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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 08.

 
 
 
TOMO I

08Cayo Confites, Orfila, lanzarse a las aguas de la bahía de Nipe, Birán, regreso a la Universidad

 

Katiuska Blanco. Comandante, la noche del 12 de marzo de 2004, después de condecorar en el Palacio de la Revolución a la luchadora comunista chilena Gladys Marín, usted narró pasajes de la expedición de Cayo Confites. Recuerdo con fascinación la charla extendida hasta la madrugada. Se me quedaron grabados en la memoria los riesgos por los que pasó después de lanzarse a las aguas de la bahía de Nipe. Luego supe por el periodista Luis Báez que cuando usted se enroló en la aventura, su mamá fue a buscarlo a Holguín para disuadirlo de su participación, pero no consiguió convencerlo ¿Podría narrarnos toda la historia? ¿Qué razones lo llevaron a sumarse al intento militar de liberar a la República Dominicana de la dictadura de Trujillo?

Fidel Castro. Finalizando el curso del segundo año hice los exámenes de algunas asignaturas. Yo era el presidente de la Escuela de Derecho y todos me conocían, además, como presidente del Comité Pro Democracia Dominicana. Tenía muchos amigos dominicanos que eran exiliados y cuando se habló de que se iba a organizar una expedición para derrocar a Trujillo, me sentí moralmente obligado a participar. Tan pronto empezaron a reclutar gente, dejé de hacer los exámenes que tenía pendientes y me enrolé en la expedición. Fue después de la  tregua que hubo en la Universidad, tras la reconciliación que tuvo lugar a partir de las elecciones.

Es necesario explicar que aquel grupo de Rolando Masferrer, Mario Salabarría, Manolo Castro, practicaba la demagogia política.

Masferrer, por ejemplo, había estado en la Guerra Civil Española, del lado de la República, era comunista, después se corrompió, renegó del comunismo, pero se quedó con el lenguaje marxista-leninista que había adquirido como comunista. No era mal escritor; como periodista sabía redactar bien, aunque era panfletario en sus artículos. Primero tuvo una revista, creo que se llamaba Tiempo en Cuba, desde la cual hacía todo tipo de cosas, chantajes, por ejemplo. Era una pluma alquilada. Luego tuvo un diario.

Katiuska Blanco. Sí, lo editaba en Santiago de Cuba y los analistas apuntan como una ironía o un descaro insólito el hecho de titularlo Libertad durante la dictadura batistiana.

Fidel Castro. Todo aquel grupo tenía ambiciones políticas, de poder. No les quedaba ninguna ideología social ni política, solo ambición de poder. Entre ellos el más ambicioso era Masferrer y era, a la vez, el de mayor cultura política, el teórico pudiéramos decir; los demás: [Mario] Salabarría, Manolo Castro y otros, habían sido gente de acción, pero sin cultura política ni gran preparación. Manolo Castro, líder entre los estudiantes, tendría alrededor de 40 años. Era una persona adulta. 

Descubrí de inmediato que en dicho grupo predominaban las ambiciones de poder. No existía otro objetivo en su lucha; eran en realidad demagogos. Masferrer utilizaba su formación marxista, hablaba de los obreros, los campesinos, las causas populares.

El grupo no tenía acceso al Ejército, pero penetró el cuerpo de la policía y llegó a controlar todas las actividades policiales, los organismos represivos y la Policía Nacional como primer elemento de fuerza, porque ambicionaban llegar al poder algún día. Como grupo armado era fuerte; pero el Ejército batistiano era bastante reacio al gobierno auténtico, solo existían algunos altos oficiales leales al gobierno.

Por entonces, Batista había abandonado el país, aunque el Ejército que fungía seguía siendo el mismo. El gobierno de Grau lo mantuvo virtualmente. Ascendieron con rapidez a un individuo, Genovevo Pérez Dámera y lo nombraron jefe del Ejército. Dicho individuo resultó ser un ladrón, un corrupto, como casi toda la gente del gobierno.

Uno de los factores que determinó el acatamiento de Batista al resultado de las elecciones de 1944, finalizando la Segunda Guerra Mundial, fue la gran campaña contra el fascismo, contra las dictaduras, contra los gobiernos militares, todo eso olía a fascismo y se consideraba repugnante. En tal clima, Batista, «el gran demócrata», que luchaba en la coalición de países «democráticos» contra el fascismo, lógicamente, ante la  montaña enorme de publicidad sobre la democracia y sobre todos los derechos, tuvo que aceptar el triunfo de Grau.

Se apartó, se fue para Estados Unidos y Grau se quedó en el gobierno; pero el Ejército siguió siendo batistiano. Un Ejército al que Batista concedió toda clase de privilegios, ventajas, prebendas, canonjías; los militares sentían nostalgia por los años de su gobierno. Aunque seguían robando y conservaban determinados privilegios, aquellos eran muchos menos que en la época de Batista; él les proporcionó cuantiosos recursos.

Fue verdaderamente absurdo que el gobierno civil de Grau mantuviera intacto al Ejército batistiano. Eso también me sirvió de lección. Aquel Ejército podía tomar el poder en cualquier momento.

Los grupos que controlaban la Universidad y la policía tenían aspiraciones de alcanzar un día el poder y vieron en la causa dominicana un poderoso instrumento para su política, la oportunidad de ganar prestigio, armas y un gobierno amigo, vecino, un gobierno revolucionario; la oportunidad de desarrollar un ejército, una experiencia internacional, como parte de sus ambiciones de alcanzar el poder por cualquier vía. Actuando de manera oportunista, se montaron en el carro de la revolución dominicana, una causa que daba prestigio nacional e internacional.

Después de la guerra, con Grau en el gobierno, Trujillo tenía que caerse, aunque en Centroamérica había otros dicta dores, ellos utilizaron demagógicamente tal bandera con fines de política interna.

Por entonces, nombraron ministro de Educación a José Manuel Alemán, un hombre absolutamente corrompido, un aliado de Grau, apoyado por la cuñada de este. El Ministerio de Educación era uno de los que contaba con más fondos, no tantos en realidad, pero donde se podía robar con más fácilidad. Entonces, el grupo de Salabarría, Masferrer y Manolo Castro, hizo una alianza muy estrecha con Alemán, aspirante a presidente en un futuro, quien pretendía mantener su posición; no poseía ninguna historia revolucionaria, pero en aquel ambiente politiquero creó una maquinaria política con el dinero robado, porque fue el ministro que más robó en la historia de este país, como titular de Educación. Dicho politiquero corrupto también utilizó la causa dominicana para ganar prestigio. Como ya casi todos los exiliados del movimiento dominicano se iban reuniendo aquí, empezaron a organizar la expedición.

Pero ¿quiénes los apoyaban en Cuba? El gobierno de Grau, a través de Alemán, y el grupo de Masferrer que contaba con el control de la Universidad y los grupos represivos. El gobierno asumió el financiamiento de la expedición: iba a salir de Cuba, se estaba organizando en nuestro país y la mayor parte de los que participarían serían cubanos. Algunos dominicanos que habían sido terratenientes tenían determinados fondos, uno  de ellos era el exsenador Juan Rodríguez, nombrado jefe de la expedición, pero la mayor parte del financiamiento la puso el gobierno cubano. En la FEU existía el Comité Pro Democracia Dominicana donde yo venía trabajando desde muy temprano. Su importancia era relativa, no contaba con recursos; era más bien una forma de expresar el apoyo de los universitarios a la causa dominicana. Me había tomado muy en serio la tarea.

Yo no tenía nada que ver con Alemán ni con el grupo integrado por Masferrer, Salabarría, Eufemio Fernández, Manolo Castro ellos eran los jefes; pero estaba comprometido con los dominicanos y con el Comité Pro Democracia Dominicana, por lo que a la hora de la verdad, cuando se preparaba la expedición para luchar contra Trujillo, me inscribí inmediatamente, me incorporé a la expedición que se estaba organizando. Consideré que era mi deber más elemental. Creo que fui el único del comité que lo hizo.

Cuando llegó el momento de la expedición, me marché hacia Oriente y no pasé ni por mi casa. Viajé en guagua hasta Holguín, donde se estaban reuniendo los reclutas, de allí partí para Antilla y de Antilla para Cayo Confites, al noroeste de Camagüey. Fue en verano, se iniciaban las vacaciones, había examinado algunas asignaturas, pero otras las dejé pendientes porque llegó el momento de la salida y me fui.

Resulta curioso que me enrolara en aquella expedición cuando los que estaban al frente eran mis enemigos. Yo tenía  amistad con los patriotas dominicanos, luchadores durante muchos años, los admiraba. Pero los cubanos que tenían todo en sus manos, quienes estaban al frente de la expedición, eran mis enemigos; estaban con el gobierno, y nosotros en contra.

Después de las elecciones de la FEU hubo una tregua de meses; en aquel breve período fue cuando me involucré en la expedición, en el mes de julio de 1947.

Al Ejército batistiano no le gustaba mucho este desorden: la expedición contra Trujillo, quien seguramente les parecía un gran «patriota», como Batista. No le gustaba mucho a un jefe del Ejército corrupto, aunque era hombre de confianza de Grau. No miraba aquello con mucha simpatía.

Recuerdo que, trasladándome de Holguín a Antilla, tuve una gran discusión con un teniente o un sargento llamado Manfugás, porque detuvieron la caravana de camiones varias horas sin razón. Él estaba con una patrulla de soldados, y yo tenía mi dosis grande de antipatía contra el Ejército batistiano. Conocía a Manfugás de Birán, de la capitanía de Mayarí; un suboficial de una familia de militares, algunos de ellos fueron después esbirros. Tuvimos una acalorada discusión. Recuerdo muy bien el incidente.

Aquello estaba tan desorganizado que a mí me llevaron por el puerto de Antilla, más al este, no fui por Camagüey, sino por la provincia de Oriente, mucho más lejos, donde decidieron los organizadores, y aquella noche o al otro día abordamos  unos barcos. No recuerdo en realidad el episodio de mi madre; han pasado muchos años. Recuerdo que desde Antilla navegamos muchas horas en una pequeña goleta. Vencimos el trayecto con mucho trabajo, hasta que por fin llegamos a Cayo Confites. Ubicado al noroeste de Camagüey, a unos 12 kilómetros del archipiélago Sabana-Camagüey, Cayo Confites es como una cresta rocosa con escasa vegetación, apartada del territorio nacional. Se encuentra en las inmediaciones del Canal Viejo de Bahamas, cerca de un cayo inglés denominado Cayo Lobo. No podía faltarle un faro como guía para las embarcaciones. En Cayo Confites existía una lancha rápida, especie de torpedera, que cubría frecuentemente la distancia entre Nuevitas y Cayo Confites.

Cuando llegué había alguna gente. La plana mayor estaba encabezada por Masferrer.

Eufemio Fernández, miembro del mismo grupo tenía ciertas características diferentes que lo distinguían de Masferrer o Salabarría, también había estado en la Guerra Civil Española, mandaba el segundo batallón.

Feliciano Maderne, jefe del tercer batallón, era un revolucionario cubano de la lucha contra Machado, con experiencia militar anterior. En el año 1932 trajo la expedición de Gibara. Una gran proeza que no terminó en nada; una especie de Granma con más gente y muchas armas, en la época de la lucha contra Machado. Habían librado una guerrita por Giba ra, al norte de Holguín, y fueron derrotados, pero adquirieron mucho prestigio. En aquella época todo el que viniera en una expedición o participara en alguna acción armada contra el gobierno, de Machado o de Batista, alcanzaba mucha fama.

A Maderne pudiéramos considerarlo un hombre de izquierda, recto, progresista, diferente a los otros jefes. Una persona honorable, patriota, caballerosa, más viejo que los otros; como tenía experiencia militar había sido cadete, oficial, pusieron bajo su mando el tercer batallón.

Naturalmente, me enrolé en el batallón de Maderne. No me fui al de Masferrer ni al de Eufemio; fui al único batallón donde creí que podía ir. En él participé en dos o tres hechos importantes; éramos entre 20 o 30 hombres aproximadamente, de una compañía. Allí me hicieron teniente, era jefe de pelotón y recibí instrucción militar. Hice ejercicios de infantería con morteros, había que desplegarse, manejar armas; todo con un carácter bastante elemental desde el punto de vista militar. Las instrucciones no eran muy sistemáticas, no existía un programa de preparación. Al final, me hicieron capitán y jefe de una compañía porque el anterior desertó. Fue la segunda oportunidad en que me dieron grados.

