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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 03.

 
 
 

03Nostalgia de la casa y de todo, don Ángel en la guerra de Cuba, testimonios de antaño, volver al campo, La Salle, primera rebeldía, felicidad: interno en el colegio, alumno en Dolores, estancia en la Colonia Española, concurso de poesía

 

Katiuska Blanco. Comandante, al recordar su estancia en Santiago, Angelita pone luz en todo lo que conversamos. Ella piensa que la iniciativa de enviarlos a la ciudad nació compartida. Por un lado, la maestra Feliú expresó la idea de que los tres hijos mayores de don Ángel y Lina fueran para su casa en Santiago a recibir una mejor educación, pues ella, como maestra habilitada sin graduarse de la carrera de magisterio no podía ofrecerles muchos más conocimientos en la escuela de Birán. Por otro lado, Lina, como no había podido estudiar, deseaba que sus hijos sí tuvieran la oportunidad de aprender, por eso se entusiasmó con el viaje.

Angelita considera que la maestra hizo la propuesta pensando en la posibilidad de recibir un ingreso estable en su casa, tras la difícil situación económica creada con la muerte de su hermana, la doctora Nieves Feliú. La conoció cuando su mamá la llevó con Raúl a su consulta, a comienzos del año 1932. Raúl tenía seis meses y ella, nueve años de edad. Recuerda que le indicó un tratamiento para la vesícula que consiguió aliviar las molestias que padecía.

Según su hermana, Eufrasita amparó su ofrecimiento de llevarlo a usted a Santiago con el argumento de que era un niño brillante.

 Angelita nunca olvida la excursión a La Socapa porque cuando salieron mar afuera y comenzó a bambolearse el barco por una fuerte tempestad, se aterró, comenzó a llorar y a pedir que la regresaran a tierra. Tampoco olvida el último Día de Reyes Magos que pasó en casa de la maestra en Santiago, el 6 de enero de 1936, pues le obsequiaron una muñeca.

Angelita reconoce que, como era la mayor, se dio cuenta de que estaban pasando hambre. Inconforme, comenzó a escribir una carta a sus padres, pero Eufrasita, quien casualmente se encontraba de visita en Santiago por licencia u otro motivo, se percató de que la niña demoraba mucho encerrada en el baño, intuyó algo y cuando Angelita salió le dijo: «Deme lo que lleva en la mano», y allí mismo, al leer la misiva, se enteró de todo lo malo que decía de ella. Por supuesto, la cartanunca llegó a su destino.

En otra ocasión, mientras Belén y Luis noviaban en una terracita, ella se acercó para desearles las buenas noches. Eufrasita interpretó mal su actitud, dijo que la niña espiaba a los novios y la regañó fuertemente. Angelita asegura que no atinó a hacer otra cosa que irse pronto a la cama, coger un crucifijo, rezar y pedirle a Jesucristo una y otra vez que, por lo que más quisiera, hiciese llegar a su mamá. Al otro día Lina apareció, lo que hizo que Angelita, para el resto de su vida, viera esto como una prueba irrefutable de que Dios existía y escuchaba sus ruegos.

 Ella recuerda que su madre se asombró de verlos destruidos, muy delgados y peludos, con la misma ropa de Birán y los zapatos virados. Dice que Lina se quedó fría. Angelita piensa que la maestra Eufrasita, debido a su carácter fuerte, ejercía gran influencia sobre su familia, dominaba a Belén, e incluso, a su padre Néstor Feliú, un buen sastre que había conseguido darles estudios a sus hijas en Haití.

Fidel Castro. Ellas hablaban francés durante las conversaciones en la casa. Es muy probable que como afirma Angelita, las hermanas estudiaran en Haití. En aquella época, para Santiago de Cuba, Puerto Príncipe resultaba más cercano que La Habana, por goleta o barco. Ellas charlaban en francés y lo hablaban perfectamente, pero no lo hacían para que no entendiéramos, lo tenían como un hobby, un orgullo, una manifestación de conocimiento porque les daba jerarquía, cultura, y creo que así lo practicaban. En realidad, las tres hermanas eran muy buenas, pero la que sentía más egoísmo era Eufrasita. Así es la historia. No quiero hablar mal de la gente. Vamos a echarle la culpa al capitalismo que obligaba a tales actitudes.

Katiuska Blanco. Angelita recuerda que Lina enseguida los sacó a las tiendas a comprar ropas, zapatos. Los llevó a pelar, les compró dulces, todo lo que se les antojara. A Angelita le dio un fuerte dolor de muela y comenzó a llorar. Entonces, para colmo, Eufrasita le dijo a Lina: «Usted ve, por comprarle dulces le está doliendo la muela». Y Lina le respondió: «No, por no llevarla al dentista es que le duele la muela».

Al otro día salieron rumbo a Birán. Ramón cuenta que tomaron el tren de Santiago de Cuba a Antilla, pero solo pudieron llegar hasta Canapú. No podían continuar hasta Birán porque las malezas cubrían la línea del ferrocarril. Se desmontaron cerca de la casa de Joaquín Fernández, un español, viejo militante del Partido Comunista y compadre de don Ángel. Joaquín era el capataz de una brigada de reparación de línea y contaba con su propio motorcito, pero tampoco pudo llevarlos. Entonces la numerosa comitiva enrumbó hacia la casa de Almeida, otro compadre de don Ángel, quien alistó dos caballos; en uno iban Lina y Raúl, y en otro, Angelita, Ramón, usted y las maletas. La llegada a Birán causó gran revuelo. Allí, ante la gran mesa servida, ustedes arrasaron con todo en unos minutos, ante lo cual, don Ángel, no sin asombro, confirmó: «Pero ،es verdad que pasaban hambre!».

A pesar de todo, los volvieron a mandar para Santiago. Por eso, Angelita asegura que dicha señora ejercía una especial influencia también en la casa de Birán, y que tal era su plan, porque seguramente todavía no tenía dinero suficiente para el viaje que dio a las Cataratas del Niágara, en el verano de 1935. Su hermana estudió primero en una escuela pública, mientras usted perdía el tiempo en casa, solo le orientaban aprenderse de memoria las tablas. Luego, ingresó externo en el Colegio La Salle, y Angelita en el de Belén. Por entonces las  costumbres de la casa habían cambiado con la presencia del cónsul haitiano, que se había casado con Belén. A él le gustaba servir la mesa a la francesa. ¿Recuerda tales detalles?

Fidel Castro. Sí, ya nos hacían comer vegetales: tomate, zanahoria, remolacha, chayote. A mí me obligaban a comerlos porque no me gustaban, en Birán no había remolacha ni zanahoria. Recuerdo muchas cosas porque pagué más platos rotos que nadie.

Nosotros vivimos en la casa de madera largo tiempo. Allí estuvieron Esmérida y Ramón.

Me ponían a estudiar solo. A mí Belén no me daba ninguna clase, me ponía a estudiar las tablas de multiplicar, dividir y sumar que aparecían en el forro de la libreta. Nunca di una clase.

Debieron de haber hecho un negocio a largo plazo, porque si se hubieran ocupado de nosotros y nos hubieran dado comida, habrían tenido un negocio por 20 años, pero fue por dos años y medio.

Cuando Eufrasita regresó de las Cataratas del Niágara le regaló a Angelita una trusa.

Katiuska Blanco. Comandante, recuerdo una de mis conversaciones con Angelita hace varios años. Sería a finales de 1996 o comienzos de 1997, cuando inicié las investigaciones. Le pregunté sobre los espejos de la casa, la lencería, los armarios, las visitas, los seres que habitaban dichos espacios. Indagué so bre los más insignificantes detalles de la vida cotidiana allí.

También viajamos a Birán, Santiago, Guane, Pinar del Río, Guáimaro, Sibanicú y otros poblados para buscar papelerías en iglesias y archivos. En los recorridos por carretera, conversamos largamente. Ella recuerda historias de la familia y de su papá, de cuando don Ángel estuvo en la guerra de 1895, de su regreso a Cuba, de la existencia de unos parientes de España en Las Villas a quienes acudió, de su aventura al Oriente del país y sus trabajos primero como sereno en unas minas y, luego, como contratista en la United Fruit Company, de cómo llegó a Birán aproximadamente en 1912. Según ella, su hermana Enmita hablaba de las madrugadas de insomnio que pasó su papá como sereno, porque él mismo se lo contó…

Fidel Castro. Yo digo que la United Fruit fue la que hizo empresario a mi padre.

Casi no tuve oportunidad de hablar con él.

