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							04Cine, 
							Historia Sagrada, leer la Guerra Civil Española, 
							amistad con el cocinero Manuel García, 
							discursar, memoria, carta a Roosevelt, enamorarse de lejos, estudiar y pensar, fantasía, 
							leyenda de la memoria 
							
							  
							
							Katiuska Blanco.  
							
							
							—Comandante, 
							cada  
							
							
							época 
							tiene su olor, su música, 
							su voz, su película, 
							libro, artista o personalidad histórica para la memoria. Para los mayores de mi casa, la 
							melodía de un bandoneón 
							y la tristeza en las letras de los tangos eran como la banda sonora de sus años 
							juveniles. A usted,  
							
							
							¿qué 
							rumor le llega de los años 
							30 y 40?  
							
							
							¿Qué 
							voz portentosa?  
							
							
							¿Qué 
							
							aroma?  
							
							
							¿Cuál 
							perfil de la historia?  
							
							
							¿Qué 
							artista maestro?  
							
							
							¿Qué 
							
							imágenes 
							en 24 cuadros por segundo? 
							
							Fidel Castro.  
							
							
							—Creo 
							que en toda aquella primera etapa de la enseñanza primaria: segundo, tercero, hasta quinto grados, no tenía 
							un gran gusto por las películas. 
							Me refiero a que mi gusto era el común 
							de un niño 
							deslumbrado ante el cine, no el de un conocedor. Me agradaban las películas 
							de vaqueros  
							
							
							—era la 
							
							
							época 
							de Tom Mix y de Bull Jones, no sé 
							si eran los nombres de los artistas—, 
							los episodios y las películas 
							del Oeste, y me gustaban algunas de ciencia ficción, 
							porque en aquella  
							
							
							época había 
							también 
							filmes sobre luchas interplanetarias, que eran el preludio de la guerra de las galaxias y de 
							los escudos antimisiles. Me gustaban las películas 
							y las canciones de Libertad Lamarque, los tangos de Carlos Gardel
							
							
							
							—entonces estaban de moda los artistas argentinos—; 
							también 
							algunas canciones mexicanas. Era la 
							
							
							época 
							de María 
							Félix, 
							Agustín Lara, Jorge Negrete. 
							
							Vi la película
							
							
							
							La carga de los 600,  
							
							una de las más 
							famosas, relacionada con acciones del siglo xix en la India. 
							
							En mi niñez 
							sentía 
							predilección 
							por las películas 
							cómicas. Las que más 
							recuerdo son las de Chaplin y las de Cantinflas, pero claro, Cantinflas fue después. 
							
							Entre las películas 
							de mis grandes actores preferidos en todas las edades, ahora mismo, están 
							las de Charles Chaplin y las de Cantinflas, desde que vi la primera, en aquel período 
							y por siempre. 
							
							Después 
							iban siendo otras las películas 
							que prefería 
							y, por supuesto, también 
							me atraían 
							las de Tarzán. 
							Admiraba lo que Tarzán 
							hacía 
							con los animales. Luego supe que tales filmes podían influir negativamente, pero a mí 
							no me hicieron ningún daño 
							definitivo. 
							
							Las películas 
							del Oeste me gustaron siempre, con la diferencia que de niño 
							las tomaba en serio, pero de joven, sobre todo de adulto, las veo como películas 
							humorísticas, 
							me río mucho viendo aquellas barbaridades, y las cosas que 
							de muchacho consideraba serias. 
							
							Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial tengo 13 años. Surge un gran número 
							de películas 
							y documentales desarrollados en Occidente, sobre todo de la guerra: distintos 
							episodios, de antes de la guerra y de la Guerra Civil Española, 
							que ocuparon considerablemente mi atención 
							en dicho período.  
							
							Ya desde mi  
							
							
							época 
							de estudiante universitario surgieron algunos largometrajes como 
							
							Lo que el viento se llevó,
							
							
							
							una película que recuerdo mucho. 
							
							En toda esta etapa siguen apareciendo filmes de 
							Cantinflas y de Chaplin. 
							
							Entonces, no proyectaban filmes soviéticos, 
							casi no ponían películas 
							de Europa en los cines. Casi todas las que veía en el bachillerato, incluso en la Universidad, eran 
							norteamericanas. Las de la 
							
							
							época 
							del bachillerato y aun después, 
							en la década 
							del 40 al 50, estaban muy influidas por la guerra y, más 
							adelante, por la Guerra Fría. 
							Hubo dos fases: el período de la guerra y los años 
							subsiguientes a esta. En el período 
							de la Guerra Fría, 
							en general, predominaba la superficialidad, las películas 
							eran simplistas. 
							
							No existía 
							un cine más 
							serio, más 
							profundo, de carácter histórico, 
							psicológico. 
							Tengo la impresión 
							de que aquellas películas 
							aparecieron posteriormente, en los  
							
							
							últimos 
							setenta y tantos años, 
							porque recuerdo que en la primera etapa de Batista, vi 
							
							Candilejas,  
							
							de Chaplin, una de las que más 
							valoro siempre. Ya Chaplin había 
							sido, por cierto, expulsado de Estados Unidos. 
							
							
							Él 
							era un hombre progresista. 
							
							Más 
							tarde sobreviene un período 
							en el que vi muy pocas películas. 
							Diría 
							que desde 1953 al sesenta y tanto, durante diez años, 
							apenas ninguna. Estuve todo el tiempo en las 
							prisiones, en el exilio, en la Sierra Maestra, después 
							de la Segunda Guerra  
							
							Mundial. Es decir, que estuve separado del cine 
							durante diez años 
							o más. 
							
							Katiuska Blanco.  
							
							
							—Usted 
							hablaba de  
							
							Candilejas,  
							
							la música 
							es protagonista de los filmes, también 
							de las emisoras de radio de entonces… 
							
							Fidel Castro.  
							
							
							—En 
							la primera etapa de mi vida no teníamos 
							ni radio. En mi casa solo existía 
							un fonógrafo 
							muy viejo, con unos discos; había 
							que darle cuerda cada vez que sonaba. Realmente no tuve mucho contacto con la música, 
							a pesar de que mi madrina era profesora de piano, y casi todo el día 
							estaba oyéndola practicar las notas musicales. Nunca toqué 
							ni siquiera el piano y nadie me estimuló 
							a ello. En aquella  
							
							
							época 
							de la que estamos hablando, lo poco que nos enseñaban 
							era a entonar algunos himnos y, después, 
							en la escuela, un poco de música sacra, canciones religiosas, nada más. 
							
							Una vez me pusieron en el coro de la escuela, pero 
							siempre fui muy desentonado, tenía 
							muy mal oído 
							musical, en realidad. En una oportunidad escucharon que alguien desafinaba 
							y nos pusieron a prueba individualmente, me dijeron 
							que cantara solo aquellas notas y me descalificaron, porque 
							mientras formaba parte del grupo más 
							o menos pasaba, pero cuando tuve que hacerlo solo, el hermano director del coro 
							me sacó. Aquello me ocurrió 
							como en tercer grado. 
							
							No demostré 
							poseer grandes condiciones para la música 
							y, si tenía 
							alguna, nadie me ayudó 
							a desarrollarla. Eso, en cuan to a mis condiciones como cantante, lo cual no 
							influyó 
							en mi gusto por la música. 
							
							Katiuska Blanco.  
							
							
							—¿Qué 
							lecturas le apasionaban? 
							
							Fidel Castro.  
							
							
							—De 
							los libros de la  
							
							
							época, 
							para mí 
							el más 
							fabuloso era la 
							
							Historia Sagrada  
							
							porque hablaba de los orígenes 
							del mundo, de la vida, del universo, del hombre, el 
							Diluvio Universal, el Arca de Noé, 
							los animales mitológicos, 
							la historia de Moisés, 
							el cruce del mar Rojo, las Tablas de la Ley. Incluía 
							las narraciones de guerras y combates: las proezas de 
							Josué 
							frente a Jericó 
							haciendo llevar las trompetas, la fuerza hercúlea de Sansón, 
							quien lograba derribar un templo. Me parecía 
							algo maravilloso. Todos los años 
							nos daban clases sobre  
							
							Historia Sagrada 
							
							ampliada, que viene a ser el  
							
							
							«Antiguo 
							Testamento», donde se cuentan cosas tan fabulosas que siempre me 
							llamaron la atención. 
							No tenía 
							oportunidad de leer la  
							
							Ilíada,
							
							
							
							la  
							
							Odisea, Don Quijote de la Mancha 
							
							o algunas de tales obras clásicas. 
							
							Entonces, me llamaban mucho más 
							la atención 
							la Geografía y la Historia, en general, lo mismo la de Cuba que 
							la universal, por todos los acontecimientos que narran. Pienso que a casi todo el mundo le gustaban aquellas 
							asignaturas. Soportaba la Gramática; 
							no me asustaba la Matemática, 
							la entendía perfectamente bien, solía 
							tener buenas notas en Matemática o Aritmética, 
							como le llamaban entonces. Era bueno para los dibujos geométricos, 
							que había 
							que realizarlos con círculos, con cálculos 
							matemáticos 
							e, incluso, me otorgaban premios.  
							
							Era malo en la pintura de los paisajes. Ya la 
							naturaleza me estaba negando sus cualidades: un buen oído 
							musical y una buena habilidad para la pintura de los paisajes. Los 
							dibujaba: una casa, un horizonte, los 
							
							
							árboles; 
							pero estaba probado que no disponía 
							de una especial vocación, 
							si tenía 
							alguna, nadie fue capaz, realmente, de estimularme. En cambio, obtenía 
							premios, tanto en el trazado como en la pintura de los 
							dibujos geométricos, 
							que practicábamos 
							bastante. Pero creo que la lectura era mi mayor pasión. 
							
							A mí 
							me fascinaban todas las tiras cómicas. 
							Me daban cinco centavos para comprar un magacín 
							cómico 
							que venía 
							desde la Argentina porque ni siquiera en Cuba existía 
							uno. A decir verdad, llegaba con mucha puntualidad a los 
							estanquillos. No recuerdo una sola vez que se retrasara. Además, 
							algunas novelas del Oeste, de acción, 
							me acuerdo que una de las que leí 
							
							con mucho interés 
							se llamaba  
							
							De tal palo, tal astilla. 
							
							No tenía 
							acceso a la literatura. En general los libros a 
							nuestro alcance eran los textos que nos enseñaban 
							en las aulas. En los comedores, a la hora de almuerzo y de comida, 
							nos leían algunas novelas, algunas historias; una sección 
							de lectura pública, por lo cual teníamos 
							que comer en silencio. Más 
							o menos la mitad del tiempo se dedicaba a la lectura, y era 
							yo uno de los alumnos escogidos para leer aquella literatura 
							de un cierto sentido religioso. 
							
							Así 
							que cuando estaba en la primaria, entre los 7 y los 
							11 años, 
							tanto en el Colegio La Salle como en el Colegio 
							Dolores, la literatura suministrada no era universal, sino más 
							bien religiosa: historias de santos y mártires, 
							y de epopeyas mágicas. 
							
