El martes 10 de junio se produjo finalmente el desembarco enemigo por la
costa sur de la Sierra, que nosotros estábamos esperando desde mucho
antes del inicio efectivo de la ofensiva, y con ello, la apertura del
Tercer Frente de combate, ahora en el sector sur de nuestro territorio.
Le tocó cumplir esa misión al Batallón 18, al mando del comandante José
Quevedo Pérez. Este batallón había sido creado a los efectos de la ofensiva, a
partir de una compañía mixta compuesta por personal del cuartel Maestre del
Ejército, situado en la base de San Ambrosio, en La Habana, y personal de la
Escuela de Cadetes. La compañía había sufrido un importante descalabro en el mes
de febrero, en ocasión de el Combate de Pino del Agua, y el comandante Quevedo
había sido designado como su jefe en los primeros días de marzo.
En las semanas anteriores al inicio de la primera fase de la ofensiva, estos
efectivos habían sido ampliados hasta crear las compañías denominadas G-4 y
Escuela de Cadetes, y se había agregado una nueva compañía -la 103- con personal
del Regimiento 10 de Infantería, que tenían su base en San Antonio de los
Baños.
Para esta operación, el Batallón 18 contaba con una plantilla completa de 315
efectivos, además de una sección de morteros y del personal sanitario. Disponía
de un mortero de 81 milímetros, otro de 60, una bazuca de 3,5 pulgadas, dos
fusiles automáticos Browning, una subametralladora Thompson, fusiles
semiautomáticos Garand, carabinas San Cristóbal y fusiles Springfield. Las armas
estaban provistas de parque relativamente abundante para la campaña que debían
librar, y el personal disponía de suministros para un mes de operaciones en la
montaña.
El batallón se movilizó el 9 de junio, y alrededor de las 4:00 de la tarde
salió en camiones hacia Santiago de Cuba. Como parte del convoy, además del
personal y los pertrechos, iban dos jeeps y otras tantas arrias de mulos
recogidas en la zona de Contramaestre. Antes de la salida se le agregaron
también a la tropa, en calidad de prácticos, cinco conocedores de la zona de la
Sierra, donde iba a operar la unidad. Esa misma noche abordaron en Santiago de
Cuba la fragata Máximo Gómez y otra embarcación.
Después de navegar toda la noche, las dos embarcaciones llegaron en horas de
la mañana frente al lugar conocido como Las Cuevas, al pie mismo del macizo del
Turquino.
Cerco al Batallón 18 al mando del comandante José
Quevedo, combate en el río La Plata.
Cerco al Batallón 18 al mando del comandante José
Quevedo, combate en el río La Plata.
Mensaje del capitán Ramón Paz al Comandante Fidel
Castro, en el cual le informa del desembarco enemigo por Las Cuevas y las deci-
siones adoptadas; solicita parque 30.06 y espera sus órdenes, 10 de junio de
1958.
Salvo las exploraciones y los tiros de limpieza que acompañaban habitualmente
una operación de este tipo, el desembarco se produjo sin incidencias combativas.
En Las Cuevas no había personal rebelde. De hecho, era uno de los poquísimos
lugares con condiciones relativas para el desembarco que no había sido cubierto
por nosotros, producto de la escasez de fuerzas de que disponíamos en ese
sector.
Debo decir que mi primera reacción al recibir las informaciones iniciales
sobre el desembarco fue de sospecha. En un mensaje, enviado a Paz al día
siguiente, escribí que, de ser cierta la noticia:
[...] indicará indudablemente que [las fuerzas
enemigas] estaban en conocimiento de la posición de nuestras tropas
[...].
Estaba esperando yo tener algunos hombres más
armados para custodiar este último punto [Las Cuevas] que era el que nos
faltaba.
Desgraciadamente, en la documentación ocupada al enemigo no existen
referencias a las razones que determinaron la selección de Las Cuevas para el
desembarco. Sin duda, las playas de Ocujal o de La Plata, por mencionar solo dos
puntos, tenían mejores condiciones naturales y, por esa razón, eran los puntos
mejor fortificados por nosotros y a los que habíamos destinado mayor cantidad de
personal rebelde en espera del desembarco. Sin embargo, la decisión de escoger
Las Cuevas -feliz para el mando enemigo- permitió que el desembarco del día 10
se llevara a cabo sin resistencia de ningún tipo. No era aventurado conjeturar
que de haber estado emplazada en Las Cuevas, aunque fuera una patrulla rebelde,
el desembarco, en las difíciles condiciones en que se produjo, hubiera sido
prácticamente imposible o, en el peor de los casos, se hubiera llevado a cabo al
costo de no pocas bajas del Ejército.
Por una coincidencia singular, el 9 de junio, el mismo día que se movilizó el
Batallón 18 desde Maffo, escribía yo desde la Sierra un mensaje al jefe de esa
tropa. Una hermana del combatiente rebelde Orlando Pantoja, Olo, que vivía cerca
de Contramaestre, había subido en esos días a la loma con alguna misión. Por esa
vía me había enterado de que el jefe de la tropa acantonada en Maffo era
José
Quevedo, quien había sido un compañero de aulas en la Universidad de La
Habana, y con quien había establecido entonces relaciones relativamente
cordiales, antes del golpe de Estado de Batista. Decidí escribirle, tal como le
puse en la carta (documento p. 435): “(…) sin pensarlo, sin decirte ni pedirte
nada, sólo para saludarte y desearte muy sinceramente buena suerte”.
