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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Cien Horas Con Fidel-Capítulo 03-La forja de un rebelde.

 
 
 
 

 

LA FORJA DE UN REBELDE

 

PRIMERAS REBELDÍAS – EL AMBIENTE POLÍTICO –
LAS DICTADURAS DE MACHADO Y DE BATISTA – LA HABANA –
EL COLEGIO DE BELÉN

 

 

Sus años de formación intelectual coinciden, pues, con dos períodos trágicos: la primera dictadura de Fulgencio Batista y la Segunda Guerra Mundial. 

Todo eso influyó sin duda en mi formación, pero sobre todo influyó mucho en el devenir y el desarrollo de las fuerzas políticas y revolucionarias. Porque también, a finales de los años 1930, habían surgido los famosos frentes populares. 

En esto estaba la mano de Stalin y sus métodos. Ordenó, desde Moscú, que se establecieran alianzas nacionales contra el fascismo. Y luego, después del pacto Molotov-Ribbentrop, las contradicciones surgidas por el acuerdo entre la Unión Soviética y la Alemania nazi y otras acciones que fueron políticamente muy costosas para los partidos comunistas de América Latina. Esto fue precedido por una política de purgas y toda clase de abusos de poder en la URSS. Las fuerzas armadas soviéticas fueron descabezadas, y desde mi punto de vista se cometieron grandes errores estratégicos, tanto en el terreno político como militar. 

A Stalin, pese a sus grandes abusos y errores, hay que atribuirle el desarrollo acelerado de la industria, sobre todo con vistas a la defensa, y el traslado de las fábricas de armas hacia el Este, iniciado desde antes de 1941, porque se conocían bien los planes de Hitler de buscar espacio vital en la Unión Soviética, con no poco agrado de Occidente. El traslado del grueso de esa industria, ya en plena guerra y en medio de un invierno riguroso, constituyó una colosal proeza. Con ese esfuerzo y la heroica defensa en la que más de 20 millones de obreros y campesinos entregaron sus vidas luchando contra el fascismo, la URSS prestó un invalorable servicio a la humanidad. 

Yo no habría sido opuesto a una Internacional, porque siempre fui partidario de la disciplina y la cooperación revolucionaria; pero el Komintern no era una Internacional, aquella era una institución de comunistas muy leales, muy sacrificados, los cuales sufrieron consecuencias muy duras derivadas de los métodos stalinianos. El costo del Pacto Molotov-Ribbentrop: la invasión del Polonia el primero de septiembre de 1939; la penetración de las tropas soviéticas hasta Brest-Litovsk en medio de la invasión nazi; la "guerrita" contra Finlandia, dirigida entonces por el mariscal Mannerheim,1 aunque fascista y aliado de los nazis, fueron grandes errores políticos y militares. 

Tengo datos de lo que costó a la URSS aquella guerra. Todo eso lo pagó el movimiento comunista internacional a un precio muy alto. Y aquí, en Cuba, también, porque aquí se constituyó igualmente un frente popular. El Partido Comunista de Cuba fue obligado a ser aliado de un gobierno sangriento, represivo y corrupto como el de Batista. 

¿Los comunistas se aliaron a Batista? 

Sí. E incluso más tarde, en la atmósfera de unión nacional favorecida por la guerra mundial y el antifascismo, llegaron a tener ministros en el gobierno de Batista. 

¿Ministros comunistas cubanos? 

Sí. Dos. 

Me imagino que a pesar de eso habría una gran agitación social en Cuba. 

Bueno, como consecuencia de la Gran Depresión y como parte de la lucha popular contra la tiranía machadista, había habido en 1933 una gran huelga obrera —participaron en ella los comunistas y todos los revolucionarios—, reprimida a sangre y fuego, de una manera brutal. 

Después vino la huelga de marzo de 1935, un intento de derrocar al gobierno que fue también reprimido a sangre y fuego por los militares, que sembraron el terror en La Habana y en todo el país. Ya Batista era el jefe, el dictador militar que gobierna y tiene la adhesión total del ejército. A él le debían todo los oficiales, constituidos por los sargentos ascendidos. Era una mafia, se pudiera decir, bajo su jefatura total. Después, el 10 de marzo de 1952, él puede dar el golpe de Estado por segunda vez porque sus oficiales habían sido formados por él y les concedía innumerables privilegios. 

En fin, esa época del "machadato", en que todo se origina, fue una época difícil y compleja. Era cuando no les pagaban salario ni a los maestros, había pobreza y hambre. 

¿Hasta entre los maestros? 

Sí. En casa de la maestra, en donde yo vivía, el único ingreso a veces era cero. Pero ellas, mi maestra y su hermana, inventaron. Yo no puedo estar culpándolas, ¡de aquella sociedad qué se podía esperar! Tuve que pagar el precio de ser hijo del terrateniente. Porque me llevaron para Santiago, y entonces mis padres pagaban 40 dólares al mes por mí, y otros 40 por mi hermana Angelita. Un dólar, en aquella época, no se sabe cuánto era, un billete de 50 dólares de ahora por lo menos. 

Entonces el peso y el dólar estaban a la par, como hoy en Panamá. Había la famosa paridad. No había ni reserva. La reserva en Cuba se viene a crear en los años 1950, cuando se crea un Banco Nacional y en el banco había una reserva de 500 millones de dólares, que Batista se la llevó toda en 1959. El peso mantenía su paridad con el dólar, que a su vez se devaluó con la Segunda Guerra Mundial, cuando yo estoy en la escuela interno. Entonces circuló mucho dinero y el peso se fue devaluando. Sí, recuerdo que se compraba mucho menos con un peso, pero circulaba lo mismo el dólar que el peso con el mismo valor. 

¿En qué consistía su educación en casa de la maestra? 

A mí no me enseñaban nada, no me daban ninguna clase. No me enviaban a ninguna escuela. A mí me tenían ahí no sé de qué. No había ni radio en aquella casa. Yo lo único que oía era el piano: do, re, mi, fa, sol, la, si, pa, pa, pa. ¿Se imagina, un par de horas todos los días oyendo el piano ése? Por lo cual debí haber sido músico. 

Luego, la hermana de la maestra, la pianista, era la que me daba clases. Vaya, empiezo esa historia y no se la hago completa ahora. Después si quiere le cuento. Y le digo cómo aprendí a sumar, multiplicar, restar y dividir yo solo, en el forro de una libreta de escribir, de ésas de escuela, que tienen una carátula roja, y tienen en la tapa de atrás las tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir. Me ponía ahí solo a estudiar y aprenderlas de memoria y nada más. Porque ni eso me enseñaron. Las clases consistían en ponerme yo solo a estudiar las tablas del forro de una libreta. El hecho es que pasé allí más de dos años perdiendo el tiempo. 

¿Tan pequeño, sentiría nostalgia de su familia? 

Sencillamente, me enviaron para un lugar donde no aprendía gran cosa y donde pasé hambre. Y pasé todo tipo de calamidades, sin saber que era hambre, porque yo creía que era apetito. 

¿Increíble? 

Pasaron cosas serias. Ahí fue mi primera rebeldía, muy temprano, puede ser a los 8 años. Estaba ya externo, porque tuvo dos etapas eso... 

Con esa experiencia, ¿no le perdió usted el cariño a sus padres? 

No, yo tenía cariño, por lo menos respeto por los dos, por mi padre y mi madre. Más cariño con la madre, es lógico, están más cerca de uno. 

¿A pesar de que lo habían metido a usted interno allí en Santiago? 

¿Interno? No, todavía no. ¡Yo lo que estaba era desterrado, pasando hambre, confundiendo el hambre con el apetito. 

¿A quién culpaba usted de eso? 

Yo no les podía echar ninguna culpa a mis padres, ni a nadie. Yo, realmente, en los primeros tiempos, no sabía qué demonios estaba pasando. Yo estaba feliz en Birán y de repente me envían para un lugar en donde estoy distante de la familia, de la casa, del campo que tanto me gustaba. Y sometido a un tratamiento injusto de personas que no eran familiares míos. 

¿Tenía usted algún amiguito para jugar? 

Sí, por suerte, Gabrielito se llamaba el muchacho, Gabrielito Palau, los padres tenían algún comercio, estaban mejor de posición económica y tenían una mejor casa cerca también de la plazoleta. Allí, y en las calles de al lado, jugaba con él y con otros. Él estuvo mucho tiempo, hasta después del triunfo de la Revolución, trabajando en la televisión. Y sigue trabajando todavía, creo, en la televisión. Hace tiempo que no tengo noticias de él. 

