12
Tristezas, despedida, inquietud,
partir de Tuxpan, travesía
tempestuosa, desembarco-naufragio,
dispersión,
infierno bajo los F-47, morir y ser
bandera, guerrilla, diario de Raúl,
peligros, dolor de
Ciro Frías,
combates, Camilo, duro abril, la ofensiva
y la contraofensiva, el triunfo
Katiuska Blanco.
—Comandante,
durante las
últimas
semanas
en México,
usted también
tuvo que sobreponerse a adversidades
más íntimas.
Sé
que sus hermanas le dieron la noticia de la
muerte de su papá
el 21 de octubre de 1956 y de su conmoción
callada al saberlo. Usted recordaba una y otra vez
lo que
él
decía,
que iba a morir sin ver de nuevo a sus hijos.
Tristemente, tal premonición
se cumplió
cuando apenas faltaban unas
semanas para el regreso. A veces pienso cuán
difícil
habría
sido para
él
soportar la avalancha de informaciones falsas que
daban por muertos a usted y a Raúl.
Su mamá
la sufrió,
pero ella era más
joven y creo que poseía
esa entereza femenina que suele revelarse en angustiosos instantes.
Además,
aquellos días,
como nunca antes, usted pudo
comprender su desvelo porque debió
afrontar el momento de despedirse de Fidelito, separarse de
él
sin saber si alguna vez volvería
a verlo y con una tormenta en sus pensamientos
acerca del futuro. Aquí
tengo una copia de la nota que escribió
entonces.
«Desde
el propio automóvil
que me conduce hacia el punto
de partida para Cuba a cumplir un deber sagrado con
mi Patria y mi pueblo, en una empresa de donde difícilmente
se puede regresar, quiero dejar constancia de este acto
de
última
voluntad para el caso de que caiga en la lucha dejo
a mi hijo al cuidado y educación
de los esposos Ing. Alfonso Gutiérrez
y Sra. Orquídea
Pino. Tomo esta determinación
porque no quiero que al faltar yo, caiga mi hijo Fidelito en manos de
los que han sido mis más
feroces enemigos y detractores, los que en
un acto de villanía
sin límites
valiéndose
de vínculos
familiares, ultrajaron mi hogar y lo sacrificaron al interés
de la tiranía
sanguinaria a la que sirven […].
»
No
adopto esta decisión
por resentimiento de ninguna
índole,
sino pensando solo en el porvenir de mi hijo. Lo
dejo por eso, a quienes mejor pueden educarlo, el
matrimonio bueno y generoso, que ha sido además,
los mejores amigos de nosotros en el exilio y en cuya casa los
revolucionarios cubanos encontramos un verdadero hogar.
»Y
al dejarle a ellos mi hijo, se lo dejo también
a México,
para que crezca y se eduque aquí
en este país
libre y hospitalario de los niños
héroes,
y no vuelva a mi Patria hasta que sea
también
libre o pueda ya luchar por ella».
Siento preguntarle sobre estos temas, pero si no lo
hago,
¿cómo
narrar una historia amasada con sacrificio,
tropiezos y dolor, y por ello mismo enaltecedora y bella?
Intuyo muy atribulado su espíritu
en el instante mismo de partir, era un
momento solemne y tempestuoso no solo porque soplaba
el viento y los partes anunciaban mal tiempo…
Fidel Castro.
—Sí,
cuando mi padre murió,
mis hermanas me dieron la noticia. Recuerdo que fue en casa de Orquídea
y Fofo. Enseguida llamé
por teléfono
a Ramón.
Creo que fui fuerte. Tuve que sobreponerme para seguir adelante,
pero tenía
la convicción
de que mi padre, como poseía
un sentido de los valores, tuvo motivos suficientes para sentirse
orgulloso de nosotros, sus hijos. Yo estaba seguro de que
él
confiaba en que cumpliríamos
nuestro compromiso:
«En
el año
1956, seremos libres o seremos mártires».
Esa palabra la empeñé
en la batalla por levantar la moral y la línea
de la lucha revolucionaria frente a los elementos politiqueros que querían
elecciones. Aposté
fuerte y puse una fecha precisa, algo peligroso
que nos colocó
en una posición
muy comprometida. Con más
experiencia no lanzaría
la consigna, habría
dejado una reserva de tiempo, porque la gente nos conocía
y un compromiso de ese tipo tenía
gran fuerza. Sé
que muchas personas sabían
que nunca hablaba en vano, que nuestro empeño
era sincero, verdadero. Para mí
era asunto de luchar o morir. En medio
de todo, tenía
la seguridad de que mi padre se hallaba entre
quienes confiaban plenamente. Pensar así
me confortó,
me dio fuerzas. Cuando la Revolución
triunfó
y la familia volvió
a reunirse, mi hermano Ramón
me lo ratificó
más
de una vez. Supe que el viejo antes de morir le pidió
que me entregara un anillo que
él
deseaba que yo heredara. Y la verdad, me quedó
el anhelo de conversar largamente con mi papá,
saber más
de la historia de su vida, de los viejos tiempos de la
guerra y de los primeros de su estancia en Cuba.
Como bien dices, antes de salir de México
también
tuve que despedirme de Fidelito y fue un momento duro, no
lo niego. Yo tenía
gran preocupación
por
él,
creo que viajó
a México
cuando Myrta se casó.
Lidia fue a buscarlo a Miami, pasaron
por Cuba y siguieron al D.F. La cuestión
concerniente al niño,
era para mí
una preocupación
grande, algo de mucha importancia.
Para entonces ya había
pasado por la experiencia de que,
estando yo preso, sin mi permiso se lo llevaron.
Después
se creó
un clima de mayor confianza y
él
estuvo conmigo en México.
Me sentía
más
tranquilo con
él
allí.
No hubo ningún
conflicto en toda la etapa anterior a la
salida del
Granma.
Después,
probablemente por lo que dice
la nota, se suscitaron algunos problemas que también
terminaron por resolverse. En tal
época
yo tenía
la preocupación
de que si moría,
los que estaban en el poder, los batistianos,
pudieran ser los que educaran a mi hijo; pero
cualquiera que fuera mi actitud entonces, no habría
tenido ninguna razón
si hubiera tratado de privar a la madre de la custodia
del niño.
Comprometido con todo lo que estaba haciendo y con
elevadas posibilidades de morir, deseaba que Fidelito se
quedara en el seno de mi familia, lo admito. Todo tenía
un antecedente, como ya los familiares habían
hecho una cosa muy incorrecta,
sentía
mucha desconfianza. Pero de la misma forma en que lo
digo, pienso que no habría
tenido razón
para dejar al niño
bajo la custodia de alguien que no fuera su mamá.
En el momento de partir sí
quería
que el niño
estuviera a mi lado, y así
fue. Luego, cuando ya estaba con su mamá,
me llegaban sus cartas a la Sierra Maestra y yo le
contestaba. Y al entrar a La Habana, el 8 de enero, lo tenía
esperándome
con los brazos abiertos.
Ahora bien, Katiuska, pensando en tus palabras sobre
esta gesta, la de México,
la del
Granma,
coincido contigo en que se
trata de una historia bella. Pienso que donde hay
causas justas por las que luchar surgen historias hermosas. Y creo
que sí,
que este es un episodio hermoso de hombres de
principio y honor, de hombres caballerosos, que a su vez da
lugar a una historia increíble
como la expedición
del yate que es como una leyenda.
Katiuska Blanco.
—Recuerdo
que cuando visité
México,
ascendí
las faldas del volcán
Popocatépetl
a 3700 metros sobre el nivel
del mar y luego, intenté
aproximarme a las alturas de otra
montaña,
el Iztaccíhuatl
o
«mujer
blanca»
como también
se le conoce por una leyenda. En una de las variantes
de la leyenda, una india quedó
dormida e Iztaccíhuatl,
el indio, permaneció
a su lado para cuidarla, pero nunca más
despertaron y se convirtieron en volcanes. Conocí
esos sitios junto al Cuate,
que hilvanaba narraciones antiguas y nuevas,
leyendas como la del yate
Granma.
Fidel Castro.
—Había
que resolver la cuestión
del barco, buscar uno precisamente para poder trasladarnos a Cuba. Ha
sido siempre el dolor de cabeza de los luchadores: cómo
trasladarse, con qué
medios. Había
que encontrar un lugar de donde
salir; preferiblemente cercano a Cuba: Mérida,
Yucatán,
Cozumel. Esos parajes están
más
próximos
a la isla; pero en aquella
época
no había
carreteras entre México
y esa parte del país.
La que existía
llegaba hasta el río
Coatzacoalcos, si mal no recuerdo; no tenía
puentes, y era muy difícil
moverse entre México
y Yucatán,
entre México
y Cozumel. Era una de las dificultades que afrontábamos.
El segundo problema radicaba
en que seguramente el espionaje de Batista estaría
más
dirigido a aquellas regiones próximas
a Cuba.
Así,
buscando y buscando el barco, y el sitio de donde
partir, dio la casualidad que encontramos el yate
Granma
en Tuxpan. Primero pensamos en un inconveniente: Tuxpan
está
un poco más
lejos; pero luego dijimos: bueno, es un lugar más
disimulado, y allí
mismo está
el transporte. No era fácil
conseguir un barco, no disponíamos
de mucho dinero; teníamos
que actuar con sumo cuidado. Y apareció
en aquel sitio no previsto y con otro elemento casual: el dueño
del yate también
era propietario de una casa a la orilla del río,
dos cosas que necesitábamos:
un barco y una casa a la orilla del río.
El problema era que no disponíamos
de suficiente dinero para comprar ambas cosas, todo costaba alrededor de 35
000 dólares,
y nosotros solo disponíamos
de 10 000 o 12 000, teníamos
que hacer otros gastos: el mantenimiento de los
hombres, la adquisición
adicional de armas.
¿Cómo
fue que compramos el barco?
¡A
crédito!,
tal como ya habíamos
hecho en varias oportunidades.
Para no aparecer en la compra del barco, buscamos a
nuestro amigo el Cuate.
Él
entregó
10 000 dólares,
que era lo que teníamos,
y se firmó
una hipoteca sobre la casa y el barco
como garantía
de lo que nos faltaba por pagar
—como
20 000 dólares—,
y así
resolvimos el problema. Jamás
tuvimos la intención
de engañar
a alguien; el propósito
era pagarlo todo, puesto que confiábamos
en el
éxito
de nuestra causa, y decíamos:
Ahora no tenemos el dinero, pero después
lo vamos a pagar. Y, efectivamente, así
lo hicimos.
Posteriormente, cuando la Revolución
tuvo más
recursos, pagó
lo que debía,
porque siempre tuvimos palabra para
cumplir los compromisos asumidos. Era una deuda de
honor, entre otros, con el Cuate, que nos ayudó;
si no pagábamos
el barco, quien se quedaba endeudado y con problemas
era
él.
En el futuro lo pudimos hacer, y en tal sentido se
cumplieron los vaticinios, las ideas que teníamos.
El barco no se encontraba junto a la casa, sino
junto a otras embarcaciones del pueblo de Santiago de la Peña
y había
que repararlo. Tenía
dos motores, pero el cloche de uno patinaba y
tuvimos que contratar unos mecánicos
que lo arreglaran. Los hombres trabajaron casi hasta el día
que nos fuimos. Creo que lograron arreglar la pieza 24 horas antes de que
saliéramos
rumbo a Cuba. Mientras tanto le funcionaba un solo
motor.
Nos convenía
la ubicación
de la casa cerca del río.
Existía
un muellecito, y ya cuando se acercó
la partida trasladamos el barco para las proximidades de la vivienda.
Recuerdo que un día
habíamos
decidido probar el barco para calcular qué
velocidad máxima
alcanzaba, y salimos por el río
unos pocos de nosotros. El cloche no le patinaba
constantemente, solo de vez en cuando. Las pruebas las hicimos
antes del arreglo final; pero en las tranquilas
aguas del río,
cauce abajo y con escasa gente a bordo, el barco
alcanzó
una velocidad como de 11 o 12 nudos. Hicimos la prueba:
llegamos casi hasta la salida y medimos más
o menos la velocidad, y dijimos: este barco navega a tantos nudos. Luego
calculamos cuántos
días
nos tomaría
la travesía
con la velocidad del barco medida por la navegación
en el río,
lo cual prueba nuestra total
ignorancia en asuntos de marinería.