Mi padre era muy vivo, un campesino de los listos, porque oí decir que, incluso, él jugaba a las cartas con los oficiales y con los jefes, y que era hábil haciendo todo eso. Lo que se sabe es lo que él contó, y él no era un hombre que contaba muchas cosas; rara vez hablaba, por lo menos en la época en que lo conocí. A veces conversaba con un grupo de trabajadores en un campamento, y yo estaba a su lado. Cuando él salía de la casa estaba más alegre, más comunicativo, no era el carácter habitual que tenía en la casa. Siempre observaba que cuando salía  de viaje a cualquier lugar, al central, a Santiago, cambiaba su carácter. Salía de la rutina diaria y experimentaba un cambio significativo. En tales momentos era más comunicativo; hacía cuentos, historias. Tal vez no se daba cuenta de que yo estaba al lado oyendo. A lo mejor se imaginaba que no le prestaba mucha atención, pero yo sí se la prestaba.

Lo que se conoce es por lo que él contó, y en realidad contaba muy pocas cosas. He recogido algunas de las historias que él hacía a veces. No estuve mucho tiempo en casa porque desde los 18 años, cuando empecé a estudiar en la Universidad, no me fue posible visitar con frecuencia Birán para tener informaciones.

Incluso, es importante también para ver cómo fue la vida a principios del siglo xx, qué pensaban las personas. Muchas veces me rompo la cabeza, ¿qué había en el pensamiento de la gente? Y ya lo he dicho, a él no le oía expresiones negativas contra los norteamericanos, no le oía este tipo de expresiones. Si vino después de la guerra, él no debe haber analizado políticamente mucho el conflicto armado, y todavía menos puede haber conocido que era una guerra imperialista. No existía razón para suponer que tal intervención limitaba la independencia de Cuba. Mi padre no era cubano, no podía reaccionar como un soldado cubano, como un patriota cubano.

Un patriota cubano, incluso, si no tenía un nivel de cultura, no comprendería bien los fenómenos ocurridos alrededor  de dicha guerra. Me imagino a un cubano, soldado, combatiente, muy contento porque el jefe le dio una orden: «Se acabó la guerra». Está luchando contra el español, es independiente, le han puesto una bandera. Un cubano, incluso, no se habría dado cuenta de que una potencia extranjera estaba tomando posesión de Cuba.

Por su procedencia española, mi padre no debe haber comprendido muy bien cuáles eran las causas de la guerra ni por qué intervinieron los norteamericanos. Un campesino gallego a quien traen de soldado A lo mejor el día que se acabó la guerra se alegró mucho también. No analizó aquello ni siquiera desde el punto de vista español, de nación derrotada. Es decir, no vi en él un ápice de resentimiento por la adversidad militar en la contienda. No pudiéramos decir que era un patriota español, pero sí era un soldado español que, como en muchas guerras, lo sacaron del campo, lo reclutaron y lo pusieron a combatir aquí en América. Tan solo era un soldado español; ni siquiera un patriota.

A lo mejor muchos de aquellos soldados, cuando se acabó la guerra, estaban contentos y ansiosos por volver a España otra vez: iban a ver la familia, a su país; iban a ver su tierra una vez más. Es posible que él se haya alegrado de eso, pero yo nunca le vi una manifestación de resentimiento contra los norteamericanos.

Era su característica ser capaz de admirar en la historia los  acontecimientos importantes, la técnica, la ciencia, la industria, y no hay duda de que él tiene que haber admirado a los norteamericanos. Si él viene como un hombre que no tiene nada, empieza a trabajar, después va a una empresa norteamericana, lo hacen contratista, y comienza a ganar dinero y a comprar cosas un hombre muy pobre, que apenas sabía leer y escribir tenía que haber tenido una buena opinión, una apreciación, una valoración positiva de la United Fruit Company.

Mi padre no debe de haber nunca leído el Manifiesto Comunista, ni los libros de Lenin sobre el imperialismo. Él tenía la vida, y ante la realidad de la vida admiraba a los norteamericanos, porque era gente emprendedora, organizada, y es posible que mirara con aprecio tales cosas.

Hay que situarse siempre en la época, indiscutiblemente. Mi padre había venido cuando la Guerra de Independencia. Le compró a un soldado español su puesto en el barco, y así fue como vino la primera vez. Yo conozco la historia del viejo cuando era soldado y estaba en la Trocha de Júcaro a Morón, cuando la Guerra de Independencia.

A él lo repatrían al final de la contienda, va a España, a todos los soldados españoles los repatriaron, pero él regresa, no se queda allá, entonces hace algún dinero aquí en Cuba, de contratista con la United Fruit Company.

Katiuska Blanco. Angelita dice que en 1917, cuando su abuelo don Pancho llega a Birán, ya don Ángel, probablemente des de 1912, poseía tierras en el lugar. También guarda un testimonio de Panchita, la hermana mayor de su mamá Lina. Panchita tenía 12 años cuando don Pancho acepta la oferta del contratista de Camagüey y sale con su familia en tren desde Pinar del Río hacia Tana, pasa por Batabanó y hace empate de ferrocarril en Santa Clara. Vivieron también en Hatuey e Ignacio y luego, al conocer el ofrecimiento de trabajo de don Ángel, parten a Guaro Tres, en Oriente. Dos años después, como don Pancho era tan laborioso, don Ángel le ofrece trabajo en Birán, y mientras están allí se presenta la guerra de La Chambelona en 1917. Gracias a la localización de las escrituras de propiedad se determinó que la posesión más antigua de don Ángel en Birán data del 22 de noviembre de 1915, cuando compra la finca Manacas a don Alfredo García Cedeño.

Fidel Castro. Entonces, ellos fueron para Birán más o menos en 1917 son los abuelos por parte de madre, provenientes de Pinar del Río.

Katiuska Blanco. Lina nació en Las Catalinas y viajó en tren cuando contaba siete años de edad. Angelita conocía innumerables detalles del trayecto. Ella tenía más edad y conserva en su memoria los testimonios de los mayores, especialmente el de la tía Panchita.

Comandante, una fotografía suya junto a Angelita en Santiago muestra la hermosa relación entre ustedes. Usted va vestido de marinero y uno se percata de que los pantalones van  quedándole cortos, como adquiridos un tiempo atrás. Angelita siempre ha dicho que llegaron en diciembre de 1933 a Santiago, guiándose por la fecha apuntada al dorso de la estampa. Para mí, el detalle del largo de los pantalones dice mucho. La propia Angelita reconoce que cuando Lina va a buscarlos se sorprende de que tuvieran la misma ropa que habían llevado desde Birán. Finalmente, gracias a los documentos pude llegar a conocer casi con exactitud la fecha del viaje de ustedes de la finca a Santiago en mayo o junio de 1933.

Fidel Castro. Claro, las fotos no prueban que haya sido en diciembre de 1933 que arribamos a Santiago porque todos los elementos conllevan a que fue en un momento anterior. Estábamos ella y yo solos, también Esmérida, pero Ramón no viajó entonces.

Para mí, aparte de los tres días de Reyes, existe otro elemento a tener en cuenta: los haitianos.

El derrocamiento de Machado, en agosto de 1933, da lugar al llamado «gobierno revolucionario», creado después del primer golpe de Estado de Batista, el 4 de septiembre de 1933. En el gobierno de Grau, un profesor universitario, se aprueba la ley de nacionalización del trabajo en octubre de 1933, y con ella, la expulsión de los haitianos. Cuando conocemos al cónsul de Haití ya vivíamos en la casa de abajo. Mi madrina no lo conocía de antes. Es en 1933 o 1934, y yo fui al muelle a despedir a los haitianos. 

Además, en dicho período el Ejército no tenía ocupadas las escuelas ni los institutos; era un gobierno llamado revolucionario o seudorrevolucionario. Me acuerdo que al principio de nuestra estancia en Santiago, el Ejército sí tenía ocupado el instituto allí, al lado nuestro, y presencié algunas acciones de violencia.

Las fotografías no prueban nada; en todo caso demuestran que pueden haber sido captadas mucho después que llegamos por primera vez de Birán porque, ¿quién me compró un traje de marinero a mí, con el hambre que estábamos pasando?

Angelita no recuerda que Esmérida vivió con nosotros en la casa chiquita, yo me acuerdo más porque mientras ella iba a la escuela, nosotros estábamos todo el día en la casa. Ramón llegó cuando vivíamos en la casa de madera que se mojaba, muchos meses después. El dato que más conservo, y concilia con los demás, es nuestra presencia en dicha familia en la celebración del Día de Reyes, tres años consecutivos.

