11
Afanes de Raúl,
peligros de muerte, gesto de Lázaro
Cárdenas
con Fidel, promesa por cumplir,
hacer o no hacer la Revolución,
cruzar el río Bravo,
encuentro con Prío,
confianza de Ángel, polémica en
Bohemia,
militante de la ortodoxia, contra Batista y
Trujillo, una Revolución
verdadera, en peligro: hombres
y armas, traición,
últimas
horas, zarpar, telegramas
a Cuba
Katiuska Blanco.
—Comandante,
La Palabra empeñada,
un libro que nació
del estudio pormenorizado hasta el deslumbramiento,
del investigador de la Oficina de Asuntos Históricos
del Consejo de Estado, Heberto Norman, nos permite
conocer los esfuerzos de los compañeros
de la dirección
del Movimiento
no detenidos en junio de 1956, en México,
en pos de conseguir la liberación
de ustedes, evitar la detención
de
otros jóvenes
revolucionarios con su inmediato traslado hacia
Veracruz, y salvar las armas no ocupadas aún
por la Policía
Federal de Seguridad llevándolas
—en
muy arriesgadas acciones—
desde lugares ya identificados por la policía
hasta sitios seguros.
Juan Manuel Márquez,
quien se encontraba en Estados
Unidos, regresó
apresuradamente a tierra azteca para reunirse
con Raúl
y Héctor
Aldama, quienes integraban, junto a
otros compañeros,
el Comité
Ejecutivo del Movimiento Revolucionario
Cubano 26 de Julio en el Exilio. Ellos asumieron la
realización
de lo imposible para que usted y los 22 combatientes
detenidos fuesen puestos en libertad, y no
descansaron en el empeño
de mantener vivo el Movimiento en México,
sus nexos con la isla, y la capacidad de emprender la
expedición
en cuanto usted
—fuera
ya de la cárcel—
considerara concluidos los preparativos y dispusiera la salida rumbo a
Cuba, aquel mismo año
1956, tal como lo había
prometido.
Le confieso que me conmovió
el infatigable quehacer de Raúl
durante tales angustiosas semanas en que la situación
de usted y la de todos los recluidos en la estación
para los inmigrantes, de la calle Miguel Schultz en el Distrito Federal,
parecía
de pronto resuelta y de súbito
volvía
a complicarse, con el peligro en ciernes de una extradición
a Cuba. Se percibe en aquel frenético
trajín,
su desvelo por el hermano mayor y guía
de la Revolución.
También
estremece la solidaridad de los cubanos,
mexicanos, españoles,
dominicanos y puertorriqueños
amigos, quienes dieron refugio o los auxiliaron sin
detenerse a pensar en la suerte que correrían
si las autoridades, por esa
razón,
terminaban considerándolos
involucrados o cómplices:
son los casos del Cuate, las hermanas Jiménez,
Arsacio Vanegas y sus hermanas, Fidalgo, Carlos Maristany y su señora
Julieta, Martín
Dihígo,
Esperanza Olazábal,
Bayo y sus hijos, Víctor
Trapote, Ramón
Vélez
Goicochea, Marta Eugenia López,
Laura Meneses de Albizu Campos, Juan Juarbe, así
como los abogados y el juez que asumieron el caso, por solo citar
algunos ejemplos. Las páginas
del libro recuentan exhaustivamente los
aconteceres en su dinámica
precipitada en vorágine
de aquellos días,
especialmente peligrosos por las continuas
detenciones a mano armada. Entonces, fueron detenidos y
torturados por la Policía
Secreta, Cándido
González,
Julito Díaz,
Alfon so Guillén
Zelaya y [Jesús]
Chuchú
Reyes quien permaneció
desaparecido varias jornadas. Al Cuate también
lo arrestaron, pero consiguió
librarse del encierro sin ser torturado gracias
al silencio valiente de Chuchú.
Comandante, siempre me ha impresionado la fotografía
en que aparecen usted y el Che en la estación
para los inmigrantes; se la considera con mucha probabilidad la primera
foto donde aparecen juntos. Pienso que probablemente
la captaron poco antes de que los liberaran, cuando ya
un primer grupo había
sido excarcelado y solo ustedes y Calixto García
permanecían
presos. Ramiro y otro compañero,
por
órdenes
de Raúl,
se mantuvieron permanentemente de guardia ante la
única
entrada y salida de la prisión
para evitar la posibilidad de que atentaran contra su vida o lo trasladaran sin
que el Movimiento conociera su paradero.
Fidel Castro.
—Sí,
existía
tal preocupación,
cualquier cosa podía
ocurrir; por eso fue decisivo el hecho de que se
pidiera ayuda a Lázaro
Cárdenas
para que intercediera por nosotros.
Él
tenía
mucho prestigio y una gran autoridad, aunque ya no
presidía
el gobierno. Desde que se interesó
por nosotros, la situación
comenzó
a mejorar, su participación
fue determinante en la solución
del conflicto.
Él
intercedió
por nosotros ante el presidente [Adolfo] Ruiz Cortines.
Después
que salió
de la presidencia mantuvo algunos cargos,
trabajó
en programas de desarrollo, de construcción
y realizó
las actividades que le asignaban: tareas de
desarrollo en un puerto, una ciudad, una siderurgia. Fue
siempre muy respetuoso de la Constitución,
del gobierno constituido. Era
un hombre que gozaba de un gran prestigio nacional,
notable autoridad, influencia, y ciertamente nos prestó
un gran servicio. Esto demuestra lo importante que eran las
características
de México
para nuestra misión:
un país
hospitalario y progresista.
