contáctenos

Árabe

عربي

       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 21.

 
 
 
TOMO II

10 México: un destino desde la historia y la Revolución, tras los pasos del Apóstol en Estados Unidos, estrechez económica, rancho Santa Rosa, Alberto Bayo, Gino Donne, Che al mando, perfil del argentino, Emparan Nº 49 y Casa Bonita, el Cuate, acechanzas, armas, casas-campamento, tirar bien, detenido, un jefe mexicano amigo, polémica del Che, México brinda amparo

 

Katiuska Blanco. Comandante, la primera vez que viajé a México lo hice por mar. Un grupo de jóvenes salimos de la bahía de La Habana y navegamos por el golfo de México hasta bordear por el sur las Islas Verdes. Luego de un amanecer que opacó las luces del faro Santiaguillo arribamos al puerto de Veracruz, el 20 de noviembre de 1992. Íbamos a la nación azteca con el afán de reembarcarnos por Tuxpan apenas cinco días después y recorrer de regreso la ruta legendaria del Granma en una expedición a la historia. Entonces no pude visitar el Distrito Federal. Emprendí viaje al D.F. en noviembre de 2004. Recuerdo que me impresionó avistar desde el cielo los míticos volcanes de picos nevados. En ambas oportunidades recordé algo que José Martí confesó en sus cartas a María Mantilla: «Y yo, temblar de miedo de que tú no me quieras como aquí me quieren». Debieron amarle con fervor en México, donde el bueno de Manuel Mercado y las niñas de la casa le colmaron de atenciones. Comandante, ¿pesó en usted la historia para irse a México? ¿Qué ruta siguió para llegar? ¿Cuáles fueron sus impresiones? ¿Se estableció desde el comienzo en el Distrito Federal?

Fidel Castro. Yo diría que en lo primero que pensé entonces para definir México como lugar de destino fue en la tradición histórica de relaciones entre las revoluciones cubana y mexicana desde la época de las luchas por la independencia. José Martí y Julio Antonio Mella son figuras simbólicas en dicha relación. Los cubanos encontramos siempre hospitalidad allí, además, simpatizábamos con la política internacional mexicana de solidaridad con la causa democrática, de lucha contra la tiranía que tuvo su expresión más alta a raíz de la Guerra Civil Española. México fue el único país que mantuvo durante mucho tiempo después de terminada la guerra, las relaciones con la República Española y no reconoció al régimen de Franco; es decir, ejercía una política internacional seria.

No hay que olvidar que México era el país donde se hizo una gran revolución en la segunda década del siglo xx, revolución que tuvo mucho prestigio, dejó pensamientos progresistas en dicho país y un gobierno estable; mientras que en las demás naciones del área se sucedían las tiranías.

En tal etapa, en Santo Domingo mandaba Trujillo; Jamaica no era un país independiente; en Centroamérica prevalecían las dictaduras militares reaccionarias, y solo en Costa Rica, una pequeña nación, existía un gobierno democrático, el de Figueres, pero con el cual no teníamos relaciones.

Además, influyó la proximidad geográfica y cultural de México. Es un país grande y, aunque no teníamos relaciones con los políticos mexicanos, confiábamos en los tradiciona les vínculos históricos y en la política mexicana. Contábamos con la segura hospitalidad de su pueblo.

No esperábamos cooperación del gobierno de México: tampoco pensábamos realizar actividades abiertas que lo comprometieran; no teníamos lazos ni conocidos; pero no los necesitábamos. Lo que requeríamos era un lugar donde trabajar, reunir nuestro grupo, entrenarlo, que fuera el punto de partida, donde pudiéramos obrar discretamente, de forma clandestina. Sin pretenderlo, violaríamos la ley mexicana desde un punto de vista formal o técnico, pero confiábamos en la legitimidad moral de nuestras acciones, de acuerdo con los ideales de ambas revoluciones: la mexicana y la cubana, a lo largo del tiempo.

Era la primera vez que visitaba México, lo conocía por los libros, por la historia, por la revolución y sentía simpatía. Claro, no conocía a nadie allí, de modo que me encaminé a un mundo nuevo desde el punto de vista humano. Los mexicanos tenían sus preocupaciones cotidianas, en la mente de ellos no estaban los problemas de Cuba, sabían que había un gobierno militar, no simpatizaban con tal gobierno, pero eran decenas de millones de mexicanos enfrascados en sus problemas, mientras yo llevaba en la mente un objetivo único: preparar la expedición. Creo que fue Víctor Hugo quien habló una vez de una tempestad bajo el cráneo, nosotros llevábamos la revolución bajo el cráneo, pero aquel era un asunto nuestro. Los mexicanos estaban en lo suyo, para ellos éramos extraños, éramos desconocidos, quizás habían oído hablar algo de los sucesos del Moncada.

Salí de La Habana en un avión DC-6, pequeño, de dos motores que parecía un avión lechero, porque iba parando en todos los aeropuertos. Al cabo de una hora y media o dos horas llegué a Mérida, porque esos aparatos iban muy despacio, tal vez volaban a 200 kilómetros por hora. Después del aterrizaje me bajé para ver el ambiente, fue la primera región que conocí.

Luego viajamos a Ciudad del Carmen y no recuerdo a cuántos lugares más, por lo menos, a tres aeropuertos a lo largo de la península. Ya al atardecer llegamos a Veracruz. En aquellos lugares se veía una naturaleza tropical: ríos, lagunas, bosques espesos. En casi todas partes vendían camarones parece que era rica aquella zona en camarones, recuerdo que vendían cócteles de camarones picantes. En Veracruz busqué un hotel económico y allí me hospedé. Llevaba alrededor de 100 o 150 pesos.

Veracruz me recordaba un poco el puerto de La Habana, la arquitectura española, el ambiente español; estuve por los muelles, el puerto. Ya yo estaba viendo puertos, porque desde el primer momento tenía que pensar por dónde iba a salir de México para regresar a Cuba.

En todas aquellas cosas iba pensando cuando observaba la geografía de Yucatán, la vegetación tropical, los ríos, los distintos puntos, si estaba o no poblado, las vías de comunicación, etcétera. Al principio pensé que saldríamos tal vez de Yucatán, la península más cercana a Cuba; por eso analizaba su geografía. No pensaba trabajar allí porque habría sido difícil hacer lo que nosotros pretendíamos. El Distrito Federal de México era una gran ciudad, donde resultaba más fácil llevar a cabo nuestras actividades; pero al final tendríamos que buscar un punto de partida, ya yo iba observando todo aquello. En Veracruz también estudié el puerto, cómo eran los lugares. Recuerdo que localicé a Fidalgo, un escultor cubano que residía allí luego de haber sido atropellado por el régimen de Batista en Cuba.

Katiuska Blanco. Sí, a comienzos de 1953, Fidalgo esculpió unas estatuillas con motivo del centenario del Apóstol, al pie de las cuales se leía: «Para Cuba que sufre», y por tal razón la policía batistiana allanó su estudio; entonces usted lo visitó y preparó un reportaje de denuncia que apareció poco después en las páginas de la revista Bohemia. Chenard Piña fue quien captó las fotografías. El material causó gran impacto en la opinión pública, según recuerda la periodista Marta Rojas.

Fidel Castro. Sí, desde entonces conocía a Fidalgo y fui a verlo, pero estuve realmente poco tiempo en Veracruz. Creo que entre 24 y 48 horas, no más, porque sentía impaciencia por llegar a Ciudad de México para estudiar la situación y ponernos a trabajar; ya Raúl estaba allá con otros compañeros y yo debía entrar en contacto con ellos.

Por la mañana temprano salí en un ómnibus por carretera, son tal vez de 400 a 500 kilómetros, iba observando con mucha curiosidad todo el paisaje, la población, las costumbres, la arquitectura, los pueblos. La vía era estrecha, no era una autopista lo que existía entonces. La carretera iba subiendo a la cordillera.

Katiuska Blanco. Comandante, sé del esplendor vegetal de aquella región. Nosotros hicimos el camino únicamente hasta la ciudad de Orizaba, muy próxima al pico de igual nombre. A José Martí también le impresionó. Él describió maravillosamente el paisaje de la Gran Sierra Madre Oriental que observó desde la ventanilla de un tren en que viajaba con igual rumbo que usted: la ciudad capital. Al escribir una carta a su amigo Manuel Mercado habló de la cordillera y del pintor que había sido novio de Ana, la hermana querida. «Manuel Ocaranza haría en ese camino mucha falta: los que sienten la naturaleza tienen el deber de amarla; las alboradas y las puestas son el verdadero estudio de un artista; un pintor en su gabinete es un águila enferma. Dígale V. que es muy bella la salida de Orizaba, y que la contemplación de estas purezas haría a su alma un bien incalculable. El hombre se hace inmenso contemplando la inmensidad».

Fidel Castro. Sí, la recuerdo como una sierra abrupta y de mucha espesura, un paraje asombroso. Al cabo de siete u ocho horas, ya al atardecer, llegué a Ciudad de México. Otra vez se repetía la historia de la primera vez que salí de Birán para ir a Santiago; la primera vez que salí de Oriente para llegar a La Habana y, así, aquella era la primera vez que salía de Cuba para ir a México; iba con mucha curiosidad hacia la famosa ciudad azteca, de la cual había oído hablar tantas veces. Pasamos por distintos pueblos, entre ellos, uno que se llama Cholula, que tiene 365 iglesias; muchas iglesias, creo que dicha ciudad tenía una iglesia por cada día del año. Todo eso me lo contaban y me llamaba extraordinariamente la atención.

