Capítulo XIV
ANDRÉS PASTRANA
Lo conocí en septiembre de 1998 en una
reunión del Movimiento de
Países No Alineados celebrada en Durban, Sudáfrica. Debía entregar la Presidencia de ese Movimiento
en
nombre de Colombia. Estaba afiliado al Partido Conservador y
acababa de asumir la máxima dirección de su país en virtud de una
coalición liberal-conservadora. El propio Pastrana cuenta cómo nos
topamos por casualidad en un elevador del hotel donde nos hospedaron.
Yo
tenía especial interés en determinados temas relacionados
con
Colombia desde los años de Belisario Betancur. Pastrana nos
había honrado con su presencia en la Cumbre de los No Alineados y
al
parecer coincidía plenamente en sus objetivos. Después de conversar
un
rato, me pareció que eran la persona, el momento y el lugar
adecuados. Él, en su libro
La
palabra bajo fuego,
expresa que sobre el tema de la paz en Colombia le hablaron 28 jefes de Estado
del
mundo entero y delegaciones de alrededor de 40 países, incluyendo
personalidades como Nelson Mandela; Kofi Annan, Secretario
General de Naciones Unidas; Yasser Arafat y Fidel Castro.
“Por fortuna” —narra él— “contaba con la compañía del
canciller Fernández de Soto y del ex canciller y entonces
embajador en Naciones Unidas Julio Londoño”.
Añade textualmente:
“No
era un secreto para nadie que en mis dos campañas
presidenciales yo había tenido palabras fuertes y duras
exigencias hacia el gobierno cubano. Siempre sostuve
que
no era concebible que Cuba financiara o apoyara la
revolución en Colombia y dije que un país no podía tener
buenas relaciones con otro que apoyara a grupos que
pretendían desestabilizar sus instituciones. Por eso, había
recalcado que Castro, si quería tener relaciones transparentes
con
Colombia, debía primero condenar la lucha armada”.
No
recuerdo que el tono empleado por Pastrana fuera el que
pudiera deducirse de las palabras de su texto. Tuve por el
contrario, en
todo momento, la impresión de un trato amable y cuidadoso
de
su parte.
Afirma en la referida obra que:
“[...] Fidel mantenía la creencia de que mi campaña había
recibido aportes financieros de los cubano-americanos
opositores a su régimen, tal vez porque se enteró de
que
yo había tenido un encuentro, años atrás, con Jorge
Mas
Canosa, el reconocido líder del anticastrismo en
Miami, quien me fue presentado por José María Aznar
en
un congreso del Partido Popular en Madrid”.
No
es mi estilo abordar un tema espinoso como ese ante un
jefe de Estado y dos destacados colaboradores suyos, a los que
invité a un almuerzo en el amplio albergue que me asignaron en el
hotel, cuando andaban buscando un restaurante típico. Deseaba
conversar algo mucho más importante para un país que, a mi juicio,
se
desangraba inútilmente, lo que no excluía razonamientos sinceros
y
éticos.
Pastrana se caracterizó por su trato amable, lo cual aprecié y
tuve siempre muy en cuenta.
En
su libro expresa textualmente:
“El
almuerzo resultó ser tan agradable y rico en anécdotas
y
análisis sobre la situación de nuestros países que duró
casi toda la tarde, de tal manera que tuvimos que aplazar
o
cancelar buena parte de los compromisos que estaban
agendados. Hablamos de los incipientes procesos
de
paz, y le comenté que Julio Londoño sería el nuevo
embajador de Colombia en Cuba [...].
”Fue entonces cuando me dijo, ya entrados en confianza:
”—Presidente, le voy a dar tres consejos muy importantes...
”—¿Cuáles son? —pregunté intrigado.
”—Muy fácil” —dijo él—. “Paciencia, paciencia y cuando se
le
agote esta, ¡más paciencia!” —continuó relatando.
“[...] Tuve varias oportunidades de recordar y poner en
práctica esa palabra clave, que ha sido partera de todos
los
procesos de paz exitosos en el mundo [...]”.
