06Modernidad,
la Colina, luz en el bosque social, leyenda y tradición,
versos para el dolor, Martí: una cascada de ideas, comunistas, líder
de primer año, Quijote de la Universidad
Katiuska Blanco.
—Una
vez le escuché
decir al poeta Roberto Fernández
Retamar que en 1945 la Universidad lo sumergió
a usted en la modernidad, en el espíritu
de las ideas más
avanzadas. En 1995, usted mismo confesó:
«Aquí
descubrí
las mejores ideas de nuestra
época
y de nuestros tiempos, porque aquí
me hice revolucionario, porque aquí
me hice martiano, porque aquí
me hice socialista».
Sus palabras resonaron entonces en el Aula Magna como campanazos de luz sobre lo
vivido en la Colina centenaria,
¿lo
hacen también
ahora en su memoria?
Fidel Castro.
—Creo
que para mí
el tiempo en la Universidad fue uno de los más
difíciles
y peligrosos de mi vida. Entré
con 19 años.
Entonces medía
seis pies y una pulgada y media; es decir, era alto, delgado, jugaba mucho básquet,
hacía
campo y pista, y, realmente, creo que no comía
mucho. Siempre tuve apetito, pero nunca comí
con exageración,
algo que considero muy sano. Es el recuerdo que tengo de antes y de ahora:
no me falta el apetito, sí
experimento gusto por la comida, pero nunca he comido en exceso y ahora sigo estrictamente una
dieta sana. Calculo que pesaría
155 libras, por ahí,
entre 150 y 160. Así
era yo exteriormente. Al ingresar en la Universidad era
también un joven lleno de sueños
y en nada conocedor de los asuntos políticos
de aquel centro de estudios o del país.
Mi incorpo ración
a las aulas universitarias marcaría
el momento en que por primera vez me inmiscuiría
directamente en cuestiones políticas,
y eso, aún
hoy, es algo que resuena en mi memoria.
Con ese motivo, mi hermana Lidia se mudó
para La Habana, alquiló
una casa para que viviera con ella. Estaba en el reparto Sierra, en Marianao. Varios hermanos vivíamos
allí.
La Universidad de entonces no disponía
de instalaciones para becarios. Los alumnos del interior debían
alquilar una habitación
en una casa de huéspedes
o vivir donde algún
familiar. No existían
alumnos internos.
Por cierto, mi hermana hizo gastos para instalarnos.
De mi casa en Birán
mandaban algunos recursos, cierta cantidad de dinero por los hermanos que estábamos
allí.
Lidia disponía también
de una pensión,
y con eso sostenía
la casa, pero era relativamente costosa, la vida siempre fue cara.
Había
matriculado en la Escuela de Derecho, cada día
yo tenía
que salir para la Universidad, tomar un
ómnibus,
a veces dos
—por
lo menos uno siempre muy cargado de pasajeros—, había
que montarse corriendo y bajarse corriendo, porque los
ómnibus
no paraban nunca, ni un segundo, siempre iban muy llenos, luego caminaba unas cuantas cuadras.
Llegaba a la Universidad temprano, antes de las 8:00 de la mañana,
después comenzaban las clases. Al mediodía,
tomaba otra vez un
ómnibus
lleno, iba hasta la casa a almorzar, después
volvía
por la tarde, al anochecer otra vez…
Estaba organizado así
porque la verdad es que no tenía
mucho dinero para el almuerzo en la Universidad, debía
ir a almorzar a la casa.
Pero, además,
cuando terminé
en el Colegio de Belén,
el mánager
de básquet,
que se llamaba Capi Campusano
—él
fue amigo mío,
realmente me enseñó
a jugar básquet—,
me pidió
y me insistió
en que siguiera con
él
en un club donde
él
era mánager,
un club de burgueses y de aristócratas
que contaba con un equipo de básquet,
ya de categoría
superior. Se llamaba Miramar no sé
qué
cosa, tendría
que precisar, era un club donde iban socios de dinero; yo no lo era, pero si
Campusano me llevaba como atleta, al integrar el equipo tenía
derecho a ser miembro del club. A mí
no me interesaba, pero como tenía amistad con
él
y me había
insistido y enseñado
mucho
—gracias a
él
había
adquirido experiencia y prestigio jugando básquet—, pues quise complacerlo, y por amistad le dije que sí, que estaba bien, que iba a seguir. Sinceramente a mí
no me interesaba, digo la verdad, pero por una cuestión
de amistad, me sentía
comprometido; estaba agradecido con
él,
por las distinciones que
él
tenía
conmigo, el aprecio que tenía
por mí, la confianza de que yo fuera un buen atleta en aquel
club. El compromiso venía
desde que estaba en el colegio y acepté,
le dije que sí,
que iba a seguir. Además
de los viajes, iba todas las noches allá
a donde estaba el club, bastante lejos, para hacer las prácticas.
Eso empezó
así,
casi a principio de curso, de manera que con tantas cosas tenía
que coger como seis, siete
u ocho veces el
ómnibus
cada jornada, desde que empecé
a estudiar en la Universidad.
Vi los programas, adquirí
los libros, asistí
a las primeras clases en la Escuela de Derecho, donde estudiaban
muchos alumnos. Desde luego, apenas llegué
a la Universidad, ya existían allí
ciertas tendencias políticas;
no pudiéramos
decir propiamente grupos ideológicos,
eran estudiantes universitarios que dirigían
la Asociación
de Estudiantes y otros aspiraban a hacerlo.
Cuando llegué
a la Universidad, algunos se me acercaron, hablaron conmigo, conversaron; en aquel momento
organizaban las candidaturas para los delegados por las
asignaturas y los representantes del curso. En cada escuela, en
cada año, primer año,
segundo año,
había
un representante de los estudiantes por asignatura, lo llamaban delegado por tal
asignatura y, además,
un delegado, quien representaba a todos los estudiantes de su año.
Cuando comenzaron las clases, estaba en el deporte,
y algunos estudiantes de los años
superiores se acercaron a mí, y querían
captarme para que estuviera en su corriente, en su grupo. Ellos ya empezaban a trabajar con los
estudiantes de primer año
porque las distintas fuerzas comenzaban a disputarse el primer año
de la carrera. Trataron de persuadirme.
Indiscutiblemente a mí
me interesó
tal posibilidad, cuando me hablaron de las elecciones de los estudiantes, de
los delegados, de todo eso, y así
di mis primeros pasos, en lo que pudiéramos llamar política
estudiantil.
Era entonces un muchacho sano, salido de la escuela,
destacado como atleta en el colegio durante el bachillerato y
con amigos. Tenía
un carácter
formado, un temperamento, sobre todo, muy rebelde. No podía
tener una ideología
política
todavía, sino opiniones, había
visto en Birán
lo que hacían
los soldados, tuve constancia de muchos de sus abusos,
me indignaba, me repugnaba la injusticia, la prepotencia de los
soldados, todo aquel clima violento. Pero cuando ingresé
en la Universidad, ya se había
producido, hacía
un año,
un cambio de gobierno.
En unas elecciones generales, en junio de 1944, la
oposición ganó.
Era una oposición
civil al gobierno de Batista, quien había
ganado unas elecciones prácticamente
a la fuerza, en 1940, al doctor Ramón
Grau San Martín.
En la
época
en que Pedro Emilio aspiraba a representante y yo lo había
ayudado, a la edad de 13 años,
pude presenciar el fraude y la violencia electoral. Cumplí
18 años
en 1944, sin terminar aún
el bachillerato que exigía
cinco años
de estudios, es decir, un año
más,
pues antes eran solo cuatro.
El Partido Revolucionario Auténtico
pretendía
imitar y llevar el mismo título
del Partido Revolucionario Cubano de José
Martí
—que
había
organizado y dirigido la
última
guerra por la independencia—,
decidieron llamarlo Partido Revolucionario Cubano, pero como había
tenido divisiones, este
último se llamó
Partido Revolucionario Cubano Auténtico,
como decir, el auténtico
Partido Revolucionario. Aquel era el partido de Ramón
Grau San Martín,
desde la oposición
civil a Batista, que disponía
de una coalición
de partidos de derecha y hasta de izquierda porque coincidió
con la Segunda Guerra Mundial y la política
de Frente Amplio, en que se unieron, incluso, los partidos comunistas con los de centro y de
derecha. Era la
época
de los frentes amplios y de las coaliciones
antifascistas, y resultó
que el partido de izquierda
—incluso
el Partido Comunista—
integraba la alianza con el partido de derecha de Batista; porque Batista, un dictador militar y un
hombre de tendencia fascista, admirador de [Benito] Mussolini
y que había sido represivo, se montó
en el carro de la lucha antifascista. En la medida en que Estados Unidos se alineó
en contra de Alemania, de Italia y Mussolini
—eran
los años
de [Franklin Delano] Roosevelt, quien siguió
una política
internacional progresista: luchó
contra la política
aislacionista, y por colocar a Estados Unidos contra el fascismo—,
y como en Cuba lo que hiciera Estados Unidos era la línea
para los gobiernos, Batista, un dictadorzuelo militar, un ladrón,
se montó
en el carro del antifascismo, a pesar de que
él
era de mentalidad fascista y tan o más
represivo que Mussolini, aunque no tanto como [Adolfo] Hitler. En dicha ocasión,
él
resultó
vencedor por una coalición
en unas elecciones donde hubo fraude y violencia.
El llamado Partido Revolucionario, aliado a otros,
algunos de derecha, y otros de centro también,
era el partido civil con más
apoyo popular, pero su triunfo lo frustró
en 1940, la violencia y el fraude. El origen de este partido estaba en la
lucha del año
1933 contra Gerardo Machado.
Los estudiantes universitarios desempeñaron
un papel destacado en la lucha contra Machado. Muchos de
ellos fueron reprimidos y asesinados. Se destacaron
organizaciones de izquierda y dirigentes universitarios. Por entonces
sobresalió
la figura de Julio Antonio Mella
—fundador
del primer Partido Comunista de Cuba, un excelente atleta, un pensador
brillante, martiano, que también
había
recibido una formación marxista—,
y la juventud estaba bajo la influencia de la
Revolución de Octubre de 1917, de la gran repercusión
que tuvo en el mundo, sobre todo, en los sectores obreros
Mella se unió
a un veterano de nuestras luchas por la
independencia, Carlos Baliño,
y fundó
—en
1925—
el Partido Comunista de Cuba. Era un joven de mucho talento,
muy combativo, de gran prestigio. En la Universidad donde ingresé,
se hablaba de Mella como la más
destacada figura de la historia de la Universidad. Se mencionaban también
otros dirigentes que habían
muerto, algunos de izquierda, otros demócratas, no marxistas; todo lo cual formaba parte del
martirologio universitario.
Rubén
Martínez
Villena, marxista también,
fue uno de los destacados luchadores contra Machado. La Universidad
había contado en sus aulas y luchas con jóvenes
brillantes. Algunos, como Mella, murieron asesinados por Machado; otros,
como Villena, un extraordinario líder
político,
líder
comunista y organizador de la huelga que derrocó
a Machado, enfermó
y luchó
hasta el final. Era un gran poeta, intelectual
brillante, que se unió
a los obreros, murió
joven por enfermedad. Hubo dirigentes universitarios destacados de distintas
tendencias políticas,
demócratas
y comunistas.
