CAPÍTULO I ...HACIA LA GUERRA
«Estamos en un conflicto entre el bien y el mal.
[...]no creamos un problema, sino que revelamos un problema
y dirigiremos al mundo en la lucha contra el problema».
GEORGE W. BUSH
West Point 1/06/2002
Tras recorrer el empinado y zigzagueante camino que asciende a la
montaña, llegamos a la base del monasterio, al que todavía se accede subiendo unas escaleras que introducen al visitante en pasadizos y
construcciones de distinto origen en el tiempo, hasta llegar a la parte superior en la
que se mantiene la edificación primaria, un nicho excavado en la roca donde se halla
la tumba del venerado santo. Las edificaciones, realizadas en piedra como la
propia montaña, parecen camufladas dentro de su entorno.
La conversación que sostuvimos con uno de los pocos monjes que aún viven allí fue interesante. Luego de narrarnos la historia del
lugar, entró de forma voluntaria y sin responder a preguntas, en temas políticos.
Era una persona gruesa y de baja estatura, con la melena recogida bajo la
gorra que formaba parte de su vestuario religioso y lucía un pesado crucifijo
sobre el pecho. Se pronunció con pasión sobre el papel jugado por el
presidente Saddan Hussein para que se mantuviera la convivencia religiosa y se
respetaran las sectas minoritarias, en particular a los cristianos de varias
denominaciones que habitan mayormente en estas tierras del norte, donde abundan los
monasterios, conventos y centros de religiones tan exóticas como los yeziditas, sobrevivientes de los mazdeos, quienes, se dice, adoraban al diablo
y todavía realizan extrañas ceremonias alrededor del fuego. El monje me habló
con tanto entusiasmo de la obra llevada a cabo por el presidente Saddam
Hussein, el cual ayudó a reconstruir el convento e hizo generosas
contribuciones para la permanencia de su comunidad, que me pregunté internamente si
sería militante del partido Baas.
Agradecidos por sus atenciones partimos de regreso. El sol comenzaba a caer sobre el valle a nuestros pies, y se apreciaba una hermosa
vista. No lejos, hacia el norte, estaba la frontera no oficial que marca el
último punto bajo control del gobierno iraquí, donde hacían el chequeo a los que
ingresaban o salían del Kurdistán, después había un tramo del camino que era
territorio
de nadie hasta que se llegaba al punto de control de las fuerzas
kurdas, que en algunos lugares estaban en manos de la Unión Patriótica del
Kurdistán y en otros del Partido Democrático del Kurdistán.
Pero no fuimos en esa dirección, pues el paso hacia allá no estaba
permitido a los diplomáticos extranjeros con sede en Bagdad, sino que nos
dirigimos hacia el sudeste de Mosul, a las ruinas de Nimroud, mencionada como
Kelleck en el Antiguo Testamento y cuya fundación data de unos 1 200 años a.
n. e. Allí hay fabulosas ruinas de palacios y templos, y se han
descubierto tumbas de reinas y princesas de los siglos VII y VIII a.n.e., que contenían
importantes tesoros.
Pero cuando llegamos ya había oscurecido y lo que vimos fue muy poco, de hecho, ya no era posible acceder a los principales lugares.
No obstante, la visita nos permitió recorrer unos 40 km, en otra
dirección y acercarnos a Erbil, que funge como capital del Kurdistán autónomo. Sin embargo, no apreciamos nada muy especial, era el mismo panorama que vimos en los alrededores de Mosul, adonde regresamos para cenar
y descansar.
Mosul es una ciudad más pequeña que Bagdad, pero también extensa, debe tener algo más de un millón de habitantes, su desarrollo en los
últimos decenios ha estado vinculado a la explotación del petróleo y existe un
importante sector industrial, ahora muy golpeado por el embargo económico que
mantiene la ONU bajo la presión de EE. UU.
Ya en la mañana nos recogieron en el hotel y nos acompañaron hasta
el edificio de la gobernación donde nos aguardaba el gobernador, quien
nos recibió con afecto en un despacho espacioso y medianamente lujoso.
Los camarógrafos de la televisión iraquí filmaron nuestra llegada y los
saludos. Conocimos a otros dirigentes y colaboradores, algunos con el
uniforme verde de las altas autoridades civiles, igual al de los oficiales de las
fuerzas armadas, pero con insignias diferentes. La conversación fue fraternal,
agradecieron la posición de Cuba contra la guerra y recordaron la colaboración que
existió con nuestro país años atrás, cuando había cientos de médicos y
personal de la salud en Iraq y nuestros técnicos y trabajadores de la
construcción hicieron una parte de la autopista que une a Mosul con Erbil y que aún
mantiene magníficas condiciones.
