Desde un bohío, apoyado en un tablón de palma, Raúl
mira a la distancia.
El 16 de junio de 1958, el puesto de mando de la zona de operaciones, en
Bayamo, emitió la Orden Número 99, en la que disponía el movimiento de dos de
las compañías del Batallón 18 en dirección a las cabezadas del río La Plata, en
cumplimiento de la idea estratégica inicial del Plan F-F, que, como se
recordará, consistía en enlazar esta fuerza con las que penetraran hacia ese
mismo punto desde el Norte.
Desembarco de Quevedo 10 de junio de 1958. Preludio de
una grave amenaza para la guerrilla rebelde por el Sur.
Desembarco de Quevedo 10 de junio de 1958. Preludio de
una grave amenaza para la guerrilla rebelde por el Sur.
En este caso se trataría del Batallón 11 de Sánchez Mosquera. De acuerdo con
esta orden, el comandante Quevedo debería iniciar la operación con el suyo al
amanecer del día 18, subiendo por el río Palma Mocha hasta el alto del mismo
nombre, en el firme de la Maestra, para de allí tomar rumbo Oeste hacia la
dirección indicada.
Como parte de la maniobra, debía localizar y capturar la cárcel de Puerto
Malanga, descrita con bastante exactitud en el documento como una casa recién
construida y otra en forma de L invertida, ubicadas en el nacimiento de uno de
los brazos del río La Plata, en el lugar conocido por los bajos de Jiménez. Una
vez tomado este campamento, el jefe del batallón debía incorporar a los guardias
prisioneros a su unidad y mantenerse operando en toda la zona desde Jigüe y El
Naranjal hasta el firme de la Maestra. En realidad, los guardias presos eran muy
pocos, capturados indistintamente, que en virtud de los datos que conocieron no
convenía liberarlos en ese momento.
La tercera compañía se trasladaría por mar el día 20 a la desembocadura del
río La Plata, donde establecería el punto de abastecimiento en la retaguardia
del batallón. Con tal motivo, se cursaron el propio día 16 las órdenes
pertinentes a la fragata Máximo Gómez para que continuara su patrullaje de la
costa, resolviera el traslado de la compañía a La Plata y proporcionara el apoyo
directo de artillería que solicitara el jefe del batallón.
Al recibir esta orden, el comandante Quevedo, en consulta con sus prácticos,
tomó una decisión que provocaría un cambio total de la situación operativa en el
frente sur en los días siguientes y, de hecho, salvaría al batallón de caer en
la trampa que con tanto cuidado le habíamos preparado y en la que pusimos tantas
expectativas. Esta decisión, además, introdujo un nuevo elemento de amenaza muy
grave en ese sector, que solo sería conjurada gracias a la actuación rápida y
enérgica de Ramón Paz y sus hombres.
Por una parte, Quevedo debió concluir que la ruta ordenada por el puesto de
mando, a lo largo del río Palma Mocha, era peligrosa y poco practicable. Con muy
buen juicio, el jefe del batallón enemigo seguramente supuso que encontraría
resistencia rebelde si intentaba subir por el río y, en efecto, allí era donde
lo estaba esperando Paz. Pero, además, sus prácticos le debieron informar que,
si uno de los objetivos era ocupar la cárcel rebelde, la ruta indicada desde
Bayamo era muy engorrosa, pues, teniendo en cuenta el lugar donde se ubicaba esa
instalación, la tropa se vería obligada a cambiar la dirección de su movimiento
completamente hacia el Sur después de alcanzar las cabezadas de La Plata y, de
hecho, bajar del firme de la Maestra. En cambio, debieron proponerle utilizar el
trillo que subía al alto de La Caridad para caer después en El Naranjal, de
donde podrían continuar subiendo por el río La Plata para pasar por la cárcel y
seguir hacia el firme en una misma dirección de avance.
Fidel en la Sierra Maestra
Al parecer, convencido por este argumento, el jefe del batallón optó por esta
ruta, poco transitada y menos usual para los guardias. Se trató, sin duda, de
una decisión astuta, pues lo lógico era pensar que el enemigo buscaría la
relativa protección de la fragata a lo largo del camino de la costa, o bien
subiría por el camino más trillado y, por tanto, más convencional del río. En la
práctica, con esta decisión -aunque, lógicamente, Quevedo no lo sabía- la tropa
enemiga cruzaría entre las dos posiciones rebeldes que lo esperaban y seguiría
por un camino en el que, por la extrema improbabilidad de su utilización, no se
había previsto preparar resistencia alguna. Se libraría así de un golpe
demoledor si chocaba con cualquiera de las dos fuertes emboscadas que teníamos
dispuestas.
En cumplimiento de la orden recibida, las Compañías Escuela de Cadetes y 103
del Batallón 18 iniciaron la marcha en dirección al río Palma Mocha al amanecer
del día 18. Llevaron consigo las arrias de mulos con provisiones para 15 días de
campaña. En Las Cuevas quedó la Compañía G-4, al mando del capitán José Sánchez
González, unidad encargada de trasladarse por mar el día 20 a La Plata y
establecer el punto de abastecimiento del batallón.
Avanzando muy lentamente, y con especiales precauciones, no fue sino en la
tarde cuando las dos unidades enemigas llegaron al río. Habían tomado por el más
alto de los dos caminos inferiores. Cruzaron junto a la escuadra de Teruel,
quien había cumplido sus instrucciones y los dejó pasar sin molestarlos y sin
descubrirse. Esa noche, los guardias establecieron su campamento en El Colmenar,
a unos 200 metros apenas de la posición donde Paz los esperaba con los ojos bien
abiertos y los nervios en tensión. Las tropas del Ejército durmieron mientras
los hombres de Paz vigilaban, con la seguridad de que al día siguiente se
entablaría el combate.
