Las Negociaciones
El gobierno de Georges Bush, con la Unión Soviética en liquidación,
posesionado como nunca antes de la estratégica región del Golfo,
sintiendo que su liderazgo internacional crecía a su punto más alto
y con los países árabes debilitados, consideró que había llegado el
momento histórico más oportuno para negociar una solución al
conflicto de Medio Oriente sobre la base de la consolidación de su
dominio por encima, incluso, de sus aliados occidentales y
privilegiando los intereses de Israel, con la eliminación, si fuera
necesario, de los derechos de los palestinos sobre cuya tumba
pensaba imponer una conciliación árabe-israelí.
El 18 de octubre de 1991 se convocó, por iniciativa de Washington y
con participación puramente formal de una representación de la Unión
Soviética -ya en franco proceso de desintegración-, a los gobiernos
de Israel, Jordania, Siria y el Líbano para la Conferencia de Paz
para el Medio Oriente que se iniciaría en Madrid el 30 de ese mismo
mes. La ONU fue marginada y solo participó como observadora, pues
tanto Israel como los Estados Unidos rechazaban su marco para las
negociaciones, por considerar que la correlación de fuerzas allí no
les era favorable.
A los palestinos les fue negado el derecho a participar a nombre
propio, permitiéndoseles solo formar parte de la delegación jordana
a algunas personalidades que oficialmente no eran dirigentes de la
OLP. Semanas antes de la convocatoria a Madrid, en el XX Consejo
Nacional Palestino celebrado en Argel, se había discutido la
participación en las negociaciones de paz y la mayoría había dado su
aprobación. Los árabes aceptaron participar sobre la base del
principio de negociación de "paz a cambio de tierra" o partiendo del
reconocimiento de las resoluciones 242 y 338 de la ONU. El gobierno
de Yitzhak Shamir en Israel, a pesar de saberse apoyado por los
Estados Unidos participó a regañadientes, pues considerándose parte
del campo vencedor en la confrontación este-oeste y en la Guerra del
Golfo, no tenía ninguna disposición de devolver los territorios
ocupados a quienes consideraba derrotados e incapaces de actuar
militarmente para
recuperarlos, además, en sus dirigentes políticos de uno u otro
bando, seguía prevaleciendo el pensamiento mesiánico del Eretz
Israel (la tierra prometida) y la intención de continuar la política
de colonización y asimilación de territorios árabes. Para ellos la
fórmula de negociación era "paz a cambio de paz", o de forma más
clara, "paz por la fuerza".
Para muchos árabes que habían proclamado tradicionalmente que no se
sentarían a una mesa con Israel e, incluso, eran renuentes a
reconocer su existencia por considerar ilegal e injusta la partición
de Palestina en 1947, asistir a Madrid significó un gran cambió y
grandes concesiones, pero la coyuntura histórica y las
transformaciones dramáticas que se producían en la correlación
internacional de fuerzas, los persuadieron para dar este paso,
aunque los obstáculos por superar
eran enormes y las contradicciones árabe-israelíes estaban
enraizadas de tal forma por la injusticia histórica cometida, que
aún con una situación tan favorable para los Estados Unidos e
Israel, como la existente en ese momento, no les sería fácil imponer
sus condiciones.
El 31 de octubre intervino el primer ministro de Israel, Yitzhak
Shamir, advirtiendo que las negociaciones de paz no podían centrarse
"primero y exclusivamente sobre la cuestión territorial". El
discurso del doctor Haidar Abdel Shafi, representante palestino
dentro de la delegación jordana, insistió en la unidad del pueblo
palestino y la necesidad de reconocer sus derechos como condición
para alcanzar "la paz que todos necesitamos y deseamos". El ministro
de relaciones exteriores sirio, Farouk al Chara, fue firme en
reiterar "(...) la imposibilidad de que la paz coexista con la
usurpación de las tierras de otros.
La paz exige que no haya tierra bajo ocupación. No estamos
dispuestos a ceder un solo centímetro de nuestra tierra". El
Canciller libanés también reiteró la exigencia de que Israel
retirara todas sus fuerzas del territorio que ocupaba en su país. El
Ministro jordano de asuntos exteriores subrayó que "Jordania nunca
ha sido Palestina ni lo será", en directa alusión a algunos
dirigentes sionistas que han alegado esto para dar por liquidado el
asunto palestino.
Al día siguiente, 1ro de noviembre, se produce un choque verbal
entre el primer ministro Yitzhak Shamir, y el ministro de relaciones
exteriores sirio, Farouk al Chara, el primero acusó al gobierno de
Damasco de dictatorial y tiránico, y el sirio sacó a la luz pública
el pasado terrorista de Shamir, quien había cometido numerosas
acciones de este tipo y participado, incluso, en el asesinato, en
1948, del Conde Folke Bernadotte, enviado especial de la ONU para
Palestina. Después de esto Shamir recogió sus maletas y regresó a
Israel. El Secretario de Estado norteamericano no consiguió
convencer a las delegaciones para que continuaran en Madrid con la
segunda fase de las negociaciones, en una conferencia de prensa
concluía: "(...) la paz no es posible sin solución de los conflictos
territoriales (...) la Conferencia ha sido un buen comienzo, hay que
evitar que se convierta en un final".