Ahora no recuerdo si en México me esperaban o si fui directamente hacia la casa de María Antonia, donde ya radicaba un grupo de cubanos. Era un ciudadano del mundo que recorría aquellos lugares en medio de una gran soledad, pero con mucho interés en todas las cosas y, además, tranquilo, sin preocupación; tenía la idea de lo que quería hacer, convencido de que lo íbamos a hacer, pero primero debíamos adaptarnos al medio, a la nueva situación, a la ciudad, al país y a sus costumbres.

Quizás Veracruz se parecía un poquito a la ciudad de La Habana o a Santiago de Cuba, si se quiere. México D.F. era otra cosa, una gran ciudad, la población no era igual a la nuestra, con otra composición: india, blanca y mezcla de españoles con indios. El paisaje humano en Ciudad de México no era similar al de ciudades de la isla: quizás el nuestro es más vivo porque la gente es más ruidosa; en México es más callada, se refleja más el carácter de la población indígena, autóctona de ese país. Una ciudad ubicada en la altura, fría; incluso la ropa que vestía la gente era diferente. Se usaban sobretodos, muchas mantas alrededor del cuerpo; se veía una arquitectura y una población diferentes. Una ciudad donde la vida era dura; pero existía también la riqueza.

Había un gran contraste entre la población que tenía que trabajar duramente para poder vivir y los grandes edificios, la excelente arquitectura, moderna, rica, muy variada.

En México era ventajoso tener dólares, porque con un dólar se conseguían 12 pesos y medio, y el valor del dólar se elevaba. Era una política del país para atraer el turismo; yo tuve eso en cuenta al viajar. El que llevaba dólares consigo podía comprar un poco más barato.

En aquella época el turismo era una de las fuentes más importantes de ingreso de México, no tenía las grandes cantidades de petróleo que encontraron en épocas más recientes.

A pesar de todo lo que había hecho la Revolución Mexicana, porque, en realidad, la población mexicana había crecido sostenidamente a un alto ritmo y por grande que hubiese sido el esfuerzo de desarrollo que, efectivamente, hizo la revolución y que significaba un progreso indiscutible para México, los niveles de vida de las grandes masas eran relativamente bajos. Eso se podía apreciar a simple vista. Las condiciones de vida eran duras, más duras que las de un trabajador cubano en la ciudad o el campo.

En realidad nos agradaba la ciudad, la gente de México; es decir, existía entre nosotros un sentimiento de simpatía hacia los mexicanos a pesar de que éramos extranjeros. Eran gente muy humilde, noble; es el recuerdo que tengo de la población. La lucha por la vida era dura, y esa lucha crea cierto espíritu, porque obliga a la gente a hacer muchos esfuerzos para poder sobrevivir.

En el tiempo en que llegué a México, en 1955, me llamaron la atención las carreteras, una gran cantidad de carreteras y de hoteles, una excelente red de comunicaciones. Pienso que asociada, desde luego, al turismo, su principal fuente de ingreso en divisas en aquella época. También habían construido un gran número de presas e hidroeléctricas; se notaba un gran esfuerzo en la esfera hidráulica, tanto para la electricidad como para el riego, y en la ciudad se veían unas cuantas industrias importantes, grandes, desarrolladas; algunas mexicanas y otras propiedad de las transnacionales. Todas las empresas de automóviles tenían sucursales, industrias de ensamblaje; las transnacionales tenían igualmente una participación en México.

Se podía percibir un gran sentimiento nacional, sólido, fuerte; un sentimiento patriótico, orgullo nacional y, sobre todo, eran evidentes dos cosas: el orgullo por la revolución y un sentimiento de hostilidad hacia Estados Unidos mucho más grande que el existente en Cuba. Desde aquella época yo podía apreciar la historia de las relaciones entre los dos países, la invasión, la ocupación de más de la mitad de su territorio y las intervenciones de Estados Unidos en México. Todo eso creó antipatía hacia Estados Unidos, que se podía apreciar fácilmente en los ciudadanos mexicanos.

Los mexicanos vivían orgullosos de la revolución y reflejaban simpatía y respeto por Lázaro Cárdenas, una figura política que gozaba de gran reconocimiento popular.

Por entonces, Lázaro Cárdenas contaba con el apoyo unánime en todos los sectores sociales, un gran prestigio no estaba ya en el gobierno, pero se apreciaba un gran respeto hacia su figura, todo el mundo se sentía orgulloso de Cárdenas. Mucha gente de pueblo hablaba de él y lo hacían muy elogiosamente por su actitud patriótica, nacionalista y por haber sido el autor de la nacionalización del petróleo.

Claro, México tenía petróleo, no sé si exportaba algo en aquel tiempo, un poco, pero disponía de petróleo para el autoabastecimiento, y, por supuesto, ya Ciudad de México se caracterizaba por la existencia de un gran número de automóviles, unos importados, otros ensamblados en México, y de turismo. Ya se veían muchos hoteles, moteles, lo pude apreciar a lo largo de la carretera de Veracruz. El turismo fundamentalmente era norteamericano; visitaban México buscando el clima, el paisaje, la riqueza arqueológica, la rica cultura mexicana, sus costumbres y playas.

No pude conocer todo eso, porque nunca fui, por ejemplo, a Acapulco. No me interesaba por las atracciones turísticas, mi pensamiento estaba concentrado en el trabajo que había ido a hacer allí y en la preparación de nuestra expedición, permanecía al tanto de las noticias que llegaban de Cuba, del trabajo revolucionario; no era el momento de disfrutar, como habría podido hacerlo en otras condiciones, de todas las cosas maravillosas e interesantes de México, porque es un país que tiene muchas cosas extraordinarias: pintura, historia, cultura, arquitectura, arte, arqueología, y también paisajes y lugares naturales muy bonitos. Incluso, hasta la comida mexicana es muy rica, pero con mucho picante. A mí me agradaba la comida mexicana.

Katiuska Blanco. Comandante, en el 2004 probé los tacos de huitlacoches que, según María Antonia, a usted le fascinaban. Ella aseveró una vez que ustedes los compraban en los quioscos o tianguis a la salida de los toros.

Fidel Castro. Es cierto que comprábamos tacos en los quioscos, a mí me gustaban mucho, los vendían en todas partes, es algo muy peculiar, una comida típica mexicana.

El toreo era algo totalmente nuevo para nosotros, a Raúl le gustaba ir y hasta quiso aprender a torear. Por primera vez en la vida presenciábamos un espectáculo de tal índole. Realmente nos impresionaba, nos agradaba, era muy variado, de mucho colorido, de intensas emociones. No sé si los toreros eran buenos o malos. A nosotros, naturalmente, nos parecía que sabían hacer su oficio a la perfección, y la gente se entusiasmaba muchísimo. Fuimos varios domingos a ver la corrida de toros.

Pero en realidad, el recuerdo que guardo es el de un país muy interesante, de larga y rica historia. Para nosotros aquel lugar era donde teníamos la misión de preparar la Revolución.

Katiuska Blanco. Comandante, de aquellos tiempos en México usted escribió: «Vivo en un pequeño cuartico y el tiempo que dispongo libre lo dedico a leer y estudiar [].

»La norma básica de mis pasos aquí, es y será, siempre, suma cautela y absoluta discreción; tal como si estuviésemos en Cuba».

En otra carta usted escribió: «Los primeros días se pasan buscando dónde acomodarme y adaptándome al nuevo ambiente. Voy ordenándome y pisando firme. En cuanto a recursos, yo voy sosteniéndome con los últimos fondos. Mis gastos personales son muy módicos pero también [cargo] con la comida a dos o tres buenos cubanos en esta. Se cocina en casa de una señora cubana. Nos alcanza con cualquier cosa. Llevo una administración rígida de los centavitos que traje y espero que con este sistema nadie pase hambre ni ahora ni después. El alojamiento cada cual lo tiene más o menos resuelto a su manera».

Al leer sus palabras tengo la certeza de una cierta estrechez económica durante sus días de México y me pregunto, ¿cómo consiguieron sobrevivir allí durante tanto tiempo? ¿Cómo hicieron para alquilar las casas-campamento, adquirir las armas, sostener a los combatientes y adquirir el barco? Todo parecía un objetivo inalcanzable.

Fidel Castro. Sinceramente, en los primeros tiempos teníamos una situación económica muy apretada. Recuerdo que necesitábamos imprimir y distribuir unos manifiestos y no teníamos dinero. Para tal tarea tuvimos que hipotecar algunas cosas.

Nunca pasamos hambre porque comíamos en casa de María Antonia. Estuvimos casi sin dinero, pero no fue un período demasiado prolongado. Pudo ser durante las primeras semanas, los primeros meses; después no teníamos abundancia de dinero pero no vivíamos una situación de hambre o de mendicidad. El grupo aumentaba, de Cuba mandaban fondos, las recaudaciones se elevaban, y aquello nos permitía ir resolviendo lo esencial para vivir; además, llevábamos una vida austera, dedicados por entero a la causa.

La vida en México no era muy cara y quien llevaba dólares salía beneficiado por un intercambio modestamente favorable; como los salarios eran bajos, las cosas no eran muy caras y el que llevaba un dólar compraba mucho más en México que en Cuba, o adquiría con un dólar mucho más en México que en Estados Unidos. Nosotros teníamos la ventaja que de Cuba nos mandaban dólares y eso nos ayudaba. Éramos un grupo no mayor de 20, no era mucho el gasto.

El más significativo fue el de adquirir algunas armas y las prácticas de tiro; pero ni siquiera resultó tan caro. La casa de María Antonia era el sitio de encuentro conocido. Íbamos y almorzábamos allí casi todos los días.

María Antonia cocinaba arroz, frijoles; yo también a veces cocinaba. Recordando mis hábitos en la prisión, de vez en cuando preparaba los frijoles negros, arroz y también mis espaguetis. Pero había un problema: como México está a una altura de dos mil y pico de metros, a tal altura el agua no hierve a los 100 grados, hierve a los 90 grados, entonces cuesta más trabajo cocinar el arroz, había que freírlo primero, era una técnica que aplicaban los mexicanos por las características del país.

