01
Junto a los comunistas, militancia
ortodoxa, Chibás
como Robespierre, último aldabonazo,
Batista temeroso, Pardo Llada y la
hora de Chibás,
Quijote
con ayudante, aspirar a Representante,
estrategia revolucionaria, hermano de sus
rivales políticos,
intuir
el golpe, certeza y amargura
Katiuska Blanco.
—Comandante,
de la etapa previa al momento
en que usted se gradúa,
data la creación,
en septiembre de 1949,
de un comité
en homenaje a Rafael Trejo, con el propósito
de
rescatar la autoridad de la FEU. Usted lo integró
desde el primer día.
Como lo formaban jóvenes
comunistas y de la izquierda radical,
siete estudiantes encabezados por Enrique Ovares los
criticaron duramente. En medio de la discusión,
usted advirtió
que si ser comunista era delito, entonces habría
que retirar del Salón
de los Mártires
el retrato de Mella. Me refiero a este tema
porque explica la complejidad de los tiempos que
corrían
y da paso o fundamenta su simpatía
por los comunistas, pero también
su ratificada militancia en la ortodoxia…
Algo que puede parecer contradictorio a quienes desconozcan nuestra
historia.
¿Podría
argumentar esta certeza?
Fidel Castro.
—El
Comité
30 de Septiembre lo integraron fundamentalmente
comunistas, es la mejor prueba de mi actitud
militante, ya en una línea
marxista. Mella fundó
el Partido Comunista junto a Baliño,
supo interpretar y unir el pensamiento
martiano con el pensamiento marxista. Baliño
había
sido miembro del Partido Revolucionario de José
Martí.
En las filas revolucionarias cubanas nunca hubo contradicciones
entre el pensamiento martiano y el marxismo. Yo luchaba junto
a los
comunistas en medio de un ambiente en el que
predominaba el maccarthismo, el anticomunismo; pero quería
conservar mi libertad de acción,
además,
ya tenía
una posición
en el Partido Ortodoxo, que contaba con el apoyo y la simpatía
del pueblo.
Yo era partidario de que la revolución
había
que hacerla con la participación
de las masas populares, y el Partido Comunista
estaba aislado. Habría
podido tener quizás
más
ascendencia en la juventud porque todos eran compañeros
muy honrados, sacrificados, constantes, luchadores;
militantes bien formados, disciplinados, organizados; se
destacaban entre todos los demás.
Sin embargo, se dieron acontecimientos
que llevaron a los comunistas a una situación
de aislamiento. Por ejemplo: el Partido Comunista, fundado hacía
muchos años,
vivió
todo ese proceso de los años
30 del pasado siglo, de la guerra mundial y la formación
de los frentes populares contra el fascismo. Existía
una situación
política
internacional que llamaba a la unión
de todo el mundo; hasta Estados
Unidos junto con la Unión
Soviética
formaron parte del Frente Antifascista ante la amenaza de Hitler, de
Mussolini, del nazifascismo
en cualquier latitud. En Cuba el frente popular
significó
la alianza de partidos muy diversos, incluido el de
Batista, y eso tuvo su efecto en las condiciones de la
sociedad, porque el gobierno de Batista había
sido muy represivo, muy corrompido.
Por tanto, aquel frente, que representó
una alianza entre Batista y el Partido Comunista, produjo escepticismo
en mucha gente que odiaba la corrupción
de Batista; no entendía
las razones de estrategia mundial porque centraban su
atención
en los problemas internos.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
mi abuelo era guiterista y respetaba
a los comunistas de su pueblo, pero criticaba la
alianza con Batista.
Fidel Castro.
—Sí.
La política
de frentes tuvo su precio político
para el partido marxista en Cuba ante la opinión
pública,
sectores populares y mucha gente joven, que todavía
no tenían
suficiente conciencia política
ni capacidad para analizar históricamente
todos aquellos acontecimientos, reaccionaban
con rechazo.
Pienso que el proceso influyó
entre los elementos universitarios
y ayudó
a la campaña
maccarthista, anticomunista, que
cobró
gran fuerza con la Guerra Fría
y facilitó
todo el trabajo de aislamiento del Partido Comunista, que en aquel
período
fue muy perseguido. Destacados dirigentes obreros,
comunistas, gente honrada, luchadora, sacrificada, fueron
asesinados desde mediados de la década
de los 40, cuando la Guerra Fría
arreció.
Sobre todo durante el gobierno auténtico,
aún
más
en el gobierno de Prío.
Los auténticos
intentaban ganar simpatía
y apoyo de Estados Unidos a partir de la represión
en general y contra los comunistas, en particular.
Yo veía
en los comunistas una especie, digamos, de mártires,
de víctimas,
de cristianos primitivos, siendo perseguidos
y asesinados. Tal circunstancia despertó
en mí
un sentimiento de solidaridad hacia ellos como militantes, por su
postura de lucha tenaz y constante contra los abusos, contra
los crímenes;
además,
existía
ya una cercanía
ideológica.
La coincidencia ideológica
era total cuando concluí
mis estudios en la Universidad. Nadie me inculcó
tales ideas, había
llegado a una concepción
revolucionaria radical por mi propia cuenta. Percibí
con toda claridad aquella necesidad histórica.
Los comunistas eran los mejores cuadros obreros,
estaban en los sindicatos y defendían
siempre los intereses obreros,
pero eran una minoría
aislada en nuestra sociedad. Tenía
la percepción
clara de que, en las condiciones de Cuba, no se
llevaría
a cabo una revolución
a través
de la inscripción
en un partido comunista constituido, que iba a caer en
el aislamiento total, bajo la influencia y el poder del
imperialismo y la burguesía.
Con ello desaparecería
toda posibilidad de actuar políticamente.
El ortodoxo, por el contrario, contaba con el
apoyo de las masas que debían
ser conducidas a un camino revolucionario.
Todo aquello lo estaba pensando desde antes de la
muerte de Chibás,
pero aún
tenía
la esperanza de que su partido entrara
en contradicción
con el sistema y pudiera jugar un rol
histórico
en la vida del país,
a través
de un dirigente como
él:
combativo, luchador, honrado, consecuente con la
simpatía
de su pueblo. No era más
que una esperanza, porque Chibás
parecía
más
bien una especie de Robespierre que chocaba
sinceramente con la corrupción
y los vicios reinantes en el país.
Su prestigio y autoridad se habían
establecido durante muchos años,
aunque, sin duda, tenía
prejuicios con relación
a la ideología
comunista. Si se producía
una decepción,
entonces entraríamos
en otra fase de la vida nacional. El pueblo ya no
volvería
a soñar
con líderes
exponentes de viejas concepciones
políticas,
ya no tendría
un caudillo, un jefe, casi un amo de la
opinión
pública.
Era difícil,
sin embargo, concebir que Chibás
hiciera lo mismo que Grau, porque eran dos
caracteres muy diferentes; si aquel jefe popular defraudaba al
pueblo, entonces las masas irían
a una posición
más
radical; todas las fuerzas y sectores populares: campesinos, obreros y
trabajadores en general, estudiantes, profesionales y capas
medias progresistas, podían
ser ganados para una verdadera revolución.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
he tenido el privilegio de conocer
a Pastorita Núñez,
miembro fundador del Partido Ortodoxo,
ella me estuvo hablando de Chibás,
del proceso histórico
en que se desenvolvió.
¿Cómo
surgió
su arrolladora personalidad?
¿Qué
retos debió
enfrentar?
¿Podría
definir a Chibás?
¿Qué
esperaba de
él?
Fidel Castro.
—Ocurrió
todo un proceso en breve tiempo: 1944,
triunfo de Grau, gran decepción
popular; Chibás
emerge como acusador constante; elecciones parciales en 1950;
después
vendrían
elecciones presidenciales en 1952.
Entre 1948 y 1950 el líder
ortodoxo enfermó
cerca de ocho meses y adelgazó
mucho.
Él
había
sido senador, pero como aspiró
a presidente en 1948, no ocupó
cargo en el Parlamento entre
1948 y 1950; pero ya en 1950 se postuló
para senador por La Habana, entonces una sola provincia: campo y ciudad.
Debía
ganar fácilmente
porque tenía
prestigio y muchos simpatizantes,
era conocido como un hombre honrado: su característica
fundamental de toda la vida; es decir, no había
robado, nunca se había
enriquecido en los cargos públicos.
Recuerdo que alrededor del mes de abril o mayo de
1950, yo estaba en pleno período
de estudios intensivos y observaba
aquella campaña.
No eran elecciones generales, pero existía
una vacante. Por el gobierno se postuló
un candidato llamado Virgilio Pérez,
politiquero corrompido que, incluso, había
sido machadista, creo que hasta policía
en la tiranía
de Machado o algo así.
En virtud de todo lo ocurrido desde 1944 hasta 1950,
el Partido Auténtico
de Grau llegó
al gobierno y se corrompió,
y mucha gente oportunista y hábil
ingresó.
Es decir, el opositor de Chibás
no era un hombre de prestigio ni autoridad política,
solo un vulgar politiquero inmoral, que no podía
hacerle oposición.