Por lo demás, allí pasé mucho trabajo. Y pronto me cansé de aquella vida, de aquella casa, de aquella familia, y de aquellas normas. 

¿Qué normas? 

Aquella gente tenía una educación francesa. Sabían hablar francés perfectamente, y tenían una esmerada educación formal. Y todas esas normas, todos esos modales, me los enseñaron desde muy temprano. Había que hablar con mucha educación, no se podía levantar la voz, no se podía pronunciar una sola palabra indebida. De vez en cuando también daban unos azotes como represión. Y si no me portaba bien, amenazaban con mandarme interno. 

¿Era usted un niño maltratado, en suma? 

Bueno, aquello era terrible. En la primera etapa, si hasta los zapatos que yo tenía me los tuve que coser... La bronca que me busqué un día por haber roto una aguja... Mis zapatos se rompieron y yo encontré una aguja, de esas de costura, y los cosí, eran de esos que se abren así, por las tapitas con las que se abrochan por arriba, por la punta, cosidos con aguja de zapatero. Me busqué un problema por romper una aguja, porque las agujas de coser tela no resolvían, y yo tenía que coserme los zapatos... 

Claro, no quiero exagerar, yo no estaba como en los campos de concentración. Y hay circunstancias atenuantes: la familia de la maestra era pobre. Vivían únicamente del salario de ella. Y el gobierno, ya le dije, como a los demás maestros en aquella época, muchas veces no les pagaba el sueldo. A veces tenían que esperar tres meses o más para cobrar. En esas circunstancias, los recursos que tenían para alimentarse eran pocos. 

Allí pasé hambre. En Birán siempre lo estaban obligando a uno a comer, y allí en Santiago me gustaba muchísimo la comida. De repente descubrí que el arroz era muy sabroso y de vez en cuando ponían un pedazo de boniato con arroz y algún picadillo; pan no recuerdo que diesen; pero el problema es que la misma cantina chiquita, que era para seis o para siete, era para el almuerzo y la comida, la misma que llegaba al mediodía. 

Se recibía una cantinita pequeña, al mediodía, para siete! personas; cocinaban en la casa de una prima, que le llamaban Cosita. Era una señora muy gorda, no sé por qué le llamaban Cosita, parece que era la que se comía la comida. En su casa cocinaban, y un primo, que se llamaba Marcial, traía la cantinita, con un poco de arroz, de frijoles, de boniato, plátanos, y eso se dividía, porque yo me acuerdo que recogía con la esquinita del tenedor hasta el último granito de arroz. Y estaba barato el arroz. 

¿Si aquello era tan desagradable, cómo es que su hermano mayor, Ramón, vino también a aquella casa? 

Porque Ramón llega un día a Santiago, no me acuerdo para qué, y traía una bolsita de ésas de cuero donde se guardan las monedas y allí tenía unas cuantas pesetas, unos reales, unas monedas de cinco centavos y hasta de un centavo. Entonces un durofrío valía un centavo; un dulce de coco con azúcar negra un centavo. Yo envidiaba a los demás muchachos —los muchachos son bastantes egoístas—, porque los vecinitos, aunque eran pobres, tenían un centavo, dos o tres. Pero como los que me educaban, nos educaban a la francesa... Me cayó encima la educación francesa que la maestra y su hermana habían adquirido y te explicaban que pedir era muy mala educación. Los muchachos sabían que yo tenía esa regla y cuando cualquiera de ellos se empataba con un durofrío o con un turrón de coco, si yo les pedía algo, iban y me delataban ante la maestra. Recuerdo que un día le pedí un centavo a la hermana de la maestra, que era una persona muy buena, pero muy pobre. No me olvida cuando me niega el centavo y dice: "Ya te he prestado 2 centavos", y no me dio más centavos. 

Cuando Ramón llega de visita meses después, con aquel pita) en su bolsita, llena de monedas, yo creo que es una enorme fortuna y lo embullo para que se quede. Con lo cual, en realidad, mentó la pobreza, porque ahora había uno más a comer con la misma cantina. 

Más tarde adquiero conciencia. Fue, más o menos, un año despues, porque un día mis padres descubren aquello. 

¿Sus padres no se daban cuenta de lo que ustedes estaban pasando? 

Un día llega mi padre, acababa yo de pasar el sarampión o algo parecido; estaba peludo, porque ni nos cortaban el pelo; flaco, como es de suponer, y mi padre no se dio cuenta de nada! Le habían explicado que se debía a la enfermedad recién pasada. 

Otro día llega mi madre —y a la maestra, su hermana y su adre se habían mudado, porque habían mejorado, ya éramos "es los pupilos, y cobraban cada mes 120 pesos— y allí nos escubre flacos y hambrientos. Ese día nos sacó, nos llevó a la mejor cafetería, creo que todo el helado que había allí nos lo comimos nosotros. Se llamaba La Nuviola la cafeteria. Era época e mango, compró un saco de mangos toledo, unos chiquitos, y aquello no duró nada, ni el helado, nos lo comimos todo. Y nos llevaron para la casa, para Birán. 

Recientemente, conversando con mi hermana mayor, Angelita, todavía la criticaba. ¿Por qué ella, que sabía leer y escribir, no denunció lo que yo no entendía? Yo, que venía de los potreros de Birán. Birán era como un paraíso de abundancia, y había que pelearle a alguien para que comiera; "Cómete el cocido este y otro". Comiendo chucherías todo el día, en la mesa había que obligarnos a comer. Mi hermana tenía que haber denunciado yo le reprochaba. Ella me dijo así, no hace mucho: "Bueno, es que realmente no me dejaban sacar las cartas, me las interceptaban." 

Es que ya, con tres alumnos a 40 pesos, aquello debía ser un negocio rentable. 

Sí, en aquel tiempo —no me acuerdo cuándo— ellos mejoran bastante, éramos tres de Birán, 40, más 40, más 40: 120. Eso era como mil dólares de hoy en un país subdesarrollado. Más el cónsul de Haití, que se casa con la profesora de piano... Entonces hubo! una franca mejoría. 

La maestra, desde luego, reunió dinero y hasta fue en una excursión a Estados Unidos, a las cataratas del Niágara. Traja unas banderitas de recuerdo. Qué desgracia, no se sabe el tiempo que pasé oyendo hablar de las cataratas del Niágara. Odio debiera tenerles, porque era repetir y repetir los mismos comentarios sobre la catarata, lo contrario de la poesía, la "Oda al Niágara" de Heredia [1]Yo estaba hasta aquí de cataratas del Niágara cuando regresó la señora, que ya había comprado muebles, y todo, y lo pagamos nosotros con el hambre. 

Hasta ahí le cuento con toda claridad y franqueza. Y ya tenemos una sublevación. 

¿Se sublevaron contra la maestra? 

Al regresar a Birán, es entonces cuando yo tomo conciencia del crimen, porque todo el mundo se dio cuenta de que los tres habíamos pasado hambre, y nosotros regresamos allá convertidos en unos enemigos jurados de la maestra, que almorzaba en nuestra casa de Birán y escogía las mejores piezas... El período en que mi madre nos lleva de regreso a Birán era de clase, la maestra estaba allí impartiendo sus cursos. Y contra ella organizamos nosotros la primera acción. 

¿Rebelión? 

No, no era rebelión. La primera venganza, pudiera decirse; o, para llamarlo de otro modo, revancha, y fue con tirapiedras, porque el tejado de la escuela aquella era de zinc. Había una panadería cerca, toda la leña ahí para el horno la tomamos como parapeto. Hemos organizado un bombardeo que duró como media hora... Las piedras cayendo sobre el zinc, eso era tremendo... Y la maestra que vivía allí... Bueno, maldades; pero ahí ya tenían una intención.

Lo que estábamos lejos de imaginarnos es que más adelante nuestros padres harían las paces con la maestra y nos enviarían otra vez para su casa en Santiago. 

¿No me diga? 

Sí, pero ya no fue para el hambre, ya había habido gran escándalo. Sin embargo, yo perdía mi tiempo. Ya allí yo estoy perdiendo casi un año, porque, le dije, yo estudiaba las tablas de multiplicar, era todos los días. No me mandaban ni para la escuela. 