Debo decir que mis adversarios de la Universidad siempre me trataron con respeto y nunca fui objeto de ningún intento de humillación, nunca, nunca. No recuerdo ni una sola vez una falta de consideración o de respeto en relación conmigo,  aunque estaba en otra unidad que no tenía nada que ver propiamente con aquel grupo.

Además, había una compañía de morteros dirigida por un exoficial, no sé si de Nicaragua u Honduras, que se llamaba Rivas. Era buena persona, indiscutiblemente, un patriota centroamericano.

Así que existían tres batallones con tres jefes cubanos y una compañía de morteros dirigida por Rivas. Los dominicanos integraban la plana mayor de los batallones en la jefatura general, o eran soldados, pero realmente, el grupo de cubanos tenía el control de la expedición: la logística, los barcos, el mayor número de combatientes, el dinero y todos los recursos en general. Allí se reunió la expedición para entrenarse e invadir Santo Domingo y derrocar a Trujillo.

Fue una de las acciones peor organizadas que conocí en mi vida: el reclutamiento fue público. Toda La Habana sabía que se preparaba un ejército para invadir Santo Domingo y derrocar a Trujillo. No se reclutó el personal a partir de ideas. No fue sobre la base de una ideología; aceptaron a mucha gente sin empleo, que estaba pasando hambre, les hablaron de la expedición y ،vaya usted a saber lo que les ofrecieron! No hubo selección alguna, primó un espíritu aventurero. No buscaron campesinos de las montañas, gente que conociera el terreno; no, no, ،la gente menos apta para una guerra revolucionaria fue la que escogieron! Sin preparación política, con la única  virtud de ser gente de pueblo. Lo mal hecho empezó por la forma de reclutamiento, la ausencia total de selección y discreción. Claro, entre los enrolados, muchos dominicanos y cubanos eran gente buena; Maderne y Rivas resultaron personas respetables, pero la inmensa mayoría fue reclutada sin un criterio selectivo.

No se puede decir que eran gente mala, pero no tenían una idea clara en relación con la causa que defendían, se habían sumado por embullo, para ver si encontraban solución a sus problemas. No sé qué les prometieron, tal vez les dijeron que cuando llegaran a Santo Domingo les iban a pagar.

Más tarde, antes del Moncada, yo personalmente recluté, organicé y entrené 1200 hombres; un solo individuo prácticamente, en una organización celular, secreta; tan secreta que atacamos el Moncada y nadie se enteró de lo que íbamos a hacer. Pero, bueno, una característica que también prevalecía en la época era la indiscreción, la falta de métodos conspirativos.

Si más adelante me hubieran pedido a mí organizar una expedición seria contra Trujillo, lo hubiera hecho exactamente igual a la que utilicé para el asalto al cuartel Moncada, y no se habría enterado nadie. ،Habría reclutado a 1200 hombres para entrenarlos en la clandestinidad, y no habría sido un escándalo colosal! Cuando el Moncada fueron organizados y entrenados clandestinamente y era posible reunirlos en 48 o 72 horas. Eso se podía hacer secretamente, como hicimos lo  del Moncada, organizarlos en un mínimo de tiempo y con el máximo de discreción. En aquel tiempo y con tantos recursos habría sido mucho más fácil.

Los reclutados para Cayo Confites estuvimos alrededor de 100 días tres meses, por lo menos, en condiciones horribles: no había agua, no existía un campamento. El agua se llevaba en bidones de petróleo, que ni siquiera habían sido lavados cuidadosamente, y sabía a combustible; la comida era pésima, teníamos que cocinarla nosotros mismos como pudiéramos, en tanques también, con mucho trabajo.

Eran los meses de primavera y verano. Llovía mucho, no teníamos donde cobijarnos, sino en chabolas, unas pequeñas cabañitas de paja que protegían de los rayos del sol, pero no de la lluvia. Cuando llovía, como no teníamos capa ni protección alguna, nos empapábamos por completo. Además, apenas tenía árboles aquel cayo; era arenoso. Se extendía entre un kilómetro u 800 metros. De ancho eran unos 200 o 300 metros y hacia el sureste tenía una buena playita, más profunda, donde se acercaban los barcos provenientes del territorio nacional.

Las condiciones materiales de la tropa eran miserables. ،Increíble!, ،con todo el dinero, con todos los recursos de que disponían! Mandaron a los hombres para un cayo desolado. Pienso que se hubiera podido organizar muy bien: llevar agua, alimentos adecuados. Los jefes permanecían en unas cabañitas ،No se sabe lo que ellos hicieron con todo aquel dinero! 

Lo que viví me sirvió de experiencia porque me enseñó realmente qué cosas no deben hacerse. Me percaté de que los jefes eran incapaces, ineptos política y militarmente como organizadores. Era una pandilla con ambiciones políticas: adquirir gloria, prestigio, poder, armas, bases. Aquella mafia vinculada a un gobierno nepotista, corrompido y a uno de los personajes más ladrones y tenebrosos de la historia de Cuba, que fue José Manuel Alemán, pensaba retornar a Cuba tras la expedición, por buscar la notoriedad y los laureles.

Allí ocurrieron todo tipo de episodios: algunos conflictos entre soldados, hubo quienes se mataron entre sí por problemas personales. Recuerdo una pugna entre Cascarita y alguien de La Habana que por problemas personales había matado a otro.

En una ocasión se produjo un conflicto cosa curiosa entre el batallón de Masferrer y el de Eufemio. Tuvieron un altercado a pesar de pertenecer al mismo grupo.

Eufemio era un hombre un poco más decente, en mi opinión, más correcto con su tropa. Masferrer era muy despótico, creo que en la Guerra Civil Española había sido comisario y utilizaba los métodos de aquella guerra. Siempre andaba rodeado de un grupo, mucho teatro, viviendo un sueño, no sé lo que pensaría; era uno de los que tenía más autoridad. Mientras Eufemio era una especie de caudillo, jefe amistoso y paternal en su batallón, Masferrer era el teórico, el jefe duro. Su bata llón estaba en el extremo este y el de Eufemio en el centro; el batallón de Maderne hacia el oeste, y cerca de allí radicaba la compañía de morteros comandada por Rivas; más otros cubanos y dominicanos. Creo que lo peor que había allí era Masferrer.

Cuando parecía que se iba a producir un combate, hice una gestión; muy discretamente hablé con Rivas y le dije: «Rivas, si esta gente entra en combate hay que apoyar al batallón de Eufemio porque me parece mejor. Si entre los dos van a entrar en una batalla allí, el peor me parece el otro, el más despótico, el más cruel». Entonces Rivas instaló los morteros, por si de una forma o de otra participábamos. Creo sinceramente que habría sido decisivo; pero, por suerte, hubo un arreglo y no se produjo el combate.

No recuerdo qué provocó el incidente, pero debió ser algo intrascendente. Creo que por un problema de personalidad. Pero, desde luego, Eufemio tenía menos antipatía entre la gente. Masferrer casi quería imponer su jefatura y la disciplina a base del terror. Era un personaje tenebroso, un verdadero loco. No sé si llegó a saber que cuando se produjo el conflicto yo me incliné por la otra unidad.

Durante aquel período se esperaba más personal procedente de Cuba, Miami y otros lugares. Estando en la isla, un día llegó un grupo de dominicanos y, entre ellos, Juan Bosch. Muy pronto hicimos amistad. Entre tanta gente en el cayo a  mí me gustaba conversar con él; de todos los dominicanos que conocí fue el que más me impresionó.

Lo recuerdo como un hombre mayor. Cumplí 21 años en el cayo, y pienso que Bosch ya tendría unos 36 o 37 años. Su conversación realmente conmovía, la forma en que se expresaba; parecía un hombre muy sensible. Vivía muy modesto allí, igual que todos los demás, y creo que sufría lo mismo que la gente. Yo no lo conocía, no sabía que era el escritor, el historiador, el intelectual. Lo vi como un dominicano honorable, de conversación agradable, que decía cosas profundas y sensibles; trasmitía todo eso. Se le veía como una persona que sentía los sufrimientos de los demás, estaba sufriendo por el trabajo duro de la gente. Además vivía la emoción, porque era el intelectual, al fin y al cabo, que se incorpora a la acción, llegada la hora de la lucha un poco como hicieron Martí y otros muchos intelectuales de nuestra propia guerra. Pudiéramos decir que era allí el hombre de mayor calibre, el más destacado.

Muchas veces nos íbamos para un extremo de la isla y conversábamos; sus palabras me marcaron mucho. Así nos hicimos amigos. La amistad tiene un mérito por su parte, él ya era una personalidad y yo era un estudiante joven que no significaba nada entre tantos jefes, coroneles Yo era un teniente y mandaba un pelotón. Sin embargo, Bosch me trató con mucha deferencia y consideración.

Estaba todo el mundo esperando con ansiedad. Cada bar co que atracaba despertaba esperanzas. Era la oportunidad de que los dirigentes arribaran y se tomaran decisiones. Después que llegué, el primero en atracar fue un pequeño barco, una especie de torpedera. En un momento dado llegó don Juan Rodríguez, el gran jefe teórico de toda aquella expedición por la parte de los dominicanos. Lo conocía, había sido, incluso, trujillista, senador, tenía dinero y por eso cierto renombre. Arribó en una barcaza de desembarco llamada Maceo. Era el lugar donde el general Rodríguez tenía su puesto de mando eso de general era un título que se había puesto él mismo.

Después estuvimos mucho tiempo esperando otro barco; todos los días anunciaban que venía, y que cuando llegara se iniciaría la expedición. Todo el mundo estaba desesperado porque viniera el próximo, porque aquel cayo era un infierno.

Entonces, por fin llegó El Fantasma le pusieron así porque todos los días lo esperábamos y nunca se aparecía; con su arribo tuvimos la impresión de que se acercaba el momento en que zarparía la expedición.

Se conocía que a disposición de las fuerzas revolucionarias estaban algunos aviones bastante modernos, de la Segunda Guerra Mundial corría el año 1947. Este grupo del gobierno cubano y los dominicanos consiguieron, indiscutiblemente con cierta cooperación de Estados Unidos, 12 o 15 aviones de combate. Con alguna frecuencia sobrevolaban la isla. Parece que para levantar la moral de la tropa y hacer algún en trenamiento. De vez en cuando pasaban rasantes. Quizás voló alguna vez un avión norteamericano y nosotros creímos que se trataba de uno de los nuestros.

Aquello, desde luego, le daba cierta moral a la tropa; pero no tengo la menor duda de que pasó algún avión yanqui también, para explorar el secreto más conocido de la historia, lo publicaban los periódicos y de ello hablaba todo el mundo; era una conspiración pública totalmente, un poco adaptada al carácter latino, caribeño, cubano. Pero, claro, tal forma de hacer las cosas era errónea.

Un día tuve que cumplir una misión. No recuerdo bien a qué me mandaron en una especie de torpedera rápida a Nuevitas y a Camagüey. Estuve en Camagüey un día, vi la civilización 24 horas y regresé en el mismo barco junto con otros, volví al cayo.

Cuando íbamos acercándonos al cayo, Pichirilo [Ramón Emilio Mejía del Castillo], un dominicano jefe de aquel barco, muy buen marino, una persona muy buena que luego vino con nosotros en el Granma, vio una goleta a una distancia en que normalmente no se divisaría y dijo: «Esa es la goleta Angelita, de Trujillo». Aquel hombre tenía una vista tremenda. Yo me quedé asombrado por la seguridad con que afirmó su visión.

En cuanto llegó al cayo dio la voz de alarma y avisó al mando que por allí estaba cruzando la goleta Angelita, de Trujillo, que se dirigía de Este a Oeste, como procedente de Santo  Domingo. No se sabía si se encontraba armada o si estaba espiando, o qué hacía por esa zona. Toda la fantasía se desarrolla siempre en situaciones de expediciones, aventuras y guerra.

Se armó en medio del Atlántico un revuelo colosal. Un problema importante estaba teniendo lugar. Se reunieron los jefes, se formó la tropa, más bien un grupo grande de combatientes. Enseguida pidieron voluntarios para atacar la goleta de Trujillo y tomarla. Yo fui el primer voluntario que levantó la mano para la aventura de capturarla. Me enrolé, tomé mi fusil y listo.

Entonces prepararon El Fantasma, porque era más rápido que la Maceo. Nos montamos de inmediato desde la misma orilla, porque era una barcaza de desembarco, bastante grande, seríamos 20 o 30 los encargados de la misión.

