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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 20.

 
 
 
TOMO II

09Estudiar es luchar, dubitaciones, una costumbre antes de dormir, «el hábito hace al monje y yo soy pobre», amnistía, gratitud, viajar a la isla grande, cálido recibimiento, estrategia y realidad reafirmadas, un juramento con Cuba

 

Katiuska Blanco. Comandante, usted escribió desde la cárcel: «…la inquietud de saber más, de poder más, de ser más, renueva al hombre incesantemente» y «En esta prisión mi vida es pensar y estudiar. En algo tengo que invertir mis energías y mis ansias. Estudiar es luchar». Pienso que su temperamento intranquilo, bohemio y hasta desordenado en pequeñas cosas cotidianas como echar las cenizas del tabaco en cualquier parte cuando fumaba, halló cauce al concentrarse en la lectura. Entender el estudio como una forma de lucha le dio sentido a su vida en la prisión. Prueba de sus dubitaciones son estas palabras: «Me había dormido acabando de leer la Estética Trascendental del Espacio y del Tiempo []. Kant me hizo recordar a Einstein, su teoría de la relatividad del espacio y tiempo, y su fórmula famosa de la energía E=mc² (masa por el cuadrado de la velocidad de la luz); la relación que pudiera haber entre los conceptos de uno y otro quizás en oposición; la convicción de aquel de haber encontrado criterios definitivos que salvaban a la Filosofía del derrumbe, vapuleada por las ciencias experimentales, y los imponentes resultados de los descubrimientos de este. ¿Le habría ocurrido a Kant lo mismo que a Descartes cuya filosofía no pudo resistir la prueba de los hechos, porque contradecía las leyes probadas de Copérnico y Galileo? Pero Kant no trata de explicar la naturaleza de las cosas sino los conocimientos mediante los cuales llegábamos a ella; si es posible conocer o no conocer y según ello cuándo son aquellos acertados o erróneos; una filosofía del conocimiento, no de los objetos del conocimiento. Según esto, no debe haber contradicción entre él y Einstein. Sin embargo ahí están sus conceptos de espacio y tiempo, puntos básicos para elaborar su sistema filosófico. ¿Cabría la contradicción? Claro que no será difícil cerciorarse, pero mientras me hacía esta pregunta, igual que otras muchas que continuamente nos asedian, pensaba en lo limitado de nuestros conocimientos y en la vastedad inmensa del campo que el hombre ha labrado con su inteligencia y su esfuerzo a través de los siglos. Y aun, la misma relatividad de esos conocimientos entristece []. Y en medio de todo esto, no dejaba de pensar si valdría la pena invertir mi tiempo estudiando muchas de esas cosas y su posible utilidad con vista a resolver los males presentes…».

Pienso que usted concluyó que sí, que valía la pena sumergirse en los libros como si lo hiciera en un océano insondable. Ya mencionó algunos volúmenes de contenido político consultados para preparar el alegato; pero sé de la existencia de muchos otros que le permitieron crecer intelectualmente para lo porvenir, espantar la soledad y ser libre en el encierro. Hace algún tiempo reconocí una parte de esa colección en la Oficina de Asuntos Históricos, guardada en un escaparate de caoba y cristal. Le confieso, Comandante, que sentí una tremenda emoción: los leí allí mismo en varias jornadas de estudio. Recuerdo Magallanes y la biografía Balzac por Stefan Zweig. El encuentro con sus libros fue mágico, me transportó a los momentos vividos por usted mientras leía: primero los vi, luego los toqué, los revisé, vi sus iniciales en la primera página, leí los apuntes y las frases que subrayó entonces. Allí encontré la edición que reunía las cartas enviadas desde Alaska por el padre misionero Segundo Llorente, hermano de su profesor en el Colegio de Belén, aquellas que le fascinaban y tuvo la oportunidad de escuchar porque se las leían a los alumnos. Siempre anhelé conversar con usted sobre sus lecturas del presidio, las considero vitales en su vida.

Fidel Castro. El aliado más importante que uno tiene en la prisión es la lectura. Subrayar frases y hacer alguna que otra anotación ha sido siempre costumbre mía. Así destaco ideas esenciales, sobre todo cuando es más intenso el interés por lo narrado o expuesto en el libro; soy más metódico, más sistemático. Mientras leo voy subrayando ideas; a veces un párrafo entero si me parece interesante por algún motivo.

Si inicio un libro sobre asuntos conocidos, lo leo rápido, depende del tipo de obra; a veces cuando se trata de literatura científica, subrayo algunos puntos.

En otras ocasiones hago una primera lectura con la intención de volver a leer siempre que tengo tiempo, porque ya en la segunda lectura capto mucho mejor el contenido y voy anotando. Primero exploro el contenido, el valor de lo que se dice, y cuando se trata de algo más complejo, algo técnico por ejemplo, lo retomo y hago como un resumen.

Si uno realmente quiere sacar de un libro una mayor esencia, tiene que volver sobre él. Pero, claro, no siempre se dispone de tiempo.

Todas las noches antes de dormir leo una o dos horas, en dependencia del cansancio que tenga.

Katiuska Blanco. Hace poco, usted me comentó que había terminado de leer la biografía de Barack Obama, Los sueños de mi padre, y más recientemente me habló de su costumbre de leer antes de dormir, en ese momento acaparaba su interés La obra del artista: Una visión holística del universo, de Frei Betto.

Fidel Castro. Sí, siempre tengo varios libros en espera de que pueda leerlos y ahora, más que nunca, me doy cuenta de la importancia de las horas dedicadas a la lectura en la cárcel. Al inicio, principalmente leía lo esencial, textos relacionados con la defensa, era el objetivo primordial. Cuando me llevaron al Presidio Modelo con los demás compañeros, intentamos hacer estudios sistemáticos y fundamos la Academia Abel Santamaría para todos los combatientes presos. Allí realizábamos estudios sistemáticos de distintas materias, incluida la Filosofía. Creo que yo era profesor de Filosofía y Montané de Inglés.  Pedrito Miret enseñaba otra asignatura. Nuestro propósito era elevar el nivel de todos los compañeros. Al poco tiempo hacíamos lecturas de tipo histórico, político, que en cierta forma se mezclaban también con las de carácter filosófico; y, además, incluíamos biografías y obras de la literatura universal. Estas últimas son un poco más recreativas en cierto modo.