							La prensa sí 
							me interesaba. Mientras estudiaba la enseñanza primaria, regularmente seguía 
							los acontecimientos, sobre todo los internacionales. Incluso, cuando iba a Birán 
							en las vacaciones, allí 
							aún 
							no existía 
							radio pero los periódicos 
							sí 
							los llevaban y yo los leía. 
							
							Recuerdo que estuve al tanto de acontecimientos históricos: la guerra de Etiopía, 
							entonces llamada Abisinia [iniciada en 1935]; la invasión 
							de los italianos. Sería 
							en 1936, cuando se inicia la Guerra Civil Española, 
							yo tendría 
							alrededor de diez años 
							y seguía 
							de cerca la descripción 
							de los combates más 
							importantes y las 
							
							
							últimas 
							noticias. Seguí 
							completa la Batalla de Teruel, una batalla fuerte. Como García, 
							el cocinero español, no sabía 
							leer, yo era su lector de noticias, le leía 
							los periódicos todos los días 
							por la mañana. 
							A veces me estaba una hora u hora y media junto a 
							
							
							él. 
							El cocinero estaba a favor de la República y con mucha impaciencia esperaba que yo le leyera 
							los periódicos 
							todos los días 
							en las vacaciones del verano. 
							
							Ahora, a mi casa llegaban como cuatro o cinco periódicos, entre estos, el 
							
							Diario de la Marina,  
							
							muy reaccionario y pro franquista. En sus páginas 
							a los republicanos les decían
							
							
							
							
							«los rojos»,
							
							
							
							
							«los 
							comunistas», 
							y a la gente de Franco la llamaban 
							
							
							«los 
							rebeldes»,
							
							
							
							
							«los 
							patriotas»,
							
							
							
							
							«los 
							nacionalistas», 
							y las  
							
							noticias eran muy contrarias a los republicanos. Al 
							cocinero, republicano furibundo, yo de todas maneras, trataba 
							de consolarlo, de explicarle los combates, que no iban tan mal. 
							
							Claro, otros periódicos 
							no eran tan reaccionarios. Los diarios 
							
							
							El Mundo, Información
							
							
							
							y  
							
							El País
							
							
							
							daban noticias más 
							objetivas. Un periódico 
							de Santiago, creo que se llamaba  
							
							Diario de Cuba, 
							
							y algunos otros diarios de la capital, eran como 
							cinco o seis, también 
							eran más 
							realistas. No había 
							ningún 
							periódico de izquierda, todos eran de derecha o de centro, 
							pero el más 
							militante era el  
							
							Diario de la Marina,  
							
							así 
							que yo tenía 
							que estarle leyendo a García 
							una prensa bastante parcializada, no muy objetiva. 
							
							Mi padre decía 
							que el cocinero era comunista; para  
							
							
							él 
							todos los que estaban con la República 
							eran comunistas. Se parecía un poco a la historia del cura y del alcalde que 
							aparece en la obra 
							
							Don Camilo  
							
							del italiano Giovanni Guareschi, ese tipo de relaciones en que se hacían 
							bromas. Era un antagonismo amistoso entre los partidarios de la República 
							y los de Franco; los españoles 
							allí 
							estaban divididos más 
							o menos a partes iguales. Discutían 
							mucho, pero no pasaba de ahí 
							la polémica. No había 
							guerra en Birán 
							con motivo de la diversidad de criterios entre los españoles. 
							
							En aquella  
							
							
							época, 
							sentía 
							gran afición 
							por la prensa. Era, digamos, lo más 
							serio que leía, 
							por lo cual estuve muy informado de casi todos los acontecimientos de entonces.  
							
							También 
							estudiábamos 
							historia de Cuba, pero en la escuela no se nos suministraba literatura cubana, ni sobre 
							las guerras de independencia. Se explica porque eran sacerdotes de
							
							
							
							órdenes francesas o jesuitas españolas 
							que, en realidad, no se preocuparon en lo más 
							mínimo 
							de inculcar lo que pudiéramos 
							llamar amor a las tradiciones y a los conocimientos amplios 
							sobre la historia de Cuba. Aquella literatura la pude 
							adquirir y leer por mi cuenta, pero mucho después, 
							a lo largo de mi vida. 
							
							Pienso que a esa edad fui privado de la posibilidad 
							de leer numerosos libros maravillosos, los cuales, estoy 
							seguro, me habrían encantado porque todo lo que caía 
							en mis manos sobre historia, sobre literatura o cualquiera de esos 
							temas, siempre me despertaba un enorme interés, 
							pero no hubo una orientación en tal sentido. 
							
							Katiuska Blanco.  
							
							
							—Comandante, 
							en Birán, 
							en el trajín 
							vaporoso y oliente de la cocina, usted leía 
							en voz alta las noticias de la Guerra Civil Española 
							al cocinero Manuel García, 
							su amigo malgenioso que arrastraba una pierna y las angustias 
							del dolor reumático. 
							Luego, con textos de sentido religioso, también leía 
							para sus condiscípulos 
							en el comedor del colegio, circunstancias que evocan a los lectores de tabaquerías.
							
							
							
							
							¿Piensa 
							que tales vivencias influyeron en sus conocimientos, su 
							expresión oral, sus dotes como orador? 
							
							Fidel Castro.  
							
							
							—A 
							mí 
							me escogieron para leer en el comedor porque parece que tenía 
							buena pronunciación 
							y cierto  
							
							
							énfasis,  
							
							cierto acento, cierta declamación, 
							y por el interés 
							que ponía en la lectura de los materiales, de manera natural. 
							En la escuela no dictaban clases de oratoria. 
							
							Cuando le leía 
							al cocinero, en realidad estaba leyéndole 
							a tres personas: al español, 
							a quien yo veía 
							sufrir, tenía 
							un interés enorme, a pesar de ser un campesino analfabeto y 
							también un enfermo, en cierta forma; al hombre ignorante, 
							que no sabía leer; y, además, 
							al cocinero, que antes había 
							sido vaquero y que tenía 
							muy mal genio. 
							
							No recuerdo cómo 
							empezó 
							nuestra amistad. Indiscutiblemente, yo también 
							tenía 
							interés 
							por las noticias, y como venía 
							de la escuela y sabía 
							leer, pues allí 
							estaba hasta leerle la 
							
							
							última 
							novedad, el  
							
							
							último 
							cable de la Guerra Civil Española 
							y, sin duda, venían 
							muchos. Yo leía 
							todas las informaciones de la contienda, a 
							
							
							él 
							no le interesaban otras noticias. 
							
							Desde entonces yo mostraba un gran interés 
							por la historia, y de la misma forma seguí 
							de cerca la Segunda Guerra Mundial y casi todos sus episodios. En la 
							
							
							
							época 
							de la guerra de Etiopía, 
							de la guerra de España, 
							acontecía 
							una tercera guerra, la chino-japonesa. Desde 1935 hasta más 
							allá 
							de 1940 tenían lugar varios acontecimientos históricos 
							en el mundo. 
							
							Por las cuestiones de Cuba ni siquiera me interesaba 
							tanto; las noticias eran de rutina, corrientes. 
							
							Claro que tuve que ejercitar un poco mientras leía 
							porque realmente nunca recibí 
							clases de declamación 
							ni de oratoria.  
							
							A lo sumo, recitaba algún 
							poema o escenificaba alguna obra teatral muy sencilla, preparada para la ocasión 
							de fin de curso. 
							
							En la comunicación 
							con las personas repudié 
							siempre la forma de expresarse que fuera abstracta, confusa, 
							pomposa y aparentemente docta, como lo era la de Belaúnde 
							San Pedro, un profesor del Instituto del Vedado, su libro era 
							el texto de Enseñanza 
							Cívica 
							en Belén. 
							Considero que la forma de expresarse de cada persona forma parte de su personalidad y mentalidad. 
							
							Lo habitual en mí 
							ha sido tratar de comunicar lo comprendido de manera sencilla. Puede haber habido un período 
							en que la forma fuera una traba para las ideas. Quizás 
							cuando en la enseñanza de la Literatura, la Retórica 
							y el Discurso, la formalidad de hacer estuviera un poco prevaleciendo sobre la 
							idea 
							
							
							—se decía 
							que un discurso tenía 
							que tener una introducción, 
							una hipótesis, 
							una tesis, una demostración 
							y una conclusión—, 
							a medida que estudiaba, a medida que progresaba, que 
							aprendía la forma de expresarse. Es decir, al estudiar nos 
							enseñaban cómo 
							se explicaban las diversas cuestiones, así 
							como aspectos formales de la comunicación. 
							Creo que cuando me libré 
							totalmente de los aspectos formales de las explicaciones, me 
							olvidé 
							
							de la forma y pude expresarme con más 
							soltura, algo que tal vez caracterizó 
							mi oratoria, que es como decir la expresión 
							en voz alta. 
							
							Cuando era un estudiante de bachillerato hacía 
							mis exá 
							
							menes, respondía 
							las preguntas y explicaba lo que creía 
							haber entendido. Es posible que a veces usara en lo 
							escrito algunas expresiones formales: brillante, elocuente escritor, 
							una prosa bella, digamos, un poco lo que el profesor decía. 
							Por ejemplo, el de Literatura hablaba así 
							de los poetas y literatos españoles. Era un buen profesor, rendía 
							un buen culto a los escritores de su lengua, podría 
							ser desde Cervantes hasta Lope de Vega, y yo, a veces 
							
							
							—quizás 
							como un pequeño 
							truquito—, 
							usaba algunos de los adjetivos del profesor. Recuerdo que, por 
							cierto, le halagaba mucho cuando escribía 
							mi respuesta y empleaba casi el vocabulario empleado por 
							
							
							él. 
							No estoy muy seguro de que mis adjetivos, mis elogios y mi caracterización 
							de los personajes fueran muy correctos, pero creo que bastaba con que 
							fueran elogiosos y al profesor Rubino, de Literatura, le 
							gustaran. Me daba el máximo 
							de puntos. 
							
							Creo que otras materias  
							
							
							—había 
							distintas, podían 
							ser Historia, Geografía, 
							Literatura; bueno, la Literatura es más 
							genérica, más 
							abstracta, no es como un examen de Matemática 
							en que le plantean un problema y usted tiene que 
							solucionarlo, bien porque tiene fórmulas 
							que le han enseñado 
							para resolver una ecuación 
							o un problema determinado, o bien, como yo hacía 
							a veces, por deducción, 
							si no tenía 
							la fórmula—, 
							digamos, Geometría, 
							Física, 
							Química
							
							
							
							
							—que 
							tienen fórmulas 
							exactas—, no se prestan mucho a hacer teorías 
							sobre ellas, pero descubrí 
							que hasta la Geografía 
							admitía 
							cierta posibilidad de  
							
							usar la Literatura, un poco la imaginación. 
							Lo sé 
							porque una vez hubo un examen de Geografía 
							donde un solo alumno obtuvo 90 puntos y no sé 
							si eran 100 o más 
							de 100 alumnos. En el examen del instituto, un estudiante podía 
							obtener hasta 100 puntos, y fui yo el que sacó 
							sobresaliente con 90 puntos. Cuando la escuela protestó 
							por las notas, los profesores del instituto dijeron que el texto por el cual habían 
							estudiado no era bueno y, entonces el colegio argumentaba: 
							
							
							
							«Hay 
							un alumno que estudió 
							
							por el mismo texto y sacó 
							90 puntos»; 
							era sobresaliente. 
							
