Capítulo VI
LOS DOS LIBROS DE ALAPE
Arturo Alape era militante de la Juventud Comunista. Le
salía a borbotones su interés por la historia y sus
cualidades eran de narrador nato, como las
de Marulanda eran mandar hombres. Por él
tenemos más datos directos de los acontecimientos
que estamos analizando. Se incorporó físicamente a las
guerrillas, pero no para hacer la guerra, sino para conocer
el escenario, los jefes, los combatientes,
y escribir la historia. Como Arenas, quedó
subyugado por su personaje. No vacila en afirmar que
Pedro Antonio Marín, quien más tarde sería Manuel Marulanda,
se levantó en armas con 25 hombres, entre
ellos 14 primos hermanos. Las familias
campesinas con tierras a su disposición tenían entonces
muchísimos hijos.
Siguiendo las tradiciones de Colombia, para no ser exterminados
por los conservadores, se dedicó inicialmente a eliminar
militantes en las filas del Partido
Conservador. Nos encontramos un cuadro de
violencia tal, que no se podría comprender sin la imaginación
y capacidad descriptiva del autor.
Escribió dos libros sobre Manuel Marulanda. No tenía yo idea
de cuán fanático de la historia era Alape, cuando a través de
un encuentro que gestionó Gabriel García
Márquez me interrogó durante largas horas
una madrugada de septiembre de 1981.
Por
lo que conocí de lo ocurrido los días 9, 10 y 11 de abril de
1948 en Bogotá, no habría podido explicarme nunca
determinados hechos que allí observé.
Más
de una vez Alape rompe la monotonía de su testimonio
histórico. Tiene, sin embargo, el propósito de introducir en
las mentes la época en que vivían las
masas de campesinos que poblaron la región
durante más de cien años reveladores de una espantosa
realidad.
Ha
puesto en boca de Marulanda las palabras adecuadas para
contar que eran: “[...] veinticinco hombres, incluyendo a
catorce primos. Pronto corrió el rumor de
nuestra existencia y pronto llegaron
muchachos dispuestos a la pelea. En poco tiempo conformamos un
núcleo de cincuenta hombres, pero hombres desarmados.
Entonces, sólo existía una forma de
conseguir armas: quitárselas a los
conservadores [...]” —Pedro Antonio Marín no era todavía el jefe,
sino otro familiar de más edad y ascendencia.
Prosigue explicando el historiador:
“En ese primer empuje de ajusticiamientos, pues tumbamos,
hasta donde yo me di cuenta, por ahí unos veinticinco.
Trabajadores como nosotros, pero ya corrompidos
en su sed de violentos; conservadores de las veredas,
dueños de fincas, dueños de vacas y de caballos, con
pequeños patrimonios, la misma cosa de hombres como
nosotros. Pero eso fue un producto de algo que surgió
no por culpa nuestra, algo en que nos vimos arrastrados,
incluso contra la voluntad nuestra [...]”.
“Mi padre era el más pobre de la familia... hizo vida común
en una finca de un poco más de veinte hectáreas en
su conjunto, cultivadas en café, yuca, plátanos. Clima
cafetero, donde la siembra del plátano se hacía para que
durara diez, quince o treinta años. Tierra de plátanos.
La yuca muy buena, lo mismo el frijol,
el café, la caña. Tierras buenas...
Los tíos en cambio poseían fincas de cien, ciento
cincuenta, doscientas hectáreas, cafeteras; cultivadas
en pasto, caña”.
Pedro Antonio Marín razonaba, según Alape:
“Por muchos que sean los liberales muertos, los conservadores
no son capaces de matarlos a todos, imposible
acometer semejante ambición, tendrían que matar al país
matando uno a uno a sus hombres. Se necesitarían muchas
tumbas para enterrar un país”.
Sueñan con “meterse a Génova, su pueblo, el pueblo de muchos
de sus primos [...]” el 7 de agosto de 1950, día en que se
posesionaría como presidente de la
república, Laureano Gómez (conservador
fascista).
“‘Reunimos como a unos ochenta hombres; unos con machetes,
otros con escopetas y con el grupito de nosotros
armados de algunos fusiles, dijimos plenos de confianza:
le caemos al pueblo, eso no tiene vuelta en el cerebro,
sólo tiene vuelta de amarre en el
deseo [...] a tomarnos Génova, porque
esa era la orientación del partido liberal [...]’.”
