10
Regreso a La Habana, intensidad en los estudios, aprender más
de Economía,
la beca Bustamante, casamiento, viaje a Nueva York, visita a Harvard, nacimiento feliz y salvar la vida
Katiuska Blanco.
—Comandante,
hablando de las experiencias vividas en muy corto tiempo, primero en Cayo
Confites y luego cuando El Bogotazo, usted reconoció
que le hicieron meditar mucho y le enseñaron
extraordinariamente. Consideró
que los hechos ratificaron sus convicciones acerca
de los problemas políticos
y sociales y sobre la forma de hacer la revolución, además,
le convencieron de la necesidad de estudiar a fondo tales problemas y cumplir la deuda que tenía
consigo mismo de continuar los estudios en la Universidad,
vencer las asignaturas pendientes del segundo curso y terminar
el tercero.
¿Fue
la meta que se propuso a su regreso a La Habana?
¿Cumplió
en aquel tiempo con el anhelo de su papá
y su mamá
de que se concentrara en los estudios?
Fidel Castro.
—Sí.
A mi regreso de Bogotá
me tracé
un plan ambicioso: vencer todas las asignaturas pendientes del segundo año,
completar las de tercero y estudiar las principales;
además, me propuse cursar tres carreras, las cuales tuve que
llevar por la libre,
única
manera de poder sacarlas: Licenciatura en Derecho, Ciencias Sociales y Ciencias Políticas.
Varias de las materias eran comunes a las tres licenciaturas,
pero eran muchas, yo no recuerdo el momento exacto en que me
decidí
a realizar tal esfuerzo. Lo primero que hice fue
estudiar y sacar
varias de las materias.
Tampoco matriculé
el cuarto año
como estudiante regular porque ya me proponía
estudiar las tres carreras y la
única forma de hacerlo era como estudiante por la libre. Aún
así, mantuve una estrecha relación
con los estudiantes y tenía
un gran ascendiente entre ellos, con la
única
diferencia de que no era un alumno matriculado oficialmente.
En el curso 1948-1949 matriculé
un gran número
de asignaturas, creo que fueron alrededor de 17, de las tres
carreras, aunque no puedo decir que estudiaba durante todo el
curso, lo hacía
intensamente al final. Como no había
tiempo de examinarlas todas en junio, el período
de exámenes
se extendía
hasta septiembre. Mi objetivo en aquel momento era sacar
las tres carreras para optar por una beca que otorgaban a los
estudiantes que lo lograban. Se trataba de una beca que llevaba el nombre de un jurista que trabajó
en la Liga de las Naciones
—Bustamante—,
y existía
además,
un premio instituido en homenaje a
él.
Ya entonces yo había
avanzado mucho en el estudio de los problemas económicos
y políticos,
ya estaba en contacto con la literatura marxista. Lo que quería
estudiar era Economía
Política,
y estaba pensando en la posibilidad de hacerlo en Francia o en la Universidad de Harvard,
en Estados Unidos.
En realidad debía
aprobar numerosas asignaturas. Aquel año
fueron 17 y el siguiente 29 o 30. Claro, no iba a
clases, era
totalmente autodidacta; buscaba los libros, las
conferencias, los materiales de consulta necesarios.
Y, en medio de todo, una parte del año
me dedicaba a las actividades universitarias, a las tareas de oposición
política
al gobierno de Grau. Yo seguía
en la batalla desde mi condición de estudiante por la libre.
Realicé
un gran esfuerzo. Tengo el récord
de más
asignaturas sacadas por un estudiante en menos tiempo. Por
supuesto, no estaba buscándolo;
pero en un período
de seis meses aprobé
como 28.
Aunque me interesaba mucho la política
había
llegado a la conclusión
de que debía
adquirir una mayor preparación
y profundizar mucho más
en los conocimientos teóricos
de la economía.
Antes de ser marxista, estudiando Economía
Política, era un comunista utópico;
me parecía
absurdo el capitalismo. Lo más
curioso en mi caso fue que llegué
a la conclusión de que el capitalismo era un sistema absurdo por
completo.
Analizaba de manera elemental todos los problemas
del capitalismo: el desempleo, las crisis de
superproducción; vi que al producirse una abundancia de productos,
esta iba acompañada
del hambre, el desempleo y todos estos males. Desde entonces comencé
a concebir en mi cabeza un sistema de producción
racional.
