldes, como los sacerdotes de
la Universidad de El Salvador y otras, han sido
sacerdotes jesuitas, gente muy valiente. Parece que
tienen aquello... San Ignacio [6] era militar. Recuerdo
su himno.
"Fundador sois Ignacio y general de la compañía
real, que Jesús..."[7]
La letra y música son onomatopéyicas, describe las
batallas de os ángeles y de todo el mundo.
Era un himno de guerra, y San lacio era un general.
Por eso puedo hacer críticas; pero también y capaz
de reconocer que eran muy superiores en su
preparación los de La Salle. Eran de voto perpetuo,
y tenían que estudiar muchísimo, estar tres años
adicionales estudiando. Eminentes tánicos en Cuba
fueron jesuitas; eminentes astrónomos, que
pronosticaban los ciclones, como el padre Viñes;
otros eran excelentes profesores de español, como el
padre Rubinos.
Los jesuitas tienen además una gran concepción de la
organización, ¿verdad?, una concepción de la
disciplina, efectivamente militar.
Saben formar el carácter de los muchachos. Si uno
realiza actividades arriesgadas y difíciles, las ven
como prueba de espíritu emprendedor y tenaz. No las
desestimulan. Además, en las escuelas donde ingresé,
eran españoles y combinaban las tradiciones de los
jesuitas —ese espíritu militar, su organización
militar— con el carácter español. El jesuíta español
sabe inculcar un gran sentido de la dignidad
personal, el sentido del honor personal, sabe
apreciar el carácter, la franqueza, la rectitud, la
valentía de la persona, la capacidad de soportar un
sacrificio. Son valores que saben exaltar.
¿Es una buena escuela, en definitiva, para un
revolucionan o?
A mí me fue útil, aparte de que discriminaban a los
negros y que era la escuela de la alta burguesía.
Una vez leí una obra literaria que se llama La
forja de un rebelde,[8] que cuenta como un
rebelde, y no estoy hablando de un revolucionario,
es en parte forjado por la vida y por sus propias
experiencias. Aunque también influye el carácter de
las personas, el temperamento. Y yo creo que mi
temperamento, que en parte es de nacimiento, se
forja también allí con los jesuitas.
El propio San Ignacio es un buen ejemplo, alguien
que parte a la conquista de las mentes con una
estrategia militar.
Creo que era militar, y organizó una orden militar.
Na recuerdo mucho más, pero sé el himno de ellos, es
el que tienen todavía, y es bélico. Hay batallas de
ángeles, de demonios contra ángeles y ángeles contra
demonios. Pero los jesuitas no son propulsores del
patriotismo.
De todos modos usted prefería el deporte.
Cuando yo estaba estudiando el bachillerato era,
sobre todo deportista y escalador de montañas. Mi
actividad principal era el deporte y la exploración.
¡Me encantaba! No había subido el Pico Turquino y me
habría hecho mucha falta. Una vez estuve a punto de
hacerlo, junto a un padre del colegio de Belén,
Amando Llorente —que no era graduado, estaba en la
etapa de práctica—, hermano de otro Llórente,
Segundo Llorente, que era misionero en Alaska entre
esquimales y escribía unos reportajes sobre "el país
de los eternos hielos", magníficos e interesantes
reportajes. Estábamos ya un verano en el puerto de
Santiago para partir hacia la zona. La rotura de una
goleta, que fue imposible resolver, impidió el plan.
El padre Amando Llórente, jesuíta español joven, de
la región de León, era amigo mío porque simpatizaba
mucho con el deporte y la exploración.
A mí me habían nombrado uno de los jefes de los
exploradores porque desde las primeras expediciones,
era el que se pasaba en vela toda la noche, de
centinela, por allá por Pinar del Río, o por el
valle de Yumurí. Los exploradores tenían su uniforme,
hacían vida libre en el campo, en tiendas de campaña.
Yo le añadía algunas actividades por mi cuenta, como
escalar montañas... Y por fin a mí, por destacado,
me nombran general y jefe de los exploradores. Fue
mi primer grado jerárquico en la escuela. Pero
también participaba en todos los deportes y terminé
designado, el último año —la escuela tenía mil y
tantos alumnos—, como el mejor deportista de la
escuela. Destacaba en el baloncesto, el fútbol, en
el béisbol, en casi todos los deportes...