Andrés Pastrana cuenta más adelante en su libro que en la II
Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe, en abril de 1999,
después de pedirles a los presentes que nos dejaran solos, le
informé que
“Nicolás García,
Gabino,
el
líder máximo del ELN, estaba en La
Habana en ese momento y se encontraba muy enfermo: le estaban
practicando una delicada operación y no se tenía la certeza de
si
salía o no con vida de la misma...
”Yo
creo que es bueno que tú lo sepas, por las implicaciones
que
pueda tener”.
Informaba en realidad de algo que le dije confidencialmente, de
modo que ni sus colaboradores más cercanos lo supieran, y le añadí
que
antes de viajar me había reunido con Gabino para comunicarle
que
le contaría al presidente Pastrana de su presencia en Cuba y
la
operación a que sería sometido, para actuar con absoluta
transparencia. Gabino lo comprendió y estuvo de acuerdo.
Le
dije a Pastrana lo que me comunicaron los médicos: “La
operación era riesgosa y podía morir”. Afortunadamente, salió bien
y
regresó a su país.
Pronto el autor del libro añade sobre el tema: “Según me reveló
en
otra de nuestras múltiples conversaciones, el cura Pérez
[Manuel Pérez, el anterior Comandante del ELN]
había ido a Cuba muy enfermo y había muerto allá. También me dijo que el cadáver de Pérez
fue
traído luego a Colombia, donde fue enterrado [...]”.
Fue
otra triste verdad lo que contó. El fallecido clérigo español
—admirador de Camilo Torres, sacerdote colombiano comprometido
con
la Teología de la Liberación— era de fuerte constitución física
y
abnegado espíritu. Llegaron noticias de su salud: tenía problemas
serios de carácter hepático. Solicitó servicios médicos de Cuba.
Vino un año antes que Gabino, en 1998. Necesitaba un trasplante;
solo en Cuba, donde no había todavía mucha experiencia sobre ese
tipo de cirugía, podría realizársele; estaba impedido de viajar
lejos por
razones legales y además físicas. Hubo que trasplantarle el hígado.
Exitosa inicialmente la operación, con apoyo por Internet de
un
especialista prestigioso de Barcelona, murió varios días después
por
una complicación.
Conversé ampliamente con él antes de la operación quirúrgica;
me
contó muchas cosas, y entre ellas de los enormes esfuerzos
físicos que llevó a cabo durante años como guerrillero, aun estando
ya
enfermo. Estaba sereno. Era un ser humano admirable, inspirado
en
los mejores propósitos.
En
el párrafo final del Capítulo XV del extenso libro que elaboró,
Pastrana concluye afirmando: “[...] En lo que respecta a mi
experiencia personal y de gobierno, tengo que reconocer que
[Castro]
siempre obró con transparencia, sinceridad, lealtad y amistad hacia
Colombia, y que jugó un papel fundamental y generoso en los
esfuerzos de
paz que adelantamos. Al César lo que es del César”.
Nuestras conversaciones oficiales, de las que he podido reunir
muchos elementos, estuvieron inspiradas en mi búsqueda sincera
de
una solución de paz muy improbable y al mismo tiempo la única
digna de calificarse así. El propio ex presidente Andrés Pastrana
recuerda que le hablé de “la solución utópica”.
Al
recibirlo y conversar en privado con él meses más tarde, enenero de 1999, estaba deseoso de saber qué había ocurrido en El
Caguán, donde se encontró con “la silla vacía de Marulanda”. Él
conoció que
a mí no me agradaba aquel símbolo; no ayudaba ni a
Marulanda ni a la paz. Pastrana sacó ventaja de la ausencia para
demostrar resolución y presencia de ánimo acudiendo a la cita.
Le
rogué me contara hasta el más mínimo detalle. Conocía mi insaciable
hábito de preguntar.