En aquella
época
se creó
también
el Directorio Estudiantil Universitario, cuya actuación
como representante de los estudiantes en la lucha frente a la represión
machadista fue destacada. Era una organización
política
más
que estudiantil, creada por los estudiantes. Cerrada la Universidad
por la dictadura, ante la represión,
los estudiantes encabezaron luchas, huelgas, protestas callejeras, y se unieron a los
obreros.
El Directorio no estaba integrado por gente de
izquierda, sino por gente del centro, demócratas,
nacionalistas, antimachadistas y, en cierto sentido, antiimperialistas. No era una organización
marxista, propiamente de izquierda. La pudiéramos definir como una organización
de estudiantes demócratas, nacionalistas, patriotas.
Las organizaciones de izquierda fueron prohibidas;
bueno, en general existía
una feroz represión.
Todo coincidió
con la gran crisis económica:
mucha hambre, aumento del de sempleo, precios del azúcar
muy bajos; había
una gran pobreza en el país,
gran sufrimiento en el pueblo. Un gobierno sangriento perseguía
a los obreros, asesinaba a sus dirigentes, especialmente a los de izquierda; perseguía
a periodistas, los encarcelaba, los asesinaba; también,
a opositores políticos; perseguía
y reprimía
a estudiantes, mataba a comunistas, a líderes sindicales. Era un gobierno de brutal represión,
no tan sofisticado como el ulterior gobierno de Batista o
de ideología derechista como la Junta Militar de Pinochet, en
Chile. Era del tipo de gobierno como el de Trujillo en Santo
Domingo, de Somoza en Nicaragua.
Machado era veterano de la Guerra de Independencia,
había luchado por ella, y eso le había
conferido prestigio. Fue electo por un partido llamado Liberal, pero era un político
caudillo, un hombre viciado que desarrollaba una política
corrompida, en medio de una gran crisis económica
y con el apoyo de Estados Unidos, como siempre. Todavía
en dicha
época
existía la Enmienda Platt como cláusula
constitucional, que establecía el derecho de los norteamericanos a intervenir en
Cuba. Se trataba de un gobierno politiquero y corrompido,
como los que Estados Unidos mantenía
en el Caribe, en Centroamérica y América
Latina en general. Machado fue un vulgar
dictadorzuelo represivo.
Una etapa dura, muy dura para el pueblo, de mucha
hambre. Mientras más
protestas se desarrollaban, originadas fun damentalmente por el hambre, más
represivo era el gobierno. Los obreros, los campesinos y los estudiantes
desempeñaron un papel destacado en la lucha contra la dictadura.
«Asno
con garras»,
así
denominó,
a Machado, Rubén Martínez
Villena, el joven comunista y poeta. Tal nombre gráfico fue el calificativo que mereció
aquel gobernante impopular y ladrón.
En los primeros años
de gobierno hizo algunas obras: el Capitolio, tan parecido al de Washington; la
Carretera Central, con la ayuda, me parece, de algunos préstamos
de Estados Unidos. Ganó,
incluso, alguna popularidad, hasta que la situación
se tornó
más
crítica,
empezó
la oposición
y, a su vez, la represión.
En 1925 alcanzó
la presidencia que prorrogó
a su conveniencia. Por supuesto, tuvo el apoyo de Estados Unidos, y su gobierno transcurrió
en el período
de la gran crisis hasta su estrepitosa caída
en 1933.
Entre las fuerzas que lucharon contra dicho gobierno
se encontraban los estudiantes, por su idealismo y
desinterés; en una Universidad donde había
gente de izquierda y de centro, algunos elementos demócratas
y patriotas nacionalistas; de ahí
que el Directorio adquiriera prestigio nacional
entre los estudiantes.
En contacto con aquel grupo de jóvenes
había
algunos profesores, entre ellos, uno de Fisiología
de la Universidad de La Habana, llamado Ramón
Grau San Martín,
de origen español. Algunos creen que no había
nacido en Cuba, hijo de gente simpatizante con la causa española
en la lucha por la independencia, se decía
que había
nacido en España,
pero yo mismo no puedo asegurar si era así.
Dicho profesor se expresaba con un lenguaje martiano, parece que era lector de Martí.
Trataba de utilizar, incluso, el estilo y las frases de Martí,
y así
adquirió
influencia dentro de los alumnos. Se convirtió
en una especie de líder
también
de los estudiantes más
combativos.
Machado cayó
como consecuencia de una fuerte huelga general. El movimiento de los obreros, los
estudiantes y las distintas fuerzas, puso en crisis total al régimen.
Es decir, a la lucha de los trabajadores, de los estudiantes y de
otras organizaciones nacionalistas se sumó
la de sectores no de origen estudiantil, sino de clase media, como el ABC
—que
llevó
a cabo una lucha activa, con sabotajes, bombas—;
tales acciones, sumadas a la huelga general, crearon una fuerza de oposición generalizada, haciendo que el gobierno cayera en una
crisis insoluble.
Estados Unidos todavía
tenía
el derecho de intervención, y como estaba Roosevelt en el gobierno y no quería
hacer uso de la facultad que le daba la propia Constitución
impuesta a Cuba de enviar los marines, mandó
algunos barcos en una amenaza de desembarco, pero no lo decidió,
sino que trató
de resolver la situación
mediante lo que llamaron una mediación
entre gobierno y oposición,
en busca de una solución
política, una transición.
Al final, Machado, como consecuencia de la crisis,
de la lucha del pueblo, las presiones yanquis
—la
presión
de la mediación también
determinaba—
y el descontento en el Ejército debido a todo el conjunto de factores, renunció
y se escapó
del país
con su dinero, dinero robado; la misma historia de siempre.
Al producirse la caída
de Machado, el pueblo se lanzó
a la calle, tomó
justicia por sus propias manos contra determinados esbirros, algunos criminales fueron exterminados o arrastrados, ejecutados por el pueblo. Toda aquella
ira se volvió
contra los personajes del régimen
que no pudieron escapar
—como
siempre, muchos escaparon—,
contra algunas de sus propiedades y símbolos
de la tiranía.
Algunas propiedades y
órganos
de prensa de Machado fueron incendiados. Es decir, a la caída
de Machado, hubo un fulgor de libertad y conmociones sociales, originadas por la situación:
la alegría
del pueblo al saber de su caída
y la esperanza de que el hambre
—porque asociaba el hambre también
a Machado—
se pudiera resolver. Aunque el hambre era resultado de la crisis económica
del capitalismo y de sus métodos
de explotación,
agravados por la gran crisis internacional, en una población
que había
crecido, en un país
que no se había
desarrollado. En realidad era un pueblo todavía
muy ignorante, en el sentido de las verdaderas
raíces
y causas de la situación
que padecía.
A la caída
de Machado, en agosto, se designó
un gobierno provisional constituido por Carlos Manuel de Céspedes
—descendiente
del primer jefe cubano en la lucha por la
independencia en la guerra de 1868, inmortalizado en nuestra patria por sus virtudes—.
Pero lo ocurrido fue solo un cambio de gobierno, todo siguió
igual.
Por entonces pasó
un ciclón,
a fines de agosto o principios de septiembre, que produjo desastres naturales,
inundaciones, y mientras el gobierno recorría
la zona dañada
por el ciclón, de la noche a la mañana,
fueron destituidos los oficiales que dirigían
el Ejército,
lo que conllevó
al derrocamiento del gobierno que siguió
al de Machado. Duró
apenas unos días.
Los soldados, es decir, los sargentos, las clases y
las tropas del Ejército,
influidos por la lucha contra Machado y por la prédica
de los estudiantes universitarios, se habían
ido organizando, algunos sargentos, sobre todo. Un sargento, Pablo Rodríguez,
había
nucleado una organización,
entre cuyos miembros estaba Batista. Pero no derrocó
a Machado. Machado fue derrocado, en parte, por la lucha del pueblo y
el descontento del Ejército
hacia su alta oficialidad, aunque su caída
no significó
un cambio grande, político
ni social. El Ejército siguió
con la vieja oficialidad, estaba muy desprestigiado y era muy odiado por el pueblo, circunstancia que
favoreció
la conspiración
de los sargentos. El 4 de septiembre de 1933 ocurrió
la sublevación
de estos contra la oficialidad cómplice del régimen
de Machado. Entre los sargentos sublevados se destacó
Batista que, de algún
modo, desplazó
al sargento que era su propio jefe; Pablo Rodríguez
era el principal iniciador del movimiento.
Tras la sublevación
de los sargentos, los estudiantes y el Directorio vieron en aquello una especie de
movimiento social, una rebelión
contra los viejos oficiales y se acercaron.
También
otras organizaciones y líderes
se unieron a los sargentos. Se sucedieron en pocos días
varios gobiernos. Hubo una pentarquía
—una
presidencia de cinco personalidades, entre ellas, el doctor Grau San Martín,
representante de los estudiantes, el profesor a quien ellos habían
escogido como líder.
Aquella pentarquía
tuvo dificultades. Los barcos norteamericanos estuvieron cerca de Cuba, hubo cierta amenaza de intervención
y, claro, el pueblo mantuvo una actitud de rechazo a la intervención
de Estados Unidos propiciada por el embajador norteamericano Summer Welles. La pentarquía, que no funcionaba, fue sustituida por una
presidencia de la cual hicieron cargo a dicho profesor universitario:
Ramón Grau San Martín.
Así,
tal personaje fue designado presidente provisional de la República.
Los sargentos desplazaron a todos los coroneles y a
la alta oficialidad y asumieron los cargos. El nuevo
gobierno les dio grado a los sargentos, tenientes, capitanes,
comandantes, tenientes coroneles y coroneles. El sargento Batista
resultó
nombrado legalmente coronel y jefe del Ejército,
cargo que ostentaba desde el golpe del 4 de septiembre. Su
imagen no era mala entonces, porque representaba al jefe de
los sargentos que derrocó
a los altos oficiales, colaboradores de la tiranía machadista. Los estudiantes permanecieron más
o menos unidos con los revolucionarios.
Tal gobierno era de civiles y revolucionarios que
lucharon contra Machado. Entre ellos figuraba un dirigente
revolucionario, no marxista-leninista, es decir, no era comunista,
ni tampoco líder
de los estudiantes porque ya se había
graduado, laboraba como farmacéutico;
era un hombre valiente, combativo, de ideas muy patrióticas,
nacionalistas e, incuestionablemente, de izquierda y antiimperialista: Antonio Guiteras Holmes. Había
sido fundador de una organización
llamada Joven Cuba, una de las que lucharon contra Machado.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
el origen de Guiteras es muy interesante. Estuve buscando datos sobre
él.
Nació
en 1906 en Filadelfia, Pennsylvania. Hijo de padre cubano,
Calixto Guiteras, y de madre norteamericana, Marie Theresse Holmes. Aseguran que de niño
escuchaba las historias familiares sobre su tío
José
Ramón
Guiteras, quien dio su vida por la libertad de Cuba durante la Guerra de los Diez Años,
y también
sobre su tío
abuelo John Walsh, uno de los más
importantes líderes de la independencia de Irlanda. Según
los recuentos biográficos, fue su padre quien le inculcó
su amor a la patria y a nuestro Héroe
Nacional José
Martí.
Su familia se trasladó
a Cuba en 1913. Vivieron en Matanzas primero, y luego en
Pinar del Río.
Tony Guiteras admiraba a Mella y lo apoyó
cuando realizó
la huelga de hambre en la lucha contra Machado.
Nunca olvido que después
del triunfo de la Revolución,
usted regresó
del viaje por Estados Unidos, Canadá,
Brasil, Argentina y Uruguay, precisamente un 8 de mayo, aniversario del asesinato
de Guiteras. Aquel día
sus palabras lo recordaron y le rindieron tributo.