Además,
la campaña
electoral de Chibás
la desarrollaba el grupo ortodoxo de La Habana, el más
sano, donde figuraban profesores universitarios, los mejores cuadros y
dirigentes del partido, quienes en 1948 habían
evitado el pacto para postular
a otro candidato del Partido Auténtico
para presidente.
Sin embargo, a Chibás
se le creó
una situación
difícil
en dichas elecciones.
Él,
que tenía
una hora radial todos los domingos, en su espacio pronunció
unas catilinarias contra Virgilio Pérez,
el candidato auténtico.
En una de aquellas catilinarias
divulgó
una historia de la
época
del machadato, donde inculpaba al candidato por un escándalo
relacionado con dos prostitutas. Chibás
hizo la denuncia, revolvió
los antecedentes machadistas y corrompidos de Virgilio Pérez,
y citó
literalmente los recortes del periódico
de aquella
época,
donde aparecieron los nombres de dos mujeres.
¿Qué
resultó?
Una de ellas era ya una honorable señora
que había
dejado atrás
el escándalo
con la policía
y en aquel momento era una madre de
familia respetada.
Se produjo una situación
triste, dolorosa, que fue utilizada
por el gobierno y los
órganos
de prensa para crear una crisis
política
grave a la que dio lugar su denuncia. Le imputaron
a Chibás
una acusación
terrible por insensibilidad, por sacar
antecedentes vergonzosos y llevar la deshonra a una
familia constituida…
Presentaron su descuido como un acto de
insensibilidad, algo hiriente y cruel. Así
empezaron a atacarlo, tomando tal punto como objetivo. Llegó
a agredirlo toda la prensa, incluso, la tradicionalmente amistosa con
él.
La cuestión
se tornó
dramática,
y aunque objetivamente ocurrió
algo desagradable, no había
sido de forma intencio nal ni deliberada, sino un descuido al no prever tal
posibilidad. Fue en el año
1950 y se estaba hablando de un suceso de
los años
30, habían
pasado un montón
de años;
Chibás
tenía
el hábito
en sus polémicas
de sacar los periódicos
de la
época
con todos los detalles y sacó
de manera accidental a la luz
también
esto, tocó
un punto delicado y embarazoso; pero la
opinión
pública
se sensibilizó.
En vísperas
de las elecciones, le cayeron encima todos los medios de prensa; lo
acusaban duramente por aquella falta de consideración,
lo cual tuvo repercusión
en mucha gente.
De modo que las elecciones para senador se tornaron
difíciles;
Chibás
estuvo a punto de sufrir una derrota, lo que hubiera
sido el adiós
a sus esperanzas políticas.
Si perdía
aquellas elecciones como senador en La Habana, no podría
proseguir su campaña
para presidente.
Sin embargo, la población
de la ciudad se mantuvo firme, y
aunque el enemigo capitalizó
y sacó
muchos votos en otros lugares,
él
ganó
la mayoría
en La Habana. En las zonas del campo
de La Habana tuvo minoría,
principalmente donde funcionó
a toda máquina
la campaña
adversa. Fue reñida
la contienda, y precedida hasta el día
de las elecciones por el ataque al líder
ortodoxo debido a este problema; pero al fin y al
cabo ganó,
recuperó
la salud y persistió
en la lucha. Correspondía
iniciar entonces la campaña
presidencial.
Cuando, en la campaña
presidencial de 1950, surgió
la po lémica
en torno a la denuncia que Chibás
hizo de que el ministro de Educación,
Aureliano Sánchez
Arango, poseía
fincas en Guatemala, el gobierno dijo que se trataba de una
calumnia, una mentira y lo retaron a que probara su acusación.
Él
prometió
hacerlo, porque alguien le había
suministrado información.
Se volvió
a repetir la historia anterior:
«¡Eres
un calumniador, un mentiroso; prometiste pruebas y no las tienes;
presenta las pruebas, presenta las pruebas!».
Esto lo llevó
a la crisis por la cual
—al
finalizar el que fue su
último
alegato—,
se hizo un disparo en el vientre, que le produjo la
muerte días
después.
Katiuska Blanco.
—Entonces,
de manera súbita,
inesperadamente, la situación
cambió,
¿verdad?
Fidel Castro.
—Sí.
La situación
cambió
de manera radical cuando, en el mes de agosto de 1951, se produjo la muerte de
Chibás.
El hecho produjo un profundo impacto en la gran masa
incrementada, multiplicada, podemos decir, por los
acontecimientos, por la muerte, por el martirologio de aquel hombre
que se mató
en medio de una polémica,
mientras hacía
un llamado, que
él
denominó
su
último
aldabonazo. Chibás
murió
de forma tan dramática
que prácticamente
le entregó
el gobierno a su partido porque, a partir de aquel momento, y
con el estado anímico
que se produjo en el pueblo, era inevitable
la victoria. Le dejó
un caudal, puso la victoria en manos de
su partido, que disfrutó
la aureola de ser integrado por muchos políticos
honestos. Chibás
fue un hombre que se sacrificó,
digamos, que originó,
incluso, un complejo de culpa en
las masas. Tales condiciones crearon una situación
totalmente nueva.
Katiuska Blanco.
—¿Recuerda
detalles de la muerte de Chibás?
Pensar en aquel momento me remite siempre a una
fotografía
donde usted lo escucha mientras
él
se dirige a su audiencia a través
del micrófono
de la emisora. Imagino el impacto tremendo
de todos los presentes en el estudio radial aquel día.
Fidel Castro.
—Fue
algo impresionante. Yo estaba allí.
Considero que debió
de sentirse muy deprimido o con una amargura
muy grande para matarse así.
Pensé
enseguida que, por la forma empleada, quiso crear una gran conmoción
pública
al precio de quitarse la vida. Hay que decir que
realmente lo logró.
Además,
él
debió
disimular sus intenciones porque estaba,
como era habitual, rodeado de personas, delante y
detrás
de su asiento, en la estrechez del local. Por el
contenido de lo que dijo, meditó
dispararse al final de su alocución.
Llevaba encima la pistola y nadie se percató.
Terminó
su discurso exaltado y se disparó
en el vientre. No sé
cuántas
perforaciones le causó
el tiro en el abdomen, pero fue gravísimo.
Desde el primer instante su estado fue crítico.
La acción
tuvo connotaciones extraordinarias debido a que millones de personas
estaban a la escucha de sus palabras. Recuerdo que
se sintió
el vacío.
Fue una sacudida al país.
Cuando murió
lo llevaron a la
Universidad. Influí
para que lo tendieran allí.
Estaban todos los periódicos,
todas las estaciones de radio. Cubrían
la noticia las 24 horas.
¿Qué
ocurrió
cuando las estaciones estaban en el aire todo
aquel tiempo? Las grandes cadenas de radio buscaban
gente para que hablaran, entonces, no había
quién
lo hiciera, y creo que hablé
12 o 15 veces por las cadenas nacionales. Me di
cuenta de la importancia que tenían
CMQ, CMKC y las demás
estaciones de radio. No existían
las de televisión.
Pronuncié
discursos diferentes, breves; arengas contra el
gobierno, culpándolo
de la muerte de Chibás,
de la corrupción.
Todo el tiempo que
él
estuvo grave en una clínica
—desde
el 5 de agosto hasta el 16 cuando murió—,
estuve agitando y al tanto de todo.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
aquí
tengo algunas de sus declaraciones
después
de la muerte:
«El
gesto heroico de Chibás,
sacrificándose
voluntariamente en la cruz, es un inmenso honor entre espinas de
infamias e insultos de fariseos. Parece un episodio de leyenda mitológica;
de sus entrañas
limpias brotó
su sangre pura para lavar la culpa de los cubanos,
por su indiferencia ante los graves males de la
patria. Tanta grandeza compensa la bajeza sin precedente de sus
adversarios. Bien dijo Martí,
que si hay muchos hombres sin decoro, hay otros
que llevan en sí
el decoro de muchos hombres. Vivo o muerto,
Chibás
seguirá
siendo nuestro presidente. Vivo o muerto, como
líder
o como bandera, seguirá
orientando
a nuestro Partido en su marcha arrolladora hacia el poder, para la consecución
de los grandes destinos y los ideales de Cuba».
Y el día
17, en el panteón,
usted expresó:
«Este
es el más
extraordinario duelo que se ha producido en toda la
historia del país.
Es suficiente, por sí
solo, para hacer huir despavoridos
a los voceros de las infamias del Gobierno criminal
y despiadado que sufre la República».
Fidel Castro.
—Yo
me acuerdo perfectamente de las arengas que
hice. Eran alegatos breves, dramáticos,
apelaban al sentimiento de la gente frente al gobierno corrompido, ladrón,
por cuya culpa se había
sacrificado el dirigente limpio, honrado. Arengué
mucho, porque me di cuenta de la situación
de los medios masivos en su avidez por informar y dar a conocer
opiniones. En aquella
época,
al no existir todavía
la televisión,
el radio era todo, se vivía
un estremecimiento nacional, yo agité
todo el tiempo. Fueron de gran efecto las proclamas.