Le
transmití mi opinión de que las FARC no podían desarmarse
teniendo en cuenta los asesinatos cometidos contra los insurrectos
cuantas veces se llegó a un acuerdo de paz. Ellos podían hacer una
contribución importante a la lucha contra las drogas si a eso se
añadía una
verdadera reforma agraria y un amplio programa social.
En
torno a esta idea giraron mis planteamientos al Presidente
de
Colombia, que no excluían las alusiones a otros muchos temas
abordados colateralmente.
Siempre reinó un clima de sinceridad, sin dramatismo alguno y
salpicado de algunas bromas, que ayudan a relajar tensiones.
Por
aquellos días, Chávez, recién electo presidente de Venezuela
tras un triunfo electoral absolutamente limpio, visitó Cuba.
Ambos viajaron para estar presentes en los Encuentros por la Paz
en
Colombia, promovidos por Naciones Unidas. Hubo reuniones de
Colombia, Venezuela y Cuba. No fueron confidenciales. Constan en
actas y duraron horas.
Pastrana conocía que yo estaba dispuesto a reunirme con Marulanda
y a
conversar con él como jefe de las FARC. En su libro cuenta
que
yo le comuniqué: “Si usted cree que la presencia mía es importante
para avanzar con las FARC, estoy dispuesto a ir a San Vicente
del
Caguán, a la Zona de Distensión, a hablar con ellos. Pero no voy a
hablar con Manuel Marulanda solamente. Le pediría a él que reuniera
a
los principales jefes. Yo estaría dispuesto a conversar con ellos y
explicarles por qué, a mi juicio, había que buscar la paz. Si usted
autoriza a
que mi avión aterrice en San Vicente, yo viajaría con ese único
objetivo”. Cita en su libro mis palabras tal como él las recordaba.
Con
seguridad le expresé la idea de conversar con amplitud y
transmitir los puntos de vista a cuantas personas decidiese
Marulanda; aportar argumentos, datos y responder cuantas preguntas deseasen
hacerme. Yo podía hablarles de la Revolución, de la experiencia
acumulada como antiguo guerrillero y de casi cuarenta años
entonces defendiéndola contra el más poderoso imperio que haya
existido nunca.
Marulanda, sus reuniones, intercambios, pensamiento y decisiones,
han
ocupado parte importante de este libro, junto a otros
episodios sin los cuales sería imposible comprender la realidad
actual de Colombia y de nuestro hemisferio.
En
diciembre de 1999 Pastrana viaja a La Habana.
En
el capítulo XXVIII de su obra, con rico vocabulario de periodista
experimentado, escribió:
“Las conversaciones de La Habana —que duraron casi
diez días, entre el 13 y el 22 de diciembre— se desarrollaban
en
un ambiente tranquilo gracias a la colaboración
del
gobierno cubano. Los dos equipos de negociadores
estaban ubicados en casas vecinas, y en medio de ellas
había un enorme jardín lleno de viejísimas palmeras. Ese
jardín se convirtió en el sitio preferido para las reuniones.
”En
un momento dado, el comisionado tuvo que viajar a
Bogotá para atender asuntos relacionados con las FARC
y,
a su regreso a La Habana, en una madrugada de domingo,
encontró que las conversaciones habían entrado
en
un punto muerto [...]”.
“Los buenos resultados de esta ronda de negociaciones
en
Cuba demostraban por sí solo las ventajas que implicaba
negociar por fuera del país, sin las presiones de
tener a la opinión pública nacional y a los medios pendientes
de
cada decisión y exigiendo una noticia cada día. Esto fue algo que, infortunadamente, nunca entendieron
las
FARC, por lo que con este grupo siempre tuvimos
que
negociar en Colombia.
”A
estas alturas, ni las familias de los secuestrados, ni
los
secuestrados mismos, se imaginaban que estarían
de
nuevo juntos para la Navidad.
