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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 “La victoria estratégica”: La Batalla de Jigüe, el combate contra los refuerzos (Capítulo 18).

 
 
 
 

Lalo Sardiñas en la Sierra Maestra

Durante los primeros seis días de la Batalla de Jigüe, mientras se desarrollaban las acciones iniciales en el cerco y los dos combates de Guillermo García en el río La Plata, las fuerzas rebeldes, concentradas en Purialón en espera de los refuerzos que debían venir desde la playa para apoyar a la tropa sitiada, habían permanecido casi todo el tiempo ociosas. Solamente tuvieron ocasión de actuar los días 15 y 16 de julio en la captura de la mayor parte de los guardias escapados de la segunda emboscada de Guillermo el día 14. En una de estas escaramuzas murió el 15 de julio, como ya dije, el combatiente Eugenio Cedeño, Geño, del pelotón de Lalo Sardiñas. En realidad, casi todos los soldados prisioneros como resultado de ese combate fueron capturados por nuestros hombres en Purialón, así como la mayoría de las armas ocupadas.

Batalla de Jigüe 14 de julio de 1958. Se cierra el cerco al Batallón 18, combate en el río La Plata.

Batalla de Jigüe 14 de julio de 1958. Se cierra el cerco al Batallón 18, combate en el río La Plata.

Al anochecer del propio miércoles 16 de julio, Curuneaux me informó, en una notica, haber interceptado varias comunicaciones enemigas, algunas de las cuales indicaban que la tropa concentrada en la playa había recibido la orden de avanzar en dirección a Jigüe para romper el cerco de la fuerza sitiada. No estaba claro si la intención era reforzarla con la pretensión de que cumpliera su misión original, lo cual a estas alturas resultaba totalmente absurdo o, por el contrario, auxiliarla a escapar. El caso es que con esta noticia recibíamos el primer indicio concreto de que el tan esperado refuerzo proveniente de la playa estaba ya en camino.

Esa misma noche trasladé la información a nuestros tres capitanes encargados de la línea de contención del refuerzo en la zona de Purialón. Según lo interpretado por Curuneaux, se trataba de un batallón enemigo que avanzaría desde la playa. Por eso, en mi mensaje a Cuevas, Lalo y Paz les decía:

Un batallón no es nada para ustedes. En Santo Domingo se destruyó uno con muchos menos hombres, y Paz ha rechazado dos veces al ejército con 8 hombres. Ojalá manden un solo batallón para que quede prisionero de ustedes.

Páginas del mensaje de Fidel dirigido a los capitanes Andrés Cuevas, Lalo Sardiñas y Ramón Paz, en el que les cursa órdenes y les señala las posiciones y los movimientos para rechazar los refuerzos enemigos, 16 de julio de 1958. /1 de 7

Páginas del mensaje de Fidel dirigido a los capitanes Andrés Cuevas, Lalo Sardiñas y Ramón Paz, en el que les cursa órdenes y les señala las posiciones y los movimientos para rechazar los refuerzos enemigos, 16 de julio de 1958. /2 de 7

Páginas del mensaje de Fidel dirigido a los capitanes Andrés Cuevas, Lalo Sardiñas y Ramón Paz, en el que les cursa órdenes y les señala las posiciones y los movimientos para rechazar los refuerzos enemigos, 16 de julio de 1958. /3 de 7

Páginas del mensaje de Fidel dirigido a los capitanes Andrés Cuevas, Lalo Sardiñas y Ramón Paz, en el que les cursa órdenes y les señala las posiciones y los movimientos para rechazar los refuerzos enemigos, 16 de julio de 1958. /4 de 7

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Páginas del mensaje de Fidel dirigido a los capitanes Andrés Cuevas, Lalo Sardiñas y Ramón Paz, en el que les cursa órdenes y les señala las posiciones y los movimientos para rechazar los refuerzos enemigos, 16 de julio de 1958. /6 de 7

