La gran ofensiva enemiga contra el Primer Frente del Ejército Rebelde en la
Sierra Maestra fue el esfuerzo organizado más ambicioso y mejor preparado de las
Fuerzas Armadas del régimen de Fulgencio Batista para derrotar al Ejército
Rebelde.
Se llevó a cabo cuando ya había transcurrido año y medio de guerra
revolucionaria en las montañas de la Sierra Maestra. Sería conveniente iniciar
este relato con un rápido examen de la situación general del país en mayo de
1958, para comprender mejor el contexto en que se desarrolló la gran operación
que el Ejército de la tiranía consideraba definitiva y final.
Fuera del ámbito específico de la Sierra Maestra, en el primer año de guerra
se había ido produciendo en el país un marcado incremento del clima
insurreccional.
Durante los primeros meses de 1957, mientras se consolidaba nuestra guerrilla
en la montaña, ocurría un dinámico proceso de reorganización del aparato
clandestino del Movimiento 26 de Julio en las ciudades, y de fortalecimiento de
su acción, bajo el impulso de la actividad de Frank País, quien fungía desde
Santiago de Cuba como responsable nacional de acción del Movimiento en ese
período y, de hecho, como su dirigente clandestino después de las detenciones de
Faustino Pérez y Armando Hart en marzo y abril, respectivamente.
En esta labor de Frank fueron notables sus resultados en la reorientación de
los grupos de acción del Movimiento, la organización de la lucha en el sector
obrero y la estructuración de la resistencia cívica. Una de las prioridades de
la actividad de Frank durante las últimas semanas de su vida fue el impulso de
la sección obrera del Movimiento, la cual, dentro de nuestra concepción
revolucionaria, cuando el ataque al Moncada debía ser la estocada final contra
la tiranía después que levantáramos y armáramos la ciudad de Santiago de Cuba.
La guerra en las montañas sería la alternativa si el llamado a la huelga no
tenía éxito.
Uno de los mayores golpes para el Movimiento y para la lucha revolucionaria
en Cuba ocurrió el primer año de guerra, el 30 de julio de 1957, cuando Frank
País fue apresado en Santiago y asesinado en plena calle. La muerte de Frank
provocó una reacción popular espontánea de tal magnitud que la ciudad quedó
virtualmente paralizada durante varios días. El entierro del joven luchador
se convirtió en la manifestación de rebeldía más masiva de la historia
santiaguera hasta ese momento, y en expresión elocuente del repudio generalizado
contra el régimen y el sentimiento de rebeldía de la población de Santiago.
Lo que ocurrió ese día demuestra que aquella ciudad de gran tradición patriótica
se habría levantado si el 26 de julio de 1953 hubiéramos ocupado el cuartel
Moncada.
Otro hecho que conmocionó a la opinión pública nacional y sacudió fuertemente
al régimen tiránico fue el alzamiento del 5 de septiembre de 1957 de la dotación
naval de Cienfuegos, bajo la dirección de nuestro Movimiento. Los sublevados
lograron dominar la Base Naval de Cayo Loco y, con la participación de las
milicias del Movimiento 26 de Julio y de numerosos ciudadanos que se aprestaron
a luchar con las armas distribuidas al pueblo, comenzaron a combatir en
distintos puntos de la ciudad. Durante todo ese día, y gran parte de la noche,
se luchó en las calles de Cienfuegos, hasta que vencidos los últimos focos de
resistencia popular por los poderosos refuerzos enviados desde Santa Clara,
Matanzas, Camagüey y La Habana, la ciudad amaneció el día 6 de nuevo en manos
del enemigo.
Fidel en la Sierra Maestra
En El Uvero.
A mediados de julio de 1957, después del sangriento Combate de Uvero, donde
ocupamos gran número de armas, decidimos crear la Columna 4, bajo el mando de
Ernesto Guevara. El Che se había destacado en ese rudo combate. Era capitán
médico de los expedicionarios. Con una pequeña escolta cuidó y atendió a
nuestros heridos. Fue el primer oficial ascendido a Comandante.