”El
acuerdo de la liberación unilateral no implicaba ninguna
contraprestación para el gobierno. El ELN sólo había
pedido que en la entrega estuviesen presentes Francisco
Galán y Felipe Torres, quienes para este efecto
deberían salir nuevamente de la cárcel, y solicitaron la
presencia de dos periodistas. Así mismo, se acordó la
presencia de la comunidad internacional en cabeza del
coordinador del Grupo de Países Amigos, que en ese
momento era Francia. Por último, y para efectos del
acompañamiento humanitario y de la atención médica,
se
definió que el Comité Internacional de la Cruz Roja
estuviera en la operación de liberación”.
“Aunque faltaba un tramo por recorrer, ya la alegría de
haber logrado la libertad para estos hombres era enorme.
Podrían pasar la Navidad con sus familias y Colombia
tendría 42 secuestrados menos”.
En
este caso se refería concretamente al acuerdo con el ELN.
A
las reuniones de paz en La Habana acudía también la representación
de
las FARC-EP.
Marc Chernick, politólogo norteamericano investigador de la
Universidad de Yorktown, de Washington, nada sospechoso de
comunista, en
su reciente libro
Acuerdo posible,
afirma que:
“[...] un acuerdo negociado es aún posible, aunque, con
el
paso de cada año y de cada década, el acuerdo se ha
vuelto mucho más difícil. El camino estaba más despejado
hace 20 años: antes de que la fuerza plena de la bonanza
de
la exportación de la droga se enseñoreara en
el
país; antes de la espectacular expansión del
paramilitarismo; antes de la guerra sucia contra periodistas,
dirigentes sindicales, defensores de los derechos
humanos, jueces, líderes políticos, partidos políticos y
otros [...] antes de que el poderío militar de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) aumentara
de
tal manera que las convirtió en uno de los mayores
y
mejor equipados ejércitos guerrilleros nunca antes
surgidos en Latinoamérica; antes de la crisis humanitaria
de
los desplazados internos, una de las peores del mundo,
de
acuerdo con las Naciones Unidas y que es producto
de
todos los factores antes enunciados [...].
”El
símbolo más convincente de esta continuidad” —continuó
el
autor norteamericano— “puede encontrarse en la
persona de Manuel Marulanda Vélez, un hombre que tomó
las
armas como guerrillero liberal en la década de 1940 y
que
ha ejercido el liderazgo de las FARC desde 1964 hasta
comienzos del presente siglo. Además, durante casi sesenta
años, el conflicto armado ha sido atizado por lo que
Belisario Betancur llamó ‘factores objetivos’ de la violencia.
Entre estos se hallan los persistentes patrones de exclusión
social, económica y política”.
“[...] No es sorprendente que varios procesos de paz hayan
sido iniciados y pocos hayan tenido éxito”.
“[...] Cientos de candidatos de la Unión Patriótica fueron
asesinados durante su primera incursión electoral, tras lo
cual prosiguieron de manera continua los asesinatos de
sus
dirigentes elegidos para cargos representativos, entre
ellos senadores, representantes a la Cámara y dos
candidatos presidenciales.
”[...] La guerra sucia contra ella era implacable. En 1995,
diez años después de su fundación, la UP denunció que
más
de 2 000 de sus dirigentes y seguidores fueron exterminados”.
“Entre 1980 y 1988 el número de muertes violentas por
año
se duplicó de 10 mil a 20 mil [...] una guerra sucia
que
fue facilitada por varias tendencias: el auge de la
exportación de droga, la fundación de ejércitos paramilitares
por
narcoterratenientes, la oposición de las fuerzas
armadas a las aperturas a la paz, principalmente de aquellos
de
sus integrantes que colaboraban con los paramilitares”.
Tales fueron las conclusiones del investigador norteamericano.
Pastrana, en su mencionado libro
La
palabra bajo fuego,
capítulo XXXIX, titulado “El Plan Colombia y el gobierno Bush”, contó
con
lujo de detalles los siguientes hechos esenciales:
“En
noviembre de 2000 hubo elecciones presidenciales
en
los Estados Unidos y resultó vencedor, después de
largos y complejos escrutinios, el candidato republicano
y
hasta entonces gobernador de Texas, George W. Bush.