							En realidad,  
							
							
							¿qué 
							hice en aquel examen? Posiblemente el texto no se adaptara mucho al programa, y haya 
							utilizado la imaginación; 
							me extendí, 
							hice algunos análisis, 
							algunas cosas, y parece que aquello fue factor determinante para 
							que obtuviera 90 puntos. Es decir, quizás 
							la forma de expresar las ideas, de trasmitirlas y de usar la imaginación, 
							determinó 
							que entre los más 
							de 100 alumnos me hubieran dado los 90 puntos, a 
							pesar de que había 
							estudiado por el mismo texto que los demás. 
							
							En las materias de letras  
							
							
							—en 
							Literatura— 
							utilizaba un poco el vocabulario. Más 
							bien era un examen dirigido a la psicología del profesor y a la simpatía 
							del profesor. Además, 
							era feliz cuando yo le daba una respuesta que le 
							mostraba el carácter español, 
							la riqueza del idioma, la gran imaginación 
							y todo eso. Habría 
							que ver cómo 
							me expresaba en dichos exámenes, para explicar algo tengo que entenderlo, o creer que 
							lo entiendo.  
							
							Rechacé 
							siempre palabras o discursos que no dijeran nada; un rechazo, una repugnancia natural. Puedo haber 
							tenido en las primeras exposiciones públicas, 
							quizás, 
							un poco de atadura a lo formal, porque en los comienzos creía 
							que un discurso era una alocución 
							que debía 
							empezar por algo y decir unas palabras tales y más 
							cuales, poner un  
							
							
							énfasis 
							y buscar un efecto. Cuando más 
							adelante me olvidé 
							de todo eso y me consagré 
							a trasmitir una idea sin importarme qué 
							palabras usaba, dónde ponía 
							el  
							
							
							énfasis 
							o dónde 
							no, dónde 
							ponía 
							el acento o no, dónde 
							exclamaba o no exclamaba, dónde 
							declamaba y dónde no declamaba; cuando me olvidé 
							de todo eso, cuando me olvidé 
							
							de la retórica 
							y la declamación, 
							de las frases, de las palabras efectivas y me dediqué 
							a trasmitir una idea, fue cuando adquirí 
							
							realmente un estilo de comunicación 
							con las masas. Ya no declamaba, podía 
							enfatizar una palabra porque sentía 
							que debía 
							hacerlo, no porque viera en el  
							
							
							énfasis 
							un instrumento, sino porque consideraba que la idea expresada merecía 
							ser destacada. 
							
							Desde que era estudiante universitario hacía 
							frases, trasmitía ideas, pero todavía 
							le daba a la expresión, 
							a la palabra, a la frase, digamos, en una primera etapa, algún
							
							
							
							
							énfasis. 
							Luego, poco a poco, iba diciendo lo que sentía. 
							Todo eso es una evolución, 
							
							
							¿no? 
							
							Mi oratoria hoy es como una vida vivida, todo un 
							proceso de gradual cambio y maduración… 
							A veces me pregunto, ¿dónde 
							estuvo el límite? 
							Cuando me gradué 
							de abogado,  
							
							
							¿hacía frases? Creo que ya no hacía 
							frases, aunque tal vez me ocupaba todavía 
							un poco de la elegancia, de la expresión, 
							pero, fundamentalmente, ya trasmitía 
							ideas básicas. 
							
							En tal período, 
							cuando estudio y ya tengo una formación marxista, entiendo los problemas, comprendo los fenómenos de mi alrededor. Entonces, al escribir, al hablar, 
							era mucho más 
							natural. Me olvidaba cada vez más 
							de las formas, de las palabras elegantes, de las frases, iba a la esencia 
							de las cosas.  
							
							Creo que el día 
							en que empecé 
							a hablar y a escribir, en la misma forma que era capaz de conversar, adquirí 
							plenamente dicho estilo. 
							
							Cuando la Revolución 
							triunfó 
							y tuve que hablarle al pueblo y explicarle todos los problemas, creo que nunca más 
							en mi vida volví 
							a usar una frase ni a acordarme de la forma. Al hablarle al pueblo, justamente podía 
							estar hablando, lo mismo con 100, que con 10 personas, que con una 
							sola, que con 1 000 000. El secreto fue, sencillamente, 
							conversar con 100 000, 500 000 o 1 000 000 de personas, de la 
							misma forma que podía 
							estar haciéndolo 
							con una sola. 
							
							La madurez plena la alcancé 
							cuando me vi en la necesidad de explicar problemas y temas muy serios ante el 
							pueblo, ante las masas, cuando llegué 
							simplemente a tener las ideas como base de lo que tenía 
							que decir, jamás 
							las palabras ni los gestos ni las frases ni la búsqueda 
							de un efecto.  
							
							Hay, es cierto, quien busca un efecto, 
							 
							
							،se 
							agita, se estremece, se conmueve! Pienso que hay mucha gente que cuando 
							habla hace un poco de teatro. Creo que cuando logré 
							deshacerme de todo tipo de teatro, declamación 
							y todo lo demás, 
							llegué 
							
							a ser diferente. De modo que, precisamente, me 
							fijaba en la idea, nunca me acordaba de las palabras, iban 
							saliendo solas en la medida en que trataba de explicar algo. De 
							cualquier discurso, lo 
							
							
							único 
							que tenía 
							presente eran las ideas, nada más. 
							Y si lograba captar la atención 
							del público, 
							una hora, hora y media, dos horas, hasta tres horas, no se debía 
							solo al mérito 
							de lo que se estuviera diciendo, sino a que ese público 
							estuviera interesado, condicionado totalmente a escuchar con 
							interés lo que se decía. 
							Además, 
							si tras quien discursa no existe una historia, una autoridad, un prestigio, es posible 
							que quienes escuchen se aburran. De modo que el hecho de que el 
							auditorio preste atención, 
							no se debe solo al contenido del discurso, sino a la autoridad o al prestigio que tenga la 
							persona que lo está 
							diciendo. Quizás 
							cualquier otro individuo se pone, en ese mismo lugar, dice las mismas cosas y puede ocurrir 
							que los demás 
							estén 
							aburridos a los diez minutos. Es decir, la atención del público 
							no está 
							solo en dependencia de lo que usted está 
							diciendo, sino de quién 
							lo está 
							diciendo. Con la oratoria sucede como con el tiempo y el espacio: son 
							relativos. 
							
							Puede venir una persona, incluso, con más 
							carisma personal, a la que nadie conoce, en la que nadie tiene razones  
							
							para confiar porque no se sabe quién 
							es, dice las mismas cosas, puede decirlas hasta mejor, y la gente empieza a 
							decir: 
							
							
							¿Y 
							este quién 
							es?,  
							
							
							¿quién 
							se ha creído 
							que es?,  
							
							
							¿por 
							qué 
							está 
							diciendo esto ahora?, 
							
							
							¿por 
							qué 
							habla tanto?,  
							
							
							¿para 
							qué 
							se mete en tantos problemas?, 
							
							
							¿qué 
							tiene que estar hablando de problemas internacionales?, 
							
							
							¿quién 
							lo ha metido a hablar de la historia de la Revolución? 
							Eso puede ocurrir, diciendo las mismas cosas, pueden atenderlo 10 minutos, 15, y después 
							dicen:  
							
							
							¿Qué 
							se ha creído 
							este tipo, que va a enseñarnos 
							a nosotros que llevamos tantos años 
							de Revolución, 
							que tenemos tantos méritos, 
							tanta historia? Puede ser que hasta se sientan ofendidos 
							ante un brillante orador. 
							
							Creo que en la posibilidad de influir en el público, 
							de captar su atención, 
							intervienen muchos elementos que son independientes del contenido de lo que se dice. Si ya usted tiene 
							autoridad, prestigio, confianza, el interés 
							de las personas, además tiene las mejores condiciones para explicar algo, y 
							puede decir cosas de cierta importancia, de una manera sencilla, 
							entonces la gente lo atiende. 
							
							Otra cuestión 
							a tener en cuenta es cuando uno mismo empieza a cansarse de lo que está 
							diciendo, y se aburre y le parece a uno mismo que ya lo esencial está 
							dicho, los problemas importantes, y que se está 
							extendiendo innecesariamente. Cuando discursaba podía 
							observar mi propio cansancio, y no el de los oyentes. Además, 
							me ocurría 
							otra cosa: me costaba  
							
							un enorme trabajo repetir las mismas ideas, decir 
							algo hoy, ir mañana 
							a decir casi lo mismo a otro lugar. Me parecía 
							un fraude decir una cosa aquí 
							y mañana 
							lo mismo allá. 
							Por fortuna conocí 
							la  
							
							
							época 
							de los medios masivos, la radio, la televisión para millones de personas, y no la experiencia que 
							padecieron muchos políticos, 
							que tenían 
							que pronunciar un discurso diez veces al día. 
							Podía 
							hablar diferente cinco veces, pero era raro, muy raro, que dijera las mismas cosas la segunda 
							vez, la tercera..., de lo contrario me parecía 
							que era algo que había 
							oído. Para mí 
							resultaba intolerable decir a unos las mismas cosas dichas con anterioridad a otros. El efecto que 
							percibía 
							era que estaba repitiendo lo mismo, lo cual me parecía 
							un engaño. 
							Fue mi impresión 
							de siempre y evité 
							totalmente tal desconcierto. Claro, cuando uno habla para millones de personas 
							porque tiene la radio y la televisión, 
							no se ve obligado a hacerlo en muchos lugares diferentes para decir las mismas 
							cosas. Pero, cuando por una razón 
							o por otra he tenido que hacerlo, me he explicado de distinta forma, con ideas y argumentos 
							nuevos. 
							
							Cada contacto mío 
							con una o más 
							personas es un motivo de nueva inspiración, 
							y lo hago así: 
							explicando de la forma más 
							sencilla lo que tenga que decir. Le hablaría 
							exactamente igual al público 
							con el cual estoy reunido, que a quien me dirijo cuando escribo una Reflexión. 
							Para mí 
							es una conversación en silencio, un discurso cercano, el tono de voz va 
							en las palabras escritas.  
							