El camino de las negociaciones no sería nada fácil, a pesar de que
en junio de 1992 había llegado al poder en Israel un gobierno
laborista con Yitzhat Rabín al frente, quien era considerado más
flexible, éstas se hicieron lentas y complejas, los principales
países árabes involucrados en el conflicto se aferraron al principio
establecido de "paz a cambio de tierra" y al cumplimiento estricto
de las resoluciones de la ONU, lo cual era inaceptable para los
dirigentes sionistas, y el gobierno
norteamericano, a pesar de presionar a favor de estos últimos, se
vio imposibilitado de imponer sus condiciones, pues no podía forzar
un arreglo y crearse dificultades con sus aliados árabes, había
ciertos límites que debía considerar.
Algunos árabes se hicieron las vanas ilusiones, de que la fuerte
campaña lanzada durante la Guerra del Golfo para obligar a Iraq a
retirarse de un territorio ocupado por la fuerza y la exigencia que
se hizo entonces para que se cumpliera con la "legalidad
Internacional" que representaban las resoluciones de la ONU, podrían
servir como argumento aplicable a Israel.
Por otra parte, algunos dirigentes de la OLP, comandados por Yasser
Arafat, anteriormente marginados de las negociaciones y considerando
el peligro que constituía que los jordanos negociaran en su nombre,
teniendo en cuenta la desconfianza histórica y viéndose como el
eslabón
más débil de la cadena, aceptaron propuestas norteamericanas para
establecer contactos con los israelíes e iniciaron conversaciones
secretas en Oslo en diciembre de 1992.
Como resultado de estas negociaciones, casi un año después, el 9 de
septiembre de 1993, Arafat firmó, en Túnez, el reconocimiento mutuo
entre la OLP e Israel; al día siguiente lo hizo Rabín en Jerusalén;
cuatro días después se firmaron en Washington los Acuerdos de Oslo
(I), la Declaración de Principios para el Autogobierno Palestino.
Algunas organizaciones integrantes de la OLP se opusieron y
condenaron este curso negociador, al igual que varios países árabes,
entre los cuales se destacaron Siria y Líbano, ambos con territorios
ocupados por Israel que consideraban que las negociaciones por
separado favorecían a este último, debilitaban a los árabes y
especialmente a los propios palestinos. Sin embargo, muchos de ellos
y millones de personas en el mundo, tuvieron esperanzas de que
Israel se retiraría de Cisjordania y Gaza en cinco años, y que los
palestinos podrían crear su propio estado.
Esta vía de negociaciones se mantendría abierta con muchas tensiones,
pero con algunos avances que se concretan durante 1994 con el inicio
del proceso de autonomía, lo cual permite a Arafat regresar por
primera vez a Gaza. En algunos hay optimismo y en octubre se le
otorga el Premio Nobel de la Paz al líder palestino junto con
Yitzhak Rabín y Shimón Peres.
Con el establecimiento y avance de las negociaciones directas entre
los dirigentes de la OLP e Israel, y con las relaciones diplomáticas
establecidas entre Tel Aviv y El Cairo como antecedentes, la
monarquía jordana, que como hemos referido anteriormente,
históricamente había mantenido contactos con los dirigentes de
Israel, decide avanzar por el mismo camino y rápidamente llega a un
Acuerdo de Paz que se firma en Wadi Arabah el 26 de octubre de 1994.
Pocos meses después, en febrero de 1995, se lleva a cabo en El
Cairo, la primera reunión cumbre de los dirigentes de Israel,
Jordania, Palestina y Egipto. El proceso negociador de la paz, a
pesar de los enormes obstáculos que debe superar, parece avanzar. El
gobierno norteamericano entonces con Clinton al frente, se emplea a
fondo y se involucra como ningún otro.
Los pequeños avances y lo mínimo otorgado a los palestinos es
suficiente para levantar la ira de los extremistas sionistas uno de
cuyos militantes asesina, el 4 de noviembre de ese mismo año, al
primer ministro Yitzhak Rabín, en Tel Aviv, a quien ya consideraban
traidor por el solo hecho de negociar con Arafat. El magnicidio,
presentado como la obra de un solo fanático, respondía a los
intereses de los que no están dispuestos a reconocer los más mínimos
derechos palestinos y que trabajan, incluso, para liquidar toda su
presencia en lo que consideran su Eretz Israel.
En enero de 1996 se celebran las primeras elecciones en los
territorios palestinos ocupados, se elige un Consejo Legislativo de
la Autonomía Palestina integrado por 88 miembros, Yasser Arafat es
designado como Presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
Y son establecidas las bases para administrar Gaza y Cisjordania.
Mientras esto sucede en Palestina, en el Líbano, Hisbollah y las
fuerzas patrióticas continúan su exitosa resistencia y las acciones
para expulsar a los ocupantes sionistas del sur del país se
multiplican, por lo que Israel aumenta sus represalias y lanza una
operación bautizada "uvas de
la ka", que termina en un desastre al masacrar en un refugio de la
ONU a más de cien civiles libaneses, la mayoría mujeres y niños.
La turbulencia política en Israel se incrementó y Shimón Peres, que
había ocupado provisionalmente el cargo de Primer Ministro tras la
muerte de Rabín pierde las elecciones frente al derechista Benjamín
Natanyahu, quien rápidamente pone en práctica sus ideas para
sabotear lo poco que se había avanzado en las negociaciones con los
palestinos. El curso negociador, que había llegado al punto de
dividir los territorios ocupados en tres zonas, A, B y C, para ir
transfiriendo paulatinamente algunas de ellas al control autonómico,
fue paralizado y entró en crisis.