¿Qué
hice? Las redactaba rápido,
eran breves: un párrafo
o poco más,
no fueron improvisadas; eran cinco minutos, siete
minutos, a lo sumo. Me sentía
irritado, indignado; existía
una atmósfera
de indignación
general en todo el pueblo. Las
alocuciones tenían
un objetivo revolucionario porque aprecié
que había
una gran conmoción
popular, que el Ejército
y el gobierno estaban paralizados y desmoralizados.
El día
del entierro, como sabía
que una enorme multitud se concentraría
en la escalinata universitaria y en la calle 23,
propuse a los líderes
ortodoxos Pardo Llada, Millo [Emilio]
Ochoa y otros, que en vez de llevar el cadáver
para el cementerio bajáramos
por la escalinata universitaria hacia el Palacio
Presidencial, tomáramos
el Palacio con las masas y derrocáramos
al gobierno; pero Pardo Llada y los demás
se opusieron, tenían
miedo, creyeron que era una locura y se asustaron.
Ellos pensaban seguir la rutina: convocar unas
elecciones y después
otras, y así,
interminablemente, continuar el mismo
ciclo inútil,
por ambiciones presidenciales y otros intereses a
mil leguas de la realidad.
Chibás
realmente ganó
su popularidad, en gran parte, gracias
a un horario radial de 8:00 a 8:30 todos los
domingos, durante muchos años,
en la CMQ, la estación
de mayor audiencia. Tenía
una hora histórica
—aquella
fue la primera prueba de la
enorme influencia de los medios de difusión
masiva y del instrumento valioso que constituían,
más
que la prensa escrita, la prensa radial como medio de comunicación,
mucho antes que la televisión—.
Él
nunca faltaba. Era muy constante martillando
sobre la base de una moral; denunció
la corrupción,
el robo, los abusos. No tenía
una prédica
social, sino una
ética
política
y una serie de valores políticos,
pero martillaba incesantemente.
Tenía
una gran masa que lo seguía,
pero carente de una conciencia revolucionaria de la situación
del país.
Su discurso culpaba a los gobernantes de todos los males
sociales; no veía
en el sistema la causa de las desgracias, de los
problemas. Denunciaba el robo, los gobernantes corrompidos,
ladrones, viciosos; el nepotismo, el engaño,
la mentira.
El pueblo no entendía
que el sistema era el culpable de los
sufrimientos padecidos, creía
que aquello se debía
a la maldad de los hombres y de los gobiernos, no al sistema y
los elementos que lo componían.
El desempleo, la pobreza, la explotación,
los campesinos sin tierra, los niños
sin escuelas, los hombres sin trabajo, los enfermos sin médicos;
toda aquella tragedia social, el pueblo la atribuía
al hecho de que los gobernantes no
querían
trabajar y administraban mal los recursos porque se
los robaban.
Una de las primeras realidades que capté
fue que existía
una gran confusión
en las masas; imputaban a los hombres las
consecuencias de un sistema. Yo estaba convencido de
que si aquellos gobiernos hubieran sido honrados hasta con
el
último
centavo, la situación
social habría
seguido igual.
Katiuska Blanco.
—Después
de la muerte de Chibás,
¿cómo
quedó
conformada la dirección
del Partido Ortodoxo? Ello determina
también
su línea,
¿verdad?
Fidel Castro.
—Sí.
Se postuló
entonces al candidato Roberto
Agramonte, un hombre calmado, lento, incapaz de un
gesto enérgico.
Era preferible aquel candidato porque era un
profesor que no había
robado, no había
hecho nada. Su mérito
era permanecer inmaculado en su cátedra
universitaria, fren te a los politiqueros, a los que querían
pactar con otras fuerzas tradicionales, los partidarios de las componendas
políticas.
Fue, incluso, un
éxito
llevarlo de candidato. De vicepresidente
llevaron a Millo Ochoa, que hubiera querido aspirar
a presidente. Así
se inició
un período
nuevo.
Todo cambió
realmente con la muerte de Chibás.
Existía
un partido con una gran masa, un gran caudal político,
pero en casi todas las provincias, a excepción
de La Habana, la dirigencia
estaba ya en manos de terratenientes.
En la dirección
del partido, como vocero, también
aparecía
José
Pardo Llada, que contaba con una hora radial dos veces al día:
a la 1:00 de la tarde
—donde
daba noticias, comentarios de las informaciones
y, al final, un breve editorial—,
y a las 7:30 p.m.
Él
tenía
una voz muy sonora, una voz tronitonante
—como
de trueno—,
ciertas facultades histriónicas,
habilidad para redactar las noticias, ironía,
elementos atrayentes.
Él
se inició
haciendo la crítica
al gobierno de Grau. Recibió
una formación
marxista en su juventud y tenía
concepto de las clases sociales,
aunque sus intereses no eran precisamente los de las
grandes masas. Entonces, desde su programa radial, bien
lejos de sus veleidades marxistas de la juventud, pero con cierta
preparación,
empezó
a convertirse en vocero de las causas populares.
Cada vez que había
una huelga
él
hablaba.
Aquel noticiero fue adquiriendo gran audiencia en la
medida en que todo el que tenía
un problema iba allí
a denun ciarlo: los obreros en paro, en una demanda; en las
huelgas de transportes, de tabacaleros; de todo.
Él
apoyaba las huelgas, defendía
a los trabajadores; expresaba también
intereses de capas medias de la población,
y, al mismo tiempo, era un crítico
muy fuerte de las inmoralidades y los robos del
gobierno.
Devino buen periodista radial; sobre todo, lo
esencial de
él
era la voz y sus habilidades histriónicas,
también
había
estudiado algo de teatro. Combinó
un poco de marxismo con un poco de teatro, mucho de ambición
y de oportunismo, y con eso fue ganando
rating.
Su espacio radial se convirtió
en el más
escuchado.
Él
también
se acercó
a Chibás,
a los ortodoxos. Vio que era
el partido y el movimiento del futuro. Incluso, creo
que fue en las elecciones de 1950 que se postuló
para representante y rompió
los récords
de votación
para el cargo. Sacó
decenas de miles de votos preferenciales
—alrededor
de 71 000, que era una enorme votación—
en la ciudad de La Habana, dentro del
Partido Ortodoxo. Entré
en relaciones con
él,
precisamente porque los estudiantes le llevábamos
noticias, denuncias.
Es decir, el fenómeno
nuevo que se dio con Chibás
en la radio se repitió
con Pardo Llada. Chibás
debía
su popularidad no solo a una política
determinada y a sus luchas de estudiante
contra Machado y Batista, sino a la radio. Desde el
momento en que hizo uso de dicho medio de difusión
masiva, que podía
ser escuchado por millones de personas
—y
tenía
una hora se manal; no era un discurso hoy, otro dentro de tres
meses, sino una hora habitual todos los domingos—
alcanzó
gran ascendencia y popularidad porque lo escuchaban en las ciudades,
en el campo y hasta en las montañas.
En Cuba abundaban las personas analfabetas, mucha
gente no sabía
ni leer ni escribir, eran incultas y además
tenían
infinidad de problemas. Donde quiera que había
cerca un radio se creó
el hábito
de escuchar la hora radial de Chibás
todos los domingos a las 8:00 de la noche, debido al
contenido político
de sus discursos.
El segundo fenómeno,
resultado de los medios de difusión
masiva, fue Pardo Llada, porque al ser un periodista
con un doble horario todos los días
y las cualidades que he mencionado,
también
fue ganando crédito
entre la gente.
Claro, existía
una gran diferencia entre ambos. Chibás
tenía
una historia con sus luchas estudiantiles, sus
luchas contra Machado y Batista, disponía
de un aval político
de muchos años
contra Grau. Era un hombre muy consistente,
consecuente, intransigente y valiente.
No eran las virtudes de Pardo Llada en absoluto ni
tenía
aquellos méritos;
era un individuo con un poco de conocimientos
de marxismo, que sabía
de la sociedad dividida en clases antagónicas
y de la existencia de intereses irrenunciablemente
opuestos. En su proyección
política
como periodista, y buscando el
rating,
se convertía
en defensor de los intereses
mayoritarios y de los sectores medios. Además,
hizo suya la política
de Chibás
contra el robo y la corrupción;
criticó
al gobierno por todas las medidas impopulares adoptadas.
Lo mismo que hacía
Chibás
pero, en su caso,
él
lo hacía
como periodista y comentarista de radio, aunque el
editorial de la mañana
era el que se repetía
por la tarde. Pardo Llada no
tenía
ninguno de los méritos
de Chibás
y, sobre todo, no tenía
su valentía.
No era la característica
de Pardo Llada, lleno de ambiciones por ser presidente de la república.
Yo conocía
al personaje perfectamente bien, cómo
era de oportunista, ambicioso, cobarde. Sin embargo, cuando
murió
Chibás,
como era muy lógico
y natural, la hora dominical radial
en la que se hizo el disparo, el partido se la
entregó
a Pardo Llada, sin duda el individuo con más
prestigio y popularidad para hacerse cargo de aquella trasmisión.
La dirección
del partido quedó
en manos de intelectuales, profesores, gente buena, pero no se podía
esperar una revolución
de ellos. Del próximo
presidente no podía
esperarse nada.
Katiuska Blanco.
