07Elecciones,
ortodoxia, quijotadas, amenazas, disparar certeramente, llorar en la playa, desafiar y volver a desafiar, impasible
Katiuska Blanco.
—Leí
en los diarios de la
época
todo lo relacionado con la Constituyente Estudiantil de 1947. Usted
finalizaba el segundo año
de la carrera y cifró
sus esperanzas políticas en conseguir el adecentamiento y un vuelco en la
vida de la Universidad y del país.
Aquel proceso se frustró.
Poco después usted se enroló
en la expedición
de Cayo Confites. Puede uno preguntarse:
¿una
historia lleva a otra?
Fidel Castro.
—Sí.
Cuando ingresé
en el segundo año
de la carrera, la política
era más
activa. Todo el mundo sabía
que yo controlaba el curso más
numeroso de la Escuela de Derecho y empezó
la lucha otra vez por alcanzar la mayoría
en ese centro. Las elecciones no serían
directas, sino indirectas, por cursos; cinco cursos, un voto cada uno. Cuarto año
tenía
unos pocos estudiantes, venía
así
desde el bachillerato. Cuando ocurrió
la modificación
de los planes de estudios, que convirtió
la enseñanza media en cinco años
en lugar de cuatro, eso provocó
que un grupo de estudiantes no continuara. En
segundo año había
más
estudiantes matriculados que en tercero, cuarto y quinto juntos.
El primer año
era igualmente muy numeroso, y organicé
la candidatura también
con una serie de compañeros.
El que fue delegado de curso era un muchacho de izquierda
que ya
murió
y estuvo toda la vida con la Revolución.
Hablo de [Baudilio] Bilito Castellanos, abogado de muchos de los compañeros en el Moncada. Entonces, orienté
a aquel grupo, con un método
ya empleado: ayudé,
colaboré,
trabajé
personalmente en el primer curso. En el mío,
los adversarios no pudieron organizar candidatura, no consiguieron ni siquiera
siete propuestas para hacer una candidatura; tendrían
que conseguir ese número,
más
el subdelegado, y no lo lograron. De manera que no tenía
adversarios en el segundo año;
pero en el primer año
sí
había
una lucha entre las dos tendencias.
Tomé
conciencia de la fuerza que tenía
al poco tiempo. Controlaba totalmente el segundo curso, lo que
significaba contar con la inmensa mayoría
de los estudiantes de la escuela. Entonces, en aquella contienda entre distintas
fuerzas, me dejé
llevar por la ambición
de ser presidente de la escuela; cuando yo, recién
salido del cascarón,
apenas llevaba un año en la Universidad y, de cierta forma, desconocía
las aspiraciones de los líderes
de los cursos superiores. Me dije:
«Tengo
la mayoría
de los alumnos, y tengo seguros dos cursos, el
primero y el segundo».
Ya nadie iba a competir conmigo en el primer año,
y planteé
que debía
ser presidente de la escuela. Como efectivamente, tenía
más
fuerza que los demás,
los del tercer año
se plegaron, comprendiendo que yo disponía
de la mayoría, ellos contaban con menos fuerza que yo y aceptaron
que aspirara a dicho cargo. Así
ocurrió,
estando yo en el segundo
año,
a comienzos del curso. Todavía
la lucha por el control de la Universidad no estaba al rojo vivo.
Sobre tal actitud tengo que hacerme una autocrítica,
porque debía
haber esperado más,
aunque contaba con el apoyo de la mayoría
de los estudiantes de la escuela. Creo que en eso pudo influir la vanidad personal, la del estudiante
nuevo, la del joven que ansía
librar y ganar una batalla. Pienso que todavía existía
una lucha de personalidades. Consideraba que mi política
era más
sana, más
limpia; luchaba contra viejos métodos
politiqueros que se basaban en exigir notas para los estudiantes y otras prácticas
similares. Representaba, a mi juicio, una corriente moral superior. Pero, en
realidad, podía estar influyendo también
el deseo de vencer, enmascarado en la idea de que
éramos
mejores que nuestros adversarios. Me parece que debí
esperar, tomarme más
tiempo; quizás
esperar un año
más,
ganar experiencia y contar con el apoyo de los tres primeros cursos. No depender de los líderes
de un curso superior.
En aquel período
comenzó
a estructurarse con mucha más fuerza la oposición
al gobierno corrompido de Grau San Martín. Era un grupo de profesores universitarios
prestigiosos, como Manuel Bisbé,
Roberto Agramonte; profesores universitarios y políticos
con prestigio, bajo la dirección
del senador Eduardo Chibás,
iniciaron una campaña
de denuncia contra la corrupción
y la frustración
que significó
Grau, el nepotis mo, el robo, la bolsa negra, todo tipo de
inmoralidades. Aquel grupo de políticos
había
llegado al poder con el Partido Revolucionario Auténtico
y las personas más
honestas se rebelaron contra
él.
Así
surgió
el Partido Ortodoxo [Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos)].
Desde que se inició
dicho movimiento político,
hice contacto con sus seguidores. El grupo denunciaba la corrupción y las inmoralidades del gobierno auténtico.
Las páginas
de los periódicos
publicaban las noticias: la viuda del hermano de Grau y primera dama, quien tenía
una gran influencia, distribuía cargos y prebendas; desde Palacio se apoyaba la
especulación y los negocios sucios que irritaban a la población.
Se desató
una escandalosa corrupción
en aquel gobierno de
«los
puros», que desde el año
1933, y durante 11 años
de dictadura batistiana, había
representado la esperanza de una política
honrada, sana, de lucha contra la corrupción
y los vicios de la política tradicional del país.
Aquel gobierno degeneró
y se convirtió
en todo lo contrario de lo que se esperaba.
Hasta entonces yo era solo un rebelde, con una
ética.
Comencé
mis actividades en la Universidad porque,
indiscutiblemente, tenía
interés
por las cuestiones políticas
que ni siquiera yo mismo había
descubierto. Al principio vi con simpatía el triunfo de Grau y me alegré
mucho de la derrota del gobierno de Batista, corrompido, represivo,
militarista; pero ya Grau llevaba un año
en el gobierno, y las críticas
crecían
cada vez más.
Comenzaron las campañas
de denuncias de Chibás,
de Luis Orlando Rodríguez
—líder
de la Juventud Auténtica
quien más tarde se unió
a nosotros en la Sierra Maestra—.
Posiblemente, mi apreciación
favorable de ellos se inició
desde que cursaba el primer año
de la Universidad. En aquella etapa tomé
una opción
política,
al surgir dicha tendencia dentro del partido gobernante, a fines del primer curso.
Katiuska Blanco.
—Claro,
Comandante, fue un proceso gradual, aunque rápido.
Primero se conocieron las denuncias, luego surgió
la tendencia dentro del partido oficial, y por
último
se fundó
la ortodoxia el 15 de mayo de 1947.
¿Usted
militó
poco tiempo después
de la creación
del partido?
Fidel Castro.
—Desde
los comienzos mismos. A finales del segundo curso, aquel proceso se hizo más
visible a nivel nacional, y desde el primer año
yo estaba adoptando una opción política,
lo cual se consolidó
en segundo año.
Cuando se fundó, el Partido Ortodoxo adoptó
el nombre de Partido del Pueblo Cubano. Se llamaban los ortodoxos, como queriendo
expresar su identidad con los principios de moralidad
administrativa, honestidad y
ética
del partido fundado por Martí.