Al final fuimos puestos en libertad provisional la
tarde del 24 de julio; teníamos
el derecho a estar en la calle. Fue el
servicio que nos prestó
Lázaro
Cárdenas,
nos sacó
de la prisión
y ayudó
a neutralizar la hostilidad contra nosotros. Su
participación
fue muy favorable, incluso, la policía
que actuó
honestamente, que tomó
conciencia de quiénes
éramos,
nos permitió
desarrollar las actividades con cierto margen de
seguridad. En libertad, se suponía
que tendríamos
un buen comportamiento, pero quedó
alguna atadura todavía,
no recuerdo por qué
razones.
Lázaro
Cárdenas
no solo nos sacó
de la cárcel,
sino que nos cubrió
con la aureola de una amistad prestigiosa, fuerte.
La ayuda de Cárdenas
fue decisiva, ayudó
y potenció,
incluso, la reacción
de simpatía
de la policía
que nos capturó,
la Policía
Federal; sobre todo del jefe principal, Fernando
Gutiérrez
Barrios, encargado de mantener la vigilancia sobre
el Movimiento.
Algunos de los que estuvimos presos, teníamos
que presentarnos todas las semanas en el Ministerio de Gobernación
porque permanecíamos
bajo un control estricto.
Katiuska Blanco.
—Sé
que usted admiraba al general Lázaro
Cárdenas
y que, incluso, no dejó
transcurrir muchos días
para sostener un breve encuentro con
él
y agradecerle las gestiones
realizadas a favor de su libertad. La entrevista se
efectuó
a las 11:00 de la mañana,
en la casa del jefe de sus ayudantes,
Luis Sánchez
Gómez,
en Lomas de Chapultepec. Cuentan que
fue un encuentro donde se habló
de la fraternidad latinoamericana,
un intercambio austero y cargado de emotividad,
donde el General se mostró
complacido.
Comandante, el desarrollo de los acontecimientos nos
hace pensar que la detención
y encarcelamiento de ustedes en
aquel momento complicó
en extremo la situación
del Movimiento en México,
no solo porque corrían
todos una suerte peligrosa, sino porque, incluso, puso en riesgo los
planes expedicionarios,
¿es
así?
Fidel Castro.
—Sí,
porque todo esto produjo un efecto secundario
de mucha importancia: hubo cierto desaliento entre
quienes en Cuba nos respaldaban con sus contribuciones económicas,
con las cuales habíamos
comprado las armas y mantenido a
nuestras fuerzas en México.
Recuerdo varias, una de ellas, por
ejemplo, la de un descendiente de los veteranos de
las guerras de independencia que se llamaba Justo Carrillo.
Aquel hombre era partidario de los auténticos
y contaba con prestigio como hombre honrado porque en el
gobierno de Prío
había,
por excepción,
algunos hombres que no se habían
enriquecido. Era de clase media y trabajaba en una
institución
bancaria, si mal no recuerdo, del propio gobierno de
Prío.
Era antibatistiano, formaba parte de los distintos
grupos de oposición
y, naturalmente, después
del Moncada, desde el momento
en que nos conocían
y cuando ya nucleamos un movimiento
de lucha contra Batista junto a los miembros del MNR
—grupo
de no mucha fuerza, pero sí
determinada influencia y recursos
económicos—,
él
se acercó
a nosotros. Aportó
dinero en el propio año
1955 y luego una suma, que podrían
ser unos 5000 dólares,
en abril de 1956, un aporte importante. Dicha
cantidad nos la entregó
en México,
en Tapachula, a la orilla del Pacífico,
donde sostuvimos una entrevista. Viajé
por carretera hasta reunirme con
él,
su ayuda resultaba muy importante.
Recuerdo que nos entrevistamos y discutimos porque
cada uno de aquellos políticos
aspiraba a la presidencia de la
República,
cada uno se consideraba un personaje insustituible,
importante, un enemigo peligroso para Batista, y,
claro, se acercaban a nosotros porque teníamos
prestigio en Cuba y querían
colaborar. Nuestra línea
era aceptar a todo el que quisiera
contribuir. Pero bueno, fue en el período
anterior a que nos detuvieran.
A partir de entonces sostuvimos relaciones más
o menos amistosas, nos hicimos aliados en la lucha contra
Batista, y como no era alguien con el descrédito
de Prío,
ello facilitaba el acercamiento y el hecho de que aceptáramos
su ayuda, por la cual, además,
no pidió
nada a cambio.
Habíamos
prometido que en el año
1956 seríamos
libres o seríamos
mártires,
tal era el gran problema, y al ser detenidos
el 20 de junio de aquel año,
cumplir dicho plazo parecía
una quimera. Los
últimos
que quedábamos
allí
fuimos liberados el 24 de julio, y entonces parecía
aún
más
difícil
cumplir la palabra empeñada.
Agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre,
¡cinco
meses me quedaban! Para aquella fecha habíamos
perdido una parte de las armas, muchas casas
—varias
de seguridad—,
los campos de tiro donde ir, todo lo que teníamos;
ya
éramos
conocidos, estábamos
chequeados por la policía.
La situación
era muy complicada.
Fue un momento complejo en que hubo de todo, gestos
de amigos como los que mencionabas, pero también
desaliento entre quienes habían
ayudado antes, y el caso era que a partir
de aquella situación,
necesitábamos
más
dinero. En el escaso tiempo restante teníamos
que concluir los preparativos y recuperar
una parte de las armas, aunque realmente salvamos
como el 70%. Teníamos
que completar el número
de hombres, el entrenamiento, conseguir el barco, preparar el
punto de partida, hacerlo todo y bajo la vigilancia de la
policía.
Batista reactivó
sus propósitos
de eliminarnos y frustrar nuestros
empeños.
Esto nos obligó
a trabajar con mucha más
cautela, con mucha más
precisión.