¿Su
ejemplo influyó
en el Movimiento que usted nucleó
para el asalto al Moncada?
Fidel Castro.
—Sí,
Guiteras fue un revolucionario excepcional. Se movió
por todo el país,
creó
una organización,
realizó
muchas acciones contra Machado; en aquella
época
consistían principalmente en sabotajes y en poner bombas; una
práctica vieja, las actividades que hoy llaman terroristas.
Era el
único recurso del que disponían
los revolucionarios.
Guiteras intentó
tomar un cuartel en la provincia de Oriente, creo que, incluso, lo tomó;
un pequeño
cuartel, en San Luis, no lejos de Santiago, en un esfuerzo en pro del
desarrollo de una lucha armada contra Machado. Es decir, Guiteras
hizo algo parecido a lo que nosotros emprendimos después;
él
atacó
un pequeño
cuartel con un grupo de hombres para llevar a cabo la lucha armada. Un hombre, repito, muy
valiente, demócrata, de izquierda y antiimperialista.
En el año
1933, después
del 4 de septiembre, se sucedieron varios presidentes. Eligieron finalmente a Grau como
presidente; Batista, estudiantes, fuerzas democráticas
revolucionarias, estaban unidos. Entonces, este gobierno de Grau, que sucedió
a la pentarquía,
conformó
un gabinete donde designaron ministro de Gobernación
a Antonio Guiteras, quien tenía
mucha relevancia porque, naturalmente, en el pueblo habían
adquirido prestigio todas las fuerzas y los líderes
que lucharon contra Machado. Hombre firme y decidido,
desafió
los riesgos de intervención
yanqui e impulsó
una serie de medidas radicales que perjudicaron a la empresa eléctrica
y otros monopolios yanquis. Aquel gobierno revolucionario
introdujo medidas obreras y sociales: salario mínimo,
jornada de ocho horas, toda una serie de viejas demandas que bajo la
influencia de Guiteras fueron aprobadas por el gobierno
provisional de Grau San Martín
a fines de 1933.
Entre las medidas nacionalistas aplicaron aquella
con relación al trabajo, donde se establecía
que una parte de los empleados debían
ser cubanos, ya que había
empresas españolas y comercios en los que todos los empleados eran españoles,
lo cual originó
la demanda que llamaron nacionalización
del trabajo. Quizás
tuviera principios justos al tratar de evitar
privilegios, pero el hecho fue que la ley se convirtió
en una medida cruel para muchos trabajadores españoles
o haitianos que no tenían
otro ingreso y perdieron el empleo. Lo peor fue que
promovió
la expulsión
de los haitianos que desde principios del siglo xx trabajaban en nuestro país.
En conjunto, muchas de las leyes de aquel gobierno fueron nacionalistas y de
proyección social justa, lo cual le granjeó
gran simpatía
y apoyo popular, de modo especial las que afectaron a los monopolios
yanquis.
Pero aquel gobierno no duró
ni cuatro meses.
¿Qué
hizo Estados Unidos?
¿Qué
hicieron los embajadores yanquis Summer Welles y toda aquella gente? Los funcionarios
norteamericanos conservaron la calma; no aconsejaron la intervención,
comenzaron a influir en Batista y a trabajar con el Ejército.
Batista, un sargento ignorante convertido en
coronel, con gran poder, fue asediado y envuelto por los
representantes diplomáticos de Estados Unidos, porque a este país
no le gustaron las leyes nacionalistas que afectaron los intereses
de sus monopolios. Las leyes obreras dañaban
las ganancias de los centrales norteamericanos y los intereses de sus privilegiadas
empresas. Las leyes del primer período
de Grau
—pues
tuvo otro en la década
de los 40—,
originaron apoyo popular, simpatía
y, también
inquietud en la oligarquía,
los grandes capitalistas y los monopolios yanquis, que para no perder su
estatus utilizaron un procedimiento muy sencillo, se acercaron a
Batista, el nuevo caudillo, jefe de los militares, lo halagaron
y estimularon las rivalidades entre los militares y el gobierno
revolucionario civil. En el mes de enero de 1934 toman como
pretexto los desórdenes,
el caos y las huelgas, que eran resultado de las demandas de los trabajadores y del pueblo, para
restablecer el orden y derrocar al profesor universitario y al
gobierno revolucionario. Así
veía
el pueblo, a grandes rasgos, los hechos.
Fue el fin del efímero
gobierno revolucionario que dictó
leyes sociales y nacionalistas. Se inició
la hegemonía
de Batista, su dictadura. Un personaje vanidoso y tiránico
que desde la jefatura del Ejército,
y a través
de distintos gobiernos títeres, reprimía
a obreros y estudiantes, hasta aplastar el
movimiento revolucionario. Logró
ejercer el control militar y político
desde la jefatura del Ejército.
Contaba con la simpatía,
la amistad y el apoyo de Washington.
La aristocracia cubana, muy orgullosa, miraba con
desdén a Batista por tres razones: porque era de origen
obrero
—en sus primeros años
había
trabajado en ferrocarriles—,
era de origen humilde
—tenía
cierta composición
mestiza—
y, además, se trataba de un sargento ignorante. Es decir, todas
las cosas buenas por las que hubiera podido ser
apreciado, no lo favorecían,
ninguna de las características
por las que debía legítimamente
ser estimado, le permitía
serlo por aquella aristocracia; posiblemente tampoco por los
norteamericanos, aunque a Estados Unidos, más
que el color de la piel, le interesaba que respondiera a sus intereses. Pero Batista era el
jefe del Ejército,
ignorante, ambicioso, pícaro,
vivo, astuto, sobre todo, lleno de ambiciones de poder y de riquezas.
Todo lo que Batista tuvo de pobre en su tiempo, o
todo lo que podía
tener de mestizo, no le sirvió
para luchar contra la pobreza o para experimentar solidaridad hacia los
pobres y luchar contra la discriminación
racial; nunca la combatió, sino que eso estimuló
sus ansias de poder, de riqueza y de ascensión social.
No se consideró
jamás
mestizo, sino blanco. Utilizaba con mucha demagogia su origen obrero en la juventud, su
procedencia humilde, su condición
de soldado, sargento, para exaltarse ante las masas, pero no adoptó
ninguna medida contra la explotación
de los trabajadores ni hizo nada contra la
discriminación racial en el país.
Los norteamericanos se dieron cuenta rápido
de su psicología, de sus ambiciones y las estimularon hasta que lo
tuvieron de jefe del país,
a través
de la jefatura del Ejército
y sus grados de coronel.
Él
se hizo coronel, otros muchos sargentos se nombraron coroneles, comandantes, capitanes, tenientes y
subtenientes. Batista realizó
un gran reparto de grados, en virtud del cual muchos soldados ascendieron a sargentos,
subtenientes, tenientes y, en definitiva, todos los sargentos
ascendieron a oficiales.
Katiuska Blanco.
—Me
estoy acordando de la historia de Raúl, cuando, a cocotazos, el maestro le hizo aprender de
memoria los versitos que debía
recitar frente a Batista, para que este ascendiera a sargento al profesor de la escuelita cívico-mili tar de Birán
Uno.
Fidel Castro.
—Fue
precisamente en los años
30 que tuvo lugar un proceso para ascender a numerosos soldados. Eso
le confirió
a Batista una gran influencia, un gran poder sobre
el Ejército; utilizó
tal medida en su provecho. El gobierno de facto duró
más
de seis años.
Batista se hizo jefe del golpe de Estado en 1933, pero entre septiembre de 1933 y enero de
1934 compartió
el poder con los civiles. Luego, a partir de 1934 se hizo jefe absoluto del país,
y más
adelante gobernó
a través
de administraciones títeres
y represión.
En tal período
se acrecentaron las luchas estudiantiles, de los trabajadores y de
los viejos revolucionarios antimachadistas. Algunos, los
de derecha, se sumaron a Batista; otros lucharon, fueron
reprimidos, asesinados. Tuvieron lugar huelgas, grandes huelgas,
refrenadas de forma sangrienta. Así,
Batista se mantuvo como jefe de facto hasta 1940, con su mentalidad fascistoide, en
la etapa previa a la Segunda Guerra Mundial.
Cuando se aproxima la Segunda Guerra Mundial y
Estados Unidos se alinea contra Alemania e Italia, Batista
resultó
ser más
demócrata
que nadie, luchador antifascista, aliado a Estados Unidos.
Katiuska Blanco.
—Es
contradictorio,
¿verdad?
Un siniestro hombre de derecha cuyo gobierno asume en las
relaciones internacionales una política
positiva, solo lo explica la demagogia de su propio ser.
Fidel Castro.
—Eso
tiene su explicación
lógica.
Lo que hiciera Estados Unidos era ley para Batista. Claro, se hizo
un intento de institucionalizar su poder porque, en la lucha
contra el fascismo, se hablaba cada vez más
de democracia. Así
surgió
un proceso que arribó
a una Asamblea Constituyente, aprobada en 1940.
Ya había
trascurrido la etapa de la represión.
Todos los partidos fueron legalizados, entre ellos, el Partido
Comunista. Se eligieron los delegados y se elaboró
una constitución
bastante avanzada, podríamos
decir progresista, en la que se podía apreciar
—en
muchas de sus disposiciones—
la lucha de las fuerzas progresistas y la influencia del Partido
Comunista. Varios de sus delegados, personalidades
prestigiosas, destacadas, lucharon por otorgarle a dicha constitución
un contenido social.
Era una constitución
burguesa, capitalista, pero admitía el sentido de la función
social de la propiedad, la idea de la reforma agraria y una serie de leyes
complementarias, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, el
voto. Aquella constitución
recogía
conquistas sociales del año
1933 y nuevas aspiraciones, incluidas gracias a la influencia de
los demócratas y los comunistas en algunos de sus preceptos. Téngase
en cuenta que la Segunda Guerra Mundial había
estallado.
La guerra de 1939 contra el fascismo, la lucha
contra el fascismo, incluso, en aquellos países
que no intervinieron di rectamente en la guerra, crearon condiciones
propicias para la elaboración
de una constitución
más
democrática,
porque se trataba de la democracia contra el fascismo. Era
la
época del Frente Amplio Antifascista, que se propugnó
en una etapa que precedió
a la guerra, y así,
tanto partidos de izquierda como el propio Partido Comunista resultaron miembros
de un Frente donde figuraban partidos de derecha y el
partido represivo y corrompido de Batista. Crearon la
coalición
democrática progresista con presencia de todos esos partidos, incluso el Partido Comunista
—en
virtud de la famosa alianza antifascista—
que generó
confusión
y antipatía
en una parte sana de la población.
Yo tenía
13 años.
Sabía
muy poco de política,
pero fui testigo presencial del gran fraude y la violencia ejercida
durante las elecciones generales en que ganó
Batista.
En los cinco años
siguientes cursé
todo el bachillerato: dos en Santiago de Cuba y tres en La Habana. Durante
casi todo el período
de Batista como presidente, y un año
del gobierno de Grau, estuve en el colegio de los jesuitas en La
Habana.
Cuando correspondían
otra vez las elecciones en 1944, un año
antes de acabarse la guerra, el mundo estaba
saturado de propaganda democrática
y de campaña
contra la dictadura, el fascismo, la represión.
Los derechos humanos se convirtieron en algo sagrado, y Batista, que estuvo 11 años
gobernando, para entonces era presidente de un gobierno
constitucional o go bierno legal y, además,
caudillo del Ejército.