La posibilidad de la guerra flotaba en el aire, por ello la
conversación derivó hacia el asunto de manera espontánea. De producirse una invasión por
el norte, desde la frontera turca, Mosul y su territorio estarían en la
primera línea de combate. El gobernador afirmó que por allí no les permitirían el
paso, se sentían preparados para hacerles una fuerte resistencia y
derrotarlos, asimismo no consideraban los movimientos del Kurdistán como un peligro y
pensaban que ellos podrían avanzar hacia el norte y reocupar ese territorio,
parte integral de Iraq, pero evitaban caer en provocaciones y por ello
esperaban que la situación pudiera resolverse sin guerra. En esencia, el mismo
discurso de todos los dirigentes iraquíes: no querían la guerra, pero si se
la imponían estaban dispuestos y preparados para resistir y derrotar la
agresión.
Al final hablamos de nuestra propia historia, de algunas
experiencias de
Cuba y de la amistad que une a nuestros pueblos. Antes de abandonar
Mosul,
visitamos su importante museo que contenía muestras de las culturas
y civilizaciones
que han predominado en este territorio, todas ellas muy valiosas,
casi la
historia misma de la humanidad.
De regreso en Bagdad, analizamos la información de la prensa
internacional.
La situación proseguía deteriorándose, aunque en los últimos días
prevalecía la oposición a la guerra, en las declaraciones de
dirigentes y personalidades
de diversos países:
–George W. Bush: «Se le acaba el tiempo a Saddam Hussein. Debe
desarmarse, estoy enfermo y cansado de juegos y decepciones».
–El papa Juan Pablo II: «La guerra no es solución» –dijo, en un
fuerte y
claro mensaje sobre la situación en el mundo.
–Schroeder: «Alemania no enviará tropas ni aunque la ONU lo
apruebe».
–Jacques Chirac, presidente de Francia: «Francia no apoyará una
ofensiva
unilateral, ello violaría las regulaciones internacionales. Hay que
dar
tiempo a los inspectores para que lleguen a conclusiones serias».
–B. Clinton, ex-presidente de EE. UU.: «Debe dejarse a los
inspectores
trabajar. Durante su primera misión los inspectores destruyeron más
armas
que lo que hizo la guerra del golfo».
–Costa Semitis, primer ministro griego y presidente en ejercicio del
Consejo
Europeo: «Estamos por la paz, por evitar la guerra».
–Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea: «Le damos todo
nuestro apoyo al profundo Alineamiento de la presidencia griega a
favor
de la paz».
–Javier Solanas, ex-director de la UNESCO: «La Unión Europea trabaja
para una posición común y para dejar trabajar a los inspectores y
que
completen su trabajo. Si fallan, una segunda resolución del Consejo
de
Seguridad sería necesaria».
–Kofi Annan: «No hay razones para hablar de guerra».
–S. Hussein: «Los agresores se suicidarán contra los muros de Bagdad
y las ciudades iraquíes».
Paralelo a estas expresiones, se intensificaba el movimiento popular
contra
la guerra en buena parte del mundo. Los días 17, 18 y 19, millones
de personas
se lanzaron a las calles de muchas capitales y ciudades del mundo
para
alzarse contra la guerra, denunciar a los guerreristas y demandar la
búsqueda
de una solución pacífica al conflicto. Algunas encuestas realizadas
en
EE. UU. indicaban que solo el 30% de los consultados favorecían una
acción
militar unilateral contra Iraq. El importante peso de las
manifestaciones y la
oposición de una parte considerable de los gobiernos hacían pensar,
por momentos,
que los impulsores de la guerra podrían reevaluar sus decisiones.
Aunque el trabajo de los inspectores se llevaba a cabo con bastante
normalidad, Washington y Londres ejercían nuevas presiones para que
le
imprimieran mayor agresividad a su labor, tal vez, en busca de
provocaciones.
Condolezza Rice se reunió con Blix en Nueva York y exigió que se
aumentara
la presión en los interrogatorios a los científicos iraquíes
vinculados al
programa de armamentos, mientras insistía que se entrevistaran en el
exterior.
Tony Blair recibió a Blix e hizo similares demandas.
