El mando enemigo desencadenó la primera fase de su ofensiva el 25 de
mayo.
Ese día comenzó a avanzar hacia el caserío de Las Mercedes, desde su base de
operaciones en Cerro Pelado, el fuerte Batallón 17, al mando del comandante
Pablo Corzo, reforzado por la Compañía 81 del Batallón 20. Allí, en Las
Mercedes, donde comenzó la gran ofensiva enemiga con la que se esperaba dar el
golpe de muerte al núcleo principal de la guerrilla, terminará también la
operación, 74 días después, con una rotunda victoria del Ejército Rebelde. Este
primer combate de Las Mercedes tipifica la estrategia que habíamos elaborado
para hacer frente al empuje del Ejército de la tiranía. Las fuerzas enemigas,
con el apoyo de su número y su poder de fuego, incomparablemente superiores,
lograron en definitiva el objetivo inmediato que se habían trazado de ocupar la
posición, pero solo después de tener que vencer una resistencia tenaz que demoró
su avance, desarticuló sus planes, comenzó a desgastar su poderío y demostró la
moral superior del combatiente rebelde.
El 25 de mayo, el acceso a Las Mercedes, en el sector nordeste de nuestro
territorio central, estaba protegido tan solo por una escuadra rebelde de poco
más de una docena de hombres, al mando del capitán Ángel Verdecia. Este grupo,
como se recordará, había ocupado posiciones desde algún tiempo atrás en la loma
de La Herradura, entre Las Mercedes y Sao Grande, cubriendo el camino que
conducía al poblado. Será en ese lugar donde el puñado de combatientes de
Angelito Verdecia realizará una primera resistencia durante toda la tarde del 25
de mayo.
Desde las primeras horas de la mañana, la aviación enemiga comenzó a
bombardear y ametrallar intensamente toda la zona a los lados del camino del
Cerro, y concentra su fuego, en particular sobre la falda exterior y el firme de
la loma de La Herradura. Fue ese día cuando, posiblemente por primera vez en la
guerra, entraron en acción contra los rebeldes los aviones T-33 de
retro-propulsión, entregados a Batista por los Estados Unidos pocas semanas
antes, que podían operar cómodamente y con absoluta seguridad entre el relieve
poco accidentado de la zona de Las Mercedes.
Un rato antes del mediodía, las fuerzas del Batallón 17 comenzaron a avanzar
desde el Cerro, una parte a pie y otra en camiones. Cinco tanquetas T-17 de la
Compañía C del Regimiento Mixto 10 de Marzo acompañaron ese avance. Durante toda
la primera parte del trayecto no ocurrieron incidentes importantes. Confiados en
que el intenso ataque aéreo había destruido las posiciones defensivas de los
rebeldes y obligado a replegarse, los guardias, no obstante, avanzaron
lentamente y con extremas precauciones, efectuando un incesante fuego de
registro. De esa manera cruzaron el Arroyón o río Caney, por donde comienzan
actualmente los terrenos de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos y, poco después
dejaron atrás el caserío de Sao Grande. Frente a ellos, a poco más de un
kilómetro, se levanta la loma de La Herradura, largo firme de poca elevación
tendido en arco de Este a Oeste, como celoso guardián de Las Mercedes y de la
propia Sierra Maestra.
Camilo Cienfuegos
La punta de vanguardia enemiga prosiguió su avance a lo largo del camino y a
sus dos lados. Ya los guardias estaban casi seguros, en vista de la ausencia de
indicios rebeldes, de que solo dos o tres horas más de marcha descansada y sin
incidencias los separaban de su objetivo. Fue entonces, apenas a 200 metros de
coronar el firme, cuando Angelito dio la orden de iniciar el fuego.
La sorpresa paralizó el avance enemigo durante un buen rato. Administrando
inteligentemente sus disparos, la escuadra rebelde combatió durante todo el
resto de la tarde. Solo el despliegue enemigo en un ancho frente en la falda de
la loma -entonces, como ahora, cubierta de potreros y algunas guásimas
salteadas- obligó al capitán rebelde a ordenar la retirada, alrededor de las
5:00 de la tarde.
Los combatientes ocuparon, entonces, una segunda posición defensiva detrás
del cementerio, aproximadamente a medio camino entre el firme de La Herradura y
el poblado. Poco antes de la caída de la noche, cuando los primeros guardias
comenzaron a bajar del firme, estalló entre sus filas una mina de 50 libras de
explosivos que la escuadra de Angelito había colocado en el camino. Esta
explosión, que sumó nuevas bajas enemigas a las ocurridas durante el combate de
la tarde, detuvo de manera definitiva el avance enemigo ese día. Por la noche
los guardias acamparon en el firme y la falda interior de la loma, a unos 400
metros de distancia de la segunda posición rebelde.
Durante todo el día, el desarrollo del combate fue observado por las fuerzas
rebeldes que ocupaban posiciones en los altos de Las Caobas y de El Moro, del
otro lado de Las Mercedes, al mando de los capitanes Horacio Rodríguez y Raúl
Castro Mercader, respectivamente. Ambos jefes tenían instrucciones expresas de
no intervenir en la acción, a no ser que el enemigo desalojara a la escuadra de
Angelito y continuara su avance más allá del poblado. Estos dos pequeños
pelotones tenían la misión de cubrir importantes accesos al interior del
territorio rebelde, y debían entrar en acción solamente como un segundo escalón
de defensa, en caso de un intento de penetración enemiga más allá de Las
Mercedes.