Ya había sido el tránsito de la caída de Machado, la acción de Batista y la gran huelga aquella de marzo de 1935. Frente estaba el instituto de segunda enseñanza, donde daban el bachillerato, ocupado por el ejército, que tenía cerrados los institutos. Le conté que allí vi culatazos y veinte cosas. Después los compañeros del 26 de julio [2] lo atacaron, el 30 de noviembre de 1956, cuando nosotros desembarcamos procedentes de México. 

¿Ese mismo instituto? 

Sí, el mismo edificio, pero ya no era un centro de enseñanza, porque hicieron un cuartel o no sé qué, cuando Batista regresó al poder. Era un cuartel de la Policía lo que había allí. En mi tiempo He estudiante era instituto de segunda enseñanza; pero después se convirtió en cuartel del Ejército o de la Policía, estaba premiado. 

Los militares andaban por allí, los soldados tenían tomado el instituto. Sé que el 30 de noviembre de 1956, los del Movimiento 26 de Julio,3 dirigido allí en Oriente por Frank País,[3] lo atacaron. 

Querían que coincidiera con nuestro desembarco, calcularon los días v el 30 de noviembre lo asaltan. Pero resultó ser dos días antes del desembarco. Nos retrasamos 48 horas por culpa del mar, el barco, y ellos atacaron el 30, fecha supuesta, según los cálculos, que llegaría el "Granma". Yo no deseaba que fuera simultáneo, quería desembarcar primero. 

¿Qué otros recuerdos tiene usted de aquellos años? 

Bueno, en aquella época nace un romance entre la hermana a maestra, la profesora de piano, y el cónsul de Haití. Ellas eran personas agradables, mestizos, que hablaban perfecto francés. Y así entra en aquella casa un personaje nuevo, el cónsul de Haití, Luis Hibert se llamaba. Hubo un cambio de statu quoj se mudan para una casita mejor, que estaba al lado, pero ya ésta no se mojaba, tenía más espacio. Entonces allí ya el hambre disminuyó también, porque habían aumentado los ingresos, como le dije. Ya a lo mejor empezaron a cobrar sus sueldos, se casa la hermana con el Cónsul de Haití, que ganaba un salario, era u| poco mejor la comida, aunque, bueno... 

Ellos son los que me bautizan, porque a mí me llamaba "judío", y así les llamaban a los que no estaban bautizados] Aunque pienso, claro, que el calificativo de "judío" tenía que va con prejuicios religiosos, antisemitas. Me llamaban "judío" y yo no sabía por qué. Me decían "el judío". Para que usted vea los prejuicios también históricos. 

¿Usted no estaba bautizado? 

No, me bautizan a los ocho años. Y es que mientras esperaba que el señor millonario que iba a ser mi padrino, amigo de mi padre, el cura y yo coincidiéramos juntos un día para que bautizasen, pasaban los años. Mis hermanos eran "ahíjados" como le dicen, de una tía u otra; pero a mí a esa edad, como a los ocho años, es cuando me vienen a bautizar. Da la casualidad que estaban esperando por el millonario que iba a ser mi padrino y que se llamaba Fidel Pino Santos. El origen de mi nombre es ésa así que no puedo sentirme orgulloso. Yo nací el 13 de agosto día de San Fidel es el 24 de abril, era San Fidel de Sigmaringen, he tratado de averiguar quién era después.[4] 

Y el 13 de agosto es San Hipóla Casiano... Pero a mí me pusieron Fidel por el que iba a ser mi padrino, rico, muy rico, que iba de vez en cuando a la casa, a Birán, en el campo. 

¿Entonces su verdadero padrino es el cónsul de Haití? 

Sí. Ese cónsul de Haití se casa con la hermana de mi maestra; la profesora de piano. Y los dos son mis padrinos de bautizo] Recuerdo que junto con mi padrino, ese cónsul de Haití, fui un día a visitar un barco de pasajeros muy grande, el "La Salle", de dos chimeneas, un transatlántico, que estaba lleno de haitianos porque los expulsaban por millares. 

¿Los expulsaban de Cuba? 

Sí. En los años de la riqueza azucarera habían venido por decenas de miles, a cultivar la caña y a hacer la zafra. Trabajaban en los cañaverales casi como esclavos, con mucho sacrificio, con salarios muy pobres. Yo creo que los esclavos, en el siglo xix, tenían mejores condiciones de vida que aquellos haitianos. Los esclavos vivían en barracones, en las áreas más pobres, a pesar de que en nuestras guerras de independencia —1868 y 1895— el 80 por ciento de los combatientes eran negros. 

Muchos antiguos esclavos, cuando se acabó la esclavitud, estaban peor; antes eran propiedad de un capitalista que los cuidaba como se cuida a los animales. El capitalista cuida la salud del animal y alimenta al animal, pero no cuidaba de la salud ni alimentaba al obrero supuestamente libre, al antiguo esclavo. Eran los más pobres. 

Entonces, cuando la llamada revolución de 1933, que efectivamente constituyó un movimiento de lucha contra los abusos, se pidió la nacionalización del trabajo, que se diera preferencia a los cubanos en el empleo. Después de la caída de la Bolsa de Nueva York, aquel famoso Jueves Negro de 1929, más de un millón de personas quedaron desempleadas en Cuba. Y aquella ley de nacionalización se hizo para que los españoles no trajeran a los sobrinos, y les diesen empleo a los parientes, cuando i había mucha gente sin empleo y pasando hambre en Cuba. 

Pero esa ley dio lugar a medidas crueles y se utilizó principalmente para expulsar a miles y miles de haitianos que habían venido hacía más de 30 años, cuando surgieron las grandes plantaciones cañeras en la región oriental. Creció la población, sobraban haitianos, y los embarcaron de una manera cruel, despiadadamente, para Haití, en aquel barco repleto. Algo I verdaderamente inhumano... A mí me llevaron a ver aquello. 

¿Cuántos años pasó usted en la casa de la maestra? 

Tres Reyes Magos pasé allí. Yo debí haber sido músico, porque la madrina era pianista y estaba todo el día tocando, y los tres Reyés me regalaron cada vez una cornetica. La primera era de cartón, con la boca de metal; la segunda, mitad de cartón y la otra mitad de aluminio; y la tercera, toda de aluminio con tres teclitas... Tres Reyes, no quiere decir tres años, pero si me mandaron en septiembre, el primer Rey fue en enero, y me toca un segundo y un tercero, que creo fue el último. 

Yo les escribía a los Reyes Magos unas cartas larguísimas, ponía hierba, vasos de agua para los camellos, y pedía todo lo que a un muchacho se le imaginaba: un tren, hasta una máquina de cine... Y lo que me regalaban siempre era una cornetica y nada más. 

En la nueva casa había una enredadera con unas hojas que daban un poco de sombra, en la cual yo allí, sentado en una silla sobre un piso de losetas rojas, estudiaba y me aprendía las tablas] Bueno, yo mismo me autodaba clases. Perdí todo el tiempo, hasta que me pusieron como alumno externo en el colegio La Salle. 

En esa nueva casa me pusieron a dormir en un pasillo que daba a la calle, en un catre, sin más nada, un catre de esos que son como de mimbre. En una época en que allí en Santiago poníais bombas todos los días — recuerdo una noche en que explotaron más de 30 bombas; a cada rato ¡prum!— yo tenía la impresión de que en cualquier momento explotaba una bomba allí, en aquel callejón, pegado al pasillo. Había que dormirse con el ruido de las bombas. Yo no sabía de bombas, sabía de los ruidos aquellos, y que alguna iba a explotar por allí. En aquel pasillo vivía yo; y no sabía por qué había bombas, ni por qué las ponían, pero sé que las sentía, ¡bam!, a cada rato un tremendo estallido. 

¿Quién ponía esas bombas? 

Los revolucionarios antimachadistas o antibatistianos, me imagino. 

¿Contra Machado? 

Sí, contra Machado, y después contra Batista; porque el golpe de Estado de Batista es el 4 de septiembre de 1933. Esas bombas tienen que haber correspondido a los meses finales de la lucha contra Machado, que inmediatamente después vienen unos tres meses de un gobierno que se llamó revolucionario. 

La "sublevación de los sargentos", como le dije, fue una! acción más bien revolucionaria; pero antes los civiles habían estado luchando hasta el mes de agosto de 1933, contra el gobierno de Machado, que se había reelegido para un segundo mandato en medio de una gran crisis. Fue la época de la gran crisis que estalló en 1929, y ya le conté que había mucha hambre en el país. Contra Machado se luchó, pero después viene una especie de tregua cuando cae Machado. En septiembre, Fulgencio Batista, que era sargento taquígrafo del ejército, da un golpe, organizado por otro, pero del cual se hace jefe, toma el mando; pero los sargentos se unen con estudiantes y otras fuerzas revolucionarias. 