Claro que me dedicaba mucho al deporte; iba a clases,
pero nunca atendía, y después estudiaba, hacía lo
que les recomiendo a los estudiantes todos los días
que no hagan. Me convertí en autodidacta, se
puede decir, hasta en las matemáticas, el álgebra,
la física, la geometría, las teorías aquellas, y
luego, además, tenía la suerte de que sacaba buenas
notas, por encima de los primeros expedientes.
Mientras duraba el curso, los jesuitas no le decían
nada a nadie, y cuando se acercaba el examen final,
advertencia a un tutor que yo tenía, que era un
amigo de mi padre, el mismo que iba a ser mi padrino
—muy rico el señor, prestamista en el Congreso de la
República, amigo de mi padre, y era una especie de
tutor mío—, lo llamaban a él, a la casa, para
decirle que yo iba a suspender todas las asignaturas.
Eso siempre era al final, los tres años que estuve
allí.
Porque usted no parecía interesado por los
estudios.
Óigame, yo realmente nunca atendí en ninguna clase,
quizás la de agricultura, no sé por qué, por un
profesor que despertó mi interés por la
materia... Yo estudiaba con los libros; incluso me
quedaba de madrugada, porque me hicieron no sé qué
cosa, responsable de apagar las luces al final.
Cuando todo el mundo' se iba a dormir, yo, en vez de
apagar y marcharme, me quedaba allí estudiando hasta
las 2 o las 3 de la madrugada, y después a dormir.
Así que matemáticas y todo lo demás lo aprendí solo.
Yo era partidario de eso.
¿Su hermano Raúl, también estaba con usted?
Eso tiene una historia. Él estaba allá en Birán,
tenía de 4 a 5 años menos que yo, era el más
chiquito, en la casa siempre peleando con él...
Estuvo interno con nosotros en la escuela de La
Salle cuando tenía unos 5 años. En un cuarto de
cuatro, estábamos Ramón, él y yo más Cristobita, que
era el hijo del administrador de un aserrío de una
empresa extranjera, la Bahamas Cuban Company, que
explotaba parte de los pinares de Mayarí con mi
padre. Raúl era entonces un poco malcriado, a veces
yo tenía que regañarlo, pero Ramón era su defensor.
Él era el mayor.
Ramón era el mayor. Entonces Raúl estaba allá
interno con nosotros en La Salle.
¿Y usted formó a Raúl?
Yo, cuando iba de vacaciones, escuchaba sólo
críticas de nuestros padres, les digo: "Denme la
responsabilidad, yo me ocupo de él", y
entonces empecé. Él estaba por la libre allí.
Más tarde, le di a leer algunos libros, le
interesaron, le desperté el interés por el estudio y
entonces concebí la idea de que él había perdido
equis tiempo, que pudiera hacer estudio;
universitarios y había una vía, que era a través de
la llamada carrera administrativa. No era muy
difícil; si usted estudiaba esa carrera podía
ingresar después a estudiar una carrera de letras
derecho diplomático y hasta abogado, algunas
carreras. A mí se me ocurrió esa idea, convenzo a
mis padres y él viene para La Habana. Pero ya yo, en
esa época, me dedicaba a adoctrinar a todo el mundo.
Eso tiene su historia, pero la he adelantado.
Usted me dijo que, en la casa de la maestra, se
produjo su primera rebelión. ¿Cuándo se producen las
demás rebeliones?
Hubo dos más, y casi una cuarta. Es decir, de casa
de la maestra me cambian, me envían para el colegio
de La Salle. Ya interno. Allí hice primero, segundo
y tercer grados. Salté de tercero a quinto, y un día
se produce una gran bronca entre el inspector de los
alumnos y yo. Ahí tiene lugar mi segunda sublevación,
y me cambian también de aquella escuela. Pasaron
cosas injustas, y me cambian de escuela. Mis padres
no me querían mandar a estudiar, como castigo, por
culpa del director.
