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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 07.

 
 
 
TOMO I

07Elecciones, ortodoxia, quijotadas, amenazas, disparar certeramente, llorar en la playa, desafiar y volver a desafiar, impasible

 

Katiuska Blanco. Leí en los diarios de la época todo lo relacionado con la Constituyente Estudiantil de 1947. Usted finalizaba el segundo año de la carrera y cifró sus esperanzas políticas en conseguir el adecentamiento y un vuelco en la vida de la Universidad y del país. Aquel proceso se frustró. Poco después usted se enroló en la expedición de Cayo Confites. Puede uno preguntarse: ¿una historia lleva a otra?

Fidel Castro. Sí. Cuando ingresé en el segundo año de la carrera, la política era más activa. Todo el mundo sabía que yo controlaba el curso más numeroso de la Escuela de Derecho y empezó la lucha otra vez por alcanzar la mayoría en ese centro. Las elecciones no serían directas, sino indirectas, por cursos; cinco cursos, un voto cada uno. Cuarto año tenía unos pocos estudiantes, venía así desde el bachillerato. Cuando ocurrió la modificación de los planes de estudios, que convirtió la enseñanza media en cinco años en lugar de cuatro, eso provocó que un grupo de estudiantes no continuara. En segundo año había más estudiantes matriculados que en tercero, cuarto y quinto juntos.

 

El primer año era igualmente muy numeroso, y organicé la candidatura también con una serie de compañeros. El que fue delegado de curso era un muchacho de izquierda que ya  murió y estuvo toda la vida con la Revolución. Hablo de [Baudilio] Bilito Castellanos, abogado de muchos de los compañeros en el Moncada. Entonces, orienté a aquel grupo, con un método ya empleado: ayudé, colaboré, trabajé personalmente en el primer curso. En el mío, los adversarios no pudieron organizar candidatura, no consiguieron ni siquiera siete propuestas para hacer una candidatura; tendrían que conseguir ese número, más el subdelegado, y no lo lograron. De manera que no tenía adversarios en el segundo año; pero en el primer año sí había una lucha entre las dos tendencias.

Tomé conciencia de la fuerza que tenía al poco tiempo. Controlaba totalmente el segundo curso, lo que significaba contar con la inmensa mayoría de los estudiantes de la escuela. Entonces, en aquella contienda entre distintas fuerzas, me dejé llevar por la ambición de ser presidente de la escuela; cuando yo, recién salido del cascarón, apenas llevaba un año en la Universidad y, de cierta forma, desconocía las aspiraciones de los líderes de los cursos superiores. Me dije: «Tengo la mayoría de los alumnos, y tengo seguros dos cursos, el primero y el segundo». Ya nadie iba a competir conmigo en el primer año, y planteé que debía ser presidente de la escuela. Como efectivamente, tenía más fuerza que los demás, los del tercer año se plegaron, comprendiendo que yo disponía de la mayoría, ellos contaban con menos fuerza que yo y aceptaron que aspirara a dicho cargo. Así ocurrió, estando yo en el segundo  año, a comienzos del curso. Todavía la lucha por el control de la Universidad no estaba al rojo vivo.

Sobre tal actitud tengo que hacerme una autocrítica, porque debía haber esperado más, aunque contaba con el apoyo de la mayoría de los estudiantes de la escuela. Creo que en eso pudo influir la vanidad personal, la del estudiante nuevo, la del joven que ansía librar y ganar una batalla. Pienso que todavía existía una lucha de personalidades. Consideraba que mi política era más sana, más limpia; luchaba contra viejos métodos politiqueros que se basaban en exigir notas para los estudiantes y otras prácticas similares. Representaba, a mi juicio, una corriente moral superior. Pero, en realidad, podía estar influyendo también el deseo de vencer, enmascarado en la idea de que éramos mejores que nuestros adversarios. Me parece que debí esperar, tomarme más tiempo; quizás esperar un año más, ganar experiencia y contar con el apoyo de los tres primeros cursos. No depender de los líderes de un curso superior.

En aquel período comenzó a estructurarse con mucha más fuerza la oposición al gobierno corrompido de Grau San Martín. Era un grupo de profesores universitarios prestigiosos, como Manuel Bisbé, Roberto Agramonte; profesores universitarios y políticos con prestigio, bajo la dirección del senador Eduardo Chibás, iniciaron una campaña de denuncia contra la corrupción y la frustración que significó Grau, el nepotis mo, el robo, la bolsa negra, todo tipo de inmoralidades. Aquel grupo de políticos había llegado al poder con el Partido Revolucionario Auténtico y las personas más honestas se rebelaron contra él. Así surgió el Partido Ortodoxo [Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos)].

Desde que se inició dicho movimiento político, hice contacto con sus seguidores. El grupo denunciaba la corrupción y las inmoralidades del gobierno auténtico. Las páginas de los periódicos publicaban las noticias: la viuda del hermano de Grau y primera dama, quien tenía una gran influencia, distribuía cargos y prebendas; desde Palacio se apoyaba la especulación y los negocios sucios que irritaban a la población. Se desató una escandalosa corrupción en aquel gobierno de «los puros», que desde el año 1933, y durante 11 años de dictadura batistiana, había representado la esperanza de una política honrada, sana, de lucha contra la corrupción y los vicios de la política tradicional del país. Aquel gobierno degeneró y se convirtió en todo lo contrario de lo que se esperaba.

Hasta entonces yo era solo un rebelde, con una ética. Comencé mis actividades en la Universidad porque, indiscutiblemente, tenía interés por las cuestiones políticas que ni siquiera yo mismo había descubierto. Al principio vi con simpatía el triunfo de Grau y me alegré mucho de la derrota del gobierno de Batista, corrompido, represivo, militarista; pero ya Grau llevaba un año en el gobierno, y las críticas crecían  cada vez más.

Comenzaron las campañas de denuncias de Chibás, de Luis Orlando Rodríguez líder de la Juventud Auténtica quien más tarde se unió a nosotros en la Sierra Maestra. Posiblemente, mi apreciación favorable de ellos se inició desde que cursaba el primer año de la Universidad. En aquella etapa tomé una opción política, al surgir dicha tendencia dentro del partido gobernante, a fines del primer curso.

Katiuska Blanco. Claro, Comandante, fue un proceso gradual, aunque rápido. Primero se conocieron las denuncias, luego surgió la tendencia dentro del partido oficial, y por último se fundó la ortodoxia el 15 de mayo de 1947. ¿Usted militó poco tiempo después de la creación del partido?