En aquella
época
yo no tenía
todavía
una influencia marxista, me guiaba y orientaba fundamentalmente por cuestiones
éticas,
morales y patrióticas.
No concebía
aún
la idea de una sociedad de clases, de una sociedad capitalista de explotación
del hombre por el hombre, no tenía
tales conceptos; pero ya sentía
repudio y rechazo por un gobierno electo por la mayoría
del pueblo y que frustró
y engañó
a todo el mundo. Fue un gran fraude, como necesariamente ocurría
en un país
bajo la
égida
yanqui.
Como los estudiantes habían
participado en todo el proceso desde 1933 hasta 1944, inicialmente se inclinaron
por el gobierno de Grau San Martín;
también
había
comunistas que eran de oposición,
porque no compartían
la política
del gobierno de Grau. Ellos eran apenas unas decenas y, además,
los
únicos
que tenían
una conciencia antiimperialista y una cultura socialista.
Yo había
sido simpatizante de Grau al inicio, cuando lo eligieron, pero en dicha etapa sentía
simpatía
por aquel grupo de gente que se rebeló,
rechazó
y denunció
la corrupción imperante. Todo coincidió
con el hecho de que, en segundo año,
yo disponía
ya de una fuerza estudiantil que me apoyaba. En la Universidad se empezaron a manifestar dos
tendencias, aunque en realidad había
tres: podemos decir que la primera era la oficial, que apoyaba y disfrutaba los
privilegios del gobierno; la segunda simpatizaba con la oposición,
el grupo del Partido Ortodoxo, que salió
de las filas del propio partido gobernante, y la tercera, una oposición
muy pequeña,
probablemente integrada por antiguos batistianos.
Yo, que venía
del colegio religioso, no había
tenido oportunidad de recibir una instrucción
de tipo político,
no contaba con una cultura política,
una conciencia política
revolucionaria, pero sí
con una
ética,
por lo que me incliné
rápidamente hacia la oposición
al gobierno.
En los primeros momentos, no me interesé
por la Federación Estudiantil Universitaria [FEU], veía
su dirección
superior como algo lejano. Manolo Castro era el presidente de
la FEU, había
sido elegido después
del triunfo de Grau.
En otra
época,
la Universidad se prestigiaba por su participación en la lucha contra Machado y contra Batista. Fue el momento en que proliferaron
«revolucionarios»
de todas clases, personajes autodenominados como
«revolucionarios
».
Habían
luchado y habían
sido reprimidos, detenidos en cárceles
donde estuvieron en peligro de muerte. Eran muy admirados por todo el mundo, y nosotros también
los admirábamos, hasta que tuvimos conciencia de que había
muy poco de revolucionario en aquellos personajes.
En aquel momento la cuestión
de la dirección
de la FEU cobró
importancia. Algunos de sus miembros se unieron a la oposición
contra Grau porque simpatizaban con el Partido Ortodoxo. Adquirió
relevancia el control de la Universidad, la dirección
de la Federación
Estudiantil Universitaria, insertada en aquel panorama nacional cobró
importancia en cada escuela. Se desataron las tendencias dentro de los
estudiantes, no solo a nivel de escuela, sino a nivel de las
facultades.
Cuando ya era el líder
de los cursos con mayor número
de estudiantes, aunque el voto no era directo, y todo
el mundo veía
que en poco tiempo sería
el dirigente de la escuela, los principales líderes
universitarios empezaron a observarme, a tratar de influir en mí
de alguna manera. Por primera vez me percaté
de que en la Universidad había
una atmósfera
de presión y de fuerza: los que la dirigían
no lo hacían
porque tuvieran prestigio sus luchas anteriores contra Machado o
Batista, sino simplemente porque tenían
poder. Muchos de aquellos revolucionarios entre comillas, no poseían
una ideología.
Tenían cargos importantes en el gobierno y en los
órganos
de seguridad del Estado, poseían
la fuerza. Controlaban a las autoridades universitarias, al rectorado, a todas las
instalaciones. También
a la policía
universitaria y tenían
fama de gente temible. Se comentaba:
«Fulano
de tal, que dirige la FEU, es revolucionario».
Había
luchado contra Batista, había
matado a algún
adversario. Eran gentes de armas tomar. Disponían
de la fuerza e inspiraban temor.
Unido a esto, Manolo Castro, el líder
principal de la Federación Estudiantil Universitaria, había
ajusticiado en otros tiempos a un importante adversario gubernamental,
antes de que Grau fuera presidente.
Pero había
otro personaje revolucionario entre comillas, Mario Salabarría,
comandante y jefe del Buró
de Actividades Enemigas, un cuerpo represivo temible. En sus
tiempos de revolucionario había
liquidado también
a otro adversario. Ahora, en cambio, estaba asociado a un régimen
corrompido. El anticomunismo, después
de la guerra, era parte de su ideología.
Algunos de los militantes del Partido Auténtico
de Grau eran estudiantes y otros estaban cerca de los
estudiantes; no cuestiono sus posiciones políticas
anteriores, cuando fueron revolucionarios, pueden haber sido correctas. El
hecho es que estaban en el gobierno de Grau, tenían
influencia allí
y en los cuerpos represivos, además,
se presentaban ante nosotros como unos tipos temibles, contra los cuales no se
podía
estar en oposición,
pues eran gente con mucho poder y llenos de ambiciones.
No solo controlaban la Universidad, sino también
la policía secreta, la policía
judicial, las fuerzas motorizadas de la institución,
su unidad más
poderosa. Aquellos revolucionarios entre comillas, controlaban todo. Y más
adelante lograron finalmente poner un hombre de ellos en la jefatura de la Policía Nacional. Mantenían
rivalidad con el Ejército
por cuestiones de poder.
Entonces, los estudiantes de la Universidad que,
como yo, no tenían
nada que ver con Batista ni con Machado ni con ninguno de ellos, que no habíamos
vivido aquella historia, estábamos
rodeados por tal ambiente. Yo salí
de una escuela privada burguesa que no tenía
relaciones con ninguno de ellos, y choqué
con dicha atmósfera:
la fama de gente matona, peligrosa, temible. No iban casi nunca por la
Universidad, se hablaba de ellos como personajes legendarios, casi
invisibles. Eran padrinos; padrinos de una mafia.
Fui sensible ante aquello, no me gustó
tal atmósfera.
Eran personajes poderosos, temibles, que mataron, que
hicieron todas aquellas acciones y, por lo tanto, había
que estar de acuerdo. Y gente que además
podía
haber tenido méritos,
no niego que en el período
anterior los tuvieran; pero después formaron parte de un Estado y un gobierno
corrompidos hasta la médula
de los huesos; embarrados por el latrocinio, el robo, la malversación,
hasta el
último
pelo de la cabeza. Nosotros
íbamos
del otro lado, con el movimiento político
que surgió
contra el gobierno de Grau.
Grau empezó
a expulsar a los dirigentes ortodoxos de su
administración. A Luis Orlando Rodríguez
—director
de Deportes y dirigente de la Juventud Auténtica,
ya era representante—,
le quitaron el cargo y nombraron a Manolo Castro.