Es bueno decir que esta estrategia no era comprendida cabalmente por todos
los combatientes rebeldes y por muchos de nuestros jefes en aquel instante. En
el ánimo de un gran número de ellos existía el criterio de que lo que había que
hacer era oponer todos los recursos humanos de que se dispusiera, en un momento
y un sector determinados, para ofrecer la mayor resistencia posible y contener
por todos los medios al enemigo en el lugar donde concentrara su ataque. Por
otra parte, hay que reconocer que no le resultaba fácil a un soldado rebelde,
ansioso de luchar e imbuido de ese sentimiento de solidaridad combativa que
siempre lo caracterizó durante toda la guerra, contemplar cómo cerca de ellos un
grupo de sus compañeros se batía tenazmente y no acudir en su ayuda, teniendo,
además, los medios y las posibilidades de hacerlo. Y esto ocurrió en Las
Mercedes, donde muchos de los integrantes de los pelotones de Horacio y de
Castro Mercader no entendían que la gente de Angelito Verdecia combatiera
duramente a pocos cientos de metros de sus posiciones, y tuvieran que
retroceder, inclusive, mientras ellos permanecían inactivos. Hay que ponerse en
el lugar de esos compañeros para comprender que solo en virtud de un supremo
esfuerzo de voluntad y disciplina obedecieron la orden que habían recibido sus
jefes.
El combate inicial en Las Mercedes, por tanto, fue la primera aplicación
práctica de esta nueva táctica.
Fidel y el combatiente Ángel Sotomayor, Ango, por la
Sierra.
Fidel con niños campesinos de la Sierra
Ese día bajé junto con Celia y un pequeño grupo de compañeros desde las Vegas
de Jibacoa hasta las posiciones de Horacio, encima de Las Mercedes, para
observar el desarrollo del combate. Allí pude comprobar la extraordinaria
resistencia brindada por la docena de hombres de Angelito Verdecia. El
parte divulgado por Radio Rebelde, el día 27, redactado y firmado por mí,
incluía una merecida mención especial, “por su extraordinario valor”, al capitán
Ángel Verdecia y los hombres a su mando:
A pesar de la extraordinaria superioridad
numérica, la calidad de los armamentos y el apoyo aéreo [con] que contaban las
fuerzas enemigas, nuestros hombres escribieron una página de singular
heroísmo.
El día anterior, al informar sobre la primera jornada del combate, habíamos
afirmado premonitoriamente que la resistencia ofrecida en Las Mercedes era
“símbolo de lo que va a ser para los soldados mercenarios de la tiranía la
Sierra Maestra”. Y agregábamos:
El alto mando enemigo luce desconcertado ante
la posible táctica de nuestras fuerzas.
Ignoran si defenderemos pulgada a pulgada el
terreno o los dejaremos penetrar hacia los puntos más estratégicos de nuestras
defensas. Ayer que fué el primer día de combate importante, se observaba en
todos los hombres de este frente revolucionario y en el pueblo que lucha junto a
nosotros un entusiasmo febril y enardecido. Solo un mínimo de nuestras fuerzas
había entrado en acción. Cuesta trabajo contener el ímpetu de los que desde sus
puntos de reserva o de posible maniobra escuchan el fuego de los compañeros que
están en primera línea. Es preciso explicarles constantemente que la guerra no
es solo cuestión de valor, sino también cuestión de técnica, de psicología y de
inteligencia.
Estos hombres son los que la dictadura ha
estado invitando con ridículas proclamas a que se presenten en los cuarteles
para someterse al yugo indigno de la opresión. Nuestra respuesta la estamos
dando ya.
Hay cosas que ni los déspotas ni sus esbirros
pueden comprender. No es lo mismo luchar por un sueldo, alquilar la persona a un
miserable tiranuelo, cargar un fusil por una paga como un vil mercenario, que
ser soldado de un ideal patriótico. Al mercenario se le puede hablar de la vida,
porque le importa más la vida que su causa; pelea por el sueldo, y si muere, el
incentivo material desaparece con su vida. Al hombre de ideal, la vida no le
importa porque le importa el ideal: no cobra sueldo, soporta gustosamente todos
los sacrificios que le impone una causa a la que ha abrazado desinteresadamente.
Morir no le preocupa porque más que la vida le importa el honor, le importa la
gloria, le importa el triunfo de su causa.
Aquí nuestros hombres saben que dando la vida
sirven a su causa, han visto morir a otros muchos compañeros y conocen el
respeto, el cariño, la lealtad y la admiración con que se recuerda a los héroes
caídos; están hechos a la idea de que el individuo puede morir pero no la causa
que defienden. En el ideal de la Revolución siguen viviendo los que han caído y
seguirán viviendo todos los que caigan. El ideal es una forma superior de vida
en [la] que la muerte individual no cuenta.
Yo sé que lo que más preocupa a los mandos de
la dictadura es la tenacidad del soldado rebelde. Les cuesta trabajo comprender.
Tal vez lo anterior explique a sus mentes conturbadas por qué a pesar de sus
aviones, de sus tanques, de sus morteros, de sus enormes recursos económicos, de
sus reservas inagotables de parque y de sus miles y miles de alquilados, no
pueden tomar una trinchera rebelde si los rebeldes no queremos que tomen la
trinchera.