El capitán Ramón Paz
A las 11:00 de la mañana del día 19, Quevedo reinició la marcha y realizó
entonces el movimiento que tomó por sorpresa a Paz, Cuevas y los demás jefes
rebeldes. En lugar de continuar río arriba o río abajo, cruzó y comenzó a subir
por el camino de La Caridad, con lo que dejó a un lado y otro las dos fuertes
emboscadas. La amenaza planteada por esta maniobra era gravísima: si la tropa
enemiga lograba coronar el alto de La Caridad, no tendría dificultad alguna para
bajar del otro lado hasta el río La Plata, a la altura de El Naranjal, lo cual
hubiese significado para el enemigo salir por la retaguardia de las fuerzas
rebeldes estacionadas en la playa de La Plata y ocupar una posición en la
profundidad del territorio rebelde.
En cuanto Paz se percató de la maniobra realizada por el enemigo, hizo una
rápida evaluación del peligro planteado y decidió correctamente que era
necesario tratar de interceptar a los guardias antes de que alcanzaran el alto.
La única solución era lanzar a sus combatientes a toda carrera loma arriba y a
monte traviesa, a lo largo de una ruta aproximadamente paralela a la del
enemigo, en una feroz prueba de resistencia física. La orden fue que los de más
fortaleza llegaran antes que los guardias a algún punto del camino donde se
pudiera preparar una emboscada, y comenzaran a combatir en cuanto hicieran
contacto con el enemigo, mientras iba llegando el resto del pelotón. No había
tiempo ni posibilidad de planificar nada más, ni siquiera de informarme lo que
ocurría ni de avisar a Cuevas y a Teruel.
Esta presencia de ánimo, esta energía y decisión de Paz, y la disciplina, el
arrojo y la combatividad de sus hombres, salvó la situación sumamente peligrosa
producida. A toda velocidad, en una agotadora ascensión rompiendo monte, por un
trayecto más largo y más pendiente, el propio Paz, Ango Sotomayor -su segundo al
mando-, Hugo del Río y otros cinco o seis combatientes lograron salirles
adelante a los guardias y ocupar una primera posición en un recodo pedregoso del
camino, a unos 200 metros del alto. Apenas dos horas después de la orden de Paz,
el pelotón completo estaba reunido de nuevo, y la emboscada comenzaba a ser
debidamente preparada.
Práctica de tiro en la Sierra Maestra
El enemigo, mientras tanto, había llegado a las casas de La Caridad poco
después del mediodía. Los combatientes del pelotón de Cuevas que permanecieron
allí custodiando las mochilas, intercambiaron algunos disparos con la vanguardia
enemiga y se retiraron monte arriba. La impedimenta rebelde fue ocupada por los
guardias. Saquearon las mochilas, ocuparon los abastecimientos y dieron candela
a todo lo demás. Sin embargo, esa tarde no avanzaron más y establecieron su
campamento allí, lo cual permitió a Paz preparar con más calma su emboscada
durante toda la noche.
La ocupación de las mochilas del pelotón de Cuevas fue algo que ocurrió muy
pocas veces a una tropa rebelde durante toda la guerra. Semanas más tarde, en
Jigüe, a algunos de los guardias capturados allí se les ocuparon uniformes y
otros efectos pertenecientes a los integrantes de este pelotón rebelde.
Mientras tanto, Cuevas, en la playa, conoció del movimiento enemigo, de la
destrucción de su cocina y la ocupación de las mochilas de sus hombres, por las
noticias que le llevó, en el acto, algún enlace campesino. Envió de inmediato un
mensaje a Pedro Miret, quien me lo trasmitió a las 2:00 de la tarde. Yo lo
recibí esa misma noche, y la noticia se sumó al resto de los hechos
desfavorables ocurridos durante todo el día. Recuérdese, en efecto, que este
mismo “Día-D” el enemigo, además de penetrar desde el Sur hasta La Caridad,
inició con éxito su avance hacia las Vegas de Jibacoa en el frente
noroccidental, y por el nordeste logró llegar a Santo Domingo.
Como era lógico, Pedro Miret tuvo muy poca información de lo ocurrido, y su
primer mensaje era bastante preocupante. En la nota recibida de Cuevas, este
decía, naturalmente alarmado, que los guardias iban en dirección al río La Plata
y que no tenía noticias de Paz. “Parece que los guardias se están moviendo hacia
el Naranjal”, me escribió a su vez Miret: “Ya pasaron el río de Palma Mocha y
siguieron por la Caridad. No sé qué ha pasado con Paz”.
Pedrito sugería en su mensaje retirar a Cuevas de la posición que ocupaba en
Palma Mocha y ubicarlo en el camino que subía por el río La Plata desde la
costa, encima del campo de aviación en la boca de Manacas, para cubrir, además,
un camino que bajaba hacia allí del alto de La Caridad. Proponía también
acelerar el traslado de su gente hacia Purialón, e informaba que iba a situar
algún personal río arriba para evitar una sorpresa por la retaguardia. Todas
estas medidas parecían acertadas, aunque, en realidad, la decisión más precisa
habría sido cubrir con la tropa rebelde de la desembocadura de La Plata los dos
caminos que bajaban del alto de La Caridad a El Naranjal, y desde este punto
hasta el río, y ordenar a Cuevas o a las unidades rebeldes situadas al Oeste que
ocuparan la posición en la playa y la desembocadura del río.