A decir verdad, tuvimos que emplear algún
dinero para hacer contrainteligencia entre los elementos que
colaboraban con Batista: agentes cubanos y policías
de la Secreta al servicio de Batista. En cierto momento obtuvimos información
valiosa: qué
estaban haciendo y quiénes
entre los cubanos cumplían
tal papel. Fue muy importante, porque nos ayudó
a desinformar y confundir. Mientras no surgieron problemas con la
policía,
nuestra tarea fue más
fácil,
pero después
tuvimos que trabajar con un método
mucho más
riguroso, más
técnico
y más
científico.
Katiuska Blanco.
—Tal
difícil
situación
puso en peligro su compromiso
de regresar en el año
1956, sin embargo, su padre estaba
seguro de que lo haría.
Pienso en
él
y recuerdo una carta suya a Raúl
de cuando recién
se habían
establecido en México,
donde le confiaba sus desvelos por ustedes y su
apoyo:
«He
recibido tu carta por la cual veo que estás
bien de salud, y Fidel sabía
por la radio que estaba en New York. Yo de
mis males me encuentro un poco mejor, Lina estuvo en
la Colonia en Santiago unos cuantos días
porque se le infectó
una inyección,
ya está
aquí,
y se encuentra mejor.
»Supongo
que en estos días
te habrán
girado algo de La Habana, y anteriormente lo habrán
recibido también,
todo se hace como se pueda, ya que la situación
mía
no es muy ventajosa.
»Por
lo demás
todos estamos bien.
»Ruego
a Dios por la salud y tranquilidad de Uds., y
reciban la bendición
de sus padres que siempre les recuerdan con
todo el afecto y cariño.
»PD.
Reciban saludos míos,
escribiré
»Alfonso
»A.
Castro».
En su casa de Birán,
Comandante, no existía
ninguna duda de que usted regresaría
a Cuba aquel año.
Lo conocían
demasiado bien. Cuentan que el viejo pasaba el tiempo
pendiente de la noticia del regreso tal como en la historia de la
Biblia,
en que el padre iba todas las tardes a un alto y aguardaba
ansioso el retorno del hijo pródigo,
aquella parábola
poética
del
«Nuevo
Testamento»
que, según
leí,
a usted le impresionó
cuando era niño.
Desde el Moncada su papá
vivía
orgulloso de ustedes y todos los días
escuchaba la radio a la espera de la llegada de la
expedición.
Si existía
alguien en el mundo que confiaba ciegamente
en la palabra empeñada
por usted, era su papá,
don
Ángel
Castro…
Fidel Castro.
—Yo
había
lanzado la consigna en el terreno de la
lucha contra las tendencias moderadas que querían
conciliar con Batista y buscar soluciones electorales que
seguramente hubieran hecho perdurar el régimen
imperante en Cuba. En medio de aquella lucha lancé
la consigna, porque existía
una masa escéptica
todavía;
habían
hecho muchas promesas, se hablaba constantemente y la gente desesperada,
impaciente. Entonces, para levantar la fe y la confianza de
quienes nos seguían
y veían
como hombres de palabra y hombres de honor,
fue que dije:
«No
duden en absoluto, que nosotros estamos de
regreso en Cuba en el año
1956».
Fue una decisión
muy audaz. No voy a decir que correcta.
Fue una promesa audaz, motivada por la idea de
levantar la confianza de la gente, entre otras cosas, para
lograr que contribuyeran a recaudar fondos, buscar militantes, todo eso;
crear, desarrollar y ampliar el Movimiento.
Si lo miro retrospectivamente y me pregunto si era
necesario, puedo responder convencido que no era necesario
ni imprescindible, no había
que atenerse con todo rigor a tal
compromiso para hacer la Revolución.
Pudo ejercer influencia, pero hoy reconozco que no era vital comprometerse
con una fecha fija.
Si no hubiera sido posible en noviembre o diciembre,
habríamos
iniciado la Revolución
en enero, febrero, marzo, abril, mayo, junio,
¡en
el momento de la llegada!, en esencia
habríamos
cumplido el compromiso, nuestro propósito.
De ello estoy seguro.
No obstante, yo estaba decidido a regresar en 1956.
Era lo que sentía,
únicamente
preso o muerto dejaba de cumplir mi
palabra, aunque fuera con un grupo de hombres en un
avión
secuestrado, pero en la fecha exacta.
En mi opinión,
lo magnifiqué
todo, le di demasiada importancia
en cierta forma, sin tomar en cuenta que en el
desarrollo de la historia, tales factores no vienen a ser
decisivos. Pero existía
el compromiso. Claro, no cumplirlo repercutía
negativamente, la dictadura habría
sacado gran provecho, lo habrían
utilizado para presentarnos como gente poco seria
e incapaz de cumplir nuestra palabra y para
ridiculizarnos. Pesó
mi punto de vista y fui yo quien más
insistió,
durante mucho tiempo, en la crítica
de la política
de los auténticos
y lo que significaba. Entonces, en las circunstancias
posteriores a nuestra detención,
Prío
se dio cuenta de que afrontábamos
una situación
muy difícil,
y consideró
buena la oportunidad para tener un gesto con nosotros y ofrecernos
colaboración.
Parece que
él
se sentía
lastimado por nuestra posición,
se sentía
humillado y herido, tal vez captó
nuestro precario estado y pidió
una entrevista, un contacto, quería
contribuir.
Con el ofrecimiento de Prío
se me creó
otro dilema porque yo había
dicho:
«Con
dinero robado a la República
no se puede hacer la Revolución,
a las puertas de los malversadores tocaremos
después
de la Revolución».
Eso quería
decir que entonces
íbamos
a tocar sus puertas para confiscar a los
malversadores.
¿Cómo
iba a acceder entonces a la contribución
de Prío?