Carta enviada a Frank País tras la muerte de su hermano
Josué, en Santiago de Cuba.
En esta carta aparece el Che como
Comandante.
El Che y Fidel en la Sierra Maestra
El fracaso del primer intento de ofensiva general contra el incipiente
Ejército Rebelde creó un estado de frustración en los mandos militares de la
tiranía, y la consecuencia inmediata fue el recrudecimiento de la más despiadada
represión contra la población campesina en la Sierra Maestra.
El Combate de Uvero, 28 de mayo de 1957
En febrero de 1958, el Ejército Rebelde estaba en
condiciones de pasar a una etapa superior de desarrollo y, con ello, a un nuevo
período en la guerra, tomando en cuenta la experiencia y conocimientos
adquiridos.
En los primeros días de marzo de 1958 partieron de La Mesa, en la Sierra
Maestra, dos nuevas columnas rebeldes designadas con los números 6 y 3, al mando
de dos nuevos comandantes, Raúl Castro Ruz y Juan Almeida Bosque, ambos
combatientes del Moncada y expedicionarios del Granma, recién ascendidos. Uno
llevaba la misión de crear el Segundo Frente Oriental Frank País, y otro, el
Tercer Frente Mario Muñoz Monroy, en las proximidades de Santiago de Cuba. Entre
ambos llevaban casi 100 combatientes de la Columna 1, buenos pelotones y
escuadras, y buenas armas. El Ejército Rebelde crecía en hombres, experiencia y
calidad. Como ave Fénix había resucitado de sus cenizas.
Durante los meses de febrero y marzo de 1958, me vi en la necesidad de
dedicar atención a un flujo creciente de periodistas, tanto cubanos como
extranjeros, llegados a la Sierra. Nuestra lucha en las montañas de Oriente ya
era motivo de interés en el mundo. Entre los visitantes recibidos se contaron el
argentino Jorge Ricardo Masetti, autor después de un hermoso libro sobre nuestra
lucha; el ecuatoriano Ricardo Bastidas, asesinado por los cuerpos represivos de
la tiranía batistiana; el mexicano Manuel Camín y el uruguayo Carlos María
Gutiérrez, quienes publicaron buenos reportajes en la prensa de sus países; el
español Enrique Meneses, autor de algunas de las fotos emblemáticas de la lucha
en la Sierra; los norteamericanos Homer Bigart, Ray Brennan y otros.
También por esta época pasó varias semanas entre nuestros combatientes el
periodista y camarógrafo Eduardo Hernández, muy conocido en Cuba por su
sobrenombre de Guayo, quien fue el primer cubano que filmó escenas de nuestra
lucha.
Durante los meses iniciales de 1958, al tiempo que se consolidaba la lucha
guerrillera y tenía lugar un cambio cualitativo de la guerra, se mantenía en
ascenso el clima insurreccional en el resto del país. El decisivo estímulo
aportado por las sostenidas victorias rebeldes, el progresivo fortalecimiento de
los mecanismos organizativos y funcionales del aparato clandestino del
Movimiento 26 de Julio, la participación en la lucha contra la tiranía
de sectores cada vez más amplios de la población en todo el país y la
escalada en la brutalidad represiva del régimen, contribuían a crear condiciones
muy propicias para el desarrollo del enfrentamiento popular en todas sus
modalidades.
Este auge de la lucha popular creó en la dirección del Movimiento en el llano
la apreciación de que las condiciones eran favorables en el país para el
desencadenamiento de la huelga general revolucionaria, que había sido
siempre -como expliqué- el objetivo estratégico final para lograr el
derrocamiento de la tiranía. En diciembre de 1958, con 3 000 combatientes
victoriosos y el llamado a la huelga general revolucionaria, frustramos todas
las maniobras contrarrevolucionarias, y controlamos las 100 000 armas en poder
de las fuerzas armadas al servicio del régimen en 72 horas.