Carta de Fidel a José Quevedo, jefe del Batallón 18 del
Ejército de la tiranía y antiguo compañero de estudios, en la cual apela al
patriotismo y la honestidad del jefe militar, 9 de junio de 1958. (1 de 6)
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En realidad, en la carta hice bastante más que saludarlo:
Era difícil imaginar cuando usted y yo nos
veíamos en la Universidad que algún día estaríamos luchando el uno contra el
otro, a pesar de que, tal vez, ni siquiera albergamos distintos sentimientos
respecto a la patria cuya sola idea estoy seguro usted venera como la venero
yo.
Así comenzaba la carta, y proseguía con una amarga valoración de la conducta
criminal del Ejército enemigo y de tantos jefes que, a diferencia de Quevedo,
habían convertido el oficio militar en ocupación de matarife. Recordando
aquellos años le escribía al antiguo compañero de estudios:
No tenía entonces, como no tengo hoy, a pesar
de lo doloroso de las circunstancias que han situado a las Fuerzas Armadas junto
a la más nefasta política que recuerda nuestra historia, sentimientos de odio
contra los militares. He enjuiciado con palabra dura la actuación de muchos y en
general del Ejército, pero jamás mis manos ni la de ninguno de mis compañeros se
han manchado con la sangre ni envilecido con el maltrato de un militar
prisionero [...].
Y concluía con esta apelación indirecta a los sentimientos de honor
y honestidad del jefe militar:
Ni siquiera el espíritu de cuerpo, que es
sostén de la unión, el sentimiento que explotan los que han llevado al Ejército
a una guerra absurda e insensata, existe realmente, porque el más digno, el más
honorable de los militares, por simples sospechas puede ser detenido, humillado,
golpeado y lanzado a las mazmorras de una prisión como vulgar delincuente, lo
que no toleraría jamás ningún ejército con verdadero espíritu de cuerpo en las
personas de sus oficiales.
No era difícil adivinar la intención que se ocultaba tras esta carta. Al
igual que Quevedo, en el Ejército de la tiranía había otros oficiales no
comprometidos con los crímenes y abusos, potencialmente descontentos con el
oprobio en que se había sumido la carrera de las armas en Cuba, y que, por esa
vía, pudieran ser susceptibles de rebelarse ante esa situación. El llamado sutil
e indirecto a la conciencia y al sentido del honor militar de vieja escuela
pudiera sembrar en un individuo de los antecedentes de Quevedo -después me
enteraría que incluso había estado involucrado en la conspiración militar contra
Batista abortada en abril de 1956- la primera semilla de cuestionamiento.
Sin embargo, por razones obvias, la carta no pudo llegar a su destino. Mi
siguiente contacto con este oficial tendría lugar en circunstancias bien
distintas.
Las primeras noticias no confirmadas del desembarco enemigo me llegaron al
anochecer del propio día 10. Mis disposiciones iniciales fueron mandar a buscar
de la zona de Las Mercedes al pelotón de Andrés Cuevas, y pedirle al Che el
rápido envío de siete hombres de Minas de Frío, cinco de ellos armados con
fusiles Garand.
“Ahora hay que prestar a la costa el máximo de atención”, escribí al amanecer
del miércoles 11 en un mensaje a Orlando Lara, quien para esa fecha había subido
con parte de sus hombres desde el llano con la misión de ocupar posiciones en el
camino de Las Mercedes a las Vegas de Jibacoa.
El capitán Orlando Lara.
Después del desembarco en Las Cuevas, se hizo evidente el plan enemigo de
avanzar sobre el corazón del territorio rebelde desde tres direcciones
principales. Por el noroeste, desde Las Mercedes y Arroyón, rumbo a las Vegas de
Jibacoa, y quizás Providencia; por el nordeste, desde la zona de Buey Arriba
hacia el firme de la Maestra, hasta el momento -al parecer- en dirección de
Santana y La Jeringa; y por el Sur, desde Las Cuevas hacia Palma Mocha y el alto
de La Plata. Todavía en esta fecha no quedaba clara la dirección del golpe
principal en el sector noroeste, aunque se presumía que estaría dirigido hacia
San Lorenzo o las Vegas de Jibacoa, tampoco se había producido el cambio de
trayectoria de la penetración del Batallón 11, que avanzaba desde Minas de
Bueycito.
Maniobra realizada para el Plan F-F. Mayo-junio-julio
de 1958. La ofensiva de verano intentó la penetración en el territorio rebelde
por tres direcciones principales.
Maniobra realizada para el Plan F-F.
A partir del desembarco del Batallón 18 en Las Cuevas, la defensa de la zona
del río La Plata adquirió importancia prioritaria porque, de las tres amenazas,
era la que implicaba mayor riesgo. El acceso al territorio rebelde central era
más factible desde el Sur, además, un avance desde esa dirección pondría en
peligro inmediato el campo aéreo de la boca de Manacas. ”[...] hay que
tratar de defender Alfa [la pista de los aviones] lo que se pueda y evitar que
penetren desde el mar”, le escribí al Che en la noche del 10 de junio. En el
mismo mensaje, le pedía los siete hombres de refuerzo: “La cuenca de la Plata es
el punto que debemos retener más tiempo”.
No me cabía la menor duda, a esas alturas, de que el desembarco del Batallón
18 en el Sur, unido a las informaciones recibidas de Ramiro acerca del reinicio
de violentas acciones en la zona de Minas de Bueycito, indicaban que el enemigo
se disponía a lanzar la segunda fase de su ofensiva, es decir, la penetración a
fondo en el corazón rebelde. Como parte de las disposiciones de reforzamiento
general de la defensa del territorio en torno a La Plata, fue el 11 de junio, al
día siguiente del desembarco, cuando cursé la orden a Camilo de regresar a la
Sierra con los 40 hombres mejor armados y más aguerridos de su tropa en el
llano.