Fidel Castro. Desde los comienzos mismos. A finales del segundo curso, aquel proceso se hizo más visible a nivel nacional, y desde el primer año yo estaba adoptando una opción política, lo cual se consolidó en segundo año. Cuando se fundó, el Partido Ortodoxo adoptó el nombre de Partido del Pueblo Cubano. Se llamaban los ortodoxos, como queriendo expresar su identidad con los principios de moralidad administrativa, honestidad y ética del partido fundado por Martí. En aquella época yo no tenía todavía una influencia marxista, me guiaba y orientaba fundamentalmente por cuestiones éticas, morales y patrióticas. No concebía aún la idea de una sociedad de clases, de una sociedad capitalista de explotación del hombre por el hombre, no tenía tales conceptos; pero ya sentía repudio y rechazo por un gobierno electo por la mayoría del pueblo y que frustró y engañó a todo el mundo. Fue un gran fraude, como necesariamente ocurría en un país bajo la égida yanqui.

Como los estudiantes habían participado en todo el proceso desde 1933 hasta 1944, inicialmente se inclinaron por el gobierno de Grau San Martín; también había comunistas que eran de oposición, porque no compartían la política del gobierno de Grau. Ellos eran apenas unas decenas y, además, los únicos que tenían una conciencia antiimperialista y una cultura socialista.

Yo había sido simpatizante de Grau al inicio, cuando lo eligieron, pero en dicha etapa sentía simpatía por aquel grupo de gente que se rebeló, rechazó y denunció la corrupción imperante. Todo coincidió con el hecho de que, en segundo año, yo disponía ya de una fuerza estudiantil que me apoyaba. En la Universidad se empezaron a manifestar dos tendencias, aunque en realidad había tres: podemos decir que la primera era la oficial, que apoyaba y disfrutaba los privilegios del gobierno; la segunda simpatizaba con la oposición, el grupo del Partido Ortodoxo, que salió de las filas del propio partido gobernante, y la tercera, una oposición muy pequeña, probablemente integrada por antiguos batistianos.

Yo, que venía del colegio religioso, no había tenido oportunidad de recibir una instrucción de tipo político, no contaba con una cultura política, una conciencia política revolucionaria, pero sí con una ética, por lo que me incliné rápidamente hacia la oposición al gobierno.

En los primeros momentos, no me interesé por la Federación Estudiantil Universitaria [FEU], veía su dirección superior como algo lejano. Manolo Castro era el presidente de la FEU, había sido elegido después del triunfo de Grau.

En otra época, la Universidad se prestigiaba por su participación en la lucha contra Machado y contra Batista. Fue el momento en que proliferaron «revolucionarios» de todas clases, personajes autodenominados como «revolucionarios ». Habían luchado y habían sido reprimidos, detenidos en cárceles donde estuvieron en peligro de muerte. Eran muy admirados por todo el mundo, y nosotros también los admirábamos, hasta que tuvimos conciencia de que había muy poco de revolucionario en aquellos personajes.

En aquel momento la cuestión de la dirección de la FEU cobró importancia. Algunos de sus miembros se unieron a la oposición contra Grau porque simpatizaban con el Partido Ortodoxo. Adquirió relevancia el control de la Universidad, la dirección de la Federación Estudiantil Universitaria, insertada en aquel panorama nacional cobró importancia en cada escuela. Se desataron las tendencias dentro de los estudiantes, no solo a nivel de escuela, sino a nivel de las facultades.

Cuando ya era el líder de los cursos con mayor número de estudiantes, aunque el voto no era directo, y todo el mundo veía que en poco tiempo sería el dirigente de la escuela, los principales líderes universitarios empezaron a observarme, a tratar de influir en mí de alguna manera. Por primera vez me percaté de que en la Universidad había una atmósfera de presión y de fuerza: los que la dirigían no lo hacían porque tuvieran prestigio sus luchas anteriores contra Machado o Batista, sino simplemente porque tenían poder. Muchos de aquellos revolucionarios entre comillas, no poseían una ideología. Tenían cargos importantes en el gobierno y en los órganos de seguridad del Estado, poseían la fuerza. Controlaban a las autoridades universitarias, al rectorado, a todas las instalaciones. También a la policía universitaria y tenían fama de gente temible. Se comentaba: «Fulano de tal, que dirige la FEU, es revolucionario». Había luchado contra Batista, había matado a algún adversario. Eran gentes de armas tomar. Disponían de la fuerza e inspiraban temor.

Unido a esto, Manolo Castro, el líder principal de la Federación Estudiantil Universitaria, había ajusticiado en otros tiempos a un importante adversario gubernamental, antes de que Grau fuera presidente.

Pero había otro personaje revolucionario entre comillas, Mario Salabarría, comandante y jefe del Buró de Actividades Enemigas, un cuerpo represivo temible. En sus tiempos de revolucionario había liquidado también a otro adversario. Ahora, en cambio, estaba asociado a un régimen corrompido. El anticomunismo, después de la guerra, era parte de su ideología.

Algunos de los militantes del Partido Auténtico de Grau eran estudiantes y otros estaban cerca de los estudiantes; no cuestiono sus posiciones políticas anteriores, cuando fueron revolucionarios, pueden haber sido correctas. El hecho es que estaban en el gobierno de Grau, tenían influencia allí y en los cuerpos represivos, además, se presentaban ante nosotros como unos tipos temibles, contra los cuales no se podía estar en oposición, pues eran gente con mucho poder y llenos de ambiciones.

No solo controlaban la Universidad, sino también la policía secreta, la policía judicial, las fuerzas motorizadas de la institución, su unidad más poderosa. Aquellos revolucionarios entre comillas, controlaban todo. Y más adelante lograron finalmente poner un hombre de ellos en la jefatura de la Policía Nacional. Mantenían rivalidad con el Ejército por cuestiones de poder.

Entonces, los estudiantes de la Universidad que, como yo, no tenían nada que ver con Batista ni con Machado ni con ninguno de ellos, que no habíamos vivido aquella historia, estábamos rodeados por tal ambiente. Yo salí de una escuela privada burguesa que no tenía relaciones con ninguno de ellos, y choqué con dicha atmósfera: la fama de gente matona, peligrosa, temible. No iban casi nunca por la Universidad, se hablaba de ellos como personajes legendarios, casi invisibles. Eran padrinos; padrinos de una mafia.

Fui sensible ante aquello, no me gustó tal atmósfera. Eran personajes poderosos, temibles, que mataron, que hicieron todas aquellas acciones y, por lo tanto, había que estar de acuerdo. Y gente que además podía haber tenido méritos, no niego que en el período anterior los tuvieran; pero después formaron parte de un Estado y un gobierno corrompidos hasta la médula de los huesos; embarrados por el latrocinio, el robo, la malversación, hasta el último pelo de la cabeza. Nosotros íbamos del otro lado, con el movimiento político que surgió contra el gobierno de Grau.