Al principio me hospedé en un cuartico chiquitico en un local cercano. Allí estaba solo; pero iba a comer a casa de María Antonia. Aquel cuarto era muy pobrecito, estaba en un edificio donde el alquiler salía más barato.

Cuando ya fuimos un grupo más numeroso y trabajábamos activamente, tuvimos que alquilar apartamentos o viviendas en distintos lugares, una especie de casas de seguridad más caras. El alquiler era una de las cosas que más nos costaba. Nuestra gente a medida que crecía vivía en grupos y, en general, las ofertas de viviendas eran para capas medias de población. Resultaba muy difícil encontrar otro tipo de residencia. Se trataba de edificios de apartamentos en barrios de clase media, algunos nos convenían porque tenían garaje y así íbamos directamente al garaje si había que sacar un arma y transportarla. Se necesitaban determinadas condiciones: garaje y cierto aislamiento.

La comida no era cara; las armas sí, pero las comprábamos en armerías a precio comercial, porque no se trataba de armas de guerra sino que nosotros mismos las convertíamos en eso. También gastábamos en municiones y alquiler de algunos autos. La gasolina no resultaba cara y el alquiler de automóvil tampoco. No comprábamos automóviles, puesto que para nuestras actividades era mejor cambiar de carro. Claro, al principio no disponíamos de ninguno; ya cuando contábamos decenas de hombres y movíamos armas, sí disponíamos de vehículos, pero rentados, algo más seguro.

En realidad, los principales gastos no eran la alimentación y la ropa, eran las viviendas, ubicadas en área residencial por las razones que expliqué.

Katiuska Blanco. Comandante, el hecho de que México fuera el lugar ideal para la preparación de la expedición, no quería decir que ustedes estuvieran exentos de peligro. ¿Es así?

Fidel Castro. A pesar de ser el ámbito propicio, no carecíamos de peligros; nos acechaban perennemente. De ello se encargaba la legación diplomática batistiana allí, que disfrutaba a su vez de múltiples ventajas en dicha nación. De acuerdo con las dimensiones del país y lo populoso, no resultaba difícil atentar contra nuestras vidas, tal como había ocurrido mucho antes con Mella, a quien asesinaron sicarios enviados desde Cuba por Machado. Allí era de algún modo natural la violencia, porque México había sido y seguía siendo un país estremecido por ese mal. Ello nos obligaba a extremar las medidas de precaución contra posibles agresiones. Debíamos cuidarnos de los agentes de Batista, porque podían denunciar nuestras actividades ante las autoridades mexicanas o agredirnos. Teníamos que andar con sumo cuidado. La situación nos obligaba a vivir en la clandestinidad, eso para nosotros no era tan difícil, perfectamente adaptados como estábamos porque ya lo habíamos hecho en Cuba bajo el gobierno de Batista. Actuábamos con extremo cuidado, con mucha discreción.

Katiuska Blanco. Comandante, como para los cubanos revolucionarios, México era lugar de refugio de hombres y mujeres progresistas de todas partes: republicanos españoles, guatemaltecos, puertorriqueños independentistas, italianos insurgentes, norteamericanos de izquierda ¿Tal circunstancia de hospedaje solidario puede considerarse como un fruto de la Revolución Mexicana?

Fidel Castro. México es un país de tradición hospitalaria para la gente democrática y progresista de Latinoamérica y del mundo, aunque no todos los períodos políticos de su historia fueron iguales. Tras la Revolución Mexicana se fortaleció dicha tradición de acogida. La mexicana fue una revolución profunda, una revolución antifeudal, una revolución social de gran trascendencia.

Cuando llegamos, ya los mexicanos habían nacionalizado el petróleo, otra medida de gran significado; su Constitución era la más avanzada de toda la región; el movimiento campesino mexicano había sido el de mayor prestigio continental; la Revolución Mexicana fue el acontecimiento más trascendente después de la independencia de América Latina, pienso que fue la revolución más radical que hasta entonces se viviera en nuestra región. Por aquellos días en que estábamos allí se reunieron en México muchos grupos de latinoamericanos, en cuyos países se había entronizado la dictadura militar: dominicanos, cubanos, venezolanos, peruanos, nicaragüenses y guatemaltecos, gente de todas partes; porque México fue un lugar de asilo de los perseguidos políticos de América Latina, y tenía un gobierno estable desde la consolidación de la revolución.

Claro, en cierto momento tuvimos dificultades en México; si al fin y al cabo hubiera sido imposible trabajar allí, habríamos tenido que buscar otro sitio, tal vez Costa Rica, o algún otro país. Pero el lugar ideal y además próximo a Cuba era México, aunque surgieron dificultades serias y tuvimos que modificar los planes. Por ejemplo, inicialmente pensábamos recaudar el dinero con la colaboración de la población, pero no pudimos reunir ni todo el dinero ni todos los hombres que necesitábamos.

El problema era más bien de recursos, y a pesar de que la idea concebida no era en modo alguno exagerada, no pudimos realizarla. Fue un bello plan, no tan ambicioso.

Katiuska Blanco. Unos meses después de su llegada a México, usted realizó su segundo viaje a Estados Unidos. Otra vez me viene a la memoria José Martí, su labor como delegado del Partido Revolucionario Cubano y su amplio periplo por ciudades estadounidenses para reunirse con los emigrados. Le anticipo mi mirada: le reconozco a usted como alguien de solemnidades entrañables, fiel a lo heredado del alma patriótica. Tengo la sensación de que seguía los pasos del Apóstol. Iba como rindiéndole tributo con la movilización por Cuba, ¿estoy en lo cierto?

Fidel Castro. Sí, en el viaje a Estados Unidos reconozco una cierta influencia histórica, el recuerdo de la lucha de Martí mientras organizaba a los emigrados cubanos para alcanzar la independencia de Cuba.

Los hombres muchas veces queremos repetir la historia, aunque las condiciones sean muy diferentes. Pensaba que existían cubanos, unas cuantas decenas de miles de cubanos, quizás más, que vivían, más o menos, en los mismos lugares que en la última guerra de independencia. Todos ellos habían salido de Cuba como emigrados económicos, la inmensa mayoría lo era. Me parecía elemental organizar a los emigrados, para que nos dieran apoyo político y económico en la lucha revolucionaria. Pesa el elemento histórico; más de una vez influyó en nosotros, durante la guerra. En cierto momento tratamos, por ejemplo, de reeditar la invasión desde Oriente hasta Occidente, hasta que me percaté de que no era la estrategia correcta.

Los acontecimientos históricos tienen siempre mucha influencia, sobre todo en la gente joven, cuando todavía está muy deslumbrada por las hazañas de nuestros próceres, y no se toman en cuenta las diferencias entre una época y otra.

Viajé, efectivamente, por los lugares donde estuvo Martí: Nueva York, Filadelfia Conmigo iba Juan Manuel Márquez, quien se había sumado al Movimiento cuando salimos de la prisión. Era un líder de la ortodoxia en Marianao. Un muchacho muy valioso.

Además del impulso patriótico de seguir los pasos de José Martí, existía la necesidad objetiva de recaudar fondos; aunque finalmente no pudimos reunir grandes cantidades, pero alguna ayuda recibimos. Los emigrados cubanos cubrieron nuestros gastos para que pudiéramos realizar lo que nos habíamos propuesto al viajar a Estados Unidos. En realidad no se podía esperar que aquella gente reuniera mucho dinero; no obstante, lograron discretos recursos y nos ayudaron. Cuando los cubanos daban un peso tenían que hacer un sacrificio muy grande, la vida allí era muy cara y los salarios no muy altos. Trabajaban en hoteles, restaurantes, fábricas, industrias, e indiscutiblemente ganaban poco; no podían ayudar con mucho dinero, pero fueron generosos, espléndidos, dondequiera que llegábamos. No pudimos hablar uno por uno con todos los que estaban allí, quizás hablamos con unos cuantos cientos de cubanos y dejamos organizado el Movimiento, sobre todo, con vistas a que contribuyeran posteriormente al esfuerzo revolucionario, tanto en el terreno político como en el económico y en el reclutamiento de personal.

Podríamos decir también que mi viaje tenía el objetivo de dar a conocer un poco más la situación en nuestro país. También desde Estados Unidos había más comunicación con Cuba que desde México; por otro lado, siempre repercutía más lo que se hacía en Estados Unidos que lo realizado en México; además, existía una comunicación mayor con nuestra gente en la isla.

No son muchos los detalles que recuerdo de aquel viaje, sí sé que estuve en Nueva York, Filadelfia, en Cayo Hueso y en Miami; creo que fue de Miami que regresé a México otra vez, no me acuerdo en qué línea aérea.

Hubo en Nueva York, por parte de los cubanos, una gran acogida; parábamos y comíamos en sus casas. Ellos organizaron una serie de actos y crearon los primeros grupos de colaboración con el 26 de Julio, porque el Movimiento era una organización nueva. Un poco imitábamos lo que había hecho Martí en su época, creando grupos; seguíamos la misma forma de organización, nuclear grupos de cubanos que apoyaran al Movimiento 26 de Julio. Fueron surgiendo los primeros grupos con aquellas familias simpatizantes, algo parecido a los clubes revolucionarios que tenía el Partido Revolucionario Cubano de Martí.

El trabajo fue fundamentalmente político: buscar el apoyo, proyectar también la campaña revolucionaria con relación a Cuba y reunir algunos fondos, si no en aquel momento, en los meses futuros. A mí me daba mucha pena pedirles a aquellos cubanos; desde luego, se les solicitaba una pequeña contribución, pero eran en su mayoría muy pobres.