Orden de Fidel a Camilo para que se trasladara de los
llanos del Cauto a la zona del Primer Frente en la Sierra Maestra, con vistas a
reforzar la defensa del territorio rebelde contra la ofensiva enemiga, 11 de
junio de 1958. (1 de 2)
Orden de Fidel a Camilo para que se trasladara de los
llanos del Cauto a la zona del Primer Frente en la Sierra Maestra, con vistas a
reforzar la defensa del territorio rebelde contra la ofensiva enemiga, 11 de
junio de 1958. (2 de 2)
En lo que respecta al frente sur, a raíz de las noticias sobre el desembarco
del Batallón 18 en Las Cuevas, mi impresión, y casi convicción era que el
enemigo desembarcaría posiblemente también al oeste de La Plata, en El Macho, El
Macío o quizás, incluso, en La Magdalena, y avanzaría de manera simultánea desde
el Este y el Oeste por los caminos de la costa hacia el río La Plata. Una vez
unidos en la desembocadura, iniciarían el avance río arriba.
Por tanto, en la primera evaluación de la situación táctica que realicé
después del desembarco enemigo en Las Cuevas, no figuraban en un primer plano,
en ese preciso momento, otras variantes de acción del enemigo, como pudieran
ser, entre algunas que cabría mencionar, la posibilidad de un desembarco directo
en la desembocadura de La Plata, la penetración desde El Macho o El Macío -en
caso de un desembarco en alguno de esos puntos- en dirección a la zona de
Caracas, el avance por el río Palma Mocha o el desembarco en La Magdalena y el
avance por ese río en dirección a El Coco y El Roble, y de ahí a Minas de Frío o
hasta Cahuara, y de allí a Jigüe. De todas formas, estas contingencias, si bien
más remotas, había que preverlas en algún momento en los planes defensivos.
Hay que tener en cuenta, además, que en lo que respecta específicamente al
frente sur, la situación se tornó muy fluida en el curso de los días posteriores
al desembarco enemigo, y con ella iba evolucionando también de manera muy
dinámica nuestra planificación defensiva.
En mantenerse constantemente al tanto de los acontecimientos, y siempre un
paso por delante de ellos, en esa suprema flexibilidad operativa radicó una de
las claves tácticas más importantes del éxito del Ejército Rebelde. Esta primera
fase de la campaña en el frente sur de la ofensiva, hasta la llegada de Quevedo
a Jigüe, constituye quizás uno de los ejemplos más significativos.
Lo que sigue a continuación es un intento de reconstrucción de la vertiginosa
marcha de los acontecimientos durante estas primeras jornadas de lucha en el
Sur.
En un mensaje a Pedro Miret, quien seguía al frente de la fuerza rebelde
atrincherada en la desembocadura del río La Plata, la mañana del 11 de junio, al
día siguiente del desembarco del Batallón 18, le trasmití las instrucciones para
la defensa de ese sector:
Carta de Fidel a Pedro Miret con indicaciones precisas
sobre la resis- tencia en la costa y el envío de armamento, 11 de junio de 1958.
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La primera resistencia hay que hacerla en la
costa y por los flancos lo más lejos posible en los lugares más estratégicos de
los caminos que vienen del Macho y Palma Mocha. Cuando hayan tenido que
replegarse hasta el río [La Plata], resistir entonces río arriba hasta el campo
[de aviación], metro a metro. Destruir el avión si no podemos hacer nada por
salvarlo e inutilizar el tractor quitándole y guardando algunas piezas
esenciales. Después la resistencia hay que hacerla río arriba hasta el Jigüe. Es
muy importante que tengan que pagar con muchas vidas cada kilómetro que avancen
hacia nosotros. Hacer muchas trincheras donde quiera que vayan a
resistir.
Como se puede apreciar, estas instrucciones recogían el sentido esencial de
nuestro plan general, es decir, la resistencia escalonada y tenaz al enemigo,
para dificultar y demorar su avance el mayor tiempo posible y desgastarlo de
manera incesante e inexorable. No se trataba de detenerlo en un primer momento,
difícilmente podríamos lograrlo con los efectivos rebeldes concentrados en la
costa.
Obsérvese también la mención a Jigüe como último punto contemplado
implícitamente en la retirada rebelde y, por tanto, en la penetración enemiga.
De hecho, ya en este momento yo tenía previsto ese lugar como el posible
escenario de la batalla decisiva en este sector. No se trataba de un sueño o una
inspiración. Era el resultado de un íntimo conocimiento del terreno y de la
consagración al estudio y el análisis de los modos de actuar del Ejército, lo
que me llevaba a predecir, por lo general con bastante exactitud, lo que iba a
ocurrir. De aquel ajedrez de batallones moviéndose, apoyados por la aviación
militar y la marina podían salir todas las variantes, esos dos factores fueron
esenciales en la elaboración de las ideas que condujeron a la derrota
enemiga.
Y en otro mensaje inmediatamente posterior, volví a insistirle: “Tienes q.
resistir de verdad y no dejarlos llegar al Jigüe ni a Purialón si es posible.
Ese camino es formidable para combatir”.
Con el desembarco en Las Cuevas ya no tenía sentido la defensa de Ocujal y la
permanencia allí del pelotón rebelde de Ramón Paz. Al día siguiente del
desembarco ordené a Paz que se replegara hacia el río Palma Mocha, a la altura
de la casa del colaborador campesino Emilio Cabrera, en El Jubal, que era donde
venía a salir uno de los caminos que partían de Las Cuevas y, por tanto, una de
las posibles vías de penetración del enemigo.