							A veces, la cuestión 
							se me hacía 
							más 
							difícil. 
							Se podía 
							hablar familiarmente con 100 o 1 000 personas 
							
							
							
							—en 
							un teatro, incluso, podía 
							hablar familiarmente con 4000 o 5000 personas—; pero cuando uno tenía 
							reunidos en un acto a 1 000 000 de personas, ya era un poco más 
							difícil, 
							si se perdía 
							el contacto 
							
							
							íntimo 
							se creaba más 
							distancia de la gente. Por eso a mí 
							no me gustaba que las tribunas estuvieran alejadas de la 
							masa, porque necesitaba ver de cerca aunque fuera una pequeña 
							masa ahí, 
							próxima, 
							con la cual conversar. Me costaba más 
							trabajo conversar en abstracto con una enorme multitud y 
							necesitaba un poco la cercanía, 
							percibir, ver los rostros, recibir la reacción de la gente a la que estaba hablándole. 
							
							Lograr la atención 
							de 1 000 000 de personas, requería 
							un esfuerzo y cierta técnica 
							especial. Las circunstancias me obligaban a poner acento, a hacer 
							
							
							énfasis, 
							y tratar de buscar un efecto. Un discurso en una plaza pública 
							delante de 1 000 000 de personas, puede salir bien y puede ser fluido, 
							puede ser creativo y puede ser fruto de aquel encuentro, pero 
							siempre será 
							menos familiar que el hablar en un teatro con 5000 
							personas, entre otras razones porque usted tiene que hacer un esfuerzo físico 
							mucho mayor ante 1 000 000 de personas. 
							
							No hay sistema de audio que sea suficientemente 
							eficiente para que todos escuchen al mismo tiempo. 
							
							Muchas veces, cuando hablaba en la Plaza de la 
							Revolución, decía 
							una frase con energía 
							y, cuando terminaba y guar daba silencio, continuaba oyendo mis propias 
							palabras, el eco de los distintos altoparlantes, lo cual me obligaba 
							a un ritmo y a un esfuerzo físico 
							tremendo. Las circunstancias de un público tan grande, tan enorme, le quitaba un poco de 
							familiaridad, de comunicación, 
							de cercanía, 
							e instintivamente, uno buscaba la técnica 
							como apoyo, pero sin salirse nunca del principio de explicar lo que entendía 
							con claridad, con sencillez. 
							
							Recuerdo ocasiones en que tuve que hablar casi 15 o 
							20 horas, casi dos días, 
							era más 
							difícil; 
							en un informe como el del Primer Congreso del Partido, era toda la 
							historia del país. Nunca lo olvido. 
							
							No recuerdo nunca haber visto un público 
							que se me empezara a dormir, a cansar. Además, 
							existía 
							algo, cuando hablaba más 
							tiempo era porque me resultaba imprescindible, 
							debido a que abordaba temas o puntos no muy conocidos. 
							Ahora escribo Reflexiones, algunas muy breves, otras más 
							extensas, tal como el asunto y su complejidad lo exijan. 
							
							Considero que uno es siempre más 
							libre cuando habla que cuando escribe. Pero algunos discursos escritos 
							tienen la ventaja de que la técnica 
							de escribir es distinta y la expresión 
							puede llegar a ser más 
							precisa, más 
							exacta. 
							
							El discurso escrito tiene la ventaja, incluso, de la 
							traducción simultánea. 
							Es un riesgo muy grande hacer un discurso que no sea escrito, porque los traductores sufren; 
							son cinco o siete idiomas. Es necesario, si usted quiere mayor 
							precisión, mayor rigor, emplear menos tiempo, ser más 
							exacto en las expresiones, entonces, hacerlo escrito. 
							
							En un discurso hablado usted va elaborando la 
							expresión, las palabras, las oraciones mientras habla. Por eso, 
							el discurso hablado es más 
							tenso, porque usted está 
							bajo una tensión 
							mucho mayor, la del esfuerzo general para convertir en 
							palabras todas las ideas y trasmitirlas. Cuando usted tiene 
							un discurso escrito no hace más 
							que leer, no tiene que pensar, no tiene que elaborar ideas, no tiene que buscar palabras, 
							sino simplemente leer. Para el que tiene que ir a la tribuna es mucho 
							más cómodo. 
							
							A mí 
							me parece que en informes grandes, como son temas variados, siempre se puede lograr un interés 
							en cada tema. En realidad, no es un discurso, son muchos 
							discursos, y cada uno de ellos puede tener datos, cifras, que aporten 
							un razonamiento y trasmitan también 
							un sentimiento emotivo. Un informe grande como para presentar ante un congreso 
							es una suma de muchos discursos. 
							
							Ahora, lo que he observado: al público 
							le gusta mucho más el parto de las ideas, le gusta ver al hombre en ese 
							momento de elaborar, le gusta esa batalla, el esfuerzo que 
							hace, ver al hombre ante ese reto. Igual con un poeta, un cantante que 
							improvisa, que tiene que elaborar, buscar la palabra, la idea, 
							la rima, también 
							al público 
							le gusta ver al hombre en ese esfuerzo de crear, de expresar, de explicar algo. Además, 
							tiene más 
							con fianza en lo que se habla que en lo que se escribe, 
							porque dice: 
							
							
							«Bueno, 
							eso lo escribió 
							tranquilo y fríamente, 
							por la noche, por la madrugada». 
							
							Si es un tema científico, 
							por ejemplo, y usted lleva un discurso escrito, todo el mundo está 
							pensando que alguien se lo hizo, un asesor, un experto. Si usted utiliza un 
							razonamiento, una argumentación 
							técnica, 
							científica, 
							si emplea datos, ellos creen que usted no sabe nada de tales datos y que 
							está 
							repitiendo como una cotorra lo que alguien le escribió 
							para que dijera. Sobre todo, cuando usted se reúne 
							con grupos profesionales, médicos, 
							científicos, 
							todos tienen la tendencia a creer que el político 
							no sabe absolutamente nada de eso,  
							
							،que 
							no sabe nada de eso! Entonces, no confían, 
							no tienen fe. 
							
							Si usted conoce el tema  
							
							
							—y 
							a mí 
							no me gusta hablar de temas que no domino—, 
							la gente comprende inmediatamente que usted lo domina y que está 
							diciendo cosas que conoce, que ha estudiado, tiene una influencia mucho mayor en la 
							audiencia e, incluso, los profesionales, los técnicos, 
							los especialistas en la materia, tienen la tendencia benevolente de 
							admirarse de que aquel político 
							conozca algo de lo que está 
							diciendo. 
							
							Por otro lado, he visto muchas veces hombres públicos hablando, leyendo un discurso escrito, y adivino en 
							el acto si el hombre sabe lo que está 
							diciendo, si domina el tema o si no lo domina. A veces los asesores obligan a los 
							hombres públicos a pronunciar vergonzosos discursos porque emplean un 
							modo  
							
							de expresión 
							que la persona que lo está 
							pronunciando no tiene absolutamente nada que ver con ese vocabulario. He 
							visto presidentes, destacados dirigentes, pronunciando 
							discursos con un vocabulario que no tiene nada que ver con su 
							léxico habitual, sobre temas, que se ve claro, que no 
							tienen ningún dominio. Realmente, no me gusta nunca hacer eso. Si 
							fuera a pronunciar un discurso en tales condiciones, diría: 
							bueno, con la ayuda de los asesores, he elaborado algunas 
							ideas sobre esto, sobre esto, sobre esto. Me costaría 
							mucho trabajo hablar de un tema que no entendiera. Son los mismos 
							principios que sigo en mis palabras escritas y publicadas en 
							los diarios digitales y de papel en este tiempo. Si antes 
							pronunciaba discursos como si sostuviera una conversación, 
							hoy redacto las Reflexiones como si escribiera cartas a alguien 
							cercano. 
							
							Nunca recibí 
							clases de oratoria y lo aprendido fue sobre la marcha. La educación 
							recibida en la enseñanza 
							primaria estaba muy lejos de ser una educación 
							integral, resultaba muy dogmática. 
							La asignatura principal, desde luego, era Historia Sagrada, para nosotros muy apasionante. 
							
							La Historia Sagrada es un recuento de luchas, 
							combates y guerras. El 
							
							
							«Antiguo 
							Testamento» 
							es una historia de guerras. Me llamaba fabulosamente la atención, 
							sobre todo, digamos, desde el Diluvio Universal en adelante: la 
							construcción 
							del Arca, los 40 días 
							lloviendo, los animales en aquel  
							
							
							ámbito mítico.  
							
							Aquella historia, además, 
							estaba escrita con imágenes. No solo se trataba de la narración 
							de los hechos, sino de las ilustraciones que acompañaban 
							las parábolas, 
							las gestas, los relatos. Todo libro que recoge imágenes 
							de los acontecimientos, despierta en los niños 
							mucho interés. 
							Del mismo modo pueden ser fotografías, 
							paisajes, retratos, mapas o dibujos. La gráfica 
							siempre ejerce una influencia grande en la imaginación del niño, 
							es un método 
							didáctico 
							impresionante. Solo cuando somos adultos podemos trabajar a partir de conceptos 
							e ideas abstractas. 
							
							Siento que no me hayan enseñado 
							las historias antiguas de otros pueblos. En realidad, recibíamos 
							una fuerte dosis de la historia antigua del pueblo hebreo y de sus 
							leyendas, que siempre consideré, 
							y todavía 
							hoy las considero, magníficas historias, interesantes, fabulosas, pero estábamos 
							muy limitados. Pudimos ser mucho mejor ilustrados. 
							
							Todas las experiencias vividas en mi infancia, como 
							estudiante de primaria y secundaria, y a lo largo de toda mi 
							vida, influyeron mucho en mi preocupación 
							por la educación, 
							y en todo lo que después 
							concebí 
							que debíamos 
							hacer en esas materias. 
							
							Siempre me he interesado y preocupado por la ciencia 
							y la educación, 
							precisamente por no haber recibido una enseñanza científica. 
							A lo largo de mi vida elaboré 
							muchas ideas y puntos de vista críticos 
							acerca de la educación 
							que recibimos.  
							
							Ese análisis 
							me ayudó 
							a desarrollar muchas de las concepciones aplicadas después 
							del triunfo de la Revolución. 
							En nuestro país, 
							la educación 
							es uno de los campos donde más 
							fabulosamente hemos avanzado. Todavía 
							seguimos desarrollando ideas y conceptos nuevos relacionados con este campo. 
							Pienso que en algún 
							momento ulterior podremos hacer un recuento de toda la evolución 
							de nuestro pensamiento en materia de educación. 
							