Dieron la vuelta, ya Angelita venía acercándose, y de pronto, parecía que al ver nuestro barco, la goleta se alejaba. Estuvimos unas tres horas para darle alcance, hasta que nos fuimos acercando, pegaditos, muy cerca, muy cerca. Efectivamente, cuando nos aproximamos lo suficiente se comprobó que la goleta se llamaba Angelita y seguimos la misma operación hasta que, a unos metros de ella, casi pegados, nos levantamos por la borda porque tenía como una cubierta, y le dimos el alto.

Había un hombre en cubierta, al que se le dio el alto, se le ordenó que no se moviera, pero él se movió, corrió y entró. Yo  era el que más cerca estaba, pero no le tiré; no sé si alguna de la gente hizo algunos disparos al aire. Le di el alto, se suponía que la goleta podía estar armada, que podía tener dinamita o traer gente bajo cubierta, soldados de Trujillo. No sé ni cómo lo hicimos, sé que desde la proa del barco salté sobre la cubierta de la goleta. Fui el primero que llegué, penetré en la cabina e hice prisioneros a los tripulantes. Pero me di cuenta de que aquel hombre no era un peligro y no había nadie armado, no tenían ningún arma ni dinamita ni nada. Era una goleta de Trujillo porque todo en Santo Domingo era de él, y cruzaba por allí, porque era el lugar por donde tenía que pasar.

Por cierto, a Masferrer lo designaron al frente del grupo de voluntarios. Estaba hecho todo un jefe, un gran general, con el capitán del barco, en el puesto de mando. Nosotros tomamos la goleta, hicimos prisionera a la tripulación y capturamos el barco. Recuerdo que regresé en el Angelita, ya capturado, para Cayo Confites.

Aquella goleta regularmente viajaba entre Santo Domingo y Miami. Buscaba en Miami mercancías, entonces podía suponerse que exploraba o espiaba, porque pasó cerca del cayo. Los jefes lo estimaron así. Incluso, Masferrer y algunos hombres suyos trataron con rudeza a los tripulantes. A los que iban a bordo les decían en términos violentos: «Ustedes son espías y tienen que hablar o los vamos a fusilar». De palabra y de hecho los ofendieron. No me gustó aquella forma de tratar a  los marineros del Angelita. Yo no los golpeé ni los empujé ni actué agresivamente con ellos, porque era gente desarmada, más bien casi me inspiraron pena.

Pero, bueno, cuando íbamos llegando de retorno con el barco estaba reunida toda la multitud, mil y tanta gente, esperando allá en la orilla de la playa; todo el mundo expectante para conocer cuál era el desenlace de la gran aventura, de la cual salió capturada una goleta con unos infelices trabajadores dominicanos. Eso fue lo que nosotros hicimos, nuestra proeza se redujo a capturar la goleta con unos infelices que no estaban espiando, simplemente iban y venían de viaje a Miami a buscar mercancía; no cumplían ninguna misión de guerra. Esta es la verdad.

Era buena gente, siete u ocho a lo sumo. Llegaron, desembarcaron y empezaron a vivir con nosotros, se suponía que eran prisioneros pero, al fin y al cabo, terminaron en la expedición, tanto los marineros de la goleta como la embarcación misma.

Trujillo podía utilizar otra forma de chequearnos: podía emplear aviones de exploración. La situación psicológica propiciaba las imaginaciones. Además, todo el mundo sabía dónde estábamos: Trujillo lo sabía, Estados Unidos lo sabía, la expedición era pública.

Otro acontecimiento fue el día que anunciaron la visita de Manolo Castro. Una mañana llegó como a inspeccionar. Su  posible presencia causó una gran expectación. Cada vez que iba a llegar un líder, un jefe, alguien importante, en aquella multitud se producía una enorme expectación: podían traer nuevas noticias o quizás pronto se iniciaría la expedición. La gente quería invadir Santo Domingo, no quería seguir en el cayo; prefería el infierno. Y yo, por supuesto, participaba del enorme entusiasmo, no tanto porque me pareciera aquello infernal, sino porque me parecía maravillosa la aventura de la expedición a Santo Domingo; el papel de libertadores que desempeñaríamos.

Entonces, cuando llegó Manolo Castro creo que llevaba puesto un overol verde o algo así—, desembarcó ante una hilera grande de gente que lo saludaba, y tuvo un gesto conmigo, muy buen gesto diría. Delante de la multitud de 1200 combatientes, ansiosos como yo de noticias sobre cuándo demonios íbamos para Santo Domingo, me saludó y me abrazó muy amistoso, todo el mundo aplaudió mucho en aquel momento. Él era uno de mis enemigos en la Universidad. Estuve contra él en todas las luchas universitarias porque representaba al gobierno.

Él no era como Masferrer, sino una figura de ellos, respetada. No era de carácter despótico, violento. Aunque tenía fama porque había matado en 1940 a un profesor universitario llamado Raúl Fernández Fiallo, figura comprometida con un grupo asociado al gobierno de Batista. Es decir, en aquella  época Manolo Castro estaba en la oposición, contra Batista. A los grupos que en la Universidad, en épocas anteriores, años 1930 y 1940, estaban en la oposición les denominaban «del bonche».

Katiuska Blanco. ،Qué paradójica es toda la historia! Sin embargo, los «del bonche» que estaban en la oposición a Batista eran a su vez su instrumento sin saberlo. Lo leí en su artículo «،Frente a todos!», donde usted denuncia la responsabilidad de Batista con el desarrollo del pandillerismo en Cuba, porque él a través de su colaborador y coronel del Ejército, Jaime Mariné, alentó «el bonche universitario». Usted escribió: «…Aquel mal que germinó en el autenticismo, tenía sus raíces en el resentimiento y el odio que sembró Batista durante once años de abusos e injusticias. Los que vieron asesinados a sus compañeros quisieron vengarse, y un régimen que no fue capaz de imponer la justicia, permitió la venganza. La culpa no estaba en los jóvenes que arrastrados por sus inquietudes naturales y la leyenda de la época heroica, quisieron hacer una revolución que no se había hecho, en un instante que no podía hacerse. Muchos de los que víctimas del engaño, murieron como gangsters hoy podrían ser héroes».

Fidel Castro. Es un retrato exacto de lo que aconteció. Manolo Castro, como oposicionista, había matado personalmente a dicho profesor. Ello formaba parte de su leyenda de revolucionario. Y Mario Salabarría también había matado a otro por  aquella época, no sé a quién.

Katiuska Blanco. Comandante, la Oficina de Asuntos Históricos guarda una investigación que registra y detalla aquel suceso. Tal como usted recuerda, Mario Salabarría abrió fuego en la Plaza Cadenas de la Universidad contra uno de los elementos bonchistas. Se llamaba Mario Sáenz de Burohaga.

Fidel Castro. De tal hecho le venía la fama a Mario Salabarría, y de una acción similar, también a Manolo Castro. Sin embargo, recuerdo que cuando este último habló conmigo en el balneario universitario para tratar de persuadirme fue muy correcto, sin levantar la voz ni amenazarme. Dichas presiones las hacían de forma mucho más sutil, con una atmósfera creada en torno suyo.

Su carácter era totalmente diferente al de Masferrer, pero participaba de aquella política. Tenía una posición muy equivocada porque estaba con el gobierno y ocupaba un alto cargo en él, además estaba asociado a Alemán, uno de los políticos más corruptos y corruptores existentes en toda la historia de Cuba.

Pero allí, donde todos participábamos juntos de la expedición, las diferencias internas políticas eran secundarias al lado de la gran empresa histórica de derrocar a Trujillo y llevar la libertad a Santo Domingo. El resto de las cuestiones perdía importancia.

Yo sentí que me tenían respeto y los otros también, reco nozco que existía cierta admiración. Puede que haya sido porque los desafié. Es posible que ellos sintieran cierta admiración por aquel individuo que no les tenía miedo, a pesar de que luchaba solo, desarmado, contra una pandilla armada; que les hizo frente y que se enroló en la expedición donde ellos eran los jefes. Pienso que sentían cierta admiración por tal conducta que yo seguía como política, y la que mantuve siempre.

El gesto de Manolo Castro, su saludo, tuvo su antecedente en las elecciones de la FEU, cuando los que querían matarme me buscaron y me abrazaron, como si se alegraran de no haberlo hecho. ،Qué sentimientos contradictorios!

Lo mismo me ocurrió nuevamente cuando se acabó la guerra con las tropas del Ejército en Bayamo, que lucharon contra nosotros en violentísimos combates. ،Cómo me recibieron! Me recordó las aventuras con el grupo de Manolo Castro. Yo nunca me he dejado arrastrar por odios, por venganzas; no le guardo ningún rencor a aquella gente ni a nadie. Las veo como personas que pertenecen al pasado y que de una forma u otra me aportaron conocimientos y experiencias.

Bueno, Manolo Castro estuvo unas horas allí y se retiró. Fue otro gran momento.

Cada acontecimiento excitaba la imaginación de los enrolados y sus esperanzas de que pronto empezaría la expedición. Los hombres comprometidos, dispuestos a la aventura, ansiaban que sucediera algo y soportaban cualquier cosa menos la  interminable espera. Allá estuvimos los meses de julio, agosto y septiembre. Todo fue ocurriendo en dicho período hasta el 15 de septiembre. Aquel día comenzaron a llegar noticias de una gran balacera en La Habana. La radio empezó a dar noticias de un gran tiroteo en Marianao, en el reparto Orfila.

Una acción del grupo de Emilio Tro contra un viejo machadista o batistiano provocó que Salabarría y su gente consiguieran de un juez una orden de arresto contra Tro.

Katiuska Blanco. Así mismo, el asesinado se llamaba Raúl Ávila Ávila. La acción fue resultado de una nueva espiral de violencia y venganza desatada desde el atentado a comienzos de aquel año contra Orlando León Lemus (el Colorao) luego contra Tro, después contra Ávila, y así hasta llegar al momento de que usted habla.

Fidel Castro. Emilio Tro Rivero era el líder de la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), una de las organizaciones revolucionarias de que antes hablé. Tro había sido combatiente de la Segunda Guerra Mundial y luchó como paracaidista en las tropas norteamericanas. Lo ubicaron en la casa de un amigo, una casa de familia. Allí se encontraba con un grupo pequeño, apenas dos o tres. Llegó la gente de Salabarría quienes controlaban la motorizada para detenerlo y él hizo resistencia. Era seguramente lo que esperaban que hiciera alguien muy respetado por su valentía; además era un hombre honorable, que vivía de manera muy modesta. Atacaron la  casa. El tiroteo duró tres o cuatro horas hasta que Genovevo Pérez, jefe del Ejército, tomó la sartén por el mango y envió al lugar a un capitán con indicaciones de que parara aquello. El capitán fue, les habló y los sitiados dijeron que no se rendirían a sus enemigos, pero sí al Ejército. Así lo hicieron creyendo que eso significaba una gran ayuda, y empezaron a salir de la casa desarmados. Salió también la familia del amigo de Emilio Tro, pero los de Salabarría no respetaron el acuerdo y los asesinaron a todos. Una señora embarazada, que no tenía nada que ver, también fue barrida con la ametralladora.

En el cayo permanecían oyendo la radio. Al final anunciaron que, como resultado del combate, habían muerto Emilio Tro y varias personas más. La primera versión fue que habían muerto en combate, pero no fue así.

Aquellas informaciones causaron conmoción. Pasaron dos o tres días, no muchos, cuando llegaron nuevas noticias de La Habana. Un camarógrafo, llamado Guayo, tuvo tiempo de llegar y pudo captar las imágenes de la matanza. Cuando el noticiero apareció en el cine fue el acabose. Se armó un gran escándalo en el país, una indignación tremenda por aquellos crímenes descomunales.

Como consecuencia, la oposición atacó al gobierno y Grau se vio en una situación débil, embarazosa, casi perdió el control. Entonces Genovevo Pérez tomó el mando por unos días y arrestó a Salabarría, a León Lemus (el Colorao) y a todos los  elementos, a su vez asociados con Masferrer y con quienes estaban en Cayo Confites. El Ejército arrestó también al jefe de la policía, al jefe de la motorizada, al jefe de actividad; a todos los sometió a los tribunales.

La situación provocó una gran expectación nacional. Los que estaban en el cayo, Masferrer y todos los demás, se dieron cuenta de que era una situación difícil, tensa, porque vieron actuando al Ejército, con el cual tenían rivalidad.

El Ejército, a su vez, se mostraba receloso de los expedicionarios, porque veía en ellos un movimiento que podría volverse contra el propio Ejército. Sospechaban de los civiles que organizaban una expedición e iban a disponer de armas, aviones, posiblemente una base, un gobierno civil que los apoyara. El Ejército no veía el movimiento con simpatía. A aquello se unió que Trujillo, un hombre astuto, rico, millonario, le ofreció dinero a Genovevo Pérez Dámera, un jefe corrompido. Luego se supo.