El capitán Ramón Paz, de “probada inteligencia,
iniciativa y decisión”
Cursadas las instrucciones antes citadas a Pedro Miret para la defensa del
río La Plata, me dediqué entonces a organizar las primeras medidas defensivas en
la zona entre el Turquino y Palma Mocha. Instruí también a Paz que ordenara a la
escuadra de Vivino Teruel, la que hasta ese momento cuidaba la desembocadura del
río Palma Mocha, que se retirara casi un kilómetro río arriba y preparara una
primera línea defensiva en espera de nuevas instrucciones. Igualmente, Paz debía
enviar una escuadra de su tropa “[...] lo más avanzada posible por el camino de
la casa de Emilio [Cabrera] a las Cuevas, que esté al acecho de cualquier
movimiento enemigo por ese camino y hacerle la primera resistencia”.
También le indiqué a Almeida que, con algunos de los hombres traídos por él
desde el Tercer Frente, se ubicara en el alto de Palma Mocha, entre este río y
el de La Plata, como una especie de reserva dispuesta a moverse hacia donde
fuese necesario.
Ya en esos momentos, nuestra preocupación principal no era que el enemigo
ocupara Ocujal o Las Cuevas, o cualquier otro punto de la costa, salvo la
desembocadura del río La Plata. Así se lo hice saber a Paz en un extenso mensaje
que le envié al mediodía del 11 de junio, en el que expresaba cuál constituía
nuestro objetivo esencial a la luz de la situación táctica creada después del
desembarco:
“Ahora lo que hay que impedir es que [el enemigo]
avance hacia arriba”.
En ese mismo mensaje analicé los cursos más posibles de acción de la tropa
que había desembarcado, partía de la premisa de que su primer movimiento sería
la ocupación de Ocujal y de la playa de Palma Mocha para asegurar sus dos
flancos. De ahí en adelante, las tres variantes principales eran: el avance
desde Las Cuevas hacia el curso superior del río Palma Mocha por el camino que
sale a El Jubal, el avance hacia el mismo punto a lo largo del camino que sigue
el curso del río desde la desembocadura, y el avance hacia La Plata por el
camino de la costa. En el primer caso, chocarían con la escuadra avanzada de la
tropa de Paz; en el segundo, con la de Teruel; y en el tercero, con la que Miret
tendría emplazada en el camino de la costa, lo más cerca posible del río Palma
Mocha, de acuerdo con las instrucciones que yo le había enviado. En este último
caso, la escuadra de Teruel debía hostigar a la fuerza enemiga desde la
retaguardia.
El capitán Ramón Paz
Dentro de esta planificación inicial, el grueso del personal de Paz quedaría
también como una reserva que debía maniobrar de acuerdo con las circunstancias.
Había que prever también la contingencia de que uno de los dos caminos -el de la
loma o el del río- fuera dominado por el enemigo; en tal caso, el ala rebelde
que hubiera hecho contacto debía replegarse hasta la casa de Cabrera, punto que
funcionaría como pivote en la planificación de contingencia. “[...] ahí comienza
otro plan”, le anuncié a Paz y, en efecto, ya lo estaba elaborando sobre la base
del redespliegue de esas mismas fuerzas en los distintos accesos al firme de la
Maestra, en la zona de Palma Mocha.
Y, finalmente, como posibilidad más remota: “Ellos, los guardias, pueden
poner una pica en Flandes y subir por el Turquino, pero si hacen eso, ya nos las
arreglaremos para que no vuelvan a subir”. En esta improbable variante lo que
procedería, además de reforzar las posiciones de la escuadra adelantada de Paz,
sería cerrar con alguna otra fuerza la salida del pico Turquino hacia el alto
del Joaquín y, eventualmente, hacia el curso superior del río Yara o el firme de
la Maestra al este de La Plata.
En realidad, al enviar este mensaje yo suponía que Paz ya se había replegado
desde Ocujal hacia el río Palma Mocha, en cumplimiento de las instrucciones que
tenía en caso de que el desembarco enemigo se produjese en cualquier otro punto
al oeste de Ocujal. Sin embargo, Paz había decidido esperar mi respuesta a la
comunicación enviada sobre el desembarco, y se había limitado a reforzar al
grupo que, al mando de Fernando Chávez, custodiaba la playa de Bella Pluma y el
camino de la costa entre Las Cuevas y Ocujal. Teruel, en cambio, al observar el
desembarco enemigo desde su posición en la desembocadura del río Palma Mocha,
ejecutó en la mañana del día 11 el repliegue de su escuadra río arriba, lo único
que, no solamente un kilómetro como yo le instruiría, sino hasta la misma casa
de Emilio Cabrera.
Existía un camino que remontaba, aproximadamente de Sur a Norte, todo el
curso del río Palma Mocha, desde la desembocadura hasta la casa de Emilio
Cabrera. Ese era el que había seguido nuestra pequeña fuerza rebelde tras el
primer combate victorioso en la desembocadura de La Plata, el 17 de enero de
1957. Todos estos eran, de más está decirlo, caminos o senderos de montaña en
los que solo se podía transitar a pie y, en algunas porciones, en mulo o a
caballo. La zona, además, estaba cubierta del monte virgen e impenetrable de la
Sierra, por el que nada más sabían caminar campesinos y rebeldes.
En cuanto al sector más occidental de la costa, yo tenía en realidad pocas
esperanzas de que los pequeños grupos rebeldes destacados en El Macho y El Macío
-formados principalmente por personal no fogueado proveniente de la Columna 7 de
Crescencio Pérez, constituida en su mayoría por campesinos de la zona- pudieran
ofrecer una resistencia eficaz a cualquier intento de desembarco del enemigo por
esos lugares. Por otra parte, dentro de mi esquema táctico, no resultaba tan
importante la defensa de esos dos puntos de la costa como la del camino de
acceso desde el Oeste hacia La Plata, donde se ubicaban Radio Rebelde y la
Comandancia.