En esa época vuelven los combates con los "abecedarios", la gente del grupo fascistoide del ABC. Alo mejor los "abecedarios" ponían bombas en ese período del último trimestre, de octubre, noviembre y diciembre de 1933, no sé si a finales de diciembre o principios de enero cambia, y entonces viene después la lucha contra Batista. 

Yo no le puedo decir quién puso hasta 30 bombas en una noche, porque los recuerdos están un poco nebulosos. Cuando vino, en 1933, aquella famosa ley de nacionalización y la expulsión de los haitianos ya yo estaba en la segunda casa de la maestra. De eso estoy absolutamente seguro, de lo cual deduzco que debo haber ido para Santiago a finales de 1932 más o menos. Las fechas exactas no puedo asegurarlas, sólo puedo deducirlas de todas las impresiones que recuerdo y los hechos ocurridos en Cuba. 

¿Usted tendría entre 6 y 7 años? 

No, seis. Con seguridad seis, no tenía más de seis, porque yo estuve menos de un año en la primera casita de la maestra. 

Estoy acordándome ahora, porque después de esos meses en aquella casa, es cuando voy para la otra y todavía estaban poniendo bombas intensamente. Eso tiene que haber sido a finales de 1933. Machado cae en agosto de 1933, y después viene el movimiento de Batista, una unión, una cierta paz que dura alrededor de tres meses, un gobierno revolucionario que es derrotado, y había grupos —el ABC— de tendencias fascistoides, que después fueron aliados de Batista, Así que yo me pregunto quién ponía bombas en aquel período. 

De 1932. 

No, en 1932 sabemos quiénes las ponían. La pregunta es: ¿quién las ponía después? Lo más probable es que fueran esa vez los enemigos de la revolución. A fines de 1933 hubo una sublevación de aquella gente del ABC, que se habían vuelto contra el gobierno revolucionario de los tres meses, quizás los únicos que tenían la fuerza suficiente para poner tan alto número de bombas. 

En Santiago no había universidad; los estudiantes no tenían la organización ni los recursos para colocar hasta 30 bombas que yo recuerdo, quizás fueran menos, pero a mí me parecían muchas. Por eso estoy deduciendo que las bombas que yo escuché, que fueron después y no antes de agosto, pueden ser a fines de 1933. Ya eso ocurre cuando tengo que escenificar la primera rebelión en Santiago, y la hago allí. Ya me habían enviado externo al colegio La Salle, al que iba y venía. Estoy en primer grado externo con aquella agonía. 

¿Usted iba a pie y venía solo? 

Sí, iba y venía, y almorzaba en la casa. El almuerzo había mejorado, porque ya en esa época tenían la costumbre francesa de comer vegetales, había vegetales y algunas otras cosas, ya no era la cantinita. La comida era barata, y por la vía de mi casa llegaban, como dije, cada mes 120 dólares. Que en aquel tiempo) ya sabes que eran como varios miles de dólares de hoy. 

Tenía que ir y venir a almorzar e ir otra vez por la tarde a la escuela. Estaba hastiado ya de todo aquello. Yo estudiaba por mi cuenta. Ya había pasado un tercer Día de Reyes. Sería en febrero, habría que buscar si hay papeles por ahí. El hecho es que me amenazaban con ponerme interno. Y eso era lo que yo quería. 

Para escaparse de aquella casa. 

Yo ya tengo una conciencia formada de lo anterior, y estoy aburrido de la norma francesa. Un día acabé con todas las costumbres francesas, con todos los modales. Allí me obligaban a¡ comer vegetales a la fuerza: remolacha, zanahoria, chayóte. Hubo algunos que los rechacé hasta muchos años después. Eran costumbres francesas y disciplina. Un día me sublevo contra todas) las normas francesas: "No hago esto, no me da la gana". "No hago lo otro, no me da la gana"... Mi rebeldía no era realmente contra los modelos franceses, era contra los abusos de que había sido víctima. 

Usted se sublevó. 

No quedó más remedio, fue instintivo. Fue la primera sublevación... Y ocurrió lo que deseaba. Me metieron de cabeza interno en la escuela de La Salle en primer grado, ya en el segundo semestre del primer grado. Entonces fui feliz, porque ahí yo estaba con todos los demás muchachos, jugaba, iba los jueves y los domingos a un lugar en el mar y a todos aquellos lugares de las venturas. Esa fue la primera rebelión. 

¿Guarda usted algún rencor contra aquella familia? 

Realmente no los culpo. Ellos vivían en esa sociedad, yo no puedo decir que eran unos perversos. Aquella sociedad era una sociedad de muchas dificultades, muchas desigualdades, mucho sacrificio para la gente, desarrollaba un gran egoísmo, convertía a las personas en gente interesada, que trataba de sacar un beneficio le cualquier cosa. No producía en la gente sentimientos de bondad de generosidad. Ellos tenían que vivir y descubrieron que había una forma de explotación, al fin y al cabo estaban explotando al lijo del rico. Ellos no tenían nada. Fui víctima de explotación, por 1 ingreso que significaba para aquella familia pobre la pensión que pagaban mis padres por tenernos allí. Yo sufrí las consecuencias. 

Cuando leyó después a Dickens, Oliver Twist o David Copperfield, por ejemplo, ¿sentiría usted una impresión de haber vivido aquello? 

No se vaya a creer, que algunos de esos libros los leí ya [después de graduado, porque en las escuelas aquéllas no enseñaban nada. Un libro de Shakespeare te lo mencionaban penas. Todos los libros eran españoles. Ni literatura francesa, ni inglesa, ni norteamericana. Al famoso Tío Tom,[5] lo vine a leer ya asi cuando salí de la escuela. Nosotros, privilegiados, y estudiando en escuelas de lujo, de clase alta, sin embargo teníamos grandes algunas en el arte, la pintura, la música. Lo más que hicieron, orno en tercer grado, fue ponerme en un coro y de allí me expulsaron cuando descubrieron —no sé cómo— que yo desentonaba bastante. ¿Se da cuenta? De arte nada. 

Acuérdese de que casi todos esos profesores eran españoles, eran nacionalistas. Su ideología era derechista, franquista, reaccionaria. 

Y religiosos además. 

Era también gente que conocía, gente de disciplina, sobre todo los jesuitas, con los que estudié más tarde, gente de carácter, gente de preparación. Aunque era un colegio pagado, no había espíritu mercantilista. Había, sí, un interés por el prestigio del dinero. Pero aquellos sacerdotes no cobraban salario. Llevaban una vida muy austera. Eran rigurosos, sacrificados, trabajadores. 

Me ayudaron, debo decirlo, porque ellos sí estimularon mi inclinación a ser excursionista, y a mí me gustaba escalar montañas. Cuando veía una montaña me parecía como un desafío. Se apoderaba de mí la idea de escalar aquella montaña, llegar hasta la cima. A veces el ómnibus esperaba cuatro horas porque yo estaba escalando una montaña. Me iba solo o me iba con otro, tardaba a veces cuatro horas en estar de regreso, y nunca tuve ninguna bronca. Aquellos profesores, si observaban alguna característica —espíritu de sacrifico, de esfuerzo, de riesgo— con la cual simpatizaba el alumno, la estimulaban. Se preocupaban del carácter del alumno. 

Usted estudió muchos años con los jesuitas, ¿verdad? 

Sí. Pero no en los primeros grados, era con los llamados Hermanos de La Salle, en el colegio de La Salle, de primero a quinto grado, habiendo saltado de tercero a quinto. Casi cuatro años estuve allí. Disfruté interno. Nos llevaban, como le dije, lo jueves y los domingos al campo y al mar. íbamos a una pequeña península de la bahía de Santiago. Tenían un balneario e instalaciones deportivas. Y allí iba a campos de pelota, baño, vida libre y lugar donde nadar, pescar, caminar, practicar deportes. Yo estaba feliz allí dos veces a la semana. Después, en el colegio de Dolores, los jesuitas no tenían ninguna finca de ésas, y era más escuela y yo de más edad. 

Entre sus compañeros, todos hijos de gente pudiente, ¿había algún alumno negro? 