Por tal razón
calculamos erróneamente
que llegaríamos
a Cuba en cinco días.
A la salida del puerto aún
me preocupaba y por eso los siete
días
que duró
la travesía
me los pasé
oyendo el ruido de los motores, todo el tiempo. Cuando a veces el oleaje
fuerte hacía
que quedara fuera la hélice,
se aceleraba el motor. Y cada vez
que veía
un acelerón
de aquellos, pensaba si se había
fastidiado el cloche otra vez. Por suerte se portó
excelentemente bien, pero sobrevinieron dificultades muy grandes.
En Tuxpan estuvimos muy poco tiempo. Nosotros
llegamos a Santiago de la Peña
simultáneamente
con todos los demás
expedicionarios la noche del 24 de noviembre de
1956. Nuestros compañeros
se habían
hospedado en varios hoteles
a lo largo de todo el trayecto desde Ciudad de México
hasta Tuxpan. Todo llegó
a una misma vez: los hombres y las armas.
La casa se usó
solamente durante unas horas. El día
antes de partir fondeamos el barco junto al muelle, próximo
a la casa. Embarcamos durante la madrugada del día
25.
Katiuska Blanco.
—Al
leer la novela
Magallanes
de Stefan Zweig
recordé
la minuciosidad de relojero o afinador de pianos con
que usted hizo los preparativos. El Cuate se ocupó,
junto a otros compañeros,
de avituallar la nave.
Él
recuerda el momento difícil
en que usted le comunicó
que no iría
en la expedición
porque sería
mucho más
útil
en suelo mexicano. Le dio la instrucción
de no despegar los ojos de la costa y bordear
—callado,
sin acercarse a nadie, sin conversar con nadie—
todo el litoral atlántico
del país
hasta Islas Mujeres. Allí,
por un radio de baterías,
esperaría
la noticia del desembarco en Cuba.
Pero si los jóvenes
tuvieran que abandonar el yate al iniciar el
viaje,
él
lo rescataría
de la deriva. El Cuate me contó
que siguió
estrictamente sus
órdenes,
porque de frustrarse ese primer
intento, la
única
esperanza de reemprender la ruta estaría
puesta otra vez en aquella pequeña
nave marinera.
Fidel Castro.
—El
Cuate representaba un puntal importante en
tierra mexicana una vez que partiéramos,
como acabas de decir. También
algunos de nuestros hombres tuvieron que quedarse
por el escaso espacio en el barco. Seleccionamos
primero a los compañeros
de mayor experiencia, a los de más
conocimientos, y al final, entre todos los buenos que restaban, a
quienes tenían
menos peso y tamaño.
Los
últimos
que seleccionamos fueron los más
chiquitos y los más
flaquitos, porque dijimos: en lo que va uno de estos, alto, grueso,
caben dos. Fue el criterio que prevaleció
ya al final. La verdad es que sobrecargamos
el yate desmesuradamente, un barquito para 10 o 12
personas trasladó
82 hombres.
Katiuska Blanco.
—Nunca
olvido que en nuestra conversación
en enero de 1993 usted dudó
sobre las dimensiones del yate
apuntadas en el libro
Después
de lo increíble:
13,25 metros de
eslora, y de manga solo 4,7.
«¡No
puede ser que el barco fuera
tan chiquito!»,
me dijo. Verifiqué
los datos y eran exactos, entonces aprecié
algo: casi 40 años
después,
usted imaginaba pequeño
el yate; pero,
¡no
tanto!, es decir, no podía
aún
creer que hubiera sido de tal magnitud la audacia
emprendida.
Fidel Castro.
—Sí,
aún
hoy sorprende comprobarlo. Te contaba
la ocurrencia de afortunadas casualidades en esta
historia, pero hubo otra complicada: una empresa maderera nos
puso, como a 50 metros de donde estaba el barco, una
patana enorme.
¡Qué
desgracia! Eso nos obligaba a realizar una maniobra
complicada al salir, y por si fuera poco, pusieron
allí
a dos soldados a cuidar la patana. Me dije:
¡Era
esto lo que nos faltaba! Tuvimos que actuar muy sigilosamente, abastecer el
yate, embarcar y salir sin que nadie se diera cuenta. Solo en un
silencio total conseguimos eludir la vigilancia ubicada allí
muy cerca.
Además
enfrentamos también
otro problema: por un mal tiempo en el golfo, los marinos establecieron la
prohibición
de que salieran al mar las embarcaciones.
¡En
qué
momento coincidieron los diversos obstáculos!:
la patana, los soldados, la prohibición
para navegar y la cercanía
de la tempestad. Con todos esos factores en contra no desistimos.
Embarcamos primero los medicamentos, luego las armas y por
último
a los expedicionarios. Insistí:
no se podía
hablar ni mucho menos fumar, el diminuto destello de un cigarrillo podría
delatarnos y echarlo todo a perder. Recuerdo que consulté
el reloj, pasada ya la medianoche todo estaba listo. Subí
a bordo y di la orden de zarpar. Para no hacer mucho ruido indiqué
poner en marcha un solo motor, el derecho, porque así
el yate se inclinaría
hacia la izquierda, y se alejaría
del espigón
donde siempre estaban dos soldados de guardia. Logramos
hacer toda la maniobra a pesar del peligro de que varias
decenas de metros más
adelante había
que pasar otro cable, utilizado por
el trasbordador, que a falta de puente servía
de transporte de una orilla a la otra del río.
El peligro consistía
en que al cruzar sobre el cable del trasbordador, la hélice
de nuestro cansado barco se enredara con este. Cuando nos acercáramos
al dichoso cable, habría
que parar el motor, cruzar y volver a arrancar.
Así
lo hicimos y todo salió
bien: no hubo ninguna dificultad
con los centinelas. En tales condiciones iniciamos
el viaje. Llegamos ya a la salida del río
y entramos en el mar.
¡Qué
alegría
inmensa sentí!
¿Imaginas
cuánto
tiempo había
soñado,
trabajado y luchado para conseguir emprender la
travesía
rumbo a Cuba?
Lógicamente,
en el río,
el barco navegó
apaciblemente; pero en el mar, los bandazos eran terribles. La cáscara
de nuez aquella empezó
a bailar en las inmensidades profundas del golfo
de México.
La tempestad tremenda levantaba olas realmente
grandes. Lo primero que hicimos cuando salimos mar
afuera fue cantar el Himno Nacional, con una alegría
que pocas veces en la vida experimenté,
una alegría
muy grande porque en ese momento avanzábamos
rumbo a Cuba.
La travesía
fue muy difícil.
El oleaje hacía
tambalear el barco y todo el mundo empezó
a marearse.¡Fue
un mareo universal,
«¡Busquen
las pastillas contra el mareo!»,
sugirió
alguien y resulta que los medicamentos estaban debajo del
armamento…
y allí
estaba mareado el 80% de nuestra gente.
¡Imagínate,
tantos hombres mareados en un barquito como ese! Era
«El
Infierno de Dante».
La gente soltaba la vida.
Katiuska Blanco.
—Ramiro
[Valdés]
me contó
que
él
pasó
prácticamente
todo el tiempo afuera, en un asiento de proa y que
Julito [Díaz],
Ciro [Redondo] y
él
cuidaban el puesto en una litera junto a una escotilla, así
si uno de ellos se mareaba se
recostaba y refrescaba. Ramiro vomitó
una sola vez. También
recordaba que Raúl
hacía
bromas: si alguien vomitaba le preguntaba
en francés
si tenía
miedo. Recuerdo que usted me
contó
que hizo la travesía
en la parte superior del barco…
Fidel Castro.
—Sí
y tuve la suerte de ser uno de los poquísimos
que no se mareó.
Creo que conmigo iban en la parte superior
del barco los pocos que no se marearon porque eran
los que sabían
del mar, hombres como Onelio Pino, [Norberto]
Collado, Pichirilo y [Roberto] Roque.
Al amanecer continuaba el oleaje, y pasó
lo peor: a eso de las 11:00 o 12:00 de la mañana,
el barco empezó
a hacer agua.
¿Cuál
fue la causa? Al montar tanto peso, el barco caló
más,
y el agua llegó
a las tablas secas, un nivel superior del que tenía
normalmente, y empezó
a entrar. Cuando buscamos las bombas
para achicar, no funcionaban, y tuvimos que comenzar
a sacar el agua con baldes. En el oleaje aquel era muy
difícil
apreciar si el agua bajaba o subía.
Recuerdo que en un momento me senté
donde la estábamos
sacando con los cubos
—hicimos
una cadena—,
a tratar de percibir si el agua que entraba era
más
que la que salía
o era menos.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
según
un testimonio escri to por Roque [navegante] en 1976, desde el 26 de
noviembre ustedes avistaron Faro Triángulo
y variaron rumbo 60 grados para evitar los arrecifes de Cayo Triángulo
y la posibilidad de recalar en Punta Palmas, donde era muy segura la
presencia de los guardacostas mexicanos que solían
patrullar a los pesqueros norteamericanos en el golfo de Campeche. Desde ese
día
el nivel del mar sobrepasaba la línea
de flotación
de la nave y el agua se filtraba por las uniones de la madera.
Usted, Ciro, Chuchú,
Pichirilo, Roque, Faustino [Pérez]
y otros sacaban el agua con cubos en una maniobra aparentemente inútil;
el agua entraba, subía…
Fidel Castro.
—Aquello
duró
bastante rato. Yo dije: Aquí
lo
único
que queda, si sigue subiendo el agua
—ya
estábamos
como a 80 millas—,
es enfilar hacia la costa para ver si conseguimos
llegar. También
sucedió
que cuando fuimos a ver los salvavidas
de emergencia eran de corcho, viejísimos
y estaban en muy mal estado. Un rato después
observé
que el agua disminuía
poquito a poquito, tras una frenética
batalla de horas. En mis pensamientos me preguntaba si la gente podría
resistir aquel esfuerzo durante días.
Pero, bueno, como la humedad
expandió
la madera, los resquicios entre las tablas se
sellaron y el agua dejó
de entrar…
Claro, las condiciones reales del viaje
eran muy desiguales a las tenidas en cuenta para
probar el yate
—sin
carga y en el río—;
pero allí
con aquellas olas y con el numeroso contingente a bordo perdió
tal vez hasta un ter cio de su velocidad. De modo que el cálculo
inicial hecho por nosotros, de llegar a Cuba en cinco días
se hizo imposible. El viaje se tardó
siete jornadas.
Katiuska Blanco.
—Sí,
cuando conversamos sobre la expedición
del
Granma,
en enero de 1993, usted también
me comentó
que durante toda la travesía
maldijo su ingenuidad o desconocimiento
marinero al calcular la velocidad del barco sin
tener en cuenta el oleaje y el peso. El yate alcanzó
apenas unos 7.2 nudos. Sin embargo, el timonel Norberto Collado,
confesó,
en cierta ocasión,
que sin el exceso de carga, el yate se habría
hundido. Collado narró
que durante las primeras horas, no
sabía
si maldecir o bendecir esa circunstancia salvadora.
Entre el peso de las armas, las vituallas y los 82 hombres
a bordo
—debían
ser solo 15 según
la capacidad del barco para un viaje
de recreo a la Isla de Lobos, como se consignaba en
el permiso de navegación—,
el barco era un barco de plomo que había
que sacar con fuerza del fondo de las olas
embravecidas y su navegar era asmático,
lento…
Según
la bitácora
del yate, para el tercer día
de viaje, con el sol afuera como una señal
de buen augurio, el
Granma
estabilizó
su velocidad y la tripulación
trazó
a 85 grados un nuevo rumbo paralelo a la costa norte de Yucatán
hacia el Cabo de San Antonio. Ese día
Fofo debía
poner los telegramas en México,
entre ellos uno dirigido al Sr. Duque de Estrada con
la clave:
«Obra
pedida agotada».
