Celia, Fidel y Haydeé
Resulta obligado
dedicar, en este recuento de la gran ofensiva enemiga, un capítulo al
funcionamiento del dispositivo de retaguardia de nuestra acción militar, pues su
actividad fue, sin duda alguna, una de las razones de nuestra victoria.
Ya dije antes que
en la labor de retaguardia fue decisivo el papel desempeñado por Celia. Gracias
a ella y a sus colaboradores, yo pude despreocuparme muchas veces de esos miles
de detalles que coadyuvaban al mejor desempeño de nuestras unidades en el plano
militar, y concentrar mi atención en los aspectos estratégicos y tácticos de la
operación.
Un problema
esencial que debía resolver nuestro aparato de retaguardia, quizás el más
importante, era el de garantizar los suministros necesarios para apoyar, tanto
la acción militar -armas, balas y otros pertrechos de guerra-, como los
alimentos y otros bienes -ropa, calzado y equipos.
En el caso de las
armas, no era tanta mi preocupación. La vida y la experiencia de la lucha en la
Sierra habían demostrado, y lo hacían todavía de manera más clara durante la
ofensiva, que el principal suministrador de armas de todo tipo era el enemigo,
al que se las arrancábamos en combate.
Después de las
acciones de la primera Batalla de Santo Domingo, incrementamos de manera
considerable nuestro arsenal, de nuevo aumentado sustancialmente tras la
victoria en Jigüe y en las acciones finales de nuestra contraofensiva. No era,
por tanto, la obtención de armas un asunto de prioridad para nuestra retaguardia.
El
comandante René Ramos Latour, Daniel.
No obstante, como
nunca estaba de más cualquier ayuda en ese sentido, no dejé de insistir a
nuestras organizaciones en el exterior para que continuaran los esfuerzos por
conseguir armas y pertrechos. Pensando en recepcionar las que nos llegaran por
esa vía, habíamos habilitado la pista aérea llamada Alfa en el río La Plata.
Incluso, llegué a advertirles que, en el caso de que Alfa fuese tomada por el
Ejército de la tiranía, siempre cabía la posibilidad de continuar los envíos de
armas por paracaídas sobre algún punto de la montaña no dominado por el enemigo.
La realidad, sin embargo, fue que durante toda la ofensiva no recibimos ningún
otro envío de armas del exterior. Fue suficiente con las que conquistamos en
combate.
En sentido
general, tampoco era de gran preocupación obtener balas, pues también nuestro
suministrador principal era el enemigo. Sin embargo, para mí, sí era fundamental
la cuestión del ahorro de esas balas. A lo largo de estas páginas hemos visto la
importancia que yo concedía al tema del ahorro del parque, y la gran irritación
que me producía el gasto excesivo e inútil de balas que, en ocasiones,
realizaban algunos combatientes.
El 5 de junio,
por ejemplo, le escribí a Celia:
Creo que los planes de defensa
han sido adelantados bastante. El problema que me preocupa mayormente hoy por
hoy es que la gente no acabe de darse cuenta [de] que en un plan de resistencia
continua y escalonada, no se puede tirar en dos horas las balas que deben durar
un mes. Lo único que me queda por hacer es guardar bien las que me quedan y no
dar una bala más a nadie, hasta que no sea ya cuestión de vida o muerte porque
realmente no le quede a nadie una bala. ¿Recuerdas el día que íbamos a ver a
Horacio [Rodríguez] el segundo día de combate en las Mercedes, que escuchamos
fuego de fusiles? Pues bien: en esos 15 minutos solamente, Raúl Castro [Mercader]
tiró 80 balas con su fusil. Yo no me canso de insistir en ese problema que es
realmente nuestro talón de Aquiles.