No sabía
que me estaba ocurriendo lo mismo que a mucha gente antes de Marx, que sacaban de su cabeza un
prototipo de
sociedad y comencé
a fabricar el mío;
que no era capitalista, era socialista de sociedad, era la propiedad común
sobre los medios de producción,
destinada a satisfacer las necesidades del hombre. Desde que me adentré
un poco en todo esto llegué
a la conclusión
de que si el hombre debía
producir para satisfacer las necesidades, era inconcebible que las
necesidades y la producción
estuvieran divorciadas, que las necesidades de los consumidores y la propiedad de los medios de
producción estuvieran divorciadas. Todo aquello me parecía
absurdo y empecé
a cuestionarlo; empecé
a elaborar la idea de una sociedad ideal, perfecta, en la que no existiera ninguno de
estos problemas de hambre, desempleo, pobreza, crisis cíclica.
Pensaba todavía
de manera elemental, no era profundo, pero comencé
desde muy temprano a cuestionar toda aquella sociedad y me convertí
en un socialista utópico.
Pasaba horas enteras en la plaza Cadenas, hablando a los que querían
oírme de todos estos problemas, predicando estas ideas a
un auditorio de cinco, seis, siete, ocho o diez personas. Estos
razonamientos los hacía
durante horas, bastante tiempo antes de encontrarme con la literatura marxista.
Después
supe de la existencia de gente que había
hecho lo mismo que yo y que se conocían
como soñadores
y socialistas utópicos.
Esto lo comprendí
mejor, especialmente cuando me puse a estudiar Economía
Política
más
a fondo, porque la que estudié
en la Universidad trataba las diferentes teorías
políticas a grandes rasgos.
Curiosamente, uno de los primeros libros donde se
hablaba de marxismo, era de legislación
obrera, escrito por un profesor que había
sido revolucionario: Aureliano Sánchez
Arango.
Él
había
luchado contra Machado, contra Batista, pero como otros profesores con autoridad, no entró
a formar parte del gobierno auténtico,
y ello le confirió
cierto prestigio. Era un profesor riguroso, sin embargo, cuando llegó
a ser ministro durante el gobierno de Prío
reprimió
a los estudiantes. Con
él fue con quien Chibás
entabló
por radio la famosa polémica
que llevó
a Chibás
al suicidio. Después,
cuando el golpe de Estado de Batista fue un conspirador destacado, lo que le
permitió
recuperar cierto prestigio.
Existía
otro libro que partía
de una concepción
marxista también,
de Raúl
Roa, profesor de una de las asignaturas de la carrera de Ciencias Sociales, creo que era
Historia de las Doctrinas Sociales.
Primero con los libros de Economía
Política
Capitalista y después
con estos que obligadamente hablaban mucho de las distintas escuelas políticas,
empecé
a recibir información
sobre las ideas y concepciones del marxismo.
No sé
en qué
período
fui socialista utópico,
casi desde que llegué
a la Universidad, pero el contacto directo con la
literatura marxista lo tuve después,
el primero fue con el
Manifiesto Comunista.
La lectura de este libro me produjo un gran
impacto. No me acuerdo cómo
cayó
en mis manos el primer ejemplar, cosa extraña,
porque en un centro superior de estudios debiera haber muchos materiales de tal tipo. Cuando
llegué
a la Universidad, que tenía
15 000 estudiantes, el número de comunistas, antiimperialistas, puede que no
pasara de 30. Es la impresión
que tengo, a lo mejor eran más,
pero muy pocos en general.
Recuerdo que después
hicimos algunos comités,
en los que estaban [Antonio] Núñez
[Jiménez],
Lionel Soto, Alfredo Guevara, todo el grupo de izquierda. Yo cursaba el cuarto año.
Las actividades que hicimos entonces fueron desde una
posición muy de izquierda. Yo no militaba entre los
comunistas. Era marxista pero no era un miembro del Partido
Comunista.
La Universidad estaba saturada de maccarthismo;
bueno, no solo la Universidad, ya el espíritu
público
estaba saturado de maccarthismo, anticomunismo, prejuicios de todas
clases, y aquella escuela era de los hijos de los burgueses
y pequeñoburgueses fundamentalmente. Se había
producido un retroceso en el pensamiento político
universitario desde la
época
de Mella, de los años
1920 y 1930. En la década
de los 40, cuando ingresé,
encontré
una Universidad muy descolorida, muy atrasada en el aspecto político,
donde prácticamente
no existía el movimiento antiimperialista, progresista; el
movimiento socialista.