El jefe de los inspectores, por su parte, era un aficionado a las
apariciones
televisivas y solía aparecer muy risueño para pronunciarse sobre
asuntos tan
serios que podían influir y hasta decidir la muerte de cientos de
miles de
personas. Ya había sido objeto de críticas por esto y por ir más
allá de las
responsabilidades encomendadas por la ONU. El periódico sirio Al
Thawra, analizaba el día 18 el carácter irresponsable de algunas de sus
declaraciones.
«Iraq no solo debe abrir las puertas a los inspectores, sino que
debe dar
pruebas de que no tiene armas de destrucción masiva», dijo en París,
usando
casi las mismas palabras que Donald Rumsfeld, secretario de Defensa
de
los EE. UU.: «Iraq lo único que necesita es mirar a sus fronteras
para darse
cuenta de lo grave de su situación», amenazó. Se mostró preocupado
por el
hallazgo de cabezas de proyectiles de artillería capaces de portar
elementos
químicos y especuló con la gravedad del hecho, pero después fue
incapaz de
decir si su existencia estaba reportada en el informe entregado por
Iraq. Lo
mismo sucedió con supuestos documentos encontrados en la casa de un
científico iraquí, con el procedimiento para enriquecer uranio. De
la misma
forma, estuvo repitiendo que «el informe deja preguntas sin
responder»,
obviando el hecho de que las autoridades de Bagdad habían reiterado
la
disposición de aclarar cualquier cuestión que quedara pendiente.
Apoyando estas acusaciones, la prensa guerrerista arreció su campaña
a punto de promover la histeria. Un noticiero estelar de la
televisión estatal
española llegó a afirmar que se habían descubierto «ojivas
nucleares».
Las respuestas y aclaraciones del gobierno de Bagdad, por supuesto,
no
fueron tan difundidas. El canciller Naji Sabri repitió que Iraq no
poseía armas
de destrucción masiva y el asesor militar iraquí que coordinaba el
trabajo con
los inspectores dijo que:
[...] las cabezas de proyectiles artilleros habían sido ya revisadas
por
los inspectores en la ocasión anterior y estaban fuera de uso,
obsoletas
y además eran de corto alcance, unos 18 km, por lo que no
clasificaban
dentro de las armas prohibidas. La información sobre el
procesamiento
de uranio estaba incluida en el informe de 12 000 páginas entregado.
Están creando una tormenta en un vaso de té.
Uno de los científicos iraquíes entrevistado en su casa, compareció
ante
la televisión y acusó a los inspectores de emplear métodos mafiosos
para
interrogarlo: «me ofrecieron sacar a mi esposa que está enferma al
exterior
para tratamiento y me pregunto que tendrá que ver esto con las armas
de
destrucción masiva y el trabajo de ellos», dijo.
Ante esta situación se producían algunas manifestaciones de protesta
frente al hotel Canal, sede principal del cuerpo de inspectores, en
las cuales
participaban iraquíes y delegaciones de organizaciones pacifistas y
solidarias
que continuamente llegaban a Bagdad.
En este ambiente caldeado, el Sr. Hans Blix llegó a Iraq junto a
Mohamed
El Baradei para revisar la marcha de los trabajos y analizar con la
parte iraquí
las dificultades existentes. El 27 de enero debía presentar un nuevo
y, tal vez,
decisivo informe ante el Consejo de Seguridad con el resultado del
trabajo. Lo
que allí se dijera podría ser utilizado por el presidente Bush en su
discurso
sobre el estado de la nación que pronunciaría dos días después, el
29.
El precio del barril de petróleo había estado subiendo en la misma
medida
que subía la tensión y la posibilidad de guerra. Por estos días, el
Brent estaba
a $31.25 en Londres y el Texas Int. a $32.75 en Nueva York.
La prensa iraquí intensificaba su cobertura sobre la movilización
militar
para enfrentar la cada vez más posible agresión militar de EE. UU.
Se repetían
las reuniones del presidente Saddan Hussein con los altos mandos,
las
cuales ocupaban un espacio en las primeras planas de los diarios.
Miles de
milicianos armados desfilaban en Basrah y otras ciudades.
Dirigentes religiosos iraquíes, de distinta filiación, se reunieron
y entregaron
al representante de la ONU en Bagdad una carta en la que
manifestaban
una posición unida contra las amenazas de guerra, para hacerla
llegar a
Kofi Annan.