Crearon una especie de Ministerio del Deporte, que empleaba una
gran cantidad de recursos económicos,
cargos y, además,
controlaba la Universidad. Desde luego, ya tenían
que irse de la escuela, pero aspiraban a dejar el grupo de la tendencia de
ellos, para seguir controlando la Universidad, un frente
importante de lucha.
Katiuska Blanco.
—Entonces
usted significaba una amenaza para tales personajes, y tengo entendido que
quisieron involucrarlo.
Fidel Castro.
—Aquellos
pseudorrevolucionarios trataron de acercarse a mí
desde muy temprano, y ejercer influencia, envolverme en aquella aureola. Un día
me dijeron que Manolo Castro quería
tener un contacto conmigo; era el
،non
plus ultra!,
casi como un contacto con el Papa. Recuerdo que fue
en el balneario universitario; me llevaron como a las
11:00 de la mañana,
y el personaje, muy amable, muy calmado, conversó
conmigo para lograr un acercamiento, una amistad política, puesto que ya yo representaba una fuerza, y ellos
pretendían contar con mi apoyo.
Mi respuesta fue negativa.
Él
se dirigió
a mí
de muy buena forma, pero intentando convencerme de que era
conveniente para la Universidad que apoyara a tal gente y a tal
otra del grupo que respondía
a la tendencia de ellos. Entonces, le expliqué
que no, con esa tozudez que siempre he tenido; y que estaba dispuesto a no dejarme convencer de ninguna
forma y por ningún
medio, aunque estuvieran horas conversando conmigo.
Recuerdo que una de las exhibiciones que hicieron
fue de tiro. Después
de muchas horas, quienes lo acompañaban
pusieron unas cuantas botellas y empezaron a disparar, pero
no les daban a las botellas:
،los
bravos, los temibles, no le daban a una botella! Yo dije:
«Déjame
ver, chico».
Hice:
،Pram!,
y al primer disparo tumbé
la botella. Creo que pusieron más
botellas, y no les daban, volví
de nuevo:
،Pram!
Tenían
como 40
botellas, casi de noche ya, con algunas luces; dio
la casualidad que prácticamente
el
único
que rompía
las botellas era yo; porque como en el campo disparaba, andaba con
fusiles, con escopetas, con revólveres,
siempre tuve buena puntería.
Katiuska Blanco.—Ni
remotamente podían
imaginar que usted dominaba el manejo de las armas casi desde la niñez.
Las escopetas y fusiles de su padre se guardaban en un armario en
la propia casa de Birán.
Además,
desconocían
sus exploraciones y cacerías
en los parajes de La Mensura. No consiguieron
intimidarlo.
¿Piensa
que los sorprendió
su destreza y puntería?
،Fueron
algo así
como cazadores cazados!
¿no?
Fidel Castro.
—Fue
una casualidad increíble
que quien rompiera casi todas las botellas fuera yo, y me fui tan
tranquilo como si nada hubiera pasado. Aquel fue uno de los intentos
que ellos hicieron para amedrentarme, con la atmósfera
creada: de personajes afamados, con influencia, gobierno y
poder. Por tanto, la opción
que planteaban tan claramente era que había que ser amigo de ellos. A decir verdad, nunca
insinuaron que usarían
la fuerza contra mí.
Yo tuve aquella conversación
con Manolo Castro.
Él
no era el más
malo de ellos, en mi opinión,
aunque su papel político fue negativo. Aceptó
el cargo de director de Deportes, equivalente a ministro de Deportes, lo cual sirvió
a toda la clientela política:
dinero, cargos públicos,
y encendió
la lucha universitaria. Su objetivo principal era mantener la Universidad al
lado del gobierno corrompido.
Digo que no era uno de los peores porque no mostraba mucha ostentación,
creo que vivía
modestamente; a pesar de que yo estaba en la oposición
y ellos querían
tener el control de la Universidad, nunca recibí
de
él
ninguna grosería,
amenaza directa u ostentación
de fuerza. Incluso, cuando ya estábamos en la expedición
de Cayo Confites
—en
la que me enrolé
después,
ellos eran quienes dirigían
a los cubanos en tal acción—,
él
fue respetuoso conmigo cuando visitó
el centro de entrenamiento. Ya habían
ocurrido muchas cosas en la lucha universitaria, pero tuvo un gesto correcto.
Por eso pienso que no era de los peores, aunque en
la Universidad era la figura central de poder. Me enrolé
en la expedición porque los estudiantes me habían
elegido como presidente del Comité
Pro Democracia Dominicana.
No me dejé
persuadir y mantuve mi posición
cuando ya avanzado el segundo curso las escuelas de Derecho y
Ciencias Sociales podían
decidir quién
tendría
la mayoría
en la Universidad. El grupo que contara con 7 de las 13 escuelas,
ganaba la elección
porque cada escuela contaba con un voto. Nosotros contábamos
además
con la inmensa mayoría
de los estudiantes, como las escuelas de Derecho y Medicina.
Katiuska Blanco.
—Entre
abril y mayo de 1947, tuvieron lugar las elecciones para seleccionar a los delegados de
curso y a la presidencia de la Escuela de Derecho. Seguramente
fue por esa fecha que usted resultó
electo vicepresidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho, bajo el efímero
liderazgo de Federico Marín.
¿Cómo
fue la participación
de tercero, cuarto y quinto años
en las elecciones?
Fidel Castro.
—Recibí
total apoyo de los dos primeros cursos; pero los que tenían
que apoyarme en tercer año
no trabajaron con la lealtad que debían
hacerlo, y perdieron las elecciones en el tercer curso. Nosotros habríamos
contado con los tres cursos: primero, segundo y tercero. Los de cuarto año
eran independientes, pero ya no teníamos
la mayoría
con los tres cursos. Eso podía
decidir el triunfo del candidato del gobierno en la FEU, un tal Araña,
por ser conocido en la Universidad.
Habría
sido mejor en todos los sentidos tener un poco de calma, en vez de empeñarme
en obtener la victoria aquel año, sin enfrascarme tan rápidamente
en una lucha tan dura. Yo no aspiraba a la presidencia de la FEU, deseaba
simplemente derrotar al adversario. Debí
apoyar a un líder
de tercer año
en lugar de imponerles mi candidatura. Lo que hice fue
dividirlos y apoyar al del cuarto curso, que después
se apartó
de nuestra línea
y cedió
a las presiones del gobierno. No nos quedó
otra alternativa que destituirlo, con el apoyo de
primero, segundo, tercero y quinto cursos, lo cual nos otorgaba la
mayoría
en la FEU. La aspiración
a la presidencia de la Escuela de Derecho fue prematura de mi parte, puesto que dependía
del apoyo de otros dirigentes, que tal vez se sintieron
humillados. Ellos me habían
introducido en la política
cuando ingresé
en la escuela.
Me di cuenta luego de que no eran gentes muy
capaces, lo que no justificaba que yo tratara de reemplazarlos.
Entonces se ganaron los dos primeros cursos. Ellos aceptaron,
pero no hicieron el mayor esfuerzo. En consecuencia, contábamos
con la inmensa mayoría
de los estudiantes, pero perdimos tercero y quinto. El de cuarto era independiente y tenía
muy pocos alumnos.