Recibí Juan Cristóbal, de Romain Rolland, una obra enorme, notable, maravillosa, en una edición de diez tomos.

Creo que en ese período volví a leer Los miserables, de Víctor Hugo; releí algunos de esos libros. También El Quijote.

Katiuska Blanco. Recuerdo que una vez, usted consideró maravillosa la descripción de la batalla de Waterloo que hace Víctor Hugo. A renglón seguido me preguntó qué parte prefería de Los miserables. Le confesé que a mí me conmovía el final desolado de Jean Valjean al ser olvidado por Cosette. Entonces reparó de algún modo admirado en el contraste: mientras usted se asombraba del recuento de una gran batalla de la historia, yo me detenía en el drama humano de los protagonistas.

Sé que le fascinan los libros y evoco la última carta que escribió desde la prisión a su hermana Lidia [el 2 de mayo de 1955], como decálogo de los principios que seguiría con rectitud toda su vida: «Valdré menos cada vez que me vaya acostumbrando a necesitar más cosas para vivir, cuando olvide que es posible estar privado de todo sin sentirse infeliz. Así he aprendi do a vivir y eso me hace tanto más temible como apasionado defensor de un ideal que se ha reafirmado y fortalecido en el sacrificio. Podré predicar con el ejemplo que es la mejor elocuencia. Más independiente seré, más útil, cuanto menos me aten las exigencias de la vida material.

»¿Por qué hacer sacrificios para comprarme guayabera, pantalón y demás cosas? De aquí voy a salir con mi traje gris de lana, desgastado por el uso, aunque estemos en pleno verano. ¿No devolví acaso el otro traje que yo no pedí ni necesité nunca? No vayas a pensar que soy un excéntrico o que me haya vuelto tal, es que el hábito hace al monje, y yo soy pobre, no tengo nada, no he robado nunca un centavo, no le he mendigado a nadie, mi carrera la he entregado a una causa. ¿Por qué tengo que estar obligado a ponerme guayaberas de hilo como si fuera rico, o fuera un funcionario o fuera un malversador? Si nada gano en estos instantes, lo que tenga me lo tendrán que dar, y yo no puedo, ni debo, ni aceptaré ser el menor gravamen de nadie. Mi mayor lucha ha sido desde que estoy aquí insistir y no cansarme nunca de insistir que no necesito absolutamente nada; libros solo he necesitado y los libros los tengo considerados como bienes espirituales []. El deseo de que mis libros estén arreglados y en orden para cuando yo llegue, me conforta, me alegra y me hace más feliz que todas las demás cosas, y no me entristece ni me apena, ni me apesadumbra. Yo no puedo tener debilidades, si las tuviera hoy, por pequeñas que fuesen, mañana no podría esperarse nada de mí».

Comandante, siento hermosa y espartana la actitud que guió sus luchas hasta hoy. Está claro que no le interesaba nada material, solo sus libros lo reconfortaban. ¿Quién se los enviaba? ¿Cómo pudo conformar aquella pequeña, pero valiosa, biblioteca?

Fidel Castro. Una parte de los libros yo los pedía a familiares y a distintas personas. Los demás me los enviaban sin que yo los solicitara.

La compañera que trabajó con nosotros en asuntos de la revolución, a quien escribí las cartas mencionadas antes, tenía muy buen gusto para escoger los libros y me envió muchos de los que leí en tal etapa.

Ella tenía ciertas posibilidades económicas y nos ayudó también en lo del Moncada. Era militante del Partido Ortodoxo, una de las colaboradoras que más nos ayudó. Mientras estuvimos presos nos suministró muy buenos libros. De la casa también nos enviaron, en especial Lidia, otras amistades y compañeros de lucha, porque libros yo sí pedía; solicitamos a mucha gente y nos llegaban por diferentes vías.

Nuestro problema era que los dejaran entrar en la prisión. Por ejemplo, El capital, de Carlos Marx, entró sin problemas; por ser un libro que se llamaba El capital, no hubo ningún obstáculo para que lo recibiera. En cambio, un día mandaron un libro que yo conocía, lo había leído ya una vez y no le di gran valor, pues, a no ser desde el punto de vista literario, no lo tenía para mí en la práctica político-social, se llamaba Técnica del golpe de Estado, de Curzio Malaparte; un libro de ficción que pretende explicar la técnica con que se realizó, en 1917, la Revolución de Octubre. Pero era una fantasía, solo eso. Tal parecía que la toma del poder era una cuestión técnica y no política, pero como el libro se titulaba Técnica del golpe de Estado, me lo retuvieron.

Otro que alguien me mandó, una biografía de Stalin, por León Trotski, también lo retuvieron; era considerado subversivo, material prohibido.

Katiuska Blanco. Sí, y al final usted se hizo amigo de Mariano Rives, el censor, y según tengo entendido logró influir sobre él a favor de ustedes. ¿No es así, Comandante?

Fidel Castro. Yo establecí cierta relación amable con el censor, el señor Rives, y logré influir sobre él. Como aquellos militares sabían muy poco de literatura, historia, economía o filosofía, colocaron en aquel puesto a un funcionario más preparado. Le expliqué que era ridículo que retuvieran Técnica del golpe de Estado, un libro que conocía y no tenía ningún valor, pues se trataba de una fantasía; también le argumenté que la biografía de Stalin había sido escrita en su contra por su más irreconciliable y feroz enemigo, debido a lo cual no tenía sentido que prohibiera pasar dicho volumen solo porque llevara su nombre. Utilicé tales asuntos de pretexto para fastidiar, ridiculizar un poco la prohibición y exigir que me entregaran los libros, y sobre todo para defender el derecho de que me mandaran libros.