Los palestinos, aun con todas las debilidades y dificultades de las
negociaciones, habían obtenido algunos avances que les servirían de
base para enfrentar, en mejores condiciones, los planes de los
sionistas. Muchos dirigentes de la OLP que se encontraban desde
hacía muchos años refugiados en otros países, lograron regresar y
establecerse en los territorios ocupados, las organizaciones
palestinas, prohibidas anteriormente por los ocupantes, abrieron sus
locales en las principales ciudades de Gaza y Cisjordania; se
comenzó a editar prensa patriótica y empezaron transmisiones de
radio y televisión; se inició el desarrollo de una estructura
administrativa similar a la de un gobierno. Además, los crecientes
contactos internacionales aumentaban el reconocimiento de la
autoridad palestina y señalaban hacia un camino que para algunos
prometía la creación de un estado.
Natanyahu cerró ese camino como expresión de una voluntad todavía
mayoritaria en Israel que consideraba que la seguridad sólo emanaba
de la fuerza y la opresión, basadas en el pensamiento mesiánico de
que Judea y Samaría (Cisjordania) estaban incluidas en la tierra
prometida por Jehová al pueblo judío, y entregarla era violar un
principio sagrado. Lo que ya había anunciado en su campaña electoral
lo comenzó a aplicar, por lo que los países árabes, considerándose
amenazados, convocaron una Cumbre en El Cairo, la primera que se
pudo reunir desde la Guerra del Golfo. Los enfrentamientos en los
territorios ocupados se recrudecieron y una grave crisis se creó en
torno a la ciudad palestina de Hebrón, en cuyo corazón los sionistas
establecieron un provocativo asentamiento militarizado. Ello suscitó
una compleja negociación donde se emplearon a fondo los negociadores
norteamericanos, que presionaron a la Autoridad Nacional Palestina y
lograron que se aceptara una modificación del cronograma de la
retirada de las fuerzas sionistas ocupantes.
De esta forma comenzaron a vencerse los plazos para el otorgamiento
de la autonomía a diferentes zonas y ciudades palestinas, sin que
Israel retirara sus fuerzas alegando distintos pretextos. Tampoco se
cumplió el inicio de las negociaciones para determinar el status
final de los territorios según se establecía en los Acuerdos de
Oslo. William Clinton convoca a nuevas negociaciones en Wye
Plantation, en octubre de 1998, y después de muy tensas discusiones
se establecen nuevos plazos para el repliegue del ejército israelí,
para la liberación de los presos palestinos y se acepta que la CÍA
supervise la seguridad en las áreas de la autonomía.
Para los dirigentes palestinos está claro que ya no queda terreno
hacia donde retroceder, aunque aceptan convocar una reunión del
Consejo Nacional Palestino para modificar el texto de la Carta
Nacional, que se reúne en Gaza y en un hecho sin precedente, el
presidente Clinton asiste a una de sus sesiones. Varias
organizaciones integrantes de la OLP se niegan a participar, estiman
ilegal la reunión y consideran la modificación de la carta una
concesión gratuita al gobierno de Tel Aviv, que no reconoce a cambio
los derechos del pueblo palestino.
Israel no cumple siquiera con lo acordado en Wye Plantation, por lo
que es convocada otra reunió en Sharm el Sheikh, donde se vuelve a
renegociar. Ehud Barak, quien había sustituido a Natanyahu como
Primer Ministro en elecciones adelantadas en mayo de 1999, debido a
la crisis de gobierno, accede a hacer pequeños repliegues de las
fuerzas de ocupación. Su conducta, sin embargo, difiere poco de la
de Natanyahu y continúan predominando las fuerzas opuestas al curso
de las negociaciones con los palestinos.
Los israelíes después de la firma de los Acuerdos de Oslo, no
importa qué gobierno estuviera en el poder, nunca se detuvieron en
crear dificultades, exigieron la revisión de lo ya acordado,
continuaron demoliendo casas palestinas, confiscaron tierras con
pretextos de seguridad, ampliaron la red de carreteras en los
territorios ocupados aislando más a los pueblos y ciudades, y
obligaron a muchos palestinos a pasar por puestos de control para ir
de una localidad a otra vecina.
En ese período casi duplicaron el número de colonos.
Estas ilegales acciones, contrarias a la ley internacional (4ta.
Convención de Ginebra) y violatorias de los Acuerdos de Oslo, fueron
denunciadas reiteradamente e incluso llevadas a debate en varias
ocasiones al Consejo de Seguridad de la ONU, que se vio impedido de
actuar debido al veto ejercido por Estados Unidos para proteger a su
aliado.
En julio de 1999, por acuerdo de la Sesión Especial de Emergencia de
la ONU, se convocó en Ginebra una conferencia que reafirmó la
aplicabilidad de los términos de la 4ta. Convención a los
territorios ocupados, incluyendo la parte este de Jerusalén.
En mayo del 2000 y presionado por las constantes bajas que sufren
sus fuerzas ocupantes en el sur del Líbano, las cuales se encuentran
en estado de desmoralización ante la inteligente guerra que le hacen
los patriotas libaneses con Hisbollah al frente, Ehud Barak toma la
decisión de retirarlas manteniendo solamente ocupadas las llamadas
Granjas de Shaba.
La demostración de que, a pesar de toda su tecnología y su poderío
militar y del ilimitado apoyo que le brinda el gobierno
norteamericano, es posible derrotar mediante una guerra patriótica
popular a un poderoso ocupante, tendrá un significado histórico para
la región y para la posterior lucha del propio pueblo palestino.