Grau empezó a expulsar a los dirigentes ortodoxos de su administración. A Luis Orlando Rodríguez director de Deportes y dirigente de la Juventud Auténtica, ya era representante, le quitaron el cargo y nombraron a Manolo Castro. Crearon una especie de Ministerio del Deporte, que empleaba una gran cantidad de recursos económicos, cargos y, además, controlaba la Universidad. Desde luego, ya tenían que irse de la escuela, pero aspiraban a dejar el grupo de la tendencia de ellos, para seguir controlando la Universidad, un frente importante de lucha.

Katiuska Blanco. Entonces usted significaba una amenaza para tales personajes, y tengo entendido que quisieron involucrarlo.

 Fidel Castro. Aquellos pseudorrevolucionarios trataron de acercarse a mí desde muy temprano, y ejercer influencia, envolverme en aquella aureola. Un día me dijeron que Manolo Castro quería tener un contacto conmigo; era el ،non plus ultra!, casi como un contacto con el Papa. Recuerdo que fue en el balneario universitario; me llevaron como a las 11:00 de la mañana, y el personaje, muy amable, muy calmado, conversó conmigo para lograr un acercamiento, una amistad política, puesto que ya yo representaba una fuerza, y ellos pretendían contar con mi apoyo.

Mi respuesta fue negativa. Él se dirigió a mí de muy buena forma, pero intentando convencerme de que era conveniente para la Universidad que apoyara a tal gente y a tal otra del grupo que respondía a la tendencia de ellos. Entonces, le expliqué que no, con esa tozudez que siempre he tenido; y que estaba dispuesto a no dejarme convencer de ninguna forma y por ningún medio, aunque estuvieran horas conversando conmigo.

Recuerdo que una de las exhibiciones que hicieron fue de tiro. Después de muchas horas, quienes lo acompañaban pusieron unas cuantas botellas y empezaron a disparar, pero no les daban a las botellas: ،los bravos, los temibles, no le daban a una botella! Yo dije: «Déjame ver, chico». Hice: ،Pram!, y al primer disparo tumbé la botella. Creo que pusieron más botellas, y no les daban, volví de nuevo: ،Pram! Tenían como 40  botellas, casi de noche ya, con algunas luces; dio la casualidad que prácticamente el único que rompía las botellas era yo; porque como en el campo disparaba, andaba con fusiles, con escopetas, con revólveres, siempre tuve buena puntería.

Katiuska Blanco.Ni remotamente podían imaginar que usted dominaba el manejo de las armas casi desde la niñez. Las escopetas y fusiles de su padre se guardaban en un armario en la propia casa de Birán. Además, desconocían sus exploraciones y cacerías en los parajes de La Mensura. No consiguieron intimidarlo. ¿Piensa que los sorprendió su destreza y puntería? ،Fueron algo así como cazadores cazados! ¿no?

Fidel Castro. Fue una casualidad increíble que quien rompiera casi todas las botellas fuera yo, y me fui tan tranquilo como si nada hubiera pasado. Aquel fue uno de los intentos que ellos hicieron para amedrentarme, con la atmósfera creada: de personajes afamados, con influencia, gobierno y poder. Por tanto, la opción que planteaban tan claramente era que había que ser amigo de ellos. A decir verdad, nunca insinuaron que usarían la fuerza contra mí.

Yo tuve aquella conversación con Manolo Castro. Él no era el más malo de ellos, en mi opinión, aunque su papel político fue negativo. Aceptó el cargo de director de Deportes, equivalente a ministro de Deportes, lo cual sirvió a toda la clientela política: dinero, cargos públicos, y encendió la lucha universitaria. Su objetivo principal era mantener la Universidad al  lado del gobierno corrompido.

Digo que no era uno de los peores porque no mostraba mucha ostentación, creo que vivía modestamente; a pesar de que yo estaba en la oposición y ellos querían tener el control de la Universidad, nunca recibí de él ninguna grosería, amenaza directa u ostentación de fuerza. Incluso, cuando ya estábamos en la expedición de Cayo Confites en la que me enrolé después, ellos eran quienes dirigían a los cubanos en tal acción, él fue respetuoso conmigo cuando visitó el centro de entrenamiento. Ya habían ocurrido muchas cosas en la lucha universitaria, pero tuvo un gesto correcto.

Por eso pienso que no era de los peores, aunque en la Universidad era la figura central de poder. Me enrolé en la expedición porque los estudiantes me habían elegido como presidente del Comité Pro Democracia Dominicana.

No me dejé persuadir y mantuve mi posición cuando ya avanzado el segundo curso las escuelas de Derecho y Ciencias Sociales podían decidir quién tendría la mayoría en la Universidad. El grupo que contara con 7 de las 13 escuelas, ganaba la elección porque cada escuela contaba con un voto. Nosotros contábamos además con la inmensa mayoría de los estudiantes, como las escuelas de Derecho y Medicina.

Katiuska Blanco. Entre abril y mayo de 1947, tuvieron lugar las elecciones para seleccionar a los delegados de curso y a la presidencia de la Escuela de Derecho. Seguramente fue por esa fecha que usted resultó electo vicepresidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho, bajo el efímero liderazgo de Federico Marín. ¿Cómo fue la participación de tercero, cuarto y quinto años en las elecciones?

Fidel Castro. Recibí total apoyo de los dos primeros cursos; pero los que tenían que apoyarme en tercer año no trabajaron con la lealtad que debían hacerlo, y perdieron las elecciones en el tercer curso. Nosotros habríamos contado con los tres cursos: primero, segundo y tercero. Los de cuarto año eran independientes, pero ya no teníamos la mayoría con los tres cursos. Eso podía decidir el triunfo del candidato del gobierno en la FEU, un tal Araña, por ser conocido en la Universidad.

Habría sido mejor en todos los sentidos tener un poco de calma, en vez de empeñarme en obtener la victoria aquel año, sin enfrascarme tan rápidamente en una lucha tan dura. Yo no aspiraba a la presidencia de la FEU, deseaba simplemente derrotar al adversario. Debí apoyar a un líder de tercer año en lugar de imponerles mi candidatura. Lo que hice fue dividirlos y apoyar al del cuarto curso, que después se apartó de nuestra línea y cedió a las presiones del gobierno. No nos quedó otra alternativa que destituirlo, con el apoyo de primero, segundo, tercero y quinto cursos, lo cual nos otorgaba la mayoría en la FEU. La aspiración a la presidencia de la Escuela de Derecho fue prematura de mi parte, puesto que dependía del apoyo de otros dirigentes, que tal vez se sintieron humillados. Ellos me habían introducido en la política cuando ingresé en la escuela.

Me di cuenta luego de que no eran gentes muy capaces, lo que no justificaba que yo tratara de reemplazarlos. Entonces se ganaron los dos primeros cursos. Ellos aceptaron, pero no hicieron el mayor esfuerzo. En consecuencia, contábamos con la inmensa mayoría de los estudiantes, pero perdimos tercero y quinto. El de cuarto era independiente y tenía muy pocos alumnos.