Sin duda, la resistencia ofrecida por la escuadra rebelde de Ángel Verdecia
en Las Mercedes fue un símbolo -que cubrió de gloria y prestigio al aguerrido
capitán guerrillero, quien pocas semanas después encontraría la muerte en
desigual combate-, y un anuncio claro de lo que vendría más tarde. Tras este
combate en Las Mercedes, el Che pudo informarme complacido: “Angelito sin
novedad, se salvó todo”. El plan elaborado se había cumplido cabalmente.
Para el enemigo, esta primera resistencia en Las Mercedes resultó un golpe
psicológico importante. Aquí sufrió las primeras bajas de su ofensiva. La cifra
no pudo determinarse, pero debieron ser numerosas. El propio Angelito Verdecia
reportaba, después del primer día de enfrentamiento, haber ocasionado siete
muertos.
Pero para el mando enemigo, más grave aún fue constatar que las fuerzas
rebeldes eran capaces de sostener con éxito una lucha de posiciones, desarrollar
una táctica defensiva de desgaste progresivo, que por primera vez se veían
obligados a enfrentar.
La manera en que el enemigo manejó la información relacionada con el combate
fue significativa. El 28 de mayo, el Estado Mayor del Ejército de la tiranía
publicó un parte oficial en el que, entre otras cosas, se decía lo
siguiente:
Otra fuerza del Ejército que operaba en Cerro
Pelado y Las Mercedes, sostuvo un encuentro con otro grupo de forajidos
ocasionándoles 18 bajas y ocupándoles 18 escopetas y parque.
Se continúa la persecución del enemigo en fuga
que se dedica a amedrentar a los campesinos, robándoles su ganado, quemándoles
sus cosechas, destruyéndoles sus viviendas y aperos de labranza.
La mentira era, como siempre, descarada. Ni se habían producido bajas
rebeldes, ni se habían ocupado armas, ni se continuaba “persecución” alguna, ni
los rebeldes cometían ninguno de los atropellos que se denunciaban, ni era
cierto que el Ejército no había tenido bajas. Por otra parte, obsérvese el
ridículo intento de denigrar a los combatientes revolucionarios llamándolos
“forajidos”, y de insistir en que combatían con escopetas, para dar a entender
que se trataba de una banda desorganizada de delincuentes y cuatreros que podían
ser fácilmente batidos por las fuerzas de la ley y el orden. Al respecto, en un
parte que preparé para Radio Rebelde el 29 de mayo, decía lo siguiente:
¿Verdad que es asombroso, señores oyentes,
escuchar un parte del Estado Mayor afirmando que había ocasionado a los rebeldes
18 muertos en Las Mercedes y que el ejército continuaba la persecución de los
forajidos? ¿Qué pensarán los propios soldados de la dictadura que han
participado en los hechos y saben que todo eso es mentira? ¿Puede haber moral en
un mando militar que tan descaradamente mienta ante sus propios soldados? No
tendría nada de extraño que dentro de algunos días 18 infelices campesinos sean
cobardemente asesinados para justificar el parte del Estado Mayor como ha
ocurrido otras muchas veces.
No se llega a saber nunca si mienten para
asesinar, o asesinan para mentir; si son más hipócritas que asesinos o más
asesinos que hipócritas.
Para destacar más todavía la diferencia entre la veracidad de nuestros partes
y las mentiras e informaciones manipuladas de los partes enemigos, desde el
comienzo mismo de las acciones di instrucciones a los locutores de Radio Rebelde
de que concluyeran cada una de las trasmisiones con la lectura de un párrafo que
les había preparado con ese propósito, y que decía así:
Radio Rebelde ajusta sus noticias a la más
estricta verdad. Trasmitimos las noticias a medida que las vamos recibiendo
oficialmente o de fuentes fidedignas. Nuestras bajas no las ocultamos porque son
bajas gloriosas. Las bajas del enemigo no las exageramos porque con mentiras no
se defiende la causa de la libertad, ni se destruyen las fuerzas enemigas. Y
porque, además, los hombres que caen frente a nosotros son también cubanos a
quienes un régimen tiránico y odioso está sacrificando en aras de una innoble y
vergonzosa causa.
Aparte de dejar sentada, desde el primer momento de los combates, nuestra
diáfana posición en cuanto al uso de la verdad, era importante también
esclarecer cuál seguiría siendo nuestra conducta en relación con el soldado
enemigo.
Parte del colectivo de Radio Rebelde. Al centro, de
pie, la locutora Violeta Casals.
Después de la ocupación de Las Mercedes en la tarde del 26 de mayo, el
enemigo se dedicó a consolidar sus defensas en el lugar y a sus actividades
preferidas: el asesinato de campesinos indefensos, la quema y destrucción de sus
casas, el saqueo indiscriminado de sus bienes. También aquí en Las Mercedes, en
realidad ocurrió que los crímenes y abusos de que nos acusaban fueron cometidos
por ellos mismos.
Siguiendo una norma de conducta criminal a la que ya nos tenían
acostumbrados, y buscando quizás justificar sus cifras fabulosas de bajas
rebeldes causadas en combate, los guardias enemigos se dieron a la tarea de
calmar su frustración y su sed de sangre comenzando una cadena de asesinatos
entre la población de la zona. Un caso sirve de ejemplo, denunciado también por
Radio Rebelde sobre la base de informaciones suministradas por Horacio
Rodríguez, quien se mantuvo todo este tiempo enviando constantes noticias:
Al muchacho que mataron en Calambrosio le
cortaron sus partes, después le pegaron 4 tiros en el pecho, y lo llevaron luego
al puente de Jibacoa, lo atravesaron en el puente y le pusieron tres lajas
arriba. Se llamaba Telmo Rodríguez. Lo acusaban de colaborar con los
rebeldes.