A tal punto
llegaba mi obsesiva atención al asunto, que determiné crear en La Plata una
reserva central de balas manejada personalmente por mí. Una de las funciones que
cumplió Ramiro durante buena parte de la ofensiva fue la de ser el administrador
de esta reserva, con instrucciones expresas de no entregar nada sin mi
autorización. Esta tacañería mía no era comprendida por todos los jefes
subalternos, pero muchos otros, como el Che, estaban conscientes de que esta
extrema austeridad en el caso del uso del parque era una política necesaria.
Rodeado por
los guerrilleros, el cadete Evelio Laferté, prisionero de las tropas rebeldes,
responde a las preguntas del Che.
En estas páginas
he citado la preocupación que al respecto manifestaba, por ejemplo, Braulio
Curuneaux, quien con frecuencia me daba parte de la cantidad exacta de balas
utilizadas en un combate y, con mucha precisión, de las que le quedaban. Y eso
que Curuneaux, magnífico combatiente y maestro en el uso racional y efectivo de
la ametralladora calibre 50 -nuestra única “artillería” hasta que no conseguimos
morteros y bazucas- en muy contadas ocasiones no fue ejemplo de ahorro estricto
del parque de su arma.
Donde debía
lucirse nuestra retaguardia era en garantizar otros suministros, sobre todo,
alimentarios.
Ya dije que, en
previsión de la ofensiva, creamos en el barrio de Jiménez, cerca de La Plata, en
la finca del colaborador Radamés Charruf, una fábrica de carne salada. La
tasajera de Jiménez, bajo la dirección del combatiente Gello Argelís, funcionó
durante toda la ofensiva, incluso cuando la penetración desde el Sur, del
Batallón 18, condujo al enemigo muy cerca de Jiménez. Mediante una constante
selección y transportación de ganado bajo los bombardeos y la metralla de la
aviación enemiga, la producción y el suministro de carne salada a nuestras
fuerzas en las primeras líneas de combate nunca faltó.
Los médicos
René Vallejo y Manuel Piti Fajardo en el hospital de campaña de Pozo Azul,
Sierra Maestra.
Otro tanto puede
decirse de la producción de queso, organizada por Celia en diversos puntos del
territorio, y su distribución entre nuestros combatientes. Un ejemplo de la
flamante producción láctea queda de manifiesto en este mensaje que le cursó
Celia el 12 de julio, desde el alto de Cahuara, a Ramón Paz (documento p. 461),
quien en ese momento estaba posicionado en Purialón, en espera de la llegada de
los refuerzos que debían ir a socorrer a la tropa enemiga sitiada desde el día
anterior en Jigüe:
Ahí le manda el Comandante ese
queso y cigarros para usted y Orestes [Guerra]. Aunque sabemos que se abastecen
por allá y malamente, igual aquí, pero así la vamos pasando. Queremos que
participen del primer queso de la quesería nuestra.
También de los
días de la Batalla de Jigüe, e igualmente referido a la leche, es este otro
ilustrativo mensaje de Celia a Curuneaux (documento p. 463), quien en ese
momento estaba en la primera línea de combate del cerco a la tropa sitiada en
ese lugar:
A usted y al guardia herido les
mandé leche, para usted dos [latas]. [...] Aquí me quedan tres latas que las he
guardado, una suya mañana y dos de los heridos; esto para asegurar porque yo
mandé a buscar y me debe llegar leche esta tarde, entonces mañana le mandaría
más. Pero si no llega le tengo aunque sea una separada.
Gracias a la
administración de Celia y a su manejo riguroso y organizado de los suministros,
nuestros escasísimos recursos fueron distribuidos de acuerdo con las prioridades
de cada momento.
Y ya que he
mencionado las latas de leche condensada, debo decir que dentro de nuestros
limitados abastecimientos alimentarios este era uno de los artículos que
recibían un tratamiento especial. La leche condensada, por su valor energético y
su gusto tan apreciado, era para nosotros un producto de lujo, y su distribución
estaba sujeta a mis indicaciones personales. Un ejemplo: en previsión de la dura
caminata que tendrían que realizar los hombres de Lalo Sardiñas desde los
alrededores de Santo Domingo -cuando le ordené a Lalo trasladarse sin pérdida de
tiempo a Meriño para completar el cerco a la tropa que había penetrado en ese
lugar-, le envié a Celia la indicación expresa de que entregara a cada uno de
los hombres del pelotón de Lalo dos latas de leche condensada. Sin esta
indicación personal mía, cero leche condensada para los abnegados combatientes
del pelotón de Lalo.