Como estaba pendiente la elección final, la Escuela de Derecho era decisiva. Se comprometió a darle su apoyo al grupo que estaba contra el gobierno. Aquella fue la condición y le concedimos la presidencia de la escuela a Federico Marín, el dirigente de cuarto año. Más adelante, presionado por la mafia nos traicionó. A mi juicio, debimos buscar un acuerdo con la otra fuerza sobre la base de un compromiso para la elección en la FEU. Pero bien, era una posibilidad teórica. Hoy, con más experiencia, lo habría manejado con más sabiduría.

Existían dos tendencias fuertes en la escuela, tal vez debió de llegarse a algún tipo de acuerdo más sólido, pero lo cierto es que elegimos a Federico Marín con el compromiso de apoyar al sector que estaba contra el gobierno. Yo quedé como vicepresidente de la escuela.

Katiuska Blanco. Fue el 25 de abril de 1947, según la cronología de la Oficina de Asuntos Históricos. Tengo entendido que Federico Marín no era un personaje que pudiera hacer mucho  en el cargo, incluso no llegó a cumplir su compromiso.

Fidel Castro. En aquel momento fue el mejor arreglo que pudo hacerse aunque hoy no estoy seguro, creía entonces que era una buena cosa, porque habíamos obtenido el control de la escuela y garantizábamos el apoyo al grupo de la oposición al gobierno de Grau.

Cuando se iban acercando las elecciones de la Federación Estudiantil Universitaria, había una gran presión del gobierno, de los grupos armados más poderosos una gran presión de toda la tendencia oficialista para preservar la Universidad. Entonces, nosotros teníamos siete votos, ellos seis; ya contábamos con la mayoría de los delegados para la elección del presidente de la federación. Pero sobre la base de grandes presiones, temor, soborno, compraron al estudiante de cuarto año de la Escuela de Derecho que habíamos elegido como presidente. Él no tenía derecho a hacerlo, sin contar con la mayoría de los delegados de curso, violaba el compromiso contraído cuando lo elegimos, pero lo compraron. Yo reaccioné, convoqué a todos los demás cursos, ya que la oposición al gobierno crecía por día, y con el apoyo de los otros cursos, primero, segundo, tercero y quinto, junto a quienes habían sido mis adversarios a nivel de escuela, destituimos a Marín. Fueron cuatro votos contra uno, y lo destituimos como presidente de la escuela, teníamos pleno derecho a hacerlo de acuerdo con los estatutos, los delegados eran los que elegían y tenían derecho a destituir. 

Ya existía un precedente en la escuela, en la historia universitaria, de casos de destituciones por los delegados de curso, pues tenían derecho a nombrar y a destituir al presidente; entonces, nosotros volvimos a tener la mayoría en la oposición. Por eso digo que tal vez hubiera habido una mejor solución de aquella pugna fuerte entre dos tendencias dentro de la escuela que no eran antagónicas, y analizo que pudo surgir una mejor solución para los objetivos que suscribíamos. El gobierno era cada vez más odiado dentro de la escuela.

Al calor de la disputa, la rivalidad influyó en la decisión de elegir al independiente de cuarto año. Yo tenía la responsabilidad de haberlo elegido, y también, en cierta forma, crear la oportunidad de hacer lo que hizo. Al no cumplir, lo destituimos.

Las altas autoridades universitarias, quienes debían también decidir el caso, presionadas por el gobierno y los grupos armados que controlaban la Universidad, adoptaron un acuerdo totalmente antijurídico e ilegal por completo: declararon que el mandato del presidente de la escuela no era revocable. Es decir, que quienes lo eligieron, los delegados de curso, no podían revocarlo. En contra de los estatutos y de los principios del Derecho más elementales, declararon no válida la destitución. Declararon la destitución como una ilegalidad, cuando en realidad la ilegalidad la cometieron ellos.

Entonces existían dos presidentes en la Escuela de Dere cho, el que tenía la mayoría, que era yo, y Marín, que nada más tenía unas decenas de alumnos en cuarto año, que se correspondía con la etapa en que el bachillerato se extendió de cuatro a cinco años, e ingresaron muy pocos en la Universidad. Era un presidente en crisis total, nosotros teníamos la mayoría absoluta de la escuela.

Por eso prevaleció una situación de tensión durante unas cuantas semanas. Perduró hasta que se produjeron las elecciones de la Federación Estudiantil Universitaria debió de ser ya a mediados o finalizando el curso. Fueron días tormentosos. Estoy hablando de algo que ocurrió hace más de 60 años, puede que olvide algún detalle.

Katiuska Blanco. Precisamente al día siguiente, el 26 de abril de 1947, a usted lo encañonaron desde tres autos con ametralladoras y pistolas, en las esquinas de Mazón y San José. Lo llevaron detenido al Castillo del Príncipe. El 27 lo pusieron en libertad, y a las puertas de la misma fortaleza, usted denunció el atropello ante los reporteros de los diarios. La noticia se publicó.

Fidel Castro. Todo nos lleva a aquel día. ¿Qué provocó el conflicto? Que ellos creían tener el control de la Universidad y de pronto yo promoví la destitución del presidente de una manera legal y con la absoluta mayoría de los estudiantes y de los delegados de los cuatro cursos, lo cual era decisivo. Eso fue lo que desató la enemistad de aquella gente hacia mí, porque yo  les estaba poniendo en peligro la base política más importante que tenían: el control de la Universidad de La Habana, institución histórica, prestigiosa. La mayoría y la federación misma, pasó a la oposición.

Katiuska Blanco. Sé que por los propios diarios, allá en Birán, sus padres conocieron lo sucedido y se inquietaron ante los peligros a los que se exponía. Por entonces, ¿dónde y con quién usted vivía?

Fidel Castro. En todo aquel período, después de algún tiempo en casa de mi hermana, en primer año, con tantos viajes para allá y para acá, tantas actividades, decidí mudarme para una casa de huéspedes estuve en dos o tres. Primero estuve en una próxima al Habana Libre, cerca de la Universidad; después en otra en la calle 21. Allí vivía un grupo de estudiantes en casa de una familia, una señora divorciada que tenía tres hijas y mantenía la casa con lo que nosotros pagábamos. Estaba en la calle 21 esquina a L, no sé si el edificio existe aún. Fue la casa de huéspedes donde estuve más tiempo.