La víctima de este crimen, cuyo nombre completo real era Telmo Márquez
González, había permanecido un tiempo con la tropa de Angelito Verdecia. Estaba
en su casa en Calambrosio, de permiso, cuando fue sorprendido por los guardias.
Fue llevado herido, pero vivo todavía, a Jibacoa, donde lo torturaron,
efectivamente, en la forma que se indica en el parte de Radio Rebelde, y luego
lo asesinaron. Pero este no fue el único crimen cometido por esos días, ni el
único momento en que el Ejército se comportó de manera bestial en esa zona, ni
fue este tampoco el único lugar de la Sierra en el que los guardias hicieron
tales barbaridades.
Salvo estas acciones criminales, el único incidente notable que ocurrió en
los días inmediatamente posteriores a la entrada de los guardias en Las
Mercedes, fue la voladura de un jeep enemigo, cerca del Cerro, en la mañana del
día 27, por una mina colocada por personal rebelde, que provocó al menos cinco
bajas, de ellas tal vez hasta cuatro muertos, incluido un oficial.
La respuesta de los guardias fue seguir asesinando campesinos y quemando
casas. Casi todas las viviendas a lo largo del camino entre el Cerro y Las
Mercedes fueron reducidas a cenizas, así como todas las de La Herradura, y
algunas dentro del propio caserío de Las Mercedes.
Desde el mismo día de la ocupación de Las Mercedes, dediqué buena parte de mi
atención a instruir a los jefes posicionados en la segunda línea de defensa,
detrás del caserío, acerca de las medidas que debían ir tomando para proteger
las dos direcciones principales del posible avance enemigo desde su base
adelantada hacia el interior del territorio rebelde. Esas dos direcciones eran
las de Vegas de Jibacoa y San Lorenzo, es decir, el camino que salía desde Las
Mercedes hacia Las Caobas, La Güira, Los Isleños, El Mango y las Vegas, y el que
tomaba en dirección a Gabiro, La Esmajagua y San Lorenzo. La primera de estas
direcciones, como ya dije, estaba custodiada por unos 20 combatientes en total,
al mando de Horacio Rodríguez, distribuidos desde el alto de Las Caobas hasta el
de Los Isleños, incluida una escuadra dirigida por Marcos Borrero que cuidaba el
camino de Arroyón por la zona del alto de La Güira. Para reforzar aún más esta
línea, en la noche del 28, envié para allá a Andrés Cuevas con su pequeño, pero
disciplinado y aguerrido grupo de combatientes, quienes se posicionaron también
en la zona del alto de Las Caobas. La segunda dirección era la que vigilaba
desde el alto de El Moro el pelotoncito a cargo de Raúl Castro Mercader,
reforzado ahora con algunos de los hombres de Angelito Verdecia.
De estas dos posiciones, me preocupaba más la del camino de las Vegas, a
pesar de que en ese momento no era la vía que yo consideraba con más
probabilidad de ser tomada por el enemigo en su ulterior penetración al
territorio rebelde desde esta dirección. Sin embargo, era la que más se
prestaba, por sus condiciones topográficas, a la posibilidad de un avance
desplegado y, por tanto, a la necesidad de una mayor dispersión de las
escasísimas fuerzas con que contábamos en ese frente. Por otra parte, si bien no
tenía hasta ese momento razón alguna para dudar de la capacidad combativa de
Horacio Rodríguez, lo cierto era que Horacio no contaba con una gran
experiencia. No obstante, había decidido dejarlo allí para no tener que realizar
movimientos de personal en una situación tan comprometida como aquella, en la
que el enemigo podía lanzar un ataque en cualquier momento.
En el caso de Horacio, pues, puse particular empeño en instruirlo
detalladamente. El mismo día de la ocupación definitiva de Las Mercedes por el
enemigo, junto con un detonador y un poco de cable que le mandé para una mina,
le cursé indicaciones precisas para que procurara que sus soldados construyeran
trincheras hondas y bien dispuestas en los tres puntos más estratégicos de la
línea defensiva de esa zona, a saber, el alto de Las Caobas, la salida del
camino de Arroyón y el alto de Los Isleños, en la retaguardia de las posiciones
rebeldes. En ese mismo mensaje le recomendaba que organizara la cocina en alguna
casa campesina detrás de sus líneas, pues era importante para él garantizar que
su personal pudiera comer caliente durante los días que tuvieran que permanecer
allí.
Otra de mis constantes recomendaciones a todos los jefes de pelotones y
escuadras era el ahorro del parque. Ya el día que bajé hasta cerca de Las
Mercedes, muy próximo al escenario del primer combate de la ofensiva enemiga, me
di cuenta de que algunos de nuestros compañeros no tenían un sentido claro de la
imperiosa necesidad de no gastar balas innecesariamente. El desperdicio del
parque, de esas balas que tanto esfuerzo y sacrificio costaba conseguir, era una
de las cosas que más me indignaba y que más duramente combatí durante toda la
guerra. Al pobre Horacio, que realmente no había demostrado ser de los
principales responsables del derroche de parque, le tocó recibir por estos días
la siguiente respuesta mía a un pedido de orientación:
La orden más importante que tengo que darte es
la de ahorrar balas a toda costa.
Peor enemigo que el Ejército, hoy por hoy, son
los estúpidos que tiran balas por gusto.