El mensaje cifrado en aquella
escueta frase tenía
para Frank País
otra lectura: la expedición
estaba en camino. Usted indicó
esperar la confirmación
del desembarco para iniciar las acciones pero, en el
tercer día
de viaje, le preocupaba que en Cuba esperaban que eso
ocurriera en la fecha indicada, lo cual sería
virtualmente imposible, y no
dos días
después
por el retraso del
Granma.
A la quinta jornada de travesía,
el barco surcaba bien alejado
de las costas los mares al sur de la isla, a 104
grados, para recalar de noche en el faro de Caimán
Grande y asegurar así
un punto geográfico
que permitiera trazar con seguridad el
derrotero de la etapa final del viaje. La tripulación
del yate evitó
la entrada en aguas al alcance de la aviación
enemiga. No se guió
por lo aconsejable desde el punto de vista náutico,
sino por el empeño
de no arriesgar la expedición.
Por eso, próximo
al faro norte de Caimán
Grande, se siguió
rumbo nuevo, a 84 grados, que conducía
directamente a Cabo Cruz, marcaba de día
los Caimanes Chicos a una distancia segura y
entraba en la zona de peligro ya de noche.
El 30 de noviembre sincronizaron los relojes por un
equipo de radiotelefonía.
El sol imprimía
a la tarde aspecto de somnolencia y letargo
propio de las horas de mediodía
cuando se escuchó
la noticia sobre las acciones en apoyo al desembarco en
Santiago de Cuba. Usted y sus compañeros
se acercaron a la radio. Subieron
el volumen. Se hizo silencio. La interferencia se
llevaba y traía
la voz del locutor. Los partes informaban del ataque
al edificio de la policía
en la Loma del Intendente, y a la Aduana
en el puerto, de los tiroteos en las calles. Pedrín
Sotto Alba apuntó
en su diario que ocuparon el mortero de Léster
[Rodríguez].
Usted le dijo a Faustino:
«Quisiera
tener la facultad de volar».
Fidel Castro.
—Sí,
recuerdo con nitidez mi ansiedad por llegar.
No teníamos
conocimientos de marinería
y nos llevó
a situaciones muy difíciles.
El alzamiento de Santiago de Cuba se
realizó
el 30 de noviembre porque nuestros compañeros
del Movimiento calcularon los cinco días
que debía
durar la travesía,
y el resultado fue que cuando llegamos ya no existía
el factor sorpresa, realmente las fuerzas enemigas
estaban sobreaviso y nosotros lejos de las costas.
¡Navegamos
1500 millas! Pasamos hambre, sed. Como a
última
hora tuvimos que partir de manera apresurada,
llevamos poco alimento y escasa agua
—el
viaje se prolongó
dos días—,
y te voy a decir algo más:
llegamos con una pulgada de combustible en los tanques; en el barco habíamos
puesto, además,
muchos bidones de combustible para reserva, pero
no fueron suficientes. El desembarco fue muy difícil.
Onelio Pino, nombrado capitán
del yate, había
pertenecido a la marina en Cuba antes de que Batista lo expulsara;
precisamente por su experiencia confiábamos
en que atracaríamos
en el punto exacto. Más
tarde, desgraciadamente, nos traicionó,
reclutado por la CIA. No era un hombre muy activo ni tampoco
ambicioso, más
bien de carácter
débil.
Reclutarlo fue una canallada de
ese repugnante organismo de inteligencia yanqui.
Bueno, lo cierto es que casi en el momento del desembarco,
cuando llegamos allí,
a las proximidades de nuestras costas, se creó
una confusión
tremenda con las boyas
—me
refiero, al lugar mismo del desembarco—;
dimos una vuelta, luego otra para que
él
se orientara
—ya
era casi de día—,
repetimos la maniobra tres veces, hasta que le hice una sola pregunta:
«¿Tú
tienes la seguridad de que esa es la isla de Cuba?
¡No
vayamos nosotros a desembarcar en otro lugar, en Jamaica o en otro
lado!
¿Esa
es la isla de Cuba?».
Yo le hice la pregunta formalmente:
«¿De
verdad esa es tierra?».
Me dijo que sí
y entonces ordené:
«Bueno,
no des más
vueltas y enfila a toda velocidad hacia la costa».
Y así
fue que llegamos, hasta que el barco encalló
y nos bajamos. Llegamos a un lugar pantanoso, los hombres se
enterraban en el fango. Pasamos un trabajo tremendo. Fue un
desembarco muy difícil,
y aquello tuvo sus inconvenientes.
Katiuska Blanco.
—Sí,
el famoso escritor argentino Julio Cortázar,
inspirado en una narración
del Che donde lo definía
como un naufragio, lo describió
en un cuento con las siguientes palabras:
«...y
llamarle a eso una expedición
de desembarco era como para seguir vomitando, pero de pura tristeza».
Sé
que el agua y la comida escaseaban después
de seis soles. Almeida le cogió
dos huecos al cinto para poder abrochárselo
en el
último
día
de la travesía.
No tenían
para comer más
que vitaminas, naranjas y agua en una mínima
ración
que no satisfacía
el apetito y más
bien hacía
desfallecer las fuerzas de los
enrolados... Sé
también
que usted dedicó
horas a graduar las mirillas telescópicas
desde el segundo día
de la travesía.
Fidel Castro.
—Efectivamente,
desde aquel día,
me dediqué
a graduar las 52 mirillas telescópicas
de los fusiles, algo que no
había
podido hacer debido a la situación
creada en México.
El movimiento del barco y la brisa entorpecían
la exactitud con que debía
realizar aquella labor minuciosa. Debía
fijar la vista con cuidado y calcular en unos pocos metros el
alcance de los fusiles para una distancia de hasta 600 metros. La
operación
debía
tener en cuenta las marcas de fabricación
de las armas: belgas, suecas, norteamericanas. Insistí
en realizar aquella ardua faena porque, como tirador, sabía
que si la graduación
de las mirillas era correcta podríamos
ser certeros y ahorrar por esa vía
cientos de disparos, lo cual resultaba decisivo, de
acuerdo con las municiones y el arsenal de que
disponíamos
para la guerra.
Al pasar de los días,
ya el
último,
en la madrugada vivimos el momento dramático
en que Roque cayó
al mar…
Cuando ya desistían
de continuar buscándolo,
di la orden de persistir aunque eso implicara el riesgo de llegar en pleno día
a la costa. En el intento final conseguimos rescatarlo.
Como se conoce, desembarcamos el 2 de diciembre. Así
vivimos aquella
«aventura
del siglo»,
como la llamó
el Che.
Katiuska Blanco.
—Sí,
lo hicieron por un lugar alejado de la playa
por donde el mangle y los espinos enredan el monte.
Usted me contó
que el primero en lanzarse fue René
Rodríguez
y el segundo usted y que por el peso de su cuerpo y de
las armas se hundió
en el fango. Leí
que en el momento de abandonar el
barco, el Che le preguntó
a Raúl
el nombre de la embarcación
para anotarlo en su diario y ambos bordearon el
costillar del barco, como si se tratara de un enjuto Rocinante.
Con el agua al pecho llegaron hasta la popa, donde está
la inscripción.
Al principio pensaron que decía
Gamma, como la letra del alfabeto
griego; luego leyeron
Granma.
Ramiro también
fue de los
últimos
en desembarcar y recogió
un fusil antitanque que se quedaba en el barco. Después
fue la odisea de avanzar entre la
maleza retorcida de las zonas bajas de la costa sur,
con los palos punzantes enredándolos
y haciéndolos
tropezar y caer, y ustedes incorporándose
más
con la voluntad que con las pocas
fuerzas que les restaban y, por si fuera poco, el
infernal cañoneo,
una sed de salitre partiéndoles
los labios y la sal del sudor
quemándoles
la piel y las ampollas…
Fidel Castro.
—Desde
el primer momento, la aviación
nos sobrevolaba. Avanzábamos,
además,
con tal preocupación
y por ello no nos percatamos de las tropas que se
aproximaban por tierra. También
influyó
la falta de experiencia; teníamos
muy poca en aquellos momentos. El día
5, en Alegría
de Pío,
ubicamos las postas demasiado cerca del lugar de la
acampada, y como consecuencia se produjo un ataque por
sorpresa del Ejército
de Batista, y nuestras fuerzas se dispersaron. Fue
un momento muy duro, muy difícil.
Logramos reunirnos nuevamente unos pocos y en
condiciones muy difíciles
reanudamos la lucha, para obtener la
victoria al cabo de 25 meses. Tal vez habría
sido mejor llevar desde México
un contingente más
reducido. Tal vez habrían
bastado 30 o 40 expedicionarios nada más
y llegar con mucha más
seguridad durante la travesía
y el camino hacia las montañas.
Porque la vida nos impuso realidades: la idea
original de llegar a Cuba con 300 hombres e igual número
de armas automáticas,
se redujo a un arma automática,
82 hombres, y al final ni siquiera eso, sino reanudar la lucha con
ocho hombres y siete fusiles.
Siempre que pienso en ello me pregunto cómo
fue posible, porque fue duro, muy duro el avance por el agua
sobre un fango movedizo que amenazaba tragarse a los hombres
sobrecargados de peso. Casi dos horas demoramos en
dejar atrás
aquel infernal pantano. Acabábamos
de arribar a terreno firme y ya se escuchaban los disparos de un arma
pesada contra el
área
de desembarco en las proximidades del solitario
Granma.
La situación
empeoró
precisamente porque el mando
enemigo había
sido informado y reaccionó
de inmediato, atacó
por mar a la expedición
y ametralló
por aire la zona hacia donde marchaba nuestra pequeña
fuerza. Ya hablé
de las terribles condiciones en que realizamos el viaje, así
que eran tremendos el grado de fatiga, cansancio físico,
sueño,
hambre, en que nos encontrábamos
cuando tratamos de emprender la
marcha hacia la Sierra Maestra. Días
después,
el 5 de diciembre, fue que nos atacaron por sorpresa en un pequeño
bosque donde esperábamos
el anochecer para seguir adelante. Aquello
fue horrible, un revés
tremendo, se dispersaron nuestros
combatientes y se produjo una búsqueda
tenaz de los expedicionarios.
Se perdieron muchas vidas valiosas de combatientes
que en su inmensa mayoría
fueron asesinados después
de caer prisioneros. En ese combate perdimos además,
casi todas las armas.
Muchos hombres comenzaron a vagar solos, otros en
pequeños
grupos, como Raúl
que andaba con cuatro hombres
más,
y Almeida con otro pequeño
grupo. Yo estaba con Universo
Sánchez,
después
se sumó
Juan Manuel Márquez,
el segundo jefe de la expedición;
pero lo perdimos de vista y finalmente se
nos unió
Faustino Pérez,
el médico.
Katiuska Blanco.
—Usted
se refiere al combate de Alegría
de Pío.
En el libro,
La Conquista de la Esperanza,
donde aparecen
apuntes de los diarios de campaña
de Raúl
y del Che, se puede conocer mucha información,
uno siente que puede palpar la
historia, emociona conocer de puño
y letra de ambos combatientes lo que vivían
en tales circunstancias: los hombres dispersos,
los días
y días
sin comer ni beber agua, sin saber el paradero
de los demás
compañeros,
sin un guía
que pudiera orientarlos en aquellos parajes desconocidos. Pero
en los apuntes del día
18 de diciembre, ya se aprecia un cambio en el
estado de
ánimo
de Raúl.
Había
tenido lugar el histórico
encuentro con usted en la finca de Mongo Pérez
en Cinco Palmas.
Fidel Castro.
—A
mí
también
me han impresionado muchas veces
los apuntes recogidos en los diarios, aunque en la
guerra no era partidario de llevarlos por razones de
seguridad.