Clinton, en los meses finales de su gobierno, intensifica sus
gestiones para reactivar las negociaciones y alcanzar un acuerdo
entre israelíes y palestinos. El 25 de julio concluyen, sin
resultados, intensas conversaciones en Camp David, donde se presionó
a los dirigentes palestinos para que hicieran concesiones de
principios y renunciaran a una parte de sus legítimos derechos.
Algunos líderes sionistas después alegarían que los palestinos
perdieron una gran oportunidad en estas conversaciones, pero según
versiones que han trascendido, Israel no se retiraría de todos los
territorios ocupados en 1967, no permitiría el Estado independiente
con capital en Jerusalén árabe, ni aceptaba el derecho al regreso de
los refugiados, es decir, no cumpliría con las Resoluciones 194 de
la Asamblea General, ni con las 242 y 338 del Consejo de Seguridad,
que los palestinos
consideraban básicas para la solución del conflicto.
La situación, ya muy tensa, se había hecho explosiva cuando el
premier israelí, considerado por algunos moderado, se muestra en la
práctica tan intransigente y fundamentalista como otros, se
compromete con los más extremistas y el 28 de septiembre del 2000,
le da apoyo a una provocación lanzada por el líder del Likud, Ariel
Sharón, quien con la protección de cientos de guardias irrumpe en la
explanada de las mezquitas en Jerusalén y viola el recinto sagrado
musulmán de la mezquita de Al Aqsa.
La acción, concebida expresamente para volar en pedazos lo que
pudiera quedar de proceso negociador, también fue el detonante para
el reinicio de la Intifada que había estado acumulando fuerzas e ira
como consecuencia de la desesperanza, la humillación y el abuso que
tantos años de ocupación habían generado. La población palestina,
masacrada ya tantas veces anteriormente, vuelve a preferir la muerte
física violenta en defensa de sus derechos y de su propia existencia,
a
la diaria tortura moral y la muerte espiritual que significaba el
sometimiento indigno a los ocupantes sionistas.
La Intifada de Al Aqsa sacudió el Medio Oriente. Una Conferencia
Cumbre Árabe se reunió en El Cairo a finales de octubre para darle
su respaldo político y discutir fórmulas de apoyo económico. La
Cumbre de los Países Miembros de la Conferencia Islámica reunida un
mes después en Qatar también manifiesta su total solidaridad con la
lucha del pueblo palestino.
En octubre se reunió una cumbre en Sharm el Sheik donde participó el
propio Clinton y alcanzó un compromiso para que una Comisión
Internacional elaborase un informe (Mitchell) que determinase las
causas que provocaron el levantamiento popular y estableciese un
marco para restablecer la confianza entre las partes y reanudar así
las negociaciones.
En diciembre se celebraron conversaciones por separado entre los
negociadores palestinos e israelíes en una base aérea cerca de
Washington. Fueron los últimos esfuerzos del saliente presidente por
anotarse un éxito político en el medio Oriente.
Ese mismo mes, el Primer Ministro israelí, Ehud Barak, incapaz de
sostenerse en el poder en medio de contradicciones y presiones
internas, convoca a elecciones anticipadas que se celebran en
febrero del 2001. Ariel Sharon, dirigente del partido Likud y de las
comentes más extremistas dentro de Israel, consumado terrorista y
considerado por muchos como un criminal de guerra, gana las
elecciones.
Su gobierno actuó en consecuencia con su trayectoria y su
pensamiento mesiánico fascista. La posibilidad de continuar las
negociaciones se esfumaron. Entre sus ministros estaban Rehav'am
Ze'evi, que había llamado a transferir o expulsar a todos los
palestinos de sus tierras; Avidor Lieberman, quien convocó a
bombardear Teherán y la represa de Aswan en Egipto y Uzi Landau, el
que pidió asesinar a Yasser Arafat. El mismo Sharon es,
personalmente, responsable de las masacres de Quibya en 1953 y Sabrá
y Shatila en 1982, y estuvo vinculado a los criminales atentados
terroristas contra los alcaldes palestinos de Nablus, El Bire y
Ramallah en 1980.
Su plataforma política consistía en la negación absoluta de los
derechos palestinos:
—NO al retorno de los refugiados.
—NO a la retirada de los territorios ocupados en la guerra del 4 de
junio de 1967.
—NO al desmantelamiento de los asentamientos judíos en los
territorios ocupados.
—NO al derecho de los palestinos sobre Jerusalén
—NO al establecimiento de un Estado palestino independiente.
En los primeros meses de su gobierno la Intifada se intensificó y la
criminal represión sionista provocó más acciones de la resistencia.
En mayo se publica el Informe Mitchell, con propuestas hechas por
esa comisión, según el mandato que le había otorgado la cumbre
efectuada en Sharm el Sheik con el objetivo de investigar las causas
de la violencia y hacer recomendaciones para establecer la confianza
entre
las partes y reiniciar las negociaciones. Se repetía la técnica
utilizada por los colonialistas británicos en las primeras décadas
del siglo pasado nombrando comisiones para investigar lo evidente.