—¿Y
qué
fue de la hora de radio en manos de
Pardo Llada?
Fidel Castro.
—Mientras
Chibás
siempre fue un azote en la denuncia
contra Batista, Pardo Llada no. Chibás
atacaba al gobierno duramente y de manera sistemática,
también
arremetía
contra Batista porque su retorno era un peligro;
pero desde el momento en que murió
y Pardo Llada se hizo cargo de la hora
radial, no se volvió
a escuchar nunca más
un ataque contra Batista pues, en cierto momento, ambos habían
tenido alguna relación,
en la que Pardo Llada recibió
regalos, pequeñas
prebendas y favores, tenía
el temor que un día
se supiera. Lo cierto es que Batista lo neutralizó.
Por alguna razón,
el Partido Ortodoxo, formado en el antagonismo
no solo contra Grau y Prío,
sino también
contra Batista y en el odio a Batista, contaba con un
vocero que no lo atacaba.
También
pudo ser por miedo a meterse en problemas muy
serios con un político
que tenía
mil medios, fuerza e influencia
en el Ejército.
Tal vez fueron aquellos los motivos de Pardo
Llada para mostrar tal extraña
actitud.
Cuando Chibás
se dio el tiro, habló
de que había
que evitar el regreso de los generales, de la ley de
fuga y el palmacristi; pero Pardo Llada tampoco atacó
nunca a Masferrer, le tenía
miedo porque era un hombre de armas
tomar, peligroso, muy polémico,
agresivo. Pardo Llada no se metía
con
él,
siendo incluso un esbirro de Prío,
uno de los jefes de los grupos armados. Tampoco denunciaba al
resto de los grupos de gángsteres
cómplices
del gobierno ni a ninguna organización
de las responsables de actos de anarquía
y crímenes;
eran estas las características
de Pardo Llada cuando se convirtió
en vocero del Partido Ortodoxo.
Katiuska Blanco.
—¿Y
dónde
estaba Batista?
¿Antes
de la muerte de Chibás,
se le vislumbraba como una amenaza o un peligro
real en la política
cubana?
¿Alguien
podía
adelantar lo que sucedió
después?
Tengo la impresión
de que permanecía
al acecho, como en la sombra,
¿estoy
en lo cierto?
Fidel Castro.
—Batista
se sentía
acomplejado con Chibás
y le temía,
porque el líder
del Partido Ortodoxo era un flagelo que
constantemente lo atacaba y le recordaba los crímenes,
asesinatos, robos y abusos. Batista lo respetaba y no se habría
atrevido a dar un golpe de Estado mientras estuviera vivo,
porque habría
tenido que ser un golpe sangriento. También
en el fondo era un tipo cauteloso, astuto, cobarde, oportunista.
Chibás
lo veía
como un adversario político
peligroso; comprendía
que Batista podía
ser un conspirador y, como para neutralizarlo,
lo atacaba sistemáticamente.
Una conspiración
prospera mejor cuando no hay denuncia;
de lo contrario, los implicados se asustan y creen
que los han descubierto, cuando se les combate. Esto es
importante, porque ayuda a discernir toda la estrategia que
elaboré,
el plan que tracé
a partir de aquel momento.
Entonces, si Batista no podía
planear un golpe de Estado en vida de Chibás,
tampoco se podía
definir una estrategia revolucionaria descontando a Chibás.
Había
que esperar, dar tiempo a un proceso natural tras la conquista del
gobierno.
Ya, en aquellos momentos, sin la presencia del líder
ortodoxo, Batista no tenía
verdaderamente un obstáculo
que le impidiera conspirar. Entonces empecé
a concebir una estrategia, porque si Chibás
era una incógnita,
lo que quedó
de liderazgo después
de
él
no lo era para nadie: Agramonte, Pardo Llada,
Millo Ochoa, toda aquella gente. Estaba
absolutamente seguro de que aquello constituiría
una catástrofe
política,
porque quienes figuraban en la dirección
de la ortodoxia serían
incapaces de hacer algo, en un país
donde urgía
una revolución.
Katiuska Blanco.
—¿Fue
entonces que usted concibió
una estrategia revolucionaria?
Fidel Castro.
—Sí,
en aquel momento empecé
a pensar en una estrategia para la toma revolucionaria del poder.
Estaba muy claro que aquella gente iba a ganar las elecciones,
y sería
un desastre porque en realidad no tenían
consistencia para sostener un liderazgo. Comencé
a elaborar una estrategia dentro
de todo el proceso político
y, tomando en cuenta el período
ulterior, planeé
introducirme en la maquinaria de dicho partido,
postularme para legislador por la organización,
y llegar al parlamento. Conocía
por anticipado lo que iba a pasar. Luego,
desde el Parlamento, presentaría
un programa revolucionario con los ortodoxos.
Perfilé
la estrategia rompiendo la disciplina del partido.
En virtud de la Constitución
y las leyes, pensaba presentar un
programa similar al del Moncada. Todas las
cuestiones vitales que expuse en
La historia me absolverá
aparecerían
en forma de leyes en el plan que iba a presentar en el
Parlamento, con la seguridad de que aquel proyecto dentro del
partido se convertiría
en un programa de la masa revolucionaria. Es decir,
no se iba a aprobar, pero sí
se iba a convertir en la plataforma
de movilización
de todas las fuerzas sociales y políticas,
de las fuerzas de acción
armada para derrocar aquel gobierno.
Cuando se produjera la gran decepción,
yo no repetiría
la vieja historia de crear un partido nuevo, otra
ortodoxia. Me dije: cuando el momento llegue, hay que barrer a
toda esta gente y tomar el poder, pero hacerlo con las masas,
revolucionariamente, no constitucionalmente; porque después
de una segunda frustración
era muy difícil
que el pueblo fuera a creer en algún
líder
político,
en algún
partido político
nuevo, aquello iba a ser de consecuencias desastrosas.
Tenía
una idea clara de que la revolución
se hacía
desde el poder, que la revolución
en Cuba no se realizaría
por métodos
legales ni constitucionales. A tal convicción
llegué,
totalmente, desde mucho tiempo atrás;
creo que antes de ser marxista.
Fue una de las primeras cuestiones, de las primeras
ideas revolucionarias que tuve: comprender el Estado,
comprender qué
significaban todas estas constituciones, qué
implicaban todos los obstáculos.
Katiuska Blanco.
—Nunca
olvido una expresión
suya:
«...más
que ninguna teoría,
me ha convencido de esto, a través
de los años,
la palpitante realidad vivida».
Comandante,
¿puede
afirmarse que sus vivencias personales le sirvieron
para esbozar dicha estrategia?
Fidel Castro.
—Sí.
Viví
la experiencia de las elecciones para la
Constituyente de 1940, vi el papel represivo de las
fuerzas armadas, del Ejército,
lo que hizo Batista. Capté
que existía
una fuerza determinada, mantenida por el gobierno, que
era su instrumento principal para cometer los abusos y
violaciones. Por lo tanto, pronto sentí
un rechazo hacia los militares, hacia
el Ejército,
porque lo vi cometer injusticias, atropellos. Vi
cómo
aplicaban fácilmente
un plan de machete, daban planazos
a la gente, cogían
un fusil y amenazaban a las personas.
Tuve una clara impresión
del imperio de la fuerza practicado
por el Estado a través
del Ejército.
Percibí
que Batista se había
ido, pero había
dejado su Ejército,
y que Grau no había
tenido una política
en relación
con aquel mismo cuerpo militar.
No tuve que estudiar a Lenin para darme cuenta de
que el Ejército
era el instrumento de poder del Estado, utilizado
contra la gente, en favor de los más
poderosos, los más
ricos. Una revolución
tenía
que resolver el problema. Todas aquellas
realidades las viví.
Después
pude comprender mucho mejor en qué
consistía
el Estado burgués,
el Estado capitalista, instrumento de dominación
por parte de las clases ricas, las clases
explotadoras contra las clases populares. Todo aquello ayudó
también
a que comprendiera con gran facilidad la teoría
leninista sobre el Estado y su papel en la sociedad, que la llamada
democracia representativa era, sencillamente, un sistema
dictatorial al servicio de las clases dominantes.
La experiencia de lo vivido, de todo lo visto, pudo
haberme ayudado a alcanzar una precoz comprensión
de tales asuntos.
Después,
cuando vino el golpe de Estado, pensé
en dividir el Ejército.
Fue curioso, porque primero tuve la idea de tomar el
Palacio, cuando Chibás
desapareció
físicamente.
Tenía
lugar un momento de desmoralización
en el Ejército
en el que adoptaron una posición
neutral; entonces desde el poder había
que tomar el mando y hacer lo que no habían
hecho Grau ni los gobiernos auténticos,
que no se habían
ocupado del Ejército.
Había
que tomar el control de aquel Ejército
para transformarlo y ponerlo al servicio de la revolución.
La fuerza fundamental seguía
siendo el pueblo, la gran masa que podía
tomar el poder y después,
desde esa posición,
adoptar todas las medidas.
Katiuska Blanco.