¡Cuánta
información
podría
aportar un diario al enemigo! Pero reconozco
que, con el tiempo, los hechos a veces no son
narrados con exactitud, la gente se apasiona y agrega
detalles surgidos de su imaginación,
cosa que influye negativamente en el recuento
histórico,
en tal caso, los diarios cobran mayor importancia.
En verdad, fue una etapa muy dura. A raíz
del combate de Alegría
de Pío,
cuando se produjo la dispersión
de nuestras fuerzas, yo estaba con Universo Sánchez,
entonces llegó
Juan Manuel, quien ya en plena retirada se nos perdió
y aunque diinstrucciones a Universo para que se moviera en su
busca, no lo encontró.
Seguimos, atravesamos varios cañaverales
y llegamos a la guardarraya. Nosotros conservábamos
nuestros fusiles y cuando ya estaba empezando a oscurecer, vimos que
se acercaba un hombre, parecía
un soldado; no obstante, le dije
a Universo que no disparara hasta que no lo tuviera
bien cerca. Universo le apuntó
con su fusil de mira telescópica;
pero cuando la persona se acercó
se dio cuenta de que se trataba de
Faustino Pérez,
el médico.
Entonces cruzamos la guardarraya
y nos internamos en un pedazo de monte. Decidimos
pasar la noche allí,
pues los soldados andaban por todas partes.
Al otro día,
recuerdo que estuvimos discutiendo sobre qué
hacer, yo era partidario de quedarnos en el monte y
movernos a través
de la espesura hacia el Este en busca de la Sierra,
y Faustino decía
que en los cañaverales
era donde podíamos
calmar el hambre y la sed para sobrevivir. Lo cierto
es que no estaba de acuerdo con el criterio de Faustino, además
no traía
fusil. En un acto de indignación
ante la idea de que el esfuerzo
de tanto tiempo se perdiera, no discutí
una palabra y seguí
directo por los cañaverales,
algo que dio lugar a que los F-47 de
Batista, nos descubrieran y atacaran con ocho
ametralladoras calibre 50 cada uno. Fue algo terrible, de lo cual
salimos vivos por ocho o diez pasos que dimos en una dirección
determinada para acercarnos a un tupido campo de caña.
No obstante, las balas pasaban por encima o muy próximas
a nosotros, a pocos metros de llegar a este. Es decir, al salir
del bosque y marchar por las cañas
viejas, fuimos descubiertos y atacados
por la aviación
que había
comenzado a sobrevolar desde
el amanecer. Tratamos de ocultarnos en la manigua de
un lote de caña
en demolición,
pero los aviones, comenzaron a ametrallar,
inicialmente a menos de 50 metros y después
directamente. Nos habíamos
apartado unos metros de la manigua
y nos cubrimos con paja de caña
vieja. Después
de cada pase de los aviones, llamaba por su nombre a Faustino y a
Universo para saber si estaban vivos.
En un momento de calma nos movimos unos 40 metros
de distancia, para enterrarnos en una caña
más
alta. Los ojos se me cerraban y no pude impedir el sueño,
pero en caso de sorpresa no me iban a capturar vivo como cuando el
Moncada, coloqué
el fusil entre las piernas, aligeré
uno de los dos gatillos y apoyé
la punta del cañón
debajo de la barbilla.
Katiuska Blanco.
—Siempre
me impresionó
ese pasaje, lo percibo dramático
porque sé
que pasó
por su mente la idea de matarse
si los soldados llegaban donde usted,
¿no
es cierto?
Fidel Castro.
—Sí,
estaba una avioneta vigilando constantemente,
era casi imposible que no nos capturaran si llegaban
las tropas a explorar el resultado y antes de que me capturaran
otra vez dormido, como es lógico
prefería
morir. Desde las guerras mambisas existía
toda una concepción
de no permitir que el enemigo te hiciera prisionero, además
de que lo más
probable era que nos asesinaran, porque ya no se repetiría
un segundo milagro, y yo no me resignaba a la idea de ser otra
vez un prisionero de guerra. Era tal el odio, la repulsa,
el recuerdo de los crímenes
del gobierno tras el Moncada, que no podía
quedarme dormido y despertar de nuevo con los fusiles sobre
el pecho. Era imposible imaginar esa tragedia. Creo que
esa idea tiene que ver además
con nuestras tradiciones, con la mentalidad
de nuestro pueblo, con su sentido del honor.
¿Para
qué
darle al enemigo el gusto de caer otra vez
prisionero? A mí
me parecía
sumamente humillante. Son circunstancias especiales
en las que privarse de la vida está
justificado, cuando vi que no podía
evitar dormirme. Lo otro es tener sangre de mártir
cristiano y yo no la tengo.
Katiuska Blanco.
—Lo
escucho y pienso que fueron horas graves.
¡Imagínese!,
pudo morir fortuitamente, al disparársele
el fusil por un leve roce, por bostezar o hacer algún
gesto brusco mientras dormía.
No creo que haya sido un impulso de juventud,
¿usted
cómo
lo considera?
Fidel Castro.
—Hoy
pensaría
y haría
exactamente igual, porque parto de una concepción
revolucionaria y realista. Nosotros
representábamos
la causa de nuestro pueblo, no estábamos
allí
para tratar de sobrevivir sino para ser consecuentes
hasta el final, además,
siempre dimos mucho valor a la idea de que
cuando los hombres no pueden ser otra cosa, pueden
ser símbolos,
pueden ser banderas, eso lo dijo Mella:
«Hasta
después
de muertos somos
útiles,
porque servimos de bandera».
Por suerte, no se le ocurrió
al enemigo revisar aquel punto
en busca de cadáveres
después
del bombardeo. Por otro lado
no podía
imaginarse que yo estaba allí.
Ya en la noche, pudimos seguir avanzando y llegamos a un cañaveral
más
tupido. A pesar del revés,
confiaba en que los combatientes que lo
graran burlar al enemigo, cumplirían
la orden de marchar a la Sierra. A tales alturas no sabía
cuántos
hombres habían
muerto ni cuántos
habían
sido capturados por el enemigo.
Avanzamos lentamente entre las filas enemigas,
durante varios días
hasta que llegamos a un punto después
del río
Toro, donde comienza propiamente la Sierra Maestra.
Bajamos y llegamos hasta las proximidades de una casa, pero
era de noche todavía
y decidimos esperar al día
siguiente.
Desde la cima de una pequeña
elevación
estuvimos todo el tiempo observando la casa y ya sobre las 4:00 de
la tarde, como no se había
observado nada sospechoso, le dije a Faustino
que fuera allí
a buscar información
y que pidiera comida para 20 o 25 personas a fin de desorientar en relación
con la cantidad de expedicionarios. Los campesinos nos
dieron comida y tomamos agua después
de siete días.
Por cierto, recuerdo que Faustino, como médico,
recomendó
que la tomáramos
en pequeños
sorbos pues de lo contrario nos haría
mal; estábamos
prácticamente
deshidratados. Universo, que andaba
descalzo, con las medias llenas de paja, consiguió
unas alpargatas. Allí
supimos sobre los crímenes
cometidos por los guardias con los expedicionarios y nos explicaron los caminos
para internarnos en la Sierra. Un práctico
nos condujo hasta la Loma de la Yerba y ya después
hicimos contacto con los hermanos
Rubén
y Walterio Tejeda que pertenecían
a la red de recepción
preparada en la zona. Después
seguimos y acampamos en el monte. Allí,
en nuestro pequeño
campamento, dio con nosotros Adrián
García,
el padre de Guillermo, quien sabía
por Eustiquio Naranjo de la presencia de algunos
expedicionarios en la zona y traía
comida, leche y café.
Yo me presenté
como Alejandro, pero
él
no se tragó
el cuento, creo que había
visto unas fotos mías
en
Bohemia.
Era un hombre realmente inteligente. Conversó
despacio y sereno, de repente miró
una estrellita metálica
que yo tenía
en la gorra desde el
Granma
y dijo algunas palabras con referencia a las guerras
de independencia. Sin duda se dio cuenta de que yo no me había
identificado totalmente. De más
está
decir que en cuanto un visitante se despedía,
cambiábamos
de lugar. Estábamos
superdesconfiados.
Al otro día
llegó
Guillermo, y entonces supimos de la suerte
corrida por muchos de nuestros compañeros,
de algunos asesinados o capturados y de los que fueron
contactados por nuestros colaboradores campesinos. Queríamos
cruzar ese mismo día
la línea
de soldados entre Niquero y Pilón.
Guillermo nos informó
que
él
conocía
que los soldados abandonarían
dicha línea.
Decidimos esperar aunque nos ubicamos en otro
punto de la zona. Sucedió
lo que
él
dijo y ese día
los soldados abandonaron la línea.
Llegada la noche contactó
con nosotros e iniciamos la marcha en dirección
a la finca de Mongo Pérez,
a cuyas proximidades llegamos casi amaneciendo en
una noche de luna plena. Es lo que recuerdo.
Seguimos la marcha y, finalmente, luego de atravesar
unos cafetales, salimos al fondo de la casa de Mongo Pérez.
A los pocos minutos
él
salió,
estuvimos hablando e intercambiamos
algunas impresiones, después
acampamos entre unas palmas
en el centro de un pequeño
cañaveral.
La finca de Mongo Pérez
en Cinco Palmas era el punto seleccionado para
recibir a los expedicionarios, agruparlos y organizarlos antes
de partir a las zonas más
intricadas de la Sierra Maestra.
Katiuska Blanco.
—Y
allí
se produjo el encuentro con Raúl,
¿cómo
usted lo rememora?
Fidel Castro.
—Sí,
llevábamos
un día
en nuestro campamento cuando se apareció
Primitivo Pérez,
un muchacho que vivía
y trabajaba en la finca, venía
con una cartera
—una
billetera—,
entregada en la casa de Mongo Pérez
para que me la hiciera llegar. Dentro, estaba la licencia mexicana de
conducción
de Raúl.
Le pregunté
dónde
se encontraba y si estaba armado,
entonces me explicó
que
él
se había
presentado como Raúl
Castro en la casa del campesino Hermes Cardero y que
le había
mostrado su licencia. Este campesino la entregó
en la casa de Mongo. De todas formas, todo esto podía
ser una trampa, entonces le dije:
«Mira,
te voy a dar los nombres de los extranjeros
que vinieron con nosotros, uno es argentino y se
llama Ernesto Guevara, le dicen Che, y el otro es
dominicano, se llama Mejía
y le dicen Pichirilo. Ahora tú
vas para allá
y le preguntas por estos combatientes, si te dice bien
los nombres y los apodos de cada uno, es Raúl».
Al mediodía
regresó
el campesino con la respuesta. Aquel
hombre había
pasado la prueba, no cabía
duda de que se trataba de Raúl.
Llegaron en la medianoche, fue un momento
inolvidable, de gran emoción.
Yo no me sentía
derrotado a pesar del revés
de Alegría
de Pío,
pero aquel encuentro me aportó
la certeza de que ganaríamos
la guerra.
Katiuska Blanco.
—Escuchándolo
hablar de aquel encuentro, de
los campesinos que ayudaron, de la importancia de la
finca de Mongo Pérez,
me viene a la mente la extraordinaria labor
de Celia Sánchez
en la organización
del campesinado de la zona para apoyar el desembarco. El día
19, Mongo Pérez
bajó
a informar a Celia de la presencia de usted, Raúl
y otros compañeros
en su finca, contó
en detalle lo acontecido e informó
que se quedarían
unos días
en espera de otros compañeros
que, según
los campesinos comprometidos, estaban en la zona.
Mongo comunicó
a Celia las instrucciones suyas y siguió
para Santiago a informar a Frank País,
uno de los pilares de la lucha en el llano. El día
21 se produjo el encuentro con los
hombres de Almeida, y el 22 en la tarde regresó
Mongo de sus contactos con Celia y Frank. Trajo dinero, ropa,
botas, medicinas, entre otras cosas que Celia envió
de inmediato. Por otro lado se recibieron noticias de que Guillermo y otros
compañeros
localizaron algunas armas del
Granma.