							Por ejemplo, la educación 
							sexual, una de las materias considerada hoy de gran importancia para la formación 
							de los niños 
							y adolescentes, en las escuelas donde nosotros 
							estudiamos era un tabú, 
							un tema del cual no se podía 
							ni siquiera hablar. Por lo tanto, la escuela que recibíamos 
							era la escuela de la calle. A falta de una educación 
							científica 
							sobre tales asuntos, recibíamos 
							la educación 
							tradicional. Se daba la trasmisión 
							oral de todas las ideas y de la escuela de la calle, rica 
							y muchas veces llena de machismo y de prejuicios, de los cuales 
							también estábamos 
							imbuidos. Recuerdo que en una asignatura como Historia Natural, se estudiaban elementos de Botánica, 
							Zoología. El origen de la vida, como se sabe, era bíblico 
							totalmente, jamás 
							se nos dijo una sola palabra sobre la Teoría 
							de la Evolución. Darwin era un hombre maldecido, algo así 
							como un señor 
							muy profano. Debía 
							estar morando en los peores sitios del infierno, sencillamente, por concebir y defender 
							la Teoría de la Evolución; 
							porque el origen  
							
							
							único 
							que podían 
							tener la  
							
							naturaleza y la vida era el origen bíblico. 
							
							Siempre me interesó 
							mucho la Botánica, 
							la Zoología, 
							las plantas, es decir, todos los elementos de las 
							Ciencias Naturales. 
							
							Existían 
							tres Geografías: 
							una Geografía 
							General, una Universal y otra de Cuba. La General empezaba por abordar el universo: los planetas, las estrellas, la Luna, el 
							movimiento de traslación 
							y rotación, 
							ya se hablaba de la velocidad de la luz, y en Física, 
							desde luego, un poco más 
							adelante, se nos hablaba del sonido y de su velocidad. La Geografía 
							Universal hablaba del universo y algunos de sus principios generales me 
							interesaban extraordinariamente; la conocí 
							por primera vez en quinto grado. Y ya en el Colegio Dolores me encuentro con 
							la Geografía General, aquella geografía 
							del espacio. Rápidamente 
							se me prendieron todas aquellas nociones, fabulosas, algo 
							increíble; entonces, estábamos 
							muy lejos de los viajes espaciales. Sería en el año 
							1937 y se hablaba, como una ciencia ficción, 
							de los viajes a la Luna, a Marte. Principalmente en los 
							propios libros de lectura, y en el cine también, 
							en algunas películas 
							de ciencia ficción. 
							Algo se hablaba ya del rayo láser 
							porque algunas de las armas, los fusiles, las pistolas, eran armas que 
							funcionaban con un rayo. 
							
							De las leyes y los fenómenos 
							del universo, los astros y el espacio tuve conocimientos realistas desde bien 
							temprano. Lo aprendí 
							en quinto grado y no se me olvidó 
							nunca más. 
							
							Puedo decir que todas las asignaturas me 
							interesaban, aunque me parecía 
							pesada la Gramática: 
							sus leyes, nombres, pronombres, verbos, conjugaciones, reglas cambiantes 
							impuestas por la Real Academia de la Lengua Española. 
							Me cuesta trabajo adaptarme a los cambios de letras y acentos 
							determinados por la Academia. No estoy seguro de que llegara a 
							estudiarlas con la debida profundidad, sin embargo, recomiendo a maestros y alumnos prestar a la Gramática 
							la atención 
							que yo no pude en mis azarosos años 
							escolares. 
							
							Katiuska Blanco.  
							
							
							—Comandante, 
							no pongo en duda que considerara densas las gramáticas 
							de los distintos idiomas porque ciertamente lo son; pero, a pesar de ello, las 
							aprendió 
							muy bien. Usted escribe en español 
							con pulcritud, con apego a la sintaxis y la concordancia, y lo más 
							difícil: 
							consigue armonía entre la forma y la esencia; idea y belleza ensartan 
							sus palabras. 
							
							Fidel Castro.  
							
							
							—Aprendí 
							las reglas de ortografía, 
							dónde 
							iban los acentos, sé 
							perfectamente el uso de la v corta, de la b, todas las reglas posibles, aunque al final hay palabras 
							que escapan a toda regla, es cuestión 
							de recursos nemotécnicos 
							saber cómo se escriben. Desde luego, no estoy siempre 
							absolutamente seguro de no cometer algún 
							error con alguna palabra. En tales casos de duda me auxilio del diccionario o, si tengo 
							a alguien muy erudito cerca de mí, 
							resuelvo mis dudas haciendo alguna pregunta sobre la ortografía 
							de una palabra. Suelo tener buena ortografía, 
							pero no puedo garantizar ciento por ciento que no  
							
							cometa alguna falta. Me cuesta trabajo, y hasta me 
							niego a quitarle la p a la palabra septiembre, y si la Academia me 
							obligara un día 
							a quitar la h a la palabra bahía, 
							me rebelaría 
							contra ella. 
							
							En el Colegio La Salle nos pusieron a aprender 
							temprano los elementos del francés, 
							y en el colegio de los jesuitas, aprendimos a estudiar inglés. 
							Desde luego, cuando estudiaba la Gramática 
							Inglesa la percibía 
							mucho más 
							sencilla y mucho más 
							fácil: 
							las conjugaciones de los verbos, la dificultad 
							estaba solamente en la tercera persona del singular, en que 
							había 
							que añadir 
							una modesta  
							
							
							«s», 
							los adjetivos eran neutros; empecé 
							a ver un idioma un poco más 
							práctico, 
							más 
							técnico, 
							más 
							sencillo. 
							
							En el francés 
							teníamos 
							todos los problemas de las conjugaciones, y algo que no teníamos 
							en el español, 
							su pronunciación. En el inglés 
							existen más 
							facilidades para las conjugaciones en las oraciones. Sin embargo, también 
							resulta un gran problema la pronunciación 
							porque pensé, 
							pienso y seguiré 
							pensando siempre que la fonética 
							inglesa es ilógica 
							y, además, 
							ininteligible, estoy por completo convencido de ello. Al fin y al 
							cabo me quedo con el idioma español, 
							a pesar de su ortografía 
							y de sus verbos, porque sencillamente es un idioma con mucho 
							de lógica, y cada letra tiene un sonido, como creo que debieran 
							ser todos los idiomas, no solo el español, 
							sería 
							mucho más 
							fácil 
							y no tendríamos 
							los problemas de la pronunciación. 
							
							Cuando estudié 
							la  
							
							Biblia  
							
							aprendí 
							que el origen de los idiomas estaba en el intento loco de los hombres de 
							construir una torre de Babel para llegar al cielo. Ahora me doy 
							cuenta de que mucho antes de que en la Comuna de París 
							y en los tiempos modernos los comunistas quisieran alcanzar el cielo, 
							ya los hombres, desde la 
							
							
							época 
							bíblica, 
							lo habían 
							intentado construyendo una torre, por culpa de la cual se decía 
							que surgieron los idiomas como castigo de Dios para crear la 
							confusión entre los hombres. Aunque creo que no habría 
							hecho falta inventar los idiomas para crear confusión 
							entre los hombres porque muchas veces, hablando el mismo idioma, los hombres están 
							confundidos y, en otras ocasiones, hablando 
							distintos idiomas, los hombres se entienden. Pero bueno, 
							aquella fue la primera noción 
							que tuve del origen de los idiomas. Ya para mí 
							era muy sencillo todo. Después 
							que estudié 
							la  
							
							Biblia,  
							
							sabía cuál 
							era el origen, no solo el origen de la vida, sino el 
							supuesto origen de los idiomas. Pasé 
							trabajo con las pronunciaciones y con la Gramática, 
							pero, a decir verdad, no tenía 
							malas notas en las asignaturas de idioma y no me desagradaban. 
							
							Recuerdo que mientras estudiaba en el Colegio 
							Dolores escribí 
							una carta a [Franklin Delano] Roosevelt en inglés, 
							una buena prueba de mis grandes avances en ese idioma y, 
							sobre todo, de mi gran atrevimiento, de mi gran audacia al 
							tomar la decisión 
							de cartearme con Roosevelt, para mí 
							uno de los personajes más 
							famosos y prestigiosos en aquella  
							
							
							época. 
							No me acuerdo bien, pero creo que le hice dos cartas. 
							
							Yo creo que esto coincidió 
							con el inicio de la guerra, en 1939. Nos enseñaban 
							inglés, 
							no sé 
							si en quinto, sexto o séptimo 
							grado; fue en tal etapa. El habla inglesa era considerada 
							la segunda lengua y no creo que fuera negativo. Sin que podamos 
							evitarlo, el inglés 
							es un idioma muy importante, resultado del 
							colonialismo y del imperio británico. 
							
							Le hice dos cartas a Roosevelt: en una primera 
							ensayaba mi inglés 
							y lo saludaba. En primer lugar, los norteamericanos eran mirados siempre con respeto, incluso, se les 
							presentaba como a los que nos habían 
							traído 
							la independencia. En esto se mezcla una tergiversación 
							de la historia,  
							
							،increíble!, 
							y no se mostraban los hechos objetivos. 
							
							En Historia nos enseñaban 
							que los grandes benefactores de Cuba eran los norteamericanos, cuando realmente 
							nosotros nos convertimos en una neocolonia económica, 
							cultural y política 
							de Estados Unidos. A pesar de que mis profesores eran españoles, 
							porque entonces estudiaba en Dolores, ellos se adaptaban en tal sentido a la línea 
							oficial, es decir, respetaban los programas escolares y la historia oficial del país. 
							Andaban más 
							preocupados por otros aspectos, no propiamente por el político 
							en sí, 
							sino el religioso. Yo diría 
							que se interesaban por el sistema social en su conjunto, para que no 
							cambiara. Estudiar inglés 
							no estaba en contradicción 
							con el sistema social imperante. Las clases sociales dominantes y 
							todos los factores que se movían 
							dentro de aquel  
							
							status quo,  
							
							no estaban en absoluto contra el sistema social existente. Pudiéra mos decir que nuestros profesores jesuitas por 
							entonces eran de derecha, no de izquierda; tampoco pertenecían 
							a la Teología de la Liberación, 
							que aún 
							no existía. 
							Eran bien derechistas. Ya había 
							tenido lugar la guerra de España, 
							ellos eran jesuitas, y casi todas las 
							
							
							órdenes 
							religiosas estaban, como regla, al lado de los que llamaron nacionalistas españoles, 
							al lado de Franco y contra la República, 
							a la que calificaban de roja, de comunista y otras cosas. 
							
							En aquel tiempo nos decían 
							que los republicanos eran comunistas, rojos, aliados de la Unión 
							Soviética. 
							En general, era la República 
							española 
							y la democracia española 
							frente al fascismo. Pero, en realidad, más 
							bien todos estos sectores religiosos en España 
							estaban al lado del fascismo por distintas razones: por su anticomunismo, entre otros factores. 
							
							Si ellos iban a criticar a los norteamericanos no 
							los iban a criticar por ser derechistas, sino en todo caso por 
							ser antifascistas. Pero bueno, ya se había 
							desatado la Segunda Guerra Mundial y, a decir verdad, Roosevelt, aunque no 
							estaba en guerra, contaba con simpatía 
							dentro y fuera de Estados Unidos. Ya el hecho de ser norteamericano le daba cierta 
							simpatía. Pero, realmente, [Franklin Delano] Roosevelt para América 
							Latina fue un presidente progresista frente a los 
							anteriores gobiernos republicanos, que aplicaban la diplomacia del gran garrote, de las cañoneras, 
							de [Teodoro] Roosevelt, el que intervino en Cuba en la 
							
							
							última 
							Guerra de Independencia e impuso la Enmienda Platt. Franklin D. ensaya otra 
							política, la del buen vecino, una política 
							más 
							paternalista hacia América Latina. Además, 
							asume la presidencia de Estados Unidos [en 1933] durante la gran crisis de los años 
							30. 
							