Visitamos a mucha gente en distintas partes, se realizaron actos a los que, aunque no eran muy masivos, a veces asistían unas cuantas decenas de cubanos, y en algunos de ellos, cientos de compatriotas.

Pronuncié discursos y sostuve conversaciones personales con otras personas. En realidad, pude darme cuenta de que los cubanos llevaban condiciones de vida muy duras; eran gente muy humilde, muchos procedentes del interior del país, al gunos de La Habana, familias emigradas por razones económicas. Claro, en aquella época, antes del triunfo de la Revolución, existía un riguroso límite al número de cubanos que podía entrar a Estados Unidos, alrededor de 5000 al año, tal vez menos, no recuerdo la cifra exacta; era una cantidad reducida la de los que podían entrar y establecerse en Estados Unidos, y la cifra de cubanos que deseaban vivir en Estados Unidos y buscar allá el trabajo que tanto escaseaba aquí, era muy grande; pero entonces no existía una revolución, Estados Unidos no tenía interés en atraer el mayor número de cubanos posible, para privar al país de esos recursos como ocurrió después.

En general, era gente muy modesta, que debía trabajar muy duro; muchos de los cuales necesitaban hasta dos empleos para poder vivir. Casi todo su tiempo lo absorbían las interminables horas dedicadas al trabajo, el esfuerzo de trasladarse de donde residían a los lugares de trabajo en el metro; realmente, llevaban una vida difícil y se dolían mucho de que en su propio país no pudieran encontrar ocupación.

El desempleo, fundamentalmente, expulsó a aquella gente hacia Estados Unidos; vivían en Nueva York, New Jersey, y una vez que estaban allí trataban de llevar a los familiares. Pero no se adaptaban a esa vida fatigosa.

Una parte de aquellos cubanos después vino para Cuba; algunos se quedaron en Estados Unidos, pero eran simpatizantes de la Revolución. Las emigraciones anteriores, las viejas emigraciones, eran simpatizantes de la Revolución. Los que se fueron después, al menos una parte utilizó como pretexto la Revolución para que les dieran permiso de entrada a Estados Unidos.

Pero en todas partes, tanto en Nueva York como en New Jersey, en Filadelfia, en Cayo Hueso, en Miami, nos recibieron con entusiasmo. En Filadelfia era un grupo más reducido. Aquella ciudad era famosa desde la época de la Guerra de Independencia y por eso llegamos allá. En aquel período organizamos los primeros grupos y reclutamos militantes del Movimiento.

Lógicamente, yo disponía de una visa por un tiempo limitado en Estados Unidos. Todavía no me explico cómo me dieron la visa después del Moncada y del discurso La historia me absolverá, en lugar de impedirme la entrada. No sé, tal vez el gobierno de Estados Unidos nos subestimó en tal momento, o nos catalogó como unos idealistas, románticos, sin ninguna perspectiva de alcanzar el gobierno. Posiblemente consideraban a Batista un gobierno sólido, inconmovible; se preocupaban por los grandes partidos políticos, porque si internamente los grandes líderes políticos nos subestimaron antes del ataque al Moncada, era evidente que en Estados Unidos no le dieron ninguna trascendencia a dicho episodio y consideraban que nuestro grupo era indigno de que se le prestara atención.

Observé allí un clima político reaccionario, anticomunista, pero en relación conmigo me ignoraron; en realidad me alegraba de que no me hicieran ningún caso, de que me olvidaran por completo. Era lo más conveniente para nosotros. Por suerte, no le dieron ninguna importancia al Movimiento; incluso, al final de nuestra guerra tampoco se la dieron, aunque ya habían elaborado planes para eliminarme. Para ellos fue una circunstancia extraña. Estaban preocupados por otros problemas. Después del triunfo de la Revolución siguieron subestimándonos.

Al principio no era de esperar que en fecha tan temprana como en el mes de octubre de 1955, el grupo de cubanos exiliados en México que habían recorrido Estados Unidos, pudieran constituir algún peligro para el gobierno de Batista y menos para los intereses de la nación norteña en la isla.

No salíamos ni en los periódicos, de nosotros no se ocupaba nadie, ni el gobierno ni la prensa de Estados Unidos. Si acaso salía alguna noticia sobre nosotros, era en algún periodiquito pequeño de habla española con una breve declaración. No aparecíamos en los grandes cintillos de los diarios; quizás alguna foto, alguna noticia de los cubanos. Y, además, una parte de dicha prensa estaba a favor de Batista, una parte de los periódicos editados en español recibía dinero de Batista.

Cuba era un país demasiado sometido a Estados Unidos y en extremo dependiente de él, para que alguien pensara que alguna vez se podía hacer una verdadera revolución aquí. Tal es mi apreciación del pensamiento de ellos en aquel momento.

Cuando se me venció la visa regresé a México, nunca pensé quedarme en Estados Unidos, bajo ningún concepto, porque me sentía mucho más seguro en México. Sabía que en Estados Unidos no podría organizar una expedición a Cuba, era muy difícil y remota la posibilidad de hacerlo, por los problemas del idioma y muchos otros factores: con seguridad ya entonces existía bastante maccarthismo en Estados Unidos.

Probablemente, mientras estuve allí chequearon mis actividades, pero no tuve dificultades; de manera normal cumplílo previsto hasta que terminó el recorrido y regresé a México. Lo hice muy contento, muy satisfecho de la recepción que tuvimos, la acogida, el apoyo de los cubanos. Fue muy bueno el recorrido.

Aquel viaje fue un éxito grande desde el punto de vista político y modesto en lo económico porque acudimos a personas muy pobres, gente humilde. Creo que la suma que recaudamos fueron 1000 dólares o algo así.

En México tuvimos que usar el crédito, al igual que lo hicimos antes del Moncada, porque al comprar las armas, entrenar a los hombres, sostener la vida cotidiana de la gente, alquilar las casas, se incurría en gastos.

Finalmente, regresamos 82 hombres con una sola arma automática, después nos quedamos con mucho menos, porque éramos un grupito chiquitico. Esto demuestra que nuestras ideas eran correctas, porque si usted supone que va a iniciar una lucha armada guerrillera con 300 hombres y 300 armas automáticas, y la comienza con 82 hombres y un arma automática, y después solo reúne siete armas otra vez, puede llevar a cabo la lucha y obtener la victoria; entonces, nuestras ideas eran muy correctas, al menos no excesivamente optimistas. La realidad es que resultaron mucho más optimistas que las elaboradas por nosotros estando en la prisión. Claro, esta idea de llevar a cabo la guerra irregular en las montañas nació de las concepciones elaboradas cuando el Moncada como alternativas previstas si el gobierno de Batista podía sostenerse, a pesar del golpe tremendo que pensábamos asestarle el 26 de julio de 1953.

Katiuska Blanco. Comandante, cuando visité Ciudad de México en noviembre de 2004, acompañada por Antonio del Conde (el Cuate), de quien seguramente usted nos hablará después, recorrí muchos lugares que anhelaba conocer desde hacía tiempo: Emparan N.o 49, el bosque de Chapultepec, el edificio de Pedro Baranda, el Monumento de la Revolución, las avenidas Reforma e Insurgentes, algunas de las direcciones de las casas-campamento, la tienda de abarrotes Las Antillas, Xochimilco, la casa bonita de los Jardines de San Ángel donde en otro tiempo residían Orquídea Pino y Alfonso Gutiérrez (Fofo); la armería del Cuate, los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, la casa de Arsacio Vanegas y el rancho Santa Rosa, entre otros

El día de la visita al rancho Santa Rosa en Chalco, almorzamos en un pequeño establecimiento conocido como la Casa de los Quesos. Recuerdo que en las paredes del local había grabados, ilustraciones y mapas que mostraban imágenes antiguas de Ciudad de México. Algunos explicaban cómo en otro tiempo fluían las aguas de las montañas hacia el lago Texcoco. No olvido los doilis de papel cromado con estampas y recuentos de las posadas mexicanas, fiestas que son una vieja costumbre popular con procesiones, plegarias y canto de villancicos. Poniendo el recuento de dicha tradición a la vista de los comensales intentan rescatarlas del olvido. Allí fue donde el Cuate me habló de Alberto Bayo y de su gestión para conseguir el alquiler del rancho San Miguel, al que los futuros expedicionarios llamaban Santa Rosa como una medida de seguridad. Fue legendaria la presencia de los jóvenes cubanos en la localidad y la de un argentino. Allí todavía se cuentan historias verdaderas e imaginadas sobre ellos.

Fidel Castro. Alberto Bayo era un republicano español captado por nosotros para trasmitir conocimientos y experiencias guerrilleras. Era militar, pero también en un tiempo pasado había luchado en Marruecos contra los independentistas marroquíes, quienes usaban tácticas de lucha guerrillera, y así fue como él adquirió bastante experiencia. Además era un hombre muy entusiasta. Efectivamente, a través de un conocido suyo rentamos el rancho para los entrenamientos. Siempre he dicho que tenía cosas de Quijote y, al mismo tiempo, la filosofía mundana de Sancho Panza; era un hombre de gran espíritu, carácter, voluntad y disciplina, muy conversador, en fin: un español de pura cepa.

Katiuska Blanco. Fueron muy pocos los extranjeros que ustedes reclutaron. ¿Es así, Comandante?

Fidel Castro. A nuestros combatientes, los reclutaba el Movimiento en Cuba. Al inicio contábamos con un grupo que era del 26, incluso, algunos llegaron a México antes que yo. Muy pocos eran extranjeros, el Che fue una excepción; al igual que Zelaya, el mexicano que nos pareció un muchacho bueno, entusiasta. También reclutamos a Pichirilo [Ramón Emilio Mejía del Castillo], un dominicano, navegante, que yo había conocido en la expedición de Cayo Confites. Realmente esos fueron los únicos tres extranjeros. Después supe por ti del italiano aquella vez que me preguntaste por él.