El Comandante Fidel Castro en casa de Bismark Galán
Reina, en las Vegas de Jibacoa.
El Comandante Fidel Castro en casa de Bismark Galán
Reina, en las Vegas de Jibacoa.
Por las noticias que trajo el mensajero portador de la nota, me percaté
enseguida de lo ocurrido: el enemigo eludió la trampa que le teníamos preparada
y se escurrió entre las dos emboscadas. Lo que más me preocupaba era no haber
recibido noticias de Paz, y que las fuerzas de Quevedo no estuviesen ni siquiera
localizadas con exactitud.
La situación era extremadamente peligrosa. Hasta ese momento mi atención
había estado concentrada en conjurar el peligro más inmediato que planteaba la
penetración de Sánchez Mosquera en Santo Domingo, y seguir con inquietud los
acontecimientos en el frente de las Vegas de Jibacoa. Ahora todo eso debía pasar
a un segundo plano ante la urgencia de tomar las disposiciones necesarias en el
frente sur. Y, en situación tan difícil, contaba en La Plata, por toda reserva,
con el fusil y las minas que ya mencioné.
Pero aun en estas complejas circunstancias, no podía perderse la cabeza. Lo
más urgente era ubicar la fuerza enemiga y la posición de Paz, y así lo primero
que hice fue despachar un mensajero con la misión de que localizara a Paz y le
llevara nuevas instrucciones. En el caso de Cuevas, era obvio que si los
guardias lograban coronar el alto de La Caridad, el mantenimiento de su posición
dejaba de tener sentido. Por el mensaje que Cuevas le había enviado a Pedrito,
se sabía que aún estaba posicionado en la desembocadura del río Palma Mocha. Por
otra parte, la presencia de Cuevas en la zona de Santo Domingo era importante
para reforzar ese otro frente tan peligroso. De hecho, antes de conocer todos
estos acontecimientos en el Sur, yo le había solicitado a Paz que me enviara con
urgencia la escuadra de Cuevas, con la intención de utilizarla en Santo Domingo,
donde estaba en ese momento la amenaza principal.
Igualmente, si la información recibida resultaba cierta, las fuerzas de Pedro
Miret tenían que replegarse de inmediato hacia El Naranjal, no solo para evitar
que quedaran del otro lado del enemigo, sino además para organizar una defensa
más concentrada del territorio de La Plata. En el mismo sentido, las líneas
defensivas del sector más occidental -El Macho, El Macío, La Habanita,
Cienaguilla, Cayo Espino- debían ser replegadas también. Las de la costa ya no
tenía sentido mantenerlas con el enemigo posicionado en el curso superior del
río La Plata.
Mensaje del capitán Ramón Paz al Comandante Fidel
Castro, en el cual le informa del desembarco enemigo por Las Cuevas y las
decisiones adoptadas; solicita parque 30.06 y espera sus órdenes, 10 de junio de
1958.
En este mismo sentido, mi segunda preocupación en ese momento era la
necesidad urgente de reconcentrar las defensas en torno a las instalaciones de
La Plata. Recuérdese el mensaje que le envié al Che la noche del 19, citado en
un capítulo anterior, en el que lo puse al tanto de la situación, del peligro
que representaba la presencia de una tropa enemiga no localizada, y del riesgo
de perder el territorio y toda la infraestructura que habíamos logrado crear con
tanto sacrificio -el hospital, la planta de radio, los almacenes de víveres y
parque, los talleres, en fin, todo-, y le reiteré: “El problema esencial es que
no tenemos hombres suficientes para defender una zona tan amplia. Debemos
intentar la defensa reconcentrándonos antes de lanzarnos de nuevo a la acción
irregular”.
Siempre quedaba la alternativa de la guerra irregular con la fuerza
multiplicada varias veces y mejores armas, pero sería muy alto el costo de
arriesgar el tiempo histórico de la Revolución y el de perder las instalaciones
creadas.
Estaba decidido -y así se lo hacía saber al Che- a mantener sin variación
alguna la estrategia que estábamos siguiendo mientras quedara una esperanza de
conservar en nuestras manos el territorio de La Plata.
En ese mismo mensaje comunicaba al Che que debía concentrar el personal de
Crescencio en el sector occidental del territorio más amenazado. Este
redespliegue significaría el abandono de la costa al oeste de La Magdalena y de
toda la zona de La Habanita, pero permitiría consolidar la defensa del sector
occidental a partir de Minas de Frío.
La infiltración del enemigo planteaba una situación que no admitía
alternativa: la fuerza rebelde en la boca de La Plata quedaría prácticamente en
la retaguardia enemiga. Sobre la base de las informaciones recibidas hasta ese
momento, la retirada de esa fuerza era imperativa, y así se lo hice saber a
Pedro Miret en un mensaje en el que trataba de infundirle un poco del optimismo,
que yo estaba tratando de conservar, a despecho de los acontecimientos: “La
situación es difícil pero hay que conjurarla”. La realidad es que en ese momento
no parecían quedar muchas opciones viables. Sin embargo, una vez más quedaría
demostrado que, tanto en una guerra como la que desarrollábamos, como en
cualquier lucha, aun la situación al parecer más desesperada puede tener una
salida si se conserva la serenidad y no se pierde la voluntad de pelear.
El capitán rebelde Andrés Cuevas, uno de los jefes “más
eficaces, combativos e inteligentes”.