No es mi propósito en estas páginas entrar en un examen detallado del proceso
que condujo a la huelga del 9 de abril de 1958, de las discusiones sostenidas en
el seno de la dirección nacional del Movimiento, incluida la reunión de El
Naranjo, en la Sierra Maestra, en los primeros días de marzo de 1958, ni de las
causas que motivaron el fracaso del intento de huelga, a pesar de las acciones
heroicas ocurridas ese día en muchas localidades del país. Lo que me interesa
destacar aquí son dos cuestiones.
Primera, el revés en la huelga general del 9 de abril constituyó un duro
golpe para el Movimiento clandestino en el llano, que durante las semanas
subsiguientes se vio obligado a reorganizar sus fuerzas. Desde la Sierra Maestra
yo expliqué, a través de Radio Rebelde, las lecciones del fracaso y
proclamé mi optimismo acerca de las perspectivas de la lucha contra la tiranía:
“Se perdió una batalla pero no se perdió la guerra”.
Debo señalar que dentro del Movimiento 26 de Julio, su dirección en la
clandestinidad, nunca consideró el desarrollo de una fuerza militar capaz de
derrotar a las Fuerzas Armadas de Cuba. Era natural, en esa etapa, que no pocos
de nuestros cuadros no vieran en el pequeño ejército una fuerza capaz de vencer
al Ejército de Batista. Lo creían capaz de generar un movimiento revolucionario
en el seno del ejército profesional que, unido al 26 de Julio y bajo su
dirección, derrocara a Batista y abriera las puertas a una revolución. Nosotros
luchábamos para crear las condiciones para una verdadera revolución, con la
participación, incluso, de los militares honestos dispuestos a incorporarse a
ella. En cualquier circunstancia éramos partidarios de crear una fuerte
vanguardia armada.
En el Granma no venía ni el 5% de las armas automáticas que
considerábamos necesarias para una lucha exitosa, apelábamos por ello a los
fusiles de precisión y otras armas asequibles para derrotar a las fuerzas de los
institutos militares al servicio de Batista. Al fin y al cabo, nos vimos
obligados a partir de cero, después del ataque sorpresivo enemigo en Alegría de
Pío. Nuestro proyecto había recibido de nuevo un rudo golpe. No podíamos
exigirle a otros que creyeran en nuestra victoria militar, había primero que
demostrarla. Hoy no albergo la menor duda de que sin la victoria del Ejército
Rebelde, la Revolución no habría podido sostenerse.
La experiencia del frustrado intento de huelga trajo como resultado la
revisión a fondo de las concepciones organizativas y de lucha en el seno del
Movimiento 26 de Julio, que quedaron plasmadas en un conjunto de decisiones
políticas y organizativas tomadas en la reunión de la dirección nacional del
Movimiento, efectuada el 5 de mayo de 1958 en Mompié, corazón del territorio del
Primer Frente en la Sierra Maestra. Estas decisiones contribuyeron a la
elevación de la acción insurreccional a un plano superior e, incluso, al logro
definitivo de la unidad entre las diversas fuerzas revolucionarias.
Segunda, el fracaso de la huelga de abril alentó a la tiranía a la
aceleración de los planes de la gran ofensiva que venía preparando contra el
Ejército Rebelde y, en particular, contra el territorio del Primer Frente, desde
la derrota de la campaña de invierno. Hay constancia de que los mandos militares
de la tiranía consideraron propicio el momento para lanzar su gran ofensiva
partiendo del supuesto de la desmoralización que ellos consideraban había
causado entre nosotros el revés del 9 de abril.
Esta era la situación en la Sierra Maestra y en el país en mayo de 1958,
cuando se desató la gran ofensiva que el enemigo consideró como la batalla
definitiva que liquidaría de una vez por todas la amenaza rebelde.