Teniendo en cuenta, inclusive, la posibilidad de un segundo desembarco en La
Magdalena, entre La Plata y El Macho, aquellos grupos quedarían en ese caso en
la retaguardia enemiga, y su función se limitaría a cubrir el acceso por el río
de El Macío o el alto de El Macho hacia la zona de Caracas. Pero, entre las
variantes de maniobra del enemigo, esta era la más improbable a mi juicio, ya
que esa ruta los alejaría del centro fundamental del territorio rebelde. Aun
así, orienté al Che, el día 12, que enviara instrucciones a Crescencio,
responsable inmediato del sector más occidental, en el sentido de que
fortificara el camino de El Macío a El Ají, Arroyones y San Lorenzo.
Sobre la base de todas estas consideraciones decidí, el día 11, retirar de El
Macho la escuadra de seis hombres al mando del teniente Ciro del Río, enviado
allí unos días atrás, y ponerla a las órdenes de Pedro Miret en el camino
costero de La Magdalena a La Plata. Veremos más adelante que una parte adicional
del personal de la Columna 7 fue destinada a cubrir otras posiciones
importantes.
En definitiva, mi aspiración era organizar con los escasos recursos de que
disponía una defensa lo suficientemente estructurada del río La Plata, que
demorara todo lo posible el dominio enemigo sobre el río.
“Tengo un plan que me parece bueno para defender la cuenca de la Plata por lo
menos tres meses, de modo que haya un punto seguro por donde recibir armas”, le
escribí al Che en un mensaje al día siguiente del desembarco. Y a Miret le
repetí en un tercer mensaje del propio día 11:
“Defenderemos La Plata tenazmente desde los
dos flancos y por el mar”.
En realidad, todavía me pregunto por qué los estrategas enemigos no
realizaron un desembarco de apoyo al Oeste, pues la presencia de sus fuerzas en
la zona de El Macho nos hubiera obligado a dispersar aún más nuestros limitados
recursos defensivos en el frente sur, con lo que las posibilidades de una
penetración más rápida al interior del territorio rebelde hubiesen sido mucho
mayores.
Cuevas llegó con su escuadra a Mompié, donde estaba situada momentáneamente
mi Comandancia, a las 10:00 de la noche del mismo día 11. Llegaba de combatir
durante más de cinco horas esa misma mañana en Las Mercedes, y de una caminata
infernal bajo la lluvia, entre el fango, a través de ríos crecidos. “Esta gente
de Cuevas es formidable”, escribí en un mensaje a Pedro Miret al día siguiente.
“Ayer combatieron con el ejército en las Mercedes, desde las 8 hasta la 1 y 30,
obligándolo a retroceder. A las 10 de la noche, bajo la lluvia, ya estaban aquí
cumpliendo mi orden”. Con esta proeza, Cuevas demostró una vez más que era uno
de los jefes rebeldes más eficientes, y capaces de realizar con los hombres bajo
su mando las tareas más difíciles y heroicas.
Esa noche, la fatigada tropa de unos 15 hombres comió lo que Celia dispuso y
descansó, mientras su jefe me informaba de los últimos acontecimientos en la
zona de Las Mercedes, y escuchaba mis pormenorizadas instrucciones sobre su
crucial misión. A la mañana siguiente, poco después del amanecer, ya estaban en
camino hacia su nueva posición, del otro lado de la Maestra, acompañados por la
escuadra solicitada al Che, al frente de la cual iba el teniente Hugo del Río,
hermano de Ciro.
Con Cuevas envié nuevas disposiciones para los capitanes rebeldes de la
costa. El pelotón de refuerzo debía situarse en la desembocadura del río Palma
Mocha, sobre la margen que daba para La Plata, en una posición tal que dominara
la orilla del mar, contra cualquier intento de desembarco, y el llano de la
desembocadura, en caso de que el enemigo entrara por tierra desde Las Cuevas.
Esta fuerza contaba con una ametralladora de trípode calibre 30, que manejaba
Primitivo Pérez.
La ubicación de Cuevas en este lugar respondía al presupuesto táctico de que
el objetivo principal del enemigo, desembarcado por el Sur, era el dominio de la
cuenca de La Plata y que, para ello, como paso previo elemental, tendría que
ocupar la desembocadura del río Palma Mocha, bien por tierra o por mar. Y como,
por fortuna, tenía un estrecho conocimiento del terreno, sabía que este lugar
era propicio para una buena emboscada, en cualquiera de los dos casos. La boca
de Palma Mocha ya había servido de escenario, en agosto de 1957, de uno de los
más violentos combates sostenidos durante el primer año de guerra.
Según mis nuevas instrucciones, la escuadra de Teruel se mantendría más
arriba en el río, específicamente “[...] unos cincuenta metros más allá del
punto donde el camino que viene de las Cuevas se une al de Palma Mocha”.
Interpretando rigurosamente esta orientación, Teruel debía posicionarse más allá
de la salida al río del ramal derecho del camino; de los dos primeros, el
situado aguas arriba. Finalmente, cinco hombres ocuparían posiciones sobre ese
mismo camino, en el firme de la margen izquierda del río, con el fin de impedir
la llegada de refuerzos desde Las Cuevas a la tropa que hubiera chocado con la
escuadra rebelde en el río.