En La Caridad, esa noche, todo permaneció estable. Los guardias acamparon en
la casa del campesino Graciliano Hierrezuelo y en otra más cerca del alto, a
menos de 600 metros de la emboscada de Paz. Pero todavía yo no sabía nada de
esto. Entre la incertidumbre de lo que estaba ocurriendo en el Sur, la
preocupación por la presencia de la tropa enemiga llegada a Santo Domingo, y la
irritación por lo que consideraba una actuación muy deficiente de los
combatientes que defendían el frente de las Vegas, no sería exagerado decir que
esa fue una de las peores noches de todas las que pasé en la guerra.
A eso de las 10:00 de la mañana del día 20 fue cuando recibí el mensaje de
Paz en el que me informaba de la emboscada tendida cerca del alto de La Caridad.
La noticia me tranquilizó un poco, pero mantuve mi decisión de mandar a retirar
a Pedro Miret de la desembocadura de La Plata. Por otra parte, me fui dando
cuenta de que si los guardias lograban alcanzar El Naranjal no era tan grave la
situación, pues sería muy difícil que pudieran continuar avanzando o siquiera
salir de ese lugar.
En La Caridad, el enemigo comenzó a avanzar poco después del amanecer del día
20, y alrededor de las 9:00 de la mañana hizo contacto con la emboscada de Paz.
En el fuerte tiroteo que se produjo, los guardias utilizaron todo lo que tenían,
pero tras media hora de combate el enemigo se replegó a su punto de partida.
Durante todo el resto de la mañana los morteros se mantuvieron disparando contra
la sólida posición rebelde.
En esa ocasión, un morterazo hirió gravemente a dos combatientes rebeldes:
Fernando Martínez y su hijo Albio, recién incorporados a la tropa. El primero
moriría allí mismo, mientras que el segundo sería trasladado hasta el hospital
de Martínez Páez, en Camaroncito, cerca de La Plata, pero todos los esfuerzos
por salvarlo resultaron inútiles.
Los combatientes rebeldes Antonio Sánchez Díaz, Pinal o
Pinares y William Gálvez Rodríguez, durante las acciones contra la ofensiva
enemiga.
Poco después del mediodía recibí la información de Paz acerca de este primer
combate y del rechazo del enemigo. La acción decidida de Paz aclaró
considerablemente la situación. Ahora lo que importaba, ante todo, era impedir
que los guardias siguieran avanzando en la dirección que habían tomado.
Partiendo de la premisa de que Paz mantendría su posición y lograría rechazar
definitivamente al enemigo, a Quevedo le quedarían dos opciones para tratar de
cumplir la misión encomendada: la primera sería continuar en busca del alto de
Palma Mocha, o sea, proseguir en la dirección originalmente prevista en la orden
de operaciones; la segunda, retroceder hasta la costa, reembarcar y volver a
desembarcar en otro punto, que por toda lógica no podía ser más que la playa de
La Plata. Como es natural, yo no sabía en ese momento que Quevedo había
desestimado la ruta indicada desde el puesto de mando de Bayamo, lo cual hubiese
sido un elemento adicional a favor de la segunda variante. Pero, no obstante,
poniéndome en su lugar, había llegado a la conclusión de que lo más viable era
intentar un nuevo desembarco.
En vista de este análisis, después de recibir el primer mensaje de Paz, mandé
a Miret a reforzar con 10 hombres bien armados la posición de este en La
Caridad, y que con el resto de su personal regresara río abajo lo más cerca
posible de la playa y continuara fortificando el camino del río La Plata. Mi
intención era crear de nuevo las condiciones para resistir palmo a palmo el
avance enemigo que, con seguridad, se produciría a lo largo de ese río. A Paz le
contesté:
No sabes el valor que tiene en estos instantes
haber rechazado a los guardias por ese camino. Te felicito por el acierto y por
la acción a lo igual q. a los bravos compañeros que están contigo. Esto nos
permite mejorar una situación q. parecía difícil si los guardias hubieran
llegado a Naranjal.
Realmente, la actuación de Paz y de sus hombres fue excepcional durante todos
estos días. Con su rápida y decidida respuesta a la sorpresiva maniobra enemiga,
Paz demostró sus extraordinarias condiciones como táctico, como jefe y como
combatiente. En ese mismo mensaje le informé del refuerzo que estaba orientando
enviarle y de otra escuadra de ocho hombres que despaché a reforzar la posición
de Roberto Elías en el camino del alto de Palma Mocha.
Mientras tanto, después del mediodía, los guardias realizaron un nuevo
intento de romper la defensa de Paz y sus combatientes en el alto de La Caridad.
Se produjo otro intenso combate, en el que esta vez el enemigo actuó con mayor
habilidad y trató de flanquear las posiciones rebeldes. Sin embargo, de nuevo la
aguerrida tropa de Ramón Paz, inspirada por el éxito de la acción de la mañana y
por el aliento que recibió de su jefe, contuvo el avance y rechazó a la fuerza
enemiga, mucho más numerosa, major armada y provista de abundante parque. En
esta segunda acción, los guardias sufrieron varias bajas entre muertos y
heridos, y ningún rebelde fue siquiera herido. Una vez más se demostraba que una
moral invicta y una voluntad decidida convertían a nuestra guerrilla en una
fuerza prácticamente invencible y capaz de mantener una posición bien escogida y
preparada.
Ese mismo día comenzó a cumplirse la otra parte del plan original del mando
enemigo, es decir, el desembarco previsto en la playa de La Plata de la Compañía
G-4 del Batallón 18, la que debía servir de apoyo logístico a las otras dos,
cuya misión era penetrar en profundidad en el territorio rebelde.