							En aquellos años, 
							1932, 1933, a raíz 
							de la gran crisis económica del capitalismo en Estados Unidos, había 
							una crisis tremenda en Cuba y en América 
							Latina,  
							
							
							época 
							de sufrimiento, hambre y pobreza, bajos precios del azúcar. 
							Roosevelt llevó 
							a cabo una política 
							anticrisis, apoyándose 
							en el principio keynesiano de elevar la capacidad adquisitiva de las masas. La 
							recuperación de la economía 
							de Estados Unidos después 
							de la gran crisis de los años 
							30 fue acompañada 
							de cierta recuperación económica 
							también 
							de los países 
							latinoamericanos. 
							
							Cuba tenía 
							una dependencia económica 
							total de Estados Unidos 
							
							
							—su 
							producción 
							fundamental era el azúcar, 
							el mercado principal estaba allí, 
							casi todas las empresas eran norteamericanas, las azucareras, las de servicios públicos, los ferrocarriles, la electricidad, los teléfonos, 
							las minas, los grandes latifundios—, 
							cuando la economía 
							norteamericana empezó 
							a mejorar, ocurrió 
							lo mismo con la economía 
							cubana. Fue saliendo poco a poco de una situación 
							catastrófica 
							a otra menos dramática. 
							Mejoran los precios del azúcar 
							y eso se atribuye a la política 
							de [Franklin Delano] Roosevelt. 
							
							En 1934, formalmente, se liquida la Enmienda Platt, 
							que le daba derecho a Estados Unidos a intervenir en 
							Cuba, donde existía 
							un sentimiento de rechazo muy grande a aquella 
							prerrogativa estadounidense. No necesitaban, además, 
							ninguna enmienda para intervenir en cualquier país. 
							
							Yo, que no sabía 
							nada de política, 
							simpatizaba con aquel Roosevelt de rostro noble y voz cálida, 
							que era inválido 
							y se movía 
							en una silla de ruedas. Era una especie de héroe 
							en nuestro país. 
							Entonces, a mí, 
							que estaba estudiando inglés, 
							se me ocurrió 
							escribirle una carta a Roosevelt cuando tendría 
							13 o 14 años, 
							cursaba, creo, el sexto o séptimo 
							grado, me parece que fue antes de Pearl Harbor. Estaba en el Colegio 
							Dolores y estudiábamos 
							inglés 
							usando un texto llamado  
							
							La familia Blake, 
							
							que nos enseñaba 
							sobre la vida de una familia: casa, comedor, comida, escuela, madre, padre, hermanos. 
							Estábamos estudiando el dinero, y se me ocurre solicitarle
							
							
							a ten dollar bill green. 
							Hablé 
							del hierro de los Pinares de Mayarí 
							para construir acorazados y otras cosas por el estilo. 
							
							Fue un desafío 
							a mi inglés 
							porque yo mismo redacto la carta de acuerdo con el inglés 
							subdesarrollado que se nos impartía. Lo hago sin participación 
							de nadie. Hice la carta y la eché 
							en el correo. Al poco tiempo se escucha un gran escándalo 
							en la escuela y digo: 
							
							
							«¿Qué 
							es lo que ha pasado?». 
							Me responden que Roosevelt ha contestado la carta. En realidad no fue
							
							
							
							él 
							sino un departamento, una sección 
							de la embajada que, como norma habitual de cortesía, 
							respondía 
							las cartas, decía 
							que ha recibido la mía 
							enviada al presidente y daba las gracias. Aquello se convierte en un gran acontecimiento. Ponen en un 
							cuadro la respuesta de Roosevelt, o la de los representantes 
							suyos, a mi carta. Fue un fenómeno 
							que yo le hubiera escrito a Roosevelt y que me hubiera contestado porque representaba un 
							honor, una gloria para la escuela. Muchos años 
							más 
							tarde, en Estados Unidos, donde se guardan todos los papeles, alguien 
							buscó 
							y publicó 
							la carta. Algunos dicen que si Roosevelt me hubiese enviado los diez dólares, 
							yo no le habría 
							dado tantos dolores de cabeza a Estados Unidos. Hace muy poco tiempo 
							publicaron el facsímil 
							en la página 
							web de la BBC; creo que cuando cumplí 
							los 80. 
							
							Lo cierto es que recibí 
							respuesta y me convertí 
							en la escuela en un personaje importante que se carteaba con 
							Roosevelt. Era un adolescente y casi me estaba ofreciendo para 
							combatir en la guerra. Había 
							en Cuba una especie de patriotismo cubano y norteamericano. Era la educación 
							que se daba a los niños de la burguesía 
							cubana.  
							
							،Qué 
							suerte la mía 
							por haberme librado de tanta ignorancia! Pienso, sin embargo, que 
							Franklin Delano Roosevelt fue, como Abraham Lincoln, uno de 
							los pocos presidentes de Estados Unidos dignos de consideración 
							y respeto. Tal vez no habría 
							desatado nunca la Guerra Fría. 
							Supo desarrollar buenas relaciones con la URSS. 
							
							Ya desde la primaria me atreví 
							a escribir una carta en inglés y, luego, conseguí 
							también 
							hablar bastante en ese idioma. De vez en cuando leí 
							algún 
							libro en inglés, 
							de vez en cuando  
							
							hice un esfuerzo por mejorar mi vocabulario porque 
							me interesaba, no tanto para hablarlo, comprendo que no es tan fácil pronunciarlo, sino para leerlo y tener acceso a los 
							libros en inglés, 
							tomando en cuenta que la inmensa mayoría 
							de los libros están 
							escritos en esa lengua y, en realidad, comprendo también 
							su importancia como idioma y como medio de 
							comunicación internacional. En lo personal pienso que algún efecto psicológico 
							nocivo causó 
							la pugna con los presidentes de Estados Unidos y dejé 
							de hablarlo. También 
							influyeron la falta de contactos, relaciones y de ocasiones para 
							practicarlo. En un tiempo practiqué 
							el inglés 
							leyendo dos o tres biografías de Lincoln, un material que conozco, con ayuda de un 
							diccionario, llevando el recuento de una serie de palabras y términos. Requería 
							un esfuerzo sistemático 
							que no he podido hacer con frecuencia y, a decir verdad, como tengo el 
							privilegio de mandar a traducir los documentos e, incluso, libros, 
							me he quitado la obligación 
							de hacerlo personalmente, lo cual me ha facilitado el trabajo pero disminuido mis 
							posibilidades de mejorar el idioma. 
							
							El imperio británico 
							primero y el norteamericano después, fueron las causas de que el idioma inglés 
							se haya convertido en un idioma universal. A veces digo que la 
							
							
							
							única 
							cosa  
							
							
							útil 
							que a muchos países 
							nos dejó 
							el colonialismo fue el idioma porque nos ofreció 
							un medio de comunicación 
							con otros países. 
							Es una de las muy pocas cosas positivas que nos dejó 
							el colonialismo.  
							
							Sin duda, el inglés 
							es el más 
							universal de todos los idiomas. He luchado mucho en Cuba para que nuestras antipatías 
							con relación 
							al colonialismo y al imperialismo, en especial al 
							imperialismo norteamericano, no se traduzcan en un abandono del estudio del idioma, y he tenido que defenderlo 
							para que no se descuide su estudio. Paradójicamente, 
							he tenido que ser defensor del mantenimiento y del desarrollo de los 
							conocimientos del inglés, 
							puesto que entiendo y diría 
							que cada compatriota, cada científico, 
							cada médico, 
							cada técnico, 
							además de su idioma, debe conocer el inglés 
							y, si es posible, aunque sea mucho más 
							difícil, 
							conocer el ruso, el francés 
							y otros idiomas. 
							
							No se le puede negar al idioma inglés 
							su carácter 
							universal, por lo tanto, es un idioma que debe ser estudiado. 
							Creo, además, 
							que es un idioma que se presta para la ciencia y la técnica, 
							por ser bastante concreto y preciso. Tengo la 
							impresión de que para los estudios científico-técnicos
							
							
							
							
							—no 
							conozco el alemán 
							ni el ruso, del alemán 
							me aterrorizan las palabras interminables que se construyen sumando un concepto 
							con otro—, 
							el idioma inglés, 
							indiscutiblemente, es un medio adecuado de comunicación, 
							y tengo presente que casi todos los libros más 
							importantes de ciencia y técnica, 
							de economía, 
							incluso de literatura, que se escriben en Japón, 
							Francia, Italia, España, 
							Rusia, Alemania y China, y de otros muchos países… 
							se traducen inmediatamente al inglés. 
							En ocasiones, me encuentro con el hecho de que muchos valiosos libros de 
							literatura, de historia, de ciencia están 
							escritos en inglés 
							y no en español. 
							
							Katiuska Blanco.  
							
							
							—Soy 
							testigo de su memoria prodigiosa, pero esa capacidad, 
							
							
							¿es 
							natural o entrenada? 
							
							Fidel Castro.  
							
							
							—Gané 
							cierta fama de tener mucha memoria, lo cual me gustaría 
							reafirmar y ratificar. Creo que tenía 
							una buena retentiva, como la tienen muchas personas, sobre 
							todo, para las cosas que me interesaban. Todavía 
							tengo buena memoria para los asuntos que me interesan. Si no me 
							interesan, puedo olvidarlos inmediatamente. Me pueden dar un 
							teléfono y se me olvida, un nombre un poco extraño, 
							igual; pero si es un tema de mi interés, 
							me lo dicen una vez y puedo recordarlo durante mucho tiempo. En tal sentido, las materias 
							que me importaban las recordaba fácilmente. 
							Con un esfuerzo era capaz de retener las materias que no me interesaban 
							mucho. 
							
							Por ejemplo, la Anatomía 
							en el segundo año 
							de bachillerato, tenía 
							que estudiar no solo los músculos, 
							también 
							los huesos. No existían 
							láminas 
							de cómo 
							estudiar los huesos, todo eran definiciones escritas y, lo peor, sin un hueso; 
							o tal vez el profesor utilizó 
							algún 
							libro cuando dictaba sus clases, pero posiblemente yo no le prestara mucha atención. 
							Cuando debía estudiar los huesos para el examen, tenía 
							que hacerlo a pulso: las costillas, el cúbito, 
							el radio, la tibia, el peroné, 
							los dedos, las manos, la cabeza, el frontal, el 
							occipital, el parietal, la clavícula, 
							la cadera…
							
							
							
							
							¿Y 
							qué 
							tenía 
							que hacer?, recordar unas definiciones abstractas y enhebrar algunas 
							palabras: la pequeña 
							protuberancia interna de la cara anterior o 
							posterior de la extremidad superior del hueso. 
							