Una muestra del grado de detalle con que en esos días tomábamos nuestras
previsiones, está en la instrucción siguiente contenida en el mensaje: “Esos
hombres no deben situarse entre el camino y el mar, sino por la parte de arriba
del camino”. Es decir, se previó, inclusive, la posibilidad de que si se
situaban del otro lado, pudieran quedar encerrados en el momento del combate
entre la retaguardia de la columna enemiga y el mar.
Paz, mientras tanto, como oficial más antiguo, y como demostración de la
confianza que tenía depositada en él, asumiría la responsabilidad general de
estas posiciones, y se mantendría con la mayor parte de su tropa en la casa de
Emilio Cabrera para moverse según las circunstancias. La ametralladora calibre
50 manipulada por Albio Ochoa y Fidel Vargas, una de las dos trasladadas de
Costa Rica en el avión que trajo a Miret, se sumaría a Teruel para atacar por la
retaguardia cuando chocaran con Cuevas, en caso de que la tropa enemiga bajara
hacia la desembocadura del río.
Con estas disposiciones quedaba preparada lo que yo consideraba una trampa
perfecta:
Situados así lo más conveniente para nosotros
es que [los guardias] viniesen por tierra, donde podría ocurrir algo más grande
que en el Oro o el Pozón, porque yo les aseguro que si entran allí no pueden
salir. Si vienen por mar, también serían rechazados aunque no sería grande la
encerrona.
Las referencias en este documento aluden a la emboscada en el Oro de Guisa
contra el refuerzo, durante el Combate de Pino del Agua, en febrero de 1958, y
al Combate del Pozón en abril, acciones ambas muy favorables para nosotros.
Segundo Combate de Pino del Agua 16 y 17 de febrero de
1958. En esta acción la guerrilla combinó tácticas y movimientos más
complejos.
Segundo Combate de Pino del Agua
Las instrucciones a Paz y Pedrito se completaron con advertencias estrictas
acerca del ocultamiento de las posiciones y evitar que se filtrara su ubicación,
por indiscreción de algún vecino, al enemigo; la preparación de trincheras y
fortificaciones adecuadas para resistir, incluso, el bombardeo naval y aéreo; y
la necesidad de ahorrar al máximo el parque.
Finalmente, la última prevención a Pedro Miret: “Pedro debe tener siempre por
lo menos dos hombres armados frente a la pista, por si ellos intentan un
descenso de tropas en helicópteros”.
Por aquellos meses se había hablado de una compra de helicópteros realizada
por Batista, y recuerdo que durante algún tiempo nos preocupó un desembarco
helitransportado.
Sin embargo, al parecer, este nunca fue tenido como una opción por los
planificadores militares de la tiranía.
El examen de las disposiciones tácticas, y mi evaluación de la situación
operativa, lo realicé en esta comunicación dirigida al Che, a quien mantenía
siempre informado al detalle de la marcha de los acontecimientos:
Los soldados están realmente en una posición
mala, pues tienen que moverse. Ante la imposibilidad de trancarlos en las dos
direcciones se les va a preparar la encerrona por Palma Mocha que ofrece
excepcionales ventajas, al mismo tiempo que protege La Plata de un avance
enemigo por ese lado. Hay que contar como perdido a Ocujal porque no hay hombres
suficientes para defenderlo. También tenemos que descontar El Macho por donde
desembarcan cuando quieran. [...]
Así, mientras el Turquino nos sirve de apoyo a
la izquierda, impediremos que avancen hacia la Maestra desde Las Cuevas y hacia
La Plata por la orilla del mar. Esta última puede ser defendida eficazmente
desde el mar y por los caminos costeros. Estoy seguro de que hacia allí se
dirige el plan del Ejército.
Casi al final de este mismo mensaje, por cierto, añadí con cierta
displicencia: “Es una verdadera marea de soldados la que se nos viene encima”. Y
era verdad, pero yo estaba absolutamente convencido de que podríamos contener y
rechazar esa marea. Por esos días había expresado esta misma idea en una nota
que escribí para Radio Rebelde:
Es una verdadera marea de soldados los que ha lanzado la dictadura contra
nosotros. Será también un mar de sangre la que van a dejar en los caminos de la
Sierra Maestra a medida que intenten avanzar, si es que encuentran valor
suficiente en la causa vergonzosa que están defendiendo.
En los días inmediatamente posteriores al desembarco del Batallón 18 en Las
Cuevas, ocurrido sin incidente combativo alguno, la tropa enemiga se dedicó a
establecer su campamento y realizar algunas incursiones de exploración a lo
largo de los dos caminos que salían del lugar, a saber, el de la costa, en
dirección a El Dian y Bella Pluma; y el de la loma, en dirección al río Palma
Mocha. En ninguna de estas primeras exploraciones se produjo contacto entre
nuestras fuerzas y el enemigo. Los guardias llegaron, incluso, hasta ocupar
temporalmente el caserío de Bella Pluma, observados de cerca por la patrulla
rebelde al mando de Fernando Chávez, pero no realizaron ningún intento de
avanzar más allá, en dirección a Ocujal, donde estaba situado el pelotón de
Ramón Paz.
El jueves 12 de junio, el mismo día en que Andrés Cuevas salió de Mompié para
ocupar su posición en la boca de Palma Mocha, un pelotón de la Compañía Escuela
de Cadetes del batallón enemigo entró hasta ese lugar, y se retiró después de
quemar las dos o tres casas campesinas que encontró a lo largo del río.
No fue sino hasta el día siguiente cuando las distintas fuerzas rebeldes en
la zona comenzaron a ocupar las posiciones dispuestas en mis nuevas
indicaciones. La pequeña tropita de Cuevas, después de realizar durante toda la
jornada del 12 una marcha forzada a través de Mayajigüe, Camaroncito y El
Naranjal, subió al atardecer al alto de La Caridad y se descolgó del otro lado.