Sentado, a
la extrema derecha, el capitán César Suárez junto a otros combatientes del
Ejército Rebelde.
Otro producto
estratégico que nuestra retaguardia debía asegurar era la sal. La necesitábamos,
no solo para el consumo normal de nuestras tropas, sino también para el
funcionamiento de la tasajera e, incluso, para la actividad de una fabriquita de
cuero que también llegamos a instalar. Como se recordará, en previsión a la
ofensiva, Celia había organizado una producción suficiente de sal en varios
puntos de la costa. Algunas de estas salinas artesanales, cercanas a las
desembocaduras de los ríos La Plata y Palma Mocha, tuvieron que ser abandonadas
tras el desembarco del Batallón 18 en esa zona, pero otras, como las de Ocujal,
La Magdalena, El Macho y El Macío, se mantuvieron funcionando durante toda la
ofensiva, y cubrieron nuestras necesidades básicas. Fue otra proeza de la
retaguardia.
Sin embargo, no
siempre las cosas funcionaron como deseábamos. La movilidad requerida para poder
atender cabalmente el desarrollo de las operaciones o dirigirlas, como en el
caso de la Batalla de Jigüe, supuso para nosotros, desde el punto de vista de
las condiciones materiales que rodeaban al dispositivo de la Comandancia rebelde,
el regreso, en ocasiones, a situaciones características de los primeros meses de
la guerra. Nunca fue esto más evidente que durante los 11 días que permanecí en
el alto de Cahuara, conduciendo la operación de Jigüe. Allí hubo que improvisar
un puesto de mando más o menos permanente dentro del monte; crear condiciones mínimas
para el funcionamiento de la Comandancia y para el abastecimiento de su cocina y
del personal que participaba en el cerco del Batallón 18. Una muestra de los
pequeños y grandes problemas cotidianos durante esos días la ofrece Celia en
este mensaje que envió desde Cahuara a Delsa Puebla, Teté para nosotros (documento
p. 459), en Mompié, el primer día de la Batalla de Jigüe:
Llama por teléfono a Camilo [a
La Plata] y dile que me mande una de las cajas de tabacos que hay allí de Fidel,
que trate de ver a Gello [Argelís] que viene para acá para que la traiga. Aquí
no tiene tabacos Fidel ni el Ché. Al Ché lo llamas [a Minas de Frío] y dile que
Fidel solo se quedó con un tabaco y dos le mandé a él, que mando a buscar a
Camilo y cuando me lleguen yo le mandaré.
En ese mismo
mensaje, Celia se refiere también a otros problemas más serios que este de los
tabacos:
[...] anoche nos mojamos todos y
la mercancía y las balas también. Estamos acampados en el monte y llueve desde
la tarde hasta la salida de la luna. Pedí los nylon y los zapatos desde el día
antes de salir de la Mina; cuéntale a Camilo la necesidad que tenemos para que
se apure y los mande. Hemos pasado dos días sin comer, por aquí no teníamos
nada; recordando tiempos que no han pasado, se alejan pero vuelven.
He cogido el gran catarro.
Esa noche el agua
le cayó encima a la Comandancia.