Pero aunque Trujillo no sobornara a nadie, me percaté de lo que estaba ocurriendo: existía una crisis nacional, la autoridad civil estaba desprestigiada y el Ejército actuaba un poco por su cuenta; se iba imponiendo en nombre del orden y contaba además con el apoyo de la opinión pública cubana, por el efecto que causó en la población la película filmada por Guayo. Entonces me di cuenta de que la expedición corría un gran riesgo. 

Ante la situación, los jefes dominicanos y cubanos, Masferrer y toda aquella gente, decidieron actuar; es decir, iniciar la expedición, de lo cual todos nos alegramos ya que por una causa o por otra comenzaría por fin.

¿Qué hizo Masferrer? Puso bajo su mando el mejor barco, el más rápido: El Fantasma. Embarcó a su batallón. En condiciones normales tal vez cabrían como 200 hombres, pero podían contarse unos 500. Se convirtió en jefe máximo de la expedición.

El batallón de Masferrer y otras tropas posiblemente parte del batallón número dos de Eufemio también se embarcaron en El Fantasma. Creo que Eufemio en aquel momento no estaba, había salido no sé a qué misión. Nosotros abordamos el barco Maceo, el otro lanchón de desembarco, que como tenía algunos problemas con las máquinas, navegaba a menor velocidad que El Fantasma. Otros se montaron en el barco rápido, más pequeño, y los demás en la goleta capturada. Eran cuatro embarcaciones.

Yo era el hombre más feliz del mundo cuando la expedición iba rumbo a Santo Domingo. Ya tenía una compañía bajo mi mando y estaba planificando el tipo de guerra que podía hacerse. Pensaba en la guerra de guerrillas, en la guerra irregular; porque aquella gente no tenía idea del tipo de guerra que iba a desarrollar en Santo Domingo. Yo no concebía que aquel ejército hambriento, aún con buenas armas, pudiera  enfrentarse al de Trujillo en una batalla convencional. Aunque con los medios de que disponíamos podíamos haberlo derrocado. Además, era un momento internacional bueno, por el desprestigio y el aislamiento de Trujillo. La democracia acababa de vencer en el mundo contra el fascismo y Trujillo, ante la opinión internacional, nuestro pueblo y el dominicano, y ante todo el mundo, era algo parecido a Hitler, a Mussolini.

Con los recursos que teníamos, bien empleados, lo hubiéramos liquidado. Con apoyo aéreo y empleando bien los 1200 hombres se hubiera podido derrocar a Trujillo.

Debieron seleccionar a personas más motivadas, con ideas políticas, con una formación patriótica, sin otro objetivo que derrotar a Trujillo para bien del pueblo dominicano.

Cuando abordamos los barcos, en lugar de dirigirnos hacia el Este, Masferrer decidió tomar rumbo Oeste, como en dirección a occidente. Si íbamos para Santo Domingo teníamos que salir hacia rumbo Este, pero estábamos en dirección inversa. Transcurrieron muchas horas. Creo que fuimos a parar a un cayo al norte de Villa Clara.

En el barco en que yo iba, navegaba el Estado Mayor de la expedición, Juan Rodríguez, el batallón de Maderne y puede ser que parte del segundo batallón. Yo viajaba en la proa. Se decía que nos dirigíamos al Oeste para esperar a Eufemio y a no sé qué jefe. En mi opinión, fue una maniobra de Masferrer. Cuando él vio la crisis en el gobierno es la apreciación que  hice y que todavía hago, la pugna entre Genovevo y Grau poder militar y poder civil, hizo una finta en aquella dirección por si se creaba alguna circunstancia, entonces, quizás actuar o intervenir a favor del gobierno de Grau contra el Ejército. Los sucesos de Orfila repercutieron negativamente en el gobierno de Grau y era evidente que el Ejército, que adoptaba medidas de todo tipo sin acatamiento al gobierno, trataría de parar la expedición.

Llegamos hasta un cayo y se decidió que volveríamos atrás con rumbo Este para ir hacia Santo Domingo. A Masferrer se le ocurrió probar sus virtudes de jefe, o sus condiciones oratorias, o tal vez imitar a Pizarro o a Cortés, no sé a qué personaje histórico, y le dijo a la gente: «Bueno, los que quieran ir para allá en la expedición, que vayan; los que no quieran, que se queden en este cayo». Entonces, unas 300 personas yo creo que no sin razón decidieron que no viraban, que se quedaban en Cayo Güin. Claro, siempre resulta muy bochornoso que alguien diga que no va; a mí me parecía todo aquello una gran locura, pues me sentía decidido a ir para Santo Domingo, y no solo decidido a ir, sino a hacerlo con entusiasmo.

Cuando los 300 hombres dejaron las armas y desistieron, Masferrer se bajó con un grupo, con una ametralladora tenía barba, estaba hecho un personaje, un guerrero de la antigüedad y reunió a todo el mundo para darles una arenga a ver si volvían, pero no convenció a nadie. Los 300 dijeron que se  quedaban y él hasta los maltrató, amenazó e insultó, pero, aún así, los 300 hombres se quedaron en Cayo Güin. Después de esto iniciamos la navegación hacia el Este.

Masferrer se percató de que la posición de Genovevo Pérez y el Ejército eran fuertes y que Grau se encontraba en una situación muy débil, con toda la opinión pública muy indignada con la masacre. Entonces se dio cuenta de que no era prudente dirigirse a Santo Domingo, cuando todo el mundo sabía también lo de la expedición. Por eso hizo la maniobra hacia el Oeste. Como él navegaba en el barco más rápido, iba tomando iniciativas. Casi se había convertido en el jefe de facto de la expedición. Los dominicanos, como estaban en Cuba, dejaban que los cubanos hicieran; pero después decidieron reiniciar la marcha rumbo al Este.

Pero ¿qué había ocurrido? Entre la gente que desertó de los distintos batallones estaba el capitán de mi compañía, entonces me nombraron jefe de dicha unidad. Así, como capitán de una compañía, me dirigía hacia Santo Domingo en aquel barco, que iba muy lento.

Yo no había hecho estudios militares, solamente conocía lo leído sobre la historia de Cuba, de las guerras, y lo aprendido de mi vida en el campo, en las montañas. Sí había leído sobre las luchas, los combates y batallas de la historia; tenía cierta intuición para el tema militar, de tal manera que analicé toda la situación, capté aquel ambiente, y concluí que todo era  caótico. Pero yo tenía una compañía, y estaba pensando llevar a cabo una guerra de guerrillas en Santo Domingo.

Contaba con unos 80 hombres porque una parte del batallón había desertado. Entonces el Estado Mayor me planteó su plan. Ya no había aviación, no teníamos apoyo del gobierno cubano, el Ejército adoptaba medidas Su estrategia era seguir hacia el Este, cruzar el Paso de los Vientos, no ir directamente a Santo Domingo, sino maniobrar porque, además, Trujillo y todo el mundo estaban esperando, desembarcar en Haití por sorpresa y avanzar por carretera hacia Santo Domingo.

Tenía cierto sentido tal plan, porque ya sin aviación y sin nada, avanzar por el itinerario era un suicidio. Cambiaron la estrategia por otra. ،Ni el ejército alemán en sus mejores tiempos, cuando atravesaba por Bélgica para llegar a Francia! Aquella expedición de gente hambrienta, mal organizada, caótica, iba a emprender en teoría dicha aventura. A mí me informaron cuáles eran los planes, me parecieron lógicos dentro de la situación, y dije: «Bueno, de acuerdo». Así que nos dirigimos hacia el Este para desembarcar en Puerto Príncipe y avanzar hacia territorio dominicano. De todas maneras, parecía más prudente que ir directo, aunque no dejaba de ser una gran locura, sobre todo, tomando en cuenta el ejército con el que contábamos.

Entonces, por dondequiera que desembarcáramos, al llegar a territorio dominicano, ya yo había concebido una es trategia y una táctica para realizar con la compañía y con los que quisieran sumarse, pensaba captar a más gente. Así que si hubiéramos llegado, habría iniciado la lucha guerrillera a los 21 años con una compañía. Hubiera sido mejor.

Pensaba llevar a cabo una guerra de guerrillas contra el Ejército y contra Trujillo. No la guerra regular, pues aquella tropa no podía enfrentarse al Ejército. Meditaba sobre cómo utilizar mejor a los hombres, las armas, en un tipo de contienda donde tuviéramos mayores posibilidades de éxito, con apoyo del pueblo, y así derrocar al dictador.

Tuve una clara intuición cuando me vi al mando de una tropa y rodeado de un montón de jefes incompetentes, ante una situación absurda y el Ejército de Trujillo delante. Así que por poco no empecé la lucha guerrillera en Santo Domingo en lugar de Cuba. Es la verdad.

Soñaba, y había que soñar mucho porque no teníamos comida ni nada, y nuestro ejército hambriento se dirigía a cumplir su misión liberadora.

Recuerdo que las aguas estaban tranquilas y había buen tiempo en el Canal de Bahamas. Mientras tanto, Masferrer seguía en el barco más rápido haciendo de las suyas. Él se adelantó, nadie sabía dónde estaba ni tampoco qué hacía. Él calculó que el riesgo era muy grande y las posibilidades pocas; entonces se le ocurrió una forma de desertar de la expedición. Siguió en su barco rápido evidentemente, por todas las noticias, había  una crisis nacional y el Ejército estaba dispuesto a impedir la expedición, avanzó, se adelantó y entró en la bahía de Nipe creo que por allí tenía un pariente, un familiar que pertenecía a la Marina. La decisión de Masferrer, tras las arengas a la tropa y de todas las cosas, fue entrar en la bahía de Nipe para que lo arrestaran; no quería seguir y con algún pretexto entró a la bahía.

El barco nuestro donde estaba el puesto de mando de la expedición, pasó frente a la bahía de Nipe y siguió, pero sin recibir noticias de Masferrer. De igual manera hicieron los otros barcos. Frente a Moa pensábamos que poco a poco nos acercábamos a la realización de nuestra gran proeza: cruzar el territorio de Haití para ir a liberar a Santo Domingo de la tiranía de Trujillo.

Masferrer se dejó arrestar y no dijo nada, y cuando nosotros cruzábamos al amanecer en dirección a Moa para seguir, Masferrer mandó un mensaje: «Espérenme frente a Moa, haré contacto con ustedes». Ya estaba prisionero, había traicionado a la expedición.

Nuestro barco con el Estado Mayor fue enrumbando hacia el Paso de los Vientos para atravesarlo. Se decía que los barcos de Trujillo esperaban allí para interceptar la expedición. Entonces, a las 11:00 de la mañana, más o menos, se divisó un barco grande hacia el Nordeste, en el lugar que nos había dicho Masferrer que lo esperáramos. Se tomaron algunas medidas  de precaución porque no se sabía si era de la marina de Trujillo. La embarcación grande empezó a hacer señales; era una fragata cubana de la Marina de Guerra que nos estaba esperando donde Masferrer había dicho que lo hiciéramos, porque ya él se había entregado y telegrafiado su mensaje. Entonces la fragata empezó a emitir luces y a decir: «Atrás, atrás, hacia el puerto de Nipe». Trataron de explicarle que el barco no tenía mucho combustible ni agua, que no podían siquiera ir al puerto de Moa, y la fragata cubana repetía: «Atrás, atrás», y con los cañones desplegados, listos para disparar, ordenó sin miramientos virar hacia la bahía de Nipe.

Hasta aquel momento tenía grandes ilusiones de cómo hacer la guerra con mi compañía. Yo analicé todo y concluí que lo que intuía iba a suceder: el Ejército estaba decidido a parar la expedición de todas formas.

De repente la expedición resultó prisionera y el Estado Mayor también. El barco fue obligado a regresar a la bahía de Nipe. La fragata se colocó dos o tres millas detrás de nosotros mientras retrocedíamos de Moa a Nipe. Me acuerdo de que se veían las montañas de Oriente. Entonces me percaté de que todo estaba perdido: las armas y los hombres, pues íbamos a ser prisioneros. A mí me parecía lo más humillante del mundo y me dirigí al Estado Mayor y le dije: «Esta expedición está perdida, el Ejército se ha hecho cargo de la situación, el gobierno está en crisis, va a caer todo el mundo prisionero y se van a  perder las armas». Sugerí salvar una gran parte de ellas. Propuse un plan: trasladarlas en una balsa grande, poner rumbo a la costa y luego adentrarme con ellas en las montañas, con el objetivo de continuar la expedición después.