El estudiantado, sobre todo, tenía
una tradición
de lucha
a la cual estaba apegado desde la
época
de la independencia
—creo
que conté
algo de esto en una ocasión—,
desde los estudiantes fusilados, los que murieron en la lucha contra
Machado: Mella, o Rubén
Martínez
Villena, que muy enfermo murió
después,
todos ellos dejaron una gran tradición.
Pero en la Universidad que conocí,
el pensamiento político
había retrocedido extraordinariamente; como a veces
ocurre, tras una ola de pensamientos político-revolucionarios
ya avanzados sobrevienen períodos
de retroceso. Cuando entré
en la Universidad, estaba en su punto más
bajo. No era posible que pudiera desarrollar allí
un pensamiento comunista en toda su magnitud. Pero ya tenía
mis propias ideas, y el
Manifiesto Comunista
me causó
un gran impacto; debe de habérmelo
sugerido algún
estudiante comunista de la Escuela de Derecho. A partir de entonces comencé
a recibir tal tipo de literatura.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
¿a
qué
aspectos esenciales del
Manifiesto Comunista
atribuye tal impacto en usted?
Fidel Castro.
—Fue
la primera vez que di con una interpretación coherente, bien explicada, de la historia y de los
acontecimientos históricos
y sociales, la existencia de las clases sociales con la claridad con que Marx la explica, las pugnas
históricas, los diferentes tipos de sociedades que han existido.
Lo vi todo muy claro, además,
pude captarlo porque conocía
lo que era un terrateniente, una propiedad terrateniente;
una familia terrateniente; quiénes
eran los trabajadores, los obreros,
que no contaban con nada, que producían
una riqueza que no disfrutaban y eran despojados del fruto de su propio
trabajo. Podía
entenderlo perfectamente, había
tenido la oportunidad de verlo muy de cerca, con mis propios ojos. Para mí
tales ideas eran irrebatibles, al igual que las
verdades de que habla la Declaración
de Derechos del Hombre, porque conocía perfectamente todo lo relacionado con la revolución
burguesa, que se inició
con la Revolución
Francesa, y la historia de la revolución
americana.
Para entonces había
leído
con mucha avidez cuanto texto caía
en mis manos sobre la Revolución
Francesa, mucho antes de tener una noción;
era estudiante de bachillerato, pero ya me interesaban dichos temas. Eran verdades
evidentes, realmente incuestionables, que pude comprender con mayor
nitidez, explicadas y razonadas en el
Manifiesto Comunista.
Cada vez que tengo una oportunidad vuelvo a leer el
Manifiesto Comunista
porque está
tan bien escrito, en un lenguaje tan claro, tan directo. La crítica
a fondo que hizo el Manifiesto de la sociedad burguesa, la forma en que lo dijo, la
coherencia, la claridad con que explicó
todos los problemas, su elocuencia, realmente me produjeron un gran impacto.
Yo venía
fabricando castillos en el aire y de repente me encontré
con el Manifiesto, entonces fue que comencé
a entender aquel problema, a ver una teoría,
y, claro, ya yo había oído
decir:
«Existe
tal o más
cual teoría».
Podría
decirse que
comencé
a simpatizar con aquellas ideas expresadas de forma tan clara y elocuente; era lo más
claro que había
leído
en mi vida. Yo estaba condicionado porque había
estado elaborando teorías
en el aire que carecían
de una base social, no tenían una base histórica,
se fundamentaban solo en un espíritu
rebelde y una
ética
elemental.
Existían
dos teorías:
la liberal burguesa y la marxista, las otras carecían
de una base sólida
y respondían
a escuelas políticas como las utópicas,
desde tiempos inmemoriales, y el anarquismo de
época
más
reciente. Estaba claro el enfrentamiento entre aquellas dos teorías,
entre dos sectores decisivos: los propietarios y los desposeídos,
los explotadores y los explotados. Mi mente y mi
ánimo
eran totalmente proclives a la receptividad del marxismo, el interés
que ya tenía
por los problemas políticos
y económicos
se multiplicó.