—Quizás
recordó
usted las simpatías
que Gaitán
alcanzó
entre las filas del Ejército
colombiano por haber defendido al teniente Cortés;
al menos usted sabía
que, a pesar de todo, nobles empeños
pueden calar entre los militares
de un Ejército
como aquel si existe una política
hacia ellos. De nuevo pienso en lo vivido por usted como punto de
referencia esencial.
Fidel Castro.
—En
efecto. El hecho de que me hubiera enfrentado solo y desarmado al gobierno, a su policía,
a su cuerpo represivo, a sus bandas mercenarias, a lo que pudiéramos
llamar hoy fuerzas paramilitares, escuadrones de la muerte;
el hecho de que hubiera participado en acciones como la
de Cayo Confites y hasta en el mismo Bogotazo, y vivido
tantas experiencias, me hizo ser optimista, en el sentido de que si usted
tiene al pueblo y una cantidad determinada de armas,
puede imponerse a un Ejército.
Es decir, si usted tiene una parte de
dicho Ejército,
si puede armar al pueblo; si usted tiene al pueblo,
además,
está
en condiciones de resolver el problema de
las fuerzas armadas y crear unas al servicio del
propio pueblo.
Yo era optimista. Pensé:
si tomamos el poder hay que
lograr el control de un número
de oficiales de ciertas características,
de algunas unidades. Ellos y el pueblo rompen el
equilibrio establecido antes.
A esas alturas yo, saturado de lecturas de
revoluciones, desde la Revolución
Francesa hasta la Bolchevique, y de regreso
de experiencias intensas vividas, tenía
una actitud optimista en el sentido de que si en un momento como aquel
—en
un momento como el de la muerte de Chibás—
tomábamos
el poder, podíamos
consolidarnos en
él.
Cuando concebí
una estrategia revolucionaria ya conocía
bien al pueblo: su psicología,
sus aspiraciones, los sufrimientos
del pueblo. Comprendí
además
que aquel pueblo culpaba de sus sufrimientos a las autoridades. Tenía
un instinto de cla se, pero no una conciencia de clase, por tanto, no
comprendía
el fenómeno
social; que aquel Estado estaba diseñado
para mantener el dominio de los ricos, de los
terratenientes, de los explotadores, de los monopolios extranjeros. En
definitiva, percibí
que nuestro pueblo sufría.
Solamente una parte del pueblo tenía
una conciencia de clase, una parte pequeña,
digamos, los militantes, los cuadros
sindicales del Partido Comunista y, además,
sectores obreros influidos por ellos; pero, desde luego, no tenían
acceso a los medios de divulgación
masiva, a la radio, a la prensa, a los libros,
al cine. Existía
gente en Cuba con una conciencia de clase,
pero la gran masa trabajadora del país
no la tenía
ni tampoco contaba con una cultura política,
no comprendía
la sociedad en que vivía
ni los problemas del poder y del Estado, asuntos
cruciales que el marxismo y el leninismo enseñan
de una manera clara y elocuente a cualquiera que quiera
aprenderlos.
En aquel período
pensaba presentar en el Parlamento una
ley de reforma agraria, una ley de rebaja de
alquileres que después
se convertiría
en una ley de reforma urbana. Planteaba
una legislación
también
a favor de los pequeños
propietarios, de los pequeños
comerciantes, medidas a favor de los maestros,
los médicos,
de todo el pueblo en general.
Concebí
una serie de leyes mínimas
que luego llevé
como programa del Moncada. No era un programa socialista,
pero estaba seguro de que leyes que planteaban la reforma
agraria, la rebaja del alquiler, la disminución
del precio de la electricidad,
de los teléfonos,
de necesidades básicas
de la población;
leyes a favor de los deudores; leyes de aumento de
salario a los trabajadores de varios sectores: maestros, médicos,
militares, no a los oficiales, sino a las tropas; todas ellas
iban a ser apoyadas por el pueblo. Yo veía
a los soldados como gente también
explotada por los políticos
y los altos oficiales del Ejército;
es lo que explica la campaña
que desarrollé
de denuncia de la explotación
de los soldados, a quienes los políticos,
los coroneles y los jefes tenían
trabajando en sus fincas y sus propiedades.
Tuve constancia de que aquella campaña
ganaba fuerza entre los soldados.
Katiuska Blanco.
—¿Cómo
pudo realizar dicha campaña?
Fidel Castro.
—Bueno,
emprendí
algunas acciones…
Me metí
en la finca de Prío,
cerca de La Habana, con una cámara,
le tomé
películas
y fotografías
a los soldados trabajando en la finca. Me
jugaba la vida. El
único
capital que tenía
era mi vida, y creo que todos los días
la arriesgaba. Alquilé
en El Chico una avioneta, me monté
y volé
por arriba de la finca de Prío.
¡Sacando
películas
desde una avioneta!, con el cuerpo hacia afuera para
captar las imágenes
de abajo, parecía
que uno se iba a caer y no dudo que faltara poco para que en verdad ocurriera,
pues yo era un inexperto, era entonces aprendiz de camarógrafo.
En aquella
época
tenía
varios colaboradores, unos amigos
me prestaron una cámara
fotográfica
con la que capté
las imágenes. Yo no tenía
ninguna porque costaba adquirirla. René
Rodríguez
siempre estaba conmigo. Yo era don Quijote y René
mi ayudante.
Dar una vuelta y pasearme por arriba de la finca de
Prío
me costaba cinco pesos. Retraté
por aire y por tierra la finca
del presidente donde trabajaban los soldados. Se
llamaba El Rocío.
Tres fincas poseía
Prío.
La finca que tenía
en una altura en Pinar del Río
la retraté
por mar y tierra. Navegué
en un bote por unos esteros en la propia finca para tomar las
imágenes
de los hechos.
De las filmaciones yo era el director, el productor,
el camarógrafo,
el escritor, el guionista. Toda la película
la realicé
yo, con la ayuda de unos cuantos amigos.
Una vez me metí
en la finca del jefe del regimiento de Pinar
del Río
y les tomé
las películas
a los soldados mientras laboraban,
a René
lo agarraron y lo llevaron preso aquella vez, y
yo pude escapar con todos los rollos.
Desplegaba una intensa campaña
pública
entre los soldados, y fui el
único
defensor que tuvieron en todo el período.
Así
influía
en el Ejército.
No llevaba adelante una conspiración;
pensaba obrar desde el Congreso, proponer un
conjunto de leyes. Las ideas básicas
estuvieron contenidas después
en el programa de
La historia me absolverá.
Adelantaba el impacto que iba a tener, sabía
que sería
tremendo. Un programa así
nadie lo había
presentado. Nunca antes un individuo se mostró
decidido a luchar por eso. Ya iba
a ser un luchador con bastante apoyo y respaldo
popular que debía
desafiar a todo el mundo sin usar un arma, iba a
tener inmunidad parlamentaria. Desde el momento en que
estuviera en el Congreso podría
usar un arma, aparte de las posibilidades
de que iba a disponer, porque hasta entonces luchaba
con un mínimo
de recursos.
En un momento dado, un político
que presentó
una ley de un aguinaldo de cinco pesos a fin de año,
por el mero hecho de proponerlo, se convirtió
en candidato presidencial del
Partido Auténtico.
Se llamaba Arturo Hernández
Tellaeche.
Yo conocía
cómo
pensaba la masa campesina y obrera de
nuestro país
porque estaba metido en todas partes, entre los
indigentes, la gente pobre en las villas miseria;
entonces me decía:
¿qué
será
este pueblo el día
que se presente un programa
serio de verdad, de leyes dirigidas a resolver los
problemas de la gran masa del país?
¿Qué
va a pasar?
Katiuska Blanco.
—Comandante,
¿pero
usted sabía
que el Congreso jamás
aprobaría
un programa de tal
índole?
Fidel Castro.
—Por
supuesto que el Congreso no lo aprobaría,
pero se convertiría
en el programa revolucionario que movilizando
a las masas las conduciría
a la toma revolucionaria del
poder, con empleo de todo el pueblo, de las armas,
incluso, de los soldados que pensaba reclutar en un movimiento
de masas. Aquella era la estrategia clara, y he estado toda la
vida absolutamente convencido de que era una estrategia
correcta. Creo que si volviera a vivir un período
como aquel volvería
a hacer lo mismo. No me arrepiento en lo más
mínimo
de todas aquellas ideas.
No pensaba librar una lucha frontal contra los
soldados, sino arrastrarlos hacia aquel programa, hacia aquel
conjunto de demandas donde se defendían
y reivindicaban sus intereses
económicos.
Fui creando condiciones para ello.
Claro que nadie conocía
dicha estrategia. No era pública.
Había
cuadros en la ortodoxia que me miraban con recelo, y
unos cuantos andaban diciendo que era comunista
porque solía
hablar con bastante libertad, de forma bastante crítica,
aunque con cuidado. Mas por mi carácter,
a veces hacía
algunas críticas
duras, y por eso alguna gente afirmaba que yo era
comunista.
Pero bien, ya iba adquiriendo mucha influencia en la
masa ortodoxa, y tenía
que resolver el problema de que una asamblea
me postulara para representante, porque no tenía
maquinaria política
dentro de aquel partido. Yo trabajaba de forma
independiente, es decir, no estaba en ninguna fracción,
grupo, no tenía
un cargo en el partido.