							Cuando llegaba la hora de ir a examen y no disponía 
							de una lámina 
							ni de un hueso ni de un profesor que me explicara lo que yo debí 
							haber aprendido cuando daba la explicación y yo andaba pensando posiblemente en otra cosa, tenía 
							que aprenderme todas las definiciones del hueso, pedazo 
							por pedazo, protuberancia por protuberancia, arista por arista, 
							orificio por orificio; los incidentes y accidentes del hueso. 
							
							Cuando me encontraba ante una tarea así, 
							no me quedaba más 
							remedio que hacer uso de la imaginación, 
							forzar las células del cerebro y quedarme con las definiciones de 
							memoria. Pero no era fácil, 
							tenía 
							que darle dos, tres y hasta cuatro lecturas y romperme la cabeza, imaginarme un hueso, 
							fabricarlo, construirlo para saber lo que era. Al final me sabía 
							los huesos, pero en abstracto, y para qué 
							sirve realmente conocer los nombres de los huesos del organismo, si uno no 
							va a ser médico; 
							aunque comprendo que es bueno que cuando a uno le dicen que se ha partido un hueso o que alguien se ha 
							quebrado uno, usted sepa más 
							o menos qué 
							hueso es y dónde 
							está. 
							
							Si era un libro de Historia de Cuba, Universal o 
							Sagrada, de Geografía: 
							sobre los astros, la naturaleza, si se decía 
							que la Luna está 
							a más 
							de 300 000 kilómetros 
							de la Tierra y el Sol dista 150 millones de kilómetros 
							de la Tierra, nunca lo olvidaba. La primera vez que leí 
							eso nunca más 
							lo olvidé: 
							o que la  
							
							luz viaja a una velocidad de 300 000 kilómetros 
							por segundo, la misma velocidad de las ondas de radio, ese dato 
							no se me olvidó 
							nunca; o que la Tierra da vueltas alrededor del Sol, 
							y la Luna alrededor de la Tierra, y a su vez existen los 
							planetas y las estrellas, y que la estrella más 
							próxima 
							está 
							a cuatro años luz, tenía 
							que conocerlo o estudiarlo una sola vez y ya no se 
							me borraba nunca más. 
							Cuando las cosas las veía, 
							las entendía, 
							las comprendía, 
							eran ideas y conceptos razonados, bastaba con que los leyera una vez, si acaso dos veces. Y hoy me 
							pasa exactamente igual. 
							
							En la Geografía: 
							las características 
							de los ríos, 
							los valles, las montañas, 
							las mesetas, los cabos, las bahías, 
							los golfos, los puertos, las islas, las capitales de cada uno de los 
							países, 
							los Estados. En aquella 
							
							
							época 
							no existían 
							tantos países 
							independientes, eran unas cuantas decenas, y uno sabía 
							más 
							o menos dónde estaban y cuál 
							era la capital. Hoy es más 
							difícil, 
							porque hay casi 200 países, 
							hay que saber dónde 
							está 
							cada uno de ellos, cómo 
							es, dónde 
							está 
							la capital, quiénes 
							son sus dirigentes, qué 
							
							sistema político 
							rige en cada uno. 
							
							En aquella  
							
							
							época 
							aparecían 
							unos mapas con el territorio inglés 
							en rojo; en amarillo, el francés; 
							en verde, el español; todo aparecía 
							en colores, con el Imperio del Sol Naciente, que ya ocupaba una parte de China. No era muy difícil 
							la geografía, pero eran temas de mucho interés 
							y podía 
							estudiarlos todos sin problemas, se me grababan perfectamente bien en 
							la me moria. La Geografía, 
							la Historia, las Ciencias Naturales, las leía una vez, dos veces, tres veces, según 
							el tema, según 
							la cantidad de datos, según 
							la terminología. 
							
							En general, tuve que ser autodidacta, no era un 
							alumno que prestara mucha atención 
							al profesor. Como regla, no tuve profesores que hubieran captado mi atención 
							o me dejaran maravillado con sus explicaciones, con lo cual me 
							habrían ayudado muchísimo. 
							Como resultado, cuando llegaba el momento del examen debía 
							estudiar por los textos, aunque reconozco que algunas materias me interesaban más 
							y les prestaba más 
							atención 
							en clase. Tenía 
							profesores que lograban captar más 
							la atención 
							del alumno, y en esos casos me resultaba muy fácil, 
							pero en otros, tenía 
							que estudiar por mí 
							mismo. 
							
							Más 
							adelante, no solo debía 
							estudiar por mí 
							mismo la Anatomía, 
							sino también, 
							la Física, 
							la Química, 
							la Matemática, la Biología, 
							la Geometría, 
							asignaturas y temas complejos, los teoremas, por ejemplo. Me bastaba el libro de texto 
							con toda la teoría. 
							Cuando estaba cerca el examen, parece que se me 
							excitaban las neuronas del cerebro y entendía 
							perfectamente la Geometría, 
							la Biología, 
							la Matemática, 
							la Química 
							y la Física, por los libros de texto o por las conferencias. 
							
							En verdad puedo decir que todo el tiempo que asistí 
							a clases lo perdí. 
							Habría 
							que sacar la cuenta de cuántas 
							horas pasé 
							
							en clases sin saber lo que el profesor estaba 
							diciendo. La imaginación mía 
							era capaz de volar por todas partes. Siempre me gustaba inventar juegos, conversar con los vecinos o 
							pensar en otra cosa. Pensaba en todo. Desde muy temprano, 
							de vez en cuando, pensaba en las muchachas, un amor platónico, 
							algunas novias platónicas. 
							A veces, me enamoraba de personas que eran mayores, como la joven Rizet Mazorra Vega, 
							la hija del comerciante español 
							de la casa en que vivía. 
							No me podía atrever a decírselo, 
							porque no me habrían 
							hecho ningún 
							caso, me hubieran dado un coscorrón, 
							cualquier cosa hubiera podido pasar. Tenía 
							una cierta tendencia romántica 
							desde muy temprano. Ese es un elemento que estaba siempre 
							presente. 
							
							Pero la fantasía 
							mía 
							también 
							iba hacia la historia, los acontecimientos, las guerras. En la 
							
							
							Biblia  
							
							lo primero que me enseñaron 
							fueron contiendas, guerras, epopeyas. En Historia Sagrada, se pasaron todo el tiempo hablándome 
							de guerras, y yo también 
							era un guerrero que participaba en todos esos combates. Claro, no en clases, me ponía 
							a pensar en mil y tantas cosas: en el deporte, en el juego de básquet, 
							en el fútbol, 
							en el mar, en la pesca, en una muchacha, en toda clase 
							de cosas. Cuando estaba en las clases, o estaba jugando o 
							inventaba un juego de estos con la letra, el número 
							de guerras navales mediante los cuadritos. Yo trataba de jugar con el de al lado 
							o con el de atrás. 
							Todo eso podía 
							pasar. 
							
							Más 
							adelante, ya pensaba mucho en los deportes, en las competencias, en todo tipo de cosa. Lo peor era 
							cuando me ponían a estudiar obligado. Estaba en quinto grado cuando 
							me obligaban a estudiar dos horas por la noche, 
							encerrado en un cuartico caluroso con un libro de Geografía, 
							de Historia, de Matemática, 
							de Gramática 
							o de cualquier cosa. A mí 
							me gustaba inventar juegos, y yo mismo hacía 
							unas peloticas de papel, organizaba ejércitos, 
							los ponía 
							a combatir unos con otros, los movía 
							por aquí, 
							por allá, 
							al azar. Fabricaba juegos de ese tipo, que creo que todos los muchachos lo habrán 
							hecho. Entonces sí 
							tenía 
							que emplear bastante la fantasía 
							porque era una hora, hora y media que me encerraban para que estudiara y 
							yo no estudiaba nada. Perdieron el tiempo en la casa del 
							comerciante español 
							donde viví 
							esa experiencia. 
							
							Si me hubieran dado buenos libros y no me hubieran 
							obligado, desde muy temprano habría 
							podido leer una enorme cantidad de textos, pero tenía 
							que invertir el tiempo en inventar juegos y en la manera de entretenerme de cualquier 
							forma. Así 
							que la fantasía 
							la empleaba de distintas formas, según 
							la clase, en otras ocasiones. 
							
							En el aula había 
							cierta vigilancia, había 
							más 
							problemas, pero era peor cuando me quedaba solo una hora u hora 
							y media conmigo mismo, encerrado en un cuartico, y ya no tenía muñequitos 
							que leer ni a nadie que ver, lo que tenía 
							era que inventar cosas para pasar el tiempo. Por eso digo 
							que tenía una imaginación 
							incansable, podía 
							pasarme toda la clase sin darme cuenta. Pero eran muchos temas, muchas cosas 
							en las que pensaba.  
							
							Había 
							un campeonato muy importante. Entonces, me pasaba el tiempo pensando en el próximo 
							partido de básquet 
							o el próximo 
							juego de béisbol 
							que tenía, 
							quiénes 
							eran, cómo 
							eran, cuánto 
							iba a batear, cuánta 
							gente iba a ponchar, cuántos 
							goles iba a meter, qué 
							tiempo iba a hacer. En  
							
							
							épocas 
							de deporte dedicaba bastante tiempo a todo eso. Y siempre había 
							alguna muchachita, algún 
							amor platónico. 
							En fin, no se sabe el tiempo que perdí 
							asistiendo a clases, y luego tuve que estudiar todas las materias por mí 
							mismo; aunque algunas clases las atendí, no quedaba más 
							remedio, como las de inglés, 
							para conocer las palabras y su pronunciación. 
							
							Sin embargo, estoy convencido, y es lo que aconsejo 
							a los estudiantes, que no se debe perder el tiempo en 
							las clases. Atender al profesor es una ayuda extraordinaria, 
							aunque existan textos impresos, aconsejo a los estudiantes 
							leerse el libro completo antes de recibir la clase, hacer una 
							exploración por la materia, prestar atención 
							en clases y dedicar el tiempo a consolidar los conocimientos y a ampliarlos. Es lo 
							que yo haría si tuviera la experiencia de ahora, porque me habría 
							ayudado extraordinariamente. 
							
							Fui capaz de resolver los problemas y sacar buenas 
							notas, a veces excelentes notas, pero no aproveché 
							bien mi tiempo. Creo que se pasa más 
							rápido 
							el tiempo escuchando al profesor y discutiendo con 
							
							
							él. 
							Se asimilan más 
							las lecciones de una clase teniendo noticias previas sobre el material que le 
							están 
							expli cando, y se les sacaría 
							mucho más 
							provecho a los años 
							escolares utilizando así 
							el tiempo, dedicando el resto a consolidar y ampliar los conocimientos. Por lo tanto, lo que 
							hice merece mi más 
							severa autocrítica 
							y no se lo aconsejo absolutamente a nadie, todo lo contrario. 
							