Páginas del mensaje de Fidel dirigido a los capitanes Andrés Cuevas, Lalo Sardiñas y Ramón Paz, en el que les cursa órdenes y les señala las posiciones y los movimientos para rechazar los refuerzos enemigos, 16 de julio de 1958. / 7 de 7

En realidad, el mando enemigo no había dispuesto el envío de un batallón, sino de la propia Compañía G-4 de retaguardia en la playa. Pero eso lo sabríamos después del combate. Nuestra valoración en aquel momento era que, desde el punto de vista del enemigo, debía ser obvio a estas alturas que haría falta mucho más que un batallón para llegar donde la tropa cercada y tener alguna posibilidad real de sacarla. Por eso, la noticia de que se trataba solamente de un batallón nos causaba cierta seguridad, a tal punto que en la respuesta que le mandé a Curuneaux le decía confiado: “Si nada más han enviado un batallón, queda en el camino”.

Sería bueno detenerme en las instrucciones contenidas en el mensaje a los capitanes de Purialón, a la luz de lo que ocurrió después:

Es de suma importancia que el arroyo de Manacas, que está situado de la parte [de] allá del alto donde está Paz, esté tomado por nosotros, para que no intenten dar un rodeo por allí. Considero conveniente reforzar a Paz con una escuadra por lo menos para que con algunos hombres más suyos, la sitúe en dicho arroyo a unos seiscientos u ochocientos metros del camino. Paz que se sitúe en el lugar más alto posible del punto que le señalé, tratando de que los guardias no hagan contacto con él en los primeros momentos, en cuyo caso, los del arroyo Manacas deben atacar por el flanco a los guardias que lleguen al alto donde está él.

Lo perfecto es que los guardias crucen sin chocar con Paz y el combate comience cuando caigan en la emboscada de Lalo y Cuevas, para que sean encerrados; ya ustedes saben lo que pasa cuando eso ocurre, no hay quien venga a sacarlos. Lalo y Cuevas, deben tener bien tomados todos los firmes y altos que ellos puedan intentar tomar para rechazarlos completamente.

No dejen de usar las minas, sobre todo las bombas de cien libras.

Tomen todas las disposiciones desde bien temprano para que les alcance el tiempo. No se preocupen de ninguna otra cosa. Concentren la atención en la tarea de ustedes. Es posible que el avión ametralle primero; eso los hará venir más confiados.

En una posdata del mismo documento les aclaraba: “Quiero añadir que el ataque de flanco lo puede hacer Paz desde el alto y la gente del arroyo Manacas desde abajo”. A Raúl Podio -posicionado desde dos días antes en el firme de Gran Tierra, a la derecha del río La Plata-, le envié también esa noche aviso del anunciado movimiento de los guardias, y le expliqué detalladamente lo que debía hacer en caso de que una parte de la tropa de refuerzo intentase avanzar por ese firme. El meollo de sus instrucciones era que no podía retroceder ni un paso, lo cual podía lograr si actuaba con inteligencia y coraje.

Mi mensaje a Cuevas, Lalo y Paz concluía con estas palabras, que indican la aspiración que yo abrigaba en ese momento, y la confianza en que podía ser alcanzada:

Yo no he querido mover un solo hombre de ahí, porque nuestro propósito en esta batalla decisiva debe ser muy ambicioso, no sólo rendir la tropa sitiada, sino, destruir también los refuerzos.

Esto puede ser el fin de Batista.

¡Mucha serenidad y mucho ánimo y buena suerte!

Esta misma seguridad se refleja en el mensaje que también esa noche le envié al Che, a quien siempre había mantenido al tanto en detalle del desarrollo de los acontecimientos, y que vale la pena citar en extenso para que se tenga una idea precisa de nuestro estado de ánimo en la víspera de lo que considerábamos un combate decisivo para el curso posterior de la guerra:

Al anochecer interceptamos un mensaje de la avioneta al jefe de un batallón, al parecer situado en la playa diciéndole que avanzara ocupando los puntos llaves, esto es, las alturas y protegiera el arria de mulos con un pelotón.