Infortunadamente, existen muy pocos documentos sobre los planes de
operaciones del Ejército batistiano para destruir el pequeño Ejército Rebelde
cuando comenzó a dar nuevamente señales de vida, después de su segunda
liquidación, esta vez en los altos de Espinosa, cuando un pequeño grupo de 24
hombres estuvo a punto de ser totalmente liquidado con todos sus futuros
comandantes: Raúl, jefe del Segundo Frente Oriental; el Che, jefe del frente al
este del Turquino y de la Columna Invasora Ciro Redondo; Camilo Cienfuegos, jefe
de la vanguardia de nuestra columna; Efigenio Ameijeiras, de la retaguardia de
la misma, que dirigidos por mí, con el resto de los expedicionarios del Granma,
asestamos los primeros golpes al enemigo, causándoles numerosas bajas a los
paracaidistas de Mosquera y a las tropas de Casillas, sin sufrir una sola baja.
Conmigo, en los altos de Espinosa, el enemigo estuvo a punto de eliminarnos a
todos por la traición de Eutimio Guerra.
El desarrollo de la gran ofensiva enemiga del verano de 1958 contra el Primer
Frente de la Sierra Maestra y su rechazo por el Ejército Rebelde, que vamos a
ofrecer en este volumen, no se entendería plenamente sin una información previa,
aunque sea breve, de los fundamentos de la planificación de esa ofensiva,
realizada por los mandos militares de la tiranía.
El 27 de febrero de 1958, el teniente coronel Carlos San Martín, jefe de la
Sección de Operaciones del Estado Mayor del Ejército, presentó a sus superiores
un memorándum clasificado como “Muy Secreto” y titulado “Plan F-F (Fase Final o
Fin de Fidel)”. Este documento estaba relacionado con el plan de operaciones
para la gran ofensiva enemiga del verano de 1958, con el “Visto Bueno” del
director de Operaciones, mayor general Martín Díaz Tamayo, y del jefe del Estado
Mayor del Ejército, teniente general Pedro A. Rodríguez Ávila.
Después de los combates de Mar Verde, el 29 de noviembre -donde murió Ciro
Redondo-, el del alto de Conrado, el 8 de diciembre, que sostuvo la columna del
Che contra las fuerzas del entonces comandante Ángel Sánchez Mosquera, y de la
ocupación de la base permanente de la Columna 4, a las órdenes del Che en El
Hombrito, la penetración en el territorio rebelde por el frente oriental perdió
impulso. Sánchez Mosquera se vio obligado a realizar una retirada por las faldas
del Turquino hacia Ocujal. En el frente occidental de la Sierra, una compañía
enemiga al mando del comandante Merob Sosa, otro despiadado asesino, fue
emboscada y desarticulada en las cercanías de Mota, el 20 de noviembre, por un
pelotón de la Columna 1 dirigido por Ciro Frías. Otra tropa fresca, bajo las
órdenes del comandante Antonio Suárez Fowler, fue batida en Gabiro ese mismo día
por otros pelotones al mando de Efigenio Ameijeiras, Juan Soto -quien murió en
ese combate-, y otros capitanes rebeldes de la Columna 1. Las fuerzas de
nuestra columna en aquellos días no rebasaban los 140 hombres con armas de
guerra.
Los cinco batallones de infantería y varias compañías independientes chocaron
con una resistencia mucho más organizada y sólida que la esperada por el enemigo
a fines de 1957. En junio de ese año, Frank País había enviado un contingente de
jóvenes combatientes del Movimiento 26 de Julio, a las órdenes de Jorge Sotús,
para reforzar al pequeño grupo de 30 hombres que había sobrevivido y golpeado a
las tropas batistianas que, al mando de los paracaidistas y de Casillas, nos
perseguían con saña. Entonces combatíamos con las armas recogidas por el futuro
comandante Guillermo García, primer campesino sumado a los sobrevivientes de la
expedición del Granma tras el ataque sorpresivo de Alegría de Pío que
prácticamente liquidó, en brevísimo tiempo, nuestra fuerza, la que nos había
costado organizar, entrenar y armar durante más de dos años.
Después del ataque frustrado al Palacio Presidencial por el Directorio
Revolucionario, y la muerte de su jefe, José Antonio Echeverría, las armas
empleadas en esa acción
fueron enviadas a Santiago de Cuba por Manuel Piñeiro. Frank remitió una
parte de estas por mar a la Columna 1, y con ellas se libró el sangriento
Combate de Uvero.