En general, no hubo dificultades para recibir cientos de volúmenes. Tenía los libros de Balzac, las obras completas de Dostoievski tuve realmente el mal gusto de leer todos los libros de Dostoievski en la prisión, porque no es el mejor lugar; son excelentes libros, maravillosos libros, todos los libros de Tolstoi, excepto La guerra y la paz, los tenía allí. El máximo de tiempo lo dediqué a leer y a escribir mensajes relacionados con la Revolución.

Ahora, parte de la lectura era recreativa, desde luego, pero toda útil. Claro, psicológicamente, siempre en el prisionero hay cierta dosis de amargura, no voy a decir que son las condiciones ideales perfectas para el estudio, porque uno tiene que hacer un esfuerzo de abstracción. Pero no hay duda de que fue provechoso. Rives también nos ayudó con la correspondencia, estuvo siempre de nuestro lado.

Katiuska Blanco. Ya abordamos, hasta cierto punto, el tema del tiempo que dedicó a la correspondencia, incluidos los mensajes secretos que eran invisibles gracias al método del limón. Pero aquí tengo una carta, Comandante, que me parece importantísima en relación con las tareas y las instrucciones que desde la cárcel usted hacía llegar a los compañeros en la calle, le voy a citar un fragmento: «Me han dicho el entusiasmo tan grande con que están luchando; solo siento la inmensa nostalgia de estar ausente. Quiero poner en consideración de ustedes algunas cosas que considero importantes». Entonces cita la propaganda, que según usted mismo dice, es el alma de la lucha; apunta la coordinación que debe haber entre la gente de aquí y la del extranjero, e insiste en no desanimarse por nada ni por nadie, como hicieron en los más difíciles momentos. ¿Fue como una reorganización del Movimiento, verdad?

Fidel Castro. Desde que estuvimos juntos otra vez en la prisión comenzamos a reorganizarnos con el espíritu de continuar la lucha. Primero trabajamos en el juicio y, después, ya en la Isla de Pinos como se llamaba entonces hicimos un programa de preparación de toda la gente nuestra allí encarcelada. Creamos una nueva dirección con una parte de los compañeros en prisión y una parte de los que estaban en la calle. En realidad, el Movimiento empezó a trabajar rápidamente dirigido desde la prisión, porque la mayoría de los compañeros estábamos presos y nosotros éramos, en esencia, el Movimiento.

Katiuska Blanco. Considero que el Movimiento 26 de Julio nació en Prado N.o 109, en aquel lugar donde usted reclutaba a los hombres y los enviaba a la Universidad para que recibieran entrenamiento

Fidel Castro. Sí. Luego de la acción del Moncada, poco a poco se nos fueron sumando otros compañeros. A Melba y Haydée las integramos como parte de la dirección del Movimiento y trazamos la estrategia de lucha desde la prisión.

La primera misión era denunciar todos los crímenes, fue la idea número uno; la segunda, dar a conocer el programa del Movimiento a través de escritos y artículos de denuncia. Nosotros ya habíamos revelado los crímenes en los tribunales cuando nos enjuiciaron, denunciamos a Batista y a los jefes militares; pero necesitábamos que la opinión pública conociera ampliamente los hechos y, además, nuestro programa e ideas. Era muy importante la reconstrucción del discurso del Moncada porque facilitaba el cumplimiento de estos dos objetivos, por eso le dediqué tiempo y energías para sacarlo de la cárcel e imprimirlo clandestinamente.

Al principio nos rodeaba el silencio, casi nadie en el país se atrevía a hablar. Batista se creía consolidado en el poder por mucho tiempo e inició la preparación de una campaña para elegirse presidente; por ello hubo cierto momento en que se abrieron otra vez las posibilidades para la prensa y la radio; volvieron los comentaristas radiales: Pardo Llada, Conte Agüero. Cesó la censura de prensa, pero la gente se autocensuraba, existía mucho temor a hablar de los sucesos del Moncada y a denunciar los crímenes. Muchos lo sabían, pero nadie se atrevía a hacer la denuncia directa, abierta, de todo lo ocurrido. Nosotros íbamos divulgándolo en los manifiestos.

Era posible que la gente en la calle subestimara a quienes permanecíamos presos, porque aunque existía una gran simpatía por nosotros, por el hecho de que habíamos salvado de alguna manera el honor del país en la lucha contra Batista, estábamos condenados a muchos años de cárcel y no veían posibilidades de acción.

Los únicos confiados éramos nosotros. Preparamos nuestros planes de denuncia y divulgación. Para ello nos apoyamos en amigos y manifiestos clandestinos. La estrategia era movilizar a la opinión pública a favor de nosotros y obtener nuestra libertad por la presión de esta. Que el pueblo exigiera la liberación de los presos. De cierta forma, esto coincidía con el interés batistiano de normalizar y dar una apariencia legal a su situación, lo cual formaba parte de su táctica; Batista quería pasar por un hombre que ostentaba el poder como resultado de unas elecciones, legalizar su golpe de Estado, su regreso al poder.

Lo mismo había ocurrido otras veces, formaba parte de la tradición anterior: que Batista durante un número de años ejerciera el gobierno de facto, no desde la presidencia, sino como jefe del Ejército: quitaba y ponía gobiernos. Y más tarde, al calor de la situación que se produjo después de la [Segunda] Guerra Mundial y de la ola democrática, de la gran propaganda por la democracia realizada en la lucha contra el fascismo, Batista se montó en aquel tren y, en el año 1940 promovió una constitución y se postuló para la presidencia; porque él estaba en el tren de la democracia, era aliado de Estados Unidos, entonces, así fue presidente electo aquel año.