En aquel momento vivía
una etapa de estudio y fui obteniendo otros libros de marxismo, pero principalmente me dediqué
a estudiar todas las asignaturas que debía
aprobar para poder obtener los tres títulos
necesarios con los cuales aspirar a la beca. Quería cumplir esa etapa, lograr la beca para estudiar
Economía
Política, en una especie de postgrado.
Recuerdo que a partir de la lectura del
Manifiesto Comunista
se estrecharon mis relaciones con la juventud
comunista de la Universidad. Siempre fui muy franco y compartía
con ellos mis ideas. Esto se tradujo en un acercamiento
ideológico entre los muchachos comunistas, antiimperialistas de
la Universidad y yo, en un período
en que ya no era el hijo del terrateniente que venía
de la escuela de los jesuitas. No era todavía un autoconverso del marxismo, no puedo decir tampoco
lo mismo del leninismo, porque la etapa en que entré
en contacto con la literatura leninista fue ulterior. Todo fue
un proceso, y no estábamos
de acuerdo con cuestiones tácticas
y determinada autosuficiencia que los caracterizaba. Formé
parte del comité
al que pertenecían
[Alfredo] Guevara, Lionel [Soto], [Antonio] Núñez
[Jiménez]
y otros, y realizamos muchas actividades progresistas. Este comité
tenía
una gran influencia en la FEU. Todavía
persistían
la represión,
las amenazas y subsistían los grupos armados fuertemente ligados al gobierno,
que conservaban una poderosa influencia.
Participé
en muchas actividades junto a los estudiantes comunistas y antiimperialistas, pero no era
militante del Partido Comunista. Estaba vinculado a personalidades que
crearon el Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo, prácticamente desde que llegué
a la Universidad, pero sosteníamos
relaciones excelentes con los comunistas, desafiábamos
al gobierno, a las fuerzas represivas, a las pandillas armadas.
Creo que fue en cuarto o quinto año
—no
recuerdo bien—, cuando [Pedro] Albizu Campos protagonizó
un levantamiento en Puerto Rico y organizamos una enorme manifestación hasta la embajada norteamericana en La Habana Vieja,
en un costado de la Plaza de Armas, muy cercana a donde
está
hoy el Museo de la Ciudad. Fue una manifestación
multitudinaria. Lionel Soto trataba de quitar el escudo del
consulado americano cuando llegó
la policía
dando golpes, y a mí
me dieron tremendos fuetazos con una fusta de manatí
por la espalda, mientras sostenía
a Lionel que escalaba el primer piso del edificio.
Tal vez ocurrió
en octubre de 1950, pero las actividades que desarrollamos entre 1948 y dicha fecha, tenían
carácter de movilización
masiva. Realizamos muchos actos de tal
índole en aquella
época.
Me convertí
en especialista en preparar manifestaciones. Creo que el de los marines que se
encaramaron en la estatua de Martí
en acto ignominioso, también
fue en aquella etapa.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
busqué
la fecha en la cronología y fue el 11 de marzo de 1949. También
leí
un testimonio de [Baudilio] Bilito Castellanos de 1999, donde
explicaba cómo ocurrieron los hechos al día
siguiente. El periódico
Alerta
publicó
las fotos del ultraje y los estudiantes
universitarios partieron desde la Escuela de Derecho hacia el Parque Central, y de allí
hacia la embajada de Estados Unidos.
Él
narró
que cuando Lionel intentaba quitar el escudo estaba
subido sobre los hombros de usted. Quienes reprimieron la
manifestación dando fuetazos con
«bicho
de buey»
fueron policías
bajo las
órdenes
del teniente Salas Cañizares.
A Bilito lo golpearon sal vajemente y usted lo trasladó
a la Casa de Socorro, donde pidió
un certificado de lesiones para denunciar el
atropello. Se dirigieron con tal propósito
al Ministerio de Gobernación,
donde un oficial destacado a la entrada del edificio le
suplicó:
«No
me perjudique, señor,
yo con mi sueldito sostengo a mi familia». Usted lo tranquilizó
y finalmente no presentó
la denuncia allí, sino en la estación
de policía
de Dragones y Zulueta.
Fidel Castro.
—En
aquella
época
hicimos de todo, cuanta causa había
que defender, nosotros la apoyábamos:
la independencia de los pueblos contra las tiranías,
contra el racismo…
Así
que la dedicación
al estudio no me impidió
seguir cumpliendo mis obligaciones en la lucha
universitaria contra el gobierno y contra la corrupción.