La coalición
de Batista no lo postuló,
presentó
a otro candidato de acuerdo con la ley constitucional porque Batista no podía
reelegirse. Batista calculó
que iba a ganar grandes laureles de hombre democrático
porque se iba a designar otro candidato de su coalición,
hombre, por supuesto, de toda su confianza, y
él quedaría
como el caudillo del Ejército,
el poder detrás
del trono.
Pero,
¿qué
ocurrió?
En 1944, Grau San Martín,
postulado otra vez por el Partido Revolucionario Cubano Auténtico, ganó
las elecciones y Batista se vio ante una
alternativa: dar un golpe o retirarse. El ambiente nacional e
internacional no eran propicios para dar un golpe y aceptó
la victoria de Grau, aunque continuaba siendo el caudillo espiritual del Ejército.
Se retiró
de Cuba después
de que Grau tomó
posesión
—la
toma de posesión
fue el 10 de octubre, aunque las elecciones habían sido en junio—.
Mi
último
año
en el Colegio de Belén
coincidió
con el primer año
del gobierno de Grau.
Batista se pasó
11 años
robando y abandonó
la presidencia como uno de los personajes más
ricos en la historia de Cuba. Cuando el dólar
tenía
mucho más
valor que hoy, cuando existía gran escasez de bienes y alimentos, gran destrucción
y pobreza en el mundo, Batista se marchó
del país
con una fortuna de decenas de millones de dólares,
se radicó
en Estados Unidos, fue allí
a perfeccionar su inglés.
Anteriormente había
visita do Estados Unidos y pronunciado un discurso ante la
Cámara de ese país,
nada menos que en inglés.
Batista no sabía
hablar muy bien el español,
ni siquiera pronunciarlo bien, sin embargo, dio un discurso en inglés,
en una visita oficial que hizo a Washington. En 1944, cuando perdió
las elecciones, se marchó
a Estados Unidos como gran señor,
gran millonario, gran demócrata
que se pliega a la voluntad popular. Se fue a vivir en Daytona Beach, donde prosiguió
sus estudios de inglés
y sus conocimientos superficiales de otras materias.
La idea de Batista era estar un tiempo allá.
Katiuska Blanco.
—Y
al año
siguiente usted ingresa a la Universidad, a la modernidad, como diría
Retamar…
Fidel Castro.
—Cuando
ingresé
en la Universidad, en septiembre de 1945, llegué
a la institución
que había
luchado contra Machado, centro de tradiciones patrióticas,
a la Universidad de [Julio Antonio] Mella, [Rubén
Martínez]
Villena, [Rafael] Trejo, la Universidad del Directorio Estudiantil. Se
habían
ganado glorias en aquella lucha. La Universidad y los
estudiantes habían
apoyado a Grau, y me sentía
contento de que el profesor revolucionario hubiera ganado, porque su victoria
fue la derrota del gobierno militar, la de Batista; y
yo, realmente, veía
el hecho con simpatía
y alegría.
Allá
en Birán
—recuerdo aquel verano cuando fui, al terminar el bachillerato—,
la gente, es decir, los campesinos y trabajadores,
estaban muy felices, muy contentos, porque pertenecían
al partido de Grau
o simpatizaban con este. Presencié
la alegría
popular, aunque yo no estaba vinculado a la política,
estudiaba interno en el colegio de los jesuitas finalizando el cuarto año
de bachillerato, cuando se produjeron todos aquellos fenómenos.
Escuché
por radio algunos discursos de Grau. Decía
una serie de cosas que nadie entendía,
creaba una serie de palabras, parecía
un personaje celestial, y hablaba un lenguaje de los dioses que los humanos no podíamos
entender:
«Porque
el autenticismo es la cubanidad, la cubanidad es
amor...».
Después lo analicé
y me di cuenta de que Grau trataba de imitar el estilo martiano. Martí
tiene una oratoria muy compleja, muy elegante, con imágenes
verdaderamente bellas, pero no es fácil
comprender sus discursos. Como he dicho otras veces: Martí
vertía
una catarata de ideas en un pequeño
arroyo de palabras. Es decir, eran tantas las ideas de Martí
en un discurso, que no cabían
en sus palabras. Pronunciaba frases muy bellas, grandes imágenes;
،grandes,
conceptuosas y profundas ideas!, unas detrás
de otras, como en una catarata. Su estilo es inimitable, no he vuelto a conocer a nadie que fuera
capaz de decir tantas cosas en tan pocas palabras.
Katiuska Blanco.
—José
Martí
era un excepcional sintetizador. Cuando escribía
una cuartilla era porque su erudición
alcanzaba a redactar sobre el tema 100 o 1000 páginas
y, entonces,
él
condensaba todo su saber y nos lo entregaba en un párrafo largo, maravilloso por su intensidad, lo cual
ratifica esa visión
suya sobre las obras y discursos del Apóstol:
la avalancha de ideas en un pequeño
arroyo de palabras, propia de su escritura y oratoria.
Fidel Castro.
—Una
cascada de ideas sugeridas, imágenes,
una detrás
de otra. Tal es la característica
de la oratoria de Martí
que siempre me agradó,
la admiré,
me gustó
mucho, y creo que es inimitable. Es un estilo muy propio de
él.
El profesor del que te hablaba antes, sabría
de Fisiología, pero hablaba posiblemente de memoria, porque readaptó
por mimetismo el estilo; pero mientras lo de Martí
era una catarata de ideas en algunas palabras, más
tarde se comprendió
que lo de este profesor era una catarata de palabras sin
idea alguna. No pocos estaban maravillados por el prestigio del
profesor, su fama, las leyes que decretó
—las
leyes de Guiteras—,
pero el pueblo no conocía
quién
era el profesor: al parecer, un Mesías, un profeta, cuyo lenguaje, martiano y bíblico,
que ni siquiera
éramos
capaces de entender los humanos, y lo escuchábamos por radio con la boca abierta. Aquel señor
asumió
la presidencia de la República
a fines del año
1944, Ramón
Grau San Martín.
Esto fue condicionando la atmósfera,
el ambiente que encontré
cuando llegué
a la Universidad.
En 1945 ingresé
en el centro superior de estudios que había luchado contra Machado, contra Batista, una
Universidad en su mayor parte grausista.
Muchos antiguos líderes
estudiantiles, que lucharon contra Machado y contra Batista, eran ministros, senadores,
representantes, ocupaban cargos importantes. Pero los mejores luchadores entre la gente del período
de 1933 a 1944 se habían ido apartando de la política.
Katiuska Blanco.
—Usted
habla de luchadores valiosos como Raúl
Roa García,
¿no?
Fidel Castro.
—Sí,
uno de ellos era Raúl
Roa.
Cuando aquel Directorio se integró
en un partido político,
en el partido de Grau, que se dedicó
a la política
y a todas sus actividades
—la
política
tradicional, electoralista y sin principio—,
muchos de los mejores revolucionarios se apartaron, otros siguieron porque pudieron
adaptarse a la política;
y alguna gente también
sana, antimachadista, demócrata
y antibatistiana, continuó
en dicho partido. De manera que, cuando triunfó,
había
de todo: gente oportunista, revolucionarios corrompidos de distinta forma en la
política y, también,
personas valiosas, sanas. No precisamente gente de izquierda, aunque los había
de izquierda, sino demócratas, muy opuestos a la represión,
a la tiranía,
a la corrupción
que soportó
el país
durante los 11 años
del gobierno de Batista. Así,
gente valiosa, líderes
políticos,
profesores universitarios prestigiosos, algunos de los cuales pasaron entonces
a la oposición
a Grau y, posteriormente, una parte de ellos se integró
a la Revolución.
Junto a la Revolución
tuvimos gente valiosa que, en 1944, estaban en el partido de Grau.
Cuando llegué
a la Universidad había
transcurrido un año de gobierno de Grau San Martín;
la Universidad estaba controlada por sus partidarios. Aún
simpatizaba con Grau, porque el suyo era un triunfo antimilitarista, un triunfo
contra la tiranía,
contra la dictadura de Batista. Participé
de la alegría igual que compartió
gran parte del pueblo; no tenía
entonces una conciencia política
ni una ideología
revolucionaria, pero participaba con el pueblo del triunfo de los civiles
contra los militares, la dictadura y la corrupción.
En el país
no pasaba nada porque los cambios de gobierno no significaban ningún
tipo de cambio social. Al final, era un cambio de personaje y, a decir verdad, el cambio de
unos ladrones por otros. Yo ni me di cuenta de aquello, seguí
el quinto curso de bachillerato, me gradué,
pero cuando llegué
a la Universidad me dije: es la Universidad de los
estudiantes que lucharon contra Machado y Batista, la de largas
tradiciones de lucha desde Mella, Villena y otros, con una gran
sala de mártires, de héroes.
El martirologio estudiantil venía
desde el siglo xix, 1871, cuando el 27 de noviembre de aquel año
fueron fusilados por los españoles
los ocho estudiantes de Medicina, cuyo delito había
sido
—según
los españoles—
ultrajar la tumba de un político
español
muy adicto a España
y caracterizado por su odio contra Cuba. Como debes saber, en el año
1871, hacía ya tres años
que se había
iniciado la Guerra de Independencia y existía
un gran odio contra los cubanos por parte de la
milicia española.
Los voluntarios españoles
sentían
mucho odio. Alguien acusó
a un grupo de estudiantes de haber profanado la tumba de Gonzalo de Castañón,
periodista, intransigente defensor del gobierno español
e
ídolo
del colonialismo. Con motivo de aquella acusación,
las turbas españolas
integradas por voluntarios armados que luchaban por defender la
colonia frente a los patriotas cubanos exigieron un castigo
ejemplar a los estudiantes. Como consecuencia, ocho
estudiantes fueron juzgados en consejo de guerra y condenados a la pena
de muerte. Fue un crimen espantoso. Lo hicieron por
satisfacer a las turbas de voluntarios armados, por un supuesto
delito de haber ofendido la memoria de aquel defensor de la
metrópoli. Martí
habló
mucho de ello, y nosotros, los alumnos
universitarios, oíamos
hablar de la historia de los estudiantes fusilados por los españoles.
Todo eso contribuyó
a crear la tradición
y el martirologio de los estudiantes de la Universidad.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
Martí
recibió
la noticia de los fusilamientos mientras estaba en España,
y no sabía
si su entrañable amigo Fermín
Valdés
Domínguez,
alumno de aquel mismo curso, se encontraba entre los jóvenes
fusilados. Fue para
él
una gran conmoción,
incluso enfermó.
En el primer aniversario del crimen escribió
aquellos versos estremecedores:
،Cadáveres
amados los que un día/
Ensueños
fuisteis de
la patria mía,/
،Arrojad,
arrojad sobre mi frente/ Polvo de vuestros huesos carcomidos!/
،Tocad
mi corazón
con vuestras manos!/
،Gemid
a mis oídos!/
،Cada
uno ha de ser de mis gemidos/ Lágrimas
de uno más
de los tiranos!/
،Andad
a mi redor; vagad, en tanto/ Que mi ser vuestro espíritu
recibe,/ Y dadme de las tumbas el espanto,/ Que es poco ya
para llorar el llanto/ Cuando en infame esclavitud se
vive!
Creo que usted lo recuerda porque pocas veces a lo
largo de la historia se ha escrito de manera tan
desgarradora y recia al mismo tiempo, prueba irrefutable del dolor
inmenso. Evoco ahora una frase suya:
«Cuando
un pueblo enérgico
y viril llora, la injusticia tiembla».