Una de las
consecuencias del estricto bloqueo impuesto a la Sierra Maestra por el enemigo,
como parte de su ofensiva, fue el hecho de que dejamos de recibir las
contribuciones monetarias que nos enviaban desde el llano, recopiladas a partir
de donaciones de hacendados, empresarios, comerciantes u otras fuentes, así como
de los propios militantes clandestinos del Movimiento. Era este dinero el que se
utilizaba para pagar escrupulosamente toda la mercancía que se adquiría de los
campesinos, sobre todo, viandas y otros productos alimenticios. Sin embargo, a
pesar de las entregas gratuitas espontáneas que realizaron muchos de los
pobladores del teatro de operaciones, pronto encontramos algunas alternativas
para suplir esa carencia de dinero. Un ejemplo de ello queda de manifiesto en
este mensaje que me envió Ramiro el 28 de mayo desde la Columna 4:
He autorizado a un hombre
responsable y serio para hablar con los caficultores de una extensa zona para
recabar fondos. El ejército amenaza por esa zona y es propicio el momento para
la gestión, pues ellos esperan protección. Le he dado instrucciones al enviado
para que los caficultores no vayan a pensar que sus aportes económicos sean un
canje con nuestra protección. Si tienes algún plan para la próxima cosecha de
café házmelo saber para ponerlo en práctica.
Ya recibí la
contesta a una de mis gestiones: $2.000 de crédito en un almacén de Bayamo; ya
salió el primer envío de mercancías para ésta.
Factor de gran
importancia, y muchas veces determinante de nuestro desempeño exitoso en las
acciones emprendidas por las fuerzas rebeldes durante la ofensiva, fue el papel
de los mensajeros rebeldes. A lo largo de estas páginas hemos visto y seguiremos
viendo numerosas ocasiones en que fue posible tomar a tiempo decisiones
cruciales para garantizar el éxito de una operación determinada, gracias a la
celeridad y eficiencia con que nuestros mensajeros trasmitían las órdenes o
indicaciones pertinentes, o me hacían llegar las informaciones enviadas por los
jefes en los frentes de combate.
Ya expliqué en el
capítulo referido a los preparativos para la defensa de nuestro territorio que,
en previsión de la ofensiva, habíamos logrado establecer comunicación telefónica
entre La Plata, la tiendecita de la Maestra y Mompié; que ya durante plena
ofensiva pudo extenderse hasta Minas de Frío, gracias al bravo esfuerzo del
grupo encargado de ello. Ese era todo el alcance de nuestra red telefónica, la
cual, a pesar de su limitación, fue muy útil en varias ocasiones. En cambio, el
enemigo tenía a su disposición todos los medios de comunicación inalámbrica
existentes en aquel momento, sobre todo, equipos de microonda, lo cual le
aseguraba una comunicación inmediata entre sus diferentes unidades, y entre
estas y el puesto de mando de Bayamo o los puestos avanzados en Estrada Palma,
Cerro Pelado, Cienaguilla y otros puntos. Nosotros, sin embargo, teníamos que
depender de la habilidad, la astucia y la resistencia física de nuestros
mensajeros, capaces de recorrer largas distancias en las montañas, casi siempre
a pie, en un tiempo asombrosamente corto.
Fidel en la
Sierra Maestra
Muchas veces los
mensajes eran llevados por algún combatiente escogido por el jefe de una de
nuestras escuadras o pelotones, con estas características que acabo de mencionar.
Pero por lo general, en el caso de los mensajes que yo enviaba desde donde
tuviera instalado en un momento determinado mi puesto de mando transitorio o
sencillamente desde donde me encontrara en esa ocasión, nuestro intercambio de
mensajes era realizado por un grupo selecto de combatientes cuya función era la
de actuar como mensajeros. De todos ellos, quizás el más confiable por su
rapidez y responsabilidad fue el ocurrente Juan Pescao, ya mencionado en estas
páginas. Otros nombres que no puedo dejar de registrar son los de Edilberto
González Rojas y Eliécer Tejeda Peña, ambos subordinados a Remigio Álvarez
Figueredo, quien fungía como jefe de este pequeño grupo de mensajeros al
servicio de la Comandancia.