Como estaba pendiente la elección
final, la Escuela de Derecho era decisiva. Se comprometió
a darle su apoyo al grupo que estaba contra el gobierno. Aquella fue la
condición
y le concedimos la presidencia de la escuela a Federico
Marín,
el dirigente de cuarto año.
Más
adelante, presionado por la mafia nos traicionó.
A mi juicio, debimos buscar un acuerdo con la otra fuerza sobre la base de un compromiso para
la elección en la FEU. Pero bien, era una posibilidad teórica.
Hoy, con más experiencia, lo habría
manejado con más
sabiduría.
Existían
dos tendencias fuertes en la escuela, tal vez debió
de llegarse a algún
tipo de acuerdo más
sólido,
pero lo cierto es que elegimos a Federico Marín
con el compromiso de apoyar al sector que estaba contra el gobierno. Yo quedé
como vicepresidente de la escuela.
Katiuska Blanco.
—Fue
el 25 de abril de 1947, según
la cronología de la Oficina de Asuntos Históricos.
Tengo entendido que Federico Marín
no era un personaje que pudiera hacer mucho
en el cargo, incluso no llegó
a cumplir su compromiso.
Fidel Castro.
—En
aquel momento fue el mejor arreglo que pudo hacerse
—aunque
hoy no estoy seguro, creía
entonces que era una buena cosa—,
porque habíamos
obtenido el control de la escuela y garantizábamos
el apoyo al grupo de la oposición
al gobierno de Grau.
Cuando se iban acercando las elecciones de la
Federación Estudiantil Universitaria, había
una gran presión
del gobierno, de los grupos armados más
poderosos una gran presión
de toda la tendencia oficialista para preservar la
Universidad. Entonces, nosotros teníamos
siete votos, ellos seis; ya contábamos con la mayoría
de los delegados para la elección
del presidente de la federación.
Pero sobre la base de grandes presiones, temor, soborno, compraron al estudiante de cuarto año
de la Escuela de Derecho que habíamos
elegido como presidente.
Él
no tenía
derecho a hacerlo, sin contar con la mayoría
de los delegados de curso, violaba el compromiso contraído
cuando lo elegimos, pero lo compraron. Yo reaccioné,
convoqué
a todos los demás
cursos, ya que la oposición
al gobierno crecía por día,
y con el apoyo de los otros cursos, primero,
segundo, tercero y quinto, junto a quienes habían
sido mis adversarios a nivel de escuela, destituimos a Marín.
Fueron cuatro votos contra uno, y lo destituimos como presidente de la
escuela, teníamos pleno derecho a hacerlo de acuerdo con los
estatutos, los delegados eran los que elegían
y tenían
derecho a destituir.
Ya existía
un precedente en la escuela, en la historia
universitaria, de casos de destituciones por los delegados de curso, pues tenían
derecho a nombrar y a destituir al presidente; entonces, nosotros volvimos a tener la mayoría
en la oposición.
Por eso digo que tal vez hubiera habido una mejor solución
de aquella pugna fuerte entre dos tendencias dentro de la escuela que no eran antagónicas,
y analizo que pudo surgir una mejor solución
para los objetivos que suscribíamos.
El gobierno era cada vez más
odiado dentro de la escuela.
Al calor de la disputa, la rivalidad influyó
en la decisión
de elegir al independiente de cuarto año.
Yo tenía
la responsabilidad de haberlo elegido, y también,
en cierta forma, crear la oportunidad de hacer lo que hizo. Al no cumplir,
lo destituimos.
Las altas autoridades universitarias, quienes debían
también decidir el caso, presionadas por el gobierno y los
grupos armados que controlaban la Universidad, adoptaron un acuerdo totalmente antijurídico
e ilegal por completo: declararon que el mandato del presidente de la escuela no era
revocable. Es decir, que quienes lo eligieron, los delegados de curso, no podían
revocarlo. En contra de los estatutos y de los principios del Derecho más
elementales, declararon no válida la destitución.
Declararon la destitución
como una ilegalidad, cuando en realidad la ilegalidad la cometieron
ellos.
Entonces existían
dos presidentes en la Escuela de Dere cho, el que tenía
la mayoría,
que era yo, y Marín,
que nada más tenía
unas decenas de alumnos en cuarto año,
que se correspondía con la etapa en que el bachillerato se extendió
de cuatro a cinco años,
e ingresaron muy pocos en la Universidad. Era un presidente en crisis total, nosotros teníamos
la mayoría absoluta de la escuela.
Por eso prevaleció
una situación
de tensión
durante unas cuantas semanas. Perduró
hasta que se produjeron las elecciones de la Federación
Estudiantil Universitaria
—debió
de ser ya a mediados o finalizando el curso—.
Fueron días
tormentosos. Estoy hablando de algo que ocurrió
hace más
de 60 años,
puede que olvide algún
detalle.
Katiuska Blanco.
—Precisamente
al día
siguiente, el 26 de abril de 1947, a usted lo encañonaron
desde tres autos con ametralladoras y pistolas, en las esquinas de Mazón
y San José.
Lo llevaron detenido al Castillo del Príncipe.
El 27 lo pusieron en libertad, y a las puertas de la misma fortaleza,
usted denunció
el atropello ante los reporteros de los diarios. La
noticia se publicó.
Fidel Castro.
—Todo
nos lleva a aquel día.
¿Qué
provocó
el conflicto? Que ellos creían
tener el control de la Universidad y de pronto yo promoví
la destitución
del presidente de una manera legal y con la absoluta mayoría
de los estudiantes y de los delegados de los cuatro cursos, lo cual era
decisivo. Eso fue lo que desató
la enemistad de aquella gente hacia mí,
porque yo
les estaba poniendo en peligro la base política
más
importante que tenían:
el control de la Universidad de La Habana, institución histórica,
prestigiosa. La mayoría
y la federación
misma, pasó
a la oposición.
Katiuska Blanco.
—Sé
que por los propios diarios, allá
en Birán, sus padres conocieron lo sucedido y se inquietaron
ante los peligros a los que se exponía.
Por entonces,
¿dónde
y con quién
usted vivía?
Fidel Castro.
—En
todo aquel período,
después
de algún
tiempo en casa de mi hermana, en primer año,
con tantos viajes para allá
y para acá,
tantas actividades, decidí
mudarme para una casa de huéspedes
—estuve
en dos o tres—.
Primero estuve en una próxima
al Habana Libre, cerca de la Universidad; después en otra en la calle 21. Allí
vivía
un grupo de estudiantes en casa de una familia, una señora
divorciada que tenía
tres hijas y mantenía
la casa con lo que nosotros pagábamos.
Estaba en la calle 21 esquina a L, no sé
si el edificio existe aún.
Fue la casa de huéspedes
donde estuve más
tiempo.
Entonces de mi casa me enviaban 100 pesos, había
que pagar la casa de huéspedes,
libros, matrícula;
había
que comprar alguna ropa siempre, gastos de lavandería,
en fin, se me iba casi todo; pero nunca se me ocurrió
pedir más,
me parecía mucho lo que me enviaban. Tal vez quedaban 15 o 20
pesos, no más.
Yo tenía
que moverme constantemente, viajaba en
ómnibus a visitar estudiantes que vivían
muy lejos, en Matanzas.