Esta misma noche acabo de enviar mensajero a Cueva[s], Lalo y Paz informándole esto. Cuentan entre los 3 con 76 hombres bien armados con una moral altísima de lucha, buenas posiciones y están prevenidos. En pocas ocasiones anteriores, tal vez ninguna, se esperó al enemigo en mejores condiciones. Lo que más me atrae de toda esta operación es la destrucción de los refuerzos, vengan por donde vengan. Teniendo la tropa sitiada al borde del colapso y el gobierno obligado a socorrerla, nosotros debemos tratar de convertir esta operación en una batalla decisiva. Ya el Ejército no puede hacer más, ha llegado en estos días al límite de su potencialidad; más bombas, más metralla, más cohete, más napalm y más morteros no puede usar; ni tampoco más columnas; se palpa su impotencia. Situado tú en el vértice de la Mina y Camilo en la Plata, con los refuerzos de Almeida y Ramirito a mano, no podemos tener mejores perspectivas de victoria.

Me ocupé de trasmitirle la misma confianza a Curuneaux -cuya participación en toda la operación estaba siendo tan destacada-, en la mañana del día en que la tropa enemiga de la playa debía estar ya en movimiento:

Vamos a ver cuál es el resultado de la batalla contra los refuerzos. Si derrotamos los refuerzos estos [los guardias cercados en Jigüe] se rendirán irremisiblemente con poco esfuerzo de nuestra parte. Esta es la oportunidad de hacerle a la Dictadura un desguazo completo que puede ser su caída. Están obligados a mandar refuerzos y a los refuerzos los podemos aniquilar.

El personal de la Compañía G-4, al mando del capitán José Sánchez González, inició su avance desde la desembocadura del río La Plata a las 6:00 de la mañana del jueves 17 de julio. Iban apoyados en su movimiento por el fuego de la fragata Máximo Gómez, situada frente a la playa, y por la observación desde la avioneta que sobrevolaba constantemente la zona. Durante varias horas los guardias subieron por el río y las faldas laterales, en aquellos lugares donde la pendiente hacía practicable el avance, sin encontrar resistencia rebelde.

Alrededor de las 11:00, después de haber sobrepasado el amplio recodo del río en Purialón, la vanguardia enemiga chocó con la emboscada rebelde y comenzó el combate.

Batalla de Jigüe 17 de julio de 1958. Combate en Purialón contra el primer refuerzo procedente de la playa. Notable victoria rebelde.

Batalla de Jigüe 17 de julio de 1958. Combate en Purialón contra el primer refuerzo procedente de la playa. Notable victoria rebelde.

El personal de Lalo y de Cuevas se batió firmemente en sus posiciones, de donde no podían ser desplazados por la fusilería y los morteros del Ejército, y pronto comenzaron a causar las primeras bajas entre los guardias. De hecho, a los 15 minutos de combate ya los dos primeros pelotones de la compañía habían quedado totalmente desarticulados, y muchos guardias huían de manera desordenada.

Esta retirada de los restos de la tropa enemiga fue posible en gran medida porque la fuerza rebelde de Ramón Paz, posicionada en el firme de Manacas, no se movió durante el combate. Por un error de interpretación de mis órdenes, Paz no cumplió con su encomienda de bajar en dirección al río una vez iniciada la acción, con el propósito de cerrar por la retaguardia al enemigo, impedir su retirada y embotellarlo en un cinturón de fuego rebelde que lo pusiera en la disyuntiva de rendirse íntegramente o ser destruido en su totalidad. A causa de este error, la primera acción en Purialón no causó el desastre previsto para el Ejército. Sobre este tema volveré dentro de un momento.

Pero, a pesar de este contratiempo, el combate del 17 de julio en Purialón significó una notable victoria rebelde. En primer lugar, se logró el objetivo principal: detener el refuerzo e impedir que llegara hasta el batallón sitiado en Jigüe.