Fidel Castro.
—Fue
un crimen horrendo, inolvidable. Como aquellos estudiantes eran de la Escuela de Medicina
de la Universidad de La Habana, la Universidad a la que yo
ingresé
era heredera de las tradiciones, de los mártires
del año
1871, de los luchadores por la independencia, de los
luchadores por la democracia, los luchadores contra Machado y
Batista y los luchadores por el pueblo. Tenía
una gran tradición
la Universidad, una larga y rica historia; y, desde luego, todo eso
me impresionó
en gran medida. La entrada en aquel santuario con una historia sagrada de luchas influyó
en mí.
Me impregné
del prestigio histórico
de esa institución.
Me agradaba toda la historia de la Universidad.
Desde que por primera vez me pidieron que realizara algunas
actividades
en ese marco, tuve la impresión
de que iba a ingresar en una colectividad con mucho prestigio, con mucha
historia, y que los estudiantes habían
jugado un papel muy digno, muy destacado; eran los guardianes de los derechos del pueblo, de
la democracia y la libertad. Me sentí
también
como una especie de candidato a formar parte de aquellas tradiciones
y glorias, y guardián
también
de los valores de la Universidad.
Probablemente me sentí
halagado de que se fijaran en mí,
de que solicitaran mi colaboración,
que me trataran de promover porque podían
haber observado algunas cualidades políticas,
y así
es como me vinculé
a uno de los grupos de gente sana. Si bien ellos estaban imbuidos de
aquellas mismas ideas y de aquellos valores, no tenían
ninguna ideología
política, ninguna ideología
social, revolucionaria. Es lo que puedo decir de los amigos de segundo y tercer año;
muchachos simpáticos que se acercaron a mí
y trataron de captarme.
Recuerdo a varios de ellos: Zaldívar,
de Banes; a Raúl
Granados, de Villa Clara. Fueron los dos primeros que se
relacionaron conmigo; después
pude saber cómo
eran, no eran gente mala, eran gente común
y corriente de aquella
época.
A pesar de las tradiciones de lucha, la Universidad
había cambiado considerablemente. Desde los años
de Mella, de Villena y de jóvenes
como Pablo de la Torriente Brau, de aquella Universidad que luchó
contra Machado y contra Batista, esta había
cambiado bastante.
En primer lugar, por una razón
o por otra, en mi opinión
—es
muy personal, no estoy seguro de que sea la opinión
que puedan tener otros—,
la impresión
que tuve fue que el hecho de que el Partido Comunista formara parte de la
coalición
de Batista en 1940 y 1944, y teniendo en cuenta que su
gobierno fue despótico,
corrompido y represivo, lo aisló
bastante de muchos jóvenes.
Además,
los estudiantes estaban contra Batista, por regla general simpatizaban con Grau.
Entre los trabajadores en el campo y en los
centrales azucareros se hablaba mucho de Grau, por las leyes sociales
aprobadas en 1933 durante su gobierno: la jornada de ocho
horas, la legalización
de los sindicatos, toda una serie de demandas históricas
que eran fruto de las luchas de Villena, aprobadas
en el gobierno de Grau y Guiteras, quien fue su
impulsor. Mucha gente del pueblo, trabajadores y obreros, apoyaban a
Grau.
Se daba una situación
paradójica.
El Partido Comunista tenía
mucha influencia entre los obreros porque durante
toda su existencia luchó
por sus demandas y derechos. Del seno del movimiento obrero surgieron valiosos líderes
comunistas: Lázaro
Peña,
Jesús
Menéndez.
Es decir, los principales líderes obreros eran comunistas y lucharon incansablemente
en todo aquel período
de los frentes amplios y de la coalición
con el partido de Batista por los derechos de los
trabajadores, en un gobierno corrompido y burgués.
Se puede decir que, al concebir la constitución,
lucharon por los derechos de los obreros y otros preceptos constitucionales como la
reforma agraria, que quedaron en el papel. Lucharon por una constitución
más
progresista. No fallaron nunca en su lucha por los derechos de los trabajadores, y siempre
contaron con respaldo y prestigio entre ellos. Pero se producía
una paradoja: aunque luchaban por los obreros, debido a
compromisos y alianzas internacionales, estaban políticamente
en alianza con un gobierno burgués
represivo, corrompido.
Los comunistas se mantuvieron limpios y honestos
toda su vida; aunque diría
que dicha alianza con Batista, durante un período
histórico
de tiempo los divorció,
en cierta medida, del pueblo y alimentó
las prédicas
anticomunistas, aunque el Partido Comunista tuvo arraigo entre los obreros.
Los distanció
de una parte del pueblo capaz de reconocer la
honestidad, la abnegación
y el espíritu
de sacrificio de los comunistas, pero sin aceptar, sin conciliar la alianza con Batista.
Tal proceso contribuyó
a la derechización
del pensamiento político
en general de los estudiantes y de las fuerzas
democráticas que integraban el partido de Grau San Martín.
La Universidad en la que entré,
reitero, ya no era la de los
últimos
años
de la década
de los 20, de la
época
de Mella o de los años
30; no era la Universidad antiimperialista de la lucha contra Machado y contra Batista. Era una
Universidad donde los comunistas tenían
muy poca influencia porque habían
sido derrotados junto con el partido de Batista en
las elecciones de 1944. Existían
unos pocos comunistas a los que ni siquiera conocía,
porque entonces, no estaba imbuido de estas cuestiones sociales, ideológicas.
Llegué
a una Universidad que no contaba con el espíritu
antiimperialista de otros tiempos, que se había
debilitado. Era una Universidad burguesa y de pequeñoburgueses,
con muy pocos jóvenes
procedentes de las familias trabajadoras.
No era necesario pagar nada, solo una pequeña
cantidad por la matrícula,
pero para ingresar allí
era indispensable ser bachiller, y serlo constituía
un privilegio de muy poca gente: procedían
de familias burguesas, terratenientes, capas medias y, raramente, alguien de origen humilde. Si hubiera
sido hijo de cualquiera de los campesinos o trabajadores de
Birán,
jamás habría
podido estudiar el bachillerato; pude lograrlo por
ser hijo de terrateniente. Pocos se hacían
bachilleres y llegaban a la Universidad, y solo existía
una en todo el país.
Además,
las escuelas de bachillerato radicaban solamente en las
capitales de provincia y en algunas ciudades, la mayoría
de la población vivía
en el interior del país;
luego, gran parte de los habitantes de Cuba no tenían
posibilidades, y de los que vivían
en las ciudades, muy pocos podían
darse el lujo de ser bachilleres porque desde los 10, 12, 13 años
tenían
que trabajar para ayudar a los padres. Si no era hijo de comerciante o de
terrateniente o de médico
o de un profesional destacado, no podía
ir a estudiar a una escuela para cursar bachillerato. Nunca un
campesino, y
rara vez un hijo de obrero, llegaba a la
Universidad.
En la
época
anterior, de Machado y Batista, los elementos pequeño
burgueses habían
tenido un papel activo, unidos a los obreros. Cuando llegué
a la Universidad encontré,
en general, gente descendiente de burgueses, terratenientes,
comerciantes, pequeñoburgueses,
capas medias; no era una Universidad de trabajadores. Y después
de toda la compleja situación
internacional, después
de 11 años
de régimen
de Batista, en los que el Partido Comunista había
estado aliado con el partido de gobierno, allí
no había
ninguna simpatía
por el comunismo,
،aunque
tampoco había
antipatía!
Quiero decir, comunistas habría,
que yo recuerde, quizás,
de 40 a 50 alumnos, en una Universidad de 15 000 estudiantes. Quizás
entre comunistas y antiimperialistas habría
unos 40 o 50; casi todos, claro está,
se unieron después
a la Revolución.
Entre comunistas y antiimperialistas conscientes habría
solo algunas decenas de estudiantes. No existía
tampoco un pensamiento político
de izquierda, todo giraba en torno al gobierno: cómo
lo estaba haciendo, si lo estaba haciendo bien o mal. Pero en aquel año
que ingresé
en la Universidad, ya iban surgiendo problemas
graves.
En un año,
el gobierno de Grau había
perdido bastante prestigio. Se instauró
un nepotismo tremendo. Paulina Alsina, la cuñada
de Grau, viuda del hermano, se convirtió
en primera dama. Grau era soltero, con 55 años,
y esta señora
advino como primera dama con una enorme influencia. Inclu so, mucha gente le atribuía
un peso decisivo en lo que hacía el presidente. De modo que desde el primer momento
se fue produciendo una profunda decepción.
La gente tenía
grandes esperanzas, como suele ocurrir en situaciones
similares, pero no hubo ningún
cambio. Los líderes
de aquel partido político que llegó
al gobierno, el profesor universitario y sus
ministros
—con
unas cuantas excepciones—,
ya se habían
corrompido políticamente
a lo largo de aquellos 11 años,
desde sus gloriosos tiempos de luchadores contra Batista, estaban en el
gobierno, ostentaban cargos; se desató
una corrupción
increíble y comenzaron a hacer negocios de todas clases. Era
la
época
de finales de la guerra y existía
gran escasez de algunos productos como el arroz, el jabón,
la manteca, productos provenientes de Estados Unidos, como neumáticos.
Muchos de los corruptos se involucraron en negocios y especulaciones de toda
clase con los productos de primera necesidad. Comenzaron a
ganar dinero de forma ilícita;
a robar de todas las formas posibles, y ya
en el primer año
había
mucha crítica,
muchas protestas, mucha decepción,
desilusión
en las masas de la población,
crítica en la prensa, en la radio. Una prensa también
corrompida, que a veces criticaba para que le dieran dinero, y si no
le daban, denunciaba. Pero dentro de tal juego, no había
tenido lugar cambio alguno.
Todo el mundo anticipaba que el triunfo de Grau iba
a ser la gran panacea, el remedio a los problemas del país,
pero no fue así,
a pesar de que coincidió
con un momento económico bueno, puesto que como consecuencia de la guerra los
precios del azúcar
aumentaron, no hubo limitaciones a la producción azucarera porque Estados Unidos necesitaba toda esa
azúcar. Filipinas estaba ocupada por los japoneses, y Europa
por los alemanes. Durante toda la guerra, la
única
azúcar
que recibía Estados Unidos era fundamentalmente de Cuba,
entonces se dio una gran noticia:
«Producción
ilimitada de azúcar», todos los agricultores podían
sembrar la caña
que quisieran.
«Elevados
precios de azúcar»,
volvía
la Danza de los Millones, como decíamos
aquí,
el dinero, los dólares
abundaban por todas partes, casi circulaban exactamente igual
que el dinero cubano. Recuerdo que en mi casa circulaban los dólares. Cuando yo estaba en el colegio, en mi casa lo mismo
me daban pesos cubanos que dólares
norteamericanos, dólares verdes, de los cuales le había
pedido a Roosevelt un ejemplar. Por dondequiera andaban los dólares.
Aunque las cosas se encarecieron y los precios aumentaban, existía
la ilusión
de la abundancia.
Corrupción,
robo, todo aquello coincidió
cuando ingresé
en la Universidad, aunque la toma de conciencia no
había cristalizado todavía;
se percibió,
sin embargo, que elementos vinculados al Partido Auténtico
de Grau controlaban la Universidad. Cuando llegué
a tal atmósfera,
no podría
decir que había
tomado conciencia de todo, solo sabía
que la Universidad era guardiana de los más
sagrados intereses del país
y que algunas cosas no andaban muy bien. No era que la
gente fuera batistiana, no se trataba de empezar a criticar a
Grau para elogiar a Batista, sino una crítica
a un gobierno que no resolvía
los problemas padecidos largo tiempo por el país.