Para mí
era una prueba tremenda, porque yo era quien había
lan zado también
tal consigna; yo casi tenía
que escoger entre la Revolución
u obviar e ignorar la consigna que yo mismo había
lanzado, y me dije:
«Bueno,
¿qué
es aquí
lo fundamental? Primero, tenemos que hacer la Revolución,
es esencial cumplir el compromiso con el pueblo de llegar a Cuba e iniciar
la lucha en el año
1956; bueno, pues sencillamente, tenemos que sufrir
la humillación
de tocar a las puertas de los malversadores antes
de la Revolución»,
y así
hicimos: tocamos a las puertas de
los malversadores antes de la Revolución.
Para mí
era amargo, humillante, pero tenía
que hacer un sacrificio personal y tragarme el orgullo, las
consignas y todas las cosas, porque había
que salvar la Revolución,
hacer la Revolución.
Así
es que, sencillamente ni lo dudé,
no lo dudé
ni un segundo. Puesto en la disyuntiva, me decidí
por la Revolución.
En realidad, la opinión
pública
se gana con hechos, no con palabras, frases ni consignas. Ello suponía,
de facto, un acuerdo en la lucha contra Batista, en la misma línea.
Pienso que entre las motivaciones de Prío
podría
considerarse que
él
se daba así
un baño
de rosas al reunirse con nosotros,
¡tan
radicales!, y darse el gusto de colaborar económicamente
con el movimiento revolucionario significaba
como una reivindicación,
una especie de amnistía
moral; no olvidar las denuncias que había
hecho antes del 10 de marzo,
eran contundentes e irrebatibles. Además,
no fue tanto dinero. Calculamos que hacían
falta unos 40 000 dólares,
y fue lo que pedimos. No existía
manera de recaudarlos. No era sencillo
eludir y vencer el poder de un gobierno con los
recursos de que disponía
Batista.
De todas formas, continuamos recaudando, pero
resultaba insuficiente. Tal vez cuando Frank País
fue a México
llevó
una cantidad; pero no bastaba, quizás
5000... Si llegó
alguna vez a 8000 fue una cantidad fabulosa, recaudada
centavo a centavo, porque el pueblo siguió
contribuyendo en menor escala.
En definitiva, conversar con Prío
no trajo mucho problema o contradicción.
La gente nuestra comprendía
la situación
y confiaba; posiblemente muchos fueran partidarios
de la coalición.
En la Sierra Maestra, al final, hubo acuerdos de
todas las fuerzas, cuando ya nosotros
éramos
fuertes y representábamos
el factor determinante. Todo respondió
entonces a una táctica
y una estrategia.
La entrevista con Prío
significaba que lo aceptábamos
como parte de la lucha contra Batista, nada más.
Para
él
era algo moral, y para nosotros algo amargo y duro el
tener que utilizar fondos de una procedencia que no aprobábamos.
Después,
poco antes de la partida, tuvimos otra vez a la
Policía
Federal siguiéndonos
los pasos cuando preparábamos
la expedición.
Organizamos la salida de México
bajo una persecución
tenaz y rigurosa de la mejor policía
mexicana, la de más
recursos y autoridad. Ya aquello pertenece a otra
proeza que nos vimos obligados a realizar sin
alternativa alguna,
¿cómo
pudimos escapar de la policía
mexicana para venir a luchar contra Batista? Fue una acción
realmente muy difícil
y audaz, porque, a pesar de todo, por poco no
podemos salir.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
recuerdo que en el verano del
año
2006 usted me habló
de la entrevista con Carlos Prío
y de que había
cruzado a nado el río
Bravo como si fuese un espalda
mojada…
También
me explicó
que entonces tenía
ante sí
solo dos caminos: hacer o no la Revolución
y optó
por el primero. Acudió
en busca de fondos y, a pesar de sus reparos a la
reunión
con Prío,
pasó
por alto sus profundas diferencias políticas
con el objetivo irrenunciable de librar a Cuba de la
dictadura batistiana y transformar el país
desde sus raíces.
¿Quién
concertó
la entrevista?
¿Dónde
se vieron?
¿Qué
conversaron?
¿Cuál
fue la actitud de Prío?
¿Cómo
usted regresó
a México?
Parece cosa de aventura imaginarlo.
Fidel Castro.
—Para
encontrarme con Prío
tuve que entrar como indocumentado en territorio de Estados Unidos,
cruzar a nado el río
Bravo y llegar a la otra orilla. Por su parte Prío
no corría
ningún
riesgo, me estaba esperando en un motel y era feliz
de reunirse con aquel jacobino que no quería
tratos de ninguna clase con el gobierno anterior.
Todo fue organizado con la valiosísima
colaboración
del explorador petrolero mexicano, nuestro amigo Alfonso
(Fofo) Gutiérrez.
Gutiérrez
conocía
la frontera, tenía
amistades, re laciones, gente influyente. Fue
él
quien nos ayudó
a organizar el cruce ilegal de la frontera, puesto que a mí
no me daban visa para ir allí,
y mucho menos después
de las declaraciones del Che y su defensa encendida del
marxismo-leninismo en las prisiones de la Policía
Federal. Entonces no existía
otra forma de ver a Prío
que hacerlo ilegalmente, cruzar la frontera,
y para eso había
que atravesar el río.
Es decir que crucé
el río,
y al mismo tiempo la frontera. Como Fofo Gutiérrez
era explorador de petróleo
mexicano, pudo garantizar mi traslado.
Contactó
con sus amistades para que pusieran caballos
del otro lado del río.
Entonces llegué,
me monté
en un caballo hasta un punto y luego seguí
en un vehículo
hasta el motel Royal Palm, en la fronteriza ciudad de McAllen, en Texas,
donde me esperaba Prío.
Conversamos largamente. Allí
estuve unas horas, creo que hasta almorcé
con
él.