En el colegio de La Salle sí admitían muchachos negros; pero eran muy poquitos, En mi clase, Larriñaga era el único de color negro, un muchacho vivo. 

No se me olvida. En los dos otros, en el colegio de Dolores y en el de Belén, de jesuitas, ni un negro, ni siquiera un mulato, ni siquiera un mestizo. En esas escuelas estudiaba la gente rica. Todos los que estábamos allí éramos supuestamente blancos. 

¿A usted no le pareció extraño que no hubiese negros? 

Yo hice algunas preguntas, no porque tuviera alguna conciencia, pero como me extrañaba un poco preguntaba. En el colegio de La Salle sí había uno, lo mencioné ya. Pero en los jesuitas, en los colegios más distinguidos, de la más alta burguesía, de hombres y de mujeres, no había negros, ni mestizos. Ellos daban algunas explicaciones, pero les resultaba muy difícil explicar. 

¿Ellos seleccionaban? 

Eran colegios de ricos y no los admitían. Aunque hubiera alguno que pudiera pagarlo, tampoco lo admitían. No le hacían, desde luego, una prueba de sangre al alumno que ingresaba en la escuela, como podían haberlo exigido los nazis, pero, sin discusión, si uno no era aparentemente blanco, no lo admitían en la escuela. 

¿Aunque tuviesen la posibilidad de costearlo? 

Sí. No los admitían. A pesar de lo rebeldes que son los jesuitas, que más de una vez se rebelaron. 

Y últimamente, en América Latina, ha habido jesuitas muy audaces, muy protestatarios. 

En estos últimos tiempos, algunas de las personalidades más rebeldes, como los sacerdotes de la Universidad de El Salvador y otras, han sido sacerdotes jesuitas, gente muy valiente. Parece que tienen aquello... San Ignacio [6] era militar. Recuerdo su himno. 

"Fundador sois Ignacio y general de la compañía real, que Jesús..."[7] 

La letra y música son onomatopéyicas, describe las batallas de os ángeles y de todo el mundo. Era un himno de guerra, y San lacio era un general. Por eso puedo hacer críticas; pero también y capaz de reconocer que eran muy superiores en su preparación los de La Salle. Eran de voto perpetuo, y tenían que estudiar muchísimo, estar tres años adicionales estudiando. Eminentes tánicos en Cuba fueron jesuitas; eminentes astrónomos, que pronosticaban los ciclones, como el padre Viñes; otros eran excelentes profesores de español, como el padre Rubinos. 

Los jesuitas tienen además una gran concepción de la organización, ¿verdad?, una concepción de la disciplina, efectivamente militar. 

Saben formar el carácter de los muchachos. Si uno realiza actividades arriesgadas y difíciles, las ven como prueba de espíritu emprendedor y tenaz. No las desestimulan. Además, en las escuelas donde ingresé, eran españoles y combinaban las tradiciones de los jesuitas —ese espíritu militar, su organización militar— con el carácter español. El jesuíta español sabe inculcar un gran sentido de la dignidad personal, el sentido del honor personal, sabe apreciar el carácter, la franqueza, la rectitud, la valentía de la persona, la capacidad de soportar un sacrificio. Son valores que saben exaltar. 

¿Es una buena escuela, en definitiva, para un revolucionan o? 

A mí me fue útil, aparte de que discriminaban a los negros y que era la escuela de la alta burguesía. Una vez leí una obra literaria que se llama La forja de un rebelde,[8] que cuenta como un rebelde, y no estoy hablando de un revolucionario, es en parte forjado por la vida y por sus propias experiencias. Aunque también influye el carácter de las personas, el temperamento. Y yo creo que mi temperamento, que en parte es de nacimiento, se forja también allí con los jesuitas. 

El propio San Ignacio es un buen ejemplo, alguien que parte a la conquista de las mentes con una estrategia militar. 

Creo que era militar, y organizó una orden militar. Na recuerdo mucho más, pero sé el himno de ellos, es el que tienen todavía, y es bélico. Hay batallas de ángeles, de demonios contra ángeles y ángeles contra demonios. Pero los jesuitas no son propulsores del patriotismo. 

De todos modos usted prefería el deporte. 

Cuando yo estaba estudiando el bachillerato era, sobre todo deportista y escalador de montañas. Mi actividad principal era el deporte y la exploración. ¡Me encantaba! No había subido el Pico Turquino y me habría hecho mucha falta. Una vez estuve a punto de hacerlo, junto a un padre del colegio de Belén, Amando Llorente —que no era graduado, estaba en la etapa de práctica—, hermano de otro Llórente, Segundo Llorente, que era misionero en Alaska entre esquimales y escribía unos reportajes sobre "el país de los eternos hielos", magníficos e interesantes reportajes. Estábamos ya un verano en el puerto de Santiago para partir hacia la zona. La rotura de una goleta, que fue imposible resolver, impidió el plan. El padre Amando Llórente, jesuíta español joven, de la región de León, era amigo mío porque simpatizaba mucho con el deporte y la exploración. 

A mí me habían nombrado uno de los jefes de los exploradores porque desde las primeras expediciones, era el que se pasaba en vela toda la noche, de centinela, por allá por Pinar del Río, o por el valle de Yumurí. Los exploradores tenían su uniforme, hacían vida libre en el campo, en tiendas de campaña. Yo le añadía algunas actividades por mi cuenta, como escalar montañas... Y por fin a mí, por destacado, me nombran general y jefe de los exploradores. Fue mi primer grado jerárquico en la escuela. Pero también participaba en todos los deportes y terminé designado, el último año —la escuela tenía mil y tantos alumnos—, como el mejor deportista de la escuela. Destacaba en el baloncesto, el fútbol, en el béisbol, en casi todos los deportes... 

Claro que me dedicaba mucho al deporte; iba a clases, pero nunca atendía, y después estudiaba, hacía lo que les recomiendo a los estudiantes todos los días que no hagan. Me convertí en autodidacta, se puede decir, hasta en las matemáticas, el álgebra, la física, la geometría, las teorías aquellas, y luego, además, tenía la suerte de que sacaba buenas notas, por encima de los primeros expedientes. Mientras duraba el curso, los jesuitas no le decían nada a nadie, y cuando se acercaba el examen final, advertencia a un tutor que yo tenía, que era un amigo de mi padre, el mismo que iba a ser mi padrino —muy rico el señor, prestamista en el Congreso de la República, amigo de mi padre, y era una especie de tutor mío—, lo llamaban a él, a la casa, para decirle que yo iba a suspender todas las asignaturas. Eso siempre era al final, los tres años que estuve allí. 

Porque usted no parecía interesado por los estudios. 

Óigame, yo realmente nunca atendí en ninguna clase, quizás la de agricultura, no sé por qué, por un profesor que despertó mi interés por la materia... Yo estudiaba con los libros; incluso me quedaba de madrugada, porque me hicieron no sé qué cosa, responsable de apagar las luces al final. Cuando todo el mundo' se iba a dormir, yo, en vez de apagar y marcharme, me quedaba allí estudiando hasta las 2 o las 3 de la madrugada, y después a dormir. Así que matemáticas y todo lo demás lo aprendí solo. Yo era partidario de eso. 

¿Su hermano Raúl, también estaba con usted? 

Eso tiene una historia. Él estaba allá en Birán, tenía de 4 a 5 años menos que yo, era el más chiquito, en la casa siempre peleando con él... Estuvo interno con nosotros en la escuela de La Salle cuando tenía unos 5 años. En un cuarto de cuatro, estábamos Ramón, él y yo más Cristobita, que era el hijo del administrador de un aserrío de una empresa extranjera, la Bahamas Cuban Company, que explotaba parte de los pinares de Mayarí con mi padre. Raúl era entonces un poco malcriado, a veces yo tenía que regañarlo, pero Ramón era su defensor. 

Él era el mayor. 

Ramón era el mayor. Entonces Raúl estaba allá interno con nosotros en La Salle. 

¿Y usted formó a Raúl? 

Yo, cuando iba de vacaciones, escuchaba sólo críticas de nuestros padres, les digo: "Denme la responsabilidad, yo me ocupo de él", y entonces empecé. Él estaba por la libre allí. 