“‘Ya nosotros habíamos entrado al pueblo, atravesando
los puentes sobre los ríos Gris y San Juan, cerca de las
primeras casas, en las goteras del pueblo, en el
acordonamiento, planeando’ [...]. La
policía recibió comunicación de que el
grupo había estado sobre las márgenes
del río San Juan ajusticiando a muchos conservadores y
de inmediato se ponen al habla por radio con Manizales,
recibiendo en pocas horas refuerzos. El 7 de agosto, a
las cuatro de la mañana comienza la pelea con los
uniformados y ‘eran las ocho de la
mañana y seguíamos al rompe echándonos
plomo con ellos, sin poder cumplir con
los deseos calientes que uno se cargaba de copar el pueblo’
[...]. A las once de la mañana se vieron imposibilitados
de cumplir con el objetivo” —cuenta Alape— “porque
se habían descubierto a destiempo haciendo
presencia sobre las márgenes del río San Juan. Escapan
como pueden al salir de las goteras del pueblo disparando
para cubrirse. Y Pedro Antonio Marín ordena
retirarse rumbo a Cumbarco dejando de camino a los
liberales que los habían acompañado en el intento fallido,
siguiendo la marcha los guerrilleros. Atrás, once muertos
liberales, ‘dos del grupo nuestro’, y tres heridos”.
“Esta fue la primera etapa de lucha, puede decirse. Con
el duro golpe recibido en Génova y el ingrediente de la
pérdida paulatina en las esperanzas en el liberalismo, el
grupo se fue desintegrando. En poco tiempo quedamos
unos diez combatientes. Intentamos realizar algunas
acciones pero la desmoralización de la
población hizo estragos, al quedarnos
aislados sin apoyo [...]. Decidieron
marchar hacia el Tolima en grupitos de dos a tres hombres.
Entonces mandamos a buscar el resto de familia
que merodeaba por los territorios del Sur del Tolima: los
Loaiza, y nos pusimos en comunicación con ellos. Nos
enviaron noticias diciendo que se estaban organizando.
Les planteamos unirnos al trasladarnos de Caldas hacia
el Sur del Tolima para formar una fuerza más grande;
unirnos por medio de contactos
personales, de amigos, de cartas y así
encontrarnos un día en el Sur del Tolima para
resistir [...]”.
“Pedro Antonio Marín y su primo Alfonso viajaron por vía
legal, salieron por Anaime hasta la carretera nacional,
más adelante de Cajamarca se montaron en un carro y
desde Neiva se dirigieron hacia El Carmen, culminando
la zozobra en Gaitania. En ese sector encontró a su padre
y a sus hermanas. Permanecieron a resguardo y Pedro
Antonio Marín volvió a trabajar como aserrador. Luego
en El Carmen, cerca de Nazareno trabajó en la finca de un
coronel alemán que había llegado a esas tierras, huyendo
de la Segunda Guerra Mundial. Esperaba el contacto con
los Loaiza. Ellos seguían perdidos por los lados de La
Profunda.
”A mí me tocó estar escondido en el monte, a poca distancia
de El Carmen, tiempo muy cruel. Viene lo de la
toma de Gaitania, yo fui avisado con tiempo por ellos,
porque moraban temporalmente en una región llamada
San Jorge. Ellos con su cuadrilla hacían sus andanzas y
nosotros les poníamos los contactos. Por fin logramos
llegar a ellos y ya nos encontramos con toda la familia
de los Loaiza, después de la toma de
Gaitania, que entre otras cosas
tenemos un parentesco familiar, digamos que
siempre bastantico. Ahí en esa conversación comenzamos
a organizar la cosa en el Sur del Tolima [...]”.
“Pedro Antonio Marín o Manuel Marulanda Vélez se encontraba
en su comando, cuando llegaron los comunistas
a la zona liberal. Conocía de la existencia de la Columna
de Marcha por el intercambio de comunicaciones
personales, de cartas. ‘Fue bien recibida por los
liberales la presencia de los
comunistas en el comando de La Ocasión.
No conocí los iniciales movimientos de la
Columna, tampoco los acuerdos que fijaron. Mi residencia
o donde mantenía el personal, estaba situado
por los lados de El Socorro, por San Joaquín, por esas
veredas [...]’.”