La desembocadura del río La Plata era uno de los lugares fortalecidos de
manera especial a lo largo de toda la costa, pues siempre tuve la certeza de que
en algún momento el enemigo lo utilizaría, por su posición en la misma base del
eje principal de su más probable dirección de ataque y por sus privilegiadas
condiciones topográficas para establecer un campamento de retaguardia con todas
las ventajas, como cabeza de playa de su ofensiva desde el Sur. Por esa razón,
el grupo rebelde desplegado allí era relativamente numeroso, con amplias
posibilidades de preparar buenas trincheras y reforzado, además, con una de
nuestras dos armas pesadas: la ametralladora calibre 50 que manejaba Braulio
Curuneaux. La posición, como se recordará, estaba a cargo de Pedro Miret,
auxiliado por René Rodríguez y Dunney Pérez Álamo.
Sin embargo, parece ser que la situación de las posiciones rebeldes en la
desembocadura del río había comenzado a deteriorarse en los días inmediatamente
anteriores al desembarco enemigo. La inactividad y la tensión de los tantos días
pasados en espera de este desembarco, las difíciles condiciones de suministro y
la consiguiente hambre de la tropa, la falta de una disciplina lo
suficientemente estricta como para evitar la aparición de algunas
manifestaciones de desorganización y pequeñas rencillas entre los distintos
grupos a los que les había tocado convivir durante un tiempo prolongado,
provocaron un cierto grado de relajamiento. A estos factores habría que añadir
la indecisión manifestada en ese frente en los primeros momentos posteriores a
la maniobra de Quevedo en dirección a La Caridad, y la poca agilidad demostrada
en el cumplimiento de las sucesivas órdenes que recibían. Téngase en cuenta la
extrema fluidez de la situación en las últimas 24 horas antes del desembarco,
durante las cuales Pedrito recibió instrucciones mías de replegarse hacia el
interior en el momento en que la situación de Paz era aún incierta, para luego
recibir la orden de ocupar de nuevo posiciones lo más cerca posible de la playa
cuando yo pensaba que ya se habían replegado. Sin embargo, en la práctica, la
situación operativa cambiaba constantemente y mis órdenes se solapaban sobre las
anteriores sin haber sido cumplidas.
Todo esto contribuyó, al parecer, a crear cierta confusión. El hecho es que,
cuando los guardias se acercaron a la costa e iniciaron la preparación del
desembarco, apenas se les dispararon unos cuantos tiros. Hay que imaginar el
daño que hubiera podido hacer un grupo de rebeldes bien atrincherados,
disparando a mansalva sobre los guardias en la maniobra de desembarco, con el
apoyo nada menos que de una ametralladora 50 en manos de nuestro mejor
artillero. Posiblemente, el desembarco se hubiese llevado a cabo de todas
maneras, pero el enemigo hubiese sufrido un buen número de bajas. Y no es
ilógico suponer que, ante una resistencia organizada y efectiva, el jefe de la
compañía habría desistido. Hubiese sido una tremenda victoria que, junto con la
de Paz en La Caridad, habría compensado con creces el pobre desempeño rebelde
ese mismo día en el frente de las Vegas de Jibacoa.
Pedrito me mandó primero un escueto mensaje donde decía que los guardias
habían desembarcado, que Álamo hizo resistencia y se retiró como se le
había dicho, y que toda la tropa estaba ya camino de Purialón.
Me extrañó mucho en esa nota la información de que el enemigo no le había
dado tiempo a nada y que la gente de Álamo estaba dispersa, lo cual indicaba una
retirada desorganizada.
Más tarde, recibí un segundo reporte un poco más amplio, por el que me di
cuenta de que las cosas no habían salido como debían. Sin embargo, la evaluación
de Pedrito de lo ocurrido y de la conducta de los hombres de Álamo, era
positiva. Por ese segundo mensaje me enteré también de que al producirse el
desembarco ya René Rodríguez estaba camino de Jigüe con parte del personal de la
playa, lo cual podía haber contribuido a que ocurriera tan deslucida función en
la playa de La Plata.
Tanta insistencia en ocupar posiciones a lo largo del curso inferior del río,
en la boca de Manacas, Purialón o Jigüe, me hacía pensar que Pedrito no había
comprendido bien el sentido de mis reiteradas prevenciones acerca del curso de
acción que debía seguir en caso de que los guardias forzaran la línea de Paz en
La Caridad y lograran penetrar hasta El Naranjal. En ese caso, no tendría
sentido alguno mantener una tropa más abajo de este punto, máxime después de
producirse el desembarco en la playa. Por eso le reiteré, en la tarde del día
20, después de haber recibido sus dos mensajes sobre lo ocurrido en la
desembocadura del río, que si el enemigo entraba en El Naranjal tenía que
trasladarse con todo el personal hacia arriba. Y, sobre todo, le insistí en que
hiciera contacto lo antes posible con Paz para que coordinara su actuación con
él. En medio de los peligros de una situación a cada momento cambiante, me
tranquilizaba constatar que Paz sabía tomar decisiones acertadas de acuerdo con
las circunstancias. Por otra parte, la reunión de las dos fuerzas era necesaria
para el plan que había comenzado a madurar en mi mente.
A estas alturas, como dije antes, ya había dejado de preocuparme demasiado la
posibilidad de penetración de los guardias hasta El Naranjal. Me percataba cada
vez más de que, con una resistencia adecuada, era prácticamente imposible que
una columna enemiga pudiera seguir avanzando más allá. Esa noche ya había
iniciado los preparativos para crear una resistencia, comenzando por colocar
minas, que ocultas tras un matorral, ramas u hojas, podían desbaratar cualquier
vanguardia enemiga que se aventurara más allá de El Naranjal. Estaba casi seguro
de nuestra capacidad de paralizar a los guardias en esa dirección. El lugar,
además, se prestaba no solo para contener a esa tropa, sino también, para su
posible captura.