Después
regresé
legalmente, porque en sentido inverso no hacía
falta visa, no exigían
documentación
para ir de Estados Unidos a México.
No puedo negar que el hecho de aceptar la contribución
de Prío
fue un sacrificio muy grande que me vi prácticamente
obligado a asumir, pero valió
la pena, aquel dinero nos permitió
seguir adelante y cumplir con nuestra consigna, lo
que fortaleció
la confianza del pueblo en la nueva generación
revolucionaria.
Katiuska Blanco.
—Además,
en aquel momento usted era consecuente
con el planteamiento expresado en un artículo
en
Bohemia,
donde ratificó
la necesidad de unir a todos los hombres,
armas y recursos en la lucha contra Batista.
En medio de toda aquella experiencia tremenda vivida
desde la detención
hasta el momento de la salida hacia Cuba,
fueron varios los artículos
que usted redactó
para dicha revista, hubo incluso algunas polémicas…
Fidel Castro.
—Sí,
yo iba publicando en
Bohemia.
Recuerdo que el primero [en 1955] se tituló
«Sirvo
a Cuba. Los que no tienen el valor de sacrificarse»,
que escribí
cuando me encontraba de recorrido por Estados Unidos, para responder a un
artículo
de
Ángel
Boán,
aparecido en la prestigiosa revista cubana
bajo el rótulo
«Fidel,
no le hagas un servicio a Batista».
Concedí
declaraciones en Miami. Me hicieron una entrevista
allí.
Mi respuesta fue muy enérgica,
muy llena de citas martianas.
Sinceramente, estaba entonces muy irritado con
él
porque consideraba que al escribir algo así
contra nuestra línea
revolucionaria, de hecho, de manera inconsciente, ayudaba a Batista.
En tal momento, Boán
era quizás
partidario de la lucha civil, cuando ya nosotros creíamos
fervientemente en la insurrección
armada, y claro, por la mente no me pasaba la idea
de que pudiera estar equivocado. Impugné
su posición
de atacar a quienes se encontraban dispuestos a realizar los
mayores sacrificios por Cuba.
Ángel
Boán,
por cierto, tuvo una buena actitud después,
porque cuando la historia demostró
que yo tenía
razón,
él
se unió
a la Revolución.
Creo que murió
en un accidente automovilístico.
Era corresponsal de la agencia latinoamericana
Prensa Latina, que fundamos con Jorge Ricardo
Masetti y jóvenes
escritores como Gabriel García
Márquez.
En diciembre apareció
otro artículo
que nos atacaba:
«La
patria no es de Fidel»,
firmado por otro periodista. En respuesta
publiqué
«¡Frente
a todos!»,
que apareció
el 8 de enero [de 1956] en las páginas
del propio semanario y era realmente
un desafío.
Después,
el 5 de marzo [de 1956], escribí:
«La
condenación
que se nos pide»,
en torno a las acusaciones de que
teníamos
algo que ver con un incidente violento acontecido
el 2 de febrero en la reunión
del Consejo Director Ortodoxo,
con lo cual se pretendía
lanzar contra nosotros el estigma de
gente violenta y desenfrenada. Recuerdo que argumenté
que si algo había
caracterizado nuestro estilo era la franqueza con
que nos expresábamos
y una incondicional devoción
a la verdad. Cité
a Gustave Le Bon para explicar la actitud de una
multitud enfebrecida contraria a la política
de diálogo
con el régimen,
puesta en marcha por dirigentes del Partido
Ortodoxo. Recordé
lo que Le Bon afirmaba: que las multitudes eran
destructoras pero altamente morales y que en el incidente si bien
se lanzaron cuadros contra los reunidos en la casa del doctor
Dorta Duque, a nadie se le había
ocurrido decir que la muchedumbre hubiese
robado allí
un solo objeto. Además
sostuve que no podía
permitir que algunos dirigentes de ese partido para
descargo de sus errores lanzaran imputaciones veladas e
injustas contra el movimiento donde militaban entonces los
verdaderos seguidores de las prédicas
y del ejemplo de Eduardo Chibás.
Agregué
que la verdadera ortodoxia histórica
—la
que junto a Chibás
salvó
al partido cuando los caciques provinciales
pretendieron llevarlo a las componendas y pactos politiqueros—,
estaría
junto a nuestra línea
revolucionaria.
Recuerdo que también
señalé
que el doctor Dorta Duque, en cuya casa había
tenido lugar el incidente, era un viejo
compañero
mío
de estudios y de lucha y miembro estimado
de nuestro Movimiento, que el 7 de diciembre había
compartido con nosotros el acto de la emigración
en Cayo Hueso. Ratifiqué
al pueblo de Cuba que no estaba lejano el día
en que cumpliríamos
nuestra palabra y finalicé
mi réplica
con la aseveración
de que el Movimiento Revolucionario 26 de Julio
se había
organizado para combatir de frente a un régimen
que poseía
tanques, cañones,
aviones de propulsión,
bombas de napalm y armas modernas de todas clases, y no para
agredir tranquilas mansiones donde se reuniera un grupo de
indefensos ciudadanos. Este escrito apareció
en la
Bohemia
[el 5] de marzo de 1956.
El 1º
de abril de 1956, publiqué:
«El
Movimiento 26 de Julio
».
Aprovechaba los períodos
en que no había
censura para escribir en los diarios y revistas. Era periodista,
y creo que lo sigo siendo.
Tenía
la idea de que debía
defenderme con la pluma, por
que si no lo hacía
me dejaban sin masa, y un político
sin masa es igual a cero; una revolución
sin masa es igual a cero, y tenía
que defender la Revolución;
por eso le prestaba atención
a todo lo que se publicara y entonces entraba en la
polémica,
escribía
las réplicas.