Le cuento. Hubo dos directores diferentes allí, uno
era el hermano Fernando, muy bueno; el otro, Neón
Mari. Y por golpes del hermano Bernardo, un
inspector que tenía a su cargo a los internos... Era
la tercera vez que me golpeaba... Las dos últimas
suave, pero la primera fue tremenda, como
consecuencia de una riña que tuve con otro muchacho
en una lancha donde llevaban a los internos al mar
los jueves y los domingos. Cruzamos la bahía,
veníamos por la Alameda, subíamos una calle —porque
el colegio estaba allá arriba, después del Parque
Céspedes—, y la calle por donde subíamos era la
calle de las áreas de tolerancia, de la prostitución.
Allí empezaban a fastidiar a los hermanos, que iban
con su sotana: "Eh, curita, ven, pasa", y qué sé yo.
Los muchachos, ten el escándalo aquel, bueno, pues
se reían.
La reyerta había empezado al regreso del balneario,
y no se concluyó... De milagro no caímos, en la
lancha, sobre el motor, porque aquel motor no tenía
ni tapa... Y continuó la riña con aquel muchacho por
todo el trayecto y hasta llegar a la escuela... Era
un buen muchacho. Años después supe de él, era de
una provincia, no voy a decir el nombre, pero era
predilecto del inspector, el mimado, por esas cosas
raras —y no voy a decir nada—, quiero decir
tendencia a desarrollarse alguna atención
privilegiada con algún alumno. Y, bueno, aquellos
hermanos eran menos disciplinados que los jesuitas.
Como consecuencia de que continúa el pleito entre él
y yo, y le digo: "Párate", el continúa, y le doy un
derechazo, y unos cuantos más... Nos separan. Estoy
en quinto grado, y era la primera vez que me pegaba
el hermano Bernardo, el inspector de la escuela.
Por lo demás, fui feliz en esa escuela, porque tenía
la libertad del deporte, del mar, de pescar, todas
esas cosas.
¿Pero qué pasó?
Que, sencillamente, yo había tenido un conflicto con
alguien que era el preferido, el predilecto de aquel
inspector, tal como le conté.
En el colegio de La Salle había un aljibe grande,
constituía la parte más alta de un patio central
alargado. Bajo esa parte del patio estaba el agua.
Por ello esa planta de la escuela tiene dos niveles.
En el de arriba, de un solo piso, están el comedor,
la capilla en una esquina, la sacristía, hacia la
derecha una sala de estudio, y doblando en esa otra
esquina están por la izquierda varias aulas. Estas
instalaciones y un pasillo bajo techo, todo de
madera, rodean el patio.
Ese día, casi ya de noche, era la hora de una
ceremonia religiosa en la capilla. Después de la
pelea a puñetazos con el muchacho, yo prudente o
cautelosamente entro en la sacristía y estoy
presenciando la ceremonia. Entonces, cuando me meto
allí, la puerta verde y grande se abre de repente y
un dedo me hace así, el inspector me llama —no
respetó ni la liturgia—, y me lleva, me hace caminar
por el pasillo, doblando en la otra esquina hacia la
derecha, avanza un trecho y me dice: "¿Qué pasó con
fulano de tal?" Digo: "Lo que ocurrió es esto..." Yo
estaba de pie frente a él y él no me deja responder,
con la mano derecha me da la galleta más fuerte que
pueda imaginarse... Y después la otra con la zurda,
dos manotazos bien duros.
Dos bofetones.
Como si yo le hiciera así, pum, pum. Y después,
cuando me ha dado por aquí, siento la zurda... Una
mano de hombre contra un muchacho que estaba en el
primer trimestre de quinto grado, que tendría 11
años. Y aquello fue con toda su fuerza, y
después lo hace con la zurda, con igual fuerza. Me
abofeteó brutalmente en ambos lados de la cara. Me
dejó aturdido, realmente era ya de noche. Además me
da un empujón. Entonces yo me quedo... Aquello fue
terrible. Indigno y abusivo.
Después, varios días más tarde, una segunda vez,
porque estoy conversando en fila, cuando íbamos
subiendo una escalera para el dormitorio, me da dos
coscorrones, no muy fuertes. Pero dentro me dolía
más.
Por la humillación.