Práctica de tiro en la Sierra Maestra
En cuanto a la otra dirección -la de San Lorenzo-, en la noche del 27 de
mayo, o sea, al día siguiente de la ocupación definitiva de Las Mercedes por el
enemigo, decidí trasladar más atrás la posición de Raúl Castro Mercader en el
alto de El Moro. La presencia de los guardias en el caserío de Las Mercedes y su
dominio del camino hacia Bajo Largo y La Montería, creaban una fuerte amenaza a
las fuerzas del alto de El Moro que pudieran ser flanqueadas. Por otra parte, la
posición estaba delatada y, por su proximidad a las líneas enemigas en Las
Mercedes, era de suponer que los guardias tratarían de desalojarla o liquidarla
con fuego de artillería o morteros. Era preferible, por tanto, retirar la
posición para un punto conveniente sobre el mismo camino de San Lorenzo, y
preparar allí una buena línea defensiva. Este punto resultó ser la falda de la
loma de El Gurugú, a unos dos kilómetros de Las Mercedes, y hacia allí dispuse
la retirada del pelotón de Castro Mercader.
En la tarde del día 28, en efecto, los guardias iniciaron el bombardeo con
morteros al alto de El Moro, y poco después avanzaron hasta ocupar el lugar.
Tomada la posición sin encontrar resistencia rebelde, la primera medida del
mando del batallón enemigo fue quemar las tres casas que existían en el
alto.
Junto con estas órdenes acerca de las dos direcciones principales del posible
avance enemigo, el día 28 decidí también reforzar un tercer camino que subía
desde Las Mercedes por Purgatorio hasta Minas de Frío. Esta posición era de
importancia relativamente secundaria, pues a los guardias no les sería fácil
tomar por ese sendero mientras se mantuviesen las posiciones rebeldes sobre el
camino de San Lorenzo, y aun, en caso de que se retirasen, el avance en
dirección a este último punto tendría más racionalidad. No obstante, el enemigo
podía intentar una infiltración sorpresiva por esta vía, o una maniobra de
diversión o de flanqueo de una de nuestras posiciones principales. De ahí que,
como le escribí al teniente Laferté en el mensaje que le envié ese mismo día
para indicarle que escogiera del personal de la escuela de reclutas varios
hombres y un jefe para este grupo, no quería “dejar de tomar una precaución
mínima”.
Para que se tenga una idea aproximada de la escasa capacidad de nuestras
reservas en hombres y armas en ese momento, basta decir que a esa posición
asigné la suma total de cuatro hombres: dos sacados de la escuadra de Cuevas,
con sus fusiles, y los otros dos de la escuela de reclutas, que habilité con un
fusil 30.06 con el cañón cortado que se había quedado en uno de nuestros
campamentos en la Maestra, un fusil que se armó con piezas de un Springfield
defectuoso y otro rifle tirado por ahí. Sobre tan magra tropita le informé al
Che con característico optimismo: “Así por lo menos podrán resistir allí con
buenas trincheras mientras mandemos refuerzos”.
Ramiro Valdés y Camilo Cienfuegos en la Sierra
Maestra
Otra ventaja que tenía dominar esta tercera vía era la posibilidad de
utilizarla ofensivamente para penetrar por ahí en la retaguardia del enemigo,
una vez que iniciara el avance hacia San Lorenzo. Convencido como estaba de que
esa sería una de las rutas probables de los guardias, insistí durante todos
estos días en la necesidad de fortificarla debidamente, para lo cual, incluso,
le propuse al Che enviar a 40 ó 50 reclutas de Minas de Frío a trabajar en el
mejoramiento de las fortificaciones en esa dirección.
A Horacio también le insistí reiteradamente en lo mismo durante todos estos
días. El 1ro. de junio, por ejemplo, le escribí en uno de mis mensajes: “No
dejes de hacer hoyos cada cincuenta metros más o menos, por la ruta de retirada,
para que se protejan de los aviones. ¡Mucho hueco y mucha fortificación!”.
Ya Horacio me había ratificado dos días antes que estaba tomando las medidas
necesarias en el camino hacia las Vegas para impedir el paso de las tanquetas y
los camiones enemigos.
Hay que tener en cuenta, además, que yo estaba esperando la llegada inminente
de un lote de armas que debía arribar por la pista aérea de Manacas, nuestro
punto Alfa, según las claves usadas en las comunicaciones con el extranjero
a través de Radio Rebelde. Ese vuelo llegó, efectivamente, el 29 de mayo,
procedente de Miami. Fue la única otra ocasión que tuvimos para utilizar la
pista de Manacas. Piloteaba la avioneta Pedro Luis Díaz Lanz, y al frente de la
expedición venía el periodista Carlos Franqui, quien se quedó con nosotros
cuando el aparato volvió a despegar ese mismo día hacia Jamaica.