Él volvía a proyectar un dominio de la política del país por muchos años, primero, como presidente de facto; después, como presidente electo en unas elecciones amañadas, donde estaba ausente la oposición, excepto la representada por el Partido Auténtico, con Grau San Martín como candidato. Una oposición mediatizada era la que tenía frente a sí entonces. Él tenía interés en crear un clima de aparente normalización, pero frente a tal idea se interponían los hechos, la represión, los crímenes cometidos y los presos.

En la medida en que denunciáramos todos aquellos crímenes y se incrementara el apoyo de la población a los presos revolucionarios, la estrategia de Batista encontraría dificultades más grandes y no podría llevar adelante sus planes sin ponernos en libertad, porque como resultado de nuestras denuncias y de nuestra lucha comenzó a surgir un clamor exigiendo la libertad de los presos políticos, de los presos del Moncada. Entonces Batista decía que sí, que estaba dispuesto a hacer una amnistía, excepto a los presos del Moncada.

Desde luego, ya teníamos el Movimiento andando; a todos los amigos, a todos los simpatizantes les dábamos instrucciones: organizar núcleos de simpatizantes en todas partes, reclutar gente y seguir una línea.

Otras veces he reconocido que el investigador Mario Mencía entendió y expresó muy bien toda esta estrategia nuestra en su libro La prisión fecunda.

Muchas veces planteé: «No pactar con las otras organizaciones, que en las demás organizaciones no se podía confiar, en los viejos partidos no se podía confiar». Le planteé a la gente que ni siquiera habían denunciado los crímenes cometidos en el Moncada, que nosotros éramos la vanguardia, la fuerza, que teníamos que tener paciencia, que era imprescindible seguir un programa, desarrollar una ideología, una organización, y priorizar la batalla por nuestra libertad.

Desde la prisión dirigimos la batalla, y el Movimiento creció. A pesar del aislamiento y de todo, nosotros nos las arreglamos para romper la incomunicación. Elaboré muchos mensajes e instrucciones e insistí en las mismas ideas básicas: la denuncia y el programa revolucionario. Así fue creciendo el apoyo a nuestra causa.

Yo conocía la psicología de nuestro pueblo, que odiaba la tiranía y la represión, y, en la misma medida en que odiaba a aquel régimen, simpatizaba con quienes habían luchado contra este.

La línea seguida condujo a tales extremos que, en la campaña electoral, Batista llegó a las elecciones con una oposición hecha a la medida: el contendiente, Ramón Grau, expresidente del primero de los desprestigiados gobiernos auténticos. Pero aún así Batista no hubiera estado dispuesto a hacer unas elecciones limpias, y lo que hizo Grau, candidato del Partido Auténtico que era el del gobierno derrocado por Batista con el golpe del 10 de marzo de 1952, fue retirarse unos días antes de las elecciones.

Katiuska Blanco. Comandante, el periodista Ciro Bianchi Ross mencionó en una de sus crónicas que en Matanzas territorio considerado perdido por Batista para las elecciones del 1º de noviembre de 1954, de los seguidores de Grau, 500 fueron detenidos en días previos a los comicios. Además, poco antes de la fecha señalada, Batista declaró a la revista Bohemia: «No admito la hipótesis de perder frente a Grau».

Fidel Castro. Batista consiguió ser el único candidato. Recuerdo que en Santiago de Cuba, la oposición tolerada organizó un mitin, la multitud reunida coreaba una consigna: «¡Fidel, Fidel, Fidel!». Y se dio el caso de un gran mitin de la oposición legal, y la multitud clamaba el nombre de aquel que estaba en la prisión en lucha contra Batista. ¡Impresionante! Habían transcurrido muchos meses de nuestro encierro cuando ocurrió, claro, fue en medio de la campaña electoral de Batista en 1954. Lo escuché por la radio.

Finalmente ganamos la batalla. Cuando Batista efectuó sus elecciones estábamos presos, pero el país no se normalizaba, continuaba complicándose más y más; entonces, como mismo él había hecho campaña y levantado calumnias contra nosotros en el juicio del Moncada, cuando dijo que habíamos asesinado a los soldados y a los pacientes del hospital, en aquel momento. Tuvo que convencer a sus soldados de amnistiarnos, porque si no lo hacía, políticamente no se le normalizaba el país, crecía la oposición y la demanda de que nos pusieran en libertad. Y, al final, en un esfuerzo por apaciguar o sedar al país, decidió decretar la amnistía e incluirnos también.

Batista, prepotente y altanero, después de aplastar la rebelión en el Moncada, se sentía ya consagrado. Para él, nosotros, un grupo de civiles, sin armas y sin dinero, no significábamos nada. Nos subestimó, lo que era algo previsible para mí.

Katiuska Blanco. Pero se manejó darles la libertad con la condición de que abandonaran la lucha. ¿No es así, Comandante?

Fidel Castro. Así fue, pretendieron condicionar nuestra liberación al hecho de que renunciáramos a la lucha armada.

Como respuesta, escribí una carta pública. Afirmé: «No queremos amnistía al precio de la deshonra [...]. ¡Mil años de cárcel antes que la humillación! ¡Mil años de cárcel antes que el sacrificio del decoro!». Y la rechacé del todo. Lo hice por principios y porque estaba seguro de ganar la batalla.

Cada mensaje dado a conocer conmovía más a la opinión pública e incrementaba la admiración por la gente que permanecía presa. Llegó un momento en que Batista no podía ignorarnos y no se le «aquietaba el país» sin decretar la amnistía. Él pensó que ganaría más liberándonos, porque así se hacía de una apariencia benevolente; calculó los beneficios que le reportaría la decisión, y terminó subestimándonos.