Fue
entonces cuando comenzaron a dar réditos los contactos
efectuados en nuestra visita a dicho estado en
octubre de 1999 y cuando se vio, igualmente, la importancia
de
haber conseguido un respaldo y una comprensión
bipartidista al Plan”.
“Fui el cuarto jefe de Estado en reunirme con él, después
de
los mandatarios de México, Canadá y el Reino Unido,
en
una clara señal de que el nuevo inquilino de la Casa
Blanca seguiría trabajando de la mano con nuestro gobierno”.
“El
27 de febrero de 2001 me reuní con el presidente Bush
y
establecimos un diálogo amplio sobre la agenda bilateral,
el
desarrollo del Plan Colombia y los principales
retos comerciales, dentro de los cuales el que más sobresalía
era
la necesidad de extender las preferencias arancelarias del ATPA (Acuerdo de Preferencias Arancelarias
Andinas) que vencían a finales de dicho año”.
“Propuse incluir en el grupo de invitados a Venezuela, con
la
esperanza de que dicho país, que era el único de la
Comunidad Andina que no disfrutaba de las preferencias
del
ATPA, pudiera acceder a dichos beneficios”.
“Tuve igualmente la oportunidad de reunirme con el vicepresidente
Richard Cheney; el secretario de Defensa,
Donald Rumsfeld; el subsecretario de Defensa, Paul
Wolfowitz
[nuevo presidente del Banco Mundial desde
marzo de 2005];
el
secretario del Tesoro, Paul O’Neill; el secretario de comercio, Donald Evans, y con el responsable
de
los tratados de comercio, Robert Zoellick”.
“La
primera impresión que me llevé de los denominados
‘Halcones’ (Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz) fue la de que
tenían una postura más escéptica que sus antecesores
frente a la opción de buscar una paz negociada con las
FARC y el ELN, y que eran partidarios, en cambio, de
adelantar más acciones militares contra la guerrilla. No
les
preocupaba tanto el tema de la droga como el riesgo
que
significaban estas organizaciones terroristas para
la
sociedad colombiana y para la defensa de la democracia.
Por
supuesto, esta es una posición que habría de
enfatizarse mucho más después del trágico 11 de septiembre
de
2001.
”Por otra parte, encontré un ambiente de impaciencia
entre los congresistas, quienes habían aprobado los importantes
recursos que los Estados Unidos aportaron
al
desarrollo del Plan Colombia pero se preocupaban al
no
ver resultados inmediatos. De alguna manera, se imaginaban
que
con la sola aprobación de la ayuda se iban a
acabar gran parte de los problemas colombianos, como
si
se tratara de un milagro, cuando lo cierto es que aquellos,
incrementados por la nefasta influencia del narcotráfico,
llevan décadas de maduración y no es tan fácil extinguirlos
de
un día para otro”.
“Para comenzar a dar resultados se hacía indispensable
que
Estados Unidos nos enviara pronto los primeros
helicópteros. A comienzos del año llegaron 33 helicópteros
UH-1N para la Fuerza de Tarea Conjunta del
Sur, pero los 14 helicópteros Black Hawks para la Brigada
contra el Narcotráfico del Ejército no llegaron sino
hasta los primeros días de 2002 y el paquete completo
de
25 helicópteros Huey II o Super Huey no se completó
sino hasta finales de dicho año, más de dos años
después de la aprobación del Plan en el Congreso
norteamericano.
”Hay que tener en cuenta, sin embargo, que los Estados
Unidos rompieron la fila de entrega de helicópteros, entregando
primero los que estaban comprometidos con el
Plan Colombia que los que ellos mismos necesitaban
para su operación en Afganistán contra el régimen talibán”.
“El
11 de septiembre de 2001 estaba prevista una visita
del
secretario de Estado, Colin Powell, a nuestro país,
como una muestra más del respaldo del gobierno Bush
al
Plan Colombia y a nuestros esfuerzos legítimos por
erradicar el flagelo de la droga de nuestro suelo”.