El Estado Mayor se reunió con parsimonia, analizó muy solemne y sesudamente deliberó. Me contestó que no, que eran ciertas las dificultades pero que todo se arreglaría. El Estado Mayor, Juan Rodríguez, Maderne y los cubanos y dominicanos que lo integraban no se percataban de lo que estaba ocurriendo.

Lo que me respondían era una imbecilidad, una estupidez enorme. Mi compañía estaba en la proa, yo tenía un fusil ametralladora como pretendida arma antiaérea. Hablé con los más decididos de mi compañía. De acuerdo con mi plan, se iban a ir conmigo para llevar las armas en la balsa, y así evitar que se perdieran. Cuando llegó la orden del Estado Mayor me declaré en rebeldía. Viré el fusil ametralladora desde la proa hacia el puente del barco y coloqué a la gente con armas automáticas. Promulgamos la no aceptación de la decisión y declaramos que no estábamos dispuestos a que nos capturaran.

Después empecé con un grupo a preparar una balsa más pequeña. Pichirilo estaba de acuerdo conmigo y en aquel momento timoneaba el barco. El Estado Mayor no reaccionó frente a la insubordinación, la aceptó sin hacer nada, mientras yo me preparaba para llevar una cantidad de armas en la balsa.  El problema era que durante aquel intervalo de tiempo la fragata se había acercado a nosotros. Era más difícil tirarse en el mar abierto porque nos iban a ver; a su vez, nos aproximábamos a la bahía. Fue muy valioso que Pichirilo estuviera de acuerdo con nosotros.

Entrando a la bahía de Nipe, le dijimos a la fragata que no conocíamos la entrada, que íbamos a encallar. Entonces desde la fragata respondieron: «Yo voy delante, síganme que voy delante». La fragata se puso delante. Fue perfecto.

Todo el mundo colaboró con nosotros: Pichirilo y mucha gente. El Estado Mayor se encontraba encerrado en su cuarto. Cuando estábamos dentro de la bahía tiramos la balsa amarrada por una soga. Me siguieron cuatro entusiastas decididos, a quienes yo ni conocía muy bien.

Ya en el canal, con la fragata navegando por delante del barco y mientras oscurecía por entonces la bahía de Nipe tenía fama de tener muchos tiburones, nos montamos los cuatro, yo iba delante, llevábamos cinco ametralladoras yo tenía una conmigo. El barco continuaba moviéndose, así es que había riesgo de caer bajo la propela. La balsa estaba casi hundida, mis piernas hacían el papel de proa; esperaba con una ametralladora para cortar la soga y, en aquel momento, Maderne, mi jefe, humillado por el acto de rebelión, con el que no estaba de acuerdo, se asomó y agarró la ametralladora. Yo que estaba con cuatro hombres en la balsa, atada aún al bar co, le dije a Maderne: «،Quédese con la ametralladora!», y al otro: «،Corte!». Uno de los hombres cortó la soga y nos quedamos flotando en la balsa; pero era muy chiquita para cuatro y sacamos las armas otra vez, con sus peines y sus balas.

Se veían algunos barcos de guerra, también el muelle de Saetía. Ya oscureciendo y cada vez más cerca de nosotros, vimos una lancha que se aproximaba, como a 30 o 40 metros, no sabíamos quiénes eran los tripulantes. Les apuntamos y les dijimos: «Acérquense, acérquense». Ellos dijeron: «No, nosotros somos los prácticos». «Acérquense y arrástrennos hasta la orilla». Nos tiraron una soga, pero como estaba mojada no había manera de que saliera bien la operación.

Dije: «Acérquense que vamos a subir a la lancha». Se acercaron y nos montamos en la lancha con las ametralladoras. Les ordenamos: «Llévennos a la orilla». El práctico de la lancha del puerto nos contestó: «Hay una gran cantidad de soldados y marinos, y nos van a matar a todos». Los reflectores alumbraban la penumbra. Les aseguré: «Prometo que si nos descubren nosotros nos tiramos al agua».

A 250 o 300 metros de la orilla, con los reflectores apuntando al mar les dije a quienes me acompañaban: «Vamos a tirarnos al agua», con zapatos, con ropa, con todo. Uno se tiró con una ametralladora, otro con otra, otro se tiró sin ninguna y yo me lancé con dos. Era casi de noche y me empecé a hundir; tuve que soltar una de las Thompson y seguir con otra, fui  nadando. No sabía qué iba a pasar, si venían los disparos por arriba o los tiburones por abajo. En aquella época yo no sabía qué era la pesca submarina, y los tiburones eran una leyenda; la bahía de Nipe era la más famosa de Cuba por los escualos. ،No se sabe cuántas historias, anécdotas, leyendas se contaban! Pero no pasó nada, ni disparos ni tiburones. Nos fuimos acercando y llegamos a la orilla. Al fin puse pie en tierra.

Veía las montañas, la Luna casi salía cuando llegamos allí del Este; nos sirvió de brújula. Nosotros pensábamos que para alejarnos solo debíamos caminar hacia dicha dirección. Empezamos rápidamente a andar, tratábamos de alejarnos hacia el Este, para dejar a los soldados atrás. Habíamos ido a parar a Cayo Saetía, casi frente a Nicaro. Atravesamos las colinas en medio de la maleza y la noche cerrada Uno de los cuatro del grupo era un irresponsable, un loco, un mentiroso yo no lo sabía, después supe que había sido sargento del Ejército, era realmente un lumpen. Me dijo: «Yo soy de aquí, conozco esta región». El tipo estaba diciendo que estábamos equivocados, que él sabía. Le dije: «Bueno, ¿tú sabes?, ¿tú eres de aquí?, entonces, guía tú». Fue guiando. Caminamos como media hora y seguíamos en el mismo lugar, estábamos perdidos. Le dije: «Mira, tú, quédate tranquilo, vete para atrás que yo voy a guiar, tú nos has perdido», y entonces yo guié a los otros.

En un momento pasamos tan cerca de los soldados que los oímos conversar. La Luna estaba muy clara. Caminamos  por unos potreros, brincamos cercas, anduvimos por senderos tratando de avanzar hacia el Este, hacia las montañas. No habíamos caminado ni 500 metros y el tipo dijo: «Estoy muy cansado, yo no sigo, me quedo aquí». Me dije: «،Anda, qué situación con este tipo!». Unos 500 metros atrás habíamos pasado cerca de los soldados. Yo no podía dejarlo solo, porque al otro día lo iban a agarrar y daría toda la información.

Era de suponer que los soldados nos estuvieran buscando; algo más, los del Estado Mayor cuando llegaron dijeron que cuatro hombres se habían tirado a la bahía, que no sabían qué podía haberles pasado y que no se hacían responsables. En cierta forma, por salvar la responsabilidad, nos delataron.

Y este hombre aunque no conocía eso, sí sabía que los soldados estaban cerca, los habíamos oído hablar; no conocíamos que estábamos en un cayo de súbito dijo que se quedaba, que estaba cansado y quería dormir. Y yo: «Bueno, vamos a hacer un alto aquí». Estábamos debajo de un árbol y nos recostamos un rato. Mientras, los mosquitos nos importunaban, la Luna brillaba en el cielo y teníamos la amenaza de los soldados cerca. Yo meditaba. En cierto momento tuve deseos de agarrar la ametralladora y darle un culatazo en la cabeza y seguir. A la media hora o 45 minutos, perdí la paciencia, fui donde estaba el irresponsable, le quité la ametralladora, lo desarmé, y le dije: «،Te quedas aquí si quieres, nosotros nos vamos!».

Era un caso en que había que tomar una medida violenta con el tipo porque estaba comprometiendo a todos los demás. Decidí dejarlo allí desarmado y avanzar rápido durante toda la noche. Cuando le quité el arma y nos fuimos, dijo: «،No, yo voy con ustedes!». Y siguió con nosotros desarmado. Aquel tipo hizo tres cosas tremendas de una sola vez.

Íbamos avanzando hacia el Este, caminaríamos dos horas, serían ya las 9:00 o las 10:00 de la noche cuando nos encontramos una bahía delante, era la bahía de Nicaro, veíamos unas luces: la fábrica de níquel que habían hecho los norteamericanos cuando la guerra. No entendíamos cómo andando hacia el Este nos encontrábamos nuevamente con el mar.

Entonces reiniciamos marcha hacia el Sudeste, porque veíamos una casa que parecía como un cuartel. Nos acercamos, la exploramos; era una escuela, pero pintada con el mismo color de los cuarteles.

Vimos un canal. En realidad, aquel cayo no era originalmente un cayo, era una península que terminaba de forma redonda, separada de la tierra firme por un canal, y estaba la bahía. Ya veíamos gente, estábamos en la orilla, y pasó una lancha posiblemente de soldados. Nosotros nos ocultamos, porque había una Luna muy clara. Localizamos a un campesino y lo persuadimos para que nos cruzara en un bote.

Katiuska Blanco. Allí en Saetía vivía un amigo de don Ángel. Era el farero del cayo. Se llamaba Rafael Guzmán, le decían Lalo, y fue el campesino que los ayudó.

 Fidel Castro. Sí, él nos ayudó aquella noche difícil. Entonces atravesamos un largo camino, era una península estrecha. Adoptamos medidas especiales: la gente de atrás armados, el que iba delante, desarmado con las instrucciones de afirmar: «،No, no, estoy desarmado!», por si nos situaban alguna emboscada. Por suerte pudimos cruzar, y al amanecer ya estábamos por allá en unas áreas de cañaverales de la United Fruit Company, en una tienda; hasta compramos algo. No sé de cuánto dinero disponíamos. Compramos ropa y comimos algo. Nos había visto mucha gente, pero ya íbamos vestidos de civil. Escondimos las armas incluyendo una pistola en una alcantarilla, y le dije a todo el mundo: «No lleven ningún arma por si nos registran». Caminamos muchos kilómetros. Después, en un camión entramos a Mayarí vestidos de trabajadores. A uno de los hombres del grupo lo mandé a buscar las armas con un chofer que conocía del Partido Ortodoxo y era alguien en quien me pareció podía confiar. Reunidos después los cuatro hombres desarmados se suponía que estábamos desarmados, tomamos un automóvil de Mayarí hacia Birán. El hombre que dejé con tal misión no cumplió las instrucciones y después llegó, pero sin el chofer y sin las armas, con la historia de que se quedó porque tuvo miedo de pasar por el pueblo. ،Cogió miedo el chofer! Y cuando el Ejército se dio cuenta de que había contactado con nosotros, lo presionó y él entregó el armamento. De modo que se perdieron las armas, que casi  eran nuestro trofeo a partir de la vieja idea de salvarlas a todo costo, además de no caer prisioneros.

Lo único que se salvó fue una pistola porque el lumpen, cuando yo dije: «Todo el mundo que se desarme», se quedó con ella escondida; una irresponsabilidad más. Fue la única que se salvó. Y, por supuesto, al final del recorrido llegamos a mi casa.

Al irresponsable lo mandamos para La Habana, de donde él era. Otro de los hombres también era de la capital, más serio; hicimos lo mismo. El tercero se llamaba Luján, de Manzanillo, también un hombre serio, lo enviamos para allá.

El Ejército me estaba buscando, pero no le dio mucha importancia al asunto.

Katiuska Blanco. Existe una fotografía suya en Birán al regreso de la expedición. Se le nota la piel curtida y oscura por el sol y el pelo hirsuto. Usted aparece sin camisa y es la viva estampa de alguien tras una prueba difícil. La imagen la captó su hermano Ramón. Al fondo se aprecian los horcones de caguairán de la casa grande. ¿Usted sentía que Birán era el lugar más seguro?

Fidel Castro. Sí, en Birán me refugié unos días. Los militares capturaron a casi toda la expedición y llevaron a los enrolados hasta La Habana en vagones de carga, como si fueran ganado. Era humillante, terrible lo que pasó con aquella gente.

Nosotros fuimos los únicos que escapamos, no caímos prisioneros, pero, desgraciadamente, sí se perdieron las armas. Quedó aquello de que no nos dejamos apresar.

Estuve unos cuantos días en Birán para ver cómo reaccionaban las fuerzas implicadas y, cuando vi que empezaron a liberar a toda la gente de la expedición, concluí que no había nada especial en relación conmigo, que no me estaban persiguiendo. De todas maneras decidí viajar a La Habana de forma clandestina. Fue la primera vez en mi vida que me disfracé.