Ya escribía
artículos
desde la prisión
en la Isla de Pinos.
Katiuska Blanco.
—En
el libro
Fidel periodista,
la investigadora
Ana Núñez
Machín
compiló
todos los materiales periodísticos
que ilustran la intensa batalla política
que debió
librar desde la nación
azteca ante infundios, infamias y mentiras. En tal
trabajo sobre el Movimiento 26 de Julio usted
ratificó
la línea
insurreccional como la
única
salida posible a la situación
de Cuba y la lealtad a la ortodoxia.
Fidel Castro.
—Sí.
En aquel trabajo reivindicaba la fidelidad
del 26 a los más
puros principios del chibasismo y el hecho
de que la línea
de nuestro Movimiento era la aprobada unánimemente
en el Congreso de Militantes Ortodoxos, el 16 de
agosto de 1955. También
esclarecía
que no amábamos
la fuerza, porque detestábamos
la fuerza era que no estábamos
dispuestos a que se nos gobernara por la fuerza; no amábamos
la violencia, porque detestábamos
la violencia era que no estábamos
dispuestos a seguir soportando la violencia que
desde hacía
cuatro años
se ejercía
sobre la nación.
Enfatizaba que la lucha era el camino elegido por el pueblo y que para
ayudar al pueblo en su lucha heroica por recuperar las
libertades y de rechos arrebatados se organizó
y fortaleció
el Movimiento 26 de Julio. Opuse en una frase dos fechas:
«¡Frente
al 10 de Marzo, el 26 de Julio!».
Ya desde entonces definí
al 26 de Julio como la organización
revolucionaria de los humildes, por los humildes
y para los humildes y como la esperanza de pan para
los hambrientos y de justicia para los olvidados.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
pero
¿entonces
usted continuaba siendo militante del Partido Ortodoxo?
Fidel Castro.
Sí,
aunque el Partido Ortodoxo estaba dividido,
existían
diferentes tendencias. Diría
que una de ellas era la nuestra, la insurreccional, porque de hecho, desde
el comienzo en Prado Nº
109, hicimos nuestro trabajo dentro de la masa
ortodoxa. Reclutamos la mayor parte de los
combatientes, la inmensa mayoría
—diría
que el 90%—,
entre la juventud ortodoxa;
jóvenes,
sobre todo, fueron los que nos ayudaron.
Ahora, existían
varios grupos: Pardo Llada tenía
su grupo, Millo Ochoa tenía
el suyo, Agramonte el de
él.
No hubo nunca una ruptura formal nuestra. Existió
una ruptura real con todos aquellos líderes
politiqueros, pasivos, aliados al Partido Auténtico,
o alineados a una tendencia electoralista; pero
nunca dejamos de declararnos verdaderamente ortodoxos,
nunca rompimos con la membresía
del partido, porque a mí
lo que me interesaba era la masa ortodoxa, no me interesaba
ninguno de aquellos líderes
políticos,
me interesaban los militantes
y con ellos no rompimos nunca ni de hecho ni
formalmente; al contrario, nosotros hablábamos
como militantes e intérpretes
del mejor pensamiento y el más
puro de aquella masa, de lo
que podía
ser el pensamiento más
puro de aquel partido.
En 1955 envié
un manifiesto al Congreso del Partido Ortodoxo
y la inmensa mayoría
de los delegados lo apoyó;
en
él
defendía
la línea
insurreccional, la línea
revolucionaria frente a otras tendencias dentro del partido.
En todos los preparativos trabajó
conmigo Juan Manuel Márquez,
un ortodoxo de ley, fue el compañero
que me acompañó
al recorrido por Estados Unidos. Era un muchacho muy
bueno, muy buen orador; antes, de cierta forma, habíamos
sido contrincantes dentro del partido; después
del Moncada, me apoyó
y luego permaneció
en México;
viajó
conmigo a Nueva York. Fue el segundo jefe de la expedición
del
Granma. Murió
después
del desembarco.
Katiuska Blanco.
—Tras
conocer cuál
fue el destino de Juan Manuel
Márquez
es imposible olvidarlo. Supe que
él,
después
del desembarco y el combate de Alegría
de Pío
en que el contingente expedicionario se dispersó,
se perdió,
vagó
solitario durante diez días
hasta que la piel quedó
adherida a su camisa, lo delataron y, finalmente, las tropas de Batista le
apagaron a tiros la mirada clara…
Fidel Castro.
—Lo
recuerdo como un extraordinario ejemplo,
además,
su figura representa nuestra unión
y fidelidad a la masa ortodoxa.
Yo decía
que quienes habían
roto con la masa eran los otros;
incluso, en aquel tiempo atacaba posiciones políticas,
no llevaba a cabo ataques personales contra los dirigentes.
Primero, defendía
mi posición
y combatía
las otras posiciones. Claro, el
grupo de la ortodoxia que no quería
pactar con los auténticos
y toda aquella gente, el grupo pasivo, el de Agramonte
y los demás,
el mismo [Raúl]
Chibás
—el
hermano de Chibás—,
aquel grupo era mucho más
afín
a nosotros que Pardo Llada, Millo
Ochoa y aquellos que firmaron un pacto con Prío
y con todos los demás
partidos para la guerra contra Batista. Pero tal
proceso venía
produciéndose
desde antes del Moncada.
Dentro de la ortodoxia se dio una lucha por ganar la
masa, y nosotros la ganamos, e incluso a mucha gente que
no pensaba como nosotros fuera del Partido Ortodoxo. Logramos
el apoyo del pueblo en general; pero ya la ortodoxia lo
había
hecho antes, porque con ella organizamos el ataque al
Moncada. Pero después
contábamos
con toda la gente de izquierda,
progresista, liberal, democrática.