Con ellos y con
otros, nuestro Ejército Rebelde tiene una enorme deuda de gratitud. Quizás
muchos no hayan disparado jamás un solo tiro ni hayan estado presentes en algún
combate, pero todos se merecen con creces el reconocimiento de su condición de
combatientes, pues también contribuyeron decisivamente a nuestra victoria.
No debe olvidarse
tampoco la labor desarrollada por nuestros arrieros, responsables de trasladar
con sus mulos todo tipo de suministros, incluidos, en ocasiones, armas,
municiones y otros pertrechos de guerra. Era un trabajo de gran responsabilidad
y plagado de peligros, pues en cualquier momento estas arrias, generalmente
acompañadas por arrieros desarmados, podían caer en una emboscada enemiga o ser
blanco de un ataque aéreo. Recuerdo ahora el nombre de Eduardo Rodríguez Vargas,
Pipe, arriero de confianza de Celia, quien por su íntimo conocimiento de todos
los rincones de la montaña prestó después del triunfo de la Revolución, durante
muchos años, un inapreciable servicio como práctico del equipo de investigadores
históricos que con su trabajo minucioso contribuyeron a reconstruir la historia
de la Sierra, y en los que me he apoyado para la redacción de estas páginas.
Preparando
bombas rústicas en la Sierra Maestra
Mención especial
en este recuento merecen los médicos rebeldes. En condiciones sumamente
precarias, a veces sin los recursos mínimos necesarios, realizaron verdaderas proezas.
Los heridos, tanto los rebeldes como los guardias enemigos capturados tras un
combate, y también niños y otros pobladores de la montaña, deben sus vidas, en
muchas ocasiones, al empeño abnegado y eficiente de los médicos que prestaban
servicios en nuestras filas.
Doctores como
René Vallejo, Manuel Piti Fajardo, Julio Martínez Páez, Bernabé Ordaz, Vicente
de la O, Sergio del Valle, Fabio Vázquez, Raúl Trillo y el dentista Luis Borges
Alducín, entre otros, no pueden dejar de ser mencionados en estas páginas.
Varios de ellos, como Vallejo, Piti Fajardo y De la O, realizaron, en varias
oportunidades, funciones de apoyo a nuestra acción, ajenas a su profesión médica.
Dentro del teatro
de operaciones de la ofensiva en el Primer Frente funcionaban solamente dos
instalaciones que pudieran ser consideradas como hospitales sedentarios de
campaña: el de Pozo Azul, atendido por el doctor Vallejo, que en un momento
determinado fue preciso mudar a la zona de Limones ante la amenaza de que fuese
ocupado por una tropa enemiga que llegó hasta Aguacate, a unos cinco kilómetros
de distancia; y el de La Plata, establecido primero en Camaroncito, al cuidado
del doctor Martínez Páez, junto al río La Plata, que debió cambiarse de lugar
después que una crecida del río lo afectó severamente, entonces fue ubicado en
Rincón Caliente, a media distancia entre la Comandancia y el barrio de Jiménez.
A partir del mes de junio, este hospitalito fue trasladado a la propia
Comandancia, donde funcionó durante la ofensiva, en instalaciones provisionales,
y en el que prestaron servicios, entre otros, aparte de Martínez Páez, los
doctores Ordaz, Fajardo, De la O y Trillo. En la Comandancia de La Plata se
conserva todavía el hermoso hospital construido después de la ofensiva como
instalación permanente, y el rústico vara en tierra que sirvió como gabinete
dental del doctor Borges Alduncín. Salvo estos hospitales, la labor de nuestros
médicos se realizó principalmente en el mismo campo de batalla.
Fidel en la
casa donde se encontraba instalada la emisora Radio Rebelde, en la Comandancia
de La Plata
Dentro de la
actividad de retaguardia, mención aparte merecen también las mujeres. En esta
época no había surgido aún la idea de la creación de un pelotón femenino, que
cuajó en el mes de septiembre, después de la ofensiva, al constituirse por
iniciativa mía, en contra de la opinión de algunos, el Pelotón Mariana Grajales.