Como era conocido en la capital y sabían que me había escapado y llevado armas, imaginé que debían tener interés en capturarme. Entonces me puse un sombrero de yarey, una guayabera, espejuelos, no sé cuántas cosas hice. Así me fui a tomar un tren en la estación de Alto Cedro hasta La Habana el mismo que había tomado por primera vez cuando fui para el tercer año de bachillerato, allá por el año 1942, en viaje al Colegio de Belén. Separé pasaje en un vagón de los que tenía dormitorio. Iba muy disfrazado, rarísimo, para que no me fuera a reconocer alguien.

Caminaba hacia el extremo del vagón cuando oigo un grito: «،،،Fidel!!!». Era un compañero mío del Colegio Dolores, que no veía hacía no se sabe cuánto tiempo, y me dijo: «،Te conocí por la espalda y por el caminado!». Dije: «،Shhh, cállate la boca, chico, que estoy disfrazado!». Me creía que estaba disfrazado, y aquel que hacía un montón de años no me veía, me reconoció.

 Katiuska Blanco. Entonces, ¿usted decidió que nunca más en su vida se disfrazaría?

Fidel Castro. ،Fue la primera vez que me disfracé en mi vida! ،Y la última! Desde entonces, llegué a la conclusión de que no podía disfrazarme nunca, de que yo no tenía manera de hacerlo. A partir de ahí determiné en mi vida hacerlo todo legalmente, sin necesidad de pasar clandestino; y toda la organización de la lucha contra Batista la realicé en la legalidad. Busqué otros camuflajes y disfraces. Llegué a la convicción más absoluta de que en la lucha clandestina no podía disfrazarme de nada, que la figura mía y la manera de caminar, los hombros, la espalda, me traicionaban definitivamente.

Así llegué a La Habana, creyendo que el Ejército me estaba buscando, y aquel en realidad ni se preocupaba por mí, porque habían capturado las armas y todo. Al final no hubo ningún problema, además, porque la expedición fue frustrada sin combates ni muertos.

A los miembros de la expedición, cubanos y dominicanos, les confiscaron las armas y los barcos. Y, como el gobierno estaba vinculado con los jefes de la expedición y todo aquello, los pusieron en libertad; pero lo perdieron todo, no recuperaron absolutamente nada. No le dieron importancia a que alguien se escapara.

،La sorpresa fue cuando llegué a la Universidad! Me bajé, fui no sé a dónde e inmediatamente a la Universidad: ،Pram,  pram!, iba subiendo por la escalinata. Todo el mundo me miraba asombrado porque las noticias llegadas allí eran que al tirarme en la bahía de Nipe los tiburones me habían comido. Ya estaban todos los estudiantes lamentando mi muerte, mucha gente triste allí por mi final. Cuando me vieron subiendo la escalinata ya no estaba disfrazado era un muerto aparecido. Estaban asombrados, ،pero asombrados! Llegaba la gente corriendo a saludarme como a un muerto que ha resucitado. Así me recibieron en la Universidad de La Habana después de la expedición de Cayo Confites. Por supuesto, los amigos, los compañeros, se pusieron muy contentos, y el único saldo fue que me libré de la humillación de haber caído prisionero después de tan «gloriosa expedición» y en vez de terminar como libertadores, hacerlo en un vagón de ganado como prisioneros del Ejército.

En aquel momento mis antiguos enemigos de la Universidad encabezados por Salabarría, Roberto, el de la motorizada, y muchos de los jefes de la policía estaban presos por haberse involucrado en la matanza de Orfila y sobre ellos cayó la opinión pública de una manera atroz.

Masferrer regresó y trató de capitalizar las glorias de la expedición: el libertador, el que estuvo allí. Empezó a hacer demagogia con todo. En su revista semanal Tiempo en Cuba, que mantenía con fondos gubernamentales, acusó al Ejército y no al gobierno. Culpó al Ejército, a Genovevo Pérez, del fra caso de la expedición; no podía explicar por qué se entregó y la traicionó.

Eufemio siguió en el gobierno, pero después tuvo una evolución mala. Al principio, estuvo apoyando a la Revolución, pero al final terminó conspirando en su contra, en víspera de la invasión de bahía de Cochinos. Los tribunales revolucionarios lo juzgaron y lo fusilaron.

Manolo Castro regresó. No fue a la Universidad, estaba totalmente desprestigiado después de la matanza de Orfila, no porque él tuviera responsabilidad directa propiamente, sino porque formaba parte de todo. Creo que él tenía un cine pequeño. Estaba tranquilo. Había perdido cargo, influencia, prestigio.

Mi posición seguía siendo en contra del gobierno. Ya entendía perfectamente cuáles eran los problemas de la Revolución y cuáles los del país. Estaba librando una batalla política con el respaldo de los estudiantes universitarios.

En tal etapa yo no era estudiante regular porque quería cursar el tercer año y, para hacerlo, tenía que ser estudiante libre; sin embargo, conté con el máximo de apoyo y prestigio en la Universidad; no solo con el de la Escuela de Derecho, sino con el de todos los estudiantes universitarios. Decidí no aspirar a cargos porque, como no estaba matriculado, no podía postularme. Para ello tenía que matricular en segundo año, cosa que no hubiera hecho nunca, pues siempre criti qué con mucha fuerza a los eternos líderes universitarios, los tipos con 30, 35 o 40 años, que no estudiaban ni hacían nada y eran líderes universitarios. Así hacía la gente de la mafia, se matriculaban para ser electos dirigentes. Era el caso de Manolo Castro y muchos otros.

No me resignaba a la idea de volver a la Universidad y matricular en segundo año para poder ser presidente de la escuela. Hubiera tenido todo el estudiantado a mi favor; sin embargo, no quise hacerlo. Era una actitud consecuente cuando ya no tenía adversarios y contaba con el apoyo y la simpatía de la masa estudiantil, que conservé siempre.

Me convertí en un líder de la Universidad por la libre, y, desde entonces, las grandes manifestaciones, los grandes movimientos, las grandes cosas, las hacía en la Universidad sin ser dirigente oficial. Eso no me quitaba la influencia grande que tenía entre los estudiantes; en realidad actué de forma absolutamente consecuente con lo que yo pensaba, con lo que yo creía, y demostré una ausencia total de interés por los cargos y por los honores oficiales por primera vez en mi vida.

Finalmente me reservé para hacer los exámenes por la libre y pude culminar las asignaturas que tenía pendientes, pero seguí teniendo siempre una gran influencia en la Universidad. Aquella gente que en una ocasión me había apoyado, los compañeros de los asesinados en la masacre de Orfila, se enfrascaron en una lucha de revancha contra el grupo de los vic timarios en dicha masacre.

Katiuska Blanco. —¿Usted se refiere a los miembros de Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR)?

Fidel Castro. Sí, claro. Ellos creían que tenían razón, que era muy justo actuar contra el gran crimen. Les habían asesinado al jefe y a un montón de compañeros; se consideraron en el deber de tomar venganza. Por eso creo que hicieron algo incorrecto. Mataron a Manolo Castro el 22 de febrero de 1948, quien por aquel entonces no significaba nada, se encontraba desacreditado, ya no estaba en la Universidad. Él no había tenido una responsabilidad directa en lo sucedido en Orfila. Fue algo absolutamente incorrecto porque se trataba de una venganza con figuras de aquel grupo. Uno estaba preso, otro en distinto sitio, y como Manolo Castro era uno de los líderes, lo escogieron a él; sin embargo, no era el más grosero, no era el peor. Masferrer era mucho peor, era un bandido, un fascista, un farsante, un traidor. Escogieron al virtualmente desarmado, que estaba en actividades normales.

Cuando ocurrió, enseguida Masferrer tomó aquel hecho y lo usó para tratar de involucrarme. Era una etapa de peligro porque lo de Orfila originó una guerra entre grupos.

Katiuska Blanco. —¿Usted conocía el testimonio de Fernando Flórez Ibarra donde cuenta cómo Masferrer propuso asesinarlo? En su relato, Flórez Ibarra explica que Masferrer sentía una irracional hostilidad hacia usted, «rayana en la fobia obsesi va», a causa de su liderazgo indiscutible frente a la masa estudiantil. El propósito de Masferrer era urdir una trama para implicarlo a usted en el asesinato de Manolo Castro, lo cual le serviría de pretexto para su eliminación física. Flórez Ibarra dice que le constaba que la acusación no tenía pies ni cabeza porque un amigo común de usted y de él, Benito Besada, compañero de escuela, con quien había conversado días después del crimen, le había confiado que a la hora precisa del atentado a Manolo, él se encontraba con usted en un sitio distante. Por otra parte, afirma que todos sabían que usted no tenía vínculo alguno con la UIR, organización señalada como responsable del atentado. Flórez Ibarra interrumpió a Masferrer cuando enunciaba sus propósitos y le contó lo conversado con Benito Besada. Entonces, Masferrer, fuera de sí, vociferó que aquello era lo de menos, que urgía liquidarlo a usted a toda costa, importando un bledo si había participado o no en la muerte de Manolo. Flórez Ibarra confiesa que no daba crédito a lo que oía porque no imaginaba la transformación que Masferrer había sufrido en apenas tres años y ni siquiera podía imaginar el grado de envilecimiento a que había llegado. Textualmente concluye: «Aunque en mi fuero interno no albergaba simpatía alguna por Fidel, que había apoyado a mi rival cuando me presenté como candidato a delegado de una asignatura, no podía concebir que alguien fraguara su asesinato, o el de cualquier otro estudiante, como único medio para neutrali zar su prestigio».

La historia pude leerla en el libro Yo fui enemigo de Fidel, cuya segunda edición fue publicada por la Editorial de Ciencias Sociales, en el año 2002.

Fidel Castro. En aquel período, Masferrer aliado al gobierno con su revista, desarrolló una campaña en la que trató de imputarme la muerte de Manolo Castro y de otros hombres de una manera infame, calumniosa, como parte de una maquinación política. Quería estimular contra mí el sentido de la venganza, crearme problemas legales, incluso, de riesgo personal, para así justificar, en la lucha, mi muerte en cualquier momento, o que me arrestaran. Fue una campaña política desfavorable de descrédito contra mí.

Frente a tal acusación tomé la iniciativa, me presenté a las autoridades y planteé mi inocencia. Les pedí que hicieran cuanta prueba quisieran. Tuve que defenderme legalmente de la acusación. Pero la implicación legal no era la más grave, el riesgo real era ser víctima de un asesinato por parte del gobierno con el pretexto de una venganza. Entonces debía andar desarmado en medio de una situación de peligro muy grave.

Libraba una lucha absolutamente desarmado desde que regresé de Cayo Confites, porque hasta la pistola se había perdido. La verdad es que Pedro Emilio me da pena contarlo, un día fue de visita por Birán y dijo que él iba a traer la pistola a La Habana, y la dejó en una casa de empréstitos. Pedro Emilio  por entonces andaba sin dinero, así que la empeñó y la vendió. Aquel fue el final «súper glorioso» de la única arma que salvé de la expedición.

A mi regreso a la Universidad, cuando estaba librando una lucha tremenda contra el gobierno, se inició aquella infortunada guerra en que gente noble y honrada actuó de una manera absolutamente incorrecta, a mi juicio, porque no estaban guiados por una concepción revolucionaria, aunque creyeran que era un deber sagrado, de hermandad y solidaridad, realizar atentados.

Katiuska Blanco. La lucha de grupos, como usted dice, se agudizó. Según el estudio que guarda la Oficina de Asuntos Históricos, desde mayo de 1947 hasta marzo de 1952, cuando Batista dio el golpe de Estado, se realizaron casi 30 atentados en el país, contando solo los que involucraban a la UIR contra otras organizaciones. El peligro era pasmosamente grande.

Fidel Castro. Sí. Ya contaba con la máxima autoridad entre los estudiantes, aunque no era alumno regular. Continué desatando una activa campaña antigubernamental. Organicé una serie de manifestaciones desde la escalinata universitaria contra el gobierno. Recuerdo que poco antes, una fue con motivo de la muerte de un estudiante de preuniversitario, Carlos Martínez Junco, a quien le dispararon frente al Instituto de La Habana el 9 de octubre de 1947. La manifestación fue el día 10 y acudieron miles de estudiantes frente al Palacio Presidencial.  Por ahí hay una foto de aquel mitin, donde aparezco encaramado en la antigua muralla, frente al viejo Palacio, hablándole a la gente. Como denuncia del crimen, nosotros condujimos el cadáver frente a Palacio, donde estaba el gobierno.

Grau había invitado a una representación de los estudiantes a discutir con él y dije que no. Expresé que no queríamos verlo, sino que se fuera del gobierno.