Algunos análisis militares aparecidos en la prensa internacional
reflejaban
distintas apreciaciones sobre la situación. La televisora Al
Jazzeerah argumentaba que a quien se le estaba acabando el tiempo era al
presidente
Bush, pues no tenía suficientes fuerzas en la región para lanzar la
invasión
contra Iraq y tomar Bagdad y, al parecer, no podrían reunirlas a
tiempo para
librar una guerra incierta ni terminarla antes de que comenzara el
terrible
verano iraquí.
La prensa turca comentaba que habían llegado 150 militares
estadounidenses
para inspeccionar puertos y aeropuertos y se filtró la noticia de
que el
gobierno del primer ministro, Abdullah Gul, había decidido dar
facilidades
para que entraran por la frontera turco-iraquí 15 000 soldados, a
través de
dos bases aéreas.
Otras informaciones se referían a movimientos políticos en la región
y a
la convocatoria por Turquía de una minicumbre con los dirigentes de
Egipto,
Arabia Saudita, Irán, Siria y Jordania.
Rumores aún más fuertes, que habían trascendido semanas antes,
dieron
origen a artículos en la «gran prensa occidental» sobre la oferta
para que
Saddam Hussein abandonase el país y con ello evitar la guerra.
Donald
Rumsfeld y Colin Powell aparecieron en televisión ofreciéndole
garantías de
seguridad y vida. Un artículo del New York Times repetía lo
mismo, como
parte de la guerra psicológica que este medio llevaba a cabo desde
hacía
meses. Algunos en Iraq analizaban el mensaje que estas declaraciones
proponían
al pueblo y a los dirigentes iraquíes: «el problema es él, sáquenlo
y todo
estará arreglado», en clara sugerencia a la realización de un golpe
de estado,
una sublevación o al inicio de un conflicto interno del cual
Washington
estaba muy necesitado para realizar sus planes bélicos con menores
riesgos.
Contrariamente a esto, lo que se apreciaba desde Bagdad era un
aumento
de la movilización popular, con asiduas manifestaciones en numerosas
ciudades, a veces con civiles armados. Igualmente la prensa nacional
persistía
en informar las frecuentes reuniones de los altos mandos del
ejército y los
oficiales de menor categoría con el presidente para discutir los
planes de
defensa. Esto, al parecer, pretendía llevar el mensaje a los
agresores de que
no les sería fácil invadir y mantener la ocupación del país y que no
esperaran,
como era su propósito, que se produjeran acontecimientos internos
que los
favorecieran.
En los círculos diplomáticos de Bagdad se comentaba que el gobierno
y
el partido Baas, para organizar la defensa, estaban dividiendo el
país en pequeñas
zonas autónomas, al frente de las cuales se encontraban cuadros del
partido y de la seguridad, sobre todo en las ciudades, los cuales
realizaban las
coordinaciones necesarias para facilitar el abastecimiento de comida
y otros
productos, atender la seguridad, supervisar los asuntos políticos y
la defensa
civil. Al respecto, el periódico en inglés Iraq Daily
afirmaba el día 21 «Iraq
es para todos los iraquíes, quienes tienen el deber de defenderlo».
Pero EE. UU. persistía en su empeño de provocar una sublevación e
incrementaba
el lanzamiento de panfletos, con particularidad en el sur, y el
propio presidente Bush reiteraba: «los oficiales iraquíes que peleen
al lado de
Saddam Hussein serán juzgados como criminales de guerra».
Mientras tanto, la visita de los jefes de los inspectores Hans Blix
y
Mohamed El Baredei a Bagdad arrojaba algunos resultados positivos,
que
fueron reflejados en un comunicado conjunto de 10 puntos, donde se
precisaban
compromisos por parte de Iraq para brindar más facilidades en el
trabajo.
Blix hizo los siguientes pronunciamientos: «El proceso de inspección
es una
alternativa pacífica y requiere una inspección completa. La guerra
no es
inevitable». El Baredei por su parte afirmó: «Iraq se beneficia si
facilita todas
las evidencias de forma que podamos someter un informe positivo al
Consejo
de Seguridad». Ambos declararon: «Estamos haciendo progresos, la
reunión
con los dirigentes iraquíes fue constructiva».
El general Al Saadi, coordinador por la parte iraquí valoró de
positivas
las negociaciones con los enviados de la ONU, reiteró la disposición
de Iraq
a colaborar y responder a todas las interrogantes y señaló que los
inspectores
habían visitado 13 sitios de los especialmente indicados por la CIA
y por la
inteligencia británica sin encontrar evidencias de armas de
destrucción masiva.