Primero debía
ser delegado para participar en la asamblea.
Debía
ganar apoyo en la base, entre los delegados.
El partido aquí
en La Habana no estaba en manos de las
maquinarias politiqueras, era bastante espontáneo
e independiente; era el mejor grupo que tenía
el partido. No estaba controlado por los terratenientes como en Pinar del
Río,
o por intereses políticos
como en otras provincias. Los de La Habana
eran gente más
sana y sin ataduras, aunque ya surgían
candidatos con caudal, ayudados por las relaciones.
Yo era el paria que no tenía
ningún
dinero. Sí
tenía
el apoyo de unos cuantos compañeros
y la simpatía
creciente de la masa. Entonces tenía
que postularme, decidir un lugar por
donde presentarme para delegado.
¿Cómo
lograr que un grupo de electores me diera su voto
concreto? Tenía
alguna experiencia porque en la Universidad
me había
postulado por primera vez.
Organicé
un radio-mitin. Empecé
a aplicar mi técnica
política.
En los mítines,
que fui dando por fechas históricas,
mandaba miles de cartas. Comencé
a enviarlas cuando descubrí
que en el partido existía
un
addressograph.
El partido tenía
un fichero con los nombres de 7000 u 8000 personas
contribuyentes, que aportaban cinco, tres, dos pesos
—yo
no figuraba en la lista porque no contribuía
con nada; no tenía
nada—.
Era la gente más
devota del partido, la más
espontánea
y libre de la maquinaria política,
la más
militante, la gente del pueblo que daba lo que podía.
Tenía
amigos entre quienes integraban el
addressograph.
Yo llegaba, organizaba y les decía:
«Con
motivo de tal acontecimiento histórico,
hay que hacer un mitin».
Lo hacía
y, además,
les escribía
a los militantes del partido y les mandaba cartas a todos los
registrados en la ciudad y la provincia de La Habana que era una sola.
Como aquel partido había
nacido en La Habana, donde radicaba la mayor parte de dicha gente, les decía:
«Tal
día
habrá
un radio-mitin con tal objetivo, le pido que usted
divulgue esto, lo anuncie, reúna
gente y escuche el radio-mitin
».
Toda persona se siente muy contenta cuando recibe
una carta, cuando le piden una colaboración,
una actividad. Yo organizaba el radio-mitin y seguidamente mandaba rápido
las 8000 cartas. Todas aquellas personas se iban
convirtiendo en activistas porque existía
alguien, una sola persona que
les escribía,
que se acordaba que ellos existían,
que les informaba y les pedía
cooperación,
y se ponían
a trabajar en masa. Yo hacía
todos aquellos trabajos en
áreas
campesinas y obreras.
Entonces, en cualquier lugar de La Habana que
escogiera para ser delegado a la Asamblea del Partido
Ortodoxo, me habrían
elegido por estos factores.
Pronunciaba un discurso fuerte, denunciaba al
gobierno, denunciaba a Batista, a Masferrer, a los gángsteres
y los grupos armados. Estaba en guerra con todos, en lucha,
denunciaba a todo el mundo, en la medida en que los grupos iban
dejando de ser revolucionarios y, además,
ocupaban puestos en el gobierno.
Creo que nadie salió
vivo de una aventura como aque
lla alguna vez. Andaba desarmado y, como el domador
con el látigo,
haciendo ruido ante los leones.
Tras cada radio-mítin,
como defendía
a los campesinos, a miles de pobladores y a sectores populares,
envuelto en una actividad sistemática
y febril, ya me buscaban las personas
para resolver problemas sociales.
El lugar que escogí
para garantizar mi campaña
fue el barrio de Cayo Hueso, un barrio de vecinos modestos, donde
estaba organizado el partido y tenía
su líder
allí:
Adolfito [Torres], que después
se incorporó
a la Revolución.
Llegué,
conversamos y le expresé:
«Adolfito,
tengo que ser delegado, necesito
un lugar y escogí
empezar por aquí,
no lo tomes como algo hostil contra ti».
No lo perjudicaba realmente, porque lo que
yo quería
era ser delegado.
Él
ya era delegado, era quien más
o menos controlaba el partido en esa zona. Entonces
empecé
a trabajar, tuve la lista con el registro de electores
inscriptos en el Partido Ortodoxo, saqué
los de todo aquel barrio y los visité
uno por uno a muchos, para hablar con ellos.
Claro, era imposible que pudiera visitarlos a todos,
porque algunos estaban inscriptos allí
pero se habían
mudado para otro sitio. Visité
a cientos y, además,
como disponía
de sus direcciones, cada vez que hacía
un radio-mitin les escribía,
les indicaba el sitio donde tendrían
lugar las actividades.
Eran allí
unos 900 electores. En la provincia de La Habana
existían
80 000 inscriptos. Después
busqué
la dirección
de todos ellos. Fue un primer
test
sobre el resultado de mi actividad.
Antes de las elecciones de delegado escribí
una carta que reproduje y envié
a cada uno de los 80 000 y les pedí
que me apoyaran
—este
método
no lo había
usado nunca nadie en Cuba—,
los invité
al radio-mitin.
Como existían
dos fuerzas, la de Adolfito y la mía,
y cada uno tenía
que llevar dos delegados
—la
mayoría
ganaba dos, la minoría
ganaba uno—,
Adolfito percibió
la presencia de las fuerzas que yo había
desarrollado y me propuso que no hubiera
pugna, cosa razonable, incluso, muchas veces normal.
Bueno, la mayoría,
que la tenía
yo, aceptó.
Saldríamos
como delegados
él,
un compañero
mío
por la mayoría
nuestra y yo.
Cuando se hizo tal tipo de arreglo, el día
de las elecciones, que
éramos
A, B y C, digamos, de cada uno de los que entró,
uno votó
por AB, otro por BC, y el otro por CA. Es decir,
como había
que hacer el acto formal de votar, en esos casos, lo
hicimos según
nuestro acuerdo. Era más
o menos lo habitual, la norma, porque de todas maneras había
que hacer la elección;
pues no había
lucha, sino acuerdo.
¿Qué
ocurrió
el día
de las elecciones? Cientos de aquellas
personas a las que escribí
empezaron a aparecer para votar al
llamado que les hice. Entonces, cuando teníamos
que decirles que existía
un arreglo, cómo
era la votación,
tuvimos un problema porque mucha gente decía:
«Vine
a votar por usted y voto de todas maneras por usted».
Cuando no me tocaba a mí
porque era entre dos, no querían.
Se reunieron cientos y cientos
de personas. El
éxito
fue total. Vinieron de los más
distintos barrios a votar por mí.
Claro, no estaban votando solo por
quien les escribió,
quien se acordó
que ellos existían;
vinieron a votar también
por un individuo que luchaba, denunciaba
todas las injusticias, en un momento de acción
política.
Mientras tanto, Pardo Llada, con la voz engolada,
hablaba todos los domingos en la hora que era de Chibás
y no se metía
con Batista, no se metía
con nadie, era una voz mediatizada.
La gente fue a votar también
por el individuo que estaba
dando la batalla. No solo porque alguien le escriba
se traslada una persona al centro de La Habana, un domingo,
desde Guanabacoa o Marianao, y de otras partes lejanas de la ciudad.
Fue la primera prueba que tuve en una elección,
después
de aquella que ya había
tenido como estudiante; pero el
éxito
fue mayor, fue total. Estos acontecimientos tuvieron lugar a lo
largo de 1950 y 1951.
En plena culminación
de la campaña
fue cuando se produjo el cuartelazo de Batista el 10 de marzo de 1952, y
los auténticos
me acusaron de haber socavado al gobierno. Casi me
echaron la culpa del golpe de Estado porque la campaña
que hice fue tan estremecedora que el gobierno de Prío
se tambaleó.
Pero aquella no fue la causa. Batista pudo utilizarlo,
pero la culpa la tuvieron los líderes
ortodoxos, Pardo Llada entre ellos, Agramonte;
toda aquella gente tuvo la culpa por su reacción
cuando informé
que Batista conspiraba y les pedí
la hora de radio para denunciarlo.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
en el afán
de no detener aquellas denuncias ni la campaña
política,
¿cómo
podía
sobrellevar los gastos y su estrechez económica?
Fidel Castro.
—En
aquella
época
siempre andaba muy apurado,
en deuda, aunque para escribir a la audiencia no
gastaba mucho porque donde me dieron el
addressograph
también
me facilitaron el cuño
de la Cámara
de Representantes con franquicia
postal del partido, con lo cual no tenía
que pagar la estampilla. Solo empleaba recursos en sobres y papel
—que
significaban 50 y hasta 100 pesos—,
pero aún
así
no me alcanzaba el dinero, siempre tenía
que estar buscando.
Mi carro estaba sin pagar todavía,
la casa siempre endeudada; le debía
al dueño
del inmueble, al de la carnicería,
al de la bodega, al de la gasolinera, pero todo el mundo
confiaba más
o menos en que tendría
posibilidad de pagar, y al mismo
tiempo me veían
luchando y con problemas y dificultades.