En un momento de efervescencia patriótica al menos yo lo creía, en la lucha contra Grau, visité Manzanillo, me reuní con los veteranos de la Guerra de Independencia, con un concejal que estaba en oposición al gobierno, y les pedí que nos prestaran a la Universidad la campana utilizada por Carlos Manuel de Céspedes en el ingenio La Demajagua, el 10 de octubre de 1868, cuando dio el grito de independencia. Persuadí a los veteranos y al Ayuntamiento de que me entregaran aquella reliquia para organizar un mitin de protesta contra Grau en la capital.

Ya el gobierno estaba tan desprestigiado ante la opinión pública, por la corrupción, la malversación, el robo, que el municipio de Manzanillo me entregó la campana para llevarla a un acto universitario, y en un tren la trajimos. Hubo una gran movilización. Una gran multitud recibió la campana.

También estoy retratado con ella; venía en el tren cuidándola. La desembarcamos en la estación terminal, la cargamos, la llevamos con muchos honores frente a Palacio, y la trasla damos a la Universidad.

¿Qué ocurrió con la campana? Tuvo lugar algo insólito. La campana llegó a La Habana el 3 de noviembre, estuvo un día en el Salón de los Mártires de la Universidad, y en la noche del 5 de noviembre, un día antes del mitin, fue robada por Eufemio y Alemán, elementos de la mafia del gobierno.

Entonces en el salón de los mártires universitarios no había una guardia porque existía la policía universitaria, pero tenía muchos locales que custodiar y me avisaron del robo de la campana por la madrugada. Inicialmente no se sabía quién, solo que eran los intereses del gobierno los que estaban detrás. Aquel mismo día hablé en una concentración grande, enorme, en la escalinata de la Universidad, por la noche. Se hizo una gran movilización, una gran manifestación. El 27 de noviembre pronuncié el discurso en un gran acto.

Organicé innumerables actividades. Vivía una agitación continua. Yo me paraba en la escalinata, nada más alzaba los brazos y eran miles de estudiantes los que se movilizaban. Había una lucha política de masas muy fuerte allí.

Después supimos que quien se había robado la campana era Eufemio Fernández el jefe del segundo Batallón en Cayo Confites y su grupo. Cumpliendo instrucciones del gobierno, se presentó en la Universidad de madrugada, se llevó la campana, la escondió y después se la entregaron a Grau, como una especie de reivindicación hacia él. Así actuaba aquella  gente; incluso, los menos sanguinarios, con una mejor actitud personal, eran gente más o menos de tal calaña.

Así terminó el año 1947, con grandes movimientos y manifestaciones en la Universidad.

A principios de 1948, en el mes de enero, asesinaron a Jesús Menéndez, dirigente obrero azucarero del Partido Comunista. Ya en el gobierno de Grau se iniciaba una etapa de asesinatos de dirigentes obreros y comunistas. Nosotros hicimos declaraciones muy fuertes contra el asesinato de Jesús Menéndez y participamos en el entierro.

En todas aquellas manifestaciones siempre estuvieron cara a cara la policía y los estudiantes. A veces era tan grande la masa de estudiantes, que no la interceptaban para evitar conflictos mayores. Otras veces llegábamos a enfrentar a la policía con piedras.

Recuerdo un invento que hicimos una vez. La Universidad está en una colina, el tranvía pasaba por allí, los raíles llegaban hasta la calle San Lázaro, dos o tres cuadras más abajo. Recuerdo que en una oportunidad echamos gasolina en las líneas del tranvía, la gasolina rodó hasta donde estaba la policía, entonces encendimos candela en el extremo; un río de llamas avanzó hasta donde estaban ellos. Los policías corrían cuando venía la candela, y se ponían en marcha las perseguidoras, ،el escándalo! Era una de las armas nuestras: volcar un bidón, un tanque de gasolina sobre las líneas del ferrocarril y era como  un lanzallamas, un río de fuego. Otras veces los policías atacaban, tiroteaban la Universidad. Todo aquello sucedía. Así, de manera convulsa, empezó el año 1948.

En una de las manifestaciones, el 12 de febrero de 1948, chocamos con la policía. Con una porra, un tolete utilizado por la policía, me dieron un golpe fuerte en la cabeza, casi perdí el conocimiento, derramé bastante sangre y me llevaron herido para la Universidad. Tenía en jaque al gobierno y a todo el mundo. Estaba totalmente ligado a la lucha de masas contra el gobierno de Grau. Para entonces había tenido un gran avance, ya comprendía todos los métodos de masas, de lucha, movilización y manifestación; esto lo hacía por instinto, un gran instinto político de movilizar al pueblo y a las masas. Además, siempre tenía la idea de que si la Universidad era tomada por la policía, había que resistir. No contábamos con armas, pero siempre era partidario de que a la Universidad había que defenderla como a una fortaleza.

Por eso estuve desarmado, desde que llegué de Cayo Confites, desde octubre de 1947, hasta el 26 de julio de 1953 claro, hice prácticas; y desde noviembre de 1947 hasta el 10 de marzo de 1952, casi cuatro años y medio tuve que desafiarlo todo: al gobierno de Grau y las mafias. Llegó el punto en que tales grupos se enfrascaron en una guerra de rivalidades internas y abandonaron todos los ideales políticos. Vivían del presupuesto del Estado. Fue el momento en que entré en con flicto con todas las organizaciones, hasta que las denuncié.

Katiuska Blanco. Sí, usted presentó un escrito al Tribunal de Cuentas el día 4 de marzo de 1952, publicado a la siguiente jornada por el periódico Alerta, donde denunciaba por sus nombres y apellidos los 2120 puestos que tenían los grupos gangsteriles en los ministerios.

Fidel Castro. Era una larga y pormenorizada lista. En todo aquel tiempo, además, adquirí una gran influencia en la Universidad, tenía más madurez, desarrollé una lucha muy fuerte contra el gobierno y ya me tomaban en cuenta; era un obstáculo serio para ellos. Si yo usaba un arma, la policía me arrestaba inmediatamente, me sacaba de circulación, me ponía fuera de la ley, y yo tenía que luchar dentro de la ley. Había ido adquiriendo un desarrollo político muy rápido; valoré la lucha política, la lucha del pueblo, la lucha de masas, y desde que regresé de la expedición de Santo Domingo, ya pensaba en la revolución en Cuba y que algún día había que hacerla, pero tenía que mantenerme luchando.

En aquel período fui consolidando más mis relaciones con los ortodoxos y participé desde muy al principio en aquel partido. Estaba desde los primeros momentos con el Partido Ortodoxo.

Desde bien temprano se fue formando dicho grupo. El 14 de marzo de 1945 ocurrió el primer crimen político del régimen de Grau que provocó las primeras denuncias de Chibás  contra el régimen. A partir de entonces puede decirse que comenzaron las campañas.

Otro hecho fue el negocio del trueque de azúcar cubana por cebo argentino y arroz ecuatoriano, que fue el primer gran escándalo de latrocinio. Aquello ocurrió en abril de 1945.

A principios del año 1947 se formó la tendencia ortodoxa, y yo desde el primer momento estuve en contacto con quienes asumieron tal posición. Se formó primero como grupo de oposición dentro del propio Partido Auténtico en 1945 y se prolongó hasta 1946. A comienzos de 1946, después de una visita al presidio de la Isla de Pinos, hice la primera denuncia, y en marzo acusé a Mario Salabarría de asesino por sus atropellos. Ya en los años 1945-1946 estaba vinculado a los ortodoxos.

Tuvo lugar un proceso. Ellos fueron inicialmente un grupo en la oposición dentro del Partido Revolucionario Auténtico, pero no habían fundado una agrupación política aún. El Partido Ortodoxo se fundó en 1947.

Al ingresar en la Universidad todavía no tenía cédula ni voto ni tenía derecho a inscribirme en un partido, porque solo era posible a los 21 años. Estaba como simpatizante, como amigo.

Rubén Acosta fue de los primeros dirigentes del Partido Ortodoxo. A él lo conocía desde muchos meses atrás el ortodoxo a quien acudí cuando la amenaza de que no volviera a la Universidad, el hombre al que le faltaba el brazo. Es decir,  yo tenía contacto con varios dirigentes ortodoxos, pero uno de los más amigos era Rubén Acosta, quien había pertenecido al Partido Auténtico, e inició el movimiento del Partido Ortodoxo. La fundación oficial fue el 15 de mayo de 1947, antes de la expedición de Cayo Confites.

Yo actuaba como estudiante y dirigente universitario, pero no tenía responsabilidades en el partido. Simpatizaba, apoyaba en declaraciones públicas, en todo, pero no era dirigido por el partido. Actuaba por mi propia cuenta.

Katiuska Blanco. Comandante, al escribir sobre tal etapa de su vida, en un artículo publicado años después desde México, usted afirmó: «Yo andaba por las calles de La Habana desarmado y solo». Mientras más leo sobre dicha época, más me asombro y pregunto: ¿Cuántas causas y azares debieron confluir para que usted se salvara? Parece un verdadero milagro que sobreviviera en medio de tantos peligros, cuando con un gran liderazgo entre los estudiantes denunciaba continuamente al gobierno y los grupos gangsteriles. ¿Usted coincide conmigo en tal certeza o tiene alguna otra razón que lo explique?

Fidel Castro. Te venía explicando la difícil situación de la lucha por aquellos días.

En la Universidad sucedieron hechos importantes en mi vida: la lucha contra el gobierno de Grau, junto a personas honradas, a la gente que denunciaba las injusticias. Considero mi participación en la expedición de Santo Domingo como un  gesto noble y altruista: me fui sin un amigo, completamente solo, tomé el caminito así, para participar en una acción organizada y dirigida en gran medida por quienes habían sido mis enemigos, sin decir nada en mi casa, sin decir nada a nadie.

Después, por las mismas razones, me enrolé en el estallido de Bogotá, y también fui solo.

Puedo asegurar que lo que hice entonces fue lo más altruista, lo más desinteresado, lo más moral; aunque no fuera una razón suficiente para decir que todo estaba bien. Debí también medir o valorar mejor entre el sacrificio máximo, total y el objetivo de lo que estaba buscando. Fue una de las etapas más altruistas, desinteresadas y arriesgadas de mi vida. Fue muy duro para mí recién salido del Colegio de Belén, y también poco tiempo después enfrentarme a problemas graves sin ninguna experiencia.

¿Cómo salí yo vivo de todo eso? No es del todo milagroso, creo que mi conducta fue un gran freno. ¿Qué fue lo que posiblemente frenó muchas veces la mano de mis enemigos? Bueno, los gestos que yo tenía: no les tenía miedo, me metí en una expedición y contaba con mucha simpatía entre los estudiantes; entonces, como quiera que sucediera, mi muerte habría sido, en aquella época, en tales circunstancias, algo muy escandaloso. Me defendí como el domador de leones, haciendo ruido con el fuete y contando con la simpatía que tenía entre mis condiscípulos. Creo que me ayudó el hecho de ser un tipo  solo. En dichas circunstancias, ellos quizás pensaron como Batista, que yo no podía hacer gran cosa solo. Por lo menos los irritaba, los irritaba tremendamente.

¿Por qué no me mataron? Algunos de tales elementos psicológicos debieron influir; pero tampoco me mató Batista, aunque considero que él calculó más que era un muerto pesado y no un enemigo inofensivo. Ya tenía un muerto pesado, porque sobre él gravitaba la acusación de que era el asesino de Guiteras. Prefirió no complicarse en aquel momento, era más conveniente para él.

¿Nos tendría algún respeto por el hecho de que hubiéramos desafiado su poder, su Ejército? ¿Habría algún respeto? No es imposible, no es del todo imposible. O sea, Batista no me mató porque su reacción fue semejante a la de aquella gente. No puede ser un milagro, tiene que existir una explicación, que no fue precisamente la prudencia mía. Yo debí ser más prudente, no más prudente, debí ser prudente, y creo que todo se hubiera podido lograr sin necesidad de aquellos desafíos.

Si hubiera sabido entonces lo que conocí después, no hubiera entrado en tales desafíos donde las posibilidades de éxito no existían. Luego lo hicimos cuando el gobierno de Batista: no fuimos a atacar Columbia, organicé para atacar al otro extremo de la isla, en una guerra de otro tipo; nosotros no desembarcamos por La Habana ni por Manzanillo; no intentamos ocupar Manzanillo ni Santiago de Cuba, los tomamos después. Había  que saber qué objetivos podíamos tomar. Si tal experiencia la hubiera tenido cuando ingresé en la Universidad, ،ah! ¿Qué era lo que sabía yo? Lo que aprendimos después. Ya ahora no vale, después de 50 años de Revolución, ،pero a año y medio de haber salido de los colegios de los jesuitas! Hubiera sido muy útil para mí todo lo que sé hoy.