El apoyo a la Revolución
fue un río
gigantesco de más
del 90% del país.
Al final, junto a la dictadura no quedaban más
que los batistianos, los demás
partidos se quedaron sin masa; al final nos apoyaba
la mayoría,
y los elementos progresistas, comunistas nos
apoyaban también.
Contábamos
con la inmensa mayoría
del pueblo. Los partidos burgueses, reformistas, de derecha, ya
no tenían
masa, ya nada más
les quedaba el esqueleto, y a veces ni eso.
Retomando el tema de que hablábamos,
sobre los artículos
que escribía
en
Bohemia,
los redactaba con el propósito
también
de fijar posición
ante los eventos en Cuba, era una forma
de vínculo
con el país.
Recuerdo lo que escribí
[en el periódico
clandestino
Aldabonazo,
el 15 de mayo de 1956] sobre
«El
Movimiento 26 de Julio y la Conspiración
Militar de Los Puros»,
liderada por oficiales pundonorosos del ejército
regular al frente de la cual
se encontraba el teniente coronel Ramón
M. Barquín.
A aquella conjura militar perteneció
un hombre como José
Ramón
Fernández.
Ellos fueron arrestados en abril de 1956, juzgados
y condenados a prisión.
En dicho trabajo sostuve que el
restablecimiento de la democracia ya no bastaba para
cumplir las aspiraciones del pueblo. Decía:
«¡Democracia
solo, no!
¡Democracia
y además,
justicia!».
Y definía
que la verdadera revolución,
la
única
revolución
posible, era la revolución
justiciera y limpia, que desde sus raíces,
sobre principios y sobre ideas, echara los cimientos de la patria nueva.
Luego escribí
desde la propia prisión
de Miguel Schultz para enfrentar las mentiras que se habían
echado a rodar en México
y en Cuba sobre nosotros. Entonces publiqué
el artículo
«¡Basta
ya de mentiras!».
Lo firmé
desde la cárcel
el 9 de julio [de 1956]. Expliqué
los pormenores de nuestra detención,
di a conocer los intentos de asesinato y secuestro en
marcha por sicarios del régimen
batistiano, me referí
a la insidiosa campaña
de prensa en la isla que desconocía
los múltiples
artículos
que a nuestro favor aparecían
cada vez más
en los medios de difusión
masiva de México,
y por
último
denuncié
las torturas a que fueron sometidos Cándido,
Julito y Guillén
Zelaya por el servicio secreto de aquel país
y la desaparición
de Chuchú
Reyes, y cómo
la actitud de los cuerpos policíacos
y del secretario de Gobernación
vulneraban la constitución
mexicana. Ratificaba también
que conservábamos
intactas nuestras fuerzas. Recuerdo que proclamaba al final:
«La
dispersión
de las fuerzas es la muerte de la revolución;
la unión
de todos los revolucionarios es la muerte de la dictadura».
Tal artículo
es el que trata del encuentro con Prío.
Katiuska Blanco.
—Sí,
Comandante. Después
también
escribió
sobre la infamia de Salas Cañizares
al unir el nombre de usted al del dictador dominicano Trujillo.
¡Era
ya el colmo, cuando usted siendo aún
estudiante, había
sido nada menos que un ferviente combatiente en la expedición
de Cayo Confites! Su artículo
afirmaba que el barraje de calumnias lanzadas por
la dictadura contra el Movimiento rompía
todos los límites.
Busqué
el material y subrayé
este fragmento:
«Tengo
derecho a defenderme, porque no se dedica la
vida a una causa, se la sacrifica a ella todo cuanto
otros hombres cuidan y encarecen: la tranquilidad, la carrera, el
hogar, la familia, la juventud y hasta la existencia, para
que un puñado
de malvados, que disfrutan un poder ejercido a
sangre y fuego sobre el pueblo, en beneficio exclusivo de sus
fortunas personales, puedan lanzar fango, calumnia e
ignominia impunemente sobre el sacrificio, la abnegación
y el desinterés,
mil veces probado al servicio de un limpio ideal».
Luego analizaba las similitudes entre las dictaduras
de Batista y Trujillo. Era agosto 26 de 1956 cuando escribía
y volvía
a ratificar:
«Ningún
revés
impedirá
el cumplimiento de la palabra
empeñada.
A un pueblo escéptico
por el engaño
y la traición
no se le puede hablar en otros términos.
Cuando esa hora llegue, Cuba sabrá
que los que estemos dando nuestra sangre
y nuestras vidas somos sus hijos más
leales y que las armas con que vamos a conquistar su libertad no las pagó
Trujillo, sino el pueblo, centavo a centavo y peso a peso. Y si
caemos como le dijo Martí
al ilustre dominicano Federico Henríquez
y Carvajal,
“caeremos
también
por la libertad del pueblo dominicano”
».
El que cito fue el
último
de los escritos publicados en
Bohemia.
Vio la luz el 2 de septiembre de 1956.
Aunque hay que decir que de tal fecunda etapa
mexicana en que usted dirime combates en la prensa también
son de su puño
y letra los manifiestos N.o
1 y N.o
2 del 26 de Julio al pueblo
de Cuba, impresos en México
y distribuidos clandestinamente
en Cuba.
Un pensamiento suyo sobre Marx y Lenin se aviene muy
bien a usted:
«poseían
un terrible espíritu
polémico
[…]
eran implacables y temibles con el enemigo. Dos
verdaderos prototipos de revolucionarios».
Hace algunos años
entrevisté
a Enio Leiva. Sé
que a
él
y a Pedro Miret los detuvieron apenas unas horas antes
de la partida del
Granma,
lo que prueba que las dificultades y riesgos
no habían
quedado del todo abolidos. En la pared de su celda
inscribieron lo siguiente [sic]:
«Pedro
Miret. Enio Leiva. Noviembre de 1956. Incomunicados
por defender la libertad de su País:
“Cuba”.