El Informe Mitchell, como se conoció el resultado de la
investigación, no establece culpable o inocente, reparte las
responsabilidades entre palestinos e israelíes. Recomienda el fin
incondicional de la violencia y una inmediata congelación de la
colonización israelí. El lenguaje empleado, sin embargo, no es
imparcial, habla de violencia cuando se refiere a la Intifada e
insiste en calificar de terroristas las acciones patrióticas en los
territorios ocupados. No habla de tropas de ocupación, sino de
personal de seguridad en el caso de Israel. Omite reiteradamente que
se trata de la ocupación de un territorio ajeno, que se mantiene
violando resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
El gobierno de Sharon declaró que aceptaba condicionalmente las
recomendaciones del informe y demandó el cese de la Intifada como
condición para reiniciar las conversaciones. A fines de mayo Arafat
había aceptado un alto al fuego que teóricamente fue también
aceptado por los dirigentes sionistas, aunque en la práctica sus
tropas en los Territorios Ocupados continuaban la represión y habían
comenzado una campaña de asesinatos selectivos contra dirigentes de
la Intifada utilizando la técnica militar más sofisticada.
El gobierno de Bush, por su parte, que a diferencia de Clinton se
había desentendido casi totalmente del conflicto durante los
primeros meses de su mandato, comenzó a poner toda su presión
exigiendo a Arafat y a la autoridad Nacional Palestina "el cese
incondicional de la violencia" y envió a la zona al director de la
CÍA, George Tenet, quien propuso un calendario para la aplicación
del Informe Mitchell y promover la cooperación entre los aparatos de
seguridad israelíes
y palestinos.
El Plan Tenet no solo exigía el alto al fuego, sino que demandaba
además a la Autoridad Nacional Palestina la detención de los
activistas que organizaban acciones de la Resistencia y la
confiscación de las armas que consideraban ilegales. Reclamaba
especialmente que se reprimiera a las organizaciones Hamas y Jihad
Islámica con el evidente propósito de desencadenar una confrontación
interpalestina. El presidente Arafat aceptó el Plan Tenet, pero
rechazó la demanda de detener a los activistas de la Resistencia.
Tanto las recomendaciones del Informe Mitchell como el Plan Tenet
perseguían esencialmente poner fin a la Intifada, recurso esencial
de los palestinos para lograr el fin de la ilegal ocupación y la
recuperación de sus justos derechos. Durante los meses de mediados
del 2001, aunque varios compromisos de alto al fuego se anunciaron
por ambas partes, Israel nunca cesó sus criminales acciones en los
Territorios Ocupados, y la Autoridad Nacional Palestina, aun si se
lo hubiera propuesto, no tenía la capacidad real de poner fin
completamente a las acciones de la Resistencia.
Varios asesinatos selectivos fueron ejecutados por los servicios
especiales israelíes contra dirigentes palestinos, especialmente de
la propia organización de Arafat, Al Fatah, y el 27 de agosto,
asesinan, con cohetes disparados desde un helicóptero, a un conocido
dirigente histórico, el Secretario General del Frente Popular para
la Liberación de Palestina (FPLP), Abu Ali Mustafa, mientras este
trabajaba en su oficina, hecho que conmocionó no sólo al pueblo
palestino, sino a las fuerzas políticas progresistas en todo el
mundo.
En estas circunstancias se llegó al 11 de septiembre en que
ocurrieron los dramáticos atentados contra las Torres Gemelas en New
York y el Pentágono en Washington. Israel rápidamente trató de
capitalizar los hechos a su favor y solo pocas horas después el
Ministro de Defensa, Benjamín Ben Eliécer, dirigente del Partido
Laborista, declaraba: "(...) el terrorismo islámico extremista
representa hoy día la mayor amenaza para las naciones del mundo
libre, ya que su objetivo es destruir los valores compartidos por
los gobiernos democráticos y las sociedades occidentales".
El periódico israelí Ha'aretz publicó el 12 de septiembre que el
objetivo de los atacantes era "destruir un sistema de valores
compartidos y todo lo que la civilización occidental representa:
libertad, democracia, poderío económico y capacidad militar". Se
comenzó a machacar con la idea de que Israel era la avanzadilla
occidental en el oriente incivilizado, opresor, déspota y
subdesarrollado, aunque sus conceptos no eran nuevos. Un siglo antes
Theodore Herzl, fundador
del sionismo había afirmado que "(...)
para Europa, constituiremos allí una avanzadilla contra Asia;
seremos la vanguardia de la civilización contra la barbarie".
El propio día 12, Washington Post, en un editorial, secundó esta
apreciación y equiparó a Estados Unidos e Israel al considerar que
ambos países veían amenazada su seguridad por peligros similares.
Lejos de apaciguar los ánimos, la crisis internacional desatada a
partir del 11 de septiembre por la "cruzada antiterrorista" lanzada
por la Casa Blanca, contribuyó a profundizar aún más el conflicto,
al incluir entre sus objetivos priorizados la liquidación de la
resistencia palestina y
lograr la renuncia de ese pueblo a sus justos y legítimos derechos,
mediante la violencia y la guerra. Comenzó a insistirse,
especialmente, en socavar la imagen internacional de Yasser Arafat,
acusándolo de auspiciar el terrorismo.
En este ambiente de histeria promovido por los gobiernos de Israel y
Estados Unidos, el 17 de octubre un comando del FPLP, ejecuta en un
atentado en Jerusalén, al Ministro de turismo israelí Rahav'am
Ze'evi, uno de los miembros más extremistas del gobierno de Sharon,
quien había venido demandando la limpieza étnica de los palestinos
en Cisjordania para expulsarlos a países vecinos.
La muerte del ministro de turismo intensificó la campaña represiva.
El portavoz del gobierno israelí declaró: "Arafat ha constituido en
los territorios una coalición de organizaciones terroristas.