Más tarde, le di a leer algunos libros, le interesaron, le desperté el interés por el estudio y entonces concebí la idea de que él había perdido equis tiempo, que pudiera hacer estudio; universitarios y había una vía, que era a través de la llamada carrera administrativa. No era muy difícil; si usted estudiaba esa carrera podía ingresar después a estudiar una carrera de letras derecho diplomático y hasta abogado, algunas carreras. A mí se me ocurrió esa idea, convenzo a mis padres y él viene para La Habana. Pero ya yo, en esa época, me dedicaba a adoctrinar a todo el mundo. Eso tiene su historia, pero la he adelantado. 

Usted me dijo que, en la casa de la maestra, se produjo su primera rebelión. ¿Cuándo se producen las demás rebeliones? 

Hubo dos más, y casi una cuarta. Es decir, de casa de la maestra me cambian, me envían para el colegio de La Salle. Ya interno. Allí hice primero, segundo y tercer grados. Salté de tercero a quinto, y un día se produce una gran bronca entre el inspector de los alumnos y yo. Ahí tiene lugar mi segunda sublevación, y me cambian también de aquella escuela. Pasaron cosas injustas, y me cambian de escuela. Mis padres no me querían mandar a estudiar, como castigo, por culpa del director. 

Le cuento. Hubo dos directores diferentes allí, uno era el hermano Fernando, muy bueno; el otro, Neón Mari. Y por golpes del hermano Bernardo, un inspector que tenía a su cargo a los internos... Era la tercera vez que me golpeaba... Las dos últimas suave, pero la primera fue tremenda, como consecuencia de una riña que tuve con otro muchacho en una lancha donde llevaban a los internos al mar los jueves y los domingos. Cruzamos la bahía, veníamos por la Alameda, subíamos una calle —porque el colegio estaba allá arriba, después del Parque Céspedes—, y la calle por donde subíamos era la calle de las áreas de tolerancia, de la prostitución. Allí empezaban a fastidiar a los hermanos, que iban con su sotana: "Eh, curita, ven, pasa", y qué sé yo. Los muchachos, ten el escándalo aquel, bueno, pues se reían. 

La reyerta había empezado al regreso del balneario, y no se concluyó... De milagro no caímos, en la lancha, sobre el motor, porque aquel motor no tenía ni tapa... Y continuó la riña con aquel muchacho por todo el trayecto y hasta llegar a la escuela... Era un buen muchacho. Años después supe de él, era de una provincia, no voy a decir el nombre, pero era predilecto del inspector, el mimado, por esas cosas raras —y no voy a decir nada—, quiero decir tendencia a desarrollarse alguna atención privilegiada con algún alumno. Y, bueno, aquellos hermanos eran menos disciplinados que los jesuitas. 

Como consecuencia de que continúa el pleito entre él y yo, y le digo: "Párate", el continúa, y le doy un derechazo, y unos cuantos más... Nos separan. Estoy en quinto grado, y era la primera vez que me pegaba el hermano Bernardo, el inspector de la escuela. 

Por lo demás, fui feliz en esa escuela, porque tenía la libertad del deporte, del mar, de pescar, todas esas cosas. 

¿Pero qué pasó? 

Que, sencillamente, yo había tenido un conflicto con alguien que era el preferido, el predilecto de aquel inspector, tal como le conté. 

En el colegio de La Salle había un aljibe grande, constituía la parte más alta de un patio central alargado. Bajo esa parte del patio estaba el agua. Por ello esa planta de la escuela tiene dos niveles. En el de arriba, de un solo piso, están el comedor, la capilla en una esquina, la sacristía, hacia la derecha una sala de estudio, y doblando en esa otra esquina están por la izquierda varias aulas. Estas instalaciones y un pasillo bajo techo, todo de madera, rodean el patio. 

Ese día, casi ya de noche, era la hora de una ceremonia religiosa en la capilla. Después de la pelea a puñetazos con el muchacho, yo prudente o cautelosamente entro en la sacristía y estoy presenciando la ceremonia. Entonces, cuando me meto allí, la puerta verde y grande se abre de repente y un dedo me hace así, el inspector me llama —no respetó ni la liturgia—, y me lleva, me hace caminar por el pasillo, doblando en la otra esquina hacia la derecha, avanza un trecho y me dice: "¿Qué pasó con fulano de tal?" Digo: "Lo que ocurrió es esto..." Yo estaba de pie frente a él y él no me deja responder, con la mano derecha me da la galleta más fuerte que pueda imaginarse... Y después la otra con la zurda, dos manotazos bien duros. 

Dos bofetones. 

Como si yo le hiciera así, pum, pum. Y después, cuando me ha dado por aquí, siento la zurda... Una mano de hombre contra un muchacho que estaba en el primer trimestre de quinto grado, que tendría 11 años. Y aquello fue con toda su fuerza, y después lo hace con la zurda, con igual fuerza. Me abofeteó brutalmente en ambos lados de la cara. Me dejó aturdido, realmente era ya de noche. Además me da un empujón. Entonces yo me quedo... Aquello fue terrible. Indigno y abusivo. 

Después, varios días más tarde, una segunda vez, porque estoy conversando en fila, cuando íbamos subiendo una escalera para el dormitorio, me da dos coscorrones, no muy fuertes. Pero dentro me dolía más. 

Por la humillación. 

El método de la agresión física, de la violencia, me parecía inconcebible. La tercera vez —fue el último rapapolvo—, salía yo del comedor. Hacíamos una fila, no había refrigeración, y yo tenía como tres panes — porque esa aún era época del hambre—, unos minutos para comerse un pan, diez minutos, había mantequilla en unos pomos verdes y uno se comía rápido dos o tres, embarraba dos o tres más. El apetito de esa edad... Y yo venía discutiendo en la fila... 

Bueno, había un patiecito, el techo del depósito de agua que le mencioné, y después nos disputábamos por tocar una columna, porque el que tocaba primero —había como 10 ó 12 minutos para jugar pelota allí— bateaba... Se jugaba pelota de manera que a veces la pelota caía para acá, y a veces para abajo, dondequiera. En La Salle no había campo de fútbol. Allí era la pelota v va. Estábamos disputándonos allí, y siento que me dan dos coscorrones. Ahí fue el último coscorrón y tuvo lugar la fajazón. Porque, con la misma rabia agarré todos los panes aquellos y se los tiré al inspector con toda la fuerza a la cara y le voy para arriba como una fierita —como un perro chiquitico de ésos era—, a mordidas, a patadas y todo lo demás. Esa fue mi segunda rebelión. Yo era un alumno y él era una autoridad. 

A cada rato los muchachos, cuando estaban bravos, decían: "Le voy a meter un tintero por la cabeza", "Le voy a hacer esto"... Yo no decía que le iba a meter un tintero a nadie. Pero a la tercera vez, no estuve dispuesto a soportarlo. Entonces veo al director, Neón Mari, que estaba cerca, en la sala de estudio —eso era de mañana, hora de desayuno—, y le digo: "Mire..." Me corta: "No, si nada más te dio un empujoncito." El, sin embargo, había visto el zarandeo, las patadas, los piñazos y cómo el inspector me hizo así me dio un empujón... Fue toda la justicia que obtuve. 

Estábamos en el primer trimestre de quinto grado, y daban tres notas: boletín blanco, a los que se portaban bien; boletín rojo, ya muy escaso, al que se portaba mal; y verde, al que se portaba muy mal. 

¿Usted tuvo verde? 

No. Llegó el momento y me quedé esperando. Boletín blanco Fulano, Mengano, Zutano. Boletín rojo:

Fulano, Mengano, Zutano Boletín verde. A mí no me dieron ningún boletín. En ese momento; me ignora, y yo a él. Nunca me porté mejor, faltaban como mes y medio o dos meses —habría que averiguarlo— para las Navidades. Al llegar éstas vinieron mis padres a recogerme, mi padre y mi madre, y el director les dijo —se va a reír—, le dijo a mi padre y a mi madre —usted sabe cómo son los españoles de sentimentales— que los tres hijos eran los "tres bandidos más grandes que habían pasado por la escuela". 

Fíjese, Raúl, bandido, estaría en primer grado. Ramón, que tenía alma de santo. Y el bandidismo mío fue lo que conté, Entonces, mis padres nos llevan para Birán. 

¿Sus padres se lo creyeron? 

