Epílogo
A
comienzos del 2004, dos elementos continuaban caracterizando la
situación en la región: mientras Estados Unidos poseía una presencia
militar y un poderío como nunca antes y mantenía una fuerte
influencia sobre muchos gobiernos que actuaban en buena medida de
acuerdo a sus intereses, también el odio hacia la gran potencia
había alcanzado niveles nunca antes vistos y posiblemente no existía
ninguna región en el mundo donde existiera tanta beligerancia contra
Washington.
El
binomio Bush-Sharon, sin duda el más funesto y agresivo para la zona
del Medio oriente, había insertado su política de despojo y
represión contra el pueblo palestino en el marco de su "guerra
global contra el terrorismo". El grupo de principales dirigentes que
había llegado al poder en ambos países, estrechamente vinculados por
el mismo pensamiento neofascista, fundamentalista y mesiánico,
desataron una guerra terrorista para tratar de doblegar la
resistencia árabe e islámica. Afganistán fue el primer objetivo, tal
vez el más débil. Pero una pieza clave era Iraq, país poseedor de la
segunda reserva de petróleo más grande del mundo, histórico bastión
del nacionalismo árabe, acérrimo enemigo de Israel y defensor de la
causa palestina, con una posición geográfica estratégica desde donde
desestabilizar, atacar y reducir a vecinos contestatarios, para con
esa fuerza liquidar la resistencia en Palestina y abrir las puertas
de la región a los intereses de Israel.
Es
conocido que el poder de los sionistas dentro de los Estados Unidos,
presente con destacadas figuras en la propia Administración Bush,
estuvo entre los principales impulsores de la agresión a Iraq. La
gran prensa prosionista estadounidense estuvo volcada en los meses
previos a la invasión, en una campaña de verdadero terrorismo
mediático impulsando la guerra. Fueron los portavoces de las grandes
mentiras sobre las que trató de justificar el crimen. Habían
acumulado una larga experiencia haciendo aparecer como terroristas a
los palestinos y a los árabes, cuando desde el inicio el terrorismo
fue ejercido por ellos con el despojo y la usurpación de tierras
ajenas.
Pero
cabría preguntarse: ¿A dónde llevará el criminal camino de los
extremistas sionistas? ¿Podrán derrotar definitivamente al pueblo
palestino, hacer que estos renuncien a sus legítimos derechos y
liquidar su existencia? Cada vez es más evidente que no podrán
lograrlo, por mucho que maten, el tiempo parece no estar a favor de
los terroristas.
En
la década del 90 llegaron a Israel cerca de un millón de inmigrantes
judíos de los países que antes integraban la Unión soviética,
quienes ahora constituyen alrededor de un 15% de la población,
mantienen su lengua rusa y sus tradiciones, por lo que pasan por un
proceso de integración muy difícil. Muchos no habían practicado
nunca la religión y otros no eran realmente judíos, lo que da una
idea de la falta de homogeneidad de la sociedad israelita. El
periódico lede'ot Ahranot publicó en su edición del 20 de abril del
2000 la proyección de decrecimiento de la población judía debido al
abandono de la religión, la emigración hacia Estados Unidos, la
conversión al cristianismo y otros factores.
Un
estudio realizado por la Universidad de Haifa pronosticó que para el
año 2020 la población que habitará el área que comprende Israel más
Gaza y Cisjordania, será 58% árabe palestina. En el 2001 vivían
dentro de Israel 1,2 millones de palestinos que son descendientes de
las familias que quedaron allí cuando se dividió el territorio en
1947 y que resistiendo presiones y represiones se negaron a huir.
Estos, que técnicamente son ciudadanos israelíes y componen más de
un 20% de
la población del país, continúan sintiendo como palestinos y se
solidarizan con sus hermanos y familiares de los territorios
ocupados, impulsados además por el tratamiento como personas de
tercera categoría que reciben de las autoridades, que los mantienen
en una especie de apartheid, los discriminan con la vivienda, el
empleo, la salud y la educación. Esta comunidad palestina, cuya
población crece con índices superiores a la de los judíos,
constituirá, según el estudio de la Universidad de Haifa, el 32% de
la población de Israel en el 2020.
Esta
es la bomba de tiempo que funciona dentro de las fronteras de Israel
y en los territorios ocupados. La política de terror que aplican los
extremistas sionistas está dirigida a frenar esta proyección, pero
su criminal empeño es infructuoso.
Aunque algunos terroristas lo piensen, incluso lo intenten, hoy ya
no parece posible realizar operaciones de limpieza de población en
gran escala como la que hicieron los sionistas en 1947 y 1948. Los
palestinos no están dispuestos a huir abandonando sus tierras. Los
ataques con modernos aviones F-16 y helicópteros artillados, con
tanques, cohetes y otros sofisticados armamentos que persiguen matar,
promover el terror e impulsar la huida hacia otros países, no han
dado resultados. Israel no puede utilizar sus bombas nucleares o
biológicas ni otros armamentos de destrucción masiva debido a lo
pequeño y a la cercanía del territorio, aunque esta posibilidad ya
debe haber pasado por la mente de algunos extremistas.
A
pesar de los crímenes que cometen los sionistas e imperialistas, el
curso futuro de la historia no está de parte de ellos. La
resistencia se mantiene y no podrá ser doblegada.
Las
criminales acciones del sionismo y el imperialismo contra el mundo
árabe e islámico amplían y profundizan el odio contra ellos y a
nivel popular se va conformando un amplio frente contra su política
hegemonista que cada vez más influye en los gobiernos y será lo que
producirá los cambios y decidirá la historia.
Israel ya fue derrotado militarmente en el Líbano y a pesar del
profundo fanatismo que permea su sociedad, la Intifada palestina lo
deteriora desde el punto de vista político y moral, y la conciencia
de que es imposible obtener la seguridad a cambio de la negación de
los derechos de otro pueblo y de su eventual liquidación se irá
abriendo paso. Es cuestión de tiempo. El balance de la opinión
pública internacional va cambiando paulatinamente a favor del pueblo
palestino, y Estados Unidos y otros gobiernos occidentales que
tradicionalmente dan apoyo a Israel, tienen que pagar un precio cada
vez más alto por hacerlo, al ser creciente el cuestionamiento de sus
posiciones y de su hipócrita política sobre "defensa de los derechos humanos,
democracia y terrorismo".
Todavía será necesario que una parte considerable de los judíos de
Israel se sacudan el mito del fundamentalismo sionista para que se
abra de nuevo el camino de la paz, que únicamente podrá ser
alcanzada cuando se haga justicia al sufrido pueblo palestino. El
marco para una solución justa está establecido hace ya muchos años
por las resoluciones de la ONU, especialmente la 194,242 y 338, cuyo
cumplimiento los israelíes han venido rechazando de forma
sistemática.
Los
palestinos no pueden aceptar otra solución que no sea:
-Retirada
de Israel de los territorios ocupados en 1967, incluidos los
asentamientos.
-Derecho
al regreso de los refugiados a sus tierras y/o justa compensación.
-Derecho
a la autodeterminación.
-Derecho
a constituir su propio estado independiente con Jerusalén árabe como
capital.
¡La
justicia no podrá ser crucificada!
[Título]
[El Autor]
[Presentación]
[Indice]
[Introducción]
[Prologo]
[Capítulo I]
[Capítulo II]
[Capítulo III] [Capítulo IV]
[Epílogo]
[Notas]
[Post Scriptum]
[Documentos]
[Cronología]
[Glosario]
[Bibliografía]
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