Katiuska Blanco. Sí, Comandante, el italiano venía como un cubano más, comisionado por el 26 de Julio desde Cuba, y por eso quizás no supo entonces de su nacionalidad. Recuerdo nuestra conversación en enero de 1994, usted consultó primero al «jefe de los veteranos» como llamó a Jesús Montané, y luego al investigador Pedro Álvarez Tabío para conocer datos de la historia y el paradero del italiano expedicionario del Granma. Conoció así que el partisano Gino Donne Paro logró evadir el cerco del Ejército batistiano tras la dispersión en Alegría de Pío y, unos años después, en 1961, cuando la invasión por Playa Girón, escribió una carta a Celia en la cual expresaba su disposición de venir a nuestra patria a defenderla de la agresión yanqui. En 1994, Gino vivía en la Florida y precisamente por eso, de nuestra parte se guardaba discreción sobre su paradero para ahorrarle hostilidades en su lugar de residencia. Tal fue la razón por la que nunca escribí sobre él, a pesar de que desde Italia me llegaron datos recopilados por un periodista llamado Gianfranco Ginestri, quien forma parte de los movimientos de solidaridad con Cuba; él se dio a la tarea de investigar y localizar a los parientes del único europeo enrolado en la «Aventura del Siglo» como denominara el Che a la expedición del yate Granma. Ginestri, gentilmente, me hizo llegar siempre los resultados de sus pesquisas y toda la información recopilada. Sé que Gino ya murió, pero antes estuvo una última vez en nuestro país, ocasión en que se le reconoció como viejo compañero de armas y expedicionario.

Fidel Castro. En realidad, para una acción como la que íbamos a hacer nosotros, era mejor escoger cubanos. Incluso, los cubanos en aquella época, no querían que los mandara nadie que no fuera cubano.

Recuerdo que una vez designamos al Che como responsable en una casa donde había balas, armas y entrenamiento. Lo seleccionamos por su seriedad, su sentido de la responsabilidad, y algunos cubanos no estuvieron de acuerdo. Se presentó el problema de que como era extranjero, los combatientes no asimilaban tener que cumplir sus órdenes.

Katiuska Blanco. Sí, fue en el rancho Santa Rosa. El comandante Ramiro Valdés me contó la historia. Él fungía allí como segundo del Che y recuerda cómo este por su parte se sorprendió y consideró inmerecido el nombramiento, pues entre los hombres que mandaba había moncadistas a quienes consideraba con una trayectoria combatiente más destacada. Tal manera de ver las cosas ratificaba su valía, ¿verdad, Comandante?

Fidel Castro. Claro, yo apoyé al Che y les hice una crítica muy fuerte a los compañeros porque no querían que un extranjero les diera órdenes. En un movimiento político, nacional, revolucionario, siempre será preferible contar con los propios ciudadanos del país, porque son más fáciles las relaciones, la organización, la subordinación, la obediencia.

En general, a la gente no le gusta que le den órdenes, pero las aceptan un poco mejor si se las está dando un compatriota, que si se las da un extranjero. Nuestra gente no era suficientemente avanzada en aquella época. Después no, después nadie dudaba de luchar junto al Che y recibir órdenes de él, después que alcanzó un prestigio como buen soldado, como hombre valiente; pero al principio, cuando no se le conocía lo nombré más bien por su disciplina, por su cultura, por su conciencia política, y entonces, no fue tan fácil que lo aceptaran.

Para una tarea como la que nosotros íbamos a llevar a cabo, en las circunstancias en que la íbamos a realizar, lo más adecuado era trabajar con los nacionales, porque aquella no era una misión internacionalista o una misión como las brigadas internacionales en la Guerra Civil Española, sino una misión nacional, en el territorio nacional, y para eso lo mejor era utilizar al personal cubano.

Muchas veces nos enviaban a compañeros que tenían problemas para actuar en la clandestinidad. Los compañeros del 26 en Cuba seleccionaron, en general, gente muy buena y decidida. Al final también tuvimos en cuenta algunas características físicas de acuerdo con nuestro criterio sobre la capacidad combativa, como todos no podían venir en la expedición, algunos tuvieron que quedarse en México. Otros estaban presos en el momento de la salida como Pedrito Miret.

En el barco no cabíamos todos, los fuimos seleccionando por categoría, contando con los que más se habían destacado en el entrenamiento, y ya después, quedaba una última categoría: el peso. Entre los que no se habían destacado notablemente, tuve que escoger a los que eran más bajitos y más flaquitos para poder embarcar una mayor cantidad de hombres. Puede que hayan sido alrededor de ocho los que se escogieron por el peso.

Pienso que entre los 82 había alrededor de 40 que tenían condiciones de jefes y se habrían destacado como tal. La otra mitad no tenía las mismas condiciones, pero estaba entrenada y dispuesta a venir.

A algunos como Camilo, que estaba por California, lo enviaron a México en los últimos días. La selección, en lo fundamental, la había hecho el Movimiento en Cuba, y el Movimiento también escogía a veces hombres que ya estaban corriendo riesgos en Cuba .

Katiuska Blanco. Comandante, en la estremecedora carta de despedida que le dejó el Che, él recuerda el día que lo conoció en casa de María Antonia y, muy breve pero magistralmente, traza un perfil de su personalidad, pero usted, ¿cómo recuerda al joven que conoció en casa de María Antonia? ¿Por qué razones lo admitió en el Movimiento en una sola pero larga conversación?

Fidel Castro. Cuando llegué a México, ya los compañeros allí conocían al Che. Recuerdo que Raúl y Ñico López hablaban de él, del médico argentino que había estado en Guatemala.

Cuando lo conocí, él andaba sin dinero y pasando mucho trabajo. Tenía un empleo modesto en un hospital, donde hacía algunos experimentos, desarrollaba investigaciones como médico; pero también recorría las calles del D.F. como fotorreportero deportivo de una agencia latina.

Lo recuerdo vestido muy humildemente. Padecía de asma y era, en realidad, muy pobre. Para entonces sentía una gran indignación por la invasión de los yanquis a Guatemala, y a demás de eso, todos los domingos se iba para el volcán Popocatépetl a tratar de subirlo.

Tenía un carácter afable y era muy progresista, realmente marxista, aunque no se encontraba afiliado a ningún partido. Desde que escuché hablar del Che me percaté de la simpatía que despertaba en la gente. Con estos antecedentes lo conocí y lo conquisté para que se uniera a la expedición del Granma, a nuestro grupo revolucionario.

Era una persona muy modesta, amistosa y noble; con todas aquellas cualidades despertaba simpatía y se hablaba del Che con cariño. Nadie sabía entonces que iba a hacer después todo lo que hizo y convertirse en lo que es hoy: un símbolo universal.

Era un bohemio latinoamericano, había salido a conocer el mundo, a correr su suerte en los caminos, una gente joven, progresista, revolucionaria, que venía de Guatemala indignado por lo que ocurrió allí.

Lo reclutamos como médico de nuestra expedición, era el propósito principal.

Katiuska Blanco. Comandante, ¿y cómo se organizó en México la acción clandestina? ¿Dónde se realizaban las reuniones?

Fidel Castro. Sí, primero las citas, casi todas tenían lugar en casa de María Antonia, en Emparan N.o 49, y luego en la de Alfonso Gutiérrez López (Fofo) y su esposa Orquídea Pino, en San Ángel. Fueron las casas más utilizadas por nosotros.

Claro que existieron otras muchas, porque necesitábamos ocultar armas, y en numerosas ocasiones cambiarlas de un sitio a otro. Además, utilizamos lo que llamábamos casascampamento, donde residían por grupos los jóvenes que se preparaban para la expedición.

A no ser aquellas dos casas, centros para reunirnos y cambiar impresiones, todas las demás eran solo conocidas por quienes permanecían avecindados, y no se empleaban para establecer contactos ni como sitio de reunión, pues debíamos mantenerlos en la clandestinidad; unas para mayor seguridad de nuestros compañeros, y otras para seguridad del armamento que conseguíamos, las que solo muy pocos y compartimentadamente conocían.

Todo el que llegaba de Cuba iba a la de María Antonia no a la de Fofo, en San Ángel, donde luego vivieron mis hermanas y Fidelito por un tiempo.

En una época no tuvimos dificultades con la policía y en otra sí. Tal circunstancia diferenció nuestra vida en México, la cambió radicalmente. Desde el comienzo tuvimos que andar con cuidado, pero después debimos extremar las precauciones, pues los agentes de Batista nos seguían los pasos. Existía el riesgo de que secuestraran y hasta asesinaran a alguno de nosotros. Era una realidad latente. También podían utilizar en aquel empeño elementos delictivos propiamente mexicanos, mafiosos, gente del país dispuesta a todo. Por tales razones debíamos actuar con suma discreción.

Todo lo relacionado con las armas y las municiones lo compartimentamos. Unos compañeros conocían algunos lugares y otros conocían otros. Nadie sabía la ubicación de todos los arsenales. El único que sí sabía todos los detalles, dónde estaban las armas, cuántos éramos en total, en qué casas se ubicaban los grupos, etcétera, era yo y algunos que permanecían junto a mí, como Cándido [González] y [Jesús] Chuchú Reyes que escoltaban o conducían el vehículo. Cándido era de Camagüey y un excelente cuadro de esa provincia.

También debíamos proteger a nuestra gente. En mi caso, se suponía que cualquier acción planeada por Batista iba a estar fundamentalmente dirigida contra mí que no estaba clandestino; por tal razón, tras las primeras semanas de estancia en México, nunca más viví solo. Yo iba a casa de María Antonia y a todos los lugares, pero me movía, cambiaba de lugar; y siempre vivía alguien conmigo. Después que Montané se casó con Melba, yo vivía con ellos.