Protegiendo el terrorismo actúa de forma idéntica al régimen del
talibán en Afganistán". Tres días después las tropas de Israel
invaden varias ciudades palestinas iniciando el fin de la autonomía
obtenida con los Acuerdos de Oslo. El 24 de octubre, alegando el
propósito de capturar a los autores del atentado, invaden Beit Rima
y asesinan a 10 palestinos. Los más extremistas llaman a matar a mil
palestinos para cobrar la muerte del ministro.
En noviembre y diciembre se produce una escalada represiva sin
precedentes, la cual es respondida con una cadena de atentados que
sacuden los principales centros urbanos de Israel.
Mientras esto ocurre, el presidente Bush, tratando de hacer un gesto
hacia los países árabes e islámicos, pues necesita de aliados,
pronuncia un discurso el 10 de noviembre ante la Asamblea General de
la ONU en el cual afirma que Estados Unidos está trabajando para "que
llegue un día en que los dos estados -Israel y Palestina—vivan
pacíficamente dentro de fronteras seguras y reconocidas de acuerdo
con las resoluciones del consejo de Seguridad de la ONU". Casi
simultáneamente, pone luz verde al terrorismo de estado desatado por
Israel afirmando que "tiene derecho a defenderse". Antes había
afirmado: "Sharon es un hombre de paz".
Ya en diciembre la guerra contra los palestinos se generaliza y son
utilizados los medios de guerra más destructivos y sofisticados,
incluido los modernos aviones F-16 y los helicópteros Apache. Arafat
es confinado en la sede central de la autoridad Nacional Palestina
en Ramallah y se inicia la destrucción de las oficinas y locales de
la administración autónoma en diferentes ciudades, incluidas las
instalaciones del puerto y aeropuerto de Gaza.
Para el 21 de diciembre, 832 palestinos habían muerto desde el
inicio de la Intifada, 80% de ellos civiles y una tercera parte
niños; 20 000 habían sido heridos, 500 casas totalmente destruidas y
6 500 dañadas.
En estas circunstancias, varias demandas son promovidas en la ONU
para detener la masacre, para condenar el uso de la fuerza de forma
indiscriminada por parte de Israel y enviar observadores
internacionales a Palestina, las cuales son boicoteadas o vetadas
por Estados Unidos, incluso la convocatoria a una cumbre en Ginebra.
Esta última, a pesar de la ausencia estadounidense, condena el uso
de la fuerza contra civiles y determina que constituye una reiterada
violación por parte de Israel de la 4ta. Convención de Ginebra. El
15 de diciembre Estados Unidos veta un proyecto de resolución en el
consejo de Seguridad que reclamaba "el cese inmediato de todos los
actos de violencia, provocación y destrucción y la retirada de las
tropas israelíes de todos los territorios de la autonomía Palestina".
La actitud de la Unión Europea, otro elemento que podría influir en
el curso de los acontecimientos, salvo matices, fue sumarse a la
posición norteamericana, haciendo énfasis en los llamados al cese de
la violencia y centrando las presiones sobre Arafat, omitiendo
hipócritamente
que las causas y el origen del conflicto estaban en el despojo de
las tierras de los palestinos, en la negación de los derechos
básicos y justos de este pueblo y el mantenimiento de la ilegal
ocupación. Se dejaba así las manos libres al conocido criminal de
guerra Ariel Sharon.
Aunque la gran prensa y los más importantes medios masivos de
occidente se ven obligados por los hechos tan evidentes a
reflejarlos con cierta objetividad, el balance tampoco es imparcial
y objetivo, destacándose muchas veces las acciones suicidas de los
palestinos contra civiles israelíes como si estos fueran los únicos
muertos o al menos los muertos que contasen.
En los países árabes e islámicos, crece la ola de condena a Israel y
a Estados Unidos. A nivel popular, el ya viejo odio, acumulado
contra esta alianza, alcanza niveles nunca antes conocidos. Hay
contactos y negociaciones entre gobiernos para coordinar posiciones
y adoptar una actitud común, lo cual se hace más difícil debido al
comprometimiento de algunos con los intereses norteamericanos. En
Egipto y Jordania, países que ocupan el segundo y tercer lugar
respectivamente en la recepción de ayuda económica norteamericana,
las manifestaciones populares son prohibidas y reprimidas.
El 12 de marzo del 2002, el Consejo de Seguridad, después de muchos
esfuerzos, logra aprobar la Resolución 1397 que exige el cese de la
violencia y exhorta a colaborar en el cumplimiento del Plan Tenet y
las recomendaciones del Informe Mitchell para el reinicio de las
conversaciones. Siria se abstiene por considerar que la resolución
no condena enérgicamente a Israel.
A finales del mes, la Liga Árabe celebra una reunión (XIV) Cumbre en
Beirut, la cual aprueba una "Iniciativa Árabe de Paz" sobre la base
de una propuesta hecha por el príncipe Abdullah Ben Abdulaziz,
heredero del trono Saudita, que a cambio de la retirada de Israel a
las fronteras del 4 de junio de 1967, del reconocimiento de los
derechos palestinos a un estado independiente con Jerusalén árabe
como capital y la búsqueda de una solución justa al problema de los
refugiados
sobre la base de la Resolución 194, ofrece la normalización de
relaciones con todos los países árabes y la consecución de una paz
global en la región. La valiosa iniciativa, sólidamente basada en la
legalidad internacional, logra unir a todos los árabes en torno a
esta posición.