Katiuska Blanco. Comandante, anteriormente usted me comentó que ya en los últimos días de prisión, su hermano Raúl fue trasladado a su celda aunque los mantenían incomunicados en relación con el resto de los moncadistas. Antes, fueron 90 días aislado, en solitario. Me estremecieron las palabras de usted, Comandante, en diversos momentos de la cárcel, cuando apuntaba: «Ya tengo luz; estuve cuarenta días sin ella y aprendí a conocer su valor, no lo olvidaré nunca como no olvidaré la hiriente humillación de las sombras; contra ellas luché logrando arrebatarles casi doscientas horas con una lucecita de aceite pálida y temblorosa, los ojos ardientes, el corazón sangrando de indignación. De todas las barbaridades humanas, la que menos concibo es el absurdo…».

O aquellas que expresan el desconcierto y la angustia existenciales, aun en el afán de sobreponerse: «Tú no sabes cómo consume energías esta soledad. A veces estoy agotado. En esos instantes en que uno se cansa de todo, no hay refugio contra el hastío. La sensibilidad se embota y los días pasan como en un letargo. Es verdad que siempre estoy haciendo algo e inventando mundos, pensando y pensando, pero precisamente por eso es que me agoto a veces. ¡Cómo me han reducido! Días atrás me llevaron al juzgado. Hacía mucho tiempo que no veía campos ni horizontes abiertos. Aquí el paisaje es muy hermoso, lleno de luz y radiante sol. Allí estuve un rato conversando con los empleados del Juzgado de Instrucción, personas muy amables, sobre asuntos nacionales. Cuando volví otra vez a la celda me sentía extraño, molesto. Meditaba sobre las opiniones que había dado, rápidas, precisas, pero me di cuenta que había hablado maquinalmente. Sentí la sensación de que la luz, el paisaje, el horizonte, todo, me afectaba como un mundo extraño, lejano, olvidado…».

Si uno solo lee sus cartas de índole política no puede ni imaginar la difícil situación anímica en que se debatía su espíritu en la prisión. Otras no podrían leerse al pie de la letra, pues el mensaje verdadero está oculto, escrito con zumo de limón, y lo que se lee es una ironía o burla a las restricciones impuestas por las autoridades carcelarias. En los mensajes a sus compañeros de causa solo vuelca afanes de lucha; su preocupación por el futuro del Movimiento resulta más fuerte que todo. No hay espacio para el dolor o el abatimiento, usted mismo no se lo permite. Aquí tengo una carta que envió a Melba y Haydée donde les aconseja: «...que siempre es necesario saber esperar el momento oportuno». Voy a leer algunos fragmentos:

«Sigo sin ninguna fe en los auténticos y convencido de que no han hecho más que chapucear y perder el tiempo. Los últimos acontecimientos me han venido a dar la razón. ¿A quién se le ocurre llevar en una maleta la lista de todos los comprometidos? Ahora los veo en franco proceso de desintegración, carecen de ideales y de moral, están corrompidos hasta la médula de los huesos [...].

»Recuerden que no podrá intentarse nada hasta que nosotros salgamos y que siempre es necesario saber esperar el momento oportuno. La misión de ustedes es ir preparando el camino, mantener firme los elementos de valor [...]. Deben tomarse todas las medidas de precaución para que no descubran ningún depósito, ni detengan a nadie».

Fidel Castro. ¡Ah, sí!, porque aquella era una situación muy compleja, los auténticos seguían tratando de captar a nuestra gente, por suerte no hubo traición. Todos nuestros colaboradores se mantuvieron firmes. La historia me absolverá, por ejemplo, salió completa de la prisión sin dificultades, al igual que los demás mensajes.

Katiuska Blanco. En otra misiva usted advertía: «El único propósito de ellos es el poder, el nuestro, la verdadera revolución [...]. No puede hacerse ningún acuerdo sin la aceptación previa de nuestro programa, no porque sea nuestro, sino porque él significa la única revolución posible».

Sé que aquel día, Comandante, 12 de mayo de 1954, cumplía 90 días solo. Y en medio de todo, sus cartas eran reportes de prensa, noticias de una guerra muy peculiar.

Fidel Castro. Sí, cuando estaba discutiéndose la amnistía hice una carta tan arrogante que era un desafío a Batista, la saqué de la prisión y la publicaron en Bohemia el 27 de marzo de 1955. ¡Hasta me amenazaron de muerte!

Katiuska Blanco. Sí, el 19 de marzo de 1955 escribió: «...hoy se pretende desmoralizarnos ante el pueblo o encontrar un pretexto para dejarnos en prisión.

»No me interesa en absoluto demostrarle al régimen que debe adoptar esa amnistía, ello me tiene sin cuidado alguno; lo que me interesa es demostrar la falsedad de sus planteamientos, la insinceridad de sus palabras, la maniobra ruin y cobarde que se está llevando a cabo con los hombres que están en prisión por combatirlo.

»Han dicho que son generosos porque se sienten fuertes, pero son rencorosos porque se sienten débiles. Han dicho que no albergan odios y, sin embargo, lo han ejercido sobre nosotros como no se ejerció jamás contra un grupo de cubanos.

»Habrá amnistía cuando haya paz. [...] Después de veinte meses nos sentimos firmes y enteros como el primer día. No queremos amnistía al precio de la deshonra. No pasaremos bajo las horcas caudinas de opresores innobles. Mil años de cárcel antes que la humillación. Mil años de cárcel antes que el sacrificio del decoro. [...]

»Si lo que hace falta en esta hora son cubanos que se sacrifiquen para salvar el pudor cívico de nuestro pueblo, nosotros nos ofrecemos gustosos. Somos jóvenes y no albergamos ambiciones bastardas...».

Fidel Castro. ¡Tremenda carta! Fue la que costó una gran bronca con el comandante Capote, que amenazó con matarme. Sí, sí, estaba furioso, muy furioso. Parece que Batista lo criticó duramente. Porque, bueno, cuando salió publicado aquello fue terrible. Batista se puso furioso y Capote se sintió ridiculizado; mostró un odio, una furia terrible, me quería matar. Me dijo que no volviera a hacerlo porque me iba a matar.

Escribí de inmediato otro artículo tremendo, denunciándolo todo, pero Quevedo, director de Bohemia, no se atrevió a publicarlo. Pudo pensar que a lo mejor me mataban y no la publicó.