En 1935, efectivamente, cuando ingreso en La Salle no he cumplido los nueve años. Después me convalidan el cuarto grado y paso directo al quinto. En el verano de 1938, Angelita estudiaba para ingresar en el bachillerato y tenía una maestra, Emiliana Danger, una profesora de Santiago que le está dando las clases de ingreso, para entonces ya he pasado el quinto grado. Ella empezó a ser para mí como una preceptora. La profesora negra fue la primera que en serio, de verdad, me  puso una meta. En aquellas vacaciones cumplo 12 años, y en septiembre debía comenzar el sexto grado. Entonces yo estaba en la casa de Martín Mazorra, asistía también a las clases que le daban a mi hermana porque no había otra cosa que hacer. Eso fue después de salir de La Salle. Estoy adelantándome un poco en esta historia.

Como oía las clases de Angelita, la profesora me preguntaba las mismas cuestiones que a ella, y yo me sabía las respuestas de las preguntas, entonces la maestra se entusiasmó, quería prepararme para el ingreso y el primer año de bachillerato. Es decir, se supone que al cumplir 13 años los cumplía en agosto del año siguiente al terminar el sexto, yo hacía el ingreso y el primer año en septiembre, cumplidos los 13, ese fue el plan de la maestra, y así nos presentaba a examen a los dos.

Bueno, yo adelantaba muchísimo, pero es precisamente cuando no puedo hacerlo, porque al llegar el nuevo curso escolar me enfermé y el plan de la maestra no se cumplió. Fue cuando me operaron del apéndice en Santiago de Cuba.

Todo el mundo le temía a un ataque agudo de apendicitis. Como los médicos tenían que hacer algo, yo diría que se puso de moda la operación de apéndice. Tuve quizás alguna molestia que no tenía nada que ver con el apéndice, pero inmediatamente se diagnosticó que había que intervenirme quirúrgicamente.

Acababa de terminar el quinto grado en junio y empezaba  el sexto en septiembre. A principio de curso me ingresaron en la Colonia Española, una clínica mutualista. Me operaron y guardé cama siete días, como se acostumbraba antes. En la actualidad, no se le ocurriría a nadie semejante disparate porque facilita la formación de coágulos y problemas. Al séptimo día me levantaron ya casi uno no sabe caminar cuando está 10 días en cama, tienen que ayudarlo, y dos o tres días después, por estar caminando, empezó a irritarse la zona de la operación. Se infectó la herida y explotó. Era una infección peligrosa, aunque parece que no llegó al interior, más bien fue superficial, pero la herida se abrió completa, por lo que me vi obligado a estar tres meses en el hospital, mientras se iba curando por un proceso natural. En 1938, posiblemente, no existía la penicilina ni otros antibióticos, de manera que yo tuve una gran suerte de que la operación, más bien preventiva, no hubiera terminado con mi muerte.

En el hospital, sin poder salir, tres meses allí, aparte de algunos libros, historietas y muñequitos que leía, tenía que emplear el tiempo en algo. Estaba bastante impresionado por las operaciones y pensaba ser cirujano. No poca parte de mi tiempo lo empleé en hacer operaciones de lagartijas y de otras cosas en el hospital. Después, cuando se me morían, lógicamente, observaba cómo las hormigas daban cuenta de los cadáveres de los animalitos. Me entretenía en todo, incluso, en ver cómo a una lagartija, que tiene la forma de un dinosaurio,  cientos de hormiguitas, miles de hormiguitas la cargaban y se la llevaban, la transportaban. Yo empleaba horas observando.

Pero bien, aparte de mi afición médica, hija de las impresiones relacionadas con la propia operación de apendicitis en aquella época había quienes decían que yo iba a ser cirujano, realmente no sabían lo que iba a ser, como yo tenía que invertir mi tiempo en algo y, excepto a los que estaban en la sala de infecciosos, visitaba, una por una, a las personas que estaban recluidas en el hospital: mujeres, jóvenes, niños, viejos, hombres, todo el mundo. Conocía a cada uno, no sé cuántas camas serían, habría 150 o 200 personas recluidas allí y yo tenía amistad con el ciento por ciento de todas. A muchas las visitaba diariamente, desde que me levantaba por la mañana hasta por la noche.

Tenía 12 años entonces. Un mejor observador se hubiera dado cuenta de que yo tenía muchas más cualidades de político que de cirujano, porque para todo tenía una salida.

Así invertí mi estancia allí, siempre se alegraban cuando los visitaba. Tal vez porque yo sabía de lo que padecían, me preocupaba por cómo estaban, hablaba con ellos. La clínica era más bien un hospital, usted pagaba dos pesos y tenía derecho a que lo atendieran, a que lo internaran, a que lo operaran, incluso, a que lo mataran; todo por dos pesos. No sé si el entierro estaba incluido en los derechos de los socios de la clínica mutualista. Mis padres estaban en Birán. Ahora sé que  mi madre acababa de dar a luz a la más pequeña de mis hermanas, a Agustinita, el 28 de agosto de 1938, apenas unos días antes de mi ingreso. Por tal razón, rara vez iba alguien. Ramón me cuidaba a veces, pero debía ir a clases en el colegio. Me pasé casi todo el tiempo solo en el hospital. Hice amistad con todos por instinto natural. Claro, las monjas me dejaban porque era una especie de mascota bastante grande. Por supuesto, no me permitían ir a la sala de infecciosos porque es lógico. Caminaba todo el tiempo, así que me era posible conversar, hablar con todo el mundo y, además, hacer algunas operaciones quirúrgicas.

 

Katiuska Blanco. Comandante, ¿sabía que la casa donde vivía la prima Cosita, aquella primera a donde fue cuando llegó a Santiago, pertenecía a la familia Ruiz de mucho tiempo atrás? La dirección de Santa Rita baja N.o 51 aparece asentada como domicilio de varios parientes que mueren a comienzos del siglo xx, en 1906 y 1908, según los libros de enterramientos en el archivo municipal y también en los viejos volúmenes y en las tarjetas del cementerio de Santa Ifigenia. La doctora Nieves Feliú Ruiz vivía en otro lugar de la capital de Oriente, en la calle baja de Princesa N.o 50. Ha pasado mucho tiempo de todo aquello, ¿no pone en duda sus recuerdos?

Fidel Castro. Una buena prueba de que me acuerdo bien de todo, de cada detalle, es la fecha de la muerte de mi querida tía Antonia. Cuando ella muere, nuestros abuelos vivían en el 31,  cerca de aquella vivienda, en la esquinita al lado del cañaveral, y fuimos por el camino que iba directo desde nuestra casa, por una guardarraya. Si la fecha es el 8 de junio de 1929, yo tenía 2 años, 9 meses y 25 días. Ese dato está más atrás de lo que creía.

Tengo en la memoria hasta las paredes con fotografías, santos, todo. Me acuerdo cómo estaba tendida: contra una pared, y ese dato es de 2 años y 10 meses, decisivo para mí. Tengo muchos elementos en los que me apoyo. Me convencen más mis cuentas.

Mi primera rebelión fue en el segundo grado. Allí se seguían una serie de reglamentos y me amenazaban con que si no era disciplinado me iban a mandar interno. Yo me doy cuenta de que me convenía mucho más que me pusieran interno que vivir allí, y un día tomo la decisión de crear una crisis, y la creo: decido desobedecer todas las órdenes, violar todos los reglamentos, si había que hacer esto, hacía lo otro, una rebelión. Realmente me puse insoportable y los obligué a cumplir la promesa. Por esa razón voy interno la primera vez para la escuela, como resultado de una sublevación.

Si el dato es correcto, tendría nueve años la primera vez que llevo a cabo, planeada, conscientemente, una actividad de rebeldía total. Entonces, ya antes de finalizar el segundo grado voy interno.

Fue para mí un enorme paso de avance, por primera vez estaba igual que los demás porque vivía allí en la escuela, co mía lo que comían los demás, los jueves y los domingos nos llevaban al mar y valía hasta más barato. Nos llevaban a una pequeña península dentro de la bahía de Santiago de Cuba, que se llamaba Renté, tal lugar ya no existe, la península sí, pero nadie la reconocería. Allí nos bañábamos en el mar, en una parte cercada dentro de la bahía, pescábamos. Fue un cambio radical en mi vida desde que me sacaron de aquella casa y me enviaron interno a la escuela. Sentí una gran liberación. Eso puede explicar por qué me adaptaba, después de haber pasado tantos trabajos en una casa privada y por qué me sentía feliz interno en la escuela.