Entonces de mi casa me enviaban 100 pesos, había que pagar la casa de huéspedes, libros, matrícula; había que comprar alguna ropa siempre, gastos de lavandería, en fin, se me iba casi todo; pero nunca se me ocurrió pedir más, me parecía mucho lo que me enviaban. Tal vez quedaban 15 o 20 pesos, no más. Yo tenía que moverme constantemente, viajaba en ómnibus a visitar estudiantes que vivían muy lejos, en Matanzas.  Todo lo hacía con mis escasos recursos, tenía poco tiempo y carecía de los elementales recursos para invitar a una muchacha a almorzar, al cine, a pasear a la playa. Era una época de prejuicios burgueses y pequeñoburgueses, no hay que olvidarlo. Pero, bueno, algún tiempo les dedicaba también y era amigo de todas, y con una parte de ellas, un cierto amor más o menos platónico. Debo decir que me apoyaban, un apoyo político total. Siempre tuve el privilegio de contar con el apoyo de las mujeres, tal vez por eso las defiendo tanto. Recuerdo que cuando empecé a realizar mis actividades en la Universidad, las muchachas me apoyaban por amistad. Y después tuve una novia, hermana de Rafael Díaz-Balart, quien aún no era batistiano, luchaba con nosotros, se destacaba, era buen orador, de fácil comunicación, había estudiado en un colegio de protestantes La Progresiva, de Cárdenas, donde había participado en concursos de oratoria y tenía cierta facilidad de palabra.

Aquella situación de la Escuela de Derecho de la que hablaba anteriormente me acarreó la enemistad total de toda la mafia. No tenía nada. Me tenía a mí mismo en el terreno para hacerle frente a los problemas. Por eso, como decía, quizás es la etapa más quijotesca de mi vida, la más arriesgada. Todavía me pregunto ¿por qué? Si hubiera estado arriesgándolo todo para alcanzarlo todo, pero yo lo estaba arriesgando todo para alcanzar muy poco. En aquel momento no luchaba por mí, no  me estaba dejando llevar por una aspiración personal, había renunciado a la idea de la presidencia de la Escuela de Derecho; incluso había apoyado a otro con el compromiso de seguir una línea en la Federación Estudiantil Universitaria, pero aquel no había cumplido. Cuando lo destituimos, no fue porque quisiera ser yo presidente de la escuela, sino porque yo le daba una importancia muy grande a la FEU por el papel que ya le atribuía en las luchas políticas en Cuba, por el hecho de mi sentimiento de oposición y de antipatía al gobierno y de apoyo a Chibás y al grupo político de los ortodoxos.

Le di importancia al asunto, pero creo que los riesgos que corrí no estaban en proporción con la importancia del problema; además, creo que las posibilidades de sobrevivir frente a aquella mafia poderosa, de pocos escrúpulos, eran muy pocas. No me percaté o no tuve en cuenta tampoco la desproporción entre los medios con que podría participar en tal lucha y aquel enorme y poderoso grupo. Podían haberme eliminado fácilmente, puesto que me convertí en un obstáculo serio y habrían tenido todo el apoyo del gobierno para hacerlo. Lo habían hecho otras veces. Si cuando no eran poderosos habían utilizado medios violentos, entonces amparados por el poder eran mucho más fuertes, ellos mismos eran las autoridades.

No existía ninguna posibilidad de éxito en aquella lucha, por lo que pienso que debí tomarlo con más calma. Si hubiera tenido más experiencia, no habría magnificado la importan cia del problema. Creo que también influía un fuerte elemento subjetivo, un sentido del honor, de la dignidad personal, que me jugó malas pasadas. Puede haber sido un elemento fundamental el rechazo a la presión, a la fuerza, a aquel ambiente de terror, de opresión que yo no acepté ni un minuto y no me resigné a él. Todo mi espíritu de rebeldía, mi carácter, me llevó a no ceder en nada, a mantener una lucha abierta, incluso, sin posibilidades de éxito de ningún tipo.

Yo tenía el apoyo de la inmensa mayoría de los estudiantes de Derecho, otros estudiantes universitarios me seguían. Era casi una prueba de fuerza. Me había conseguido una pistola y me armé. Apliqué el principio de la autodefensa armada.

Como creía que era un buen tirador, me sentía seguro con aquella pistola. Yo solo desafiando a toda aquella gente. ¿Qué posibilidades tenía realmente de defenderme? ¿Qué hicieron ellos? debe de haber sido en el tercer trimestre del segundo año, hacía apenas un año y tres o cuatro meses que había ingresado en la Universidad. Como estaba armado, enviaron la Policía Motorizada y me arrestaron.

Katiuska Blanco. El Diario de la Marina y el periódico Información publicaron la noticia y las declaraciones de Humberto Ruiz Leiro de que todo se debía a una intromisión de la Policía Nacional en la política universitaria. Al salir de la cárcel usted dijo: «Queremos exclusivamente que la Universidad cumpla con su deber, con su rol histórico», narró los acontecimientos  y denunció a Mario Salabarría como uno de los ocupantes de los autos desde los cuales lo encañonaron. Los hechos dieron lugar a una enérgica protesta de la FEU, publicada el martes 29 de abril de 1947 en el Diario de la Marina.

Fidel Castro. Ruiz Leiro así se llamaba el declarante, de la Escuela de Odontología, era nuestro candidato a la presidencia de la FEU. Era una buena persona.

Los mafiosos dominaban todos los cuerpos policiales, la Policía Nacional, la Radio Motorizada y otros órganos. Existía una ley que prohibía estar armado. Por esa causa había que responder ante un tribunal de emergencia. Así intentaban apartarme de la política universitaria.

Salí del arresto bajo la condición judicial de no volver a usar un arma. Ellos controlaban también los tribunales. El día que me detuvieron me quitaron el arma.

Katiuska Blanco. Comandante, la detención fue un punto crítico en el conflicto. Después, al ponerlo a usted en libertad, ¿disminuyó la tensión?

Fidel Castro. No. La situación continuó muy tensa. En la Universidad no podía entrar la Policía Nacional. Yo tuve dos armas. La detención fue por la primera. Más tarde, en una situación muy crítica, tuve que conseguir otra que me prestaron, era una Browning de 15 balas. La situación era realmente muy comprometida porque se acercaba el momento de la elección de la presidencia de la FEU. Y ellos dispusieron un día prohibir me ingresar a la Universidad. Entonces yo estaba allí con una nueva arma, cuando estos personajes andaban armados dentro y fuera de la Universidad. Controlaban también la policía universitaria.

Un día, uno de sus jefes, de acuerdo con un plan elaborado previamente, se me acercó para exigirme que le entregara el arma. Yo me negué, recuerdo que le dije: «،No te la entrego, me tienes que matar!». Entonces me desafió: «Al estadio», dijo. «Vamos al estadio», le contesté. «،Sígueme!». En realidad fue uno de los momentos más críticos en medio de aquella lucha, aunque no el único. Bajé por una de las salidas de la Universidad, pasé cerca del [hospital] Calixto García. Alguien que se percató del incidente me acompañó una parte del camino para persuadirme de que no fuera, y llegué a la entrada del estadio universitario; en las gradas por donde entré había como 10 o 12 tipos armados y yo estaba solo. Les pasé por el lado, bajé, no tomé precisamente una posición estratégica. Sentí un desprecio tal, que los enfrenté. Llegué cerca de una columna de acero que estaba en el escaño inferior de las gradas y me paré junto a la misma. Ellos eran como 12. Allí esperé al hombre que me desafió, el oficial de la policía universitaria.