Las mujeres presentes en nuestras filas durante la ofensiva, muchas de las
cuales integraron más tarde el pelotón de las Marianas, desempeñaron en esta
época funciones de apoyo de todo tipo, como asistentes de los médicos,
mensajeras, cocineras, ayudantes en tareas de suministro, reparadoras de
uniformes y calzado, centinelas; en fin, prestaron valiosísimos y variados
servicios.
Ejemplar fue la
labor de asistente de Celia realizada por Teté Puebla, quien, además, como
veremos en su momento, desempeñó con eficacia la delicada misión de ser la
emisaria enviada por el Che al campamento enemigo en las Vegas de Jibacoa para
negociar los detalles de la entrega de prisioneros y heridos enemigos, efectuada
el 23 de julio, aún en plena batalla contra la ofensiva.
Otras mujeres
destacadas en esta etapa fueron Rita García y Eva Palma, sobrevivientes
milagrosas del morterazo que mató a Geonel Rodríguez; Orosia Soto y Juana Peña,
ayudantes de los médicos; Olga Guevara, Angelina Antolín y Ada Bella Pompa.
Papel decisivo, como parte de nuestra retaguardia durante la ofensiva,
correspondió a Radio Rebelde. La emisora que, como se recordará, fue trasladada
a finales de abril desde Pata de la Mesa, en la zona del Che, hacia La Plata,
funcionó durante los 74 días de combate como vehículo de información a otros
frentes rebeldes, a los combatientes de la clandestinidad en el llano y a todo
el pueblo, de lo que estaba ocurriendo día a día en las montañas de la Sierra.
Casi a diario,
Radio Rebelde trasmitía un parte de guerra, muchas veces redactado por mí,
acerca del desarrollo y los resultados de las acciones combativas. Por esta vía
sus oyentes, dentro y fuera de Cuba, recibían una información absolutamente
veraz de lo que ocurría, y podían hacer caso omiso de las falsedades,
exageraciones, omisiones y desinformaciones divulgadas por los medios de
propaganda del Ejército enemigo.
En esta labor de
Radio Rebelde participaron, de manera decisiva: Luis Orlando Rodríguez, director
titular de la emisora; el técnico principal Eduardo Fernández, asistido por
Orlando Payret, Luis González y Otto Suárez, quienes fueron capaces de mantener
la emisora funcionando con regularidad a pesar de todas las dificultades; la
asistente Alicia Santacoloma, mecanógrafa y editora; los locutores Jorge Enrique
Mendoza, Orestes Valera, Ricardo Martínez y Violeta Casals, quienes con sus
voces llegaron a convertirse en exponentes emblemáticos de la lucha rebelde.
A propósito de
los locutores, entre los papeles se conserva esta nota mía a Orestes Valera, que
incluyo en estas páginas para mostrar la atención minuciosa con que yo seguía la
labor de Radio Rebelde, precisamente por la importancia que le concedía, a pesar
de que ya teníamos un futuro traidor, Carlos Franqui, que después de desertar
del Partido Comunista -entonces PSP- fue erróneamente captado por el Movimiento
26 de Julio, y resultó ser, en realidad, un tránsfuga y ambicioso que trataba de
sembrar la cizaña del anticomunismo en nuestra filas:
Orestes: Vas adquiriendo un tono
y un énfasis por radio parecido a los locutores de Díaz Balart [Rafael Díaz
Balart, principal vocero del régimen batistiano]. No te vayas a ofender por eso.
Solo quiero que trates de superarlo. Tú sabes que la declamación es un arte. Tú
tienes voz sonora y dicción buena, pero das énfasis de gente fascinerosa a las
frases. Ricardo [Martínez] le da un énfasis más amable aunque menos enérgico. Me
luce que lo perfecto para nuestras trasmisiones es el tono amable y el énfasis
enérgico. ¿Podremos conseguirlo? Ayer me gustó más la lectura de Ricardo. ¡Esfuérzate!