Entonces decidí
casarme con Myrta, que estudiaba en la Escuela de Filosofía.
Asocié
el matrimonio a la idea de dedicarme a estudiar. Fue en
octubre del año
1948.
Katiuska Blanco.
—Tal
decisión
seguramente hizo muy felices a sus padres, siempre atentos para prestarle ayuda,
para apoyarlo.
¿Es
así
como lo intuyo?
Fidel Castro.
—En
realidad mi padre me ayudó,
pues cuando me casé
no tenía
recursos. Fue una decisión
importante porque en dicho período
yo viajé
a Estados Unidos. De Camagüey
salí
en avión
para Miami y luego en tren para el Noreste, hacia
Nueva York. Allí
se encontraba el hermano de Myrta, no recuerdo ni qué
él
hacía,
creo que trabajaba. Entonces viví
en Nueva York
durante algunas semanas.
Katiuska Blanco.
—El
viaje fue después
del matrimonio en la iglesia de Banes. Usted se casó
ante el notario el día
11 de octubre de 1948. Al día
siguiente, 12 de octubre, tuvo lugar la ceremonia religiosa. La periodista Marta Rojas me aseguró
que la noticia salió
publicada en el
Diario de Cuba,
el periódico
de la capital oriental en aquella
época.
Fidel Castro.
—Me
casé
por la Iglesia Católica,
la familia no habría aceptado otra cosa, no tuve prejuicios en tal
sentido, me parecía
algo estrictamente social. Era obligado casarse por
lo civil y por la Iglesia. La muchacha me interesaba más
que los trámites,
sinceramente.
Ella había
pasado sus trabajos también,
sus dolores de cabeza, sufrimientos. Era novia mía
desde antes de lo de Santo Domingo, después
vino lo de Bogotá.
Yo era un novio que no se sabía
si iba a sobrevivir a tantas aventuras. Claro, en mi casa, todo el mundo vio muy bien el casamiento
porque estaban preocupados por mí.
En la casa se alegraron de que estuviera dedicado al estudio, al matrimonio, creyeron que eso
me alejaría
de los peligros, de las inquietudes políticas.
Como tenía
mis planes de dedicar tiempo a estudiar, cuando estuve en Nueva York me compré
unos libros de Marx en inglés
y un diccionario también
de ese idioma. Para entonces estaba imbuido de todas aquellas ideas, al punto de
que estuve en la Universidad de Harvard, en Boston, y pedí
los programas
de Economía.
Este es un centro de gran prestigio.
Era tan audaz que fui como turista a Nueva York y
allí,
con parte del dinero que me dio mi padre, compré
un carro de uso, barato, y corrí
en
él
por la carretera de la ciudad a Harvard. Regresé
de Nueva York a Miami por esa vía.
Anduve manejando en Estados Unidos con un mapa para no perderme, algunas veces por la noche; no sabía
ni por dónde andaba, me extravié
más
de una vez. Estando en Nueva York presencié
las elecciones de [Harry] Truman en 1948, en el mes de noviembre, no recuerdo bien, pero allí
estuve alrededor de seis semanas nada más.
Katiuska Blanco.
—Una
de las crónicas
que atesoro en casa fue escrita por el periodista Guillermo Cabrera
Álvarez
y se titula
«Buscando
lo mío
en Nueva York».
Es el recuento de una búsqueda de los espacios entrañables
vinculados a nuestra historia, algo así
como seguir la huella, los pasos de José
Martí
y de usted, en esa cosmopolita ciudad.
¿Puede
recordar dónde vivió
y los lugares que frecuentaba?
Fidel Castro.
—Viví
en un edificio de ladrillos que tenía
cinco plantas. Alquilé
un cuartico muy modesto que estaba más
bien en el sótano;
daba a la calle y estaba a la altura de la acera. Primera vez que pasaba un invierno crudo, yo no sabía
lo que era el invierno; lo que había
allí
era un aparato viejísimo
de calefacción.
Por entonces yo sabía
hablar muy poco inglés,
entonces aprendí
a ir a los
delicatessen,
las bodegas y me asombraba de que en la misma tienda en que vendían
medicamentos, ofertaban comida. Era muy raro para mí,
muy extraño,
puesto que en Cuba la farmacia es la farmacia, y la bodega es
la bodega.