“Ya reunidas las fuerzas de Marulanda con las de Loaiza y
las de los comunistas en un mando unificado, la dirección
liberal criticaba a Loaiza y a sus hijos: ‘Ustedes no
tienen que estar allá reunidos con los
de El Davis [...]’.
”En las reuniones del Estado Mayor Liberal se afirmaba:
‘los comunistas quieren colectivizar hasta las viejas
costumbres de los hombres... todo lo
quieren controlar, hasta la
respiración de uno... Nosotros vivimos y actuamos
en el Sur del Tolima, la tierra donde crecimos, nuestra
propia geografía. Nada tiene por qué atarnos a una tierra
tan lejana como es Rusia. Y eso quieren los comunistas
de El Davis que piensan como si fueran rusos. Son sus
principios. Ese ejemplo nos afecta directamente a
nosotros, nos crea serios problemas en
nuestros comandos. Ellos son ellos en
su forma de pensar y nosotros somos
nosotros en nuestro pensamiento liberal [...]’.”
“Estos datos y otros muchos ilustran hasta qué punto se
producirán constantes diferencias entre liberales
y comunistas. Para aquellos, lo que se ocupaba en las
acciones de guerra era propiedad de quien lo hiciera,
incluso las armas. Los comunistas, por el contrario, eran
partidarios de que pertenecieran al colectivo. Defendían
la formalidad y la disciplina. Ganaban prestigio y
conquistaban las simpatías de los
mejores combatientes. De ese modo, las
simpatías de Marulanda y sus más cercanos
combatientes se inclinaban progresivamente a sus
principios. Hacía rato estaban cada
vez más decepcionados de la dirección
nacional del Partido Liberal, que ignorando
sacrificios y realidades transmitían sus absurdas
órdenes a los combatientes”.
Las
ilusiones dieron lugar al engaño del oficial del Ejército que
se hace pasar por liberal frustrado y con 25 hombres bien
armados organiza la trampa que costó la
vida a 150 combatientes liberales. Los
Loaizas, desconfiados, retrasaron 24 horas su entrada en el pueblo
de Rioblanco. Marulanda no tragó el anzuelo. Es un episodio
que ya se abordó. Si se deseara la historia amena de lo que
ocurrió, habría que recurrir al relato de
Alape.
En
ese mismo texto, el primero de los que escribió, se habla de
la lucha desarrollada por las FARC hasta principios de la
década de 1960. La primera edición se
publicó más de 25 años después, en 1989.
Alape concluye su primer libro con un eco de nostalgia:
“Marulanda al volver a Marquetalia en busca del río subterráneo
de sus influencias, comenzaría a escuchar y leer,
sin que padeciera de escalofríos en el cuerpo, noticias
diversas sobre sus muertes. Sería desde entonces, uno
de los hombres que más ha sobrevivido en el mundo, al
espanto de tantas muertes sobre su vida —muertes que
lo acechan, muertes deseadas, muertes inventadas,
localizadas en cualquier parte de su
cuerpo—, sus muertes alcanzarían hasta
cien. Las historias de sus muertes se
escucharían en los confines de la selva y de la montaña.
La invención no tendría límites. Pero otros recogerían
esas historias de sus muertes supuestas, para contarlas
de manera distinta [...]”.
Así concluye su narración en el primer libro.
Inicia el segundo con oraciones líricas:
“La muerte muy precavida le seguía el trillo a Manuel Marulanda
Vélez, se había convertido en su sombra de hombre...
Un hombre que ha vivido tan cerca de la muerte,
que le ha jugado tantos esguinces, inevitablemente, debe
transitar en un instante de su vida, por una penosa
agonía... Otras noticias no estaban
escritas para el momento supremo en
que cesara de fluir la vida en su corazón”.
“Marulanda le abre nuevos pliegues a la memoria para
aclarar en definitiva el misterio de su escape de
Marquetalia”, continúa Alape, citando a veces las
palabras de Marulanda:
“‘De Marquetalia se puede salir por varias trochas.
Se sale para el Huila, se sale para el Cauca, se sale
para Caldas. Nosotros teníamos muchas
vías de escape. Y nadie lo sabía.
Entonces nosotros escapamos por todas
esas trochas. Claro que había una trocha que se llamaba
la trocha central, quizá, es la trocha que dice el
general Matallana que descubrió’.”