Tampoco podíamos portar armas sino con extremo cuidado, porque llevarlas nos podía acarrear problemas, aunque en cierto momento lo hicimos porque la situación se tornó muy peligrosa, no sabíamos si alguien iba a atentar contra mí, y ante cualquier autoridad tampoco teníamos certeza de que en verdad se tratara de una acción del gobierno mexicano, pues aun siendo una persona oriunda del país y con cargo de policía, podía tratarse de un agente de Batista.

Las medidas que adoptamos fueron insistir más en la discreción, cambiar frecuentemente de lugar donde dormir. Nos movíamos de una casa a otra. A veces íbamos en dos autos por si pasaba algo, pero casi todo el tiempo estuvimos expuestos a la agresión de agentes de Batista o a algún conflicto con la policía mexicana; sobre todo a partir de que tuvimos algunos tropiezos.

Katiuska Blanco. Cuando estuve en México insistí en visitar el campo de tiro Los Gamitos, pero esa instalación ya no existe y la gran ciudad se estableció en sus predios. Sé que remaban en el lago del bosque Chapultepec, ascendían cerros y caminaban por las amplias plazoletas del Monumento de la Revolución; también que tenían entrenadores como Arsacio Vanegas y el esposo de María Antonia, Dick Medrano. Comandante, ¿podría referirse más ampliamente a los entrenamientos? ¿Cómo se desarrollaron sin alarmar a nadie, especialmente los de tiro?

Fidel Castro. Realmente, los entrenamientos físicos y de tiro los desarrollamos dentro de la ley como el resto de las actividades. Existía el campo de tiro Los Gamitos, adonde acudíamos habitualmente.

Después dispusimos una finca no lejos de la costa, al norte de Tuxpan... Ya ni me acuerdo bien de los nombres. Fueron los tres principales lugares de entrenamiento. Aparte de que Bayo daba cursos de guerrilla a un grupo, entre los cuales estaban el Che, Raúl y otros compañeros.

Los Gamitos se ubicaba a las afueras de Ciudad de México, donde los deportistas aficionados al tiro iban a disparar en varias modalidades tiro al pollo, a 100 metros; tiro al guajolote, a 200 metros, y tiro al cordero, a 300 o 400 metros; existían varios de aquellos campos. Tenía una altura, luego un valle, después otras alturas; un lugar muy bonito.

Nosotros nos hacíamos pasar por deportistas aficionados al tiro. Allí conocimos a alguna gente, y también tipos de armas y mirillas telescópicas. A veces participábamos en los disparos al pollo, al guajolote, al cordero; no dejaba de ser un tiro difícil, porque sin fijar el arma, a pulso, es difícil. Hacíamos un tiro de guerra, de francotiradores. Casi nunca tirábamos a los animales; disparábamos a unos platos a 100, 300, 400 y hasta a 800 metros. Principalmente hacíamos disparos de francotiradores con el arma apoyada. Con la mirilla telescópica conseguía romper un plato de perfil a 600 metros. Llegamos a adquirir experiencia y habilidad en el tiro. El Che era también buen tirador.

Cuando llegaba la gente nueva de Cuba, los llevábamos al campo de tiro, era una de las primeras cosas que hacíamos: el entrenamiento.

Queríamos que la gente fuera especialista en tiro, para el tipo de guerra que pensábamos desarrollar, sobre la cual, por cierto, no teníamos gran experiencia, solo ideas. Pronto conocimos que era muy difícil conseguir armas automáticas, muy difícil; las únicas armas con que podríamos contar serían armas de caza de alto poder. La posibilidad de adquirir armas automáticas fue una de las primeras «ilusiones perdidas», creo que así se titulaba una de las novelas de Balzac. Pensábamos disponer de un número de fusiles con mirilla, y convertimos a cada uno de nuestros hombres en un francotirador, en un especialista en tiro. Pudimos ir adquiriendo algunas armas de este tipo, de cacería; de las que usaría Hemingway en África para cazar elefantes, búfalos, leones, armas con mirilla telescópica; es decir, convertimos armas deportivas en armas de guerra.

Cuando, por ejemplo, venía alguna gente nueva, para inspirarle confianza, yo ponía a un compañero de Oriente, de la provincia de Holguín; su nombre era Miguel Sánchez, pero le llamaban el Coreano porque decía que había combatido en la guerra de Corea o algo de eso, pero estaba contra Batista.

El Coreano no era alguien de mucho pensamiento, sino un muchacho al que le gustaba la acción y, por lo menos, tenía una gran confianza en nosotros como tiradores. Poníamos al Coreano a un pie de distancia de una botella, es decir, a 12 pulgadas de la botella estaban las piernas del Coreano y yo le disparaba a la botella. La nueva gente que llegaba se queda ba asombrada de aquello. Claro, lo hacía con mucho cuidado, usaba el mismo fusil, me cercioraba de que los órganos de puntería estuvieran correctos y usaba el mismo tipo de bala para descartar cualquier variación y, entonces, disparaba desde un punto apoyado, en posición de francotirador. Nunca un disparo dio entre la botella y las piernas del Coreano. Lo hice decenas de veces, lógicamente, para demostrar la eficacia de aquella arma a la gente que llegaba nueva; o cuando poníamos un plato a 800 metros, o lo poníamos de perfil a 600 metros, ¡de perfil!, rompíamos el plato de perfil. Habíamos logrado con dichos fusiles una precisión absoluta y aspirábamos a una buena efectividad en el tiro entre nuestros hombres, a quienes inspirábamos confianza así.

El Coreano quería poner la botella entre las dos piernas, quería pararse con la botella en el medio, pero eso sí no lo acepté nunca.

Íbamos casi todos los días a Los Gamitos; tres, cuatro horas, transcurrían casi sin darnos cuenta. Al final, los problemas nos obligaron a buscar otros campos de entrenamiento, sitios no tan conocidos o frecuentados, porque si no la policía hubiera estado chequeándonos y al tanto de que seguíamos organizando y entrenando a nuestros hombres.

No imaginas el peligro que era aquella gente con tales armas. Si se hubiera querido disparar contra alguien, a 600 metros no se hubiera fallado; incluso a más distancia, hasta a 800 metros, los disparos eran certeros. Nosotros habíamos adquirido una nueva especialidad, la especialidad en el manejo de fusiles con mirilla telescópica de francotiradores. Yo diría que era el punto en el que estábamos más avanzados; es decir, en la capacidad de hacer blanco sobre cualquier cosa a cualquier distancia. Claro, nosotros pensábamos en la guerra de guerrillas.

Recuerdo que después del ataque al Moncada, cuando tratábamos de llegar a las montañas para continuar la lucha, las armas con las que contábamos eran unos fusiles 22 y unas escopetas con las que no podíamos alcanzar a los soldados relativamente a poca distancia de nosotros. Si entonces hubiéramos tenido el tipo de armamento que conseguimos en México, habría implicado una ventaja tremenda.

Pusimos, por eso, más énfasis en la puntería de la gente, en su entrenamiento como francotiradores. Si no teníamos armas de guerra automáticas, teníamos que compensarlo con un máximo de eficacia en el uso de las armas. Después conseguimos dos fusiles antitanques de la Segunda Guerra Mundial, pero nada más teníamos cinco balas. No era tan fácil conseguir municiones para aquel armamento. Fue una gestión de Antonio del Conde, el Cuate, pseudónimo con el que lo trataba para evitarle riesgos.

El Cuate, el mexicano que nos ayudó en la adquisición de las armas, era dueño de una armería y, por tanto, un buen conocedor. Además, tenía relaciones en aquel mundo.

En Los Gamitos y otros lugares nadie sospechaba que éramos revolucionarios, y a los que estaban allí no les importábamos para nada. No reparaban en nosotros. Así fue largo tiempo. Parecíamos gente de dinero, fanática, porque éramos clientes asiduos del campo de tiro, y así la instalación prosperaba. Iban conmigo seis, siete, ocho o diez compañeros, grupos pequeños que rotaban para no llamar la atención.

El Cuate nos fue muy útil, nos ayudó mucho. Él nos facilitó la adquisición de las mirillas telescópicas, 50 mirillas belgas compramos una vez. La mayor parte de los fusiles se los compramos a él o a través de él; compramos también algunos fusiles semiautomáticos, serían como 10 Remington; teníamos un fusil Garand semiautomático igualmente, una Thompson calibre 45, única arma automática de la que disponíamos.

Aspirábamos a que cada uno de los combatientes tuviera una mirilla telescópica, o casi todos; el que no tuviera un arma automática que contara con una mirilla telescópica, pero tuvimos dificultades y perdimos algunas cantidades de armamento; al final embarcamos en el yate 52 mirillas telescópicas. Eran nuestras armas más temibles, de una precisión absoluta, y en las que yo más confiaba. Aunque era bueno disponer de algunas armas semiautomáticas, pero, en aquellas condiciones pudimos adquirir muy pocas. Lo ideal habría sido tener, quizás, un 80% de fusiles automáticos y un 20% de mirillas telescópicas, más o menos, si hubiéramos podido escoger. Pero al no disponer de armas automáticas, las más peligrosas  que teníamos en nuestras manos, las más eficientes, eran los fusiles de mirilla telescópica, y los compramos con la colaboración de aquel armero mexicano a quien ganamos para la causa y que se portó con mucha lealtad y seriedad. También participó en la compra del barco y la casa en Santiago de la Peña, en Tuxpan.

Ya él sabía que éramos revolucionarios, pero colaboró con nosotros, aunque las armas eran su negocio, él no lo hacía solo por eso, sino por amistad personal con nosotros. También nos ayudó a comprar los dos fusiles antitanques.