Todo lo hacía
con mis escasos recursos, tenía
poco tiempo y carecía
de los elementales recursos para invitar a una
muchacha a almorzar, al cine, a pasear a la playa. Era una
época
de prejuicios burgueses y pequeñoburgueses,
no hay que olvidarlo. Pero, bueno, algún
tiempo les dedicaba también
y era amigo de todas, y con una parte de ellas, un cierto
amor más o menos platónico.
Debo decir que me apoyaban, un apoyo político
total. Siempre tuve el privilegio de contar con el
apoyo de las mujeres, tal vez por eso las defiendo tanto.
Recuerdo que cuando empecé
a realizar mis actividades en la Universidad, las muchachas me apoyaban por amistad. Y después tuve una novia, hermana de Rafael Díaz-Balart,
quien aún
no era batistiano, luchaba con nosotros, se destacaba,
era buen orador, de fácil
comunicación,
había
estudiado en un colegio de protestantes
—La
Progresiva, de Cárdenas—,
donde había participado en concursos de oratoria y tenía
cierta facilidad de palabra.
Aquella situación
de la Escuela de Derecho de la que hablaba anteriormente me acarreó
la enemistad total de toda la mafia. No tenía
nada. Me tenía
a mí
mismo en el terreno para hacerle frente a los problemas. Por eso, como decía,
quizás
es la etapa más
quijotesca de mi vida, la más
arriesgada. Todavía me pregunto
¿por
qué?
Si hubiera estado arriesgándolo
todo para alcanzarlo todo, pero yo lo estaba arriesgando
todo para alcanzar muy poco. En aquel momento no luchaba por mí,
no
me estaba dejando llevar por una aspiración
personal, había renunciado a la idea de la presidencia de la Escuela
de Derecho; incluso había
apoyado a otro con el compromiso de seguir una línea
en la Federación
Estudiantil Universitaria, pero aquel no había
cumplido. Cuando lo destituimos, no fue porque quisiera ser yo presidente de la escuela, sino
porque yo le daba una importancia muy grande a la FEU por el
papel que ya le atribuía
en las luchas políticas
en Cuba, por el hecho de mi sentimiento de oposición
y de antipatía
al gobierno y de apoyo a Chibás
y al grupo político
de los ortodoxos.
Le di importancia al asunto, pero creo que los
riesgos que corrí
no estaban en proporción
con la importancia del problema; además,
creo que las posibilidades de sobrevivir frente a aquella mafia poderosa, de pocos escrúpulos,
eran muy pocas. No me percaté
o no tuve en cuenta tampoco la desproporción entre los medios con que podría
participar en tal lucha y aquel enorme y poderoso grupo. Podían
haberme eliminado fácilmente, puesto que me convertí
en un obstáculo
serio y habrían tenido todo el apoyo del gobierno para hacerlo. Lo
habían
hecho otras veces. Si cuando no eran poderosos habían
utilizado medios violentos, entonces amparados por el poder
eran mucho más
fuertes, ellos mismos eran las autoridades.
No existía
ninguna posibilidad de
éxito
en aquella lucha, por lo que pienso que debí
tomarlo con más
calma. Si hubiera tenido más
experiencia, no habría
magnificado la importan cia del problema. Creo que también
influía
un fuerte elemento subjetivo, un sentido del honor, de la dignidad
personal, que me jugó
malas pasadas. Puede haber sido un elemento
fundamental el rechazo a la presión,
a la fuerza, a aquel ambiente de terror, de opresión
que yo no acepté
ni un minuto y no me resigné
a
él.
Todo mi espíritu
de rebeldía,
mi carácter,
me llevó
a no ceder en nada, a mantener una lucha abierta,
incluso, sin posibilidades de
éxito
de ningún
tipo.
Yo tenía
el apoyo de la inmensa mayoría
de los estudiantes de Derecho, otros estudiantes universitarios me seguían.
Era casi una prueba de fuerza. Me había
conseguido una pistola y me armé.
Apliqué
el principio de la autodefensa armada.
Como creía
que era un buen tirador, me sentía
seguro con aquella pistola. Yo solo desafiando a toda aquella
gente.
¿Qué
posibilidades tenía
realmente de defenderme?
¿Qué
hicieron ellos?
—debe
de haber sido en el tercer trimestre del segundo año,
hacía
apenas un año
y tres o cuatro meses que había
ingresado en la Universidad—.
Como estaba armado, enviaron la Policía
Motorizada y me arrestaron.
Katiuska Blanco.
—El
Diario de la Marina
y el periódico
Información
publicaron la noticia y las declaraciones de
Humberto Ruiz Leiro de que todo se debía
a una intromisión
de la Policía Nacional en la política
universitaria. Al salir de la cárcel
usted dijo:
«Queremos
exclusivamente que la Universidad cumpla con su deber, con su rol histórico»,
narró
los acontecimientos
y denunció
a Mario Salabarría
como uno de los ocupantes de los autos desde los cuales lo encañonaron.
Los hechos dieron lugar a una enérgica
protesta de la FEU, publicada el martes 29 de abril de 1947 en el
Diario de la Marina.
Fidel Castro.
—Ruiz
Leiro
—así
se llamaba el declarante—,
de la Escuela de Odontología,
era nuestro candidato a la presidencia de la FEU. Era una buena persona.
Los mafiosos dominaban todos los cuerpos policiales,
la Policía
Nacional, la Radio Motorizada y otros
órganos.
Existía una ley que prohibía
estar armado. Por esa causa había
que responder ante un tribunal de emergencia. Así
intentaban apartarme de la política
universitaria.
Salí
del arresto bajo la condición
judicial de no volver a usar un arma. Ellos controlaban también
los tribunales. El día que me detuvieron me quitaron el arma.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
la detención
fue un punto crítico en el conflicto. Después,
al ponerlo a usted en libertad,
¿disminuyó
la tensión?
Fidel Castro.
—No.
La situación
continuó
muy tensa. En la Universidad no podía
entrar la Policía
Nacional. Yo tuve dos armas. La detención
fue por la primera. Más
tarde, en una situación muy crítica,
tuve que conseguir otra que me prestaron, era una Browning de 15 balas. La situación
era realmente muy comprometida porque se acercaba el momento de la elección
de la presidencia de la FEU. Y ellos dispusieron un día
prohibir me ingresar a la Universidad. Entonces yo estaba allí
con una nueva arma, cuando estos personajes andaban armados
dentro y fuera de la Universidad. Controlaban también
la policía universitaria.
Un día,
uno de sus jefes, de acuerdo con un plan elaborado previamente, se me acercó
para exigirme que le entregara el arma. Yo me negué,
recuerdo que le dije:
«،No
te la entrego, me tienes que matar!».
Entonces me desafió:
«Al
estadio»,
dijo.
«Vamos
al estadio»,
le contesté.
«،Sígueme!».
En realidad fue uno de los momentos más
críticos
en medio de aquella lucha, aunque no el
único.
Bajé
por una de las salidas de la Universidad, pasé
cerca del [hospital] Calixto García.
Alguien que se percató
del incidente me acompañó
una parte del camino para persuadirme de que no fuera, y llegué
a la entrada del estadio universitario; en las gradas por donde entré
había
como 10 o 12 tipos armados y yo estaba solo. Les pasé
por el lado, bajé,
no tomé
precisamente una posición
estratégica.
Sentí
un desprecio tal, que los enfrenté.