							Pienso que los maestros deben tener la suficiente 
							habilidad técnica 
							para captar la atención 
							de los alumnos y deben cerciorarse de que todos estén 
							atendiendo en la clase y no pensando en otra cosa, por la fantasía 
							tremenda de los adolescentes. Considero antinatural y casi como un castigo 
							sentarse durante cuatro horas por la mañana, 
							más 
							cuatro horas por el mediodía, y dos o tres horas al atardecer o en la noche, en un 
							aula, a la edad de 10, 11, 12, 14 años 
							porque el hombre no evolucionó, realmente, en su naturaleza biológica, 
							para estar 10 o 12 horas sentado a esa edad; por lo tanto, es muy importante 
							también combinar el estudio con el trabajo, con el deporte, 
							con las actividades físicas 
							y la exploración. 
							
							Desde luego, la escuela donde estudié 
							estaba muy lejos de ser la escuela ideal, y yo tampoco en aquel tipo de 
							escuela era el estudiante ideal. Pero estoy convencido, por 
							completo, de que hubiera podido ser totalmente conquistado por 
							profesores capaces, en un tipo adecuado de escuela. No hay duda 
							de que las escuelas como las nuestras de una gran 
							diversidad combinatoria: estudio-trabajo-taller-servicio social-deportes… 
							me habrían 
							gustado mucho porque me parecen más 
							naturales.  
							
							El problema no es el número 
							de horas que usted obligue a un alumno a estar sentado frente al profesor y 
							frente a la pizarra, sino la calidad de la enseñanza, 
							la intensidad con que usted utilice dichas horas y las combine, para 
							mantener siempre una sed de conocimientos, una ansiedad de 
							conocimientos. Me parece que el tipo de escuelas cárceles 
							que conocí, 
							de escuelas de tortura, no eran para mí 
							ni para ningún 
							otro muchacho el tipo ideal de institución. 
							En tal sentido, en la Revolución hemos tratado de crear el tipo de escuela ideal y 
							hemos trabajado mucho por disponer de las mejores 
							instituciones y los mejores profesores. 
							
							Como yo no era un muchacho especialmente terrible ni muy indisciplinado, no era tan distraído, 
							creo que lo que ocurrió 
							es que mi carácter 
							y mi manera de ser chocaba con el tipo de escuela. Pero aún 
							así, 
							si hubiera tenido buenos profesores, habría 
							aprovechado mejor el tiempo. 
							
							Existe una leyenda de que me aprendía 
							la página 
							de un libro con leerla una sola vez, y que luego la 
							arrancaba, pero 
							
							
							¿qué 
							ocurrió 
							realmente? Estaba en el bachillerato, a pesar de que prestaba poca atención 
							a clases mis notas eran muy buenas; hacía 
							deportes y, después, 
							en la fase final estudiaba muy duro, incluso, disminuía 
							las horas de sueño 
							y, como resultado, sacaba buenas notas. Los exámenes 
							eran en el instituto porque, aunque yo estaba en una escuela privada, el programa 
							era el mismo de las escuelas públicas. 
							Mis notas eran muy buenas,  
							
							en no pocas ocasiones por encima de las alcanzadas 
							por los alumnos que ocupaban los primeros lugares. Tenía 
							como un honor lograr buenas calificaciones. 
							
							Un día, 
							cuando cursaba el primer semestre, hago un examen más 
							o menos bueno y me dan 60 puntos, el mínimo 
							necesario para aprobar, en una asignatura llamada Cívica, 
							de aquel programa que incluía: 
							Lógica, 
							Psicología, 
							Filosofía, 
							Economía Política. 
							Belaúnde 
							San Pedro era el profesor de aquellas asignaturas en el Instituto del Vedado como ya señalé, 
							y autor de los correspondientes libros de texto que los 
							estudiantes debíamos adquirir. Cada libro de estos respondía 
							a un programa, eso no es malo si el texto es bueno, pero, 
							posiblemente, las ganancias del profesor como autor de libros eran 
							mayores que las percibidas como maestro. El libro grueso, de 
							muchas páginas, no sé 
							si 400 o 500, abarcaba mucha materia y, a mi juicio, las respuestas eran pobres, muy abstractas. 
							
							Viene entonces el segundo semestre, fin de curso. 
							Acostumbrado a sacar buenas notas, estaba molesto por la 
							calificación baja. Me preguntaba por qué 
							este hombre me ha dado 60 puntos si había 
							respondido más 
							o menos bien. Cuando llegó 
							
							el momento de estudiar esa asignatura, dije: me la 
							voy a estudiar de memoria, al pie de la letra. Eran unas 300 páginas, 
							debí 
							
							de haberlas leído 
							como cuatro veces, tal vez cinco. Estábamos más 
							o menos al final del curso: leía 
							la primera vez, la segunda, la tercera, en la 
							
							
							última 
							ocasión 
							ya me sentía 
							rabioso con el  
							
							profesor, con la asignatura y con todo el mundo. 
							
							Estaba por allá 
							por un campo de fútbol, 
							por la tarde, leyendo debajo de unos 
							
							
							árboles, 
							y cuando le di la  
							
							
							última 
							leída 
							al libro fui arrancando página 
							por página, 
							como una reacción 
							de dignidad. Me sabía 
							de memoria las 300 páginas, 
							todavía 
							me acuerdo de algunas, por ejemplo: 
							
							
							«Cuando 
							en un pueblo brotan potentes los ideales de 
							nacionalidad y pugnan por emanciparse de las tutelas que estorban a su libertad de autodeterminarse políticamente, 
							pronto se ven plasmados sus anhelos en una enseña 
							que los simboliza y esa enseña 
							es la bandera». 
							
							Todo eso para decir lo que era la bandera, 
							 
							
							،qué 
							manera de decir qué 
							es una bandera!,  
							
							،qué 
							cosa horrible era aquella asignatura!, y yo: 
							
							،Ra!,
							
							
							
							،ra!, 
							pero no en la primera leída, 
							eso fue como en la quinta leída, 
							cuando debí 
							saberme la asignatura al ciento por ciento. Podía 
							sacar sobresaliente con tres lecturas, ya con cuatro podía 
							sacar 100, pero para saberme todos los detalles, cinco lecturas. Llevaba el ritmo, de 20 a 
							30 páginas por hora, entonces decía: 
							300 páginas, 
							de 10 a 15 horas; tres lecturas, tres o cuatro días. 
							Aquella vez sentí 
							desprecio por el profesor, por dicha asignatura de letras. Pero yo no 
							hacía 
							eso todos los días, 
							porque no tenía 
							por qué 
							romper los libros. 
							
							Tal es el origen real de la leyenda. Parece que la 
							gente me vio antes del examen arrancando y botando hojas, y 
							ahí 
							quedó 
							
							la leyenda.  
							
							Al final fui a examen, me pusieron las preguntas, no 
							sé 
							
							cuántas 
							eran, las contesté 
							al pie de la letra y me dieron 60 puntos otra vez, la misma nota. No leyó 
							el examen, el hombre no tenía 
							tiempo de leer los exámenes. 
							Le escribí 
							al pie de la letra lo que 
							
							
							él 
							decía 
							en el libro, como si tuviera el libro delante y lo estuviera leyendo, y me dio 60 puntos. Mira cómo 
							era la gente en el pasado de nuestro país. 
							
							
							¿Qué 
							es lo que hacía 
							aquel hombre? Tenía 
							un programa para hacer el libro y 
							
							
							él 
							debía 
							llenarlo, mientras más 
							basura hablara, más 
							tonterías 
							escribiera, más 
							disparates dijera, más grande fuera el libro, más 
							caro se vendía, 
							más 
							dinero ganaba y más 
							trabajo para nosotros. Todas esas cosas absurdas las 
							viví. He sido víctima 
							de aquel terrible, increíble 
							sistema de educación existente en el capitalismo. Pero 
							
							
							
							—ya 
							lo he aseverado otras veces— 
							me estoy desquitando históricamente, 
							me estoy vengando cabalmente con el esfuerzo hecho en la 
							educación, que ha colocado a Cuba en uno de los primeros países 
							del mundo en tal campo y no estamos más 
							que a mitad de camino, la educación 
							será 
							cada vez de más, 
							más 
							y más 
							calidad. He tomado cabal venganza histórica 
							de lo que tuve que sufrir con toda aquella enseñanza, 
							aquellos profesores y aquellas cosas.  
							
							En la experiencia personal de todo lo que viví, 
							sufrí 
							y padecí 
							
							está 
							la esencia del interés 
							absoluto, enorme que tengo en la educación 
							y los esfuerzos realizados por la educación, 
							porque no quiero que nuevas generaciones de jóvenes 
							en este país  
							
							sufran lo que sufrí, 
							y ojalá 
							sea posible en otros lugares, otros países, 
							aunque algunos, desde luego, no tienen ni escuelas 
							ni profesores ni libros ni libretas, no tienen 
							absolutamente nada. 
							
							Por cierto, fue una experiencia dura. La conocí 
							en la escuela pública 
							y en la privada, secundaria y en la universidad. Sé 
							de memoria los problemas de aquel sistema de educación. 
							
							Así 
							que existe una explicación 
							objetiva, clara, de la leyenda que no quiero cultivar, aunque me convendría 
							decir: sí, 
							los libros me los leía 
							una vez. No tengo una memoria de esas fotográficas que se le queda todo grabado al pie de la letra. 
							Ahora bien, si me da un dato que me interese, no se me 
							olvida, y basta con que lo vea una sola vez para retenerlo mucho 
							tiempo. Por ejemplo, me da un dato sobre cualquier 
							
							
							
							índice 
							de salud pública en el país, 
							de mortalidad infantil, sobre la economía, 
							el desarrollo, el crecimiento, las producciones, los
							
							
							
							índices 
							fundamentales, los veo una vez y no se me olvidan. Conozco así 
							
							todos los datos generales de la economía 
							del país. 
							
							Tampoco almaceno en la cabeza datos inútiles. 
							Hago una selección 
							de los que, a mi juicio, tienen interés 
							e importancia, los retengo perfectamente y eso me ayuda cuando 
							tengo que hacer un análisis. 
							Entonces, basta con que sienta interés 
							y sepa de qué 
							se trata el asunto, puede ser suficiente una sola 
							mirada para que retenga los datos. En ocasiones, si acaso, 
							con un segundo repaso muchos se me quedan y todavía 
							los recuerdo. 
							
							Sería 
							difícil 
							que ahora me pudieran obligar a estudiar en abstracto las definiciones de los huesos. Me 
							parece que ya con el nivel de autonomía 
							que tengo, de independencia y de libertad del que disfruto, no habría 
							nadie que me obligara a aprender de memoria los huesos otra vez. Eso lo 
							pudieron hacer conmigo cuando tenía 
							14 o 15 años, 
							pero ya nadie podría nunca más 
							obligarme a estudiar esos huesos. Ahora, también yo me administro: leo, estudio, aprendo y retengo lo 
							que me interesa. |