“La
cancelación de la visita de Powell resultaba apenas
obvia, frente a las dimensiones de la tragedia ocurrida
en
los Estados Unidos, y así lo entendí. Por eso mismo,
me
causó mucha impresión la superficialidad con que al
día
siguiente
El
Tiempo,
el diario de mayor circulación en
Colombia, trató el tema. En la sección editorial de
‘Cosas del Día’ se afirmó que la no realización de la visita
del
secretario de Estado era una ‘evidencia’ de que
Colombia pasaría a un ‘segundo plano’ en la agenda internacional
de
Estados Unidos”.
“Así pues, en el primer semestre del año 2002 buscamos
la
forma de incluir en un presupuesto de emergencia
denominado ‘cambio de autorizaciones’, o sea, cambio
de
uso de la ayuda militar, la autorización que
necesitábamos del Legislativo norteamericano para utilizar
todo el equipo militar donado para combatir conjuntamente
el
narcotráfico y los grupos armados ilegales.
Eso
significaba fortalecer aún más a nuestras Fuerzas
Armadas, multiplicando considerablemente el número de
helicópteros y de aviones de inteligencia que se podían
usar en operaciones contrainsurgentes”.
“Como lo resumió, entonces, el general Charles Wilhelm,
comandante en jefe del Comando Sur de Estados Unidos,
con
el logro de haber obtenido esta decisión se
multiplicó por diez la capacidad ofensiva del Ejército”.
“Tal como le había planteado al presidente Bush en febrero,
se
llevó a cabo una reunión en Québec, en el marco
de
la Cumbre de las Américas celebrada en abril de
2001, entre los presidentes andinos y el mandatario norteamericano,
en
la cual mostramos un frente unificado, con
claro liderazgo de nuestro país, obteniendo el compromiso
de
Bush de apoyar este tema desde el gobierno”.
“Precisamente, el último acto público de mi mandato se llevó
a
cabo en la Casa de Nariño, en la mañana del 7 de
agosto de 2002, con la presencia del representante para el
Comercio de los Estados Unidos, Robert Zoellick, para celebrar
con
el sector empresarial la sanción del nuevo ATPA
—hoy
conocido como ATPDEA—, con el cual cerrábamos
con
broche de oro una gestión internacional sin pausa
a
favor de los intereses del país”.
“Antes de mi gobierno, la ayuda norteamericana concentrada
específicamente en un apoyo a la Policía Nacional
para la lucha antinarcóticos, era en promedio de 100 millones
de
dólares al año. Después del inmenso esfuerzo
diplomático desplegado, del cual he hecho en varios
apartes de este libro un somero reparo, la inversión de
Estados Unidos en Colombia entre 1999 y 2003 alcanzó
una
cifra total cercana a los 3 200 millones de dólares,
una
ayuda sin antecedentes en nuestra historia, que nos
convirtió en el tercer país receptor de ayuda norteamericana,
después de Israel y Egipto”.
Con
esta extensa y sincera explicación del propio Pastrana, no
hay
nada que añadir sobre las responsabilidades históricas que
asumió.
Durante la III Cumbre de la Unión Europea, América Latina y el
Caribe se encuentran los presidentes Fidel Castro y Andrés Pastrana junto a un
grupo de funcionarios colombianos y cubanos. Isla Margarita, 12 de diciembre
de 2001.
Encuentro de Fidel Castro con el comandante guerrillero Pablo
Beltrán, del
COCEN del ELN en momentos de celebrarse en Cuba un diálogo
entre esa organización y el gobierno colombiano. La Habana, 23 de
febrero de 2002.
El
presidente Fidel Castro a la Excelentísima Señora Carolina Barco
Isakson, ministra de Relaciones Exteriores de Colombia. La Habana,
31 de marzo de
2006.
Durante la cena ofrecida en la embajada de Colombia en Cuba por
la
Excelentísima Señora Carolina Barco Isakson, ministra de
Relaciones Exteriores de Colombia. La Habana, 1ro de abril de
2006.
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