El método de la agresión física, de la violencia, me
parecía inconcebible. La tercera vez —fue el último
rapapolvo—, salía yo del comedor. Hacíamos una fila,
no había refrigeración, y yo tenía como tres panes —
porque esa aún era época del hambre—, unos minutos
para comerse un pan, diez minutos, había mantequilla
en unos pomos verdes y uno se comía rápido dos o
tres, embarraba dos o tres más. El apetito de esa
edad... Y yo venía discutiendo en la fila...
Bueno, había un patiecito, el techo del depósito de
agua que le mencioné, y después nos disputábamos por
tocar una columna, porque el que tocaba primero —había
como 10 ó 12 minutos para jugar pelota allí— bateaba...
Se jugaba pelota de manera que a veces la pelota
caía para acá, y a veces para abajo, dondequiera. En
La Salle no había campo de fútbol. Allí era la
pelota v va. Estábamos disputándonos allí, y siento
que me dan dos coscorrones. Ahí fue el último
coscorrón y tuvo lugar la fajazón. Porque, con la
misma rabia agarré todos los panes aquellos y se los
tiré al inspector con toda la fuerza a la cara y le
voy para arriba como una fierita —como un perro
chiquitico de ésos era—, a mordidas, a patadas y
todo lo demás. Esa fue mi segunda rebelión. Yo era
un alumno y él era una autoridad.
A cada rato los muchachos, cuando estaban bravos,
decían: "Le voy a meter un tintero por la cabeza",
"Le voy a hacer esto"... Yo no decía que le iba a
meter un tintero a nadie. Pero a la tercera vez, no
estuve dispuesto a soportarlo. Entonces veo al
director, Neón Mari, que estaba cerca, en la sala de
estudio —eso era de mañana, hora de desayuno—, y le
digo: "Mire..." Me corta: "No, si nada más te dio un
empujoncito." El, sin embargo, había visto el
zarandeo, las patadas, los piñazos y cómo el
inspector me hizo así me dio un empujón... Fue toda
la justicia que obtuve.
Estábamos en el primer trimestre de quinto grado, y
daban tres notas: boletín blanco, a los que se
portaban bien; boletín rojo, ya muy escaso, al que
se portaba mal; y verde, al que se portaba muy mal.
¿Usted tuvo verde?
No. Llegó el momento y me quedé esperando. Boletín
blanco Fulano, Mengano, Zutano. Boletín rojo:
Fulano, Mengano, Zutano Boletín verde. A mí no me
dieron ningún boletín. En ese momento; me ignora, y
yo a él. Nunca me porté mejor, faltaban como mes y
medio o dos meses —habría que averiguarlo— para las
Navidades. Al llegar éstas vinieron mis padres a
recogerme, mi padre y mi madre, y el director les
dijo —se va a reír—, le dijo a mi padre y a mi madre
—usted sabe cómo son los españoles de sentimentales—
que los tres hijos eran los "tres bandidos más
grandes que habían pasado por la escuela".
Fíjese, Raúl, bandido, estaría en primer grado.
Ramón, que tenía alma de santo. Y el bandidismo mío
fue lo que conté, Entonces, mis padres nos llevan
para Birán.
¿Sus padres se lo creyeron?
Lo peor es que se lo creyeron. Sobre todo mi padre,
porque yo me entero que se lo cuenta a todos sus
amigos. El asturiano estaba en la oficina y cuando
nosotros llegamos allá, me dice: "Á sacar
cuentas," El castigo de sacar cuentas. Solo que
nosotros, bueno, alguna travesura teníamos que hacer,
teníamos el libro de respuestas, de las soluciones
de las cuentas, que usaban los profesores. No sé
cómo nos hicimos del libro de respuestas. Pera
estuvimos una mano de horas castigados cada día. Me
llega a los oídos que a algunos amigos que venían,
que tenían tierras por aquí y por allá, mi padre les
contaba la tragedia, y lo que le había dicho el
director de La Salle. Se decreta que no nos mandan
mas para ninguna escuela.
Ramón, al que le gustaban los tractores y los
camiones, estaba feliz. Raúl no podía tener opinión.