Importantes dirigentes estudiantiles ostentaban
cargos en el gobierno, recibían
ingresos, prebendas; incluso, ocupaban algunos puestos que no desempeñaban,
o algunos cargos importantes en el Estado y controlaban la Federación
Estudiantil Universitaria. Podríamos
decir que la lucha comenzó
entre partidarios del gobierno y gente que empezaba a
criticarlo. Críticos
no porque fueran enemigos de aquel partido, sino
inconformes con lo que estaba ocurriendo. Se puede afirmar que la lucha era entre personas importantes que no hacían
críticas al gobierno y estudiantes que sí
las hacían.
Cuando ingresé
en la primera fase estuve observando todo y me topé
con otro fenómeno
en la Universidad: las organizaciones seudorrevolucionarias
—que
se hacían
llamar revolucionarias—
en todo el ambiente nacional.
Todo el que había
luchado contra Machado o contra Batista era un revolucionario. Muchos hombres fueron mártires,
otros eran compañeros
de los que murieron o estuvieron presos por luchar contra Batista, habían
puesto bombas, realizado sabotajes y luchado tenazmente. Observé
que existía
culto a todos aquellos luchadores que habían
sido perseguidos, presos, exiliados, durante ambas dictaduras. Aunque mucha de
aquella gente, si alguna vez tuvo algo de revolucionaria,
realmente ya no lo tenía.
Pero cuando nosotros llegamos a la Universidad, los cintillos de los periódicos
destacaban a la organización
revolucionaria tal, la otra, la otra;
،el
non plus ultra!
En el ambiente universitario había
que inclinarse, hablar con respeto. Existían
nombres que debían
pronunciarse con veneración,
como los héroes
de la lucha contra Machado y Batista. Era una institución
heredera de las tradiciones, de las luchas heroicas desde la
época
de los españoles
hasta ese momento. Oí
y me influyó
todo eso, el personaje tal, el otro. No me encontraba todavía
en condiciones de juzgar nada. Pero en mis actividades me encontraba limitado a un círculo
de la Universidad, de la Escuela de Derecho, donde entré
a conocer a mucha gente, muchachos y muchachas de todas las
procedencias, de todas las escuelas, hasta que inicié
allí
mis actividades políticas.
Fue en el primer año,
en el primer trimestre, diría
casi que en el primer mes. Al comienzo no asistí
algunos días,
porque entonces tenían
lugar las novatadas, y para mí
representaban una humillación,
no me resignaba a la idea de someterme a una situación
donde a los nuevos estudiantes los pelaban al rape, los teñían,
los amarraban, los pintorreteaban, y así
circulaban por las calles, toda una serie de groserías
que en tiempos de revolución
no se hacen. Constituían
una humillación
tremen da para el joven, y con algunos se ensañaban.
Recuerdo que pensar en que iba a soportar todo aquello me causaba
malestar, no me resignaba, y una de las cosas que hice fue no
asistir los primeros días.
Incluso, me pelé
corto, lo más
corto posible; creo que desde entonces me pelo corto.
El hecho es que aunque tardé
en incorporarme unos días, cuando fui, algunos amenazaron e insinuaron, pero
parece que no se decidieron a aplicarme la novatada. Y la
concesión
que hice fue pelarme corto, nada más.
Desde el primer mes lograron interesarme por las
actividades. Cuando me propusieron como candidato por una
asignatura elegí
Antropología
Jurídica,
por ser la que originaba más
trabajo, además,
casi siempre los que la escogían
después dirigían
el curso, era una especie de asignatura insignia. No recuerdo si me escogieron o yo mismo decidí
que iba a escogerla.
¿Por
qué
aquella asignatura tenía
importancia? La tenía por dos cosas: debían
realizarse prácticas
de laboratorio, y le permitían
al estudiante trabajar y ayudar a los condiscípulos en dicha materia. El profesor de Antropología
era un hombre bonachón,
no obstaculizaba nuestras actividades en favor de los alumnos.
Katiuska Blanco.
—El
profesor se llamaba René
Herrera Fritot, e impartía
los cursos de Antropología
Jurídica
en la Universidad de La Habana. Usted integró
el patronato del grupo Guamá
desde el 4 de febrero de 1946. La Oficina de Asuntos
Históri cos guarda fragmentos de un diario del profesor.
Varias veces lo menciona a usted en sus apuntes. El 18 de febrero
de 1946 anota:
«Di
clase práctica
de A. 2.da
a 11 alumnos. Me ayudó
F. Castro (Delegado del curso)».
Fidel Castro.
—Una
de las formas tradicionales en la Universidad para obtener apoyo de los estudiantes era ayudarles
a resolver los problemas, defenderlos, como en un sindicato,
frente a exámenes
fuertes o para mejorar una nota: si les faltaban
cinco puntos, propiciar que consiguieran alcanzarlos. Es
decir, uno de los factores con que los líderes
estudiantiles lograban su ascendencia entre los estudiantes era ayudándolos
en las relaciones con los profesores.
Creo que empecé
a distinguirme de los demás
dirigentes de la Escuela de Derecho porque me puse a trabajar
en serio; nunca me pasó
ni siquiera por la mente que me fueran a dar una nota o que fuera a hacer gestiones para que a un
alumno que no estudiara le dieran una nota inmerecida. No
se trataba de que ejerciera influencia sobre el profesor, sino
que empecé
a ayudar a los estudiantes en cuestiones prácticas
relacionadas con los estudios; gestioné
que se imprimieran las conferencias de las distintas materias y comencé
a informar a los estudiantes cuándo
eran las prácticas
en los laboratorios, qué
día,
a qué
hora. Como dichas prácticas
eran obligatorias
—no era obligatoria la asistencia a clases, pero sí
a las prácticas—, muchos estudiantes no iban a clases porque tenían
que traba jar o estaban en otras actividades, y no tenían
información.
Lo primero que hice fue reunir las direcciones de todos
los estudiantes, y lo segundo, avisarles cuándo
eran las prácticas,
qué
materias se estaban explicando, qué
partes de los textos iban a examen y cuáles
no. Era un servicio
útil
para todos los estudiantes que no iban a la Universidad, y así
los ayudaba a resolver muchas cosas desde el punto de vista práctico.
No tenía ninguna influencia sobre los profesores, era nuevo,
y empecé
a trabajar sistemáticamente
en una serie de actividades relacionadas con tal asignatura y con otras, que podían
ayudar al estudiante, a los que asistían
y a los que no.
Mis primeras actividades fueron de tal tipo, no era
un programa de reformas universitarias ni un programa
político. Realizaba una serie de servicios
útiles
a los estudiantes. No les decía:
«Voten
por mí».
Desarrollé
relaciones de amistad personal prácticamente
con todos los alumnos, conversaba con ellos de cualquier tema. Casi desde entonces
empecé
a no asistir a clases, porque el tiempo no me alcanzaba
para avisarle a la gente, visitarla, enviar tarjetas, avisos,
llamar por teléfono.
Desarrollé
muchas actividades en aquel período
de campaña
electoral, pudiéramos
decir que las que hacía
eran más
intensas que las tradicionales en Estados Unidos,
donde le dan la mano a todo el mundo a la salida de un
subway,
de una fábrica.
Como, en definitiva, tenía
19 años
y una gran energía, me dediqué
febrilmente a hacer mi campaña
y a prestar los
servicios, a verlos, buscarlos, avisarles de cada
cosa de manera sistemática,
hablar y desarrollar amistad con todos los estudiantes universitarios.
Relativamente pronto me convertí
en el más
importante, en el centro del grupo, es decir, empecé
a ser el individuo que se ocupaba y tomaba en serio lo que estaba
haciendo. Los demás
empezaron a comprender, los que estaban en cursos superiores comenzaron a observar mi trabajo, mis
relaciones, mi creciente influencia y prestigio entre los
estudiantes. Empezó
todo el mundo a observarme. Pero ya desde los
primeros momentos yo era, pudiéramos
decir, el líder
del primer año.
En tal período
estudiaba muy poco o nada y hacía
lo mismo que cuando estaba en el bachillerato: estudiaba por
mí
mismo, con los libros y conferencias impresas, no asistía
a clases. Ahora no estaba obligado como en el bachillerato a
asistir a clases, y me alegro de no haber ido,
،me
alegro de no haber ido a clases!, porque realmente habría
perdido mi tiempo. En verdad, algunos de los profesores eran mediocres, no
podían despertar el interés
de alguien, no me iban a decir nada interesante que no estuviera en los libros de textos o en las
conferencias impresas. Lo correcto es que un estudiante asista a
clases, pero no sentí
ningún
atractivo por ellas, no me iban a decir nada nuevo en tales conferencias, y tenía
que dedicarme a mis obligaciones, a las divulgaciones y tareas a las
cuales me había comprometido. Ya yo había
tomado en serio todo aquello. Los exámenes
eran cada seis meses o a fin de año,
y a los dirigentes les regalaban la nota, muchas veces se la daban sin
estudiar. Por la cabeza no me pasó
jamás
que me fueran a regalar la nota alguna vez ni que yo aceptara que me la regalaran,
porque ya en el bachillerato saqué
excelentes calificaciones, y muchas veces mejores notas que las de quienes atendían
la clase y eran los primeros expedientes de la escuela.
Por aquella
época,
iba y venía,
¿pero
qué
me ocurrió? Como había
iniciado actividades universitarias de tipo político y estaba comprometido a practicar deporte en un club aristocrático,
en las competencias iba a ser rival de la propia Universidad. Los dirigentes deportivos y las
autoridades deportivas de la Universidad querían
que yo también
integrara el equipo universitario, que competía
con los otros clubes y tenían
rivalidades históricas.
Yo había
seguido en el equipo del Yacht club con mi
instructor, el mánager
conocido del bachillerato, por consideración personal hacia
él.
Por otra parte, en la Universidad me fui entusiasmando por las cosas que hacían
y me interesé
lógicamente por ellas. Así
transcurrieron varias semanas, ya había
intereses entre los que estaban disputándose
el control de la FEU [Federación
Estudiantil Universitaria] en la escuela. Cuando empecé
a destacarme en la Escuela de Derecho, las autoridades de la Universidad plantearon la
contradicción. Era para mí
una cuestión
ética,
entre la lealtad a la Universidad a la que ingresaba y la lealtad al amigo que me
había
enseñado a jugar el básquetbol.
Se me presentó
un conflicto:
¿qué
debía
hacer, seguir en el Yacht club o incorporarme al
equipo de la Universidad? No dejaba de ser contradictorio
que fuera un futuro dirigente allí
y un atleta que compitiera contra ella. Me di cuenta de que era una situación
anómala,
en la que ni siquiera había
pensado cuando, desde antes de ingresar a la Universidad, me había
comprometido a seguir en el equipo, debido a la presión
e insistencia de mi mánager.
Ante este problema fui a explicarle al instructor de
deporte mi situación:
por un lado tenía
un compromiso con
él
y, por otro, estaba en la Universidad desarrollando varias
actividades y deseaba que me liberara. A
él
no le gustó,
evidentemente preocupado por su interés
como mánager
del club. Yo no tenía nada que ver con aquel club ni me interesaban ellos,
tenía
solamente un compromiso con el entrenador.