Nos ocuparon; 50 000 cartuchos 30.06, 10 fusiles Jonson, 2
ametralladoras Tho., 3 rifles de mira tel., 2 fusiles auto., 1
fusil Garand, 12 pistolas ametralladoras y algunas otra bob.
»Pero
esto no impedirá
la caída
de la dictadura este año
1956.
»Seremos
libres o seremos mártires».
Comandante,
¿usted
recuerda cómo
fueron los
últimos
días
vividos en México,
cuénteme
cómo
se precipitaron los hechos? Las
últimas
horas fueron inciertas y arriesgadas,
¿verdad?
Fidel Castro.
—Sí,
muy peligrosas. La semana antes de salir,
la policía
nos cayó
arriba y aquella misma noche se entabló
una lucha con ellos, entre la maniobra de la policía
federal y la nuestra, como consecuencia de la existencia de un
traidor que conocía
algunas direcciones, en especial dos casas donde
guardábamos
armas.
En el momento en que llegaron a esas dos casas,
nosotros nos percatamos de la traición;
varios compañeros
las conocían
y nosotros no podíamos
asegurar desde el inicio quién
era el delator, aunque sospechábamos
de Rafael del Pino Siero y de otros colaboradores que andaban un poco raros.
Entonces tuvimos que mover todas las armas ocultas
en varias casas hacia lugares seguros. Ya no podíamos
confiarnos.
En realidad, yo era el
único
que sabía
dónde
estaban todas las casas, pero los otros sabían
de una o dos y desconocían
las demás.
Tuvimos que adoptar medidas en relación
con todos los sitios donde podían
estar los potenciales delatores.
Eso fue tremendo, muy difícil;
iban a destruirnos si caían
las casas, y la policía
en el medio. Tuvimos que movernos en
rigurosa clandestinidad y trasladar todas las armas,
algunas cayeron en manos de la policía
y otras las salvamos. Nosotros
teníamos
suficientes armas para cada combatiente y una
cantidad para entregarlas al pueblo al llegar a Cuba. Es
decir, no solo las armas de los 82 hombres, sino que pensábamos
traer, por lo menos, para 200 hombres. Siempre planteamos
llegar con más
armas que combatientes.
El traidor, desde Miami, entregó
en dos partes su secreto. No sabíamos
quién
era, pero conocíamos
que lo había
entregado en dos partes a la espera del pago exigido: delataba
una parte, un número
de armas, una casa o dos, los nombres de los
compañeros,
y entonces le entregaban 5000 dólares,
porque la policía
batistiana desconfiaba de
él.
Cuando Batista comprobara que el informe era fidedigno,
él
recibía
20 000 dólares,
y entonces
él
brindaría
otras confidencias, incluido el barco.
Nosotros nos fuimos 48 horas antes de que el traidor
informara, y sabíamos
cuál
era su negocio, lo que aún
no conocíamos
su identidad. Después
supimos que era Rafael del Pino Siero. Con
él
cometimos un error, porque se disgustó
cuando yo le exigí
que entrenara. Entonces se produjo un incidente y
él
se fue de México.
Todo el que conocía
su idiosincrasia, su carácter,
podía
esperar la indisciplina que cometió,
pero no lo considerábamos
capaz de una traición.
Cometimos cierto error de apreciación
en relación
con este hombre, hasta tal punto confiábamos
en
él.
Intenté
que regresara, no me parecía
bueno que se fuera con la información
que tenía,
yo no estaba tranquilo e hice un
esfuerzo para que volviera. Solo la deserción
era para mí
una traición
porque tenía
informaciones importantes; no todas,
pero sí
muchas.
Aunque tratamos de que regresara, mucha gente que lo
conocía
pensaba que era incapaz de traicionar, reconocían
sus defectos pero no lo consideraban capaz de una acción
tan baja, quizás
era yo el que más
desconfiaba porque para mí,
aunque no le diera información
a la policía,
era un traidor. Si aquel hombre se había
marchado con un secreto tan importante,
debíamos
haber tomado todas las medidas como si fuera a
delatar.
Sinceramente, no estuve tranquilo en ningún
momento, pero se acercaba la hora crucial de la partida y estábamos
tratando de acelerar lo indispensable para partir.
No existía
ninguna evidencia de que hubiera traicionado, pero
sin duda alguna ya lo venía
haciendo, y no lo realizó
todo de inmediato, lo pensó
fríamente
y negoció,
y no lo entregó
todo de una sola vez. Vendió
por dinero los secretos de la Revolución.
Nuestra situación
era muy difícil
a la hora de salir: allá
la policía
mexicana tratando de capturarnos, y el Ejército
de Batista esperándonos
aquí;
además,
un barco de sesenta y pico de pies comprado a crédito.
El día
que nos fuimos no lo supo prácticamente
nadie, solo Fofo y su esposa Orquídea,
porque tenían
que pasar los telegramas, y el Cuate que avitualló
el barco.
Katiuska Blanco.
—Durante
mi estancia en México,
su hermana Enma me entregó
la nota original manuscrita donde usted
daba las instrucciones a Fofo para que pasara a Cuba
el aviso de que el barco había
zarpado. Usted nunca estuvo muy de
acuerdo con avisar pues significaba correr un gran
peligro; pero finalmente accedió.
De esa forma, Frank y Celia estarían
al tanto de la llegada de la expedición
y podrían
cumplir lo acordado. Dio
órdenes
de confirmar el desembarco antes de
iniciar las acciones. Los telegramas debían
cursarse a partir del 27 de noviembre.
Telegramas que se enviarán
a Cuba por Fofo para coordinar
el levantamiento con la llegada del Granma.
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