El hecho es que compraba en los
delicatessen
y cocinaba, porque siempre me gustó
cocinar y muchas veces lo hacía. Los primeros días
el hermano de mi esposa estuvo allí,
Rafael Díaz-Balart,
él
estaba casado también
y hacía
meses que permanecía allá.
Él
fue nuestro cicerone en Nueva York. Muchas veces salíamos
con ellos.
Durante las semanas que estuve en aquella ciudad, vi
muchas cosas, visité
museos como el de Historia Natural, el famoso Empire State, visité
los teatros, algunos restaurantes. Creo que yo era el que pagaba con lo que me había
dado mi padre, porque mi cuñado
no tenía
ni un centavo. Disfruté
los paseos, pero no abandoné
nunca mi propósito
de estudiar Economía Política
después
que terminara la carrera de Derecho y la de Ciencias Sociales, por eso visité
Harvard, pensando en la posibilidad de estudiar allí.
A lo mejor era una ilusión
mía,
pero tenía
tal idea en la cabeza, estudiar en Francia o en
Harvard, de las mejores universidades y de las más
fuertes en Economía entonces.
Claro que se trataba de la Economía
Política
del capitalismo, pero me interesaba seguir los conocimientos: la
Matemática, el estudio del propio marxismo, de las distintas
teorías,
del capitalismo mismo, porque nadie estudió
más
el capitalismo que Carlos Marx.
Él
lo estudió
como algo esencial. Fue estudiando el capitalismo que me volví
comunista. Yo tenía una decisión,
una inclinación
franca y decidida por la política. En aquel período,
estaba pasando de mi fase de comunista utópico
a comunista marxista, y marxista-leninista. Tal fue
el camino que seguí
después.
Ya en Miami tomamos un ferry hasta La Habana,
llegamos con muy poco dinero, se puede decir que arruinados.
Tuve que vender el carro, no me quedó
más
remedio. La abundancia relativa había
durado realmente poco tiempo.
Cuando repaso todo 1948 recuerdo las elecciones
generales del mes de junio como el acontecimiento más
importante de aquel año
en Cuba. Tuvieron lugar poco tiempo después de mi regreso de Bogotá.
Participé
activamente en la campaña política
por la presidencia de Eduardo Chibás;
incluso, en un mitin en Santiago de Cuba días
antes de las elecciones. Estuve en parte del recorrido; una masa impresionante de
gente apoyaba, aplaudía.
No votaron por Chibás,
pero lo aplaudieron. Era la tercera fuerza
—y
como ocurrió
tantas veces—,
la votación
se inclinó
hacia los dos candidatos a los cuales se les consideraban más
posibilidades.
Allí
pronuncié
un breve discurso de poco tacto, porque le hice un emplazamiento al candidato presidencial, a
Chibás; le dije:
«Mira
al pueblo, a este pueblo que te apoya: nunca trai ciones a este pueblo».
Fue una gran falta de tacto mía,
pero le gustó
mucho a la gente. Entonces, yo dije allí
que, si trataban de quitar la victoria por la fuerza, cambiaríamos
las escobas por fusiles
—las
escobas eran símbolo
de los ortodoxos en pos de barrer los males del autenticismo—
para conquistar el poder por las armas. Lo declaré
en el mes de mayo, unos días antes de las elecciones, en aquel mitin en Santiago
de Cuba. Los santiagueros lo recuerdan siempre. Por alguna
razón
me pusieron a mí
entre los
últimos
que dirigieron unas palabras a la multitud.
Quería
llevar adelante mis ideas. Claro, todo ocurrió
en año
y medio. Fue un período
de rápido
proceso de estudio, aprendizaje, radicalización;
en que me adentré
en la literatura marxista, de Engels, de Lenin y, por supuesto, seguí
realizando el mayor esfuerzo por vencer todas aquellas
asignaturas.
Fue una etapa difícil,
había
llegado del viaje con los bolsillos vacíos.
Con el dinero del carro y con lo que de vez en cuando me enviaban de la casa, alquilé
un apartamento en un edificio semiconstruido en Miramar. Todavía
simultaneaba el estudio con las actividades políticas.
Luego de las elecciones fue que me dediqué
al estudio en función
de cumplir mi plan de ganar la beca. Llegué
a lograr mi objetivo, pero tenía
que salir de Cuba por lo menos tres años.