Volví
a verlo y le insistí
en la situación
anormal creada, y en que si estaba en la Universidad, lo más
correcto, lo más
natural era que integrara el equipo universitario. Entonces,
me percaté
del egoísmo
de aquel hombre. Por encima de mis problemas y de mis intereses,
él
hacía
prevalecer los suyos como mánager,
para no perder un atleta.
Pensé
que
él
iba a comprender y me iba a liberar, pero adoptó
una actitud egoísta,
no comprendió
mis explicaciones. Entonces tomé
una decisión,
le dije:
«Tú
no entiendes, no me quieres liberar, pues voy a dejar de jugar en tu
equipo y me incorporaré
al equipo universitario, es lo que debo hacer si voy
a estudiar en la Universidad».
Como es lógico,
no le gustó,
y se peleó
conmigo porque no quería
liberarme del compromiso, y me vi obligado a imponerle la decisión
de retirarme de su equipo. Así
me inscribí
en el equipo universitario y comencé
a entrenar varios deportes, entre ellos el béisbol.
Me parecía que tenía
bastantes perspectivas como atleta allí.
El primer año
practiqué
deportes, pero ya las actividades me ocupaban tanto tiempo que no pude seguir
desarrollando un entrenamiento sistemático
en el básquet
y la pelota. Era muy intenso y me llevaba mucho tiempo porque
competiríamos en un campeonato muy serio. Entonces me retiré
del deporte. A pesar de que me presionaron mucho y entrené
unas cuantas semanas, no pude seguir y tuve que dedicar
el ciento por ciento de mi tiempo a las actividades políticas.
Tomé
la decisión
de abandonar aquel club sin vacilación,
y creo que fue absolutamente correcto porque estaba
entre dos egoísmos:
entre la mala fe de los que querían
utilizar el asunto para restarme fuerza política
en la Universidad y el egoísmo de quienes me querían
utilizar como atleta de sus equipos. Me incorporé
a la Universidad, como era realmente mi deber y mi deseo, pero a medida que me fui adentrando en las
tareas políticas tuve que dejar el deporte.
Lo primero que sacrifiqué
por la política
fue nada menos que el deporte. Seguí
participando, pero ya no en competencias oficiales importantes; sí
en competencias entre cursos y escuelas que no exigían
un entrenamiento tan riguroso. Ocurrió
en el primer año,
tal vez en el segundo, después
tuve que sacrificarlo totalmente por mis actividades políticas
en la Universidad.
Yo todavía
no era utopista, empecé
a serlo cuando comencé
a estudiar, hasta que llegaron las elecciones, donde
saqué
181 votos ante mi adversario, un viejo político
que solo sacó
33. Los demás
de mi candidatura salieron como consecuencia de la campaña
que hice,
،todos!
Los estudiantes votaron por la gente que estaba conmigo, es decir, votaron muy
pocos por la candidatura contraria. A pesar del trabajo de los
líderes
de los cursos superiores y de su trabajo político,
saqué,
en la primera elección
de mi vida, casi seis veces más
votos que los que había
sacado mi contrincante.
La campaña
tuvo una característica
propia: rechazo total a las viejas técnicas
políticas,
a las viejas prácticas,
a la inmoralidad de ganar influencia de los estudiantes gestionando
favores académicos
fraudulentos. Desde el primer momento me diferencié
totalmente de los demás
líderes
políticos
y, sobre todo en el aspecto de que no pasara jamás
por mi mente la idea de que me dieran una nota por ser dirigente.
A lo largo de toda mi carrera saqué
notas, por lo general, buenas y algunas muy buenas, pasé
por exámenes
difí
ciles calificados de muy buenos por los profesores.
Jamás
me regalaron un punto en la Universidad, y mis notas,
casi todas con sobresaliente, fueron el resultado de mis
estudios; desde luego, como estudiante finalista, algo que no le
aconsejo a nadie. Realmente censuro y critico tal actitud. Lo que
defiendo y he planteado a cada estudiante es que no se debe
ser finalista, sino estudiar desde el primer día,
que atiendan y asistan a clases. Cuento lo que hice, pero no lo considero en
absoluto recomendable para ningún
estudiante. Tampoco quiero excusarme, digo cómo
era yo. Las aulas me parecían
una prisión. Pensaba en otras cosas cuando estaba en clases, y
adquirí
el hábito
de estudiar las materias por mi propia cuenta; igual técnica
apliqué
en la Universidad, donde no tenía
obligación de ir a clases, me sentí
liberado.
Además,
utilicé
el método
autodidacta porque en la práctica nadie me despertó
un gran interés
por la materia. Desgraciadamente no encontré
profesores brillantes que arrastraran al alumno al aula. En cambio, hallé
una vocación
que me absorbió
toda la vida hasta este minuto. Desde hace ya casi
65 años he vivido consagrado de manera total y absoluta a la
política revolucionaria.
Empecé
por adoptar algunas decisiones como la de repudiar las técnicas
politiqueras e inmorales, llegué
a un sentido de lo recto, a un sentido de la moral, de lo justo; una
ética
me hizo rechazar aquellas prácticas
y no aplicarlas nunca. Me aparté totalmente de las tradiciones que seguían
los líderes
estudiantiles en una serie de aspectos. Logré
el apoyo de los estudiantes y, sin embargo, jamás
gestioné
un punto, una nota, o algo que no se mereciera un estudiante, no entré
nunca en tal terreno de servicios a los estudiantes ni acepté
jamás
que me regalaran un solo punto de una sola nota a lo largo de toda mi
carrera universitaria. Diría
que fue un punto de diferenciación
con los demás,
algo absolutamente espontáneo
de mi parte, en el que no me dejé
llevar ni arrastrar por otros.
En las elecciones alcancé
un triunfo rotundo. Desde entonces, me convertí
en líder
de aquel curso; y algo más,
en el año
siguiente mis contrincantes no pudieron estructurar
una candidatura, no pudieron conseguir un solo
estudiante.
Entonces, por primera vez en la historia de la
escuela, hubo una sola candidatura, fue en segundo año.
Organicé
la candidatura que me apoyaba en primer año,
orienté
el tipo de trabajo que debía
hacerse, los ayudé
y ya, desde luego, los dos cursos más
numerosos de la escuela los tenía
a mi favor.
En primero y segundo año
estudiaba el 80% de los alumnos de la escuela y tenía
su apoyo total. Eso fue mientras cursaba el segundo año.
Considero la etapa universitaria como la más
difícil,
más quijotesca, la más
peligrosa y heroica de mi vida.
Más
que la propia lucha en la Sierra, porque allí
yo estaba con un fusil y en la Universidad muy pocas veces
tuve un arma; tenía
que andar totalmente desarmado la mayor parte del tiempo, porque estaba contra el gobierno, y el
gobierno controlaba la policía,
los Tribunales de Urgencia, que eran
órganos de represión
política;
lo controlaban todo.
Dentro de la Universidad asumí
la lucha con una oposición radical al gobierno de Grau. Corresponde entonces, a
un período en que adopté
una posición
clara en relación
con la política nacional, y no solo universitaria, aunque allí
se dirimía esta de un modo muy singular. Entonces comencé
mi lucha y el período
más
quijotesco, peligroso y altruista de toda mi vida, durante el cual la mayor parte del tiempo
estuve desarmado. Viví
una etapa posterior de intenso y peligroso trabajo. Después
que salí
de la Universidad, en 1950, y hasta el 10 de marzo de 1952, casi resulta incomprensible cómo
fue que sobreviví
en ese período.
Tras el golpe de Estado de Batista inicié
una lucha de otro carácter.
Ya tenía
concebida una estrategia para la toma del poder revolucionariamente,
،a
los seis años
de haber llegado a la Universidad! Se puede decir que en seis años
adquirí
una experiencia, una conciencia política
y, sobre todo, una ideología política
y una estrategia revolucionaria.
A los seis años
de haber ingresado en la Universidad elaboré
mi primera estrategia revolucionaria para la
conquista del poder. Viví
un período
de aprendizaje muy fecundo. A casi ocho años
de mi ingreso en aquel alto centro docente, se produjo el ataque al Moncada. Yo no era oficial de ningún
ejército, no tenía
ejército
que utilizar, no tenía
nada. En toda mi vida no tuve más
que las ideas y una conciencia, una actitud, una
ética que adquirí
en una lucha difícil.
No fue un mérito,
fue más
bien un privilegio, una suerte haber sobrevivido.
Comencé
sin experiencia alguna a hacer todo lo que hice: mis luchas universitarias, mis acciones militares y,
posteriormente, como dirigente de una Revolución
victoriosa. Todo lo inicié
sin experiencia alguna. Habían
transcurrido apenas 13 años
desde que, sin ninguna educación
ni conciencia política,
entré
en tal actividad. La Revolución
había
triunfado el 1.o
de enero, 13 años y 3 meses después
de que, sin cultura política
ni experiencia, iniciara mis actividades en ese difícil
campo. Había
culminado el aprendizaje, había
adquirido una conciencia, había
llevado adelante una intensa lucha, había
participado en una guerra y había
alcanzado el triunfo de la Revolución.
Diría
que fue en un tiempo realmente breve. En seis años,
a partir de cero, me forjé
una conciencia política,
una ideología revolucionaria y concebí
una estrategia de lucha. Cuando entré
a la Universidad poseía
solo principios elementales sobre la libertad, la democracia, los derechos de los seres
humanos, un sentido de la justicia. Las nociones elementales de
tipo político que poseía
eran burguesas. Creo que en la Universidad fue donde avancé
más
rápidamente
en lo político
hasta entonces.
Cuando ingresé
en la Universidad, nunca tuve conflicto con los comunistas que conocí.
Eran en realidad muy pocos; nos conocíamos,
nos tratábamos
y fuimos siempre amigos. Lo primero que admiré
fueron sus condiciones personales: su seriedad, honradez, consagración.
Siempre sentí
respeto por ellos. Cuando todavía
no había
leído
el
Manifiesto Comunista
ni sabía
nada de comunismo ni de socialismo, observé
sus cualidades personales y se ganaron mi simpatía,
mi respeto personal. Nunca logró
nadie envenenar mi mente contra el comunismo. Desde que conocí
un comunista lo supe respetar como persona abnegada, luchadora, consagrada.
،Jamás
en mi vida me equivoqué
en eso!
Adopté
mi primera decisión
política
cuando me di cuenta de que aquel gobierno era un desastre y surgió
en Cuba, dentro del partido de gobierno, una oposición:
la de Eduardo Chibás
—debe
haber sido a finales de 1945 o principios de 1946—, desde muy temprano, gentes honestas de dicho partido
y otros comenzaron a criticar al gobierno. Lo primero
que hice fue incorporarme inmediatamente y de forma espontánea
a la primera manifestación
de rebeldía
contra el gobierno de Ramón Grau San Martín.
Fue así.
Katiuska Blanco.
—Comandante,
la oposición
del propio partido de Grau surge, efectivamente, en 1946, y la fundación
de una nueva agrupación
política,
el Partido Ortodoxo, fue en 1947. Pastorita Núñez,
una de las fundadoras del partido, me habló
mucho de la pasión
martiana con que defendían
las ideas del Partido Ortodoxo [Partido del Pueblo Cubano
(Ortodoxos)] y, por supuesto, de su líder
Eduardo Chibás.
Fidel Castro.
—Las
críticas
comenzaron antes. Entonces sobrevino aquella etapa difícil.