Lo que más me preocupaba esa noche era la situación de otra tropa enemiga
que, según los informes recibidos durante el día, subía por el río Palma Mocha
en dirección a El Jubal, donde debíamos tener la emboscada de Roberto Elías en
la casa de Emilio Cabrera. Resultó que no existía esa pequeña fuerza allí, donde
había dado instrucciones precisas de ubicarla, pero eso no lo supimos hasta el
día siguiente. Esa noche me ocupé de pedirle a Paz un refuerzo para esa posición
y de preparar varios exploradores que al amanecer debían partir hacia El Jubal a
evaluar la situación sobre el terreno.
En cuanto a Paz, le ordené que se replegara con todos sus hombres hacia El
Naranjal esa misma noche. Quizás esta orden le resultase sorpresiva, teniendo en
cuenta que durante todo el día había estado combatiendo exitosamente para
impedir precisamente que el enemigo pudiera cruzar de La Caridad hacia El
Naranjal. Pero mi valoración era la siguiente: si los guardias habían
logrado romper la resistencia de Paz, cosa que yo no sabía todavía, de todas
maneras era necesario que se retirara más arriba de El Naranjal; pero si todavía
mantenía su posición en La Caridad, entonces lo que había que hacer era
precisamente dejarle expedito el camino de El Naranjal para invitarlos a seguir
en esa dirección. Tan seguro estaba de que caerían en una ratonera que buscaba
cómo librarles el camino de obstáculos.
También en esta ocasión, sin embargo, Paz demostró su perspicacia táctica. En
el mensaje que me envió al día siguiente, me confirmaba el cumplimiento de la
orden de trasladar sus posiciones a El Naranjal, y me decía:
Yo creo que obligando a los guardias a pelear
en el terreno que a nosotros nos conviene, podemos no solo aguantarlos, sino
hacerlos retroceder y derrotarlos.
Pienso poner 2 hombres a hostilizarlos por
dondequiera que traten de llegar, pero lejos de la emboscada que les
tenemos.
La nueva línea defensiva en El Naranjal estaba compuesta por el personal de
Paz, el de Pedro Miret y la escuadra de la ametralladora calibre 50 manejada por
Albio Ochoa y Fidel Vargas. Era una de las dos que llegaron desde Costa Rica en
el avión en que viajó Miret. Paz dispuso la ubicación del personal de Álamo con
la otra 50 -la de Curuneaux- sobre el camino nuevo, abierto de hecho por los
rebeldes, que comunicaba Palma Mocha y los llanos del Infierno con la zona de
Camaroncito, más arriba de El Naranjal. Esta posición cubría el posible acceso
de una fuerza enemiga desde el curso superior del río Palma Mocha, en caso de
que fuese cierta la información de que una tropa enemiga se movía río arriba, si
era superada la emboscada de Roberto Elías a la altura de El Jubal. Con ello se
evitaría que el enemigo apareciera por la retaguardia de la línea rebelde en El
Naranjal.
El combatiente rebelde Braulio Curuneaux, experto
tirador de la ametralladora calibre 50.
Ese era uno de los puntos que más me preocupaba en ese sector a estas alturas
de las disposiciones defensivas. Otros dos eran el camino que subía de la casa
de Emilio Cabrera en El Jubal al firme de la Maestra y bajaba de allí a Santana,
sobre el río Yara, más arriba de Santo Domingo, y el camino de a pie a lo largo
del firme de la Maestra, hacia el Este, en dirección al alto de Joaquín y hacia
el Oeste en dirección a Radio Rebelde y la Comandancia en La Plata. Estos
accesos tenían significación a partir de la premisa que aún no habíamos
desestimado de que existía una fuerza enemiga en el río Palma Mocha, cuyo
destino evidente sería coronar el firme de la Maestra por el segundo de los
caminos que acabo de mencionar, o el de Palma Mocha, por el camino nuevo, para
caer después sobre el río La Plata.
La amenaza potencial de esta fuerza en Palma Mocha, adquiriría significación
adicional en caso de que el enemigo intentase alcanzar el firme de la Maestra
desde el Norte, bien mediante el avance ulterior de la tropa llegada a Santo
Domingo o bien mediante el ingreso de una nueva fuerza procedente de El Cacao o
de El Verraco que cruzara hacia los cabezos del río Yara por San Francisco o La
Jeringa. La primera posibilidad parecía ya a la altura del día 21 bastante
improbable, como resultado de las posiciones de contención colocadas alrededor
de la fuerza enemiga en Santo Domingo. Pero quedaba latente la segunda variante
que, por obvia, siempre fue tenida muy en cuenta por nosotros en la
planificación. En este momento yo pensaba colocar en el alto de la Maestra, en
el punto donde cruzaba el camino de Palma Mocha, a Cuevas y su gente, con lo
cual quedaría garantizada la protección de esta vía en las dos direcciones.
En cuanto al acceso que brindaba el camino nuevo de Palma Mocha sobre la
retaguardia rebelde en El Naranjal, la decisión de Paz de utilizar a la escuadra
de Álamo era correcta. Sin embargo, el emplazamiento exacto de la emboscada
podía ser revisado, para lo cual le mandé a decir a Paz que yo iría
personalmente para ubicar e instruir a Álamo en la primera oportunidad que
tuviese.