Lo peor es que se lo creyeron. Sobre todo mi padre, porque yo me entero que se lo cuenta a todos sus amigos. El asturiano estaba en la oficina y cuando nosotros llegamos allá, me dice: sacar cuentas," El castigo de sacar cuentas. Solo que nosotros, bueno, alguna travesura teníamos que hacer, teníamos el libro de respuestas, de las soluciones de las cuentas, que usaban los profesores. No sé cómo nos hicimos del libro de respuestas. Pera estuvimos una mano de horas castigados cada día. Me llega a los oídos que a algunos amigos que venían, que tenían tierras por aquí y por allá, mi padre les contaba la tragedia, y lo que le había dicho el director de La Salle. Se decreta que no nos mandan mas para ninguna escuela. 

Ramón, al que le gustaban los tractores y los camiones, estaba feliz. Raúl no podía tener opinión. Yo era el herido, el agredido, que veía que era injusto todo aquello que me atribuían. Condenado a no ir más a la escuela. Mire. Entonces fue mi tercera rebelión. Yo digo que tienen que llevarnos a la escuela. Exigí que me enviaran a estudiar. Di en esa ocasión mi batalla por estudiar. Ahí tuve una rebelión en mi casa. Yo declaré: "No acepto que me dejen sin estudiar." Aquella rebelión fue fuertecita por las cosas que yo dije, que no quiero decir que las iba a hacer; pero las dije. 

¿A quién se lo dijo, a su padre? 

Se lo dije a mi mamá, que era la que trasmitía. Porque pasa el Día de Reyes, y llega el día 7 ya, solían llevarnos de regreso al colegio el día después de Reyes, y no había noticias, yo no tenía ningún destino, sino la sanción. Y me puse duro. 

¿Con 11 años? 

Bueno, sí, debe haber sido, porque estaba en quinto grado, y es cuando yo digo una cosa fuerte. 

¿Qué dijo usted? 

Dije que le iba a pegar candela a la casa. 

¿A su propia casa? 

Sí, era de madera. 

Pero no tenía la intención, ¿verdad? 

No estoy seguro de que lo hubiera hecho. Lo más probable es que no lo hubiera hecho. Es verdad que estaba muy acalorado, y no lo hubiera hecho, estoy convencido. Pero lo dije, y debí haberlo dicho muy serio. 

¿Su mamá lo tomó en serio? 

Siempre la mamá era la abogada. El padre, muy bueno, pero... El caso es que mis padres deciden entonces enviarme otra vez al colegio. Ya en un auto. Era período de sequía y en un pisicorre que había me llevan hasta Santiago de Cuba. Eso era como en el año 1938, próximo a unas elecciones para el Congreso. Me envían para la casa de un comerciante, Mazorra, dueño de un establecimiento que se llamaba "La Muñeca". Un gallego, casado con una santiaguera, una mulata alta, que era el doble de él, aunque no lo gobernaba... El galleguito chiquito no se andaba con cuento de camino y si tenía que coger una chancleta... No se dejaba gobernar. Era dueño de una tienda de ropa. Éste era su segundo matrimonio. La señora tenía un hijo de un matrimonio anterior, y otro con él, Martincito, que estaba estudiando para piloto en Estados Unidos. Cuando viene la desgracia de que hay un accidente, aquel avión tiene un fallo, el hijo se tira en paracaídas, y ya usted se imagina la historia... Había también una muchacha, Riset, que estaba en tercer año de bachillerato, tenía las tres cintillitas blancas en la falda azul y era también hija¡ de ambos, una muchacha trigueñita, graciosa, porque a esas edades ustedes saben que los alumnos se enamoran de una joven aunque sea mayor que ellos, de la maestra, de la otra y de cas todo el mundo. 

Bien, no digo nada más sobre eso, estamos hablando de cosas políticas, ¿no? Y allí fue donde yo tuve que escenificar la última rebelión. 

¿Contra el comerciante? 

El comerciante Mazorra era el dueño y jefe de familia de la casa en que vivíamos. Fue en esa época cuando escuché por radio la segunda pelea de Joe Louis y Max Schmeling, que fue gran pelea y duró muy poco, ¿no?, primer round, o dos, y noqueó al otro. 

Gana Joe Louis, ¿verdad? 

Ganó Joe Louis.[9] Después ese Max Schmeling apareció en la historia entre los paracaidistas que atacaron la isla de Creta, en la Segunda Guerra Mundial, víspera de la invasión de la URSS.[10] Era paracaidista y símbolo de la "superioridad racial alemana", que quedó muy humillada por su derrota frente nada menos que a Joe Louis, un hombre negro. Hasta ahí le cuento. 

Me hablaba de la cuarta rebelión. 

La cuarta, porque ya yo estaba hastiado de aquella casa Bueno, tengo que contar algunas travesuras que hice. 

Cuénteme las travesuras. 

¿Se las cuento? 

Sí. 

Bueno, será lo último esta noche. Era lo siguiente. Fl comerciante venía subiendo en la escala social. Con su señora, que era esta mujer mulata, alta, fuerte, ya habían devenido en capas medias y estaban construyéndose una casa en Vista Alegre, el barrio aristocrático. 

A mí me envían para el Colegio de Dolores, de jesuítas, donde estaban los hijos de los aristócratas. Ella estaba feliz de tener a su pupilo allí, porque así podía codearse con los ricos que también tenían allí a sus hijos. El español y ella estaban construyéndose la casa en Vista Alegre... Yo estaba oyendo el cuento y viendo donde estaban construyéndola. Todavía la recuerdo. Entonces, una familia de tan alta estirpe debía tener un pupilo en ese colegio que a su vez tenía que ser el mejor alumno. Y el pupilo... Al pupilo le habían pasado algunas cosas. 

¿Qué le había pasado? 

Mi hermana Angelita estaba estudiando para el ingreso en el bachillerato. Una profesora, Emiliana Danger, mujer negra, excelente profesora, estaba enseñando a mi hermana séptimo grado para el ingreso al bachillerato. Yo, en las vacaciones aquéllas, no fui a la casa de Birán, pasé del quinto al sexto grado. Pero no podía ingresar en el Instituto cuando terminara el sexto grado, porque había que tener una edad, creo que eran 13 años, algo de eso. Entonces, la profesora Danger se interesa porque yo era un alumno atento, contestaba a todas las preguntas y me sabía casi todo un libro, así de gordo, que era el de ingreso al bachillerato. Ella se embulla. Es la primera persona con que me encuentro que me entusiasma en algo. Ella se empeña en que yo estudiara el sexto grado y el séptimo y el primer año de bachillerato para cuando alcanzara la edad correspondiente examinara a la vez el séptimo escolar y el primero de bachillerato. 

Yo andaba de lo más entusiasmado, cuando tuve la desgracia, en ese principio de curso, de que me diagnosticaron una supuesta apendicitis. En aquella época operaban a todo el mundo del apéndice, y a mí, por supuesto, por un dolorcito, boberías de esas... Hacen como en Estados Unidos, operan a la gente sin que hagan falta muchas de las operaciones. Tuve que ir a operarme. Éramos socios de la Colonia Española, una buena institución cooperativa, porque los españoles eran miles y pedíante el pago de una modesta cuota de un peso o un peso y medio, les hacían una operación en la clínica. Así que hasta a las familias de capas medias les brindaban un servicio hospitalario.

Hay que decir que las cooperativas españolas aquí, de icios médicos, eran lo más parecido a una cooperativa Socialista, porque tenían un número de médicos, de enfermeros, pabellones y todo, y recaudaban lo suficiente para la atención médica. Una familia como la mía, con l ,50 ó 2 pesos por persona] tenía asegurados los servicios médicos. Mire usted qué barato, por 2 pesos, si había que operarte, lo hacían y te daban además] los medicamentos. Ya no un medicamento normal, sino lo que fuera necesario... Entonces, me operan usando anestesia local —antes era raquídea o local—. No sé todavía, por qué diablos me operaron con anestesia local... No se me olvida la operación; pero lo peor fue que al séptimo día..., usted sabe que entonces al la gente no la dejaban mover durante una semana. 

No lo sabía. 

Ahora los ponen pronto a moverse para evitar una embolia, por coágulo de sangre u otros problemas, y aquella medicina estaba retrasada. A los siete días me levantan, me quitan los puntos y al poco tiempo se infecta la herida. Afortunadamente era superficial, no llegó más adentro,.. Porque en aquella época no había penicilina, ni nada parecido. Se abre la herida completa, y estoy tres meses en el hospital. Hubo que olvidar el plan de la profesora Danger y debí comenzar el sexto grado en el colegio de Dolores, donde entré a mediados del quinto grado. En la clínica pasé mi primer trimestre del sexto grado... Sin poder ir a la escuela. 