Mi temperamento rebelde me llevó
a una lucha contra el gobierno de Grau, en medio de
una gran proliferación
de organizaciones revolucionarias integradas por gentes que lucharon contra Machado y Batista.
Eran varias organizaciones, conocidas por los elogios de
la prensa. Cuando llegué
a la Universidad eran el
non plus ultra,
a partir de los elogios de la prensa.
No todas eran iguales y hubo rivalidades entre
ellas. Tuve contactos con algunas cuando choqué
con las que tenían
importantes funciones y poderes en los
órganos
represivos del gobierno y controlaban la Universidad. Tal vez
sobreviví
de puro milagro, cuando casi dos años
después
nuestra fuerza había
crecido notablemente y acepté
el desafío
de aquella gente. Fue una gran quijotada, porque me enfrasqué
en una lucha desigual en la que las posibilidades de vencer
no existían en lo absoluto.
Empecé
la lucha contra Batista sin un fusil, pero tenía
más posibilidades de vencer que en la lucha que inicié
en la Universidad contra la mafia vinculada al gobierno, porque era la mafia la que controlaba todo. En realidad, más
bien reaccioné
en primer lugar contra el intento de ganarme en las
elecciones de forma fraudulenta. El problema se inició
en segundo año, cuando en la Escuela de Derecho, la principal
escuela, la más numerosa, tenía
controlados los dos cursos a nivel de escuela. Existía
una lucha política
a nivel universitario, en que el gobierno quería
conservar la FEU y la oposición
quería
desmantelar su control. Mi escuela se volvió
importante, la lucha ya estaba proyectada a nivel de Universidad, y aquella
gente vio en mí
a alguien que se destacaba. De manera sutil ellos
trataban de influirme, de ganarme, al mismo tiempo que ejercían su presión
sobre mí
gente temible, poderosa. Fue cuando reaccioné
y más
bien desafié
a los dueños
y señores
de la Universidad; ya existía
una oposición
contra Grau y comenzó
la lucha abierta contra el gobierno y contra todos los
elementos que controlaban la institución.
Conocí
a algunos miembros de la Unión
Insurreccional Revolucionaria, un grupo de muchachos jóvenes
que realmente me ayudaron, por gestiones del dirigente ortodoxo Rubén
Acosta. Un día
ellos me acompañaron
a la Universidad cuando la mafia grausista me prohibió
ingresar allí.
A ellos les causó
asombro y admiración
el hecho de que me enfrentara a una gente que controlaba los instrumentos de represión
del gobierno. Aquella mafia tenía
a su disposición
la jefatura de la policía
nacional, la secreta, la de investigaciones, la
judicial, el buró
de actividades enemigas y la policía
motorizada, fuerza
élite
de la capital. Es decir, los cuerpos policiales y
represivos del gobierno apoyaban a mis adversarios y tenían
el control de la policía
universitaria, el rectorado y las principales
instituciones del gobierno universitario. Era el botín
que habían heredado. Además,
en aquella
época,
una vida no valía
nada, mataban a cualquiera en cualquier momento. Aún
me pregunto si fue inteligente el tipo de desafío
en que me enfrasqué
con ellos. Sin duda debía
hacerlo y asumirlo, pero tal vez menos abiertamente. Los líderes
de otras escuelas que conformaban nuestra oposición
fueron más
prudentes y concitaron menos odio. El odio del adversario se concentró
en mí.
Cuando más
tarde desafié
a Batista, lo hice con un grupo selecto de compañeros
extraordinarios para ocupar las armas y levantar la ciudad de Santiago, y cuando fui a la
Sierra Maestra
éramos
82 hombres bien armados, entrenados, valientes. De nuevo, después
del revés
inicial, reanudamos la lucha con unos pocos fusiles, pensando en reunir a los demás,
pero bueno, un grupo de hombres en una montaña
dispuestos a librar una guerra contra un ejército
también
era algo muy difícil. Pero en la lucha en la Universidad me vi, en cierta
forma, y en determinado momento, sin armas, sin nada, con un
desafío tremendo por delante. Creo que ayudó
a salvarme la decisión, la audacia y el prestigio entre los estudiantes.
Había
logrado algo: el enemigo me admiraba porque nunca se había
encontrado con nadie que lo desafiara así
tan resueltamente como lo hice, con desprecio y determinación.
Lo sé
porque tuve pruebas. En aquella lucha hubo un
momento muy crítico
cuando estaban eligiendo la presidencia de la FEU, hubo una tregua, y todos los que me querían
matar vinieron a abrazarme. Tuve entonces la oportunidad de ver a mis
adversarios. No todos los que participaban eran gente mala,
incluso, tenía
adversarios de buena fe que integraban las filas del
otro grupo, muchachos honestos, que se creían
revolucionarios, y pensaban que el gobierno también
lo era. Varios de ellos, después, lucharon junto a nosotros en la Revolución
y algunos murieron combatiendo. Tuve adversarios que luchaban
en el partido opuesto, algunos lucharon después
junto a nosotros, y creo que aquella lucha me ayudó
a madurar políticamente.
Digo que esta fue la lucha más
difícil,
y casi por puro azar no me mataron. Más
tarde, durante el gobierno de Prío,
luché
contra todas las organizaciones, hasta contra
quienes en un momento me habían
apoyado. Entre la gente que me apoyó
o me adversó
en la Universidad había
buenos muchachos, carentes de una cultura política,
algunos estuvieron después con la Revolución.
Aprendí
cómo
en aquella sociedad mucha gente buena se perdía
en procesos políticos
que no valían
un centavo, y cómo prevalecían
la mentira, la falsedad y el fraude en el
capitalismo. Revolución,
¿qué
era revolución?
Todo el mundo se titulaba revolucionario, todo el mundo era héroe.
Viví
todo el culto a quienes lucharon contra Machado y Batista;
fundaron organizaciones autodenominadas revolucionarias, que después degeneraron en grupos violentos; organizaciones
fundadas bajo la consigna y la idea de hacer justicia con los
autores de los asesinatos cometidos por las tiranías
de Machado y Batista.
Katiuska Blanco.
—«La
justicia tarda, pero llega»,
era el lema de Unión
Insurreccional Revolucionaria (UIR) que dirigía
Emilio Tro, y se proponía
castigar por su cuenta a los esbirros del machadato que permanecían
impunes.
Fidel Castro.
—Pero
también
aquello que era fuente de anarquía
y caos me enseñó
una cosa: para que no haya venganza hace falta que haya justicia. Fue una idea básica
que aprendí
de aquellos hechos. Educamos al pueblo en la idea de que nadie
saqueara ni tomara venganza por sus propias manos, porque habría
justicia. Educado nuestro pueblo en tales conceptos, no se
produjeron saqueos ni personas arrastradas por la calles. Nadie
violó
dicha norma.
La Universidad me enseñó
mucho. Dentro de aquel período está
la expedición
contra Trujillo en la que me enrolé.
Mis enemigos dirigían
la expedición,
pero al verme allí,
me trataron con respeto.
Entre los jefes se encontraba el principal líder
universitario, Manolo Castro, quien apoyaba a Grau y poseía
un cargo importante en el gobierno. Cuando yo llegué,
él
era el presidente de la FEU.
Fui sobreviviendo de milagro en milagro, debo haber
tenido un patrono, a lo mejor san Fidel me protegió.
Katiuska Blanco.
—Bueno,
si se guía
por el nombre del que iba a ser su padrino sería
san Fidel de Sigmaringen,
«el
abogado de los pobres»
como le llamaban, pero por la fecha de nacimiento serían
dos los santos patronos que lo protegen: san Hipólito y san Casiano; por tal razón
sus nombres aparecen en las actas de bautismo y de nacimiento, por la Iglesia y el
Registro Civil.
Fidel Castro.
—Pues
bien, ellos me protegieron y lograron el milagro de que sobreviviera. Creo que si me enfrasqué
en una lucha de aquella magnitud y riesgos fue, sin duda,
una gran prueba de decisión,
desinterés,
dignidad y rebeldía;
a la vez considero absurdo que desafiara tales peligros por
una simple cuestión
de dignidad y honor.
Pienso que fue resultado de la falta de experiencia,
porque escollos tan difíciles
como los que encontré
pude haberlos sorteado si hubiera tenido preparación
política;
pero mi reacción era dura, agria ante toda manifestación
de prepotencia, hegemonismo e intimidación.
Me hicieron reaccionar y enfrascarme en un desafío
que en tal etapa, con más
experiencia, debí
haber evitado, aunque sin hacer concesiones. Una
reacción pequeñoburguesa,
diría
un comunista bien formado. Pude decir:
«No
estoy de acuerdo»,
con un poco de diplomacia, manteniendo mis posiciones; incluso, pude hacer algún
repliegue táctico;
habría
sido tal vez conveniente.
Creo que si fuera a aconsejar a un joven en
circunstancias como aquellas, le aconsejaría
más
prudencia de la que tuve; más
prudencia, porque no era el momento, realmente, de
jugarse el todo por el todo. Es decir, no existía
proporción
entre lo que defendía
y lo que arriesgaba. Tendía
mucho a la reacción personal, al desafío,
al honor, la dignidad, y por ello creo que fue una etapa muy quijotesca.
La lucha debe ser, si uno tiene experiencia, por la
dignidad nacional o de clase, por una revolución,
una causa, un gran objetivo:
،voy
a cambiar la sociedad! Se deben correr todos los riesgos que corrí,
pero no por una cuestión
de honor, dignidad o temperamento, y creo que podría
haber atravesado todo aquel período
sin sacrificar la dignidad y el honor ni renunciar al temperamento, teniendo una idea clara de los
valores que defendía;
esto estaba asociado a valores sociales y políticos, aunque todavía
eran reacciones del individuo frente a determinadas motivaciones.
Corrí
muchos riesgos después,
pero por cambiar la sociedad. En los años
estudiantiles universitarios tenía
una actitud casi suicida, de martirologio, de sacrificio
personal, dispuesto a darlo todo; era el sacrificio, la inmolación,
aunque no la inmolación todavía
por cambiar la sociedad, sino por enfrentar determinadas actitudes, hegemonismos, violencias,
abusos. Si hubiese sido por cambiar la sociedad, valía
la pena. Puede ser prueba de que un individuo tiene un
temperamento, un carácter,
un espíritu
determinado. Como mérito
individual puede pasar; sin embargo, como ejemplo de actitud a
asumir, lo considero un poco quijotesco, propio de la
época
de los caballeros andantes, de los tiempos de la caballería,
no de aquella
época
confusa y compleja.
Después
maduré,
y aceptaba que un policía
me ofendiera, me insultara, incluso, que intentara golpearme,
algunas semanas antes del Moncada, en la fase final del plan, y yo
con una sonrisa porque no podía
desviarme de mi objetivo, no podía dejarme llevar por una reacción
personal y afectar la lucha que preparábamos,
hasta le pedí
excusas. Pero
¿a
quién
en la
época de la Universidad le toleraba alguna posición
incorrecta?
Considero que, desde un punto de vista personal, la
etapa más
altruista, más
quijotesca, fue aquella, porque después tuve una actitud más
adecuada, tenía
un plan, un programa, una lucha, una tarea histórica
que cumplir. Nada podía
apartarme del objetivo fundamental. La falta de experiencia
marca la vida de una persona sin conocimientos ni
experiencia política alguna. Sin embargo, no me arrepiento de haber sido como fui.
Katiuska Blanco.
—Recuerdo
siempre una frase de usted:
«Estaba siempre bajo los palos y los tiros como un Quijote
de la Universidad».
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