Habíamos pensado trasladar algunas armas desde Estados Unidos, adquirirlas allí, pero se hizo muy difícil; sobre todo, a partir del momento en que éramos chequeados constantemente por la policía mexicana.

Katiuska Blanco. Comandante, a pesar de todas las medidas que tomaron para no llamar la atención, a usted y a otros compañeros los detuvieron y estuvieron presos varios días. ¿Podría narrar tales hechos?

Fidel Castro. Nosotros actuábamos clandestinamente, y cualquier actividad de tal índole no es tolerada por las autoridades de un país, por sus propias leyes internas y por sus obligaciones internacionales. Muchos mexicanos podían sentir simpatía, pero existían relaciones diplomáticas oficiales entre el gobierno de México y el de Cuba; la tolerancia por parte de México de esa clase de actividades habría parecido una violación de la ley, de las normas internacionales, una forma de intervención en los asuntos internos de Cuba; de modo que el gobierno mexicano, las autoridades mexicanas, estaban obligados a hacer cumplir las leyes mexicanas y las leyes, las normas y las obligaciones internacionales; y sobre todo su política, entonces muy celosa, de lo que se conoce como no intervención en los asuntos internos de otros estados.

De modo que la policía o el gobierno mexicano no necesitaban que Batista los estimulara para actuar con severidad en relación con nosotros, en primer lugar. En segundo lugar, en México existían varias policías, unas más estrictas que otras, más serias que otras, más eficientes que otras; la de más fuerza y más profesionalidad era la Federal, una dependencia del Gobierno Federal. También existía una Policía Secreta. Batista logró alguna penetración en la policía secreta, mediante sobornos y distintas formas; alguna gente del lugar trabajaba para él.

Batista disponía de algunos espías entre los cubanos radicados en México, y yo sentía mucha desconfianza de alguna de aquella gente. Después se comprobó que uno de los que trataba de relacionarse con nosotros y tenía vínculos personales con algunos de nuestros compañeros, porque se hacía presentar como muy buen amigo, era un agente de Batista, que había sido policía en la Universidad de La Habana y asesinado a un teniente de la policía; estaba en México, y yo le tenía mucha desconfianza, por determinada observación psicológica en su forma de actuar.

Katiuska Blanco. Comandante, ¿usted se refiere a Evaristo Venereo?

Fidel Castro. Sí, él había estado el día del golpe de Estado de Batista en Columbia, después se hizo pasar por revolucionario en La Habana, luego mató a un teniente de la policía universitaria y se fue, cayó preso, se escapó extrañamente de prisión. Era, indiscutiblemente, un individuo hábil para hacerse presentar como amigo de la gente. Tal vez era ya agente de Batista cuando públicamente apareció en Columbia, la mañana del 10 de marzo.

Batista tenía la cooperación de alguna gente en la Policía Secreta de México, pero no en la Federal. Afortunadamente, tuvimos el incidente con la Policía Federal, lo cual consideré bastante casual.

Ya entonces teníamos noticias de algunos planes de Batista, chequeos que no sabíamos si se trataba de la policía mexicana o gángsteres mexicanos pagados por Batista con el fin de secuestrarme, y adoptamos ciertas medidas de seguridad. Estábamos en estado de alerta. Cierta vez, en una casa de seguridad, se observaron algunos movimientos extraños, decidimos no salir en el carro, sino a pie de la casa, porque teníamos que movernos. Avanzamos como dos o tres cuadras hacia una avenida donde un carro tenía que recogernos antes de cruzarla. Vimos algo extraño por allí y le dijimos al chofer del carro: «Sigue». La oscuridad era grande. Entonces continuamos por la misma calle después de cruzarla. Ya era casi de noche.

Claro, no iba solo, nos repartimos, yo iba delante con otro compañero, detrás iba Ramirito como a 50 metros; pero parece que por allí, por alguna casualidad, andaban uno o dos carros de la Policía Federal y les pareció extraño aquel movimiento. Entonces, cuando el otro compañero y yo íbamos llegando a otra esquina donde había una casa en construcción, vimos un carro que venía en la dirección contraria, frenó ruidosamente y de él se bajaron varios hombres; me puse detrás de una columna para impedir lo que parecía un secuestro, suponía a Ramirito detrás de mí, y fui a sacar una pistola automática con peine de 20 tiros.

Creía contar con Ramirito a 50 metros detrás. ¿Qué hizo la Federal de Seguridad? Operó de forma perfecta, parece que llegaron en dos carros: uno lo situaron delante, al llegar a la esquina bajó a los hombres; el otro venía detrás, a 80 metros más o menos del primero, capturó a Ramiro y bajó a sus hombres. En el momento en que yo estaba sacando el arma, un hombre de la Federal me puso la pistola en la nuca y no me permitió moverme. Estaban bien entrenados los hombres de aquella institución. Yo estaba bien posesionado tras las co lumnas del edificio en construcción. Era un barrio de ricos, casi despoblado. Este episodio lo conté en detalles al comandante nicaragüense Tomás Borge, aparece en el libro Un grano de maíz.

Fue mucho mejor que las cosas ocurrieran así, porque si se produce el combate, habríamos podido matar a tres o cuatro hombres de la Federal, creyendo que se trataba de unos gángsteres o agentes de Batista. ¡Qué clase de problema habríamos creado! Fue muy peligroso aquel momento, tanto porque pudieron matarnos como porque habríamos podido matar a varios policías mexicanos que demostraron ser cumplidores y serios.

Inicialmente, las autoridades creyeron que se trataba de gente fuera de la ley, de eso sí pude percatarme; pensaron que éramos una organización de contrabando en negocios ilícitos, una agrupación no política sino delictiva. Fue su primera idea, y cuando comenzaron a interrogarnos y a identificarnos, comprobaron que éramos cubanos y se dieron cuenta de que no se trataba de delincuentes comunes en actividades ilícitas, sino de revolucionarios en misiones políticas, comenzaron a vernos con mucho más respeto.

Un día te expliqué, Katiuska, que cuando nos arrestaron en México en el año 1956, hace ahora más de cinco décadas y media, el problema de la droga no existía allí. Entonces la Policía Federal de Investigaciones luchaba contra el contrabando de mercancías en la frontera de México con Estados Unidos. Era su principal problema. Batista no tenía influencia alguna en tal institución. Por el contrario, la Policía Secreta era corrupta, la tiranía batistiana tenía influencia en ella y la utilizaba para tratar de conocer las actividades de los revolucionarios cubanos en tierra azteca.

Por puro azar, fue la Policía Federal la que nos capturó allí. Aquella vez te expliqué en detalles la singular historia que puso en riesgo nuestro colosal esfuerzo revolucionario. No deseo alargar mucho este recuento; pero es necesario agregar que hoy, el creciente tráfico de estupefacientes y de armas sofisticadas estas últimas procedentes de Estados Unidos constituye un terrible problema que cuesta la vida a miles de mexicanos cada año. Ambos fenómenos fueron creados por la vecina nación del Norte.

Pero bueno, en 1956, al lado del contrabando de mercancías, las actividades políticas de los revolucionarios cubanos carecían totalmente de importancia.

Claro, los de la Federal buscaron todo, registraron todo. A quienes tenían encima algún papelito les seguían exhaustivamente la pista; si conocían una dirección, rápidamente enviaban un equipo de hombres a investigar; si encontraban a alguien perteneciente a la organización lo arrestaban; si hallaban armas consideraban que su tarea constituía un éxito. Se percataban de que habían descubierto algo importante.

En mi opinión, y sigo pensando así, nuestro incidente con la Policía Federal de Seguridad fue casual, fortuito, porque seguí y vi cada reacción de ellos. Claro, cuando creyeron que tenían algo importante a mano, como Policía Federal se sintieron en la obligación de actuar y, como consecuencia, en la prensa salieron noticias de carácter espectacular: una gran conspiración contra el gobierno de Batista, alijos de armas, actividades, etcétera; la prensa empezó a agitar en relación con los hechos. Batista feliz, por supuesto, con tales informaciones.

La Policía Secreta de México, corrompida hasta la médula, estaba ayudando o propiciándolo todo. Fue una suerte que se tratara de la Policía de Seguridad la que actuara, sobre todo por dos razones: primero, esta era una policía más seria, más profesional, con más sentido de su función institucional; segundo, porque en ella figuraba un hombre que después resultó ser amigo nuestro; el hombre que nos capturó, el capitán que por pura casualidad realizó la acción y dirigió la investigación. Primero, ellos querían que nosotros les diéramos datos; no se los dimos, como era de suponer. Todo el mundo permaneció muy firme, nadie dijo nada.

Ellos hicieron ver que nos iban a torturar; en cierto momento nos llevaron a cuartos separados, empezaron interrogatorios con simulacro de torturas: ponga los brazos así, haga así, qué sé yo, lo hacían para atemorizarnos, y vieron a todos preparados para resistirlo.

Parece que les impresionó la serenidad de nuestra gente, con una mentalidad muy diferente a la del delincuente común, debido a la motivación revolucionaria; les impresionó, les inspiró respeto y, a medida que pasaban las horas e incluso, los días, fueron sintiendo más respeto, más consideración por nosotros. Ahora, eso sí, se mostraban interesados en desenredar aquello completamente, capturar hasta el último cubano y la última arma. Y bueno, a decir verdad, a partir de nosotros no pudieron apresar a ningún cubano, los que arrestaron fue porque encontraron pistas, bastaba una dirección, un número telefónico, cualquier cosa.