“Por una de esas trochas, habían escapado de
Marquetalia con rumbo a Riochiquito, un grupo de
combatientes liderados por Marulanda,
Jacobo Arenas y Hernando González, con
el fin de preparar la Primera
Conferencia del Bloque Sur”.
“La Conferencia del Bloque Sur desarrollaría la concepción
político militar apenas enunciada en el Programa Agrario
Guerrillero, que se hizo conocer a la opinión pública,
desde las montañas de Marquetalia, el
20 de julio de 1964: ‘Nosotros somos
revolucionarios que luchamos por un
cambio de régimen. Pero queríamos y luchábamos por
ese cambio usando la vía menos dolorosa de nuestro
pueblo: la vía pacífica, la vía de la lucha democrática
de las masas, las vías legales que la
Constitución de Colombia señala. Esa
vía nos fue cerrada violentamente, y
como revolucionarios jugaremos el papel histórico que
nos corresponde”.
“La visión que tiene Marulanda como guerrero en el año
1966, en momentos en que se han creado las condiciones
para la fundación de las FARC, es la visión del hombre
asediado y perseguido que se ha convertido por su
propia experiencia en un conductor guerrillero, que
piensa ya no en función de la defensa
de un territorio determinado, sino que
abre su mirada hacia un proyecto militar
de características nacionales, sujeto a un pensamiento
político programático, influido por el triunfo de la
Revolución Cubana, que recorre su
hálito triunfal por el continente.
Perseguido por su forma de pensar y sus dotes
de militar, en un país en que la tolerancia ha sido razón
y fuerza de poder. Observa de antemano
dónde puede dormir, observa quién o
quiénes lo rodean. El sentido de la
noche como orientación, el sentido del día como visualización.
El sentido de hacerse invisible ante el enemigo
cuando necesita desaparecer. El sentido de hacerse
visible cuando necesita aparecer frente al enemigo.
El sentido de tiempo que mide con exactitud en los
momentos cruciales. Capacidad de mando.
Conocimiento de sus hombres.
Conocimiento del enemigo como se
conoce a sí mismo”.
“Tenían muy buena acogida en la población, porque mantenían
un tipo de relaciones muy fraternales, francas,
amistosas, comprensivas. De esas relaciones nosotros
los comunistas tuvimos que aprender bastante, porque
eran relaciones de una comunicación y de consulta
permanente”.
“Los textos del Che influyen en ese cambio de concepción,
así como influyeron los textos de Mao en la guerrilla
comunista en los años cincuenta. Jacobo estudia al Che:
‘Cuando el Che habla de que el guerrillero es el jesuita
de la historia revolucionaria, él habla así, el
guerrillero muerde y huye, engaña al
enemigo para volver a golpearlo,
muerde y huye para volver a morder y a huir y así siempre.
El Che no hace una figura literaria. Es lo que resume
el Che Guevara en la experiencia de la guerra
revolucionaria en la Sierra Maestra
[...]’.”
“En Cuba la campaña del Ejército Rebelde dura dos años.
En Colombia se iniciaba la lucha y comenzaba a
prolongarse en el tiempo como una
sombra que pierde la imagen. Era el
comienzo en los años 1964-1966 de lo que
sería un período histórico de larga duración. El ejército,
particularmente, desde 1964 viene cambiando su concepción
operacional y como consecuencia su concepción
táctica dentro del propio marco de su concepción
estratégica”.
“Se nombró un Estado Mayor, se eligió a Marulanda como
el comandante superior y a Ciro Trujillo, segundo al
mando. Luego vendrá la otra historia,
la historia de la consolidación del
proyecto político-militar, en un lento proceso
de desarrollo desigual, en que se van racionalizando las
experiencias”.
“Durante el gobierno de Pastrana se reúne en El Pato, la
Cuarta Conferencia”.
“En la Cuarta Conferencia, dijo Marulanda con un hondo
sentido realista de la situación: ‘En esta Conferencia si
no podemos señalar muchos éxitos, por lo menos ya podemos
decir que no nos continuaron matando, lo que es
un paso supremamente grande. Se comienza a hablar
de nuevas perspectivas de crecimiento. Ya incluso,
escuchamos rumores que provienen de
los altos mandos del ejército, se
duelen de la pérdida del contacto con las
guerrillas en los últimos meses; no saben dónde operan
las guerrillas, dónde se meten, cómo se mueven; el
enemigo ha perdido la visión real que
tenía y dominaba sobre la persecución
a las guerrillas y en este sentido hemos
ganado la iniciativa de la movilidad”.