En quinto grado, en el Colegio La Salle, tiene lugar una nueva sublevación, la segunda rebeldía, obligado por otras razones diferentes a las anteriores.

Aunque hasta el segundo grado no había sido rebelde, realmente me obligaron a serlo, a resolver el conflicto. Tomaba conciencia de un problema, ya ocurría por segunda vez: en segundo grado y en quinto grado.

Katiuska Blanco. A comienzos del año 2009 hice un viaje al pasado. Visité el edificio del Colegio La Salle. Ahora es la sede de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Santiago de Cuba. Frente a sus muros tuve la impresión de que los conocía de antaño, y era realmente así, porque antes, en 1997, había estado allí con su hermana Angelita, entonces permanecía cerrado por reparaciones, y no conseguimos trasponer el umbral. Sin  embargo, esta vez sí recorrí despaciosamente las habitaciones, el patio, los corredores y las salas y percibí las diferencias entre el edificio más antiguo, de la época colonial, y lo que fue la ampliación en 1937. Lo imaginé en aquellos ámbitos, entre los escolares de entonces. ¿Cuán exaltado estaba su espíritu?

Fidel Castro. Para mí fue un primer gran acontecimiento que me enviaran interno. Me sentía dichoso.

En aquel momento soy un muchacho feliz: estoy en la escuela, vivo como todos los demás. Cuando salíamos de paseo atravesábamos la bahía en una pequeña lancha, íbamos todos los estudiantes internos, de 25 a 30, aparecemos en una foto; yo estaba entre los más pequeños, porque cursaba el segundo grado. La lancha se llamaba El Cateto y hacía: ،Pum, pum, pum! Iba lenta por toda la bahía, la bahía tranquila; tardábamos 20 o 30 minutos. Bajábamos de la escuela al muelle, y cuando llegábamos montábamos en la lancha y atravesábamos la bahía. Íbamos a otro muellecito todavía recuerdo el aire y hasta el olor del mar, y allí había una casa de retiro de los Hermanos de La Salle. Esta tendría el equivalente a un cuarto de hectárea cercada. Existía un campo de béisbol en la península y un balneario con trampolín en el mar. No era una playa, era de fondo cenagoso y estaba cercado para protegernos, para que no nos fuéramos lejos y para que no entraran tiburones. Afincados en lo hondo del mar, una serie de troncos de palmas canas nos protegían. Allí muchas cosas interesantes llamaban la aten ción: se veían viejos barcos hundidos. Era una maravilla.

En segundo grado me bañaba, me tiraba del trampolín, pescaba. Me gustaba mucho la pesca. Iba con un cordelito, buscando caracoles como carnada para pescar. Recuerdo que agarraba mis pescaditos y después me los comía en la escuela, porque en la cocina nos cocinaban lo que pescábamos.

Yo diría que ingresar interno fue uno de los grandes acontecimientos de mi vida.

Otro suceso resultó ser el progreso o la bonanza de la escuela a medida que se rebasaba la crisis económica. Sería ya por el año 1937, por tal fecha iba mejorando la situación y los Hermanos de La Salle deciden construir un tercer piso para más alumnos.

Posiblemente, Ramón y Raúl ya están allí Raúl muy pequeño, tendría cinco años. Estamos los tres y, además, un muchacho de los Pinares de Mayarí, cerca de Birán, que se llamaba Cristóbal Boris [Cristobita], hijo del administrador de una empresa, un aserrío; y ya con él éramos cuatro.

Katiuska Blanco. Ramón recuerda que una noche allí hubo un incendio grande, y entonces Cristobita empezó a gritar porque Raúl, de apenas cinco años, le había dicho: «Oye, se está quemando Santiago de Cuba». El Hermano Enrique tuvo que buscar un calmante para Cristóbal Boris. Su hermano habla de las disputas en el cuarto porque ninguno de ustedes quería nunca apagar la luz, por lo que a él le tocaba ceder. Otras veces obraba de intermediario. Según él, usted mortificaba mucho a su hermano más pequeño, a quien Ramón bañaba y vestía porque Raúl no tenía cinco años cuando quiso quedarse con ustedes en la escuela, durante una visita que Lina les hizo. Usted cuenta que le ponía disciplina a Raúl, mientras Ramón lo malcriaba. Ramón evoca también la contribución de su papá a la ampliación constructiva del Colegio La Salle y dice que por tal razón destinaron un cuarto solamente para ustedes...

Fidel Castro. Cuando los Hermanos de La Salle construían el tercer piso, mi padre tenía fama en la escuela de tener dinero y grandes ganancias. Había oído hablar de que en mi casa ingresaban 300 pesos diarios, y un día, no sé por qué, le conté a uno de los Hermanos de La Salle cosas de mi casa y, como muchacho al fin, lo que oí se lo conté. A partir de aquel momento nos convertimos en gentes muy importantes. Ellos sabían que mi padre tenía dinero, pero cuando yo les dije entonces aquel dato, causó una gran impresión. Y no era falso. Cuando construyeron el piso de arriba para los alumnos internos, fabricaron un cuarto especial para los hijos de Castro para los tres, pero éramos cuatro, Cristobita también estaba, y todo se debía a la fama de rico de mi padre. Yo tuve una prueba palpable no quiero decir que sea un juicio crítico, pero me di cuenta, y no sin cierta malicia de que en el colegio se interesaban mucho por nosotros y nos daban un tratamiento especial porque éramos una familia muy rica. Allí tuve la  oportunidad de ver manifestado el interés. Aquel fue un acontecimiento, la construcción de la escuela.

Los alumnos internos teníamos cada semana dos días de descanso: jueves y domingo. Quizás era una fórmula inteligente, porque dividían la semana en lunes, martes y miércoles; y en viernes y sábado: tres días de clases y un día de descanso. No sé si es la semana inglesa, creo que más bien se trata de una semana francesa, porque los Hermanos de La Salle tenían una cultura francesa, y algunos de ellos eran de esta nacionalidad. Cuando estudié en La Salle, tuve contacto con la cultura francesa, no con la española.

En el segundo año, cuando vinieron las vacaciones de Nochebuena, por alguna razón nos quedamos allí, nos pasamos todo el tiempo jugando creo que Raúl aún no estaba con nosotros. Fueron las únicas, después que estuvimos internos en la escuela, en que no visitamos la casa; permanecimos como seis meses sin ir a la casa.

La vida era muy buena, maravillosa en aquel momento, comparado con lo que habíamos tenido anteriormente. Así transcurrió el primero, el segundo y el tercer año, y con notas excelentes.

Hubo un congreso eucarístico de acción de graciaspor aquellos días. Entonces la escuela y los Hermanos de La Salle, con motivo del congreso, organizaron algunas ferias, donde vendían muchas estatuas de santos. Parece que por el interés de ganar dinero, les vendían a los muchachos todo lo que querían. Ramón y yo compramos cuantas estatuas había de todos los santos, y las llevamos a mi casa cuando fuimos de vacaciones, después del congreso. Como mi madre era muy religiosa y siempre tenía estatuas de todas clases, qué sé yo cuántas pequeñas estatuas compramos allí de las vendidas por los curas con motivo de aquella actividad religiosa. Llegamos a Birán con las maletas llenas de todo tipo de estatuas de yeso, y todo el mundo muy contento con ellas. A nadie se le ocurrió pensar cómo las habíamos comprado, pero las habían anotado en un solo crédito.

Antes de terminar las vacaciones, desde la escuela llegaron unas cuentas enormes. Mi padre estaba indignado, irritado, protestando porque le mandaron la cuenta de no sé cuántas decenas de pesos por los santos que habíamos comprado. Mi madre era un poco más devota, pero, realmente, a mi padre nunca lo vi muy devoto, nunca lo vi comprando estampas ni estatuas de santos. Aquello dio lugar a una severa reprimenda.

Diría que fue una vida buena hasta que surgieron incidentes en el colegio que determinaron mi salida de allí.

En la escuela había un Hermano, se llamaba Bernardo, uno de los amigos de nosotros, muy interesado, era inspector quiere decir que estaba con los internos. Yo observaba en él tendencias que me parecían un poco extrañas. A veces, algunos de tales inspectores, de dichos hermanos, tenían ciertas preferencias por algún alumno. No se saben las razones, pero se veía una preferencia, alumnos predilectos sin que tuvieran méritos especiales.

Una vez, posiblemente estaría yo en tercer grado, veníamos de Renté a Santiago en el barco El Cateto y había un muchacho de Baracoa un muchacho como cualquier otro, pero por quien el inspector tenía cierta preferencia, y tuve un pequeño conflicto con él mientras viajábamos. Sacamos pleito, nos fajamos dentro de la lancha en la bahía. Recuerdo que yo venía con la camisa desabrochada. Los otros muchachos se metieron y nos separaron.