Raúl y un grupo se dieron cuenta de que estábamos presos y pasaron a la clandestinidad, entonces a una parte importante de la gente no la pudieron capturar. Pero en Chalco, en el rancho Santa Rosa, teníamos un grupo como de 15 o 20 compañeros, allí era donde se encontraba el Che. Ellos sabían de antemano la existencia del campamento, por papeles y otras evidencias; preguntaban, preguntaban y no conseguían ninguna información. Estaban empeñados, ya por orgullo profesional, en capturarlo todo, aún sabiendo que éramos revolucionarios que nos organizábamos para actuar contra Batista. Entonces fueron atando cabos y encontraron algunas casas con armas; y atando cabos otra vez, descubrieron dónde estaba el rancho, dónde se encontraba un grupo con armas que cumplía una etapa de entrenamiento.

A una parte importante de nuestro personal no la pudieron apresar, y la mayor parte de las armas tampoco; sobre todo un lugar que conocíamos Cándido y yo nada más, donde se escondía el grueso de las armas; no vivía nadie allí y estaban ocultas decenas de armas. Varios lugares no cayeron, y la casa donde estaba el mayor número de armas tampoco, a pesar de que a mí me habían agarrado el papelito que Cándido me puso con el teléfono de la casa, en un bolsillo de mi saco, donde quedó olvidado. Y como no me acordaba de aquello, llevaba como tres o cuatro días o más con aquel papel guardado, y cuando la policía me capturó me lo quitó. Nunca como norma he tenido papeles ni libreta ni direcciones, nada, ¡jamás!, era mi costumbre; por eso, cuando vi que la policía tenía el papel, y como siempre ellos seguían meticulosamente cada detallito, cada dirección, cada nombre, cada cosa; yo creí que iban a encontrar la casa, pero fue tal vez la única pista que no siguieron, a pesar de que me la encontraron a mí en el bolsillo. Debieron averiguar a quién pertenecía aquel número de teléfono, mas no lo hicieron. Y una policía meticulosa, rigurosa, que siguió todas las pistas, no siguió aquella que yo llevaba en el bolsillo.

Bueno, fue mi preocupación, realmente, durante muchas horas, durante muchos días, hasta que comprobé que no habían seguido dicha pista. Hay que decir que cada vez que encontraban algún arma, se estimulaban más a seguir buscando.

Empatando cabos y completando piezas, descubrieron el rancho donde estaban el Che y su grupo, y dijeron: «Ya sabemos ». Porque ellos me preguntaban veinte cosas. Hasta apostaba con ellos, yo le decía al capitán: «No, no saben». Hasta que me dijeron: «Está en tal punto, en tal lugar el lugar exacto, y ahora vamos para allá». Les pedí: «Yo quiero ir, porque si ustedes se presentan allí puede tener lugar un tiroteo y no nos conviene, a ustedes ni a nosotros, que eso suceda. Me dejan a mí ir delante y garantizo que no habrá resistencia, que no se va a entablar un tiroteo». ¡Y hasta eso!, porque nuestra gente estaba armada a las órdenes del Che, y de repente, si los rodeaban, lo más probable era que hicieran resistencia; se habría armado un tiroteo y habría sido muy grave.

Al final quedamos un grupo como de veintitantos presos, el resto no fue capturado. Caería quizás un tercio de las armas, hasta 40%, es decir, un poquito más de un tercio, pero entre el 60% o 70% de las armas, entre ellas las más importantes, no fueron capturadas. Estuvimos presos unas cuantas semanas.

Katiuska Blanco. Comandante, tengo fotocopias de las páginas de algunos diarios mexicanos de entonces. Elsa Montero, especialista de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, y yo buscamos esas publicaciones en la hemeroteca de la Universidad Nacional Autónoma de México, en noviembre de 2006. Algunos titulares afirmaban: En el diario Excelsior [del 26 de junio de 1956]: «Desbarata México la revuelta contra Cuba y apresa a 20 jefes. Todo el arsenal de los conjurados, recogido», y otros titulares, por aquellos días: «Siete comunistas cubanos presos aquí por conspirar contra Batista. Recogen Armas», «Serán deportados a la Argentina los esposos Guevara», «Obtuvieron amparo los 25 cubanos detenidos», «No son rojos sino nacionalistas los cubanos».

Fidel Castro. La prensa publicó la noticia de un hallazgo de armas, se suscitó un escándalo en cada oportunidad. Seguramente Batista estimuló aquel sensacionalismo inicial; seguramente ejerció presiones diplomáticas para que se tomaran medidas contra nosotros, es de suponer.

Pasaron cosas interesantes. Los policías que nos capturaron terminaron haciéndose nuestros amigos. Desde los primeros momentos en que ellos creyeron que no éramos una pandilla de delincuentes comunes, comenzaron a vernos con simpatía y a ser amigos nuestros. Tuvimos la suerte de que el jefe de la Federal, Fernando Gutiérrez Barrios, se comportara como un caballero, un hombre honorable. Nos presionó y él mismo se dio cuenta de que no iba a conseguir ninguna declaración por la fuerza. Era capitán, bastante joven, un hombre honrado, alguien que no podía ser sobornado por gente de Batista. Gutiérrez Barrios se dio cuenta del sentido de nuestra lucha, de quiénes éramos, qué hacíamos, y considero que aunque siguió actuando como oficial cumplidor de su deber, trataba de investigarlo todo; fue muy respetuoso y cumplió con la tarea que le fue asignada, era evidente que lamentaba lo que estaba haciendo, y llegó a sentir aprecio por nosotros y por toda la gente del Movimiento. Fue uno de los fenómenos que se produjo en medio de tal desastre; nació una relación de amistad y de respeto con el principal jefe de la Policía Federal. Dichas relaciones de amistad las mantuvimos hasta que murió, hace pocos años. Había seguido después su carrera, ascendió profesionalmente, fue viceministro... Creo que hasta gobernador de un Estado; un hombre excelente, un caballero.

Claro, ellos siguieron la investigación, pero nos respetaron, no nos golpearon, no nos torturaron, es la verdad. Entregaron todas las pruebas acopiadas a los tribunales y nos enviaron a la cárcel.

Pasó de todo en aquellos días. Bayo, el español, creyó que todo había fracasado y estuvo haciendo declaraciones. Como él había participado en varias expediciones y tenía experiencia, salió a relucir su nombre; no lo capturaron porque se les escondió, pero lo entrevistaron. Había estado en tantas guerras, ayudando a expediciones contra Somoza y contra no sé qué otros, entonces publicó un artículo en el periódico dando nuestra expedición como una aventura fallida más, decía: «Mi fracasada expedición a Cuba, o de conspiración contra Batista». Realmente yo estaba irritado porque Bayo diera por fracasado todo. Estaba muy molesto cuando leí el periódico y sus declaraciones.

Después, incluso, el sensacionalismo de la prensa fue sustituido por cada vez más objetivos y favorables reportes acerca de nuestra situación. En los propios titulares de Excelsior se aprecia esa tendencia. Así fue como sucedió, primero la prensa mexicana publicó las versiones de la policía o de la embajada cubana, pero tan pronto como la verdad se abrió paso, algunos periodistas honestos reaccionaron a favor nuestro. Recuerdo artículos de Excelsior, Últimas Noticias y La Prensa, y otros órganos mexicanos de prensa que no eran batistianos ni enemigos nuestros. Estaban simplemente obligados a publicar las noticias que emanaban de nuestro arresto.

En determinado momento el propio Che complicó un poco más la situación con su carácter rebelde; estaba muy irritado con la policía y la amenaza de deportarlo. En una oportunidad, cuando lo interrogaban, en lugar de ser discreto, entabló una polémica, se declaró marxista-leninista y estuvo discutiendo con la policía, los jueces mexicanos y con todo el mundo sobre las diferencias entre capitalismo y marxismo. Convirtió el arresto en un campo de batalla político-ideológica al declarar su ideología, que yo compartía desde antes del Moncada, al entablar aquella polémica. ¡Imagínate!, ellos agarraban todas aquellas declaraciones y las publicaban en los periódicos; se complicaba la situación, porque decían: «Grupos de comunistas, que qué sé yo y qué sé cuando...». Las autoridades judiciales estaban también medio irritadas con el Che; no lo maltrataron, lo trataron con respeto al igual que a todos los demás, pero se sentían humillados por las declaraciones que hizo y las polémicas que desató.

El Che me contó después que él discutió hasta sobre los fenómenos del culto a la personalidad, porque en aquellos días ya habían aparecido las primeras declaraciones de Jruschov o de no sé quién más, denunciando el culto a la personalidad de Stalin. ¡Jueces y policías discutían con él hasta la cuestión del culto a la personalidad!, y el Che, en una línea ortodoxa, explicó en qué consistía tal fenómeno y la crítica a tal negativa tendencia. ¡Consideró un deber discutir con la policía y los jueces! Y nosotros preocupados por los problemas de Cuba, la organización del regreso a Cuba y la expedición, la misión que queríamos salvar de todas formas; a medida que ya lo habíamos logrado con las armas, con los compañeros que no fueron capturados, pensábamos que de una forma o de otra resolveríamos las dificultades para salir adelante. Recordarlo hoy más bien me divierte.

Estuvimos varias semanas en la cárcel, y cuando ya habían liberado a todo el mundo, nos dejaron al Che, a Calixto García y a mí presos; a mí por jefe y al Che por sus furibundas declaraciones marxistas-leninistas; debido a eso el Che y yo estuvimos muchos días juntos. No sé por qué retuvieron a Calixto García, no puedo explicarme por qué lo dejaron, a no ser porque fuera negro, la única razón para hacerlo. Pero el Che, argentino, además, había hecho aquellas declaraciones y complicó las cosas, lo cual retardó nuestra salida.

 

 
 
 
 

Quiénes somos | | Su Opinión | | Regresar | | Enviar a un amigo | | Imprimir | | Contáctenos | |Correo| |Subir 

Sitio optimizado por 800x600 I.E 5.0
Compiled by Hanna Shahwan - Webmaster
© Derechos reservados 2004-2012