Llegué
cerca de una columna de acero que estaba en el escaño
inferior de las gradas y me paré
junto a la misma. Ellos eran como 12. Allí
esperé
al hombre que me desafió,
el oficial de la policía
universitaria.
Después
supe otras cosas que pasaron, varios iban a disparar contra mí.
Yo tenía
15 balas, era una Browning belga, de las que tienen un peine doble, y ellos eran un grupo
completo. Estaba muy tranquilo, pensé:
«Bueno,
me van a matar»,
pero también
calculé
a cuántos
iba a poner fuera de combate. Estuve unos minutos allí
esperando que llegara el retador y no llegó.
Entonces subí
otra vez a la parte alta del estadio universitario, les pasé
por el lado, los miré
con desprecio, con un desprecio infinito, y puedes creer que aquella gente
no hizo nada, se quedaron paralizados, totalmente
paralizados desde que llegué.
A los 15 o 20 minutos me fui por una de las calles laterales y el otro no apareció.
En dicho grupo había
hombres, uno o dos, que después murieron en la Revolución.
En aquel momento actuaron cobardemente, porque enfrentar a un hombre solo más
de diez hombres con armas es una cobardía
en cualquier
época.
El retador no llegó,
porque como era oficial de la policía
universitaria, contó
que había
ido a cambiarse el uniforme para vestirse de civil. Tal vez fuese cierto, pues era un hombre
valiente. Sin embargo, ni
él
ni varios de los que actuaron así
eran capaces de comprender que aquel gobierno corrupto y traidor
era indefendible.
Otro momento muy tenso ocurrió
poco tiempo antes. En aquella ocasión
los alumnos de la Escuela de Derecho me salvaron. El enemigo estaba armado, ellos estaban armados y yo no. Fue después
de la destitución
del traidor Federico Marín.
Frente al edificio de la Escuela de Derecho se
reunieron como 20. La verdad es que mi posición
irritaba a muchos por el desprecio que les demostraba, porque no me
plegaba, no
me dejaba intimidar por la fuerza; incluso
desarmado, los desafiaba también
abiertamente. Iba todos los días
a la Universidad, aunque estuviera allí
la pandilla armada. Aquel día armaron una provocación,
mandaron a uno de estos tipos a discutir conmigo. Creo que el mismo Marín
me dijo que retirara la destitución.
Le dije:
«No
voy a retirar nada»;
y con la pandilla esperando allí,
ellos empezaron a decirle que me golpeara.
Yo estaba rodeado de personas armadas que intentaban provocar un incidente; sencillamente, estaban frenéticos, como perros furiosos, con sed de sangre, parecían
una manada de lobos. Como no corrían
ningún
riesgo, estaban acechando en la soledad del lugar a un individuo desarmado,
siguieron pidiéndole al tipo:
«،Golpéalo,
Marín,
golpéalo!».
Me di cuenta de la situación
y comencé
a llamar: Fulano, Mengano, Zutano, Esperancejo, a una serie de gente inexistente. Los
confundí
a todos, se quedaron mirando para aquí
y para allá,
y les dije:
«Ustedes
son unos cobardes».
Fui hacia la Escuela de Derecho y penetré
en un aula llena de alumnos, y los estudiantes me rodearon, como 100 o 200 alumnos de la escuela me
sacaron de la Universidad y me llevaron para la casa.
Fue una de las provocaciones armadas, todavía
no había conseguido otra arma para defenderme. La pandilla
estaba armada y yo desarmado.
La masa de estudiantes me rodeó
y me sacó
—yo
iba se guramente con un traje azul; y recuerdo que no había
mucha gente en los espacios libres—.
Después
decretaron que yo no podía
entrar más
a la Universidad. Fue la decisión
que tomaron.
Al otro día
llevé
a mi novia a la playa de Guanabo, no dije nada, pero recuerdo que en cierto momento me acosté
bocabajo sobre la arena... Pensé:
«Tengo
que ir a la Universidad, pero no voy a morir así
desarmado, voy a buscar un arma. Moriré,
pero un grupo de ellos va a morir también».
Estaba consciente de ello, pero no tenía
otra alternativa que ir a la Universidad. Aquella era mi determinación:
buscar un arma e ir al otro día
a la Universidad. Sabía
que iba a morir; pero no moriría
con los brazos cruzados, los enfrentaría
y moriría
combatiendo.
Katiuska Blanco.
—Imagino
el silencio en la playa y también
la soledad consigo mismo. Por eso pienso que tomó
tal determinación de forma muy meditada, no fue una reacción
irreflexiva. Creo que lo retrata en su carácter,
en su temperamento, y también
en su inexperiencia de entonces. La decisión
sorprende por drástica
y apasionada,
¿usted
también
lo cree?
Fidel Castro.
—Sí.
Recuerdo
—porque
era una decisión
muy dura, muy dramática—
que me acosté
bocabajo con los brazos extendidos, y lloré,
sí,
lloré.
Pero
¿por
qué
lloraba? Me daba mucha rabia saber que ellos vivirían
para contar los hechos a su manera, ellos contarían
la historia de mi muerte, porque tenían
poder; el gobierno de su lado, la prensa la divulgaría. Ellos iban a escribir la historia de mi muerte y me
daba tanta amargura que lloré.
¿Fue
la reacción
más
inteligente?
¿Fue
la reacción
más correcta? No estoy convencido, pero fue mi reacción,
una reacción
de inmolación.
Puede que me haya dejado llevar mucho por el sentido del honor, de la dignidad, del
orgullo.
Recuerdo que, sin que nadie se diera cuenta, en un
rato que me acosté
así,
como quien está
descansando en la playa, lloré
pensando en lo que iba a hacer. Fue una reacción,
muy temperamenta la que tuve al pensar en inmolarme. Creo que
magnifiqué
todo, porque si había
un cuerpo armado que me impedía ir a la Universidad, debía
concebir otra estrategia de lucha.
Más
tarde lo comprendí,
cuando tuve que enfrentarme a un cuerpo armado mucho más
poderoso. Perseverar era lo más
importante.
Si Batista hubiera prohibido ir a la Universidad, me
habría percatado de que no podía
desafiar al Ejército
e ir a la Universidad. Yo reaccionaba en aquel momento como un luchador solitario, un caballero andante.
Katiuska Blanco.
—Fue
una decisión
muy valiente.
Fidel Castro.
—Han
pasado muchos años
y tal vez olvidé
el orden exacto en que sucedieron los hechos.
Por entonces, yo conocía
a un revolucionario entre comillas que militaba en el Partido Ortodoxo, una buena
persona, aspirante a representante, o concejal del Partido
Ortodoxo, se llamaba Rubén
Acosta
—nos
conocimos en la Universidad y nos hicimos amigos—.
Él
iba mucho a la Universidad, se relacionaba con los estudiantes y sentía
cierta simpatía
por mí. Entonces cuando salí
de la playa por la tarde, sin decirle nada a nadie, lo fui a ver, le dije que había
decidido enfrentarme solo con aquella mafia y le pedí
que me consiguiera un arma.