Fidel en la Sierra
A la altura del día 29, por tanto, el sector noroeste del frente rebelde
estaba cubierto por las fuerzas de Horacio Rodríguez y Raúl Castro Mercader en
los dos accesos principales hacia la Maestra desde Las Mercedes, con sus
respectivos refuerzos, y por una pequeña escuadra en el acceso secundario del
camino de Purgatorio. Más al Oeste, el Che había redistribuido las fuerzas
disponibles, pertenecientes casi todas a la Columna 7 de Crescencio Pérez, de la
siguiente manera: un pelotón de 29 hombres con nueve armas, al mando de César
Suárez, dividido entre Cienaguilla y Aguacate, en una dirección que pudiera ser
utilizada por el enemigo para tratar de alcanzar La Habanita por la vía de Los
Ranchos de Guá; otro grupo de 27 combatientes, con 8 ó 10 armas, al mando de
Mongo Marrero y Angelito Frías, en El Porvenir, cubriendo una vía alternativa de
acceso a la propia La Habanita a través de Aguacate y Pozo Azul. Este grupo
tendría también la misión de resistir a lo largo del camino de Pozo Azul
para defender las instalaciones del hospital rebelde, ubicado allí por el doctor
René Vallejo. En la zona de Cupeyal y Puercas Gordas había otras escuadras que
debían, en caso necesario, retirarse hacia La Habanita por la vía de Tío Luque,
mientras que el acceso por El Jíbaro hacia La Montería estaba cubierto por la
pequeña tropa, cuyo mando había sido confiado a Alfonso Zayas. Un poco más
abajo, en dirección a Purial de Jibacoa, ocupaba posiciones la escuadra de Ramón
Fiallo.
En la noche del 29 de mayo, una mina colocada cerca de Estrada Palma por
personal de la escuadra de Eddy Suñol, quien, como se recordará, estaba en ese
momento posicionado a la entrada de Providencia, en el sector nordeste del
frente, estalló en el lugar conocido por La Cantera, y reventó a un camión lleno
de guardias. Suñol informó que la explosión había causado ocho muertos, entre
ellos un oficial, y 10 heridos. Aunque estas cifras hayan sido exageradas, el
efecto de estas minas rebeldes empezaba a hacerse sentir de manera significativa
en las filas enemigas.
Aparte de la mina de La Cantera, en los días finales de mayo no ocurrieron
incidentes importantes en todo este sector. Llovió fuertemente durante esos
días. El enemigo fortificaba sus posiciones en Las Mercedes y los alrededores
más cercanos del caserío y, ofensivamente, se limitaba a disparar morteros a
rumbo hacia donde presumía que estaban las posiciones rebeldes, y realizaba
algunas exploraciones cerca del perímetro de su campamento. En una de ellas, una
patrulla de guardias a caballo pasaba a pocos metros de las posiciones de la
escuadra de Marcos Borrero en el alto de La Güira, y el jefe rebelde,
inexplicablemente, ordenó a sus hombres no disparar y dejó pasar la oportunidad
de ocasionar algunas bajas al enemigo.
Informado de este hecho, ordené el día 1ro. de junio la sustitución de Marcos
Borrero en el mando de ese grupo, y designé primero al capitán Fernando Basante,
y luego al combatiente Aeropagito Montero, quien fue ascendido a teniente.
Aproveché también para ratificar explícitamente la orden ya dada: “Si [los
guardias] se acercan lo suficiente para ocasionarles al seguro varias bajas, hay
que disparar sobre ellos y tratar de recogerles las armas”.
Fue también por estos días últimos de mayo cuando el Ejército enemigo situó
fuerzas importantes en Cayo Espino, Purial de Jibacoa y Cienaguilla. Después
sabríamos que se trataba de compañías pertenecientes a los Batallones 12 y 13,
al mando, respectivamente, de los capitanes Pedraja Padrón y José Triana Tarrau.
El reforzamiento de la línea Cayo Espino-Purial, sobre todo, fue interpretado
entonces por nosotros, como el paso previo para el lanzamiento de un segundo
ataque enemigo hacia La Habanita, aunque estábamos convencidos de que el golpe
principal en ese sector del frente nordeste sería lanzado desde Las Mercedes, en
dirección a San Lorenzo. En este momento todavía no había llegado el Batallón 19
a la zona de Arroyón, lo cual, como se verá oportunamente, hizo variar nuestras
apreciaciones.
Previendo aquella variante, a una consulta del Che el día 1ro. de junio
acerca de cuál sería la mejor decisión con las fuerzas de la Columna 7, en caso
de que los guardias ocupasen La Habanita, indiqué que se le ordenara a
Crescencio reagrupar su personal del otro lado de las líneas enemigas y mantener
un hostigamiento permanente de su suministro y de su retaguardia, en todo el
sector occidental. El extremo oeste de nuestro frente no estaba en las mismas
condiciones de sostener una defensa exitosa del territorio rebelde, como sí lo
estaba la parte central, donde habíamos concentrado nuestras fuerzas más
aguerridas y mejor armadas. Aun así, yo estaba convencido de que, llegado el
momento, ese personal pelearía con la misma determinación que había mostrado,
digamos, la escuadra de Angelito Verdecia en Las Mercedes, y que al enemigo
también le sería tremendamente difícil alcanzar la Maestra por esa zona. Sin
embargo, había que prever todas las contingencias posibles, y en caso de que la
resistencia rebelde en ese sector fuese vencida, entonces las fuerzas de la
Columna 7 pasarían, de hecho, a actuar en la retaguardia del enemigo en
condiciones muy difíciles para nuestros compañeros, pero con algunas
posibilidades, ya que parte de ellos eran campesinos de la zona. Si actuaban con
decisión e inteligencia, ocasionarían la suficiente perturbación al enemigo como
para que tuviera que distraer fuerzas de su objetivo principal, que era la
destrucción del núcleo central rebelde, e incluso le darían golpes concretos de
cierta consideración.