Después desembarcamos en el muelle de Santiago. Era un espectáculo, porque Santiago tiene elevaciones, y del nivel de la bahía usted va subiendo por algunas empinadas calles hasta las partes más elevadas donde está el colegio. El camino más corto era una calle que atravesaba los barrios de prostitutas. Yo debía de contar con 11 años, sabíamos bastantes cosas, veníamos del campo, y allí los muchachos están un poco más aleccionados. Ramón cuenta que yo, muchas veces, como una travesura, tocaba las puertas de las casas por las que pasábamos

Entonces, subíamos por esa calle. Regresábamos de noche los 25 muchachos en hileras por cada acera. Pasábamos cerca del mercado, pero antes atravesábamos como tres calles de bares y de prostitutas, y recuerdo que ellas se metían con el Hermano, lo llamaban: «Curita ven, curita», y los mucha chos oían aquello. El Hermano se mostraba muy abochornado. Los Hermanos iban con el hábito propio de la orden La Salle, pero no eran sacerdotes; llevaban el hábito y un cuadrito blanco aquí en el pecho, con su sombrero.

Aquella vez atravesamos las calles, llegamos a la escuela de noche, pero como yo no consideraba concluido mi match de boxeo, tan pronto llegamos a la escuela fui donde estaba sentado el otro y le dije: «Levántate, vamos a seguir», le di un jab en un ojo y seguimos la pelea. Otra vez se metió todo el mundo y nos separaron, pero el hecho real es que al predilecto del inspector yo le había puesto un ojo morado. Era un muchacho de mi edad, igual que yo, y fuerte. Enseguida presentí que me había creado un conflicto serio.

En la escuela existía una pequeña capilla donde todas las noches realizaban una ceremonia religiosa en la sacristía, le llamaban «la bendición», y a veces algunos niños íbamos allí antes de comer.

La misa era por la mañana. Por la noche era la cruz con la hostia y la campanilla sonando.

Estaba yo en la sacristía, viendo la bendición, muy devotamente, como se supone, cuando abren la puerta y se asoma el Hermano inspector Bernardo, interrumpe mi actividad religiosa y me llama. Caminamos por un pasillo, doblamos, y cuando hemos caminado unos metros, me dice: «¿Qué te pasó?». Entonces, le fui a explicar, pero no me dejó, me dio un galletazo con todas sus fuerzas, que me dejó el oído..., y cuando todavía estoy así, aturdido, me golpeó con la otra mano por el otro lado. Me dio dos golpes de hombre. ،Me dio dos golpes realmente muy fuertes!

Me pareció injusto, humillante, abusivo. Debió de ocurrir, quizás, al final del tercer año. Después, cuando pasé de tercero a quinto, en el primer trimestre no sé si en aquel mismo año o anteriormente, en otra ocasión íbamos subiendo hacia el dormitorio que estaba en el tercer piso teníamos que ir en dos filas, yo estaba conversando en la fila y me dio un coscorrón, no muy fuerte. Era la segunda vez que me golpeaba.

Cuando estaba en quinto grado, como en el mes de noviembre, las clases iban muy bien, la conducta nuestra, bien. Desayunábamos, y cinco o diez minutos antes de empezar las clases teníamos un recreo. En el desayuno nos daban café con leche y unos panecitos, pero no nos ponían límites. Si queríamos comer dos, dos; tres, tres. Con frecuencia el estudiante se comía un pan rápido y le echaba mantequilla a los otros dos y se los llevaba, o se comía dos y se llevaba uno comprábamos una mantequilla que se guardaba en unos pomos verdes y nos la comíamos medio rancia. Cuando salíamos formados del comedor, llegábamos al otro lado del patio y allí rompíamos filas. Aquellos 10 minutos los aprovechábamos para jugar pelota, y el que tocaba primero una columna que había allí se ganaba el mejor lugar para empezar a batear; a veces los estu diantes se disputaban el primer lugar. Yo salía de desayunar, creo que llevaba dos panes en la mano, además, quería tocar la columna, parece que hay un conflicto, alguna empujadera con otro muchacho, y viene el inspector por detrás y me hace: ،Paf!, el tercer coscorrón. Entonces, me paro, agarro el pan y le hago: ،Ra!, y voy sobre el Hermano Bernardo, que es mucho mayor que yo y más fuerte. Lo muerdo, le entro a piñazos, a patadas, comienzo con un fuerte match. Por fin, logró separarme y me empujó hacia allá. El director estaba cerca de mí en una sala de lectura, desde donde, además, vigilaba. Me le acerqué y le dije: «Me golpearon», pero él respondió: «No, si nada más lo empujó». Él había visto tal vez el final y no el comienzo.

Fue un acontecimiento muy grande. El problema no fue el hecho en sí, el daño que yo le hubiera podido hacer al inspector porque él logró dominarme al fin y al cabo, sino que significó un reto a su autoridad. Todos los muchachos siempre decían: «Le voy a tirar un tintero por la cabeza, le voy a hacer esto…», algo que jamás hacían; pero esa vez se dio la circunstancia de que un estudiante no tuvo otra alternativa que responder a un hecho de violencia. Entonces, éramos tres hermanos allí, yo era buen estudiante, tenía buenas notas, no me portaba mal y decidieron dejarme en la escuela. La actitud que el Hermano Bernardo adopta es la de ofendido. Su autoridad había quedado muy resquebrajada. La escuela tenía unos 200 alumnos entre internos y externos y todo el mundo supo lo que pasó: un estudiante le había tirado el pan por la cabeza Él asume el papel de víctima, su dignidad estaba ofendida; no me hablaba y yo tampoco lo hacía. Me portaba rigurosamente bien, con más razón desde que había sucedido aquello.

Pasaron de cuatro a seis semanas antes de las Navidades, me porté rigurosamente bien dentro de la situación, por tal de no dar pretexto, es decir, que reaccioné con mucha dignidad ante semejante problema. Hacía deportes, jugaba pelota, iba a competencias, me destacaba, y pasaron las semanas, hasta que llegaron las Navidades.

Ellos tenían un sistema de notas para la disciplina. Todas las semanas daban un boletín de acuerdo con la conducta: al que se portaba bien le daban un boletín blanco; al que se portaba mal, un boletín rojo, y al que se portaba muy mal, excepcionalmente, un boletín verde. Después de aquel conflicto, no sabía lo que iba a pasar.

Llega el día en que hay que dar los boletines, y decían: «Boletín blanco...», y casi siempre yo sacaba boletín blanco porque tenía buena conducta, pero esta vez no me mencionaron. Después: «Boletines rojos: Fulano, Mengano...», y no estoy incluido. Me quedé esperando, tal vez me van a dar un verde pensé—. Anuncian: «Boletín verde: Fulano...», y tampoco estaba. Me habían sacado de todos los boletines, del blanco, del rojo y del verde. Así sucedió hasta que se acabó el trimestre. Mantuve mi comportamiento correcto, y aun así él me ignoraba, fue la actitud que adoptó.

No es que decidieran expulsarme, sino que yo estaba dispuesto a irme del colegio, convencido de no volver a aquel lugar, y esperaba las Navidades. Recuerdo bien que llegaron mis padres a recogernos, esta vez fueron los dos, mi padre y mi madre, para las vacaciones de Navidad. Entonces, el director de la escuela los cita y da su versión.

Antes, el director del colegio era un Hermano muy bueno, se llamaba Fernando. Fue el director mientras nosotros estuvimos en primero y segundo grados. Era medio francés, de tez rosada, un hombre muy noble. Después nombraron como director a un Hermano llamado Leonmarí. Él tenía la información que le dio el inspector Bernardo, y aquella misma fue la que trasmitió a mis padres. Después de esto salimos de la escuela decididos a no volver más; yo por lo menos pensaba así. Ramón no tuvo ningún problema. Raúl, con seis años, era el más chiquito de la escuela y tendría poca posibilidad de discernir lo que acontecía. El conflicto lo había vivido yo, por este problema. Nos fuimos para la casa. Allá se sentían muy irritados con nosotros, porque estaban bajo la influencia de la información que les dieron.

Realmente lo que el cura le dijo a mi padre y, por supuesto, mi padre se impresionó mucho fue que sus tres hijos eran los tres bandidos más grandes que habían pasado por la  escuela. Así, con tales palabras.