Fue un dilema que viví
por aquella etapa, tenía
que tomar una decisión.
En el año
1949 saqué
17 asignaturas, y después,
en 1950 matriculé
todas las que faltaban para las tres carreras que cursaba.
Entre los meses de febrero, marzo y julio, estudié
y examiné
casi todas las asignaturas y obtuve notas de
sobresaliente en la mayor parte. En total, eran como 47 las que
tenía
que aprobar.
Llegó
el momento en que me faltaban dos o tres asignaturas y tenía
todavía
tres meses a mi favor. Eran las más
fáciles. Ya tenía
la beca asegurada porque era el
único
alumno del curso que había
sacado todas las asignaturas de las carreras
—Ciencias
Políticas,
Ciencias Sociales y Derecho Diplomático—, requisito indispensable para obtenerla.
Cuando hice el plan, necesitaba 47 asignaturas; en año
y medio saqué
45 y me quedaban todavía
tres meses y solo dos o tres asignaturas por aprobar. Las tenía
estudiadas incluso y no las examiné.
Hubiera sido muy bueno haber podido estar dos o tres años
formándome
en Economía
Política,
pero tuve que escoger entre irme a estudiar, a perfeccionar los
conocimientos, o participar activamente en la lucha. Decidí
participar de inmediato en esta; renuncié
al proyecto del estudio para dedicarme por entero a la lucha revolucionaria.
Si me hubiera marchado lejos, a Estados Unidos o a
Francia para estudiar, hubiera perdido muchísimo,
hubiera perdido la hora oportuna de la acción
revolucionaria; pero parece que vi
claro que se acercaba un momento clave, una etapa,
en que no era correcto invertir el tiempo en el estudio, y con
la audacia característica
de toda la gente joven, creí
que estaba preparado para la acción
política
con un objetivo revolucionario bien definido. Entonces dejé
el estudio y me decidí
por la lucha. Esto ocurrió
en el verano del año
1950. Ni siquiera fui a examinar las dos asignaturas que me faltaban, a pesar de que
eran las que más
dominaba. Debí
haberlo hecho para llegar a la meta de aprobar las 47, aunque ya no me interesara la
beca.
Le había
dedicado muchas veces hasta 16 horas diarias al estudio. Fue un récord
aprobar 45 asignaturas en tan poco tiempo, pero hubo mucha constancia de mi parte. La
tranquilidad que da el matrimonio influyó
positivamente, además,
yo tenía
mis técnicas,
mis métodos
de estudio.
Mis enemigos seguían
acechando debido a las actividades políticas
que yo simultaneaba con el estudio. No había
desaparecido el peligro y yo andaba totalmente desarmado. En
dicho período
no tenía
ni la posibilidad de usar un arma, porque los inconvenientes eran mayores.
Recuerdo que el día
que nació
Fidelito, el 1º
de septiembre, yo tenía
que ir a la Universidad y no fui por tal motivo. Después
supe que aquel día
había
ido un grupo de gente a la Universidad
únicamente
con la intención
de matarme.
Yo no había
hecho otra cosa que seguir en la política,
en la actividad contra el gobierno, contra Prío
que ya era presidente.
Probablemente el motivo del intento de matarme fuera
la política de oposición,
todas las actividades que desarrollaba en la Universidad junto a los comunistas, nucleados después
en el Comité
30 de Septiembre, creado en homenaje a Rafael Trejo.
Si aquel día
hubiera ido a la Colina, me hubieran asesinado; fue una tremenda casualidad. Se puede decir que el día
en que nació
Fidelito fue también
el día
en que yo nací.
El 1º
de septiembre de 1949. Es una verdad rigurosa, exacta.
Cuando estudiaba en la casa y lo sentía
llorar recordaba que su llegada al mundo me había
salvado aquel día
la vida. El peligro resurgía
a intervalos por alguna coyuntura o actividad de la oposición.
Se habían
dado en tal período
luchas estudiantiles y algunos estudiantes negociaron,
pactaron. Precisamente cuando estuve en Estados Unidos se
desataron movimientos en contra del incremento del pasaje.
Algunos dirigentes se dejaron sobornar, no recuerdo ahora qué
problema puede haber surgido con el gobierno que se dio esa
situación coyuntural.