El caso es que le pusimos malo el ambiente a Batista, él sabía que tenía que sacarnos. Y ya contábamos con un plan de lo que íbamos a hacer fuera de la cárcel.

Katiuska Blanco. Comandante, en mi memoria pervive nítidamente el 11 de agosto de 1997, cuando conversé con el compañero Jesús Montané sobre unas cartas que usted escribió a los padres de él: Sergio y Zenaida. Ellos vivían desde siempre en la Isla de Pinos y su presencia allí fue apoyo constante para todos los combatientes del Moncada presos y en especial para usted. La relación llegó a ser familiar, muy afectuosa. Tengo aquí aquellas misivas, escritas por separado el mismo día 10 de mayo de 1955, cuando faltaba poco para la salida del Presidio Modelo. Deseo citar algunos fragmentos porque se aprecia la exaltación que provocaba en su espíritu la posibilidad de reencontrarse con sus compañeros de lucha y salir en libertad y porque, además, son como un recuento de lo áspero vivido y de su ternura inextinguible a pesar de las adversidades.

«Querido Sergio:

»Esta mañana lo vi un poco triste. No trabé conversación con usted para evitar que nos llamasen la atención, pero me alegré mucho de verlo. Cuando nos íbamos en el ómnibus pedí permiso para saludarlo con la mano. Quizás haya estado usted un poquito preocupado por las apreciaciones que le hice en mi anterior carta sobre la Ley o es tal vez la enorme impaciencia de vernos libres [...]

»Dieciséis meses hace ya que no veo a mis compañeros y estoy a solo unos metros de ellos. Tan difícil serán de creer estas cosas como de comprenderlas cuando las veamos a distancia. Imagino el presente como un veloz meteoro que se alejará velozmente de nuestro recuerdo, disipándose como las estelas que deje tras sí el barco que nos lleve a Cuba. Me refiero a lo que pueda tener de incomprensible y amargo el presente, jamás al recuerdo de aquellos que con su desvelo trataron de hacernos más llevaderas las cadenas. Fáciles serán de recordar porque han sido muy pocos...».

Y más adelante apunta:

«Bueno viejo, se me acaba el papel y no estará usted en estos momentos para largas misivas. Se me olvidaba decirle que necesito tres o cuatro ámpulas de vitamina C porque me quiere caer catarro. No deje tampoco de mandarme las toronjas. Perdóneme esta lata de última hora. Reciba un abrazo de Fidel».

A Zenaida le responde [el 10 de mayo de 1955] y confiesa: «No sé lo que habrán pensado ustedes de que yo les haya escrito tan pocas veces; he vivido en la creencia de que no era necesario hacerlo con frecuencia para que tuvieran ustedes la seguridad de mis sentimientos; como otras veces les he dicho, para con mi propia familia. ¿Por qué escribo tan pocas veces? Es tal vez el modo que tiene uno de aislarse contra los recuerdos del mundo que está más allá de la raya divisoria. Siempre que he estado sumergido en un libro me ha costado mucho trabajo dejarlo para escribir una carta. Leyendo, la mente se evade de la prisión que queda olvidada durante horas enteras; al escribir una carta, en cambio, todo nos la recuerda y la recuerdan sobre todo aquellos a quienes las dirigimos y que por nosotros sufren. Hay en esta actitud nuestra un poco de egoísmo, pero hay también algo de generosidad, deseamos no sufrir pero deseamos también, y bastante, que otros ni sufran ni se molesten por nosotros.

»En su carta he comprendido toda la emoción que la embarga estos días. La guardaré como una estampa viva de ansia y amor de madre. Conmueve todo cuanto me dice de la es pera a la salida de la prisión, y de los arreglos en la casa para recibirnos».

Comandante, quisiera saber cómo aconteció todo, ¿a qué hora salieron del presidio?, ¿adónde se encaminaron?, ¿qué fue lo primero que hicieron después?, ¿con quiénes se reunieron?, en fin, cómo transcurrieron las primeras horas y días que siguieron a su liberación.

Fidel Castro. Salimos de la cárcel el 15 de mayo en tres grupos: el primero, a las 11:30 de la mañana; el segundo, que era el mío, al mediodía; y poco después, el tercero. Allí, a las puertas del presidio nos reunimos con una parte de nuestros familiares que esperaban la hora señalada. Con ellos nos fundimos en un abrazo. Recuerdo que al salir, en la misma puerta del presidio estreché cordialmente al teniente Róger Pérez Díaz, un militar pundonoroso a quien después agredieron de palabra, sometieron a persecuciones y represalias y finalmente detuvieron y dieron de baja del cuerpo de las fuerzas armadas. En aquel mismo lugar ofrecí declaraciones a la prensa.

De allí me dirigí precisamente a la casa de Montané. Los demás compañeros se dispersaron, fueron a visitar a personas conocidas, a recorrer la finca El Abra, o simplemente a caminar por la ciudad. Estuve un rato en la casa de Montané y luego salí a pie hasta el hotel Isla de Pinos, en la principal calle de Nueva Gerona, donde tuvo lugar la conferencia de prensa y di a conocer el contenido de un «Manifiesto al pueblo de Cuba», firmado por todos los combatientes y publicado al día siguiente por el periódico La Calle. Antes, casi al llegar a casa de Montané, había mandado a buscar a uno de los hombres que custodiaba mi celda en el presidio, a Conrado Sellés, una persona decente y amable. A él le regalé el radio por el que escuchaba las noticias. Fue ese domingo al mediodía.

Katiuska Blanco. Comandante, 25 años después, Sellés aún lo conservaba.

Fidel Castro. Luego salí con rumbo al hotel Isla de Pinos, donde tuvo lugar la conferencia de prensa. De ahí regresé a casa de los padres de Montané, donde me encontré con Mariano Rives, el censor amigo. Cuando estuvimos reagrupados todos los combatientes, ya al anochecer, salimos otra vez a pie hacia el muelle en el río Las Casas, para embarcar en El Pinero con destino a La Habana. Ocupé un camarote en el barco, creo que el número 18.