Él
era amigo de Vidalito Morales, un periodista que tenía
relaciones con una de las numerosas organizaciones
revolucionarias integradas por antiguos luchadores contra Machado y Batista, y aunque algunas habían
caído
en el lodo, aquella no estaba en negocios turbios, sino que defendía
con obstinación
el derecho a tomar justicia con los que habían
cometido crímenes
impunemente en la
época
de Machado y Batista. Se puede decir que era una de las organizaciones más
sanas. Ellos pensaban que hacer aquello constituía
un elemental deber revolucionario, se consideraban como reivindicadores históricos
de los mártires, opuestos a la impunidad de los crímenes
que se habían cometido. Eran secuelas de la etapa
pseudorrevolucionaria que vivió
Cuba después
de la revolución
frustrada que tuvo lugar en nuestro país
después
del derrocamiento de Machado, la traición
de Batista y la Enmienda Platt impuesta por Estados Unidos, que malogró
la independencia y puso a Cuba en poder del imperialismo después
de la muerte de Martí.
Rubén
Acosta conversó
con Vidalito, le contó
lo que yo pensaba hacer y entre los dos decidieron tratar de
salvarme.
Además
de conseguir la pistola, me pidieron que no fuera
solo, que era una locura. También
hablaron de enviar conmigo a un grupo de jóvenes
bien armados; les preocupaba mi situación, daban por seguro que me iban a matar. Me enviaron
unos muchachos excelentes; jóvenes,
valientes, decididos.
،Cuánta gente joven! Muchachos que estaban en una organización
de las llamadas revolucionarias se mostraban decididos
y desinteresados. Ni siquiera me conocían;
con seguridad conocían de mi enfrentamiento a Salabarría
y su poderoso grupo, y no vacilaron en acompañarme.
Mucha gente buena y valiosa, que quería
ser revolucionaria, engañada
por la opinión
pública,
la prensa y la politiquería, se enrolaba en aquellas organizaciones, sin una
conciencia política.
Ocho o nueve de ellos me acompañaron
aquella mañana a la Universidad con una decisión
tremenda. Fue otro desafío a la mafia que dominaba la Universidad. Los tipos
creían que se iban a enfrentar solo conmigo, y de repente
aparece un refuerzo; me ven acompañado
por un grupo de jóvenes
que tenían
prestigio por su valentía.
Recuerdo que tracé
una táctica,
distribuí
los muchachos en pequeños
grupos, tres por un lado, tres por otro y tres por el frente, mientras ellos estaban todos amontonados
y sin orden alguno entre dos escaleras pequeñas
y una mayor que subía
al segundo piso. Todos estábamos
armados, y cuando
aparecimos, aquella gente temblaba,
،los
valientes, los lobos, las fieras, se llenaron de pánico!
،Se
asombraron al vernos! Me acuerdo que les pasé
por delante y los tipos se miraron unos a otros y con el cuello estirado decían:
«،Mira!
،Mira!».
Se quedaron pasmados. Con aquello los paralicé
por completo durante 48 horas. La cuestión
es que sí
volví
a la Universidad y tuvieron que tragarse su prohibición.
Yo seguí
volviendo solo a la Universidad, y aquel día
el superpoderoso grupo gubernamental que controlaba la Universidad sufrió
un fuerte revés.
Todo terminó
luego en una lucha entre las organizaciones, como inevitablemente tenía
que concluir, en aquel gobierno cínico
y caótico.
Pero los muchachos que me acompañaron aquel día,
y a los cuales ni siquiera conocía,
eran excelentes y les estoy agradecido. Me salvaron la vida.
Al
único
político
que vi fue a Rubén
Acosta. Conocía
a pocos líderes,
aunque tenía
relaciones con los militantes, pero no con la alta jerarquía
del partido, sino con sus simpatizantes. Tuve que enfrentar aquella situación
prácticamente
solo. Acosta me dio apoyo, se puede decir que en un día
difícil,
pero se vio que yo tenía
cierto respaldo; ya el hecho de atacarme no quedaría
impune, podría
traer algunos conflictos.
Por entonces estaba armado nuevamente. Todo sucedió
en pocos días.
Se iban aproximando las elecciones de la FEU. Cuando ocurrió
el incidente en el estadio faltaba muy poco tiempo para las elecciones.
Katiuska Blanco.
—Según
el periódico
Avance Criollo,
las elecciones fueron el viernes 6 de junio de 1947.
Fidel Castro.
—La
convocatoria era para las 3:00 o las 4:00 de la tarde. Ellos tenían
la mayoría
—7
votos de 13, si seguían
considerando al presidente destituido de la Escuela de Derecho—, arbitrariamente aplicada por el rectorado
progubernamental de la Universidad.
Recuerdo que salí
de la calle 21 solo
—iba
desarmado—, después
del desafío
del duelo. Yo no sabía
nada de lo que había pasado con aquel oficial de la policía
universitaria. Ellos contaban con numerosas fuerzas, incluida la policía
universitaria. Yo tenía
que volver a la Universidad; estaba convocada la reunión
de las escuelas para decidir la presidencia de la
FEU.
Llegué
a la calle L, seguí
calle arriba hasta 27 y comencé
a subir la escalinata. Llevaba muchas semanas
desafiando a toda aquella gente, en momentos de mayor o menor peligro;
el enemigo se sentía
humillado por el episodio del duelo. Iba subiendo la escalinata, a un tercio de los escalones había
dos policías, me registraron y dijeron:
«Desarmado».
Entonces seguí.
،Qué
cosas pasamos! De pronto una persona que estaba en
un automóvil estacionado allí
cerca, salió
y preguntó
a la policía
si yo venía
armado o no
—era
del mismo grupo—,
la policía
le informó
que yo venía
desarmado. Entonces bajó
corriendo hacia donde estaba el auto y un estudiante escuchó
que el hombre dijo:
«Ahora
que está
desarmado, hay que matarlo».
Fue un momento muy crítico.
Y por cierto, yo sé
quiénes
venían
en el automóvil
porque después
me enteré.
Pasado el registro seguí
adelante, ya se sabía
que no tenía armas, entonces se me acercó
el jefe de la policía
y me dijo:
«Oye,
Mongo anda buscándote
para batirse».
Era un viejo revolucionario, Mongo el diablo creo que le decían,
no sé
si estará
vivo o no. Había
sido un bravo en la
época
de Machado, pero lo tenían
engañado,
lo usaban como instrumento, era teniente de la policía.
Entonces le dije al policía:
«Bueno,
yo estoy desarmado,
¿con
qué
me voy a batir?».
Entonces me dijo:
«Ese
es como si fuera mi hermano, si tienes problemas con
él
tendrás que tenerlos conmigo».
Yo le respondí:
«،Váyase
a la mierda, al carajo!».
Y seguí:
،Prum,
prum, prum! Me dio asco tal tipo. Llegué
y me dirigí
al
área
de la FEU.
Estando allí
me llegó
otro mensaje del jefe de la policía donde me decía
que Mongo me estaba esperando para batirse. Entonces le dije al mensajero:
«Bueno,
dile que me quedé
esperándolo y que ahora tiene
él
que esperar a que yo termine la reunión
de la FEU, que no se apure».
Parecía
irreal.
¿Qué
pasó
aquel día?
Había
una atmósfera
tensa, porque en lo que el jefe de la policía
universitaria me dijo que Mongo quería
batirse conmigo, pasaron otras cosas.
¿Qué
había ocurrido con el policía?