Arafat no pudo asistir debido a la amenaza de Israel de no dejarlo
regresar a los territorios ocupados. El presidente egipcio, Mubarak,
y el rey Abdullah de Jordania no asistieron para evitar
comprometerse personalmente, aunque sus representantes aprobaron la
iniciativa.
La cumbre tuvo también como importante resultado, una declaración
rechazando las amenazas norteamericanas de lanzar una guerra contra
Iraq y se produjeron avances en la reconciliación del gobierno de
Bagdad con Kuwait y Arabia Saudita.
Ariel Sharon rechazó inmediatamente la oferta árabe alegando que su
aceptación significaría la destrucción del Estado de Israel. El
gobierno de Bush evitó rechazarla, pero no la calorizó y más bien
ignoró la propuesta que evidentemente no se correspondía con sus
intereses ni con los de su aliado estratégico.
No habían regresado todavía los jefes de estado árabes a sus
respectivos países cuando Sharon respondió más concretamente a su
propuesta de paz. El 29 de marzo iniciaron sus ataques directos
contra "la Mukatta", oficinas centrales de Arafat en Ramallah, que
comenzó a ser parcialmente demolida a cañonazos de tanques. La
escalada en esta ocasión incluye todas las instalaciones de la
Autoridad Nacional Palestina, oficinas de organizaciones y partidos,
medios de prensa y cualquier edificio o instalación desde donde se
les haga resistencia a los invasores.
En esta nueva guerra participan todos los medios bélicos, incluidos
aviones F-16 y tropas de reserva que han sido llamadas a la
movilización. Es el regreso a la limpieza étnica de los años
1947-1948. Se pretende aterrorizar de nuevo a la población para que
se generalice el pánico y la desesperación y se produzca la
emigración masiva hacia otros países. Pero los palestinos ya no
están dispuestos a abandonar su tierra. Resisten.
En la ciudad de Jenín las tropas sionistas cometen una masacre al
destruir con su artillería y aviación un barrio completo con cientos
de muertos y miles de heridos. No permiten que llegue el auxilio
médico, ni ningún tipo de ayuda. Lo mismo sucede en Nablus y otros
pueblos donde le hacen resistencia. La grave situación es llevada
ante el Consejo de Seguridad de la ONU, que después de muchos
debates y de superar los obstáculos logró aprobar el 17 de abril, la
Resolución
1405 que acoge con beneplácito la propuesta del Secretario General
para el envío de una comisión que investigue la matanza de civiles.
A pesar de que las resoluciones del Consejo de Seguridad son de
obligatorio cumplimiento, el gobierno de Israel pone condiciones,
dilata su cumplimiento y obstaculiza de tal forma su ejecución, que
el Secretario General del organismo internacional, Koffi Annán,
sometido a múltiples presiones decide disolver la comisión y la
resolución no se cumple. Israel se burla una vez más de la ONU y de
la legalidad internacional. Los poderosos, encabezados por Estados
Unidos, lo
protegen.
Mientras tanto en Ginebra, en los debates de la Comisión de Derechos
Humanos, se pone de manifiesto como en ningún otro lugar, la
hipocresía de muchos "adalides" de la defensa de estos derechos. La
casi totalidad de los países del sur condenan el genocidio israelí
contra el pueblo palestino, Estados Unidos y los países occidentales
protegen al criminal.
Ante la inacción del Consejo de Seguridad, en mayo del 2002, se
convoca a una reunión de emergencia de la asamblea General de la ONU,
la cual debate ampliamente la situación en Palestina. Una enérgica
resolución condena a Israel con el voto favorable de 74 países, 54
abstenciones y 4 en contra: Israel, Estados Unidos, Islas Marshall y
Tuvalu.
Pero las resoluciones de la ONU, ni siquiera las del Consejo de
Seguridad que tienen carácter obligatorio, eran capaces de detener
la política terrorista del gobierno sionista contra los palestinos
en los Territorios Ocupados. El verano del 2002 se presentó
particularmente violento, las criminales acciones del ejército
israelita que utilizaba ya abiertamente la aviación y la técnica
militar más moderna, era respondida con ataques suicidas y de otro
tipo por parte de la resistencia
palestina.
En el mes de junio, se inició con la confiscación de nuevas tierras
y la destrucción de plantaciones, la construcción del llamado "muro
del apartheid" o "muro de la vergüenza" en la zona de Jenin. El
proyecto, bajo el pretexto de dar seguridad a Israel y a los
asentamientos en Cisjordania, prevé apropiarse de casi la mitad de
este territorio, convirtiendo a muchas ciudades palestinas en
verdaderos ghettos. Ese mismo mes el presidente Bush, que
argumentando "su guerra total contra el terrorismo" se ha venido
enfrascando en una verdadera cruzada antiárabe y antislámica
pronuncia un demagógico discurso en el que trata de hacer ver que le
preocupa la crisis en el Medio Oriente y revela que "ha tenido la
visión de un estado palestino".
Ante la complicada situación en Ramallah y los ataques que se
producen contra las oficinas del Presidente de la Autoridad Nacional
Palestina, el Consejo de Seguridad acuerda el 24 de septiembre del
2002, la Resolución 1435, en la cual demanda que Israel ponga fin al
cerco de la Mukatta. Estados Unidos se abstiene. Pocos días después
el Congreso estadounidense adopta el acuerdo de reconocer a
Jerusalén como capital de Israel.