Yo era el herido, el agredido, que veía que era
injusto todo aquello que me atribuían. Condenado a
no ir más a la escuela. Mire. Entonces fue mi
tercera rebelión. Yo digo que tienen que llevarnos a
la escuela. Exigí que me enviaran a estudiar. Di en
esa ocasión mi batalla por estudiar. Ahí tuve una
rebelión en mi casa. Yo declaré: "No acepto que me
dejen sin estudiar." Aquella rebelión fue fuertecita
por las cosas que yo dije, que no quiero decir que
las iba a hacer; pero las dije.
¿A quién se lo dijo, a su padre?
Se lo dije a mi mamá, que era la que trasmitía.
Porque pasa el Día de Reyes, y llega el día 7 ya,
solían llevarnos de regreso al colegio el día
después de Reyes, y no había noticias, yo no tenía
ningún destino, sino la sanción. Y me puse duro.
¿Con 11 años?
Bueno, sí, debe haber sido, porque estaba en quinto
grado, y es cuando yo digo una cosa fuerte.
¿Qué dijo usted?
Dije que le iba a pegar candela a la casa.
¿A su propia casa?
Sí, era de madera.
Pero no tenía la intención, ¿verdad?
No estoy seguro de que lo hubiera hecho. Lo más
probable es que no lo hubiera hecho. Es verdad que
estaba muy acalorado, y no lo hubiera hecho, estoy
convencido. Pero lo dije, y debí haberlo dicho muy
serio.
¿Su mamá lo tomó en serio?
Siempre la mamá era la abogada. El padre, muy bueno,
pero... El caso es que mis padres deciden entonces
enviarme otra vez al colegio. Ya en un auto. Era
período de sequía y en un pisicorre que había me
llevan hasta Santiago de Cuba. Eso era como en el
año 1938, próximo a unas elecciones para el Congreso.
Me envían para la casa de un comerciante, Mazorra,
dueño de un establecimiento que se llamaba "La
Muñeca". Un gallego, casado con una santiaguera, una
mulata alta, que era el doble de él, aunque no lo
gobernaba... El galleguito chiquito no se andaba con
cuento de camino y si tenía que coger una chancleta...
No se dejaba gobernar. Era dueño de una tienda de
ropa. Éste era su segundo matrimonio. La señora
tenía un hijo de un matrimonio anterior, y otro con
él, Martincito, que estaba estudiando para piloto en
Estados Unidos. Cuando viene la desgracia de que hay
un accidente, aquel avión tiene un fallo, el hijo se
tira en paracaídas, y ya usted se imagina la
historia... Había también una muchacha, Riset, que
estaba en tercer año de bachillerato, tenía las tres
cintillitas blancas en la falda azul y era también
hija¡ de ambos, una muchacha trigueñita, graciosa,
porque a esas edades ustedes saben que los alumnos
se enamoran de una joven aunque sea mayor que ellos,
de la maestra, de la otra y de cas todo el mundo.
Bien, no digo nada más sobre eso, estamos hablando
de cosas políticas, ¿no? Y allí fue donde yo tuve
que escenificar la última rebelión.
¿Contra el comerciante?
El comerciante Mazorra era el dueño y jefe de
familia de la casa en que vivíamos. Fue en esa época
cuando escuché por radio la segunda pelea de Joe
Louis y Max Schmeling, que fue gran pelea y duró muy
poco, ¿no?, primer round, o dos, y noqueó al otro.
Gana Joe Louis, ¿verdad?
Ganó Joe Louis.[9] Después ese Max Schmeling
apareció en la historia entre los paracaidistas que
atacaron la isla de Creta, en la Segunda Guerra
Mundial, víspera de la invasión de la URSS.[10] Era
paracaidista y símbolo de la "superioridad racial
alemana", que quedó muy humillada por su derrota
frente nada menos que a Joe Louis, un hombre negro.
Hasta ahí le cuento.
Me hablaba de la cuarta rebelión.
La cuarta, porque ya yo estaba hastiado de aquella
casa Bueno, tengo que contar algunas travesuras que
hice.
Cuénteme las travesuras.
¿Se las cuento?
Sí.
Bueno, será lo último esta noche. Era lo siguiente.
Fl comerciante venía subiendo en la escala social.
Con su señora, que era esta mujer mulata,
alta, fuerte, ya habían devenido en capas medias y
estaban construyéndose una casa en Vista Alegre, el
barrio aristocrático.