Katiuska Blanco. En el «Manifiesto al pueblo de Cuba», usted considera la amnistía como la gran victoria del pueblo en aquellos tres años y el único aporte de paz en el horizonte nacional, pues en realidad, gracias a la presión popular fue que tuvieron que concederla sin condiciones indecorosas como las que intentaron imponer. Ya usted se había dirigido al pueblo en otras ocasiones; pero entonces, luego de la acción armada y 22 meses de encierro, proclamó que seguirían luchando; sin embargo, ratificó lo ya expresado anteriormente de que si se producía un cambio de circunstancias y un régimen de positivas garantías que exigieran un cambio de táctica en la lucha, lo harían en acatamiento a los supremos intereses de la nación. ¿Confiaban realmente en tal posibilidad? Creo que usted me dijo antes que dicha postura respondía a una estrategia trazada desde el presidio. ¿Es ciertamente así?

Fidel Castro. La idea concebida en la prisión era preparar desde fuera una expedición, desembarcar en Cuba con 300 hombres más o menos; no estaba pensando en artillería ni en morteros, sino en armas automáticas como medio de neutralizar la aviación. Pero había que desarrollar primero una tarea política muy importante: demostrar que con Batista no existían posibilidades de una solución pacífica. Se trataba de una cuestión vital. También formaba parte de la historia y la tradición cubanas demostrar al pueblo que, si se utilizaban las armas, era porque no había otro camino.

Por otro lado, nosotros fuimos puestos en libertad por una gran demanda de la población y dentro de un clima de búsqueda de la paz, por lo que no podíamos aparecer desde el primer instante levantando el estandarte de la lucha armada, queríamos dejar bien claro que si no había una solución política, no era por culpa nuestra sino de Batista.

La estrategia consistió precisamente en mostrarnos dispuestos a seguir la lucha política, cívica, con un mínimo de garantías indispensables. Fue uno de los primeros plantea mientos que hice, porque tenía la convicción de que no había ninguna posibilidad, pero quería demostrar ante el pueblo de Cuba que era así, que no éramos fanáticos de la guerra; que si se daban las garantías necesarias, estábamos dispuestos a seguir la vía de la lucha cívica. Pero la verdad, no teníamos esperanza. Batista no estaba dispuesto en lo más mínimo a ceder. Inicialmente su posición fue subestimarnos; es decir, si nosotros seguíamos otra vía de lucha nos derrotaría, él pensaba que podía hacerlo, y desde el punto de vista político no estaba dispuesto a hacer concesiones.

Katiuska Blanco. Comandante, poco después de dar a conocer aquel manifiesto subió a bordo de El Pinero. ¿Cómo fue el viaje marítimo? Sé que el recibimiento en La Habana fue apoteósico. ¿Qué impresión tuvo entonces?

Fidel Castro. Cuando salimos a la calle existía una gran efervescencia. A nuestro regreso a la capital mucha gente fue a recibirnos. Desde la Isla de Pinos hicimos la travesía en el barco El Pinero hasta el puerto de Batabanó. Recuerdo que el viaje duró muchas horas, veníamos todos los presos y los familiares que nos habían estado esperando allá a las puertas del presidio. Después del arribo, tomamos un tren hacia La Habana. Una multitud se reunió en la estación de ferrocarril el día de nuestra llegada. La muchedumbre me sacó en hombros de allí, y por fin llegué a la casa. Como tantas otras veces, en aquel momento de mi vida estaba desarmado y sin dinero.

Una de las primeras cosas que hice fue ir a visitar al árabe de Guanabo, aquel comerciante al que no pude pagarle mi deuda un tiempo antes del Moncada. Fui a saludarlo, a darle las gracias y decirle que no le podía pagar, pero que algún día lo haría. El hombre se emocionó mucho, ya en aquel momento yo tenía una gran popularidad y lo conmovió el hecho de que fuera a verlo, a darle nuevamente las gracias por ayudarme. Entonces, volvió a preguntarme si necesitaba algo, pero no le pedí dinero prestado, aunque su ofrecimiento fue un gesto de generosidad que nunca olvidé.

Después fui para la casa de Lidia en la calle 23. Aquello fue tremendo. Una multitud inquieta entraba y salía, nosotros permanecíamos muy serenos, muy pacíficos; pero, por supuesto, inmediatamente comenzamos a denunciar los problemas. Tenía un millón de ojos sobre mí, y uno tras otro aparecían los obstáculos para defender nuestras ideas. En el periódico que tenía Luis Orlando Rodríguez, La Calle, denuncié todo aquello, ¡imagina la repercusión que tuvo!

Los estudiantes querían organizar un acto en la escalinata universitaria; el gobierno lo prohibía y rodeaba la Universidad. Pude hacer algunas declaraciones a la prensa, serenas, ecuánimes, sobre tal estado de cosas y denuncias sobre lo acontecido cuando el Moncada. Pude conceder algunas entrevistas.

Cuando en el periódico La Calle se publicaron las denuncias acusando al Ejército, acusando a Chaviano, acusando a Batista de todos los crímenes cometidos, fue espectacular. Para entonces yo era prácticamente intocable, no se atrevían a tocarme; me protegía el gran apoyo popular, porque todo había causado gran conmoción entre la gente.

Intenté hablar por la hora de radio del partido y no me lo permitieron. Fui a hablar por la televisión y no me dejaron. No clausuraban los programas, sino que trataban de silenciarme, prohibir mis alocuciones; era una restricción específicamente aplicada a mí. Para entonces contaba con una larga trayectoria de desafíos: en el juicio, en la prisión, en todas partes. El régimen temblaba y por eso no podían permanecer sin hacer algo. Lo último fue que también clausuraron el periódico La Calle. Ya estaba claro: no había el mínimo de garantías para la lucha cívica; si no podía realizar un acto público, si no me permitían hablar por radio ni por televisión, si clausuraban el único periódico donde podía escribir, estaba ocurriendo todo lo que sabía que iba a ocurrir, se demostraba todo lo que yo quería demostrar.