Después supe otras cosas que pasaron, varios iban a disparar contra mí. Yo tenía 15 balas, era una Browning belga, de las que tienen un peine doble, y ellos eran un grupo completo. Estaba muy tranquilo, pensé: «Bueno, me van a matar»,  pero también calculé a cuántos iba a poner fuera de combate. Estuve unos minutos allí esperando que llegara el retador y no llegó. Entonces subí otra vez a la parte alta del estadio universitario, les pasé por el lado, los miré con desprecio, con un desprecio infinito, y puedes creer que aquella gente no hizo nada, se quedaron paralizados, totalmente paralizados desde que llegué. A los 15 o 20 minutos me fui por una de las calles laterales y el otro no apareció.

En dicho grupo había hombres, uno o dos, que después murieron en la Revolución. En aquel momento actuaron cobardemente, porque enfrentar a un hombre solo más de diez hombres con armas es una cobardía en cualquier época. El retador no llegó, porque como era oficial de la policía universitaria, contó que había ido a cambiarse el uniforme para vestirse de civil. Tal vez fuese cierto, pues era un hombre valiente. Sin embargo, ni él ni varios de los que actuaron así eran capaces de comprender que aquel gobierno corrupto y traidor era indefendible.

Otro momento muy tenso ocurrió poco tiempo antes. En aquella ocasión los alumnos de la Escuela de Derecho me salvaron. El enemigo estaba armado, ellos estaban armados y yo no. Fue después de la destitución del traidor Federico Marín.

Frente al edificio de la Escuela de Derecho se reunieron como 20. La verdad es que mi posición irritaba a muchos por el desprecio que les demostraba, porque no me plegaba, no  me dejaba intimidar por la fuerza; incluso desarmado, los desafiaba también abiertamente. Iba todos los días a la Universidad, aunque estuviera allí la pandilla armada. Aquel día armaron una provocación, mandaron a uno de estos tipos a discutir conmigo. Creo que el mismo Marín me dijo que retirara la destitución. Le dije: «No voy a retirar nada»; y con la pandilla esperando allí, ellos empezaron a decirle que me golpeara.

Yo estaba rodeado de personas armadas que intentaban provocar un incidente; sencillamente, estaban frenéticos, como perros furiosos, con sed de sangre, parecían una manada de lobos. Como no corrían ningún riesgo, estaban acechando en la soledad del lugar a un individuo desarmado, siguieron pidiéndole al tipo: «،Golpéalo, Marín, golpéalo!». Me di cuenta de la situación y comencé a llamar: Fulano, Mengano, Zutano, Esperancejo, a una serie de gente inexistente. Los confundí a todos, se quedaron mirando para aquí y para allá, y les dije: «Ustedes son unos cobardes». Fui hacia la Escuela de Derecho y penetré en un aula llena de alumnos, y los estudiantes me rodearon, como 100 o 200 alumnos de la escuela me sacaron de la Universidad y me llevaron para la casa.

Fue una de las provocaciones armadas, todavía no había conseguido otra arma para defenderme. La pandilla estaba armada y yo desarmado.

La masa de estudiantes me rodeó y me sacó yo iba se guramente con un traje azul; y recuerdo que no había mucha gente en los espacios libres. Después decretaron que yo no podía entrar más a la Universidad. Fue la decisión que tomaron.

Al otro día llevé a mi novia a la playa de Guanabo, no dije nada, pero recuerdo que en cierto momento me acosté bocabajo sobre la arena... Pensé: «Tengo que ir a la Universidad, pero no voy a morir así desarmado, voy a buscar un arma. Moriré, pero un grupo de ellos va a morir también».

Estaba consciente de ello, pero no tenía otra alternativa que ir a la Universidad. Aquella era mi determinación: buscar un arma e ir al otro día a la Universidad. Sabía que iba a morir; pero no moriría con los brazos cruzados, los enfrentaría y moriría combatiendo.

Katiuska Blanco. Imagino el silencio en la playa y también la soledad consigo mismo. Por eso pienso que tomó tal determinación de forma muy meditada, no fue una reacción irreflexiva. Creo que lo retrata en su carácter, en su temperamento, y también en su inexperiencia de entonces. La decisión sorprende por drástica y apasionada, ¿usted también lo cree?

Fidel Castro. Sí. Recuerdo porque era una decisión muy dura, muy dramática que me acosté bocabajo con los brazos extendidos, y lloré, sí, lloré. Pero ¿por qué lloraba? Me daba mucha rabia saber que ellos vivirían para contar los hechos a su manera, ellos contarían la historia de mi muerte, porque tenían poder; el gobierno de su lado, la prensa la divulgaría. Ellos iban a escribir la historia de mi muerte y me daba tanta amargura que lloré.

¿Fue la reacción más inteligente? ¿Fue la reacción más correcta? No estoy convencido, pero fue mi reacción, una reacción de inmolación. Puede que me haya dejado llevar mucho por el sentido del honor, de la dignidad, del orgullo.

Recuerdo que, sin que nadie se diera cuenta, en un rato que me acosté así, como quien está descansando en la playa, lloré pensando en lo que iba a hacer. Fue una reacción, muy temperamenta la que tuve al pensar en inmolarme. Creo que magnifiqué todo, porque si había un cuerpo armado que me impedía ir a la Universidad, debía concebir otra estrategia de lucha.

Más tarde lo comprendí, cuando tuve que enfrentarme a un cuerpo armado mucho más poderoso. Perseverar era lo más importante.

Si Batista hubiera prohibido ir a la Universidad, me habría percatado de que no podía desafiar al Ejército e ir a la Universidad. Yo reaccionaba en aquel momento como un luchador solitario, un caballero andante.

Katiuska Blanco. Fue una decisión muy valiente.

Fidel Castro. Han pasado muchos años y tal vez olvidé el orden exacto en que sucedieron los hechos.

Por entonces, yo conocía a un revolucionario entre comillas que militaba en el Partido Ortodoxo, una buena persona, aspirante a representante, o concejal del Partido Ortodoxo, se llamaba Rubén Acosta nos conocimos en la Universidad y nos hicimos amigos. Él iba mucho a la Universidad, se relacionaba con los estudiantes y sentía cierta simpatía por mí. Entonces cuando salí de la playa por la tarde, sin decirle nada a nadie, lo fui a ver, le dije que había decidido enfrentarme solo con aquella mafia y le pedí que me consiguiera un arma. Él era amigo de Vidalito Morales, un periodista que tenía relaciones con una de las numerosas organizaciones revolucionarias integradas por antiguos luchadores contra Machado y Batista, y aunque algunas habían caído en el lodo, aquella no estaba en negocios turbios, sino que defendía con obstinación el derecho a tomar justicia con los que habían cometido crímenes impunemente en la época de Machado y Batista. Se puede decir que era una de las organizaciones más sanas. Ellos pensaban que hacer aquello constituía un elemental deber revolucionario, se consideraban como reivindicadores históricos de los mártires, opuestos a la impunidad de los crímenes que se habían cometido. Eran secuelas de la etapa pseudorrevolucionaria que vivió Cuba después de la revolución frustrada que tuvo lugar en nuestro país después del derrocamiento de Machado, la traición de Batista y la Enmienda Platt impuesta por Estados Unidos, que malogró la independencia y puso a Cuba en poder del imperialismo después de la muerte de Martí.