A mí me envían para el Colegio de Dolores, de
jesuítas, donde estaban los hijos de los
aristócratas. Ella estaba feliz de tener a su pupilo
allí, porque así podía codearse con los ricos que
también tenían allí a sus hijos. El español y ella
estaban construyéndose la casa en Vista Alegre... Yo
estaba oyendo el cuento y viendo donde estaban
construyéndola. Todavía la recuerdo. Entonces, una
familia de tan alta estirpe debía tener un pupilo en
ese colegio que a su vez tenía que ser el mejor
alumno. Y el pupilo... Al pupilo le habían pasado
algunas cosas.
¿Qué le había pasado?
Mi hermana Angelita estaba estudiando para el
ingreso en el bachillerato. Una profesora, Emiliana
Danger, mujer negra, excelente profesora, estaba
enseñando a mi hermana séptimo grado para el ingreso
al bachillerato. Yo, en las vacaciones aquéllas, no
fui a la casa de Birán, pasé del quinto al sexto
grado. Pero no podía ingresar en el Instituto cuando
terminara el sexto grado, porque había que tener una
edad, creo que eran 13 años, algo de eso. Entonces,
la profesora Danger se interesa porque yo era un
alumno atento, contestaba a todas las preguntas y me
sabía casi todo un libro, así de gordo, que era el
de ingreso al bachillerato. Ella se embulla. Es la
primera persona con que me encuentro que me
entusiasma en algo. Ella se empeña en que yo
estudiara el sexto grado y el séptimo y el primer
año de bachillerato para cuando alcanzara la edad
correspondiente examinara a la vez el séptimo
escolar y el primero de bachillerato.
Yo andaba de lo más entusiasmado, cuando tuve la
desgracia, en ese principio de curso, de que me
diagnosticaron una supuesta apendicitis. En
aquella época operaban a todo el mundo del apéndice,
y a mí, por supuesto, por un dolorcito, boberías de
esas... Hacen como en Estados Unidos, operan a la
gente sin que hagan falta muchas de las operaciones.
Tuve que ir a operarme. Éramos socios de la Colonia
Española, una buena institución cooperativa, porque
los españoles eran miles y pedíante el pago de una
modesta cuota de un peso o un peso y medio, les
hacían una operación en la clínica. Así que hasta a
las familias de capas medias les brindaban un
servicio hospitalario.
Hay que decir que las cooperativas españolas aquí,
de icios médicos, eran lo más parecido a una
cooperativa Socialista, porque tenían un número de
médicos, de enfermeros, pabellones y todo, y
recaudaban lo suficiente para la atención médica.
Una familia como la mía, con l ,50 ó 2 pesos por
persona] tenía asegurados los servicios médicos.
Mire usted qué barato, por 2 pesos, si había que
operarte, lo hacían y te daban además] los
medicamentos. Ya no un medicamento normal, sino lo
que fuera necesario... Entonces, me operan usando
anestesia local —antes era raquídea o local—. No sé
todavía, por qué diablos me operaron con anestesia
local... No se me olvida la operación; pero lo peor
fue que al séptimo día..., usted sabe que entonces
al la gente no la dejaban mover durante una semana.
No lo sabía.
Ahora los ponen pronto a moverse para evitar una
embolia, por coágulo de sangre u otros problemas, y
aquella medicina estaba retrasada. A los siete días
me levantan, me quitan los puntos y al poco tiempo
se infecta la herida. Afortunadamente era
superficial, no llegó más adentro,.. Porque en
aquella época no había penicilina, ni nada parecido.
Se abre la herida completa, y estoy tres meses en el
hospital. Hubo que olvidar el plan de la profesora
Danger y debí comenzar el sexto grado en el colegio
de Dolores, donde entré a mediados del quinto grado.
En la clínica pasé mi primer trimestre del sexto
grado... Sin poder ir a la escuela.
Sin poder ir a la escuela. Ahora, ¿qué había hecho
yo en! quinto grado? No podía sacar las notas, pero
ella, la tutora, la mujer del comerciante Mazorra,
me exigía que yo tenía que sacar las mejores notas.
Entonces, me veo obligado a hacer una trampa.