La situación
era muy incierta todavía,
recién
comenzaban a reorganizarse; no
obstante, el pequeño
ejército
formado por algunos expedicionarios
y un grupo de campesinos, obtuvo muy pronto sus
primeras victorias.
¿Es
así,
Comandante?
Fidel Castro.
—Sí,
en enero se alcanzaron las primeras victorias,
ya para entonces se habían
incorporado otros expedicionarios
y sumábamos
alrededor de 18, más
los campesinos de la Sierra
incorporados a la guerrilla. Fueron los días
17 y 22 de enero. El 17 fue el de La Plata que, después
del fracaso en Alegría
de Pío,
nos llenó
de regocijo y satisfacción.
Nuestro objetivo era ocupar las armas. Si los soldados se hubieran
entregado antes, no hubiera habido derramamiento de sangre. Por
nuestra parte no hubo muertos ni heridos y a los prisioneros
los dejamos seguir su camino.
Katiuska Blanco.
—Para
mí
fue reveladora la lectura de las anotaciones
del diario de Raúl
al finalizar aquel combate, dice:
«Como
no teníamos
medicinas allí,
nada pudimos hacer por el momento con los heridos. Acordamos pues que
los dos prisioneros y el herido leve nos acompañaran
hasta el campamento para darles allí
medicinas y q[ue] ellos los curaran hasta
por la mañana
que llegaran sus comp[añeros],
ya que por lo avanzado de la hora, nuestro médico
no podía
atenderlos debidamente, si no con mucho gusto lo haríamos.
Le prendí
candela al cuartel, la
única
casa que quedaba sin arder y después
de colocar los heridos distantes del fuego, nos
marchamos. El herido q[ue] me regaló
el cuchillo, creyendo que nos
íbamos
empezó
a gritar lastimosamente:
«No
me dejen solo que me muero»,
él
ignoraba que momentos después
volverían
3 de sus comp[añero]s,
con medicinas nuestras para curarlos.
»Tomamos
rumbo hacia el campamento. Me puse al lado
de un prisionero y, echándole
un brazo por arriba de los hombros,
así,
fui hablando con
él
de la ideología
de nuestra lucha, del engaño
que eran víctimas
ellos por parte del gobierno y todo
lo concerniente al tema q[ue] el tiempo y lo corto
del camino nos permitió,
él
me pidió
q[ue] anotara su nombre y q[ue] en el
futuro no me olvidara de
él,
ya q[ue] era pobre, q[ue]mantenía
a su mamá,
y
él
no sabía
lo q[ue] iba a pasar. Nos despedimos
de los prisioneros con un abrazo; soltamos a los
civiles presos, uno de ellos nos serviría
de guía
y nos encaminamos rumbo a Palma Mocha, por un camino que bordea la costa».
Pienso, Comandante, que tales palabras de su hermano
Raúl
son una muestra de los sentimientos de solidaridad,
justicia y amor hacia los seres humanos que animaban a la
guerrilla rebelde desde sus días
augurales, al punto de ser magnánimos
con los adversarios. Impresiona la
última
frase de Raúl:
«Desde
lo lejos, se veían
arder sobre los cuarteles de la
opresión,
las llamas de la libertad. Algún
día
no lejano sobre esas cenizas levantaremos escuelas».
Fidel Castro.
—Aquel
día
el entusiasmo por el triunfo fue grande.
El combate iniciado a la 1 y 50 de la madrugada, si
mal no recuerdo, duró
40 minutos. La patrulla del ejército
había
regresado al anochecer de un vandálico
recorrido guiado por el mayoral de una compañía
que reclamaba la propiedad de
miles de hectáreas
boscosas que nunca adquirió.
Lo exigía
a los campesinos, ciudadanos muy pobres, que azotados
por el desempleo en los llanos buscaban un pedazo de tierra
en las montañas
para vivir penosamente con la mujer y los hijos.
Durante el combate las descargas de nuestras
reducidas armas, eran acompañadas
por la apelación
de que se depusieran las suyas. Sin duda pensaban que haríamos
lo que ellos con los prisioneros. El ardor y la iniciativa de
nuestros combatientes se multiplicó
y al final todos los soldados enemigos
con excepción
de uno, estaban muertos o heridos. El jefe
había
escapado en medio del combate. Nuestras armas se
incrementaron un 70%. De inmediato continuamos la marcha
fuera del monte, hasta el arroyo montañoso
de Palma Mocha. Era ya de día.
Lo hicimos intencionalmente a la vista de los
vecinos; tenía
la seguridad de que después
del combate de La Plata, el enemigo se lanzaría
con furia a perseguirnos. Se hacía
necesario buscar un lugar apropiado para medir de
nuevo nuestras fuerzas frente al enemigo. Ellos seguirían
las huellas que dejáramos
y nosotros utilizaríamos
el método
de la emboscada sobre una tropa en marcha. En el camino
encontramos un espectáculo
muy triste, a decenas y decenas de familias
campesinas que el día
antes habían
recibido la orden de abandonar sus tierras: mujeres embarazadas, niños
pequeños,
ancianos, cargaban a la espalda lo poco que pudieron
recoger. Para el ejército,
de las fuerzas expedicionarias no quedaba
nada, pero con el pretexto de que la zona sería
bombardeada debido a la presencia guerrillera, las autoridades
hicieron un desalojo campesino en masa con el fin de que la
compañía
se apoderara de todas las tierras.
Finalmente, encontramos el lugar que nos convenía,
una especie de meseta descampada en la ladera de la
montaña,
conocida como los Llanos del Infierno, donde
acampamos; ya el 20 organizamos la emboscada. Estaba seguro de
que el ejército
iría
por nosotros y así
fue: el día
22, un pelotón
selecto de paracaidistas que iba a la vanguardia de 300
hombres avanzó
en la dirección
que esperábamos;
la acción
duró
alrededor de 30 minutos y nuestro plan se cumplió
cabalmente. Una típica
emboscada guerrillera. A nuestros combatientes no
les quedó
duda alguna de que podíamos
enfrentar al enemigo, a pesar de su superioridad en hombres y armas. La
reacción
enemiga fue muy fuerte, a dichos combates siguieron
días
de persecución
implacable, se hizo mayor el riesgo de exterminio
de nuestra fuerza que se creó
nuevamente con una resistencia
tenaz.
Recuerdo que el mayor peligro de liquidación
de nuestro pequeño
núcleo
combatiente se debió
a la traición
de Eutimio Guerra, un campesino astuto y combativo que se ha
bía
hecho esencial y que se volvió
traidor al caer prisionero en
una de sus misiones. El enemigo le ofreció
dinero abundante, grado y cargo, con la misión
de asesinarme y de ser posible,
llevar al destacamento a una trampa mortal, lo que
en más
de una oportunidad estuvo a punto de conseguir.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
¿en
algún
momento percibió
tan próximo
el peligro o la sensación
de que cerca alguna amenaza acechaba?
Fidel Castro.
—Ya
sospechaba de Eutimio por pequeños
indicios, y recuerdo que una noche durmió
al lado de donde yo descansaba,
pero Raúl
había
tomado disposiciones para mi seguridad
y muy cerca permanecían
algunos compañeros
que nunca me dejaban solo. Recuerdo una vez que Eutimio pidió
conversar conmigo en solitario; sin embargo, Universo no se
apartó
de mí,
nos siguió
de cerca todo el tiempo. Conversamos en un
cafetal y, mientras caminábamos,
Eutimio se viraba constantemente
hacia
él
y mascullaba mal su nombre; bajito, como
molesto, murmuraba una y otra vez:
«Aniverso,
Aniverso».
Me preguntó
qué
ganaría
él
después
de que triunfáramos
y tal pregunta me permitió
calar sus motivaciones, supe qué
tipo de persona tenía
delante por aquella pregunta. No le dije nada
y le respondí
no recuerdo qué
cosa, pero ya no importaba, la
pregunta retrató
al hombre de cuerpo entero. No olvido nunca
las palabras con que le reclamó
Ciro Frías
—un
excelente combatiente de estirpe campesina que se sumó
a nosotros y murió
más
tarde como comandante—.
Una de las delaciones de Eutimio provocó
que a un hermano de Ciro
—Antonio—,
lo torturaran, le vejaran su mujer a la vista de
él
y finalmente lo ahorcaran. Cuando capturamos al traidor en su
cuarto intento de entregarnos al enemigo, la voz de Ciro
era firme:
«Compadre»,
le decía,
«¿cómo
usted ha sido capaz de hacer
lo que ha hecho? Usted, mi compadre (…)
Usted, compadre, ha matado a Antonio».
Le agregaba que había
quemado vivo a un muchachito que era arriero de Ciro y, por
último,
le decía:
«Usted
ha querido matarme a mí,
compadre, a mí
y a mis compañeros,
usted ha matado a Julio»,
se refería
a Julio Zenón,
víctima
de la más
seria maniobra de cerco y exterminio
organizada por el ejército
enemigo, de la que me percaté
por pura intuición
una hora antes de que se realizara, cuando
ordené
el movimiento que nos salvó
a todos por cuestión
de minutos y los compañeros
llevaron a cabo por pura disciplina,
pues no podían
imaginarlo. Recuerdo que Ciro concluía:
«Usted
no tiene perdón,
mi compadre».
Fue por aquellos mismos días
críticos,
que consideramos necesario dar a conocer que la guerrilla estaba
activa, que los rebeldes permanecíamos
en la Sierra dispuestos a luchar hasta
el final; desmentir las noticias falsas de que los
expedicionarios y los principales líderes
habíamos
sido exterminados. Por eso coordinamos para que un periodista
norteamericano nos entrevistara. Para entonces Faustino había
bajado de la Sierra con la misión
de comunicar a los miembros del Movimiento
que vivíamos
y seguíamos
la lucha. Además
debía
contactar con la prensa extranjera, pero llegó
el momento en que se hizo imprescindible agilizar esa gestión
para que el pueblo tuviera noticias de nosotros y se conocieran, en el
ámbito
internacional, los combates librados. Entonces envié
a René
Rodríguez
con la misión
de verlo para que coordinara la entrevista. René
estuvo en Manzanillo, informó
a Celia el motivo de su viaje y
dejó
establecidos los contactos para el regreso.
Katiuska Blanco.
—Sí,
el periodista norteamericano fue contactado
a través
de la señora
Phillips, corresponsal del diario
The New York Times
aquí
y acreditada ante la embajada. Tengo
entendido que ella se interesó
enseguida en asumir la entrevista,
pero se le explicó
que las condiciones de la Sierra eran
muy difíciles,
por eso designó
a [Herbert] Matthews.
Fidel Castro.
—Cuando
Matthews llegó
a Manzanillo con Faustino, René
estaba allá,
él
regresó
antes y lo habían
puesto al tanto de una decisión
que tomé
después
de su salida para La Habana: toda la dirección
del Movimiento subiría
en tal oportunidad a la Sierra Maestra. Consideramos oportuno
aprovechar la circunstancia de la entrevista para realizar la
primera reunión
con los combatientes del llano que también
se estaban organizando en aquellos días.
A mí
me interesaba mucho el encuentro, era importante
que el periodista se llevara la impresión
de que existía
allí
un ejército
fuerte, organizado. Le dimos a entender que existían
varias tropas en diferentes puntos, cuando en
realidad nuestra situación
aún
era muy adversa, los combatientes tuvieron
incluso que intercambiar la ropa de manera que
cuando estuvieran delante del periodista, tuvieran una mejor
apariencia. Recuerdo que contábamos
con Vilma y con Javier Pazos en
caso de que hiciera falta traducir, pero, entre lo
que yo sabía
de inglés
y lo que Matthews sabía
de español,
logramos entendernos bastante bien. Después
cuando
él
publicó
su primer artículo
hubo cierta polémica
porque Batista reclamó
pruebas de que lo dicho fuera cierto, entonces Matthews
publicó
días
después
una foto mía
con mi fusil de mira telescópica
y ya, para que no quedaran dudas, publicó
luego una en la que aparecíamos
los dos durante la entrevista. Era un periodista de
gran prestigio, que antes había
comunicado su interés
en relación
con la situación
de Cuba y que había
estado en la Guerra Civil Española,
él
tenía
una posición
liberal dentro de la prensa
norteamericana. La señora
Phillips lo sabía,
a ella le había
manifestado su interés,
por eso lo designó,
aunque no le dijo a quién
entrevistaría;
cuando llegó
a La Habana fue que supo los detalles.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
Matthews era el hombre ideal
para la entrevista, había
sido partidario de la República
Española
y cubierto como periodista dichos acontecimientos.