Si acaso, el único bandido era yo, porque no existía ni la más remota justificación para llamar bandidos a Ramón o a Raúl que tenía seis años. Ellos no hicieron nada, solo solidarizarse espiritualmente conmigo ante el problema. Tuve aquel conflicto, mi reacción ante un acto de violencia, y después me porté con una dignidad completa, no tenían que llamarme la atención; yo no existía, pero mi no existencia la llevaba con mucha dignidad: ni una falta, ni la más mínima podían señalarme, porque yo consideraba interiormente que tenía razón.

Viene la etapa en que cambiamos de escuela, fue el segundo problema serio que tuve, en un período de tres años: en primer grado y en quinto grado.

En lo absoluto considero incorrecta mi conducta en la escuela, no tenía malas notas ni faltas de disciplina. En general era activo, inquieto, practicaba deportes, pescaba, hacía y deshacía. Era un alumno normal de aquella escuela, con las faltas habituales, un día hablaba en clase o en filas, cosas intrascendentes. No era de un comportamiento especialmente malo, pero también existía otro problema: aquellos hermanos no eran los jesuitas, que sí eran mucho más rigurosos, gente más seleccionada, ostensiblemente más preparada, de una vida mucho más dura. Los Hermanos de La Salle, incluso, no hacían voto perpetuo, harían un voto temporal, podrían prolongarlo. 

Muchos de ellos eran personas muy buenas y nobles. Me acuerdo del Hermano Fernando, pero yo observaba en algunos Hermanos de La Salle más relajamiento, y ellos a veces tenían preferencias. Quizás nos verían como sobrinos, les recordaríamos a un familiar, un primo, algo así.

Pienso que el inspector tuvo una reacción histérica no sé si está vivo o muerto, no tengo ningún interés en hablar mal de nadie, no me resulta fácil mencionar un nombre, porque no sé si vive o si murió, si vive en Cuba, si se encuentra en Estados Unidos, si tiene hijos y nietos; no lo quiero mencionar, aunque recuerdo su nombre. Realmente su reacción fue exagerada, sin lógica. Hoy veo que reaccionó con espíritu de venganza, y me golpeó con toda su fuerza, me dejó aturdido primero con la derecha y después con la zurda, con las manos abiertas, me dio duro, con toda su fuerza.

Ahora, me hizo a mí un efecto tremendo, me quedó aquello por dentro. Es más, me quedé aturdido y con la idea de la injusticia. En las otras ocasiones en que me golpeó, no lo hizo con fuerza, pero sí fue humillante, y ya yo sentía indignación por lo sucedido, lo que me hizo reaccionar. Tal vez él creyó que lo podía hacer también, golpear. A mí me parece, y ahora más, que lo más absurdo es que se golpee a un estudiante, y tal fue la causa de mi conflicto, determinó la salida, el cambio de colegio y, como consecuencia, problemas en mi casa; porque lo peor fue que mi familia aceptó la versión dada por el direc tor de la escuela.

Raúl y Ramón fueron víctimas inocentes. Ni él ni Raúl estuvieron en el problema. Raúl en aquel momento tendría seis años, estaría en segundo grado porque era el más pequeño de la escuela al inscribirse.

Cuando nosotros llegamos a Birán otra vez el punto de partida y el punto de regreso siempre era Birán, el campo, en una feliz fecha por la Nochebuena, la Navidad, el Año Nuevo, eran las vacaciones, pero como en la casa estaban disgustados, le pedían al asturiano tenedor de libros César Álvarez, que nos pusiera tareas, cuentas de multiplicar, de dividir; de manera que las vacaciones nos las desgraciaron.

Por las mañanas, el tenedor de libros debía cumplir la misión de ponernos un montón de cuentas; como él tenía que calcularlas y eran cuentas de multiplicar o de dividir muy grandes, utilizaba un libro de tareas de la escuela al que correspondía un libro de respuestas. Ramón había conseguido el volumen de las soluciones. No sé cómo Ramón consiguió el libro de respuestas, nos fue muy útil. Cuando el tenedor de libros nos ponía aquellas cuentas larguísimas, Ramón y yo hacíamos rápidamente todos los ejercicios para irnos a pasear. Y yo ،estaba feliz! Ahora recuerdo que Ramón contó una vez que, como era monaguillo, tenía amistad con el Hermano Miguel, quien aunque malgenioso, lo ayudó.

Recuerdo que en dichas Navidades algunos amigos visi taron a mi padre un día, uno; otro día, otro; algunos agricultores, colonos y mi padre se presentaba como el hombre más desgraciado del mundo por lo que le habían dicho en la escuela, y le contaba a sus amigos que era un hombre muy desgraciado porque sus tres hijos, según las autoridades del colegio, eran los bandidos más grandes de la escuela. Me entero de que mi padre le había explicado su tragedia a todos, y circula la noticia de lo que dijo don Ángel Castro a su amigo tal y más cual. Yo me sentía más irritado todavía porque era absolutamente injusto; me sentía incomprendido en medio de un problema en el que tenía toda la razón.

Katiuska Blanco. Comandante, pero ¿nunca pensó que los comentarios de su papá a los amigos de algún modo también expresaban un sentimiento de orgullo? Los veo como la típica reacción de alguien que, por un lado está molesto debido a las quejas que le han dado y la pena o la vergüenza por el llamado de atención de la dirección del colegio. ،Oígame! Imagino a su papá, con toda su prestancia, casi recibiendo un regaño en el despacho de Leonmarí… Debió de disgustarse mucho; pero, ciertamente, por otro, apenas consigue ocultar la satisfacción al saber que sus hijos no se dejaron influir o arrastrar por la vida de la ciudad y el estricto colegio religioso. Hay como un repunte de orgullo, al ver que los hijos no se le convirtieron en unos señoritos remilgados, sino que siguen, de una manera muy especial, fieles a la naturaleza agreste, sana y viva de la  casa y la finca. Hay que pensar en lo vivido por él, se hizo con esfuerzo y trabajo, y era lo que más valoraba. Tal vez si hubiera guardado silencio, pero aquello lo comentaba a todos, pienso que no sin alarde, casi vanagloriándose. Imagino que siendo usted niño le sería bien difícil apreciar de tal manera lo acontecido, sobre todo si el castigo lo consideraba una decisión injusta.

Fidel Castro. En verdad, siempre creí que estaban muy contrariados. Así pasó la Nochebuena, el Año Nuevo y llegó el día 6 de enero. Se suponía que al día siguiente partiríamos hacia la escuela, y a mí nada, suspendido todo; ni Raúl ni Ramón ni yo fuimos para la escuela. En realidad, cuando llegó el día de partir vi que era en serio, que no íbamos para la escuela.

A Raúl, ¿،qué le importaba eso!?, si no entendía, era aún muy pequeño; Ramón, ،feliz!, porque quería ser tractorista, chofer, mecánico y no sé cuántas cosas más. Entonces, yo, que soy en realidad el del problema, y que he sido víctima de la agresión y la violencia física, el infractor que creía tener toda la razón, me siento injustamente castigado y no me resigno a aceptarlo. Así eso lo sé yo, Angelita posiblemente no ha de saberlo hablé con mi madre y le dije que había que mandarme a la escuela, que no era justo dejarme sin escuela.

Eso realmente es muy interesante, porque si no doy semejante batalla, me quedo en Birán y no paso del quinto grado. Me hubiera dedicado allí a la ganadería, ،qué sé yo lo que ha bría sido! Un bandido de verdad, porque no habría estudiado más. Fue una brillante idea, una gran cosa que hubiera dado mi batalla por estudiar. Y como teníamos más respeto por el padre y más confianza con la madre, siempre hablábamos con ella.

Y fue verdad que amenacé, aunque es un poco duro decirlo. Mi casa se afincaba en pilotes de madera y era de madera. Amenacé con que, si no me mandaban para la escuela, le iba a prender candela a la casa, fue mi más seria amenaza. No creo que lo hubiera hecho, lo dije muy serio, pero no lo hubiera hecho, estoy convencido de que no. Pero la verdad es que al decirlo en serio, demuestro la indignación, el énfasis, la pasión con que planteo el problema.