En aquella época de la Universidad se perdieron muchos jóvenes en luchas inútiles, estériles. Aprendí mucho, después, a lo largo de toda la historia de la Revolución. Luché incansablemente por mantener la unidad.

Katiuska Blanco. Comandante, el 4 de septiembre de 1995, en el Aula Magna de la Universidad, le escuché decir algo sorprendente para mí: «Y si me falta algo por decir es que, aunque aquí hubo luchas y hubo conflictos aquí en esta Universidad, que he mencionado, unos cuantos de los que fueron enemigos aquí, y algunos de los que hasta quisieron matarme y estuvieron en planes para matarme, se unieron después a la Revolución con el Movimiento, sobre todo, en la Sierra Maestra, en la guerrilla. Así que muchos de los que fueron adversarios aquí, y fuertes adversarios, después se unieron al Movimiento 26 de Julio, y lucharon y algunos murieron, para que ustedes vean las paradojas que tiene la vida y cómo unos tiempos son sustituidos por otros. Tuvieron confianza y se unieron».

Siento que fue una suerte cubrir aquel acto en la Universidad como reportera del diario Granma. Nunca olvidaré sus palabras.

¿Quince años después usted conserva igual visión?

Fidel Castro. Puedo ratificar todo lo que dije. Fueron vivencias extraordinarias e inimaginables las de la Universidad por su repercusión. Allí también aprendí que no se deben sobrestimar ni subestimar las fuerzas. En cierto momento me dejé llevar por ciertas ambiciones. Era muy prematuro para ser presidente de la escuela cuando aún estaba en segundo año de la carrera. Claro, creí que estaba actuando bien, que era el que más posibilidades tenía, el más fuerte, y quizás tenía razón en cierto sentido; pero ¿por qué apurarse?

En realidad, aquellos encontronazos con la mafia de la Universidad pudieron haberme costado la vida; sin embargo, me enrolé en la expedición de Cayo Confites, no me frenó el hecho de que mis enemigos fueran los principales jefes de aquella acción.

Yo contaba con el respaldo de la masa universitaria, gozaba de gran simpatía entre los ortodoxos, pero lo que hacía no era por cuenta de ese partido, ni el partido era responsable de mis actos, y frente a todo andaba desarmado.

No sé si alguna vez, en algún momento, pude haber estado armado en algún lugar, en una casa, pero casi invariablemente estaba sin arma porque le estaba creando problemas muy serios al gobierno, no iban a permitir que yo dispusiera de un  arma, así tendrían pretexto legal para encarcelarme, lo que yo evitaba.

Katiuska Blanco. Comandante, en medio de la situación de peligro en que se vio involucrado por las campañas de Masferrer, el hervor de las luchas universitarias contra el gobierno de Grau, sus denuncias de la corrupción y los asesinatos, usted promovió la idea de hacer el Congreso de Estudiantes Latinoamericanos. ¿Podría narrarnos qué acontecimientos lo llevaron a desarrollar tal iniciativa? ¿Qué causas lo alentaron?

Fidel Castro. Por entonces surgió la idea del viaje, una idea mía. A mi regreso de Cayo Confites continuaba simpatizando con la causa dominicana y con la de Puerto Rico.

Antes de llegar a tener una filosofía marxista, ya estaba en la lucha por la democracia en Santo Domingo, en la lucha por la independencia de Puerto Rico, por la soberanía de las Malvinas, la devolución del canal a Panamá; ya acompañaba todas aquellas causas latinoamericanas. Entonces pensé en organizar el Congreso de Estudiantes Latinoamericanos, para luchar contra las injusticias en nuestro continente.

No era una lucha antiimperialista en el sentido leninista, sino patriótica, nacionalista, latinoamericanista. Claro, ya me definía como un hombre de izquierda totalmente, pero todavía no era un marxista-leninista; estaba muy cerca de serlo, porque ya libraba una batalla contra el gobierno, la corrupción, el robo, el peculado. Denuncié los crímenes como el de Jesús Menéndez, las persecuciones y los asesinatos contra los dirigentes obreros y comunistas. Era un hombre de izquierda antes de ser un cabal revolucionario, en aquel brevísimo período de tiempo, de apenas dos años.

Entonces, concebí la idea de organizar en Colombia un Congreso Latinoamericano de Estudiantes al mismo tiempo que tenía lugar allí una reunión muy importante: la IX Conferencia Panamericana. Estaba pensando extender la lucha a América Latina y organizar a los estudiantes latinoamericanos. Fue en el período de la Guerra Fría, y estaba metido en camisa de once varas: luchaba por la democracia de Santo Domingo, la independencia de Puerto Rico, la devolución de las Malvinas, la desaparición de las colonias y por la devolución del Canal de Panamá.

Desde época tan temprana como en los primeros años, cuando apenas tenía dos años y medio de haber ingresado en la Universidad, hice el intento de organizar a los estudiantes latinoamericanos y hasta elaboré la idea.

Por aquella época Perón presidía Argentina, tenía conflictos también con Estados Unidos y reclamaba las Malvinas. Su postura era patriótica, nacionalista. Un argentino Iglesias hacía mucha campaña a favor de los peronistas, por distintos temas y sobre algunas medidas sociales adoptadas efectivamente, aunque había cierta confusión todavía sobre lo que era el peronismo. Iglesias hizo contacto con nosotros y le planteé  lo que pensaba y a ellos les interesó el programa por las Malvinas. Estuvieron de acuerdo, quisieron cooperar e iban a mandar estudiantes peronistas. Así es como se organizó el viaje.

No hacía mucho tiempo, en Venezuela una revolución había derrocado al gobierno militar. Acontecía lo que nosotros creíamos una revolución, pero realmente era una lucha política, democrática, pudiéramos decir una revolución democrática. Fue cuando finalizó el gobierno que encabezaba [Rómulo] Betancourt y resultó electo presidente Rómulo Gallegos, el novelista.

En Panamá existía una intensa lucha de los estudiantes alrededor de las demandas de los derechos sobre el Canal de Panamá, una lucha nacionalista, patriótica, llevada por parte de los estudiantes panameños. En Colombia había un movimiento estudiantil fuerte y se iba a celebrar la IX Conferencia Panamericana.

Entonces, tracé un plan. Reunimos un poco de recursos, muy pocos; ni recuerdo cómo conseguí los fondos, si pedí algo en mi casa, los pasajes no eran muy caros. La idea era viajar de La Habana a Venezuela para hablar con los estudiantes, expresarles todo esto, pedirles apoyo. De Venezuela a Panamá primero. Planifiqué ir luego a Colombia, hablar con los estudiantes, solicitar apoyo, era muy importante. Mientras tanto ampliábamos relaciones con otros estudiantes.

Iba a movilizar también a los argentinos, porque teníamos  una coincidencia de intereses: lo de Santo Domingo, lo de Panamá, lo de las colonias, y todo coincidía con la lucha de los argentinos por las Malvinas. De modo que yo estaba ya defendiendo la causa de las Malvinas desde el año 1948, hace más de 60 años que por primera vez, como estudiante universitario, empecé a defender dicha causa.

Organicé el viaje, pero cometí un gran error, hice una gran tontería. Era en el mes de marzo, ¿cuándo fue lo de Bogotá? Los preparativos los realicé más o menos en el mes de marzo. No habían transcurrido cinco meses de la expedición de Cayo Confites contra Trujillo y yo me monté en un avión de aquellos aviones DC-3 con dos motores, que hacía escala en Santo Domingo y fue haciendo escala en todas las islas del Caribe. Por entonces no había Jet ni aviones que volaran directo a Venezuela; no, no, cuando aquello eran DC-3, unos avioncitos. El hecho es que el avión arrancó de La Habana y aterrizó en Santo Domingo, en Ciudad Trujillo.

Fue algo tonto lo que hice. Llegué al aeropuerto de Ciudad Trujillo y creo que era suficientemente conocido como para que supieran que era el presidente del Comité Pro Democracia de Santo Domingo y expedicionario. Me bajé del avión a ver cómo era aquello por allí. Había unos tipos trujillistas, se veía claro que lo eran, y me puse a conversar con ellos, sin disfrazarme, sin ocultarme, y mientras estaba hablando, conversando sobre no sé qué cosa, los tipos me reconocieron, ،suerte que  la parada era muy breve!, de unos minutos nada más, así que de súbito ya se iba el avión, me monté en él, arrancó y no me pasó nada. Ahora me pregunto: ¿Qué hacía yo aterrizando en Santo Domingo, y en vez de quedarme en el avión allí calladito, cómo es que me dispongo primero a bajarme y luego a entablar conversación? ¿Cómo di lugar a que me reconocieran? El avión fue haciendo escala no sé en cuántos lugares, hasta que llegó a Venezuela entonces no existía la carretera de La Guaira.

Yo no tenía más título que mis argumentos. A todo esto, había renunciado a ser dirigente oficial, solo era una especie de dirigente espiritual. Organicé todo el movimiento con el apoyo de la gente, pero no tenía un título oficial. Estaba de presidente Enrique Ovares, estudiante de Arquitectura, alguien mediocre a quien habíamos elegido como una solución conciliatoria. Alfredo Guevara era secretario de la organización. Y yo sin ningún título universitario estaba preparando un congreso.

Muy probablemente esto no gustó mucho a Ovares ni tampoco a Alfredo que, al fin y al cabo, eran los líderes oficiales de la FEU y yo solo un agitador que había renunciado a los cargos oficiales. Si yo hubiese matriculado como alumno oficial en la Universidad, en la elección hubiera contado con el apoyo de la inmensa mayoría del estudiantado, pero renuncié porque sentía que no me hacía falta hacerlo. Me importaba más  luchar. Ya yo no importaba prácticamente nada, me importaban las cosas que hacía, por las que luchaba y vivía. Creo que es un momento muy importante en la vida de cualquier hombre, cuando le importa mucho más lo que hace, las cosas que hace, que uno mismo; le importa más que se resuelvan los problemas que uno mismo o quien consigne las realizaciones. Es un momento realmente esencial en el desarrollo político de un individuo, un punto vital.

Y estaba organizando el congreso, no podía contar con Ovares porque él, al fin y al cabo, aunque lo habíamos elegido, era un bobo, un mediocre completo, no sabía ni dónde estaba parado. Creo que Alfredo tenía influencia en él porque contaba con más preparación; a lo mejor hasta los discursos que hacía Ovares se los hacía Alfredo, como secretario.

Todavía no existía una identificación plena de los comunistas conmigo, y creo que con razón, porque todavía yo no era un marxista-leninista, pero puedo hacerles la crítica de que no hicieran un esfuerzo por captarme porque, al fin y al cabo, yo habría podido servir para luchador comunista, porque tenía la preocupación, el temperamento, la sensibilidad. Posiblemente el hecho de que yo proviniera de un colegio de jesuitas constituyera un prejuicio entre ellos. Si usted provenía de un colegio de jesuitas, era hijo de un terrateniente y, además, todavía no estaba muy versado en marxismo-leninismo, tenía lógica que existiera algún prejuicio. No importaba lo  que hubiera hecho, si luchaba contra el gobierno, el terror, la fuerza; si luchaba por causas justas.

Todavía no tenía muchos títulos para merecer la simpatía, o al menos la confianza, de los 14 o 15 cuadros comunistas que había en la Universidad, entre ellos, Alfredo Guevara. Realmente en tales circunstancias estaba ignorando un poco la dirección oficial de la FEU que ostentaba Ovares, no porque estuviéramos en conflicto, sino porque no veía en dicho dirigente alguien con iniciativa o que sirviera para algo.

Lo curioso es que yo llegué, me reuní con los estudiantes venezolanos y estuvieron de acuerdo conmigo. Visité el periódico del Partido Acción Democrática, incluso, logré una entrevista con Rómulo Gallegos, a quien no vi porque estaba en una playa en La Guaira. Todos estuvieron de acuerdo con realizar el congreso.

Estuve en Venezuela, después en Panamá, fui a la Universidad, estremecida por una gran efervescencia: un estudiante había quedado inválido por un disparo de los marines yanquis, y se le consideraba un símbolo. Lo fui a visitar, hablé con él y logré que los estudiantes panameños también apoyaran el congreso estudiantil. Ya contaba con el apoyo de los venezolanos y los panameños.

 

 
 
 
 

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