Dijo que se iba a cambiar de ropa para batirse en ropa de civil. Aquel no sería
un duelo, si
él
aparecía por allí,
me iban a tirar 10 o 15 y me iban a matar, yo estaba
solo. Pero
él
no fue, no sé
por qué.
Estuve el tiempo suficiente allí
esperando a Mongo y como no apareció,
me fui. Creo que
él
hubiera ido, aunque tardó
bastante, porque tengo la impresión de que no era un hombre cobarde. Tenía
carácter,
teniente de la policía
universitaria, vivía
de las viejas glorias de no sé
qué
época,
una gloria revolucionaria entre comillas. El gran problema era que todos se llamaban revolucionarios,
y nadie sabía
realmente lo que significaba serlo, ni yo mismo lo
sabía entonces; pero creo que estaba por el buen camino de
aprender lo que era un verdadero revolucionario.
Pasaban muchas cosas al mismo tiempo: uno quería
matarme, otro quería
batirse, por los alrededores no se sabía
cuánta gente armada había,
pues todo el que portaba un arma estuvo merodeando por el lugar. Las diferentes tendencias
fueron allí
por su cuenta. El lugar lleno de gente y los
presidentes de escuelas, del grupo de oposición
al gobierno, estábamos
solos, desarmados.
Yo sé
que salí
de la casa solo, no hablé
con nadie, entré
a la Universidad desarmado porque no quería
que me agarraran en la calle el día
de las elecciones y tuvieran un pretexto para detenerme.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
sé
que ustedes favorecían
la candidatura de Humberto Ruiz Leiro, pero
¿quién
era el contendiente?
Fidel Castro.
—El
candidato del gobierno era Isaac Araña,
de la Escuela de Derecho; mientras nosotros en la oposición
apoyábamos a Humberto Ruiz Leiro, estudiante de Odontología, un buen muchacho, su hermano era un médico
de prestigio, Humberto se desempeñaba
como presidente de la Escuela de Odontología,
independiente de la de Medicina. En el Salón de los Mártires
estábamos
todos reunidos. Se trataba de un momento climático,
aquel conflicto podía
acabar no se sabe cómo.
La mayoría
de los estudiantes nos apoyaban.
A decir verdad, quien salvó
la situación
fue [Rafael] Díaz-Balart, todavía
no era batistiano, era ortodoxo, por entonces pertenecíamos
a la misma tendencia.
Él
cambió
después, cuando Batista regresó
de Estados Unidos. Díaz-Balart
fue ortodoxo durante tres años,
y en aquellas elecciones salvó
la situación
que parecía
no tener salida. Era verdaderamente complejo decidir allí
quién
tendría
la dirección
de la FEU.
En el momento de mayor tensión
se levantó
Díaz-Balart, que estaba muy tenso, y pronunció
un discurso improvisado
—él
tenía
conocimientos y facilidad de palabra—;
se expresó
con voz adecuada, buena dicción,
explicó
con argumentos creíbles
aquella situación
dramática.
Habló
a los estudiantes de la historia de la FEU y abogó
por una solución,
un arreglo para resolver el conflicto: que se eligiera un nuevo
candidato, que los existentes dejaran de aspirar a la
presidencia. En aquel instante de tensión,
alguien propuso como presidente de la FEU a Enrique Ovares, presidente de la Escuela
de Arqui tectura, que tenía
muy pocos alumnos, bastante anodino y de los menos destacados del grupo adversario. Otro de
inmediato propuso como secretario de la FEU a uno de los
nuestros, Alfredo Guevara, comunista y presidente de la Escuela de
Filosofía y Letras.
Díaz-Balart
tuvo un gesto inteligente en medio de la enorme tensión
que allí
se había
creado. Yo no habría
entrado en tal tipo de arreglo; por mi carácter,
mi posición,
no se me habría ocurrido proponerlo. Sin embargo, estoy convencido
de que fue una solución
en medio de la situación
creada, diría
que una victoria frente a aquel poderoso grupo armado.
Claro, no lo había
pensado, pero apoyé
la solución
improvisada. Díaz-Balart estaba allí,
entre los estudiantes, por la Escuela de Ciencias Sociales; no era presidente de la escuela, pero
participaba como estudiante que apoyaba activamente nuestra
posición. Todavía
no había
degenerado políticamente.
Su discurso surtió
efecto en medio de la gran tensión:
de un lado estaban los recursos, el poder, las armas y
del otro lado, un grupo luchando en condiciones muy difíciles.
La gente reaccionó,
todos los que se encontraban allí
comenzaron a aplaudir, incluso los adversarios. Finalmente se
eligió
a Ovares como presidente de la FEU.
Aunque Ruiz Leiro no pudo ser electo, la jornada
constituyó
un triunfo. Ovares presidente; Alfredo Guevara
nombrado secretario por la Escuela de Filosofía,
uno de los cargos más
importantes, y Aramís
Taboada como vicesecretario.
Entonces se produjo un fenómeno
curioso: una especie de reconciliación
entre todos los estudiantes y la gente que quería matarme. Los que desafié,
fueron a verme, a darme un abrazo, demostrando, incluso, admiración
por lo que yo había
hecho.
Luego mandaron a buscar a Mongo el diablo para que
entre
él
y yo hubiera también
una reconciliación,
esta se produjo,
él
todavía
estaba dolido, herido. Había
quedado mal cuando el duelo, aunque yo nunca lo consideré
un cobarde. Fue la tarde de la gran reconciliación
entre todas las fuerzas.
Lo consideré
un fenómeno
psicológico,
y lo que más
me llamó
la atención
fue que quienes me querían
matar, me buscaron y me dieron la mano, me dieron un abrazo. Todo lo
sucedido allí
aquel día
marcó
el inicio de una nueva fase en la historia de la Universidad.
En el plano político
los problemas siguieron, como es lógico, pero psicológicamente
hubo una reconciliación
dentro de la Universidad que dio paso a cierto período
de paz. Resuelto el problema de la FEU, se logró
una dirección
de la organización en la que ya no existía
el control del grupo aquel sobre la Universidad. Nuestra batalla se tradujo no en la
victoria de nuestro candidato sino en la derrota de las fuerzas
que apoyaban al gobierno. El candidato escogido era un muchacho bastante descolorido, como son muchos de los
candidatos de transacción
porque nunca se buscaban problemas con nadie, no eran activos ni militantes.
Se buscó
una dirección
intermedia, pero el gobierno no terminó
con la influencia nuestra, porque la dirección
de la FEU, por el peso de los estudiantes universitarios,
estaba en oposición
al gobierno corrupto. En realidad logramos mantener a la Universidad en la oposición
con aquella candidatura; después
fue evolucionando a una mayor oposición
y comenzó
así
otra etapa de mi vida.
Algunos de los que en dicha
época
de peligro estuvieron tratando de matarme, después
lucharon en la Revolución,
por lo que no me gusta mucho hablar de aquello; al fin y
al cabo, cuando vino la posibilidad de una revolución
verdadera, alguna gente que de buena fe estaba de un lado o de otro,
se definieron a favor de la Revolución.
La cuestión
era quiénes
dirigían
la Universidad: unos, con espíritu
gubernamental y otros, con espíritu
de oposición. Ellos creían
que nosotros
éramos
malos porque integrábamos la oposición,
y nosotros pensábamos
que los malos eran ellos porque estaban junto al gobierno. |