El Che y Fidel en la Sierra Maestra
Con estas medidas -además de la ubicación por el Che del personal de Raúl
Podio, que había estado cuidando la playa de El Macho, en el alto de Cahuara con
instrucciones de vigilar todo el firme al oeste del río La Plata hasta lo más
cerca posible del mar, y del envío de una posta a cuidar un difícil camino de a
pie que subía de frente desde Jigüe-, la disposición defensiva del sector sur
quedaba asegurada. En el largo mensaje que envié a Paz al mediodía del sábado 21
de junio (documento p. 448), detallaba todas estas posiciones y le incluía unas
apreciaciones que es bueno citar ahora porque sirven de anticipo de lo que iba a
ocurrir en las semanas siguientes:
Desde luego, que hay puntos por ahí, donde si
los guardias se meten, lo mejor sería dejarlos, para acabar con ellos ya que los
refuerzos podrían ser cortados por completo. Hay que esperar esa oportunidad,
algunas de las cuales se han presentado ya, no pudiéndose aprovechar por falta
de personal armado.
De ahora en adelante hay que matarles la
vanguardia dondequiera que se presenten. La línea ahora, por la Maestra, desde
el Frío, hasta el camino P [Palma] Mocha-Santo Domingo, estará muy difícil de
atravesar. El martillazo grande debemos buscarlo por el Sur.
Si logramos llevar adelante estos planes, será
una gran victoria, aparte de que podremos conservar la planta de radio y el
territorio base de aprovisionamiento de armas.
Pero el día 21, la fuerza enemiga del comandante Quevedo, a la que se le dejó
expedito el avance en dirección a El Naranjal, emprendió la retirada de La
Caridad de regreso a su punto de partida en la costa. Al parecer, el jefe del
Batallón 18 decidió que la resistencia ofrecida por los rebeldes a los dos
intentos de alcanzar el firme de La Caridad era lo suficientemente bien
organizada como para impedirle ese objetivo. El propio Quevedo escribió después
que pesaron también en su decisión el hecho de que los mulos que trasportaban la
comida de la tropa se despeñaron y que, aun superando la dificultad de la
emboscada rebelde: “no íbamos a tener caminos para continuar”.
Como justamente evaluaba Paz en el mensaje en el que informó de estos
acontecimientos en la tarde del día 21,
“[...] siempre que ellos traten de subir por
un lado y se les haga retroceder es una victoria nuestra pues se les extravían
los planes y ven que no es muy fácil cruzar por sobre nosotros”.
En definitiva, al día siguiente las dos compañías del Batallón 18
reembarcaron y descendieron por segunda vez, en esta ocasión en la desembocadura
del río La Plata, donde había establecido campamento la Compañía G-4.
En la noche del 21 de junio informé a Paz que debía subordinar bajo su mando
a todo el personal que operaba en el sector sur, decisión que comuniqué a Pedro
Miret, René Rodríguez, Dunney Pérez Álamo, Raúl Podio y demás jefes de escuadras
o grupos estacionados en diversas posiciones. De todos los cuadros con que
contábamos en el sector sur, Ramón Paz era el que había demostrado no solo más
capacidad como táctico y organizador, sino también mayor decisión y
combatividad. Era, sin duda, el jefe idóneo para ese momento y ese lugar, donde
ya cabía prever la posibilidad de dar un primer golpe contundente al
enemigo.
Al día siguiente, domingo 22 de junio, bajé de La Plata hasta Puerto Malanga.
Allí me esperaba Álamo para ir conmigo hasta la posición precisa en el firme de
Palma Mocha donde yo consideraba que debía ubicarse. Aproveché el recorrido para
conocer de manera directa mayores detalles acerca de lo ocurrido el día 20 en la
playa de La Plata, ya que me parecía muy deficiente la actuación de nuestras
fuerzas en oposición al desembarco enemigo e insatisfactorias las explicaciones
dadas hasta ese momento. De ahí mi insistencia durante estos días en reivindicar
aquella pobre actuación con una resistencia firme y efectiva al avance que
seguramente emprenderían muy pronto los guardias por el camino del río La Plata.
A eso me refería en el mensaje que le envié a Paz en la mañana del 24 de
junio:
Sobre el aspecto táctico, te recomiendo que
además de vigilar bien cualquier punto de entrada al Naranjo [El Naranjal] desde
las lomas, insistas con Pedro [Miret] en la necesidad de defender el camino de
la Playa para tratar de que el enemigo no llegue al Jigüe. Aquella gente, con
minas solamente podría detener al Ejército en ese camino.
En ese mismo mensaje le comunicaba la decisión de trasladar para la zona de
Santo Domingo a la escuadra de Roberto Elías y a la escuadra con la calibre 50
de Braulio Curuneaux, la primera, porque la posición que ocupaba en la zona de
El Jubal perdía importancia tras la ubicación de Álamo en el camino nuevo de
Palma Mocha y de Cuevas en el firme de la Maestra; y la segunda, porque no era
imprescindible para la defensa del camino del río y, en cambio, podía desempeñar
un papel significativo en el cerco que planeábamos hacerle a la tropa enemiga de
Santo Domingo.
Esta ametralladora había participado la noche anterior en una incursión
organizada por Pedrito y René contra el campamento enemigo en la desembocadura
de La Plata, durante la cual se dispararon tres obuses de mortero, 70 tiros de
calibre 50 y cierta cantidad de disparos de fusil, con efectos indeterminados.
Tras la acción, el personal regresó a sus posiciones sobre el camino del río a
la altura de la boca de Manacas, donde había sido preparada nuestra pista
aérea.
Fidel a la entrada de un bohío.