Por estos días la prensa norteamericana publicó una entrevista concedida por
el dictador Fulgencio Batista, en la que, entre otras mentiras y declaraciones
sin fundamento ni sentido, afirmó, significativamente, que en los últimos
combates el Ejército había ocupado a los rebeldes “una bandera de China
comunista y casquillos de fabricación rusa”. A raíz de esa declaración, Radio
Rebelde comentaba:
Dentro de poco, según Batista, estarán Chou En
Lai y Mao Tse Tung dirigiendo las maniobras de nuestro ejército. ¡Pobre
dictadorzuelo, cada día más miserable, más ridículo, más tocado del
queso!
También por esos días, en recordación del primer aniversario del Combate de
Uvero, Radio Rebelde trasmitió un comentario que terminaba con estas
palabras:
Si la diferencia en equipo militar y en
recursos es muy grande, hasta los adversarios más encarnizados tendrán que
reconocer la superior calidad humana de nuestros hombres, que por no tener
distinta sangre ni distinta nacionalidad de los que luchan junto a la dictadura,
demuestra irrebatiblemente que la moral, la justicia de una causa y el ideal son
los factores decisivos de una guerra.
El soldado de la dictadura pelea bien cuando
está rodeado y es atacado, porque le han hecho creer que si caen prisioneros
sufrirán las mismas torturas y los mismos horrores que ellos han visto aplicar
en los cuarteles a los adversarios de la tiranía; pero cuando el soldado de la
tiranía ataca es de una ineficacia asombrosa, porque no combate para salvar la
vida sino porque le pagan y se lo ordenan los que les han pagado, como se paga
una bestia o se adquiere un rebaño para llevarlo al matadero, donde hacen
fortuna los usufructuarios del negocio.
El militar cubano, que como hombre es
valiente, como soldado de la tiranía que ha convertido a los Institutos Armados
en pandillas al servicio de la peor causa, está haciendo uno de los papeles más
tristes que puede hacerse en una guerra.
Al conmemorarse hoy el primer aniversario del
glorioso y heroico combate de Uvero, nuestro recuerdo y nuestro cariño para los
héroes que cayeron ese día; nuestro juramento de que así sabremos caer todos
antes de plegar nuestras banderas auroleadas por más de 70 combates victoriosos,
y nuestro mensaje al pueblo recordándole que hubo días más duros que éstos
cuando teníamos menos balas, menos armas y menos experiencia, sin que nuestro
ánimo flaqueara ni la menor duda ensombreciera nuestra seguridad absoluta en el
triunfo final.
Durante estos días me estuve moviendo, sobre todo, entre La Plata -donde
estaba la emisora y la posibilidad de comunicación con el exterior-, y Mompié,
lugar convenientemente céntrico, desde donde me mantenía al tanto de todas las
incidencias en los tres sectores del frente de combate. A principios de junio ya
había quedado instalado el teléfono entre estos dos puntos, con un enlace
intermedio en el alto de Jiménez, en el lugar conocido por los rebeldes como la
tiendecita de la Maestra. Nuestros técnicos en Radio Rebelde habían preparado
incluso una especie de amplificador, que permitía dar suficiente volumen a la
voz del teléfono para poder ser captada por el micrófono de la emisora. De esa
forma podía intentar comunicarme con el extranjero desde Mompié o la
tiendecita.
Sin embargo, la instalación no había alcanzado a Minas de Frío, un punto de
importancia estratégica decisiva y una especie de puesto de mando del Che para
la atención al sector noroccidental. Mi comunicación con él y con nuestros
compañeros en la escuela de reclutas, por tanto, tenía que ser por mensajero o
mediante una visita mía al lugar. El 3 de junio fui hasta las Minas para revisar
la situación allí, y estuve hasta la mañana siguiente, cuando emprendí el
regreso a Mompié.
Poco después de salir de aquel lugar, la aviación enemiga desató uno de los
bombardeos y ametrallamientos más feroces padecido por Minas de Frío en toda la
guerra. En particular, la casa de Mario Sariol, nuestro viejo y eficaz
colaborador campesino residente en ese lugar, fue blanco de una lluvia de
metralla, y hasta se dispararon contra ella varios cohetes de fabricación
norteamericana. La indignación que me produjo el brutal bombardeo, cuando conocí
mayores detalles del hecho, y la confirmación del empleo por la aviación
batistiana de cohetes recibidos de los Estados Unidos por la tiranía, a pesar
del anunciado embargo del suministro de armamentos, fue lo que me motivó al día
siguiente a escribirle a Celia, al final de un largo mensaje, el párrafo que
luego ha sido tan citado:
Al ver los cohetes que tiraron en casa de
Mario, me he jurado que los [norte]americanos van a pagar bien caro lo que están
haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más
larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta [de] que
ése va a ser mi destino verdadero.
El doblez de la política norteamericana hacia el régimen de Batista y hacia
la Revolución quedaba en evidencia. En marzo, el gobierno de los Estados Unidos
había anunciado la suspensión de todos los envíos de armas a la dictadura, en lo
que se trataba de un primer paso en la maniobra destinada a distanciarse
oficialmente de la tiranía, cuya permanencia en el poder ya comenzaba a resultar
incómoda para algunos sectores en aquel país; al tiempo que se impulsaba la
promoción de una salida alternativa a la crisis cubana que, de hecho, impidiese
la toma del poder por la Revolución. Sin embargo, las entregas de armas
prosiguieron por otros canales, incluso a través de la base naval norteamericana
en Guantánamo, sobre lo cual habíamos recibido informaciones de los compañeros
del Movimiento en los Estados Unidos.