Rubén Acosta conversó con Vidalito, le contó lo que yo pensaba hacer y entre los dos decidieron tratar de salvarme.  Además de conseguir la pistola, me pidieron que no fuera solo, que era una locura. También hablaron de enviar conmigo a un grupo de jóvenes bien armados; les preocupaba mi situación, daban por seguro que me iban a matar. Me enviaron unos muchachos excelentes; jóvenes, valientes, decididos. ،Cuánta gente joven! Muchachos que estaban en una organización de las llamadas revolucionarias se mostraban decididos y desinteresados. Ni siquiera me conocían; con seguridad conocían de mi enfrentamiento a Salabarría y su poderoso grupo, y no vacilaron en acompañarme.

Mucha gente buena y valiosa, que quería ser revolucionaria, engañada por la opinión pública, la prensa y la politiquería, se enrolaba en aquellas organizaciones, sin una conciencia política.

Ocho o nueve de ellos me acompañaron aquella mañana a la Universidad con una decisión tremenda. Fue otro desafío a la mafia que dominaba la Universidad. Los tipos creían que se iban a enfrentar solo conmigo, y de repente aparece un refuerzo; me ven acompañado por un grupo de jóvenes que tenían prestigio por su valentía.

Recuerdo que tracé una táctica, distribuí los muchachos en pequeños grupos, tres por un lado, tres por otro y tres por el frente, mientras ellos estaban todos amontonados y sin orden alguno entre dos escaleras pequeñas y una mayor que subía al segundo piso. Todos estábamos armados, y cuando  aparecimos, aquella gente temblaba, ،los valientes, los lobos, las fieras, se llenaron de pánico! ،Se asombraron al vernos! Me acuerdo que les pasé por delante y los tipos se miraron unos a otros y con el cuello estirado decían: «،Mira! ،Mira!». Se quedaron pasmados. Con aquello los paralicé por completo durante 48 horas. La cuestión es que sí volví a la Universidad y tuvieron que tragarse su prohibición. Yo seguí volviendo solo a la Universidad, y aquel día el superpoderoso grupo gubernamental que controlaba la Universidad sufrió un fuerte revés.

Todo terminó luego en una lucha entre las organizaciones, como inevitablemente tenía que concluir, en aquel gobierno cínico y caótico. Pero los muchachos que me acompañaron aquel día, y a los cuales ni siquiera conocía, eran excelentes y les estoy agradecido. Me salvaron la vida.

Al único político que vi fue a Rubén Acosta. Conocía a pocos líderes, aunque tenía relaciones con los militantes, pero no con la alta jerarquía del partido, sino con sus simpatizantes. Tuve que enfrentar aquella situación prácticamente solo. Acosta me dio apoyo, se puede decir que en un día difícil, pero se vio que yo tenía cierto respaldo; ya el hecho de atacarme no quedaría impune, podría traer algunos conflictos.

Por entonces estaba armado nuevamente. Todo sucedió en pocos días. Se iban aproximando las elecciones de la FEU. Cuando ocurrió el incidente en el estadio faltaba muy poco tiempo para las elecciones.

 Katiuska Blanco. Según el periódico Avance Criollo, las elecciones fueron el viernes 6 de junio de 1947.

Fidel Castro. La convocatoria era para las 3:00 o las 4:00 de la tarde. Ellos tenían la mayoría 7 votos de 13, si seguían considerando al presidente destituido de la Escuela de Derecho, arbitrariamente aplicada por el rectorado progubernamental de la Universidad.

Recuerdo que salí de la calle 21 solo iba desarmado, después del desafío del duelo. Yo no sabía nada de lo que había pasado con aquel oficial de la policía universitaria. Ellos contaban con numerosas fuerzas, incluida la policía universitaria. Yo tenía que volver a la Universidad; estaba convocada la reunión de las escuelas para decidir la presidencia de la FEU.

Llegué a la calle L, seguí calle arriba hasta 27 y comencé a subir la escalinata. Llevaba muchas semanas desafiando a toda aquella gente, en momentos de mayor o menor peligro; el enemigo se sentía humillado por el episodio del duelo. Iba subiendo la escalinata, a un tercio de los escalones había dos policías, me registraron y dijeron: «Desarmado». Entonces seguí. ،Qué cosas pasamos! De pronto una persona que estaba en un automóvil estacionado allí cerca, salió y preguntó a la policía si yo venía armado o no era del mismo grupo, la policía le informó que yo venía desarmado. Entonces bajó corriendo hacia donde estaba el auto y un estudiante escuchó que el hombre dijo: «Ahora que está desarmado, hay que matarlo». Fue un momento muy crítico. Y por cierto, yo sé quiénes venían en el automóvil porque después me enteré.

Pasado el registro seguí adelante, ya se sabía que no tenía armas, entonces se me acercó el jefe de la policía y me dijo: «Oye, Mongo anda buscándote para batirse». Era un viejo revolucionario, Mongo el diablo creo que le decían, no sé si estará vivo o no. Había sido un bravo en la época de Machado, pero lo tenían engañado, lo usaban como instrumento, era teniente de la policía. Entonces le dije al policía: «Bueno, yo estoy desarmado, ¿con qué me voy a batir?». Entonces me dijo: «Ese es como si fuera mi hermano, si tienes problemas con él tendrás que tenerlos conmigo». Yo le respondí: «،Váyase a la mierda, al carajo!». Y seguí: ،Prum, prum, prum! Me dio asco tal tipo. Llegué y me dirigí al área de la FEU.

Estando allí me llegó otro mensaje del jefe de la policía donde me decía que Mongo me estaba esperando para batirse. Entonces le dije al mensajero: «Bueno, dile que me quedé esperándolo y que ahora tiene él que esperar a que yo termine la reunión de la FEU, que no se apure». Parecía irreal.