Al mismo tiempo, la policía comenzó a crear una atmósfera de persecución: si estallaba una bomba por algún lugar, culpaban a la gente del 26 de Julio; acusaron a Raúl y a algunos compañeros. Entonces puse en marcha el plan previsto: empecé a sacar gente, y a uno de los primeros que mandé para México fue a Raúl.

En aquellos momentos era más firme mi convicción de que en Cuba no había solución política alguna, y de que no existía otro camino que la lucha armada para derrocar a Batista.

Desde la prisión sabía que trabajar dentro de Cuba sería muy difícil, el régimen iba a mantener un completo y perenne chequeo sobre mí y no podría volver a repetir las circunstancias previas al Moncada. Nuestra idea era salir del país, viajar a México, porque en Cuba era una tradición desde las guerras de independencia. México era el país donde siempre se habían refugiado los revolucionarios cubanos.

Katiuska Blanco. Me trae a la memoria algo que dijo Martí: «México es tierra de refugio donde todo peregrino ha hallado hermano».

Fidel Castro. En realidad, México gozaba de mucho prestigio por su política exterior independiente. Fue también el único país del hemisferio que reconoció a la República Española y mantuvo relaciones con ella durante muchos años de su existencia.

Nuestra idea era organizar allí una fuerza capaz de enfrentar a la tiranía mediante la lucha armada. Ya para entonces pensaba nuclear alrededor de 300 hombres, adquirir igual número de armas automáticas, realizar una expedición y reanudar la lucha en la Sierra Maestra.

Katiuska Blanco. Comandante, sé que Raúl estuvo en Birán antes de marcharse a México. Él me contó que su papá al principio se mostraba renuente, no quería que se fueran tan lejos. Conversaron largamente. Solo consiguió convencerlo después de que el viejo escuchó por la radio que lo culpaban de la colocación de una bomba en el cine Tosca, un lugar que su hermano Raúl desconocía totalmente. Entonces don Ángel se resignó a la idea de su ausencia pues prefería que sus vidas estuvieran a salvo. Poco después Raúl se asiló en la embajada de la nación azteca. Comandante, imagino que fue difícil para usted no poder despedirse de sus padres antes de salir hacia México.

Fidel Castro. Sí, fue muy difícil. La atención se concentraba sobre mí fundamentalmente, y consideré que, de visitar a mis padres, podrían recaer en ellos las represalias y arbitrariedades del gobierno. Cuando comprobé que empezaban a ser ciertos los peligros para algunos de nuestros compañeros Raúl entre ellos, de los cuadros buenos que teníamos, los empecé a mandar al exilio, lo cual era parte del plan: ir enviando a los cuadros del Moncada y a la gente más probada hacia México.

Por aquellos días también se unieron a nuestro Movimiento, Armando Hart y Faustino Pérez, del Movimiento Nacional Revolucionario organizado por García Bárcenas. Al sumarse ese grupo, y otra mucha gente, el 26 de Julio se amplió considerablemente. Sostuvimos reuniones y creamos una nueva dirección con ellos y con gente que aún estaba en prisión.

Libré durante 53 días una batalla moral tremenda, porque, como en los tiempos universitarios, si portaba un arma me colocaba fuera de la ley y les daba un pretexto para dete nerme. Mantenía un desafío similar al de los tiempos previos al 10 de marzo, cuando andaba desarmado por la ciudad. Solo existía una diferencia: ahora ya no estaba solo. Mis adversarios estaban en una evidente impotencia moral; no podían ni matarme. Entonces, cuando ya no podía escribir ni hablar ni hacer absolutamente nada, fui tranquilamente y saqué el pasaporte, conseguí un boleto y viajé en un avión hacia México.

Katiuska Blanco. En aquella etapa previa al viaje fue que usted conoció también a Juan Manuel Márquez, ¿es así, Comandante?

Fidel Castro. Sí, él era un dirigente ortodoxo de prestigio, muy buen orador; se unió a nosotros después que salimos de prisión y denunciamos una golpiza que la policía batistiana le dio. Lo visité en la clínica donde lo ingresaron se llamaba Santa Emilia, en Marianao y conversamos largamente. A partir de entonces se sumó a nuestras filas y su participación fue vital en los preparativos de la expedición en México.

Katiuska Blanco. Comandante, usted salió en un avión con rumbo inicial a Mérida, el 7 de julio de 1955. En sus declaraciones a la prensa antes de partir expresó:

«Ya estoy haciendo la maleta para marcharme de Cuba, aunque hasta el dinero del pasaporte he tenido que pedirlo prestado, porque no se va ningún millonario, sino un cubano que todo lo ha dado y lo dará por Cuba. Las puertas adecuadas a la lucha civil me las han cerrado todas. Como martia no, pienso que ha llegado la hora de tomar los derechos y no pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos. La paciencia cubana tiene límites.

»Residiré en un lugar del Caribe.

»De viajes como este no se regresa, o se regresa con la tiranía descabezada a los pies». Tal compromiso fue como un juramento, me recuerda el de Bolívar en el Monte Sacro.

Fidel Castro. Esa frase, parafrasea un pensamiento de José Martí al referirse precisamente a Bolívar, me refiero a la expresión sobre la idea de la tiranía descabezada.

Fue muy breve mi declaración. Asumí en aquel instante un tremendo compromiso. «De viajes como este no se regresa, o se regresa con la tiranía descabezada a los pies».

Cuando entré a La Habana, el 8 de enero de 1959, apenas tres años y medio después de mi partida, regresaba con la tiranía destruida. Lo dije con una gran convicción. Fue, sí, un juramento que hice conmigo mismo y con Cuba.

 

 
 
 
 

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