En el libro
Tinísima
de la escritora mexicana Elena Poniatowska,
un pasaje describe la actitud honorable del
corresponsal norteamericano
Herbert Matthews, quien se indigna al presenciar
la humillación
que se le hace en la frontera francesa a un
republicano español.
En el mismo lugar donde usted se entrevista
con Matthews, en la finca de Epifanio Díaz,
tiene lugar el primer encuentro con los combatientes del llano.
¿Qué
detalles registró
su memoria?
Fidel Castro.
—Supe
que los compañeros
estaban muy contentos y que mientras preparaban la subida a las montañas
para encontrarse con nosotros, se presentó
lo del periodista, entonces
el viaje sucedió
antes de lo que imaginaban. Conversamos
largamente, yo quería
saber los detalles de la situación
en el llano y ellos se mostraban ansiosos por conocer
todo lo que habíamos
vivido, y cómo
logramos resistir. En aquel encuentro
compartimos criterios sobre el refuerzo, les dije lo
que necesitaba, especialmente a Frank, le pregunté
por las armas que se habían
podido rescatar del alzamiento del 30 de noviembre
y de qué
forma podían
hacerlas llegar a la Sierra, le hablé
de la cantidad de fusiles y balas imprescindibles para
armar a 100 hombres y acerca de la posibilidad de ir, sobre la
marcha, fortaleciendo
nuestro grupo de combatientes en la medida que se
libraran combates y ocupáramos
armas al enemigo.
Debo añadir
algo. Yo no conocía
a Matthews y lo traté
como un periodista importante de uno de los más
conocidos e influyentes
órganos
de prensa de Estados Unidos, ignoraba su
brillante historia y su calidad humana como hombre
progresista y honesto. Batista cayó
en la trampa de sus propias mentiras.
De haber estado consciente de estos aspectos es muy
probable que mi conversación
hubiera sido diferente. En esos
días
no dependíamos
de las apariencias, sino de nuestra fuerza
real y ya entonces
éramos
gigantes en comparación
con lo que poseíamos
cuando
éramos
solo dos hombres armados y después
siete, en el momento que tuve la convicción
de que ganaríamos
aquella guerra. No debíamos
haber utilizado aquellos ardides para impresionar a Matthews. Después
lo conocí
bien y era un hombre honorable por el que siempre sentí
respeto y aprecio. Todo siguió
dependiendo de nuestro espíritu
de lucha y, no poco, del azar.
Katiuska Blanco.
—En
verdad, Comandante, usted siempre ha
sido un hombre extraordinariamente optimista, usted
mismo ha dicho que esta es una cualidad irrenunciable en
un revolucionario. Algunos años
después
del triunfo, Haydée
Santamaría
contó
que ellos iban al encuentro con la idea de
proponerle su salida de la Sierra y que regresara más
adelante en mejores condiciones, pero que, finalmente, nadie se atrevió
a pedírselo
al escucharlo hablar con tanto entusiasmo y
determinación
aquel día,
cuando con tan pocos hombres y prácticamente
sin armas ni suministros, usted les trasmitió
una seguridad total, al punto que bajaron convencidos de la victoria
rebelde.
Fidel Castro.
—Sí,
yo no tenía
dudas; pero lo ideal hubiera sido
comenzar la lucha en la Sierra después
del Moncada, se hubiera evitado el exilio, la expedición,
el desembarco en condiciones
tan difíciles,
la pérdida
de tantas vidas valiosas; además,
hubiéramos
contado con el apoyo del pueblo santiaguero. Pero
bueno, no pudo ser, ya estábamos
en la Sierra, teníamos
un grupo muy fuerte en el llano y a partir de aquel
encuentro comenzaría
a llegar el refuerzo. Hombres y armas se
concentraron en Manzanillo, en un marabuzal que Celia escogió
porque ofrecía
seguridad, el traslado se hizo en la más
estricta clandestinidad. Nuestros combatientes se jugaban a
diario la vida, tuvieron que ser muy astutos, muy discretos
y muy valientes.
También
se fueron sumando campesinos, y como las condiciones
de vida en la Sierra eran tan difíciles,
dedicamos tiempo a explorar el terreno donde operábamos,
a entrenarnos…,
trabajamos mucho en la preparación
de nuestros combatientes para la lucha en las montañas.
Katiuska Blanco.
—Otro
combate muy arriesgado, que provocó
una fuerte reacción
enemiga unos meses después,
fue el de Uvero, el 28 de mayo de 1957,
¿no
es así?
Fidel Castro.
—Sí,
fue un combate feroz, muy arriesgado, contra
fuerzas fortificadas enemigas a orillas del mar. En
tal ocasión
se ocuparon numerosas armas y, por supuesto, la
reacción
enemiga fue tremenda. Debo recordar que aquel tipo
de acción
no se conciliaba con los conceptos elaborados para
desgastar y destruir al enemigo con un mínimo
de bajas. La llevamos a cabo para tratar de evitar el aniquilamiento de un
grupo de hombres de otra organización
política,
que procedentes de la Florida, desembarcaron por las proximidades de
Sagua, al norte de Oriente. Tal vez no debimos realizar
aquella acción
que se tornó
bien compleja, aunque fue victoriosa al derrotar y
ocupar el armamento de una compañía
de ejército
reforzada. Aquel resultado habríamos
podido alcanzarlo con un mínimo
o ninguna baja y muy poco gasto de municiones
emboscados en caminos importantes, pero entonces tal vez
tampoco habríamos
llegado a ser el tipo de revolucionarios que fuimos
después.
A partir del duro combate de El Uvero, creamos una
segunda fuerza con personal de la Columna N.o
1 y varios campesinos, comandada por el Che, la columna N.o
4.
Él
se destacó
en aquel costoso episodio de guerra, fue el primer
oficial ascendido a comandante. Recuerdo que, poco después
de la creación
de aquella segunda fuerza, supimos de la muerte de
Josué
País,
y apenas un mes después
nos sorprendió
una noticia que causó
una profunda conmoción:
la caída
de Frank País.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
entre los documentos que traje para la entrevista, se encuentran las palabras
que usted escribió
con motivo del asesinato de Frank.
¿Me
permite leerlas?
«No
puedo expresarte la amargura, la indignación,
el dolor infinito que nos embarga.
¡Qué
bárbaros!
Lo cazaron en la calle cobardemente, valiéndose
de todas las ventajas que disfrutan para perseguir a un luchador clandestino.
¡Qué
monstruos! No saben la inteligencia, el carácter,
la integridad que han asesinado. No sospecha siquiera el pueblo de
Cuba, quién
era Frank País,
lo que había
en
él
de grande y prometedor. Duele verlo así,
ultimado en plena madurez, a pesar de
sus veinticinco años,
cuando estaba dándole
a la Revolución
lo mejor de sí
mismo.[...]
¡Cuánto
sacrificio va costando ya esta
inmunda tiranía!».
Fidel Castro.
—Sí,
en realidad, la muerte de Frank fue un golpe
muy duro para el Movimiento,
él
era el responsable de Acción
Nacional en aquel período,
había
realizado una labor importantísima
en la reorientación
de los grupos de acción,
la organización
de la lucha en el sector obrero y la estructuración
de la resistencia cívica.
Las
últimas
semanas de su vida las dedicó
a impulsar la sección
obrera del Movimiento. Fue la figura
máxima
en la clandestinidad desde mucho antes de iniciarse
la guerra en las montañas.
Los dos hermanos dieron la vida
por la Revolución.
A Frank lo asesinaron en plena calle y su
muerte provocó
una reacción
popular espontánea
de tal magnitud que la ciudad se paralizó
durante varios días.
El entierro del joven luchador se convirtió
en una gran manifestación
de rebeldía,
la más
representativa en la historia del pueblo san
tiaguero hasta entonces. Fue la mayor expresión
de repudio generalizado contra el régimen
de Batista.
Katiuska Blanco.
—Hace
poco leí
que cuando Vilma visitó
México,
usted le habló
con admiración
de Frank, de todo lo que
él
había
logrado hacer en Santiago y de su capacidad de
burlar al enemigo en acciones altamente riesgosas, propias
de la vida clandestina. También
conocí
historias de los combatientes del
llano.
¿Podría
explicarme, Comandante, dónde
radicaba la dirección
del Movimiento?
¿Ellos
actuaban siempre en correspondencia
con sus instrucciones?
Fidel Castro.
—La
dirección
del Movimiento en el llano tenía
plena autonomía,
cuando yo estaba en el exilio, ellos se encargaban
de la organización,
asumían
diferentes tareas: reclutar
gente, hacer campañas
políticas,
agitar, accionar contra el gobierno, reunir fondos, captar estudiantes,
obreros, campesinos, y enviarlos para México.
De igual forma se mantuvieron
los vínculos
con el llano en la etapa de la guerra. Algunos en la
Sierra formábamos
parte de la dirección
del Movimiento, pero muy pocos, los demás
estaban en el llano y tenían,
al igual que en la etapa de preparación,
una gran autonomía.
En todo ese tiempo, tuvimos un puntal muy fuerte en la figura de
Frank País,
su muerte fue uno de los golpes más
tremendos que recibimos durante el primer año
de la guerra.
Katiuska Blanco.
—Antes
de referirse a la muerte de Frank, usted
me comentó
que para entonces ya contaban con una segunda
fuerza al mando del Che, la Columna N.o4.
¿Podría
explicarme como fue fortaleciéndose
el Ejército
Rebelde?
Fidel Castro.
—Bueno,
la primera columna que se hizo fue la
nuestra, de ahí
salieron todas las demás,
la segunda fue la del Che. Luego, nuestro pequeño
ejército
fue ganando en experiencia y llegó
el momento en que asestamos golpes muy fuertes
a Batista, habíamos
ido adquiriendo algunas armas, entonces
enviamos una columna al mando de Raúl
al Segundo Frente, a invadir el norte, y otra, al mando de Almeida, a
invadir la zona próxima
a Santiago de Cuba.
Éramos
una pequeña
fuerza, pero fuimos capaces de abrir nuevos frentes
guerrilleros. Con la columna al mando de Raúl
se invadió
por primera vez la Sierra Cristal, y con la de Almeida nos ubicamos en
la proximidades de la ciudad de Santiago; fue un momento muy
importante desde el punto de vista político
y militar. Otra fue la de Camilo, una pequeña
columna que comenzó
a operar en el llano.
Katiuska Blanco.
—¿Podría
referirse a las implicaciones que
tuvo el fracaso de la huelga de abril, a sus dramáticas
consecuencias?
Fidel Castro.
—La
huelga de abril tuvo lugar precisamente en la
etapa en que habíamos
ganado terreno frente al enemigo. En
realidad, se llevó
a cabo como resultado de los puntos de vista
de la gente del llano, ellos estaban convencidos de
que con el auge de la lucha popular, entonces fortalecida,
estaban crea das las condiciones para el desencadenamiento de la
huelga general revolucionaria, objetivo estratégico
final para derrocar a la tiranía.
De que sería
efectiva yo no tenía
dudas, pero aquel no era aún
el momento propicio. Sostuvimos discusiones
en el seno de la dirección
nacional del Movimiento, según
ellos nosotros no podíamos
percatarnos de las posibilidades existentes
porque permanecíamos
en las montañas.
Fue el criterio que prevaleció.
No obstante, en apoyo a la huelga, las fuerzas
de todas las columnas realizaron acciones militares
decididas y exitosas. Pero bien, como era de esperar, en aquel
momento la huelga fracasó.