Cuando hay condiciones todo es cuestión de voluntad.
Otra función
crucial de Radio Rebelde fue la de servir de enlace con el exterior,
especialmente con los núcleos del exilio revolucionario en los Estados Unidos,
Venezuela y otros países americanos. Por esta vía conocíamos, entre otras
informaciones de importancia, sobre la próxima llegada de algún cargamento de
armas y pertrechos, como el que arribó en el avión que aterrizó el 10 de mayo en
nuestra improvisada pista aérea del río La Plata, en la desembocadura del arroyo
de Manacas, a la que habíamos bautizado con el nombre en clave de Alfa. Ya desde
el día anterior yo tenía la sospecha de que estaba próximo a llegar un avión,
pues me habían mandado a preguntar a través de Radio Rebelde si Alfa estaba
lista, y yo había contestado afirmativamente.
Eduardo
Fernández, técnico de la planta trasmisora de Radio Rebelde.
En los primeros
días de la ofensiva enemiga tuvimos problemas con la comunicación mediante clave
por Radio Rebelde. Ocurrió lo que yo siempre había temido y sobre lo que había
advertido en varias ocasiones, y es que a la hora de descifrar algunos mensajes
no contamos con la clave adecuada. Nos pasó con un mensaje importante que debía
descodificarse mediante dos libros y una pluma que llegarían de Santiago de
Cuba. Nadie me pudo dar una explicación del paradero de los libros, y tuve que
contestar que el mensaje era imposible de descifrar por falta de los elementos
necesarios. Otro mensaje llegado de Miami, cifrado en una clave numérica que
dominaba el Che, tuve que enviárselo a Minas de Frío para que él lo hiciera y
pedirle que mandara a alguien de regreso a explicarme el funcionamiento de esa
clave.
Pero, salvo estos
tropiezos ocasionales, la comunicación con el exterior funcionó bastante bien
durante la ofensiva, gracias a Radio Rebelde y a su dedicado personal.
Un buen ejemplo
de ello fue la entrevista de más de una hora de duración que concedí a
principios de julio a un grupo de periodistas venezolanos. Recuérdese que el
pueblo de Venezuela acababa de librarse de la brutal dictadura de Marcos Pérez
Jiménez. De esta larga entrevista me parece oportuno citar el siguiente
fragmento:
Los venezolanos y los cubanos
nos comprendemos bien, porque ambos conocemos el dolor de la opresión y el
precio de la libertad. Después del cubano el pueblo que más me emociona en estos
instantes es el de Venezuela.
La profunda
admiración que sentí hacia ese país, donde nació el más grande hombre de este
Continente, se acrecentó con el extraordinario ejemplo de civismo que acaba de
dar al mundo, cuando muchos creían lejano el día de su hermoso despertar.
A la admiración
se une la gratitud por la hospitalidad que allí encuentran los perseguidos
políticos cubanos, la atención que reciben en la prensa ya libre de Venezuela,
las noticias que no puede publicar la prensa amordazada de Cuba y el dolor
conque ese pueblo hermano siente como si fueran propios los sufrimientos
nuestros.
Los jóvenes
rebeldes Alfonso Zayas, Fonso, y Orlando Pupo.
Y a la gratitud
se une la esperanza: la esperanza de que Venezuela siga adelante por el camino
que se ha trazado, y la esperanza de que nos ayude con el mismo espíritu conque
Bolívar ayudó a otros pueblos oprimidos, para buscar en la unión de las naciones
libres de América Latina, la solidaridad y la fuerza que nos preservasen de los
graves peligros de la debilidad, la desunión, la tiranía y el coloniaje.
En esa misma
entrevista, por cierto, dije lo siguiente con relación al intento de huelga del
9 de abril de ese año:
La movilización del pueblo para
la huelga tiene una técnica propia a la cual hay que ajustarse, y que está
reñida con el secreto, el rigor y la sorpresa que exigen las acciones armadas.