El martes 24 de junio, las dos compañías del Batallón 18 que habían
desembarcado primero en Las Cuevas y que, en definitiva, habían reembarcado en
ese punto y desembarcado nuevamente en la playa de La Plata, el día 22, para
unirse a la unidad ya estacionada allí, iniciaron su movimiento hacia el
interior de nuestro territorio a lo largo del río La Plata, desde su
desembocadura. Los guardias no encontraron resistencia hasta que llegaron a la
boca de Manacas, donde poco después del mediodía chocaron con la emboscada
rebelde. Ocurrió un breve combate con el sorprendente resultado de que nuestra
fuerza se retiró hasta Jigüe y dejó libre el camino al enemigo, en flagrante
desestimación de la consigna de defender el terreno palmo a palmo.
En el parte que me mandó ese mismo día Pedro Miret sobre esta acción refirió
una improbable cantidad de 11 bajas fatales hechas al enemigo, y justificó la
retirada con el argumento de que las posiciones rebeldes estaban a punto de ser
copadas, lo cual tampoco parecía probable dadas las características del terreno
en el lugar donde tenía efecto la escaramuza.
Puede comprenderse fácilmente la decepción que sentí al recibir las primeras
informaciones sobre este hecho.
De inmediato, antes de conocer el informe de Miret, despaché al amanecer del
día 25 el siguiente mensaje a Paz, que cito en extenso porque me parece que
explica con exactitud lo que hacía días estaba tratando insistentemente de
llevar al ánimo de los capitanes rebeldes que actuaban en el sector:
Aunque no he recibido todavía el informe de
Pedro [Miret], e ignoro el punto exacto donde va a situarse, me adelanto a
exponerte, que no deben situarse en el mismo caserío de Jigüe, sino lo más abajo
posible, para hacerles la resistencia en el río que es inexpugnable. Yo estoy
seguro de que si defienden el río bien, ellos [los guardias] no pueden avanzar,
y tendrán que intentar entonces avanzar por el firme donde está Podio, donde
solo pueden usar mulos al principio y después seguir a pie por un trillo muy
malo, o inventar otra ruta.
Pedrito debe buscar en el río una buena
posición estratégica, de esas que están entre farallones y allí hacer buenas
trincheras de piedra, poniéndole techo de doble hilera de troncos con piedras
arriba, contra la que nada pueden los morteros, única arma con la que pueden
intimidar un poco a los defensores. En los sitios donde sea posible las
trincheras deben hacerse cavando en tierra porque siempre son mejores, pero
siempre poniéndoles techo, como las que tenemos aquí [en la zona de La Plata y
el firme de la Maestra].
Después de la primera línea, deben preparar
otra y así sucesivamente.
Insisto en esto, porque sé que es el único
método correcto de hacer la resistencia. Si la gente usara nada más que un poco
la inteligencia yo te aseguro que sería suficiente. Desgraciadamente suele
ocurrir así muy pocas veces.
Mi impresión es que esos guardias no pueden
sentirse muy decididos a subir por ese río. Van a inventar alguna vuelta y se
les puede hacer lo mismo que tú les hiciste en la Caridad.
El día 25 los guardias ocuparon Purialón sin encontrar resistencia. La línea
rebelde permanecía detrás de Jigüe, con lo cual, de hecho, se dejaban libres más
de tres kilómetros de río y de camino en los que había infinitas posibilidades
de desgastar y, hasta quizás, detener el peligroso avance enemigo hacia el
interior de nuestro territorio. La creciente insatisfacción que sentía por el
desempeño de la defensa rebelde en la zona del río La Plata me hizo tomar la
decisión ese mismo día de bajar hasta el frente a inspeccionar personalmente la
situación. Como resultado de este recorrido, dispuse esa noche relevar a Pedrito
y a René del mando del personal del río La Plata y designar en su lugar al
segundo de Paz, Fernando Chávez, El Artista, a quien ascendí en ese momento
al grado de teniente, y le ordené reorganizar la primera línea de defensa lo más
abajo posible y cerca de Purialón. La escuadra de Podio en el firme de Cahuara
quedaba también subordinada a Chávez; este, a su vez, lo estaba a Paz, quien
seguía siendo el responsable de todo el sector.
Raúl Castro en la Sierra Maestra
Miret cumplió disciplinadamente, de inmediato, mi orden de trasladarse con el
personal del mortero a la casa del Santaclarero en La Plata. René, en cambio,
dilató la entrega de su fusil a Chávez y su subida a La Plata, como yo
había dispuesto, por lo que dos días después ordené que se presentase o fuese
conducido en calidad de preso a Puerto Malanga.
Al amanecer del 26 de junio, Chávez partió a asumir su mando y cumplir las
instrucciones. Llevaba indicaciones precisas de preparar sucesivas emboscadas a
lo largo del camino del río cada 500 ó 600 metros, tomando en cada caso las
medidas convenientes para asegurar su retaguardia y garantizar su retirada y, si
los guardias lo obligaban a retroceder hasta Jigüe, una vez llegado a ese punto,
retirarse en dirección al alto de Cahuara y preparar una sólida línea de defensa
en el firme. La intención de este último movimiento era doble: por una parte,
tapar el acceso a la Maestra por esa vía y, por otra, poder utilizar a esa
fuerza para atacar por la retaguardia a los soldados en caso de que prosiguieran
su avance por el río La Plata en dirección a El Naranjal y chocaran allí con la
emboscada de Paz.
Pero el enemigo no dio tiempo para poder ejecutar estas órdenes, pues también
al amanecer del 26 las dos compañías al mando del comandante Quevedo reiniciaron
la marcha río arriba, y en la tarde llegaron a Jigüe.
Al alcanzar ese lugar, el enemigo había logrado situarse aproximadamente a
mitad de camino desde la costa al alto de La Plata.