“Es en la Quinta Conferencia Guerrillera que se celebra
en el Meta, cuando se analizaban los problemas y los
nuevos elementos surgidos en el Movimiento, cuando
Marulanda dijo, al seguir la línea de sus anteriores
razonamientos, en su lenguaje
característico: ‘nos repusimos, ahora
sí calculo que nos hemos repuesto de esa terrible
enfermedad que casi nos liquida a todos, es decir,
volvimos a ser más o menos, la misma
guerrilla anterior...’,” recuerda
Jacobo Arenas.
“Se requirió mucho tiempo, mucho trabajo, poner mucho
cerebro en esa reconstrucción, porque se había perdido
el 70 por ciento de la fuerza humana y el 70 por ciento
del armamento”.
“En ese período de reconstrucción y de recuperación de
la fuerza guerrillera, que dura prácticamente entre
1966-1974, quizá una de las experiencias más reveladoras
sobre la personalidad de Marulanda, en una diversidad
de facetas, es sin duda, la que se conoce como la
Operación Sonora, que tiene su
desarrollo en el Sur del Tolima, en
diciembre de 1973”.
“‘Yo quería experimentar y sobrevivir en el propio terreno.
Me aceptaron que hiciera la travesía y comprobara en la
vida real y no en puros inventos de la imaginación, la
causa verdadera de por qué unas
guerrillas no prendían en zonas ya
trajinadas por las antiguas guerrillas [...]’.”
“‘Antes de salir hacia la Cordillera Central, yo mismo realicé
un intenso entrenamiento de dos meses con el personal,
hasta que estuvieran aptos para afrontar ese tipo
de situación, que se nos iba a venir encima durante el
cruce del terreno, crear en el personal una verdadera
capacidad de sobrevivencia en el mismo terreno’.”
Continúa Alape su fascinante relato.
“La Móvil con 27 hombres, dirigida por Marulanda y un
grupo de mando, entre los cuales estaba el comandante
Nariño, sale de El Pato, exactamente de un paraje situado
sobre el río Coreguaje. Es el comienzo de 47 jornadas
que tendría el largo recorrido, la mayoría bajo el
secreto y el amparo de la noche, rumbo
al cañón de El Duda, pasando por las
selvas de Guayabero”.
“Lógicamente lo cotidiano en que se convierte el clímax
de los combates, es decir, todo el significado de la
experiencia de Marulanda en este
desplazamiento de dos años largos, por
casi la mitad del territorio del país”.
“El Gringo
[guía del ejército así apodado]
ya iba a completar veinte años de ser
un connotado contraguerrillero y
temido por toda el área de la región de Rioblanco”.
“Le montaron al Gringo la emboscada en un camino boscoso
de rastrojos, que llegaba a una pequeña quebrada
y salía hacia un potrero plano para encontrarse con otra
vuelta del camino y en la media vuelta del camino debía
entrar el Gringo y la tropa; se calculaba que vendría con
unos quince hombres. ‘Entonces le elegimos los tiradores
al Gringo. Resulta ser que la emboscada resultó un
éxito, casi murieron todos, creo que salieron dos o tres
hombres ilesos, sobrevivientes de la sorpresa. Todos
cayeron, incluido el Gringo. El Gringo
fue el primer muerto porque era el
hombre que buscábamos, en un combate
que duró unos veinticinco minutos. Cayeron como quince
hombres, la patrulla resultó diezmada. Salimos de largo
[...]’, dice Marulanda”.
“El general Matallana estableció en la población de La
Herrera el centro de operaciones para dirigir el avance
de los efectivos del ejército en busca
de los insurrectos. Se rumora que el
asalto es una táctica de los grupos guerrilleros
que operan en diferentes zonas del país para distraer
la atención de las tropas que están apartadas en la
región de Anorí. Se dijo ‘que en algún
lugar del país se realizó una conferencia a la que asistieron
delegados de Fabio Vásquez Castaño y
Manuel Marulanda’ [...] ‘Las
fuentes militares establecieron que en el alto en que
perdieron la vida ocho militares y el
guía de la patrulla, no actuó Tirofijo
y que este se encuentra en otro lugar del
país, posiblemente organizando cuadrillas de guerrilleros’.”