El empleo de cohetes norteamericanos en el ataque a Minas de Frío no hacía
más que confirmar mi criterio, basado, en definitiva, en la propia historia de
Cuba y de las aspiraciones seculares de los Estados Unidos de ejercer su dominio
sobre nuestro país, de que una revolución verdadera en Cuba era incompatible con
los intereses norteamericanos. La nota a Celia no era, por tanto, la expresión
de una voluntad preconcebida de enfrentamiento, de la futura revolución en el
poder a los Estados Unidos, sino la muy explicable reacción ante una política
tan hipócrita y taimada, y la manifestación de una clara conciencia acerca de la
inevitabilidad de ese enfrentamiento a partir del hecho evidente de que para
nuestro vecino del Norte sería inaceptable la presencia en Cuba de un poder
revolucionario con un programa de cabal liberación nacional.
Este es el mismo mensaje, por cierto, en el que insto a Celia para que suba
desde las Vegas de Jibacoa hasta Mompié y estableciera allí su puesto de mando.
Debo dedicar en este libro un capítulo a la labor de retaguardia desarrollada en
esta etapa en el Primer Frente rebelde. Mucho antes del inicio de la ofensiva
enemiga, ella había instalado su puesto de mando en la casa de Bismark Galán
Reina, en las Vegas, y desde allí, con la ayuda de un pequeño grupo de
colaboradores -entre ellos Roberto Rodríguez, a quien todos llamábamos El
Vaquerito, y Arturo Aguilera, conocido por Aguilerita, debido a su delgada
figura-, se había dado a la tarea de garantizar las miles de grandes y pequeñas
necesidades de las fuerzas rebeldes para resistir eficazmente el fuerte embate
que se esperaba del Ejército de la tiranía. Pero ya a principios de junio la
situación de las Vegas de Jibacoa resultaba precaria, en vistas de la presencia
del fuerte contingente enemigo en Las Mercedes.
Sin embargo, el mismo desarrollo posterior de los acontecimientos volvió a
dar más importancia a La Plata, y al final prevalecieron las ventajas de este
punto en el momento de decidir la instalación de una comandancia permanente.
En ese preciso momento, mi inquietud principal no era la avalancha de
guardias que se nos venía encima. Como le decía a Celia en la carta ya
citada:
Creo que los planes de defensa han sido
adelantados bastante. El problema que me preocupa mayormente hoy por hoy es que
la gente no acabe de darse cuenta [de] que en un plan de resistencia continua y
escalonada, no se pueden tirar en dos horas las balas que deben durar un mes. Lo
único que me queda por hacer es guardar bien las que me quedan y no dar una bala
más a nadie, hasta que no sea ya cuestión de vida o muerte porque realmente no
le quede a nadie una bala. [...] Yo no me canso de insistir en ese problema que
es realmente nuestro talón de Aquiles.
En la mañana del sábado 7 de junio, después de varios días de relativa calma
en todo el sector, la gente de Angelito Verdecia hizo estallar una mina colocada
cerca del campamento enemigo de Cerro Pelado, en su ruta hacia la Sierra, con el
posible resultado de seis o siete bajas entre los guardias.
Dos días después, el lunes 9, desde otra dirección, los guardias intentaron
una exploración por el río Jibacoa con el apoyo de una tanqueta, y tropezaron
con los hombres de Cuevas, quienes habían relevado esa misma mañana al personal
del pelotón de Horacio en la emboscada establecida sobre el camino de La
Herradura que subía de Las Mercedes en dirección a las Vegas, y no habían tenido
tiempo aún de mejorar las posiciones recibidas. Se produjo una escaramuza en la
que los rebeldes gastaron varias decenas de tiros e hicieron explotar una mina,
sin más resultado concreto que haber detenido el avance de la patrulla enemiga,
casi simultáneamente con su propia retirada de la posición, la que resultaba, de
hecho, muy poco defendible.
Era de nuevo el tipo de comportamiento, a mi juicio inaceptable, si queríamos
tener éxito en la batalla que se avecinaba, aunque en realidad no podía atribuir
responsabilidad alguna a Cuevas, quien había demostrado ser un jefe valiente y
capaz. De ahí mi reacción relativamente violenta en el mensaje que le envié a
Horacio al día siguiente:
Considero que nuestra gente hizo ayer un papel
muy pobre y vergonzoso. Ustedes no acaban de comprender que tienen que hacer
verdaderas trincheras y no hoyitos que no sirven para nada. Tal vez tengan que
pagar bien cara la experiencia pero los golpes los enseñarán.
Me da pena solo de pensar que no fueron
capaces de sostener la posición ni 15 minutos.
Recomiendo en lo adelante el máximo de
disciplina y firmeza. Parece que la batalla dura va a comenzar de un momento a
otro.
Esto último se debía a las noticias recibidas en la tarde del 10 de junio,
acerca de un desembarco enemigo en la costa sur, indicio evidente de que el
Ejército enemigo creaba ya las condiciones para dar inicio a la segunda fase de
su ofensiva: la penetración a fondo, desde varias direcciones, en el corazón del
territorio rebelde. En lo que respecta al sector noroccidental, estos indicios
fueron confirmados apenas tres días después, con la llegada al teatro de
operaciones de una segunda unidad de combate, el Batallón 19, al mando del
comandante Antonio Suárez Fowler, con lo cual quedaba dispuesto el escenario
para la reanudación de los combates en este sector.