Entonces tengo 11 años, aún no he terminado el quinto grado. No creo que hubiera cumplido mi ultimátum; además, estoy convencido, no porque quiera disminuir la gravedad de mi reacción, sino que lo afirmo con mucha franqueza. Empleé algo para tratar de impresionar y lo dije, a lo mejor lo creían, pero como me conozco muy bien, sé que no hubiera hecho algo así; habría sustituido aquella protesta por otra. Realmente me habría hecho ingobernable, si no me mandan para la escuela, habría sido ingobernable. Tal sentimiento estaba arraigado en mí ante el maltrato del profesor, el abuso, el golpe, todo permanecía vivo y quemante en el fondo de todo, porque sentía que era una medida injusta, y a ello atribuyo  una reacción tan airada. Tenía una actitud muy seria, estaba traumatizado con lo ocurrido. Además, no era mal alumno, estudiar no me desagradaba, no sentía odio por la escuela y los estudios, más bien sentía cariño, porque había pasado por experiencias peores de las que me libré cuando fui a la escuela, lo que significó un progreso para mí. Y, de súbito, lo bueno que había alcanzado se perdía, pudiéramos decir. Ya había estudiado segundo grado interno, separado de la familia; también, tercero; he pasado al quinto sin vencer cuarto grado gracias a los excelentes resultados. Siento entusiasmo, tengo una valoración por mis estudios, mis esfuerzos y los éxitos, y todo se viene por tierra por una injusticia lo creía entonces y lo creo hoy. Pero lo que aprecio, es la convicción y la seguridad con que enfrenté tremenda injusticia.

Creo que fue la primera cuestión: no acepto tal castigo. Me privan de algo que yo no rechazo, el estudio, y tengo la impresión de que me están haciendo un daño, me castigan sin razón quizás alguna idea, algún instinto de que era correcto que estudiara porque era lo que venía haciendo. Eso se combinó con el rechazo ante lo injusto, por lo cual yo exijo la vuelta a los estudios. Entonces por fin regreso a la escuela el día 11 de enero de 1938. No, no podía ir a la misma, y me envían al Colegio Dolores.

Mi madre debe de haber convencido a mi padre de que me mandaran a estudiar otra vez. Entonces, él debía viajar a San tiago para visitar a su compadre, a su amigo, don Fidel Pino Santos. Creo que en dicha época estaba en campaña electoral, aspirando a representante, por supuesto, por el partido del gobierno.

El millonario amigo de mi padre, que iba a ser mi padrino, está en la campaña de comprar votos para ser representante las campañas eran así, comprando votos. Este millonario salía con el número uno por la provincia de Oriente, sacaba más votos, sencillamente, porque era el que más votos compraba, el que más dinero tenía para comprarlos. Creo que por entonces coincidió que ese señor se quedó viudo.

Katiuska Blanco. En efecto, el 19 de diciembre de 1937 murió la esposa de don Fidel Pino Santos. Llevaba un nombre garcíamarquiano, por eso no lo olvido: Exuperancia Martínez Gandol. Lina asistió al velorio y llevó con ella a Angelita, a quien nunca se le borraron de la memoria las imágenes tristes.

Fidel Castro. Seguramente mi padre le expresaría condolencias al amigo durante su visita. A mí deciden inscribirme en el Colegio Dolores, y por eso viajo con él. Pero en mi casa vuelven a cometer una equivocación, en vez de mandarme al Colegio Dolores interno, me envían a la casa de don Martín Mazorra, un comerciante español en Santiago, dueño de una tienda de ropa llamada La Muñeca. Comprábamos ropa allí y teníamos relaciones comerciales. No sé cuáles fueron las razones, pero a Angelita la mandaron conmigo, Angelita y yo siempre está bamos juntos. No sé si Angelita estuvo interna y la sacaron, pero ya iba a ingresar al bachillerato. Ramón se queda feliz en Birán, y a Raúl lo inscriben en una escuela cívico-militar, de las creadas por Batista en un programa de educación mediante algunas escuelas rurales. Batista lo hacía como parte de su campaña política, demagógica, porque era fascistoide, y al lado de las 2000 o 3000 escuelas públicas rurales, creó algunos cientos de escuelas denominadas cívico-militares. Un sargento era el maestro en cada una de aquellas escuelas; seguramente, eran maestros seleccionados, convertidos en sargentos tras un breve curso.

Eran útiles, pero ¿qué ocurría? Se veía como una campaña de promoción, para conceder prestigio al Ejército: el Ejército abre escuelas, el Ejército da clases. Y, por supuesto, las escuelas cívico-militares de Batista disponían de mayores recursos que las públicas.

La escuelita se encontraba a cuatro kilómetros de Birán, en un lugar llamado Birán Uno. Raúl fue allí, vivía con la familia del maestro, pero estaba bien, porque era hijo del terrateniente. El sargento también quería sacar provecho, pero era más vivo, y como estaba próximo a la casa, trataba muy bien a Raúl y lo malcriaba. Mi hermano era el más chiquito de dicha escuela. El sargento hizo lo que debió haber hecho la maestra con nosotros. Raúl sí que no pasó hambre cuando lo pusieron en aquella escuela.

 Katiuska Blanco. No pasó hambre allí, Comandante, pero acuérdese que Raúl también fue objeto de lucro porque el maestro, por no perder a un alumno como él que le daba cierto rango por ser hijo de un hacendado rico pidió permiso a su mamá para llevarlo con él al Instituto Técnico Militar en Mayarí. Ella accedió, pero como Raúl no tenía edad para cursar estudios en aquel instituto, el maestro lo envió para el barrio de Los Hoyos en Santiago de Cuba sin permiso de la familia, y cuando su mamá fue a verlo, se encontró con que el niño no estaba allí, lo habían enviado solo a otro lugar sin su autorización. Por suerte, Raúl cuenta que estaba ajeno a todo eso, se sentía muy feliz en Los Hoyos jugando a la quimbumbia y pidiendo caramelos de ñapa en una bodega.

Fidel Castro. Conmigo siempre existía el problema de que no hallaban qué hacer, para dónde mandarme, y no sé por qué estaba en casa de la familia Mazorra, si debía estar interno. Pero, bueno, había ganado mi batalla, le di mi respuesta al inspector aquel, salí de la escuela, salí de Birán, me tuvieron que enviar a otra escuela. No podía exigir mucho más.

El nuevo colegio al que me mandan era de más jerarquía social y existía la discriminación racial, ausente en el Colegio La Salle. Dicha escuela era más exigente, de mayor rigor, y yo tenía en mi mente aún el problema anterior, del que, como resultado, cualquier muchacho habría sufrido un trauma psicológico, de lo cual no se recupera tan fácil o rápidamente. 

Voy a una escuela más difícil, de más rigor, después de haber tenido problemas. Llego tarde, así que tengo que adaptarme desde el punto de vista de la instrucción, del estudio. Pero, además, me ponen otra vez en una casa de familia, la del comerciante. En ellos no prevalecía tanto el interés del dinero, sino más bien la amistad con mi padre, y mi padre pagaba, tenían un alumno allí. Creo que es el peor sistema, que una familia tenga un hijo postizo; eso requiere un gran cariño, un gran amor, un gran desinterés, la capacidad de tratar como si fuera un hijo a alguien que no lo es; ya eso requiere una conciencia moral, una conciencia política, una conciencia social muy elevada que no se le puede pedir a un burgués.

Usted le puede pedir a un revolucionario, si tiene un hijo postizo en su casa, que a ese hijo lo trate mejor que a los propios: con más respeto, más cariño, con más atención, pero es muy difícil que una familia burguesa lo haga, a no ser que sea de tradición muy piadosa, con motivación religiosa, no le da el mismo tratamiento al hijo de otra familia que al suyo propio.

Llego a un hogar donde había tres hijos, uno de ellos del primer matrimonio del español.

El español era un hombre trabajador, bajito, menudo, no era un hombre grueso. La mujer era una mulata santiaguera más alta que él, gruesa, gustosa como diría García Márquez. El hijo estudiaba para piloto civil en Estados Unidos, un muchacho bueno, era el hijo mimado; y la hija, en el bachillerato:  una muchacha trigueñita, mezcla del español con la mulata, bonita, no gruesa, era muy graciosita, y tenía tres rayas en el uniforme del instituto, estaba en tercer año; era mayor que yo, pero eso no obstruía mis amores platónicos con ella, que tal vez sospechara aunque nunca se lo dije.

Vivíamos allí y éramos gente de fuera, de otra familia, perob no nos trataron mal, no pasábamos hambre, comíamos lo mismo que comía toda la familia, dormíamos bien Influían otros factores de tipo social, orgullo de la familia y todo lo demás.