“En la noche como es su costumbre, Marulanda prendió
la radio para escuchar noticias y se enteró de la muerte
de Manuel y Antonio, hermanos de Fabio Vásquez Castaño.
Noticia que lo puso triste y caviloso, pues había
seguido por las informaciones radiales, el operativo
militar que había comenzado en el mes
de agosto, en Anorí, Antioquia, contra
el ELN, y terminaba el 19 de octubre
[del propio año 1973]
con la muerte de los Vásquez y
prácticamente el desmantelamiento del grupo guerrillero.
Escuchó por las noticias, que los dos grupos armados
de los Vásquez Castaño asediados por las tropas,
se fueron desintegrando poco a poco, durante los cuarenta
y ocho días que duró la operación, que finalmente
dejó como saldo la muerte de los hermanos Vásquez,
además de sesenta bajas y una deserción sensible de
muchos guerrilleros”.
“El 13 de diciembre se publica la noticia en primera página
de
El Tiempo:
”‘Un nuevo golpe fue asestado por tropas de la VI Brigada
a uno de los grupos alzados en armas, esta vez al
autodenominado FARC, comandado por Tirofijo y Balín.
”’Mientras tanto el ejército asegura que el bombardeo sobre
la región de El Pato, cuando las tropas tomaron la pista
aérea de Las Perlas, en el bajo Pato, no produjo víctimas.
El comandante de la VII Brigada declaró, lo mismo
que declaró el coronel Currea Cubides cuando las
anteriores operaciones militares
contra Marquetalia, Riochiquito y El
Pato: No podemos seguir permitiendo un país comunista
e independiente dentro de Colombia [...]’.”
“Lo invadió el sentimiento íntimo de escucharse a sí mismo,
sentimiento que se apropia de los hombres en los
momentos cruciales de sus vidas. Pero la sensación que
sintió, fue como el eco de un rumor lejano de imágenes
difusas, acosadas por un instante en la memoria, ¿instante
de imágenes de años?
”Desde un pequeño alto divisó la figura de un hombre,
recostado sobre el tronco de un árbol sin hojarasca que
le brindaba sombra. Lo veía como la visión que se tiene
en el llano abierto, de un hombre aprisionado entre los
límites que establece el sol como línea divisoria sobre
la tierra. Se apresuró al presentir
que aquel hombre lo esperaba para
entablar con él un antiguo diálogo.
”—Lo estaba esperando. También sé que usted me está
buscando..., ¿cierto?
”—Usted tiene razón. Venía en su busca...
”—Bien. Lo invito a sentarse junto a mí... Hay sombra para
los dos.
”Al sentarse él quedó hombro a hombro con el anciano.
”—Usted aún no ha encontrado su propio sueño —dijo el
anciano con un tono afín a una sentencia.
”—El sueño ya lo tengo entre mis ojos. Y eso es lo importante
—respondió él.
”—El hombre necesita que lo convenzan de los sueños
de otros hombres.
”—Eso he venido haciendo en todos estos años, desde
la montaña he tratado de convencer al hombre... de mis
sueños.
”—Quizás, le falte un poco de tiempo para convencer al
hombre o, a los hombres...
”—El tiempo no me preocupa... También he aprendido a
manejar el tiempo con paciencia...
”El anciano intentó reírse. Luego volvió a la seriedad habitual:
‘Usted convive con la razón... Me gustaría compartir
con usted el camino que resta...
”Se levantaron los dos como viejos amigos, para continuar
la jornada. ¿Días, años... caminaron?”
Con
estas poéticas palabras finaliza Alape su segundo libro
sobre Marulanda, que tituló
Tirofijo: los sueños y las montañas.
Y
un poco más abajo, con letras más pequeñas:
Colombia, cuarenta años de luchas
guerrilleras.
En
la portada de este último, tras estos títulos y con el rostro
de Marulanda en primer plano, aparece en el fondo una foto
difusa de Pastrana y el famoso jefe
guerrillero durante una de sus muchas
conversaciones sobre la paz en territorio controlado totalmente
por fuerzas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia.
El
resto del material contenido en el libro es muy interesante,
pero no indispensable para el objetivo de este análisis.
Guerrilleros de las FARC en San Vicente del Caguán. Febrero de 1999.
Manuel Marulanda en la jefatura de las FARC. Febrero de 1999. |