Los primeros meses de 1958 constituyeron el período de extensión y
profundización de la lucha guerrillera en los llanos del Cauto, con la llegada a
esa zona de una pequeña columna al mando del capitán Camilo Cienfuegos,
poco después ascendido a comandante. Fue cuando preparamos y lanzamos el segundo
ataque al campamento enemigo en Pino del Agua, la primera acción de gran
envergadura operacional de nuestro Ejército Rebelde; también en ese tiempo
creamos las Columnas 6 y 3, al mando de los comandantes Raúl Castro Ruz y
Juan Almeida, respectivamente -participantes en el ataque al cuartel
Moncada el 26 de julio de 1956 en Santiago de Cuba-, y extendimos la guerra al
este de la Sierra Maestra y a las montañas al noroeste de la antigua provincia
oriental.
El 21 de marzo de 1958 tuvo lugar una conferencia del Estado Mayor para
discutir los planes futuros de operaciones. La reunión duró cuatro horas, con la
participación de todos los cabecillas militares del régimen, entre ellos el
general Francisco Tabernilla Dolz, jefe de Estado Mayor Conjunto; el teniente
general Pedro A. Rodríguez Ávila, jefe del Estado Mayor del Ejército; el mayor
general Eulogio Cantillo Porras, jefe en ese momento de la División de
Infantería -a quien quizás ya se había decidido nombrar jefe de la zona de
operaciones con vistas a la próxima ofensiva- y el coronel Manuel Ugalde
Carrillo, jefe hasta ese momento de la zona de operaciones.
El coronel Ugalde Carrillo propuso crear nueve batallones de combate
contraguerrillas, integrados cada uno por dos compañías de fusileros, reforzadas
con armas pesadas. Cada uno de estos batallones estaría compuesto por un
total de 186 hombres, y contaría con dos morteros de 60 milímetros; dos bazucas
de 4,2 pulgadas; dos ametralladoras calibre 30; 12 fusiles automáticos; 48
carabinas y 114 fusiles, lo cual les aseguraría un considerable poder de fuego.
La nueva ofensiva podría comenzar inmediatamente después que concluyera la zafra
y la ejecución del anterior plan de hostigamiento a nuestras fuerzas.
La propuesta del jefe de la zona de operaciones fue rechazada. El Estado
Mayor del Ejército elaboró un plan en el que también se contemplaba la creación
de nueve batallones, pero, en este caso, integrados por tres compañías cada uno,
y una composición diferente. Quince de las 27 compañías requeridas serían las
mismas que ya existían en la zona de operaciones, cuya integridad se mantendría.
Las otras 12 serían compañías de fusileros de 85 hombres cada una, compuestas
por reclutas.
En principio, los batallones a los que se les asignaron las misiones más
importantes estarían constituidos por una de las compañías reforzadas de la
División de Infantería y dos de las nuevas compañías de fusileros, para un total
aproximado de 360 hombres por batallón, es decir, el doble de los propuestos por
Ugalde Carrillo. La masividad de esta cifra seguramente resultaba más
tranquilizadora para los estrategas del Estado Mayor. Por otra parte, al estar
dotada una de las compañías con armas pesadas, se creía haber dado con una
solución que, aunque sacrificaba la movilidad, garantizaba un golpe más
sólido.
En definitiva, este esquema de organización fue cumplido en líneas generales.
Lo único que varió fue la canti- dad total de hombres. La cifra considerada
necesaria para la ofensiva fue creciendo entre los meses de febrero y mayo en
una verdadera espiral, en cuanto a volumen.
Los que estaban pasando escuelas terminarían su preparación de manera
escalonada entre mediados de marzo y mediados de junio. No se podría contar con
el personal necesario para la ofensiva, al menos hasta la segunda quincena de
abril.
A estas circunstancias se añadió un “regalo” de la dirección nacional del
Movimiento 26 de Julio: el fracaso de la huelga revolucionaria, que costó muchas
vidas de combatientes heroicos. La tiranía consideró llegado el momento
psicológico oportuno para dar la batida final en las montañas de Oriente.