Batista dio un duro golpe al Movimiento al
aplastar la huelga, lo cual provocó
a su vez un desaliento muy grande en la gente. Lo primero que hice fue hablar
por la emisora de radio que a iniciativa del Che habíamos
instalado en el territorio de la Columna N.o
4, Radio Rebelde, una idea magnífica
que nos fue muy
útil
para mantener la comunicación
con otros combatientes en la Sierra, con los del
llano y con el pueblo en general. Lo que dije el 16 de abril de
1958 para levantar el
ánimo
de la gente, se conserva todavía.
¿No
lo tienes por ahí,
Katiuska?
Katiuska Blanco.
—Sí,
Comandante, permítame
leer algunos fragmentos:
«A
la opinión
pública
de Cuba y a los pueblos libres de
América
Latina
»He
marchado sin descanso días
y noches, desde la zona de operaciones de la Columna N.o
1 para cumplir esta cita con
la emisora rebelde. Duro era para mí
abandonar mis hombres en estos instantes, aunque fuese por breves días,
pero hablarle al pueblo es también
un deber y una necesidad que no podía
dejar de cumplir.
»Odiosa
como es la tiranía
en todos los aspectos, en ninguno
resulta tan irritante y groseramente cínica
como en el control absoluto que impone a todos los medios de
divulgación
de noticias impresas, radiales y televisadas.
»La
censura, por sí
sola, tan repugnante, se vuelve mucho
más
cuando a través
de ella no solo se intenta ocultar al pueblo
la verdad de lo que ocurre, sino que se pretende,
con el uso parcial y exclusivo de todos los
órganos
normales de divulgación
hacerle creer al pueblo lo que convenga a la
seguridad de sus verdugos.
»Mientras
ocultan la verdad a toda costa, divulgan la
mentira por todos los medios.
»No
escucha el pueblo otras noticias que los partes del
estado mayor de la dictadura. Al ultraje de la censura, se
impone a la prensa el ultraje de la mentira. Y a esos
mismos periódicos
y emisoras, a los que un inquisidor severo y
vigilante impide la publicación
de toda noticia verdadera, se les obliga a informar
y emitir todo cuanto la dictadura informe. Se
arrebatan al pueblo sus
órganos
de opinión
para convertirlos en vehículos
de la opresión.
La tiranía
pretende engañar
constantemente al pueblo, como si el mero hecho de negarle toda
información
que no venga de fuente oficial no bastase a
invalidar todas sus informaciones.
¿Y
a quién
ha de creer el pueblo, a los
criminales que lo tiranizan, a los traidores que le
arrebataron su constitución
y sus libertades, a los mismos que censuran la
prensa y le impiden publicar con libertad la más
insignificante noticia?
¡Torpes,
si lo piensan, porque a un pueblo se le puede
obligar a todo por la fuerza menos a creer!
»Cuando
se escriba la historia real de esta lucha, y se
confronte cada hecho ocurrido con los partes oficiales del régimen,
se comprenderá
hasta qué
punto la tiranía
es capaz de corromper y envilecer las instituciones de la república,
hasta qué
punto la fuerza al servicio del mal es capaz de
llegar a extremos de criminalidad y barbarie, hasta qué
punto la soldadesca mercenaria y sin ideología
puede ser engañada
por sus propios jefes.
¿Qué
le importa, después
de todo a los déspotas
y verdugos de los pueblos la desmentida de la
historia? Lo que les preocupa es salir del paso, aplazar la caída
inevitable. Yo no creo que el estado mayor mienta por vergüenza;
el estado mayor del ejército
de Cuba ha demostrado no tener pudor alguno,
el estado mayor miente por interés;
miente para el pueblo y para el ejército;
miente para evitar la desmoralización
en sus filas, miente porque se niega a reconocer ante el
mundo su incapacidad militar, su condición
de jefes mercenarios, vendidas
a la causa mas deshonrosa que pueda defenderse;
miente porque no ha podido a pesar de sus decenas de miles
de soldados y los inmensos recursos materiales con que cuenta,
derrotar a un puñado
de hombres que se levantó
para defender los derechos de su pueblo. Los fusiles mercenarios de la
tiranía
se estrellaron contra los fusiles idealistas que no
cobran sueldos; ni la técnica
militar, ni la academia, ni las armas más
modernas sirvieron de nada: es que los militares cuando no
defienden a la patria, sino que la atacan, cuando no defienden a
su pueblo sino que lo esclavizan, dejan de ser institución
para convertirse en pandilla armada, dejan de ser militares para ser
malhechores, y dejan de merecer no ya el sueldo que arrancan al
sudor del pueblo, sino hasta el sol que les cobija en la
tierra que están
ensangrentando con deshonor y cobardía.
Y esos mismos militares que nunca han defendido a la patria de un
enemigo extraño,
que nunca se han ganado una medalla en los campos
de batalla, que deben sus grados a la traición,
al nepotismo y al crimen, emiten partes de guerra anunciando diez,
veinte, treinta y hasta cincuenta compatriotas muertos por
sus armas homicidas, como si fuesen victorias de la patria,
cual si cada cubano asesinado, porque esas son las bajas que
ellos enuncian, no tuviesen hermanos, hijos, esposas o padres.
Solamente con los familiares de los compatriotas ultimados
habría
para librar una guerra victoriosa. Nosotros no hemos
asesinado jamás
un prisionero enemigo. Nosotros no hemos abandonado
jamás
un adversario herido en el campo de batalla; y eso
es y será
siempre para nosotros una honra y un timbre de
gloria; nosotros sentimos con dolor cada adversario que cae,
aunque nuestra guerra sea la más
justa de las guerras porque es una
guerra por la libertad, pero el pueblo de Cuba sabe
que la lucha se está
librando victoriosamente; el pueblo de Cuba sabe que
a [lo] largo de 17 meses, desde nuestro desembarco
con un puñado
de hombres que supieron afrontar la derrota inicial,
sin cejar en el patriótico
empeño,
la Revolución
ha ido creciendo incesantemente; sabe que lo que era chispa hace
apenas un año
es hoy llamarada invencible; sabe que ya no se lucha
solo en la Sierra Maestra, desde Cabo Cruz hasta Santiago
de Cuba, sino también
en la Sierra Cristal, desde Mayarí
hasta Baracoa, en la llanura del Cauto, desde Bayamo hasta Victoria
de Las Tunas; en la provincia de Las Villas desde la sierra
Escambray hasta la sierra de Trinidad y en las montañas
de Pinar del Río;
en las propias calles de ciudades y pueblos se lucha
heroicamente; pero sobre todo sabe el pueblo de Cuba que la
voluntad y el tesón
con que iniciamos esta lucha se mantiene
inquebrantable, sabe que somos un ejército
surgido de la nada, que la adversidad no nos desalienta, que después
de cada revés
la Revolución
ha resurgido con más
fuerza; sabe que la destrucción
del destacamento expedicionario del
Granma
no fue el fin de la lucha sino el principio; que la huelga
espontánea
que siguió
al asesinato de nuestro compañero
Frank País
no venció
a la tiranía
pero señaló
el camino de la huelga organizada;
que sobre el montón
de cadáveres
con que la dictadura ahoga en sangre la nueva huelga no se puede mantener en el
poder ningún
gobierno, porque los centenares de jóvenes
y obreros asesinados en estos días,
la represión
sin precedentes desatada contra el pueblo, no debilita la Revolución
sino que la hace más
fuerte, más
necesaria, más
invencible, que la sangre derramada
hace más
grande el valor y la indignación,
que cada compañero
caído
en las calles y en los campos de batalla, despierta
en sus hermanos de ideal un deseo irresistible de
dar también
la vida, despierta en los indolentes el deseo de
combatir, despierta en los tibios el sentimiento de la patria que se
desangra en su dignidad, despierta en todos los pueblos de América
la simpatía
y la adhesión».
Fidel Castro.
—Eso
dije al pueblo ese día
y luego regresé
al frente de la Columna Nº
1 en el
área
de La Plata. Todo lo ocurrido
apuntaba a que Batista aprovecharía
la oportunidad para organizar
un contraataque, una ofensiva fuerte contra el Ejército
Rebelde. Estaba seguro de que lo haría
y de que sería
en la zona del Primer Frente rebelde donde se librarían
las batallas más
duras. Entonces le di instrucciones al Che de enviar
la estación
de radio para el territorio de la Columna Nº
1, para un lugar estratégico,
donde instalamos el pequeño
equipito de radio.
Después,
no recuerdo la fecha exacta, llegaron compañeros
para incorporarse a la lucha guerrillera. Recuerdo a
Jor ge Enrique Mendoza y a Orestes Varela, quienes junto
a otros compañeros,
trabajaron en Radio Rebelde. También
arribaron durante las semanas subsiguientes los compañeros,
que el Movimiento envió
después
de la catástrofe
de abril, porque estaban siendo muy perseguidos. Tras el fracaso de
la huelga planteé
que la dirección
política
del Movimiento radicaría
en la Sierra Maestra. Aquel encuentro es conocido como
la reunión
en Altos de Mompié.
Katiuska Blanco.
—¿Comandante,
comenzó
entonces la etapa de las batallas decisivas?
Fidel Castro.
—Sí,
porque el enemigo se sintió
estimulado con el fracaso de la huelga de abril y con el desaliento
que había
en las filas del pueblo; creyó
que era el momento preciso para
dar un golpe definitivo a las fuerzas guerrilleras.
Concibió
y organizó
lo que sería
su
última
acción
estratégica.
Su plan, conocido por las siglas FF que significaban Fin de Fidel,
consistió
en concentrar 10 000 hombres con apoyo de tanques,
artillería,
medios aéreos
y navales. Lanzaron una poderosa ofensiva,
que comenzó
el 25 de mayo de 1958, contra la Columna Nº
1, en cuyas
áreas
se formaron todas las demás
columnas. Allí
se ubicaban la Comandancia General y las instalaciones
más
importantes de nuestra guerrilla como Radio Rebelde y un
hospital de campaña.
Casi simultáneamente
lanzaron otra ofensiva por la zona
del Segundo Frente Oriental Frank País,
atacaron fuertemen te en aquellos dos frentes principales. Los combates
duraron varias semanas y el enemigo fue rechazado. Nuestros
combatientes causaron un gran número
de bajas al enemigo y ocuparon
muchas armas.
En el frente de la Columna Nº
1 nos reunimos alrededor de 300 hombres, incluido el refuerzo de las columnas
del Che y Almeida y los hombres de Camilo, convocados a tal
punto. Fueron 74 días
consecutivos librando combates decisivos para
alcanzar el triunfo sobre aquel descomunal golpe.
Luchando primero a la defensiva y luego contraatacando
vigorosamente, logramos destrozar la ofensiva. Ocasionamos más
de 1000 bajas a las fuerzas
élites
del enemigo, capturamos 443 prisioneros
y ocupamos más
de medio millar de valiosas armas.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
aquí
tengo un mensaje que usted envió
a Ramón
Paz, en relación
con la táctica
para resistir la ofensiva:
«Por
todos los caminos les vamos a hacer resistencia,
replegándonos
paulatinamente hacia la Maestra, tratando de
ocasionarles el mayor número
de bajas posibles.
»Si
el enemigo lograra invadir todo el territorio, cada
pelotón
debe convertirse en guerrilla y combatir al enemigo,
interceptándolo
por todos los caminos, hasta hacerlo salir
de nuevo. Este es un momento decisivo. Hay que
combatir como nunca».
¿En
medio de tal situación
no le preocupó
a usted carecer de fuerzas, armas, municiones y suministros para
sobrevivir, como para hacer frente a una embestida así?
Fidel Castro.
—Siempre
pensé
que no importaba cuántos
fueran ellos, lo importante era la cantidad de gente que
necesitáramos
para hacer invulnerable una posición
y resistir, resistir hasta que el ejército
de la dictadura se desgastara, para entonces
nosotros contraatacar…
Al inicio la otra táctica
que utilizaríamos
sería
emplearnos en aquello en que
éramos
expertos: propiciar los movimientos enemigos en una dirección
determinada y emboscarlos donde fueran más
vulnerables en su recorrido.