Es verdad que después
tuvieron muchas oportunidades de eliminarme, entre el año
1950 y 1952. Cuando el golpe del 10 de marzo de 1952, resulta muy difícil
responder a la pregunta de por qué
no me mataron en aquel período.
Tengo mi teoría,
que es la del domador de circo: el domador está
en una jaula, rodeado de leones, y mientras hace ruido con
el látigo
y lo restalla una y otra vez tiene a los leones
atemorizados. Creo
que la táctica
que a mí
me salvó
fue que me mantuve con el látigo
en la mano, haciendo un ruido igualmente tremendo.
Cuando tenía
todo lo que anhelaba a mi alcance, luego de haber realizado un gran esfuerzo en los estudios,
había decidido quedarme en Cuba. Percibía
que era un momento muy importante en el país,
tal vez lo magnifiqué
pero, efectivamente, cuando se produjo el golpe de Estado en marzo de 1952, yo hubiera estado afuera y habría
perdido todos los contactos, todas las relaciones. Fueron poco más
de dos años en que aprendí
mucho de Cuba, de las realidades, y mi pensamiento revolucionario se enriqueció
extraordinariamente. Fue el período
en que me gradué.
Ya como abogado pude palpar de cerca muchas de las realidades de la
época.
Aunque mi familia me ayudaba todavía
de alguna manera, yo vivía
muy apretado, andaba a pie, en la guagua, en el tranvía,
con muy poco dinero, con una vida bien estrecha y con deudas, aunque siempre aparecían
amigos que me daban créditos.
También
es verdad que al estar dedicado al estudio, incurría en muy pocos gastos. Apenas hacía
vida social, en lo que se refiere a fiestas, paseos, cenas, visitas; no
tenía
tales hábitos.
Quizás
por mi vida en el campo, en las escuelas donde estudié,
cuando llegué
a la Universidad era un joven muy rústico,
no estaba acostumbrado a la vida social. Claro, tenía relaciones, amistades de todo tipo, y de vez en
cuando me in vitaban a alguna fiestecita, pero no sentía
inclinación
por tal tipo de actividades. Era muy mal bailador, muy malo,
no tenía oído
para la música.
Aprendí
un poquito, necesitaba saber para ciertas ocasiones pero era un desastre. Un buen
atleta pero muy mal bailador.
No quiere decir que fuera un joven apático,
amargado. Antes de Myrta tuve otras novias y muchas amigas. Me
gustaba la compañía
de las mujeres, lógicamente;
una parte del tiempo la invertía
conversando con ellas en la Escuela de Derecho, y tenía
numerosas amistades. Pero después
que tuve novia asumí
la relación
con mucha seriedad. Cuando nació
mi hijo, creo que cumplí
también
con seriedad mis obligaciones de padre. Como su nacimiento coincidió
con la etapa de mi dedicación al estudio, permanecía
mucho tiempo en la casa; estaba muy contento, muy satisfecho. Creo que todo eso me ayudó
a llevar a cabo mi programa.
El plan del matrimonio como un medio de estabilización dio resultado. Era bastante casero, salía
cuando era necesario para participar en las actividades políticas,
seguía
siendo buen estudiante y no mal cocinero. Muchas veces
colaboraba en la casa, aunque no en virtud del Código
de Familia que existe actualmente…
Ni siquiera se planteaba dicho problema, no llegué
a tener cargos de conciencia en relación
con eso, porque en tal
época
ni siquiera se hablaba del asunto. Naturalmente, colaboraba siempre que podía
y en ocasiones ayudaba, coci naba una o dos veces; pero había
una división
del trabajo. La histórica
y vieja división
del trabajo subsistía
en aquella casa perfectamente bien.
No era machismo, sino un hábito
tradicional en que la mujer se ocupaba más
de la casa, de los niños.
Si había
que dar una ayuda, una colaboración,
yo, por supuesto, la daba, no voy a decir que no; pero no estaba planteado el
problema como ahora. En realidad no era un problema, era algo
muy propio de aquellos tiempos.
De aquel primer apartamento, no sé
exactamente en qué
momento nos mudamos. Conseguí
uno en 3a
y 2, en el Vedado, allí
estábamos
mejor, era mucho más
fresco, cerca del mar, no muy caro y enfrente había
un cuartel del ejército,
con un muro que abarcaba toda el
área
donde está
hoy el hotel Riviera o los edificios próximos
a este hotel.
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