Partían del supuesto de que, el fracaso de las acciones relacionadas con la
huelga habría creado un ambiente derrotista y la desmoralización en las filas
rebeldes. No conocían el temple de nuestro pequeño ejército ni el hábito de
renacer de sus cenizas.
En el más reciente plan todavía se mantenía la fórmula de organizar y
entrenar las nuevas unidades fuera de la zona de operaciones y trasladarlas allá
en el último momento para aprovechar al máximo el supuesto factor sorpresa.
Ya a la altura de los primeros días de marzo, la jefatura de la zona de
operaciones consideraba insuficiente su propia petición de nueve batallones de
combate para la ofensiva. La cifra requerida se había elevado a 13, sin contar
con otro batallón de infantería de marina que se solicitaba a la Marina de
Guerra, y con las fuerzas de los escuadrones de la Guardia Rural, entre otras
presentes también en la zona de operaciones.
El jefe del Estado Mayor se refirió a la Columna 6, al mando de Raúl, que ya
para esa fecha había establecido el Segundo Frente, afirmando que constituía
“una amenaza grave a la retaguardia”.
El 25 de ese mes -marzo de 1958- se ordenó el alistamiento de otros 4 000
ciudadanos como soldados de la Reserva Militar, quienes deberían completar las
cifras y estar disponibles para cualquier eventualidad.
El alto mando tomó la decisión de incorporar a las fuerzas de la zona de
operaciones, con vistas a la proyectada ofensiva, nuevos contingentes
procedentes de distintos mandos militares, cuya participación no había sido
contemplada en un inicio. Así entraron a formar parte de la planificación cinco
nuevas compañías de la División de Infantería, una del Regimiento de Artillería,
dos del Cuerpo de Ingenieros, dos de la Fuerza Aérea del Ejército, una de la Escuela de Cadetes y nueve de los diferentes regimientos de la Guardia Rural,
para un total de 20 unidades. En las semanas subsiguientes
seguirían agregándose compañías, hasta alcanzar el gran total de 55
unidades que participarían en la zona de operaciones durante todo el desarrollo
de la ofensiva. La mayor parte de estas nuevas compañías estarían formadas,
indistin- tamente, por soldados de relativa antigüedad y reclutas, en proporción
variable según el caso.
El 25 de mayo, primer día de la ofensiva, el enemigo contaba ya con no menos
de 7 000 hombres disponibles para la ejecución directa del plan de operaciones,
y llegó a movilizar, en total, alrededor de 10 000 efectivos.
Para combatir el torrente de soldados que se nos venía encima, el Primer
Frente de la Sierra Maestra había logrado reunir para la fecha alrededor de 220
hombres con armas de guerra, incluyendo el personal de la columna del Che,
organizados en pelotones y escuadras, muchas de estas con jefes nuevos, sin gran
experiencia, pero con excelente disposición y gran vergüenza. Otras pequeñas unidades de la Columna 3 del comandante Juan Almeida, bajo el mando de Guillermo
García, se estaban ya incorporando a la defensa, y alrededor de 40 hombres de la intrépida tropa de Camilo, los primeros combatientes del llano, marchaban hacia
la Sierra Maestra. Juntos seríamos alrededor de 300. Este libro contiene la
narración sintética y absolutamente fiel de lo que ocurrió.
Indice |
Presentación
|
Introducción
| Capítulo I |
Capítulo II
Capítulo III |
Capítulo IV | Capítulo V |
Capítulo VI |
Capítulo VII
Capítulo VIII | Capítulo IX | Capítulo X | Capítulo XI | Capítulo XII
Capítulo XIII | Capítulo XIV |
Capítulo XV |
Capítulo XVI |
Capítulo XVII
Capítulo XVIII |
Capítulo XIX |
Capítulo XX |
Capítulo XXI |
Capítulo XXII
|
Capítulo XXIII |
Capítulo XXIV |
Capítulo XXV