En segundo lugar, si bien no se alcanzó -como ya dije- el propósito de destruir dicho refuerzo, lo cierto es que la Compañía G-4 quedó tan vapuleada que dejó de contar como fuerza oponente. El primer parte enviado por Cuevas a nuestro puesto de mando en el alto de Cahuara, a las 2:20 de la tarde, daba las cifras de 12 guardias muertos y 14 prisioneros. El conteo final de hombres capturados, sin embargo, se elevó a 24. Sin duda, hubo cierto número de heridos evacuados por los soldados en su retirada.

En tercer lugar, hay que destacar el botín ocupado en este primer combate contra los refuerzos. En nuestro poder quedaron nada menos que 34 armas largas: 17 fusiles Springfield, 10 carabinas San Cristóbal, 4 fusiles semiautomáticos Garand, dos fusiles ametralladoras Browning y una ametralladora de trípode calibre 30, además de 18 000 balas y 48 granadas de fusil. Cayeron, además, en nuestras manos, casi todos los suministros para aliviar la situación del batallón cercado que traía la compañía en un arria de mulos.

El personal rebelde no tuvo una sola baja en este combate, lo cual indica la calidad de las posiciones preparadas por Lalo y Cuevas para la emboscada.

Por los primeros informes recibidos, me percaté de que la operación no había funcionado tal y como había sido planificada. En un principio decidí esperar por noticias de Paz, pues estaba convencido de que un jefe tan responsable, capaz y decidido como él cumpliría al pie de la letra su misión, y que, tal vez, lo que había ocurrido era que había cortado a los guardias mucho más abajo sin tiempo de informar el resultado. Sin embargo, en el transcurso de la noche, al recibir el informe de Paz, quedó claro que el éxito completo de la operación no había sido posible debido a la inacción de esta fuerza rebelde, que era parte muy importante del plan. Pero tan persuadido estaba de las condiciones de este jefe, que a la mañana siguiente le envié un mensaje donde le decía que parecía haber ocurrido una confusión con las órdenes, le pedía que me mandara mi mensaje de la noche del 16 en el que estaban contenidas las instrucciones a él, a Cuevas y a Lalo, y lo exhortaba a que no se desanimara, pues aún quedaban muchas cosas por hacer.

Paz me contestó esa misma tarde, entre dolido y disgustado. Su respuesta es digna de ser reproducida:

La realidad es que entendimos que me situara más arriba, pues usted sabe que yo no soy capaz de rehuir un combate, ni dejar de cumplir una orden suya aunque en ella me vaya la vida; pues un hombre de mi convicción no quiere la vida el día que se considere indigno de vestir el uniforme de nuestro glorioso ejército.

Ahora mi dolor es que no he podido coger ni un arma y tengo 9 hombres desarmados.

Mándeme órdenes, pero que sean de pelear.

Desgraciadamente, Paz había interpretado mi orden de la noche del 16, en el sentido de que se situara en lo alto del firme y no se moviera de allí en previsión de que una parte de la tropa de refuerzo enemiga fuese a avanzar por allí. A su mensaje le contesté de nuevo:

No tienes que decirme lo que yo sé sobradamente de tu valor y capacidad de lucha y de mando porque lo has sabido probar muchas veces.

Te pedí mi comunicación para cerciorarme de la forma en que había enviado las instrucciones porque a mí me cabe la responsabilidad de cualquier fallo que pueda haber. [...] Mi preocupación de que te situaras en lo más elevado del pico era pensando en la conveniencia de que los guardias no fuesen a hacer contacto contigo antes que con Cuevas. La instrucción que les dio el avión era la de ir tomando los puntos llaves. Nosotros tomamos las precauciones debidas a la situación. Se esperaba un ataque en regla y no el envío de una compañía solitaria que venía como si estuviera desfilando por el paseo del Prado. Son cosas absurdas de las que hace el enemigo.