¿Qué pasó aquel día? Había una atmósfera tensa, porque en lo que el jefe de la policía universitaria me dijo que Mongo quería batirse conmigo, pasaron otras cosas. ¿Qué había ocurrido con el policía? Dijo que se iba a cambiar de ropa para batirse en ropa de civil. Aquel no sería un duelo, si él aparecía por allí, me iban a tirar 10 o 15 y me iban a matar, yo estaba  solo. Pero él no fue, no sé por qué. Estuve el tiempo suficiente allí esperando a Mongo y como no apareció, me fui. Creo que él hubiera ido, aunque tardó bastante, porque tengo la impresión de que no era un hombre cobarde. Tenía carácter, teniente de la policía universitaria, vivía de las viejas glorias de no sé qué época, una gloria revolucionaria entre comillas. El gran problema era que todos se llamaban revolucionarios, y nadie sabía realmente lo que significaba serlo, ni yo mismo lo sabía entonces; pero creo que estaba por el buen camino de aprender lo que era un verdadero revolucionario.

Pasaban muchas cosas al mismo tiempo: uno quería matarme, otro quería batirse, por los alrededores no se sabía cuánta gente armada había, pues todo el que portaba un arma estuvo merodeando por el lugar. Las diferentes tendencias fueron allí por su cuenta. El lugar lleno de gente y los presidentes de escuelas, del grupo de oposición al gobierno, estábamos solos, desarmados.

Yo sé que salí de la casa solo, no hablé con nadie, entré a la Universidad desarmado porque no quería que me agarraran en la calle el día de las elecciones y tuvieran un pretexto para detenerme.

Katiuska Blanco. Comandante, sé que ustedes favorecían la candidatura de Humberto Ruiz Leiro, pero ¿quién era el contendiente?

Fidel Castro. El candidato del gobierno era Isaac Araña, de la Escuela de Derecho; mientras nosotros en la oposición apoyábamos a Humberto Ruiz Leiro, estudiante de Odontología, un buen muchacho, su hermano era un médico de prestigio, Humberto se desempeñaba como presidente de la Escuela de Odontología, independiente de la de Medicina. En el Salón de los Mártires estábamos todos reunidos. Se trataba de un momento climático, aquel conflicto podía acabar no se sabe cómo. La mayoría de los estudiantes nos apoyaban.

A decir verdad, quien salvó la situación fue [Rafael] Díaz-Balart, todavía no era batistiano, era ortodoxo, por entonces pertenecíamos a la misma tendencia. Él cambió después, cuando Batista regresó de Estados Unidos. Díaz-Balart fue ortodoxo durante tres años, y en aquellas elecciones salvó la situación que parecía no tener salida. Era verdaderamente complejo decidir allí quién tendría la dirección de la FEU.

En el momento de mayor tensión se levantó Díaz-Balart, que estaba muy tenso, y pronunció un discurso improvisado —él tenía conocimientos y facilidad de palabra; se expresó con voz adecuada, buena dicción, explicó con argumentos creíbles aquella situación dramática. Habló a los estudiantes de la historia de la FEU y abogó por una solución, un arreglo para resolver el conflicto: que se eligiera un nuevo candidato, que los existentes dejaran de aspirar a la presidencia. En aquel instante de tensión, alguien propuso como presidente de la FEU a Enrique Ovares, presidente de la Escuela de Arqui tectura, que tenía muy pocos alumnos, bastante anodino y de los menos destacados del grupo adversario. Otro de inmediato propuso como secretario de la FEU a uno de los nuestros, Alfredo Guevara, comunista y presidente de la Escuela de Filosofía y Letras.

Díaz-Balart tuvo un gesto inteligente en medio de la enorme tensión que allí se había creado. Yo no habría entrado en tal tipo de arreglo; por mi carácter, mi posición, no se me habría ocurrido proponerlo. Sin embargo, estoy convencido de que fue una solución en medio de la situación creada, diría que una victoria frente a aquel poderoso grupo armado. Claro, no lo había pensado, pero apoyé la solución improvisada. Díaz-Balart estaba allí, entre los estudiantes, por la Escuela de Ciencias Sociales; no era presidente de la escuela, pero participaba como estudiante que apoyaba activamente nuestra posición. Todavía no había degenerado políticamente.

Su discurso surtió efecto en medio de la gran tensión: de un lado estaban los recursos, el poder, las armas y del otro lado, un grupo luchando en condiciones muy difíciles. La gente reaccionó, todos los que se encontraban allí comenzaron a aplaudir, incluso los adversarios. Finalmente se eligió a Ovares como presidente de la FEU.

Aunque Ruiz Leiro no pudo ser electo, la jornada constituyó un triunfo. Ovares presidente; Alfredo Guevara nombrado secretario por la Escuela de Filosofía, uno de los cargos más  importantes, y Aramís Taboada como vicesecretario.

Entonces se produjo un fenómeno curioso: una especie de reconciliación entre todos los estudiantes y la gente que quería matarme. Los que desafié, fueron a verme, a darme un abrazo, demostrando, incluso, admiración por lo que yo había hecho.

Luego mandaron a buscar a Mongo el diablo para que entre él y yo hubiera también una reconciliación, esta se produjo, él todavía estaba dolido, herido. Había quedado mal cuando el duelo, aunque yo nunca lo consideré un cobarde. Fue la tarde de la gran reconciliación entre todas las fuerzas.

Lo consideré un fenómeno psicológico, y lo que más me llamó la atención fue que quienes me querían matar, me buscaron y me dieron la mano, me dieron un abrazo. Todo lo sucedido allí aquel día marcó el inicio de una nueva fase en la historia de la Universidad.

En el plano político los problemas siguieron, como es lógico, pero psicológicamente hubo una reconciliación dentro de la Universidad que dio paso a cierto período de paz. Resuelto el problema de la FEU, se logró una dirección de la organización en la que ya no existía el control del grupo aquel sobre la Universidad. Nuestra batalla se tradujo no en la victoria de nuestro candidato sino en la derrota de las fuerzas que apoyaban al gobierno. El candidato escogido era un muchacho bastante descolorido, como son muchos de los candidatos de transacción porque nunca se buscaban problemas con nadie, no eran activos ni militantes.

Se buscó una dirección intermedia, pero el gobierno no terminó con la influencia nuestra, porque la dirección de la FEU, por el peso de los estudiantes universitarios, estaba en oposición al gobierno corrupto. En realidad logramos mantener a la Universidad en la oposición con aquella candidatura; después fue evolucionando a una mayor oposición y comenzó así otra etapa de mi vida.

Algunos de los que en dicha época de peligro estuvieron tratando de matarme, después lucharon en la Revolución, por lo que no me gusta mucho hablar de aquello; al fin y al cabo, cuando vino la posibilidad de una revolución verdadera, alguna gente que de buena fe estaba de un lado o de otro, se definieron a favor de la Revolución.

La cuestión era quiénes dirigían la Universidad: unos, con espíritu gubernamental y otros, con espíritu de oposición. Ellos creían que nosotros éramos malos porque integrábamos la oposición, y nosotros pensábamos que los malos eran ellos porque estaban junto al gobierno.

 

 
 
 
 

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