Sin poder ir a la escuela. Ahora, ¿qué había hecho yo en! quinto grado? No podía sacar las notas, pero ella, la tutora, la mujer del comerciante Mazorra, me exigía que yo tenía que sacar las mejores notas. Entonces, me veo obligado a hacer una trampa. 

Medité y dije: bueno, yo tenía que llevar la libreta de notas, la firmaban allá en casa de los tutores, y yo tenía que presentarla en la escuela. Había varias notas posibles: sobresaliente, notable, aprovechado, aprobado, suspenso, como cinco posibilidades, y con sus pretensiones sociales me exigían la nota máxima. Tenía que sacar sobresaliente en todo. O de lo contrario, me quitaban lo que yo recibía semanalmente, que eran 5 centavos para comprar en los estanquillos El Gorrión,[11] una revista de tiras cómicas... 

¿Le gustaban a usted las tiras cómicas? 

Mucho. En aquella época también leí De tal palo, tal astilla, una novelita,[12] y lo demás, muñequitos. Todos los jueves, 5 centavos, y 20 centavos el domingo: 10 para el cine, 5 para un helado, y 5 para un sandwichito de puerco con pan, que era muy barato. Total, 25. Y ellos a mí me advierten, si no saco en todo las mejores notas, me quitan los 25 centavos. 

Entonces, inventé. Lo digo tranquilamente y hasta contento de haberlo hecho. Me dije: ¿Qué pasa si se pierde la libreta de notas? Llevo la vieja libreta y me la firman; pero yo me quedo con ella, y digo en la escuela: "Oiga, se me perdió la libreta." Me dieron una libreta nueva. Entonces tenía dos: una con las notas reales —no eran suspensos, pero no eran las que ella quería—, y otra con las notas que yo ponía. 

¿Usted las falsificaba? 

Sí, las notas. Como tenía dos libretas, ponía en una mis notas, que firmaba la tutora, y en la otra estaban las reales, que firmaba yo. El lío gordo fue a fin de curso, cuando la tutora mía creía que yo era el más brillante alumno que había pasado por la escuela y se hace un traje negro, largo, porque allí estaban los hijos de todos los ricos, sus futuros vecinos de Vista Alegre, y yo era el que iba a llevar todos los honores. 

¿Todos los premios? 

¡Brillante! 

¿Usted se ponía las mejores notas? 

Lo mío era solo 10. Ni un 9, ni nada parecido, porque tenía que asegurar el máximo. 

Cuando llegó el fin de curso no tenía inventado cómo iba a arreglar aquello, porque era cuando daban los premios, las excelencias, los accésit en acto solemne. 

Yo creo que me llevé un accésit en no sé qué materia, en geografía creo porque me gustaba. Comienzan esa tarde a dar los premios. Excelencia: Enrique Peralta, me acuerdo que se llamaba. Lenguaje, primer accésit: Fulano de Tal; segundo accésit... Yo empiezo a poner cara de asombro, yo que tenía "tan excelentes notas" —y no tenía a mano una explicación razonable—, pongo cara de asombro, ¿y yo no me gano un accésit? Aquello se termina y yo no soy ni Excelencia, ni aparezco por ninguna parte; creo que un accésit... 

Y entonces, cuando llegó la hora, encontré la respuesta: "Es que ahora me doy cuenta lo que ha pasado. Coma llegué a mediados de curso, no tengo los puntos del primea trimestre. Y es por eso que yo..." Bueno, fue un consuelo, se queda tranquila la tutora, feliz todo el mundo. No se me olvida que tuve que inventar aquello. 

En sexto grado es cuando viene lo de la operación de la apendicitis, los tres meses perdidos, y ya estaba cansado del aquella historia de las notas, los cuentos de camino y las vanidades, y decido que me voy de allí. Yo, realmente, ni estudiaba, porque es que, en aquellas condiciones en que te ponían a estudiar, uno se dedicaba a pensar en las musarañas. Llego y hago lo mismo, me amenazaban con que iría interno... Fue la misma receta que! en casa de la madrina cuando me tuvieron que meter interno en el colegio de La Salle. Me rebelé, desacaté todo, no obedecí nada y tuvieron que mandarme interno. Ya tenía yo una experiencia feliz del internado, y entonces comienzo a sacar buenas notas, y ya en séptimo grado soy Exce1encia. 

Normalmente, sin tener que inventar falsas notas. 

Normalmente, y sin ser demasiado estudioso, con un poquito de atención, y el deporte. Por aquella época estoy estudiando inglés, y creo que ya estaba próxima la guerra, en 1939, que es cuando yo le envío, como le dije, una carta a Roosevelt, Estábamos estudiando inglés con el texto de un profesor de Santiago de Cuba, cuyo texto hablaba de la familia Blake. Estábamos estudiando la casa, los nombres, las monedas... Incluso yo le digo a Roosevelt que me gustaría tener ten dólares..., un billete de 10 dólares: "a ten dollars green bill [13]Creo que le hablé hasta de los minerales, de los pinares de Mayarí para los acorazados y todas esas cosas. Viene una respuesta, que usted sabe cómo es, ellos están muy organizados, y es algún colaborador del presidente quien la manda. 

Y un día llego y me encuentro el gran escándalo en la escuela: Roosevelt, decían, me había escrito una carta... Ellos después encontraron mi carta y la publicaron gracias a lo cual tengo copia, porque no me quedé con ninguna. y hay algunos que, en broma, me han dicho que quizás, si Roosevelt me hubiera enviado los 10 dólares, yo no habría dado tantos dolores de cabeza a Estados Unidos. 

Por 10 dólares se hubiesen ganado un buen amigo. 

Bien, ya le he contado cosas. 

No hemos puesto límite de tiempo y tengo que hablar de todo sin quitar ni poner un punto. 

Me ha contado usted sus cuatro rebeliones infantiles.
¿Qué lección hay que sacar de su comportamiento de entonces? 

Que naturalmente yo no nací siendo revolucionario, pero sí, ya le dije, rebelde. Creo que muy temprano, en la escuela, en mi casa, empecé a ver y a vivir cosas que eran injustas. Yo había nacido en una gran propiedad y sabía como era todo. Tengo una imagen imborrable de lo que era el capitalismo en el campo. No podrán nunca borrarse de mi mente las imágenes de tantas personas humildes, allá en Birán, hambrientas, descalzas, que allí vivían y en los alrededores, en especial los trabajadores de las grandes empresas azucareras norteamericanas, donde la situación era mucho peor, que venían a pedirle a mi padre que les buscara una solución. Como dije, mi padre no era un propietario egoísta. 

También fui víctima de algunas cosas. Y fui adquiriendo ciertas nociones de justicia y de dignidad, algunos valores determinados. Así también se formó mi carácter, a partir de trabajos que pasé, dificultades que tuve que vencer, conflictos que afrontar, decisiones que tomar, rebeldías... Yo empiezo cuestionando toda aquella sociedad por mi cuenta, algo normal, un hábito de pensar con cierta lógica, analizar las cosas. Sin nadie que me ayudara. Muy temprano todas esas experiencias me hicieron parecer como inconcebible un abuso, una injusticia o la simple humillación de otra persona. Fui tomando conciencia. Nunca me resigné a un abuso. Adquirí un profundo sentido de la injusticia, una ética, un sentido de la igualdad. Todo eso, además de un temperamento indiscutiblemente rebelde, debió ejercer una fuerte influencia en mi vocación política y revolucionaria. 

En definitiva usted desarrolló, en su infancia, el oficio de rebelde. 

Tal vez circunstancias especiales de mi vida me hicieron reaccionar así. Pasé algún trabajo desde muy temprano y fui desarrollando, quizá por ello, en efecto, el oficio de rebelde. Por ¡ahí se habla de los "rebeldes sin causa"; pero a mí me parece, cuando recuerdo, que yo era un rebelde por muchas causas,* agradezco a la vida haber seguido, a lo largo de todo el tiempo,! siendo rebelde. Aun hoy, y tal vez con más razón, porque tenga más ideas, porque tenga más experiencia, porque haya aprendido mucho de mi propia lucha, porque comprenda mucho mejor esta tierra en que nacimos y este mundo en que vivimos.

 

(Tomado del libro "Cien Horas con Fidel, conversaciones con Ignacio Ramonet", editado por Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, Tercera edición, La Habana, 2006, páginas 89-120)  ©

 

 

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