Mi intención era que se les cortara por la retaguardia avanzando desde el alto tuyo y desde el arroyo Manacas. Si la columna enemiga hubiese sido muy larga, el ataque entonces, más que de retaguardia sería de flanco.

La retirada de ellos parece también que fue demasiado rápida, aunque una patrulla situada en el arroyo Manacas a 600 u 800 metros del camino los hubiera podido cortar a tiempo.

Hombre de gran vergüenza, Paz estaba sumamente molesto con lo que había pasado, pero quise que entendiera que para mí estaba claro que lo ocurrido fue consecuencia de una mala interpretación de mi orden, y que en ningún momento pensé que fuera resultado de una actitud de inercia o cobardía de su parte.

Cuando lo vuelvo a leer ahora pienso que tal vez pude explicarle con más claridad cuál era su misión y le habría ahorrado aquella amargura a un hombre tan digno.

Con la inyección de las armas capturadas fue posible armar a casi 40 nuevos combatientes, entre personal que mandé pedir a Almeida y reclutas de la escuela de Minas de Frío. El personal desarmado de los pelotones de Cuevas y Lalo también recibieron armas a raíz del combate, con lo que se logró reforzar más aún la línea rebelde en Purialón y mover un grupo de 15 combatientes hacia las posiciones de completamiento del cerco principal en Jigüe.

Nos acostumbramos de nuevo a los aviones. Ellos no podían, sin embargo, atacar a los que sitiaban al batallón porque estaban atrincherados muy cerca de sus posiciones.

Contra la tropa sitiada se emplearon muchos elementos de acciones psicológicas que incluían altoparlantes, arengas, las cartas capturadas a refuerzos se enviaban con algún prisionero. Los disparos, incluidos algunos de la calibre 50, eran rigurosamente calculados y medidos. Al final quedaron sin agua ni alimentos.

Ante el desastre sufrido el 17 de julio con el primer intento de refuerzo del Batallón 18, el mando enemigo comenzó a prepararse al día siguiente para un nuevo movimiento. Esta vez encomendó la misión al llamado Batallón de Los Livianos, al mando del capitán Noelio Montero Díaz. Se trataba de una fuerza de choque integrada por las Compañías I, K y L de la División de Infantería, con sede en el campamento de Columbia -que hasta ese momento habían actuado en la zona de operaciones como compañías independientes-, a las que se sumaron los restos que pudieron salvarse de la Compañía G-4. Este contingente no solo era mucho más numeroso, sino además, mejor entrenado y equipado que la compañía derrotada en el combate del día 17. Era la carta de triunfo del enemigo en esta operación, con la cual pensaban ilusamente que podrían sacar al batallón cercado de su desesperada situación. Ese mismo día desembarcaron en La Plata la mayor parte de los elementos del batallón, más unas cuantas piezas de artillería de 75 milímetros.

Por nuestros equipos de comunicación podíamos interceptar todas las comunicaciones enemigas relacionadas con la preparación de este segundo y decisivo refuerzo. Ese día ratifiqué a los tres capitanes de Purialón las órdenes anteriores, y avisé también a Podio que era inminente el nuevo intento enemigo.

Los Livianos partieron de la playa de La Plata poco después de amanecer el sábado 19 de julio, y comenzaron a subir por el camino del río, en un movimiento casi idéntico al realizado dos días antes por la Compañía G-4. En todo caso, el jefe del contingente desplegó un poco más sus flancos, sobre todo el derecho, por las laderas del cañón de La Plata. Esta vez, sin embargo, el avance enemigo contó con el apoyo martillante, tanto de la fragata como de las piezas de artillería emplazadas en la playa y, sobre todo, con un redoblado apoyo aéreo. Fue, sin duda, el día de mayor actividad de la aviación durante toda la batalla y, posiblemente, una de las jornadas aéreas más intensas que presenciamos durante toda la guerra.