La mulata santiaguera, de origen muy humilde, que era mujer del comerciante, había progresado notablemente, pero no era de pura estirpe aristocrática Simpatizo con ella. Recuerdo cómo era de luchadora, en su casa era la señora, la dueña, la autoridad, aunque no autoridad absoluta, porque el gallego llamo gallego al español, aunque no sé si era de Galicia o de qué parte de España, que era un hombre tranquilo, calmado, le daba todo, pero tenía su genio y su carácter. De modo que la  mujer era monarca en la casa, pero no monarca absoluta, porque él era capaz de ponerse bravo un día y exigirle. Él era el jefe con autoridad delegada en la mujer, no obstante, conservaba la suya, no era un hombre débil. En esa casa estuve casi un año.

Allí empieza otra historia, porque cuando se reinicia el curso en la nueva escuela, en el mes de enero, me voy adaptando. Las notas no son malas, pero no son óptimas, debido a las experiencias anteriores. 

Creo que fue bueno que me enviaran para tal escuela, aunque hubiera sido mejor como interno, pero quizás en mi casa creían que era bueno, que me hacían un favor al no tenerme interno, preso en la escuela, que era mejor externo, en un ámbito familiar, porque Angelita estaba externa. También por la nobleza campesina de mi familia, ellos creían que era lo mejor, aunque sin duda no lo era. Yo mismo no sabía qué problemas iba a tener, no me sentía disgustado cuando me llevaron a aquella casa, con una familia amistosa, a estudiar de nuevo. Me ponen externo y estudio en la escuela, que no está lejos. Solo voy a almorzar y a comer a la casa. No era una vida insoportable, pero surgieron también algunas contradicciones.

Aquella familia quería ingresar en la sociedad de la gente más rica, más aristocrática. Ellos no nos explotaron económicamente, tenían sus ingresos. Además, la economía mejoraba en el país y planeaban construir una residencia en Vista Alegre, el barrio de los ricos. El hecho de que su pupilo, que era yo, estuviera en el Colegio Dolores, los relacionaba con las familias que tenían los hijos allí. Aquel fue mi problema también porque ellos me exigían y no estaba mal que sacara el máximo de puntos, era pura cuestión de vanidad, su pupilo tenía que ser el mejor.

Mi gasto semanal era de 20 centavos: 10 para el cine, cinco para un sándwich o un helado y cinco para comprar El Gorrión, una revista argentina para menores, la literatura que leía en  aquella época, muñequitos y algunas novelas. Si no tenía las notas máximas, no me daban mis 20 centavos. Entonces me vi obligado a hacerle una trampa a la señora.

Yo tenía que llevar la libreta de notas todas las semanas a la casa y regresarla firmada a la escuela. Un día dije en la escuela que se me había perdido la libreta. Me dieron una nueva, entonces la escuela ponía las notas en la nueva libreta y yo era quien la firmaba. La vieja la firmaban ellos y las notas las ponía yo.

Al final del año, la criolla santiaguera, por aquellas notas brillantes, excelentes, creía que tenía un genio, y ya se hacía ilusiones de que su pupilo se llevara todos los premios al final del curso.

Yo mismo sabía que existía una dificultad mis notas no eran muy malas, pasaba de curso, pero no me llevaba todos los premios, mis verdaderas notas eran relativamente buenas, pero no eran las mejores que se habían alcanzado nunca en la escuela las que yo ponía sí—. Cuando llega el final del curso, sabía que no tenía solución para aquel problema.

Entonces, un acontecimiento, el acto: uniformes medio militares, las gorras, un zambrán blanco y azul; y ella ilusionada con que el pupilo se llevaría todos los premios, todas las notas y los honores. Se hacía imprescindible un vestido negro y largo para la ocasión. Iban todas las familias burguesas, aristocráticas, 200 alumnos y todos los padres. Un acto final,  una clausura solemne del fin de curso con un programa cultural, música, canto, espectáculo y la entrega de premios a cada alumno, y las excelencias de la escuela, grado por grado. Ese era mi problema...

Yo iba al cine, tenía El Gorrión y me comía un sándwich todas las semanas. Bueno, depende, porque primero eran 20, después eran 25 centavos, cuando incluía cine. El Gorrión, sándwich de puerco los vendían en unos carritos, y helado, eran 25 centavos, es posible que en tal tiempo hubiera tenido el tope de mi cuota semanal. En un período no, pero con la nueva libreta yo había resuelto el problema, por lo que es posible que en el último trimestre de aquel curso hubiera tenido cine, El Gorrión, helado y sándwich: lo máximo.

Cuando llegó el fin de curso, no encontraba la solución del problema, aparecí con mi uniforme y todo, acompañado de la señora grande, la mulata, vestida de negro, con traje largo, muy solemne, y de toda la familia, porque su pupilo es el más brillante de todos los alumnos de la escuela ellos creían eso. Entonces, empiezan por el primer grado: «،Excelencia: Fulano de Tal!, primer premio en tal cosa; segundo, poesía», cosas de esas, hasta que dicen: «،Quinto grado: Excelencia: Enrique Peralta!». La gente aplaudiendo y a Enrique le ponen no sé qué cosa. Ellos veían lo que pasaba, un poco asombrados; y yo admirado, como preguntándome qué pasará, cómo es que a Enrique Peralta es a quien le han otorgado el premio. «،Y primera y segunda excelencia...!». Y tampoco estoy entre los mencionados. Entonces, «،Historia, primer premio, Fulano de tal!» primer accésit, le llamaban; segundo premio, y yo no aparezco por ninguna parte. Creo que me mencionaron una vez o dos, por no sé qué cosa que saqué, pero nada más. Yo cada vez ponía más cara de asombro y es cuando se me ocurrió algo y dije: «Ahora me explico todo, es que como llegué en el segundo trimestre, en el promedio me faltan los puntos del primer trimestre, no me podían haber dado nada de eso. A pesar de haber tenido unas notas excelentes, me falta un trimestre completo, y por eso yo no tenía premios». Vaya, entendieron, comprendieron, les pareció lógico, y creo todavía no lo he preguntado que si hubiera tenido las notas que yo decía, aunque hubiera faltado un trimestre me hubieran dado la excelencia y los premios.

En aquel momento acudí a la Aritmética, a la Matemática y les hice un cálculo: «Ahora sí me explico bien por qué no me han dado ni un premio». Ellos se creyeron de verdad aquello y salieron tranquilos y contentos.

Recuerdo mucho que el colegio puso una pequeña estación de radio de onda corta como parte de las actividades. Al contrario de La Salle, Dolores era una escuela de más categoría, pero no tenía un lugar como Renté aquel retiro de los franceses, no tenía una finca, llevaban a los estudiantes a distintos sitios, un día a un lugar, después a otro, porque no  tenían aquel retiro de los franceses. Un cura jesuita, el cura García, inspector, era un español muy activo, muy entusiasta, siempre estaba inventando eventos, exploraciones y concursos. Una de las iniciativas suyas fue la estación de radio, también intentó comprar un ómnibus para la escuela.

Pusieron una estación de radio de onda corta, debe de haber tenido 0,50 kilowatt o 0,25 kilowatt, pero se comunicaban con las familias que la oyeran y ponían algunos concursos de poesía. Creo que Elpidio Gómez tenía más dotes de poeta que yo, pero yo hacía poesías también. Y no sé si son míos o de Elpidio estos versos que recuerdo de memoria:

Bella entre las bellas

la más tierna y loca

tus ojos son estrellas

un rubí es tu boca...

Realmente considero que Elpidio hacía mejores versos que yo. Pero ¿qué ocurría con Elpidio? Bueno, era de Bayamo, los bayameses tienen tradición de poetas, de músicos, y los de Birán no tenemos esas tradiciones. Entonces ¿qué pasó?, el concurso era por votación y yo tenía mucha amistad con los demás estudiantes, eran muy amigos míos y yo les decía: «Diles en tu casa que voten por mí».

Llegó el momento crucial del concurso de poesía. Los muchachos por radio y todos los medios llamaban a votar por mí, entonces, al final del concurso... Recuerdo que las familias  decían: «Las poesías de Elpidio son maravillosas, pero nuestro voto, naturalmente, es para Fidel». Mi primera campaña política fue esa. Me avergüenzo al recordarlo porque Elpidio era mucho mejor poeta que yo, pero las familias, por complacer a los hijos, votaban por mí. Los estímulos eran morales, pero los métodos para definir al mejor no eran muy justos. Yo apliqué un método político y creía que estaba haciendo muy bien, pensaba que era correcto, excelente, justo; incluso, porque si el problema era quién ganaba más votos, pues yo sacaba más votos. Claro, tal vez no me daba cuenta, me percato ahora: los versos de Elpidio eran mejores que los míos. Es posible que considerara los míos tan buenos como los de él; pero, realmente, recuerdo que los de él eran mejores.

 

 
 
 
 

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