Esa noche acamparon y prepararon comida en la casa de Graciliano Hierrezuelo, en
La Caridad, y Cuevas envió un mensajero a Ocujal para trasmitir a Paz mis
instrucciones.
Al día siguiente, el personal rebelde dejó sus mochilas en la casa y bajó
hasta el río Palma Mocha, y luego río abajo para ocupar su posición en la
desembocadura. En la casa de Hierrezuelo, en La Caridad, quedaron tres
combatientes, uno de ellos encargado de cocinar para la tropa, y los otros dos
responsabilizados con la custodia de la cocina y las mochilas. El resto del
personal, incluidos los de la ametralladora calibre 30 manejada por Primitivo
Pérez, fue ubicado por Cuevas, de acuerdo con mis instrucciones, en la falda
pedregosa que cerraba y dominaba desde el Oeste el llanito de la desembocadura
del río Palma Mocha.
Al recibir las nuevas instrucciones, Paz trasladó su personal el propio día
13. Como tenía obstruido el camino de la costa por el enemigo, no le quedó más
remedio que cortar a monte traviesa por las faldas del Turquino. Subió por el
arroyo de Ocujal, cruzó a buscar los cabezos de El Dian, pasó por la casa de
Fernando Martínez -donde se le agregaron a la tropa este campesino y su hijo
Albioy descendió por un costado del alto de La Esmajagua hacia el río Palma
Mocha. Al llegar distribuyó a sus hombres en una emboscada sobre el camino del
río, aproximadamente un kilómetro más arriba de El Colmenar. Decidió enviar la
ametralladora 50 a la posición de Cuevas, por lo que Albio Ochoa, Fidel Vargas y
los otros combatientes a cargo de esta arma se trasladaron a la desembocadura.
También sus mochilas quedaron con las de la tropa de Cuevas en La Caridad, y
señalo este detalle por algo que ocurrió días después.
La escuadra de refuerzo enviada junto con Cuevas, al mando de Hugo del Río,
ocupó posiciones con el personal de Paz en el río. La de Teruel, que se había
retirado aguas arriba, fue ubicada por Paz a un lado del camino de Las Cuevas a
El Colmenar, de acuerdo con el plan de dejar pasar al enemigo e impedir luego su
retirada o la llegada de refuerzos. La posición sobre el camino de Las Cuevas a
la casa de Emilio Cabrera fue reforzada con una escuadra al mando de Roberto
Elías, y se situaron postas avanzadas en el camino cerca de Las Cuevas. Con esta
disposición quedó, por tanto, ejecutado el plan para la gran encerrona que le
teníamos preparada al enemigo en Palma Mocha; plan al cual Paz había hecho
algunas modificaciones menores muy sensatas.
Desde la salida del capitán Cuevas de Mompié, no volví a recibir noticias
claras de la situación en el sector de Palma Mocha hasta la tarde del día 15, lo
cual me provocó cierta intranquilidad ante la incertidumbre de que las
posiciones que había ordenado cubrir no se ocuparan antes del movimiento que
seguramente debían iniciar los guardias muy pronto, y se perdiera, en
consecuencia, la posibilidad de darles un golpe fuerte o, al menos, aguantar su
avance hacia La Plata. En la mañana del día 15 recibí un primer mensaje de
Cuevas, un tanto confuso, en el que no me aclaraba si había hecho contacto con
Paz y si este había ejecutado mis instrucciones. Por eso le contesté:
No me gusta cómo van saliendo las cosas ahí. Tú no me das explicaciones
claras. Paz no acaba de llegar y ustedes no se han encargado de averiguar qué
pasa, si recibió o no mi mensaje.
Ya para entonces, sin embargo, Paz hacía dos días que había seguido mis
órdenes, y el día anterior me había enviado dos mensajes que yo aún no había
recibido. En uno de ellos me explicaba detalladamente todas sus disposiciones
(documento p. 446), y en el otro me informaba que ese mismo día -el sábado 14 de
junio- una compañía enemiga había entrado en El Colmenar, a menos de un
kilómetro de su posición, había disparado unos tiros y quemado la casa del
campesino Alberto Peña, y se había retirado de nuevo hacia Las Cuevas. El
tiroteo, por cierto, fue sentido en La Plata por Pedro Miret, quien el día antes
había enviado al mensajero Luis Felipe Cruz Castillo, conocido por Juan Pescao,
y uno de nuestros más eficaces enlaces, a Palma Mocha para hacer contacto con
Cuevas y Paz.
Fidel en la Comandancia de La Plata, mientras elabora
planes para la defensa del firme de la Maestra.
Después de esta incursión de los guardias, Paz decidió con muy buen juicio
trasladar su emboscada más abajo. La nueva posición que ocupó era muy cerca de
El Colmenar, a pocas decenas de metros de la salida del camino que venía de Las
Cuevas.
La llegada en la tarde del día 15 del mensaje de Paz, en el que me explicaba
lo que había hecho, resolvió todas mis preocupaciones de los dos días anteriores
con relación a este sector. Esa misma tarde le envié respuesta:
Me alegra muchísimo saber que ya arribaste a
Palma Mocha. Tengo la impresión de que ahí vamos a obtener una de las primeras
victorias.