Mientras el éxito de una acción armada puede depender de muchos factores
imponderables, la movilización del pueblo, cuando hay conciencia revolucionaria,
llevada a cabo con métodos correctos es infalible y no depende de eventualidades.
El paro general tenía
extraordinario ambiente pero el Comité de Huelga cometió el error fundamental de
supeditar la movilización de las masas a la acción sorpresiva de milicias
armadas. A la seguridad de estas acciones de carácter sorpresivo se sacrificó la
movilización del pueblo. [...]
La huelga es el arma más
formidable del pueblo en la lucha revolucionaria y la lucha armada debe
supeditarse a ella. No se puede llevar al pueblo a una batalla, como no se puede
llevar a un Ejército si no se le moviliza adecuadamente para el instante de la
acción. Y eso ocurrió el 9 de abril. [...] El error no volverá a repetirse.
A la huelga general no hemos
renunciado como arma decisiva de lucha contra la tiranía.
Uno de los
entrevistadores venezolanos me preguntó, refiriéndose a la ofensiva enemiga en
pleno desarrollo, si “ante el brusco giro de los acontecimientos ¿es cierto que pensó
abandonar la Sierra Maestra?”. He aquí mi respuesta:
El Ejército Rebelde no
abandonará jamás sus posiciones de la Sierra Maestra como no sea para avanzar sobre
el resto del territorio nacional. La muerte o la victoria es la única
alternativa que aceptamos. Sin libertad y sin patria ninguno de nosotros quiere
la vida. La idea de abandonar la Sierra Maestra no llegó a tentarme siquiera
cuando me vi con tres hombres y dos fusiles. En ese espíritu se ha forjado la
conciencia de nuestros combatientes. Hemos aprendido a luchar contra lo
imposible. Aquí caerá gloriosamente si es necesario desde el primero hasta el
último rebelde. La patria no se abandona para salvar la vida. Un ejemplo vale
siempre más que un hombre.
Muchos otros
temas de interés abordaron con apetito insaciable los entrevistadores
venezolanos, entre ellos, el crucial tema de la unidad y los planes de un futuro
gobierno revolucionario, pero no quiero alargar excesivamente este capítulo
dedicado al papel de la retaguardia rebelde durante la ofensiva.
De pie, de
izquierda a derecha, los combatientes rebeldes: Ignacio Leal Díaz, Ciro Redondo
y Camilo Cienfuegos; sentados sobre unas piedras: Marcelo Fernández Font y el
Comandante Fidel Castro.
Solo me queda
apuntar, por último, que también en plena ofensiva comenzaron a sentarse las
bases del aparato administrativo que, al cabo, a partir del mes de septiembre,
quedó constituido en la Comandancia de La Plata con el nombre de Administración
Civil del Territorio Libre (ACTL), al frente de la cual estuvo Faustino Pérez
hasta el final de la guerra. Esta administración se dedicó al necesario manejo
de la vida económica y social de la montaña rebelde, vasto territorio
definitivamente liberado, cuya población carecía casi en lo absoluto de todo, y
llegó a estar integrada por ocho departamentos encargados, de asuntos agrarios y
campesinos, educación, salubridad y asistencia social, justicia, promoción,
industrias, obras públicas, suministros y finanzas. Aspectos relevantes de su
labor fueron la asistencia médica, la escolarización, la alfabetización, el
desarrollo de infraestructuras para producir alimentos y la creación de no menos
de 35 cooperativas campesinas.
Al igual que las
instituciones creadas por Raúl en el Segundo Frente, la organización civil
desarrollada en la Sierra Maestra en los meses finales de la guerra elevó a un
plano superior las relaciones existentes, desde el inicio de la lucha en la
montaña, entre el Ejército Rebelde y los campesinos, y constituyó la semilla del
nuevo Estado que surgiría tras el triunfo revolucionario, fiel al espíritu
democrático y popular de la Revolución.
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