También
mis gastos aumentaron con motivo de la hora de
radio que debía
pagar mensualmente. No duró
mucho tiempo, pero eran como 200 pesos mensuales. Cuando empecé
había
que pagar aquellos 15 minutos. Después,
en los
últimos
meses, la misma estación
radial tenía
interés
en la hora de radio que yo trasmitía,
porque conservaba a los oyentes.
Estaba en febril actividad. Trabajaba 17 o 18 horas
todos los días,
me movía
rápido.
Recuerdo que en Navidad los saludé
a todos. Aquella carta ya no fue en el mimeógrafo,
fue en
multilith
que se veía
como en tinta; parecía
una carta escrita de forma natural.
Escribí
el 31 de diciembre. Mi mensaje decía:
«Diciembre
31 de 1951.
»Compañero
de ideales:
»Con
motivo de las Navidades, le hago estas líneas
portadoras de mi más
sincera felicitación
para Ud. y su distinguida familia.
»Tristes
y recientes recuerdos enlutan nuestras alegrías
en estas Pascuas, pero nuevas y alentadoras
esperanzas van naciendo al calor de las luces primeras del amanecer
venturoso que encendió
el sacrificio».
Chibás
murió
en agosto y esto fue en diciembre, habían
transcurrido apenas cuatro meses. A tal sacrificio
me refería,
al de su
último
aldabonazo.
Y proseguía:
«Para
nosotros no hay más
que un modo posible de esperar
el Año
Nuevo, y es trayendo a la memoria las palabras
postreras de Martí
en aquellas Navidades que precedieron el
último
esfuerzo por la libertad:
“para
un pueblo sufrido no hay más
Año
Nuevo que el que se abra con la fuerza de su brazo
por entre las filas de sus enemigos”.
Con ellas se despide de Ud.,
sinceramente, Fidel Castro».
Con un grupo de amigos, nos quedábamos
hasta la madrugada llenando direcciones y metiendo las misivas en
sobres. Si hubiera tenido que pagar el sello no habría
podido enviarlas. El sobre y la carta valían
menos de un centavo; todo eso pudo
haber costado 200 pesos
—mis
80 000 cartas—.
Si yo hubiera tenido que poner dos centavos habría
costado 1600 pesos,
¿y
de dónde
yo sacaba 1600 pesos? Fue posible
únicamente
por la ayuda de los amigos en el partido.
¿Tenía
derecho a hacer aquello? No está
muy claro si yo tenía
derecho; pero parece que todos los partidos usaban
las franquicias postales. Yo ponía
la franquicia postal debido a que
el Partido tenía
una fracción
parlamentaria... Nadie lo hacía,
pero por falta de iniciativa, disposición,
emprendimiento.
A fines de 1951, la mayor parte de mis gastos los
hice en papeles, sobres, y la hora de radio, que duró
varios meses, quizás
cinco o seis meses, así
que debe haber costado unos 1000 pesos.
Más
tarde vino el período
que siguió
al golpe de Estado del 10 de marzo, fue muy duro, muy duro, desde el
punto de vista económico;
fue el más
difícil
posiblemente de todos, no tenía
nada.
Antes del golpe, a la hora de radio se había
sumado después
la prensa, con las denuncias espectaculares que hice
en
Alerta,
el periódico
de más
circulación
en Cuba. Cuatro veces los titulares los ocuparon mis denuncias, en la
edición
extraordinaria de los lunes. Vasconcelos era periodista y director
de aquel diario, ya militaba en la ortodoxia pero
había
sido batistiano. También
él
era como Pardo Llada, que con Batista no
se metía
mucho, este por temor y aquel por su antigua
amistad. Algunos talonarios de cheques que tenía
Batista podían
delatar a Pardo Llada y por eso, si este
último
lo atacaba, Batista podría
darlos a conocer y aniquilarlo como figura pública.
Tal era la médula
de la cuestión
y la causa principal de la cierta
«complicidad»
con Batista.
Para entonces, ya yo había
conquistado simpatías
y ascendencia entre la gente por los escritos en el periódico,
y también
como resultado del conjunto de acciones, las 80 000
cartas, y hablaba duro por radio todos los días,
sin dejar de atacar a los adversarios en medio de aquel vacío
dejado por la muerte de Chibás;
iba desarrollando una fuerza increíble.
Empleaba eficazmente los medios de difusión
masiva y la correspondencia.
Ya no me podían
parar.
Pienso que aprendí
poco a poco a captar el espíritu
de la situación
y observar con detenimiento alrededor. Creo que mi
educación
política
fue madurando, ya entonces no era el que
llegó
a la Universidad en el año
1945, habían
transcurrido seis años,
era más
conocedor, había
pasado por muchas experiencias
y leído
incansablemente. Por otro lado, los casos de Chibás
y de Pardo Llada me enseñaron
cómo
algunos individuos, por medio de la radio, adquirían
fuerza. Fue de las realidades
que verifiqué.
Tenía
lugar, además,
un hecho curioso: todo el mundo rivalizaba
con sus compañeros
de candidatura como adversarios,
mientras que a mí
los otros candidatos me invitaban a sus
mítines
a hablar de ellos, a reconocer sus méritos.
Mis rivales me invitaban para que hablara en todos los mítines.
Ellos tal vez, no reparaban en que yo, al hacer eso, ganaba más
mérito
y más
prestigio ante la militancia, porque no estaba
atacando al otro ni usaba política
mezquina, lo cual probaba que no tenía
miedo a reconocer los méritos
de los demás.
Una de las personas que aspiraba a delegada era la
que había
sido secretaria de Chibás,
Conchita Fernández,
quien después
siguió
con la Revolución.
Éramos
rivales en cierto sentido. Ella, como secretaria de Chibás,
iba a sacar muchos votos. Yo
iba gustosamente a los mítines
a hablar de ella, una excelente
persona, y de los demás
candidatos.
¡Qué
situación
privilegiada tenía
yo, que mis rivales me invitaban a sus actos y yo
iba a los mítines
de apoyo a ellos! Sabía
cómo
iban a quedar aquellas elecciones. Calculé
que nunca obtendría
no menos de 20 000 votos; habría
quedado en primer lugar, con casi el doble de
los votos necesarios. Ya contaba con una fuerza
grande.
Chibás
se suicidó
porque no podía
demostrar que Aureliano compró
una finca en Guatemala, ello significó
una derrota política,
porque no pudo probar su denuncia. Entonces,
¿qué
hice yo? Me dediqué
a buscar las fincas de la gente del gobierno
aquí
en Cuba; afirmé:
«No
hay que ir a Guatemala»,
y me presenté
con los registros de propiedad, con datos
irrebatibles. Me dediqué
a buscar en los registros de propiedad de la
república,
de las provincias. Lo hice personalmente, busqué
las escrituras de las fincas en las notarías.
Katiuska Blanco.
—En
el libro
Fidel periodista
se recopilan todos
sus trabajos. En un fragmento usted señala:
«Treinta
y cuatro fincas compradas en una sola provincia».
Y en el primero de los artículos,
publicado el 28 de enero de 1952, afirma:
«Prío
rebaja la posición
de nuestras fuerzas armadas».
«Las
pone a producir en beneficio de su patrimonio.
Fomenta el latifundismo y convierte a los soldados en
caballericeros, braceros y peones de sus vastas y costosas fincas».
«Indultó,
como Presidente, a un sancionado que no pudo
absolver como abogado».
Fidel Castro.
—Esta
denuncia inicial fue la más
grave porque el público
conocía
una valiosa propiedad de Prío,
inscripta en los registros de finca. Dije: Voy a descubrir quién
le dio esa propiedad a Prío.
Buscando todo esto conocí
que una, El Rocío,
pertenecía
a un millonario proveniente de Las Villas, condenado
por violar a una niña.
Prío
era el abogado del hombre. Saqué
la sentencia, las razones de la condena; investigué
en qué
fecha lo condenaron, en qué
fecha lo indultó
Prío
y, entre el momento de la condena y el indulto, la finca del
millonario pasó
a manos de Prío
Socarrás.
Es como si a un presidente de
la república
le pusieran una bomba. Cintillos así
no los tuvo nunca ningún
político
en Cuba, nada, ni un artículo.
Hay que ver las cosas que revelé:
«Exclusivo
para
Alerta».
Fue la primera vez que ocupé
el cintillo. Desde entonces me
hice propietario de la primera página.
En la introducción
del primer artículo
se afirmaba:
«Haciendo
graves imputaciones al Presidente de la República
sobre la adquisición
de distintas fincas y del trato indebido que en las mismas se da a
miembros de las Fuerzas Armadas
—tomé
hasta vistas—
que allí
trabajan como braceros y peones, así
como la violación
de todas las leyes sociales en cuanto a los trabajadores agrícolas
que también
se emplean, ha hecho interesantes declaraciones a
Alerta,
con carácter
exclusivo, el doctor Fidel Castro, ex líder
universitario».
«A
continuación
reproducimos el texto
íntegro
de los pronunciamientos hechos [...] de los 20 millones que
salían
del país».
Y yo siempre ponía:
Chibás
denunció,
dijeron que era mentira, yo voy a demostrar que es verdad.