Están muy bien las disposiciones y muy clarito
el mapa. Lo único que no me explicas es el punto exacto donde está situado
Teruel. Ten en cuenta que cualquier fuerza nuestra destinada a parar el refuerzo
enemigo debe estar preferentemente situada en un alto estratégico hacia el punto
de donde deba venir el refuerzo, con defensas convenientemente preparadas en
lugar oculto donde tomen posición en el momento preciso. En el caso preciso del
camino que viene de las Cuevas, bien sea el de cerca del mar o el de más arriba,
como se supone que por allí deba venir la tropa, que se va a dejar entrar para
que caiga en la emboscada, las defensas no pueden hacerse en el camino, sino a
un lado, que debe ser por supuesto el más alto.
En el camino que viene de las Cuevas para la
casa de Emilio, sí hay que plantarles las defensas, atravesadas en la ruta para
no dejarlos pasar.
[En] Caso de combate en la Playa, lo más
probable es que el refuerzo trate de llegar por el camino que sale a la casita
donde dormí la última vez que nos vimos; pero aun considerando esto lo más
lógico y probable, al producirse el combate, debes destacar aunque sea una
avanzadilla de dos hombres por lo menos, por el camino de más arriba (el que
sale cerca de donde tú estás situado) para que se adelante lo más posible hacia
las Cuevas y le dispare a cualquier tropa que trate de avanzar por él y retardar
lo más posible su avance.
También, si la escuadra situada en el camino
de las Cuevas a Emilio, es gente rápida y buena, cuando vea que se está
combatiendo por la playa de Palma Mocha, se puede adelantar por el camino,
aproximarse a las postas y tirotearlas para hacerle creer a la guarnición que va
a ser atacada y vacile en el envío de refuerzos. [...]
No descuides darle instrucciones muy precisas
a Teruel, para que sepa lo que tiene que hacer en cualquier circunstancia de
peligro de que le corten la retirada, sobre todo que esté convencido de que aquí
en la Sierra es imposible que copen a nadie y que siempre es posible escapar si
se combate bien.
Con estas disposiciones y con las medidas tomadas por Paz, la trampa que
preparábamos quedaba dispuesta en sus menores detalles. A partir de ese momento,
tuve la más absoluta certeza de que a la tropa enemiga que había desembarcado en
Las Cuevas le esperaba un verdadero desastre una vez que decidiera moverse. Esta
convicción estaba reforzada por la gran confianza que tenía depositada en Paz,
en su inteligencia y espíritu combativo. No por gusto le dije en un mensaje el
día 16:
Estás actuando muy bien. Continúa usando la
cabeza y verás cómo le vamos a ocasionar un descalabro para empezar. En esta
guerra que estamos librando la pericia es el factor decisivo.
En resumen, el plan consistía en lo siguiente: si el enemigo se movía por
cualquiera de los dos caminos inferiores, la escuadra de Teruel lo dejaría
pasar. Al llegar al río, podría seguir en dos direcciones. Si tomaba hacia
arriba, chocaba con la fuerte emboscada de Paz y si bajaba, al llegar a la boca
caía en la emboscada de Cuevas, mientras Paz lo encerraba por la retaguardia. La
misión de Teruel sería impedir la retirada del adversario hacia Las Cuevas y
detener los posibles refuerzos que pudieran enviarle desde allí. Si el enemigo
se movía por el camino superior, en dirección a la casa de Emilio Cabrera,
chocaba con la escuadra de Elías, y Paz debía actuar entonces a discreción,
reforzando esa posición y cerrando la retirada de los guardias.
En la playa de La Plata, entretanto, Pedro Miret mantenía su posición para
impedir cualquier intento de desembarco, y la escuadra de Ciro del Río cubría el
camino de la costa hacia La Plata desde el Oeste, en el caso de un intento de
penetración por esa dirección. En El Macho y El Macío, las fuerzas rebeldes de
la Columna 7, al mando del teniente Raúl Podio, un magnífico oficial, deberían
resistir en caso de desembarco y replegarse por el río Macío. De esta forma,
parecían estar previstas todas las variantes y protegidos todos los accesos
desde el Sur.
Armas utilizadas por el Ejército de Batista contra los Rebelde
Fragata
En 1943, fueron construidas las fragatas 301, José Martí; 302, Antonio
Maceo y 303, Máximo Gómez, cuyos entrenamientos eran efectuados en la Base
Naval de Guantánamo. Estas naves fueron empleadas en misiones de apoyo,
desembarco y hostigamiento a las posiciones rebeldes.
Nacionalidad:
Cuba
Desplazamiento: 2 199
Desplazamiento en pies: 304 (eslora) 37,5
(manga) 13,7 (calado)
Velocidad: 20 nudos
Armamento: 3 cañones de 3
pulgadas, calibre 50 2 cañones AA de 40 mm, excepto la Máximo Gómez, que tenía
3 6 cañones AA de 20 mm
Tripulación: 15 oficiales y 185 alistados, menos la
José Martí que tenía 135.
Bombardero Douglas B-26B/C Invader.
La misión aérea de los Estados Unidos en Cuba propuso adquirir un escuadrón
de estas aeronaves por ser un bombardero ligero, capaz de transportar 4 000
libras de bombas y probado en la guerra de Corea (1950-1953).
Para llevar a
cabo las operaciones sobre la Sierra Maestra y garantizar un mayor radio de
acción, el alto mando del Ejército ordenó crear en la base aérea de Camagüey
un destacamento mixto de la FAEC, compuesto por aviones de combate, de enlace
y de entrenamiento.
Nacionalidad: Estados Unidos
Longitud: 17,75 m
Envergadura: 21,64
m
Altura: 6,55 m
Peso cargado: 16,780 kg
Velocidad máxima: 454
km/h
Alcance: 1850km
Techo de servicio: 6400 m
Tripulación:
4
Ametralladoras Browning M2: 11 cal. 50
Bombas: 2359 kg