Un objetivo especial de la aviación eran las posiciones donde el mando enemigo suponía, por las informaciones recibidas de los oficiales y jefes de la compañía diezmada el día 17, que se mantenía la emboscada rebelde sobre el río. Desde las primeras horas de la mañana el ametrallamiento y bombardeo sobre la zona de Purialón fue muy intenso. Pero nuestros combatientes no se dejaron impresionar y mantuvieron sus posiciones. Cerca del mediodía, poco antes del comienzo del combate, una bomba de 500 libras estalló junto a la trinchera donde se encontraban los combatientes Victuro Acosta, El Bayamés, y Francisco Luna, en la retaguardia de las posiciones de Cuevas, y les causó instantáneamente la muerte.

Alrededor de las 2:00 de la tarde, la vanguardia enemiga chocó con los hombres de Cuevas en Purialón y se entabló el combate. Esta segunda acción contra los refuerzos del Batallón 18 fue una de las más intensas de toda la guerra. El enemigo, debidamente preparado y advertido, ofreció una resistencia tenaz e, incluso, trató en varias ocasiones de forzar las líneas rebeldes. Pero cada vez que los guardias lograban reagruparse e intentar un ataque, eran repelidos con fuertes bajas por los combatientes de Cuevas y de Lalo.

Mientras tanto, Ramón Paz, quien, como se recuerda, estaba posicionado en el alto de Manacas en espera del comienzo de la acción, realizó esta vez de manera impecable la maniobra prevista desde el combate anterior y, bajando a toda velocidad hacia el río, encerró por la retaguardia al enemigo. Simultáneamente, algunos de los hombres de Paz, situados a media falda del firme de Manacas, intentaron detener el avance de un pelotón enemigo por ese lugar, pero en un momento determinado decidieron retirarse unos metros hacia mejores posiciones. Fue durante ese repliegue por un potrero descampado cuando fue alcanzado y muerto por el fuego de los guardias el combatiente Roberto Corría, del pelotón de Paz.

Al atardecer, después de más de tres horas de duro combate, los guardias comenzaron a dar finalmente señales de agotamiento. Se escucharon entre sus filas gritos de rendición, mezclados entre el sonido cada vez más espaciado del fuego enemigo. Interpretando tal vez que la tropa estaba desmoralizada y en situación de rendirse, e impulsado por el ardor del combate, el capitán Cuevas salió de su trinchera y comenzó a avanzar hacia los guardias con la intención, al parecer, de precipitar la rendición. Sin embargo, apenas dio unos pasos fue alcanzado por una ráfaga disparada desde las posiciones enemigas y cayó sin vida.

Batalla de Jigüe 19 de julio de 1958. Intenso combate en Purialón contra el segundo refuerzo enemigo. Duró más de tres horas.

Batalla de Jigüe 19 de julio de 1958. Intenso combate en Purialón contra el segundo refuerzo enemigo. Duró más de tres horas.

La muerte de Cuevas desconcertó momentáneamente a los combatientes rebeldes y frustró la probable rendición esa misma tarde del segundo refuerzo. Fue un revés de consideración, pues se trataba de uno de nuestros jefes más audaces y efectivos. Como le escribí al Che al informarle de los resultados del primer día de combate: “[...] espero que se les haya ocasionado a los guardias un enorme destrozo, pero la muerte de Cuevas tiene a todos aquí muy tristes y la casi segura victoria nos resulta amarga”. Esa misma tarde, al conocer la noticia, emití la siguiente orden:

Se asciende póstumamente al grado de Comandante del Ejército Rebelde por su ejemplar conducta militar y su heroico valor al Capitán Andrés Cuevas, muerto en el día de hoy, cuando avanzaba sobre el enemigo. En lo adelante se mencionará su nombre con el grado de Comandante.

Márquese el sitio de su sepultura para construir allí un obelisco que perdurará con el recuerdo imborrable de todos sus compañeros de ideal.

Mensaje de Fidel al Che donde le habla de la caída en combate del capitán Andrés Cuevas, 16 de julio de 1958.