«Pues,
bien, vengo hoy a denunciar en todos sus aspectos
una de las más
grandes inmoralidades [...] y de antemano lo
reto a que me desmienta, porque esta vez en una mano
tengo la denuncia y en la otra las pruebas».
Tenía
reservadas las películas
y fotografías.
Eran las pruebas que guardaba por si decían
que se las presentara. Disponía
de todos los datos que avalaban mi denuncia, la
historia completa de las fincas. Aquí
tengo algunos de aquellos escritos: «Finca
Gordillo, adquirida en subasta de fecha 10 de
septiembre de 1946».
Realicé
una investigación
exhaustiva:
«Hoja
73, libro 89, 18 de enero, Carlos Prío».
«Mediante
escritura de compra-venta Nro. 292, del 8 de julio de 1949, ante
el notario Mario Pereira Gallardo; 29 de junio, mediante
escritura 545».
Todo lo presentado eran alegatos innegables.
Ante toda esta avalancha, dicen que Prío
por poco enloquece. No sé
ni cómo
no me mataron ese día.
Pienso que porque la denuncia ya era pública
y habría
sido muy negativo para
él.
Así
que con el telón
de fondo de la muerte de Chibás,
que denunció
y no pudo probar lo que decía,
yo salí
con la teoría:
«No
hay que ir a Guatemala».
El
último
artículo
—no
lo poseo porque no se publicó—
sacaba a la luz un negocio de millones de pesos que
se había
ganado Prío
Socarrás
con terrenos comprados y vendidos en
toda la zona de la actual Plaza de la Revolución.
Desarrollé
una ofensiva fulminante y no pudieron evitarlo, me hice
de todas las pruebas. El
único
recurso que ya les quedaba era matarme;
creo que no me mataron porque era muy grande el escándalo
armado en el periódico
de más
prestigio y circulación
del país,
de más
tirada; era el
non plus ultra
de la prensa, y entonces,
cuando alguien conquistaba los cintillos en primera
plana de la edición
extraordinaria, alcanzaba gran influencia. Mis
trabajos como periodista eran irrefutables. Todavía
conservo las denuncias que hice, por ejemplo, denuncié
los 2000 puestos que el gobierno les repartió
a las llamadas organizaciones revolucionarias.
También
acusé
a policías
por asesinatos. Bueno, estaba en guerra con todo el mundo.
Mi plan se iba cumpliendo, y para las elecciones en
junio de ese año
ya yo tenía
asegurada la elección
y un gran apoyo.
Viví
esa etapa en intensa actividad. Una vez llegué
a un pueblito que se denominaba San Antonio de Río
Blanco
—porque
todo el mundo me invitaba a los mítines
y en una tarde iba a cinco,
¡no
me maté
por esa carretera de milagro!—.
Bueno, ese día
llegué
tarde, a la 1:00 de la mañana,
ya se había
acabado el acto, todos los habitantes se habían
acostado, y cuando llegué
se levantaron y tuve que hablar.
Katiuska Blanco.
—Pastorita
Núñez
me contó
esa anécdota.
En el primer acto hablaron varios líderes
ortodoxos. Usted llegó
después
y la gente que estaba dispersa se avisó
y reunió
nuevamente, y entonces sí
que el mitin fue encendido en plena
noche, pues usted se refirió
a las denuncias que por aquellos
días
publicaba en la prensa. Ella dice que el acto de la
madrugada fue mucho más
emotivo que el primero.
Fidel Castro.
—Era
un esfuerzo, en primer lugar, dirigido a la
masa ortodoxa y después
a todo el país.
Ningún
político,
ni Pardo Llada siquiera, nadie, alcanzaba tal nivel en
la prensa escrita. Ya entonces se podría
decir que yo era propietario de
la primera página
del periódico
Alerta
los lunes.
Para hacer todo eso debía
desplegar una cantidad de trabajo
descomunal. En realidad no paraba y, por supuesto,
disponía
de una masa que me respaldaba laboriosamente, miles
de gentes a quienes escribía
se iban convirtiendo en activistas.
En tal período,
Pardo Llada, Agramonte y los otros líderes
del partido sabían
que yo tenía
conmovido al país,
pero ellos estaban pensando en las elecciones a la presidencia.
Pardo Llada no sé
a qué
aspiraba. Ellos estaban en lo suyo, no creo que
se percataran totalmente del volcán
que se gestaba a sus pies. Como yo había
alcanzado esos niveles de prestigio, ese crédito,
esa autoridad...
—a
lo mejor pensaban que me iban a matar
cualquier día,
que yo terminaba muerto—.
Pienso que no me mataron porque mi asesinato habría
hecho demasiado ruido.
En el quinto artículo,
que debía
salir el 10 de marzo, denunciaba
un negocio millonario fabuloso, y en el sexto estaba
detrás
de las pruebas de cómo
en el Palacio Presidencial habían
pagado la muerte de un individuo. A medida que
denunciaba, cada vez más
gente me traía
noticias de forma espontánea,
muchos colaboraban conmigo en las averiguaciones y
en la recopilación
de datos.
Claro que no iba a caer en lo que cayó
Chibás
de no disponer de una prueba, al contrario. En vista de la catástrofe,
yo decía:
«No
hay que ir a Guatemala, aquí
en Cuba…».
Ra, ra, ra, disparaba ráfagas
de denuncia. Cuando escribí
sobre una niña
violada, no mencioné
el nombre de la niña
para evitar que ocurriera aquella historia que dañó
a Chibás,
de una mujer que vio perjudicada su dignidad en medio de una polémica
pública,
y yo decía:
«Por
razones obvias, omito el nombre».
Era un caballero en ese sentido, porque tenía
experiencia, había
observado y analizado los acontecimientos. No era
que inventara de pronto ese modo de proceder, sino que fue
resultado de la reflexión
acerca de lo vivido. Y, además,
mucho de aquello lo aprendí
gradualmente.
¿Quién
me enseñó
cuando llegué
a la Universidad? El tipo de política,
cómo
hacer, cómo
ganar el apoyo de la gente, la voluntad de la gente; es
una mezcla de factores políticos,
psicológicos.
A la gente le gusta que cuenten
con ella, a la gente le agrada que le pidan apoyo.
Casualmente, el 10 de marzo debía
publicarse un artículo
más
polémico,
¡siento
que se haya perdido!, denuncié
con todas las pruebas un negocio millonario. No habían
podido desalojar a la gente como antes, compraron muy
barato el terreno; después
que empezaron a construir, comenzaron a
vender. Entonces fui al Tribunal de Cuentas, el 7 de
marzo, y al periódico
Alerta,
llevé
todo. Fue la denuncia más
peligrosa. Revelé
todo el rejuego que involucraba a las denominadas
organizaciones revolucionarias en un pacto, en una paz que Prío
había
hecho por medio del soborno. Compró
el orden, y yo lo denunciaba todo.
Después
sospeché
que Batista iba a dar el golpe y fui a la
dirección
del partido, les aseguré
que Batista estaba conspirando. No quería
denunciarlo por mi hora radial, porque no
era nacional. Vasconcelos no me habría
publicado en su periódico
un ataque de tal tipo contra Batista.
El
único
instrumento que tenía
era la hora nacional del partido, y la solicité
para hacer la denuncia; entonces dijeron
que iban a investigar. Como había
unos cuantos profesores de academias militares entre los ortodoxos, hicieron
una investigación
y respondieron:
«No
hay nada, absolutamente nada».
Me aseguraron que no había
nada, hasta me desorientaron.
Adujeron:
«Hemos
hablado con importantes contactos
en el Ejército,
y nada».
Eso sucedió
dos o tres semanas antes del golpe.
Si yo hubiera denunciado el golpe, no hubiera
ocurrido, porque se habrían
desmoralizado todos los involucrados, ellos
hubieran salido corriendo. Si se descubría,
Batista se amedrentaba porque era cobarde. Si existe un complot y es
denunciado, los conspiradores se alarman y desalientan. Si
realizaba esa denuncia agitaba al país,
advertía
al país.
No hay algo a que le tengan más
miedo los conspiradores. Tal tipo de grupito se
desbarataba porque no era ni conjura, se trataba de
unos cuantos oficiales y unos cuantos cabos. No habría
habido golpe.
Entre el 28 de enero y el 10 de marzo transcurrieron
38 días,
y yo escribí
siete artículos.
Después
los auténticos,
Prío
y toda su gente, aseveraban
que yo era culpable del golpe de Estado porque había
destrui do al gobierno. Fue uno de los problemas que tuve
cuando se produjo el 10 de marzo, me vi obligado a cambiar
todo de nuevo.
Cuando imaginé
la conspiración
de Batista estaba en un movimiento de defensa a favor de los soldados,
pensaba en una parte del Ejército,
la base del Ejército,
para hacer la Revolución;
y de súbito,
los soldados se implicaban en un golpe
militar, unidos a Batista…
Esa certeza supuso un cambio de
plan por completo para llevar a cabo la Revolución.
Y sucedió,
que a quienes tenía
acusados de asesinatos y les estaba pidiendo 30 años
de cárcel,
amanecieron el 10 de marzo, día
del golpe, como jefes de la policía
y las patrullas motorizadas. |