Medité y dije: bueno, yo tenía que llevar la libreta
de notas, la firmaban allá en casa de los tutores, y
yo tenía que presentarla en la escuela. Había varias
notas posibles: sobresaliente, notable, aprovechado,
aprobado, suspenso, como cinco posibilidades, y con
sus pretensiones sociales me exigían la nota máxima.
Tenía que sacar sobresaliente en todo. O de lo
contrario, me quitaban lo que yo recibía
semanalmente, que eran 5 centavos para comprar en
los estanquillos El Gorrión,[11] una revista de
tiras cómicas...
¿Le gustaban a usted las tiras cómicas?
Mucho. En aquella época también leí De tal palo,
tal astilla, una novelita,[12] y lo demás,
muñequitos. Todos los jueves, 5 centavos, y 20
centavos el domingo: 10 para el cine, 5 para un
helado, y 5 para un sandwichito de puerco con pan,
que era muy barato. Total, 25. Y ellos a mí me
advierten, si no saco en todo las mejores notas, me
quitan los 25 centavos.
Entonces, inventé. Lo digo tranquilamente y hasta
contento de haberlo hecho. Me dije: ¿Qué pasa si se
pierde la libreta de notas? Llevo la vieja libreta y
me la firman; pero yo me quedo con ella, y digo en
la escuela: "Oiga, se me perdió la libreta." Me
dieron una libreta nueva. Entonces tenía dos: una
con las notas reales —no eran suspensos, pero no
eran las que ella quería—, y otra con las notas que
yo ponía.
¿Usted las falsificaba?
Sí, las notas. Como tenía dos libretas, ponía en una
mis notas, que firmaba la tutora, y en la otra
estaban las reales, que firmaba yo. El lío gordo fue
a fin de curso, cuando la tutora mía creía que yo
era el más brillante alumno que había pasado por la
escuela y se hace un traje negro, largo, porque allí
estaban los hijos de todos los ricos, sus futuros
vecinos de Vista Alegre, y yo era el que iba a
llevar todos los honores.
¿Todos los premios?
¡Brillante!
¿Usted se ponía las mejores notas?
Lo mío era solo 10. Ni un 9, ni nada parecido,
porque tenía que asegurar el máximo.
Cuando llegó el fin de curso no tenía inventado cómo
iba a arreglar aquello, porque era cuando daban los
premios, las excelencias, los accésit en acto
solemne.
Yo creo que me llevé un accésit en no sé qué materia,
en geografía creo porque me gustaba. Comienzan esa
tarde a dar los premios. Excelencia: Enrique
Peralta, me acuerdo que se llamaba. Lenguaje, primer
accésit: Fulano de Tal; segundo accésit... Yo
empiezo a poner cara de asombro, yo que tenía "tan
excelentes notas" —y no tenía a mano una explicación
razonable—, pongo cara de asombro, ¿y yo no me gano
un accésit? Aquello se termina y yo no soy ni
Excelencia, ni aparezco por ninguna parte; creo que
un accésit...
Y entonces, cuando llegó la hora, encontré la
respuesta: "Es que ahora me doy cuenta lo que ha
pasado. Coma llegué a mediados de curso, no tengo
los puntos del primea trimestre. Y es por eso que yo..."
Bueno, fue un consuelo, se queda tranquila la tutora,
feliz todo el mundo. No se me olvida que tuve que
inventar aquello.
En sexto grado es cuando viene lo de la operación de
la apendicitis, los tres meses perdidos, y ya estaba
cansado del aquella historia de las notas, los
cuentos de camino y las vanidades, y decido que me
voy de allí. Yo, realmente, ni estudiaba, porque es
que, en aquellas condiciones en que te ponían a
estudiar, uno se dedicaba a pensar en las musarañas.
Llego y hago lo mismo, me amenazaban con que iría
interno... Fue la misma receta que! en casa de la
madrina cuando me tuvieron que meter interno en el
colegio de La Salle. Me rebelé, desacaté todo, no
obedecí nada y tuvieron que mandarme interno. Ya
tenía yo una experiencia feliz del internado, y
entonces comienzo a sacar buenas notas, y ya en
séptimo grado soy Exce1encia.
Normalmente, sin tener que inventar falsas notas.