Con la protección incondicional que le brinda Estados Unidos y
aprovechando la escalada militar y de terrorismo mediático que se
intensifica diariamente como preparación a una agresión contra Iraq,
que ocupa de forma preponderante la atención de la opinión pública
internacional, el gobierno de Ariel Sharon se empeña cada vez más en
liquidar la Resistencia Palestina, aunque fracasa en este propósito.
Una crisis interna rompe su coalición y con la renuncia de los
ministros
laboristas se anuncia la convocatoria a elecciones.
Sharon hace campaña política con el terror y antes de concluir el
mes de enero del 2003 el partido Likud gana de nuevo las elecciones.
El ambiente bélico en toda la región está incentivado ante la
movilización militar de los Estados Unidos en preparación de la
agresión a Iraq. La atención de la opinión pública está centrada en
el debate internacional en torno a este conflicto y la gran prensa
cubre muy limitadamente lo que sucede en Palestina. Los sionistas
aprovechan esta situación y
arrecian sus criminales ataques en los Territorios Ocupados tratando
de rendir por la fuerza al pueblo palestino.
Desde Washington intensifican las presiones sobre la dirección de la
Autoridad nacional Palestina exigiéndole que haga cambios en su
estructura y sus dirigentes y que ponga fin a la resistencia.
Plantean desconocer la autoridad de Yasser Arafat y la necesidad de
que el poder de decisión pase a las manos de un primer ministro. Ya
con la agresión contra Iraq casi lista, el presidente Bush da a
conocer el 14 de marzo, su proyecto denominado Hoja de Ruta para
encaminar de nuevo negociaciones con vistas a la solución del
conflicto, el cual dice, incluye "su visión de un estado palestino".
Es un burdo intento de neutralizar la ira árabe e islámica ante el
crimen que se propone
cometer contra un pueblo de esa región.
El 20 de marzo se inicia la nueva guerra contra Iraq.
A finales de abril, en un ambiente de triunfalismo político militar,
el gobierno norteamericano obtiene que el Consejo Legislativo
Palestino, en votación dividida, confirme en el nuevo cargo de
primer ministro, a Mahmoud Abbas (Abu Mazen) y se apruebe un nuevo
gabinete integrado por 23 ministros.
El plan estadounidense-israelita persigue dividir y promover luchas
internas palestinas para debilitar y poner fin a la resistencia. Un
día después de esta elección, es presentada oficialmente la llamada
Hoja de Ruta, que preparada por los Estados Unidos, ha hecho suyo el
cuarteto integrado además por la Unión Europea, la Federación Rusa y
la ONU. El proyecto no incluye los principios para solucionar el
conflicto, solo medidas para encaminar la negociación, poniendo
siempre en primer lugar las exigencias a la parte palestina,
especialmente poner fin a la Intifada.
Para tratar de instrumentar estos planes, el presidente Bush reúne
en Sharm el Sheikh, Egipto, el día 4 de junio, a los mandatarios de
Egipto, Jordania, Arabia Saudita, Bahrein y al nuevo premier
palestino, Abu Mazen. Al día siguiente, otra minicumbre tiene lugar
en Aqaba, Jordania. Allí participan además de Bush, A. Sharón, el
rey Abdallah de Jordania y Abu Mazen de Palestina. Grandes presiones
se hacen sobre este último para que haga concesiones y renuncie a
importantes y legítimos derechos de su pueblo.
A finales de julio, el nuevo Ministro de Defensa de Israel anuncia
que se ha completado la construcción de la primera fase del "muro
del apartheid", un total de 145 kilómetros que cercan a la población
palestina y roban sus recursos. Comienza a incrementarse la
movilización en los territorios ocupados, especialmente en
Cisjordania, así como la opinión pública internacional contra ese
proyecto que arrebata las mejores tierras, agua y otros recursos al
pueblo palestino.
Desde septiembre del 2000 fecha en que comenzó la Intifada, hasta la
fecha (2003), han muerto 2.650 palestinos. La mayoría de ellos no
tenía nada que ver con acciones armadas. Israel por su parte ha
tenido 760 pérdidas mortales, también mayoritariamente civiles y
muchas más que las
que ha tenido en cualquier guerra anterior. El terrorismo sionista
incluye la destrucción de viviendas que alcanza un ritmo de 70
mensuales.
El gobierno de Sharón fracasa en su empeño de detener la Intifada y
poner fin a la resistencia palestina, a pesar de su práctica
terrorista, tampoco logra traer la prometida seguridad al pueblo de
Israel. Sin embargo, persiste en el camino de la fuerza y sabotea la
propuesta de negociación a través de la Hoja de Ruta. Su estrategia,
apoyada por el fundamentalismo sionista, es ganar tiempo para ocupar
más tierras palestinas, cuenta con el apoyo de los neofascistas que
gobiernan en Washington para lograr estos propósitos. Posiblemente
ninguna administración estadounidense anterior había puesto tan de
manifiesto la identidad e integración, en un mismo pensamiento y
modo de actuar, con los círculos más extremistas de Israel.
Al concluir el año 2003, la humanidad estaba siendo testigo de un
nuevo intento de crucificar la justicia ¿podría consumarse?
[Título]
[El Autor]
[Presentación]
[Indice]
[Introducción]
[Prologo]
[Capítulo I]
[Capítulo II]
[Capítulo III] [Capítulo IV]
[Epílogo]
[Notas]
[Post Scriptum]
[Documentos]
[Cronología]
[Glosario]
[Bibliografía]
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