Mensaje de Fidel al Che donde le habla de la caída en combate del capitán Andrés Cuevas, 16 de julio de 1958.

Esta orden se cumplió en todos sus puntos. Hoy la Revolución ha construido en Purialón, a pocos metros de donde Andrés Cuevas cayó combatiendo de cara al enemigo, un hermoso monumento en memoria de quien fue uno de los más aguerridos combatientes y de los más capaces jefes del Ejército Rebelde.

Esa misma tarde también, después de recibir los primeros informes de Lalo Sardiñas, dispuse el envío a Purialón de un grupo de más de 20 combatientes desarmados que acababan de llegar, al mando de René de los Santos, con la intención de que se equiparan con parte de las armas ocupadas. A Lalo le comuniqué que pusiera al pelotón de Cuevas a las órdenes del combatiente Antonio Sánchez Díaz, conocido por Pinares, quien fungía como segundo al mando de esa fuerza.

Después de evaluar la situación sobre la base de las informaciones recibidas, le cursé esa noche las siguientes instrucciones a Lalo Sardiñas:

Este es un momento decisivo. Los compañeros tienen que llenarse de valor a pesar de las bajas. Si retrocedemos habremos perdido la oportunidad de escribir una de las páginas más gloriosas de la historia de Cuba; si resisten nuestros hombres, ese ejército no podrá avanzar y Batista estará perdido. Confío en ti que tienes valor y tienes inteligencia para afrontar la situación. Si la gente amanece mañana pegada a los guardias los aviones no podrán bombardearlos; si continúan ametrallando por el río, la gente se puede apartar del camino, pero tomando precauciones para cortar a los guardias, si intentan avanzar.

[...] Si en cualquier circunstancia hubiera que perder terreno, hay que resistir firmemente un poco más acá. En ninguna forma debe quedar libre el camino al enemigo. Yo estoy seguro [de] que con el destrozo que ustedes les han hecho hoy esa tropa no avanza. ¡Mucho ánimo y mucho valor que esta es una oportunidad para todos ustedes de escribir una página en la Historia!

El balance provisional del combate, al amanecer del domingo 20 de julio, era de siete muertos y 21 prisioneros enemigos, más de 20 armas y buena cantidad de parque calibre 30.06; por la parte rebelde, cuatro muertos -Cuevas, Acosta, Luna y Corría- y otros tantos heridos.

Al segundo día de combate, los combatientes de Lalo y Pinares, que habían acercado sus posiciones durante la noche a las de los guardias, volvieron a rechazar durante la mañana los débiles intentos de romper el cerco rebelde. Los hombres de Paz, por su parte, siguieron presionando por la retaguardia, aunque durante la noche muchos guardias lograron escapar hacia la playa. Al mediodía, casi 24 horas después de iniciado el combate, toda resistencia había cesado. El total de muertos enemigos se elevaba a 17, y en nuestro poder quedaban 14 fusiles San Cristóbal, 10 fusiles Garand, dos cajas de obuses de mortero calibre 81 y un arria de mulos con suministros.

Pero el resultado más significativo era que el segundo y último refuerzo al batallón cercado en Jigüe había sido rechazado. A partir de este momento, la suerte de esa tropa quedaba definitivamente sellada, y con ella tal vez -pensábamos todos- la suerte final de la tiranía batistiana.

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Indice | Presentación | Introducción | Capítulo I | Capítulo II

Capítulo III | Capítulo IV | Capítulo V | Capítulo VI | Capítulo VII

Capítulo VIII | Capítulo IX | Capítulo X | Capítulo XI | Capítulo XII

Capítulo XIII | Capítulo XIV | Capítulo XV | Capítulo XVI | Capítulo XVII

Capítulo XVIII | Capítulo XIX | Capítulo XX | Capítulo XXI | Capítulo XXII

 | Capítulo XXIII | Capítulo XXIV | Capítulo XXV

 

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