Cuando comienza la ofensiva teníamos
una situación
muy, muy difícil
con las balas, tú
has estado indagando en todas estas
cuestiones históricas
y seguramente leíste
los mensajes que envié
por aquellos días
a nuestros compañeros,
en todos está
la necesidad de ahorrar las balas, de crear tal
conciencia en nuestros combatientes; no obstante, estábamos
resistiendo y, aunque yo confiaba aún
en la posibilidad de recibir ayuda del
exterior, estaba seguro de que si aquella fallaba,
los planes de defensa que habíamos
elaborado nos permitirían
resistir con nuestros propios medios y con los que fuéramos
arrancando al enemigo, hasta tanto se desgastara la ofensiva y se
detuviera.
Katiuska Blanco.
—En
un mensaje que usted envía
a Camilo, se aprecia su seguridad en que librarían
la batalla de mayor trascendencia en la guerra revolucionaria. Es una
nota adicional, dice:
«Este
movimiento que te comunico está
relacionado con todo un plan y una serie de circunstancias:
aseguramientos de puntos por donde deben llegar armas (algunas de las
cuales ya están
aquí),
plan minucioso de resistencia a la ofensiva y
contraofensiva inmediatamente posterior. Hemos convertido a la
Sierra [Maestra] en una verdadera fortaleza llena de
túneles
y trincheras. La planta de radio está
convertida en un baluarte de
la lucha revolucionaria, tenemos instalada una red
telefónica
y muchas cosas han mejorado extraordinariamente. Te
hago estas aclaraciones para que no vayas a recibir la falsa
impresión
de que estamos en situación
difícil.
Creo cerca la Victoria».
Ya en el mensaje principal usted le había
explicado la envergadura de la batalla que se libraría
en la Sierra y la necesidad
de que
él
trasladara su tropa con todas las armas buenas
de que dispusiera, así
como lo ventajoso que resultaba desde
el punto de vista estratégico,
el hecho de que el enemigo había
trazado sus planes con
él
allá
y como bien usted dijo:
«Vamos
a hacer que tengan que librar su batalla contigo aquí».
Usted llegó
a sentir un afecto, una admiración
muy grande por Camilo. A mí
me impresionó,
en gran medida, el cuadro de Camilo que vi en su despacho cuando lo entrevisté
por primera vez, al igual que las palabras que dirigió
al pueblo para confirmar su desaparición
física.
Me gustaría
que hablara de Camilo,
¿qué
recuerdos guarda de
él?
Fidel Castro.
—En
relación
con la trascendental batalla que teníamos
por delante, puedo decirte que no fue nada fácil
la misión
que le di a Camilo, debía
atravesar el cerco enemigo de
la Sierra y una vez dentro de la montaña
eludir a las diversas agrupaciones de guardias que estaban operando en
ella, para llegar hasta nosotros. Debía
hacerlo en el mayor secreto, que
nadie supiera su rumbo y en el menor tiempo posible.
Tú
puedes estar segura, Katiuska, de que yo no tenía
duda alguna de que lo lograría.
Cumplió
con
éxito
aquella misión,
muy poco tiempo después
de haber cursado el primer mensaje, ya estaba
con 40 de sus mejores combatientes en la zona de La
Plata. Para mí,
su presencia allí
influiría
muy positivamente en el resto de los combatientes. Era un valiente y
competente jefe, al frente de su pequeña,
aguerrida y combativa tropa.
Katiuska Blanco.
—Cuando
uno estudia esta etapa de la lucha
en la Sierra Maestra, se percata de que usted se
propuso aprovechar la ofensiva para debilitar en gran medida al
enemigo.
¿Podría
explicarme cuáles
eran sus propósitos?
Fidel Castro.
—En
realidad quería
que la ofensiva, lejos de acabar
con nosotros, se convirtiera en un revés
para la dictadura, y para eso hubo que trazar una estrategia muy bien
pensada, que garantizara la resistencia organizada
por largo tiempo, así
se iría
debilitando, agotando el ejército
mientras nosotros
íbamos
reuniendo los recursos, las armas necesarias
para lanzarnos contra la ofensiva cuando ellos
comenzaran a flaquear. Había
que golpearlos en los tres factores que tenían
en su contra: la extensión
de las líneas
de abastecimiento en un terreno desfavorable, la necesidad de realizar
sus operaciones en un terreno mucho más
familiar a los rebeldes y, por
último,
la imposibilidad moral y material del enemigo.
En realidad, se libraron combates decisivos en esta
etapa de la guerra, dimos un duro golpe al enemigo; pero
se perdieron muchas vidas valiosas, cayeron los comandantes Ramón
Paz, Andrés
Cuevas, René
Ramos Latour (Daniel),
los capitanes
Ángel
Verdecia y Geonel Rodríguez,
a quienes consideraba entre los jefes más
eficaces, combativos e inteligentes de que
disponíamos.
Cuando me referí
a tales sensibles pérdidas
en el libro que escribo sobre la ofensiva [La
Victoria Estratégica,
publicado poco después
en agosto de 2010], hice hincapié
en el arrojo y la calidad moral de nuestros jefes,
quienes cayeron combatiendo en primera línea,
al frente de sus tropas. Se perdieron,
además,
otros combatientes rebeldes y varios colaboradores
campesinos.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
una vez derrotada la ofensiva
enemiga se aunaron las tropas del Primero, el
Segundo y el Tercer Frente rebeldes y penetraron en la totalidad
del territorio oriental con vistas a la Operación
Santiago. Para entonces ya usted consideraba a la guerrilla lo
suficientemente fuerte como para ganar la guerra,
¿no
es cierto?
Fidel Castro.
—Nuestro
ejército
había
adquirido una experiencia colosal, se había
fortalecido, como el ave Fénix
había
resurgido de sus propias cenizas; pero seguía
siendo pequeño
frente a la superioridad del enemigo. No obstante, ese pequeño
ejército
logró
vencer. Las columnas de la Sierra Maestra, del
Segundo y Tercer Frente penetramos en el territorio oriental
y dos columnas al mando de Camilo y Che fueron enviadas al
centro del país,
una con 94 hombres y otra con 142. Se puede decir
que fue una hazaña
recorrer más
de 500 kilómetros
por terreno llano, pantanoso; una faena difícil,
muy riesgosa, pero lo lograron. También,
en el mes de septiembre, se creó
el primer pelotón
femenino de combate Mariana Grajales, que entró
en acción
con la Columna N.o
1 ese mismo mes, en el combate de
Cerro Pelado.
En octubre, el Segundo Frente ocupó
importantes posiciones enemigas y capturó
numerosas armas. La Columna Nº
1, con una pequeña
vanguardia y llevando consigo 1000 jóvenes
desarmados de la escuela de reclutas, inició
su avance el 11 de noviembre por el norte de la cordillera hacia
Santiago de Cuba. En el trayecto tuvo lugar la Batalla de Guisa,
una población
muy próxima
a Bayamo, sede del mando de operaciones
enemigas. Al inicio de la ofensiva del verano contábamos
apenas con 180 hombres en el firme de la Maestra, tras la
victoria sobre esta, el número
de combatientes fue creciendo en la medida
en que se ocupaban las armas. En Guisa fueron diez días
combatiendo sin tregua hasta derrotar a las fuerzas
enemigas, que en conjunto alcanzaban la cifra de 5000
soldados, apoya dos por tanques ligeros y pesados, artillería
y aviación.
Guisa fue tomada el 30 de noviembre y ya en el mes de
diciembre todas las columnas rebeldes de Oriente y centro, en
plena y audaz ofensiva final, ocuparon numerosas ciudades,
cercaron Santiago de Cuba y atacaron la ciudad de Santa
Clara.
A solo 24 meses del desembarco del
Granma,
nuestro ejército
había
logrado derrotar al poderoso enemigo. En aquel
momento contábamos
con apenas 3000 hombres equipados
con armas de guerra que en su mayoría
habían
sido arrebatadas al enemigo en combate, luchando contra fuerzas bien
instruidas, con todo tipo de armamento y compuestas
aproximadamente por 80 000 hombres.
Katiuska Blanco.
—¿Cuáles
fueron los
últimos
acontecimientos, Comandante?
Fidel Castro.
—Ya
la guerra estaba ganada, y el 28 de diciembre
de 1958 se produjo en las ruinas del Central Oriente
una reunión
en la que el jefe de las fuerzas de operaciones
enemigas reconoció,
ante el alto mando rebelde, que había
perdido la guerra, y solicitó
una fórmula
para poner fin a los combates.
La fórmula
fue elaborada con toda precisión
por nosotros, y aceptada por
él.
¿Y
qué
ocurrió?
Que no se cumplió
lo acordado y dio lugar al desenlace final con la participación
de los trabajadores y de todo el pueblo, que siempre nos
acompañó
en la lucha. Ante la nueva situación
de peligro, un golpe de Estado en la capital, se dieron instrucciones a los
comandan tes rebeldes de continuar su avance sin aceptar ningún
alto al fuego y se hizo el llamado a la huelga general
—fue
la respuesta inmediata—.
El país
se paralizó
de un extremo a otro y las estaciones
radiales se enlazaron con Radio Rebelde trasmitiendo
las instrucciones del mando revolucionario. Fue un
contragolpe demoledor con el que respondimos a la desesperada
maniobra del enemigo para impedir nuestro triunfo. Ya a las
72 horas se habían
tomado todas las ciudades, se habían
ocupado alrededor de 100 000 armas y todos los equipos
militares de aire, mar y tierra estaban en manos del pueblo.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
cuando se libraban las
últimas
batallas, muy pocos días
antes del triunfo, usted visitó
a su mamá,
fue la
única
vez, en mucho tiempo, que se alejó
por unas horas del campo de batalla, tal parece como si
usted estuviera necesitando su abrazo entrañable
para seguir adelante.
¿Qué
puede decirme de aquel encuentro?
Fidel Castro.
—Fue
el 24 de diciembre, resultó
imposible para mí
resistir la tentación
de ir a visitarla, hacía
años
que no la veía;
recuerdo que la sorprendimos, porque lo menos que
ella se esperaba era que nosotros apareciéramos
por allá.
Fue una emoción
tremenda volver a verla, pero sentí
nostalgia, ya no estaba la casa grande, no estaba el viejo.
Recuerdo que le brindé
naranjas al grupo que venía
conmigo y se formó
un determinado desorden en el naranjal. Ella nos llamó
la atención
por arrancarlas de manera descuidada porque seguía
respe tando la forma en que mi padre exigía
que se recogieran las naranjas. Lo hacía
como velando porque
él
de alguna forma siguiera vivo allí
en Birán.
Recuerdo que cuando regresábamos
por el camino que cruza a través
de los Mangos de Baraguá,
también
sentimos la imperiosa necesidad de detenernos para rendir
homenaje a los mártires
de nuestras guerras de independencia. Intuíamos
cerca el momento sublime en que los sueños
de nuestros próceres
se harían
realidad, teníamos
el presentimiento de que la Revolución
que ellos soñaron
triunfaría
de un momento a otro. Esta vez no ocurriría
como en 1898, cuando la presencia
norteamericana impidió
a las fuerzas mambisas de Calixto
García
entrar a la ciudad de Santiago de Cuba, en lo que
fue una frustración
y una injusticia histórica
con los cubanos. Mangos de Baraguá,
su significado en nuestra historia, nos
conmovió
profundamente. Poco después
de una semana, el jueves 1.o
de enero de 1959 triunfaba la Revolución
Cubana, colmada de anhelos de justicia e independencia
acariciados durante más
de 100 años.
Al fin los sueños
casi imposibles se convertían
en realidad palpable y los mambises entraban en
Santiago. La historia abría
sus puertas para siempre a una vida
nueva y digna para el pueblo de Cuba. Todo lo demás
dependerá
de nosotros mismos. |