Normalmente, y sin ser demasiado estudioso, con un
poquito de atención, y el deporte. Por aquella época
estoy estudiando inglés, y creo que ya estaba
próxima la guerra, en 1939, que es cuando yo le
envío, como le dije, una carta a Roosevelt,
Estábamos estudiando inglés con el texto de un
profesor de Santiago de Cuba, cuyo texto hablaba de
la familia Blake. Estábamos estudiando la casa, los
nombres, las monedas... Incluso yo le digo a
Roosevelt que me gustaría tener ten dólares...,
un billete de 10 dólares: "a ten dollars green
bill [13]Creo que le hablé hasta de los minerales,
de los pinares de Mayarí para los acorazados y todas
esas cosas. Viene una respuesta, que usted sabe cómo
es, ellos están muy organizados, y es algún
colaborador del presidente quien la manda.
Y un día llego y me encuentro el gran escándalo en
la escuela: Roosevelt, decían, me había escrito una
carta... Ellos después encontraron mi carta y la
publicaron gracias a lo cual tengo copia, porque no
me quedé con ninguna. y hay algunos que, en broma,
me han dicho que quizás, si Roosevelt me hubiera
enviado los 10 dólares, yo no habría dado tantos
dolores de cabeza a Estados Unidos.
Por 10 dólares se hubiesen ganado un buen amigo.
Bien, ya le he contado cosas.
No hemos puesto límite de tiempo y tengo que hablar
de todo sin quitar ni poner un punto.
Me ha contado usted sus cuatro rebeliones
infantiles.
¿Qué lección hay que sacar de su comportamiento de
entonces?
Que naturalmente yo no nací siendo revolucionario,
pero sí, ya le dije, rebelde. Creo que muy temprano,
en la escuela, en mi casa, empecé a ver y a vivir
cosas que eran injustas. Yo había nacido en una gran
propiedad y sabía como era todo. Tengo una imagen
imborrable de lo que era el capitalismo en el campo.
No podrán nunca borrarse de mi mente las imágenes de
tantas personas humildes, allá en Birán, hambrientas,
descalzas, que allí vivían y en los alrededores, en
especial los trabajadores de las grandes empresas
azucareras norteamericanas, donde la situación era
mucho peor, que venían a pedirle a mi padre que les
buscara una solución. Como dije, mi padre no era un
propietario egoísta.
También fui víctima de algunas cosas. Y fui
adquiriendo ciertas nociones de justicia y de
dignidad, algunos valores determinados. Así también
se formó mi carácter, a partir de trabajos que pasé,
dificultades que tuve que vencer, conflictos que
afrontar, decisiones que tomar, rebeldías... Yo
empiezo cuestionando toda aquella sociedad por mi
cuenta, algo normal, un hábito de pensar con cierta
lógica, analizar las cosas. Sin nadie que me ayudara.
Muy temprano todas esas experiencias me hicieron
parecer como inconcebible un abuso, una injusticia o
la simple humillación de otra persona. Fui tomando
conciencia. Nunca me resigné a un abuso. Adquirí un
profundo sentido de la injusticia, una ética, un
sentido de la igualdad. Todo eso, además de
un temperamento indiscutiblemente rebelde, debió
ejercer una fuerte influencia en mi vocación
política y revolucionaria.
En definitiva usted desarrolló, en su infancia, el
oficio de rebelde.
Tal vez circunstancias especiales de mi vida me
hicieron reaccionar así. Pasé algún trabajo desde
muy temprano y fui desarrollando, quizá por ello, en
efecto, el oficio de rebelde. Por ¡ahí se habla de
los "rebeldes sin causa"; pero a mí me parece,
cuando recuerdo, que yo era un rebelde por muchas
causas,* agradezco a la vida haber seguido, a lo
largo de todo el tiempo,! siendo rebelde. Aun hoy, y
tal vez con más razón, porque tenga más ideas,
porque tenga más experiencia, porque haya aprendido
mucho de mi propia lucha, porque comprenda mucho
mejor esta tierra en que nacimos y este mundo en que
vivimos.
(Tomado del libro
"Cien Horas con Fidel, conversaciones con Ignacio
Ramonet", editado por Oficina de
Publicaciones del Consejo de Estado, Tercera edición, La Habana,
2006, páginas 89-120)
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