No obstante, todavía sin quitarse el polvo del camino y llegando a
Atenas,
en su primera escala después de salir de Bagdad, el señor Blix
expresó:
«Faltan muchas preguntas que no han tenido respuestas. Los iraquíes
no han
colaborado activamente».
En Europa siguió tomando cuerpo un importante frente contra la
guerra
que molestaba a Washington. Lo presidían Francia y Alemania,
seguidas por
Rusia y China, tres de ellos miembros permanentes del Consejo de
Seguridad
de la ONU. Canadá también se negaba a seguir los planes de EE. UU.,
y
otros países más pequeños, junto a la generalidad del Tercer Mundo,
compartían
la misma posición. En los organismos internacionales y regionales
era casi absoluto el rechazo a la guerra, entre ellos la Liga Árabe,
la Conferencia
Islámica, la Unión Africana, el Movimiento de los Países No
Alineados
y los Parlamentos Regionales. Jacques Chirac y Schroeder hicieron
contundentes declaraciones contra la solución bélica del conflicto y
el secretario
de Defensa, Donald Rumsfeld, reaccionó señalándolos
despreciativamente
como «la vieja Europa».
El Washington Post del día 19 reconoció la existencia de una
fuerte
oposición en el Consejo de Seguridad y que la mayoría opinaba que
una
acción militar estadounidense no tendría justificación ahora.
Estos elementos aún hacían dudar y enturbiaban el análisis y el
pronóstico
de si habría o no guerra, pero en Bagdad para esta fecha, nos
inclinábamos a
estimar las posibilidades del estallido del conflicto entre un 75 y
un 80%.
Se mantenían las dificultades de EE. UU. con Turquía, que no accedía
a
la entrada de grandes contingentes de tropas por su frontera y la
visita del
jefe del Estado Mayor, Richard Myers, no parecía haber concluido el
diferendo.
La cantidad de tropas en el frente sur, Kuwait y el golfo era
todavía
insuficiente para iniciar la invasión, y algunos analistas estimaban
que quedaba
poco tiempo para completar estas fuerzas y lanzar una operación que
concluyera antes del verano. Otros insistían en que no harían falta
tantas
tropas, si se producía la sublevación interna que EE. UU. trataba de
provocar.
Pero la oposición no daba señales de ser capaz de organizar tal
acción. Una reunión de dichas organizaciones, anunciada para celebrarse en
el
Kurdistán iraquí el 15 de enero, debió suspenderse por la falta de
acuerdos y
las profundas discrepancias entre ellas. Las autoridades turcas
comenzaban
a expresar serios temores y preocupaciones por la beligerancia de
las organizaciones
kurdas de Iraq, que habían organizado una autonomía devenida casi
estado independiente, convirtiéndose en un «mal ejemplo» para la
población
kurda en Turquía.
Precisamente en Estambul, se celebró la reunión promovida por el
gobierno
turco con la asistencia de los Ministros de Relaciones Exteriores de
Siria, Jordania, Arabia Saudita, Irán y Egipto que, aunque exigente
hacia
Iraq, también se pronunciaba contra la guerra. Sin embargo, en la
declaración
emitida no se mencionó a EE. UU., fuente principal de la amenaza,
como un
indicador evidente de que la composición del grupo no permitía
llegar a más.
Cuatro de los países participantes eran tradicionales amigos de
Washington.
No obstante, el pronunciamiento mostraba la incertidumbre del
conjunto ante
los graves acontecimientos que podían producirse y la repercusión
para sus
respectivos países. La declaración conjunta hecha pública se resumía
así:
–Manifiesta una posición común contra la guerra.
–Censura la pasada política de Iraq y llama a hacer todo lo
necesario
para evitar la guerra, a cumplir lo establecido en la Resolución
1441 y
ofrecer completa colaboración con los inspectores.
–Los países participantes se comprometen a apoyar la unidad nacional
y la integridad territorial de Iraq.
–Pide al Consejo de Seguridad que juegue su papel para solucionar la
crisis, recordándole su deber de preservar la paz.
–Señala que la crisis exige una solución multilateral en el marco de
la
ONU.
–Recuerda que el conflicto de Palestina también requiere una
solución
de acuerdo con lo establecido por las resoluciones de la ONU, así
como
el establecimiento en el Medio Oriente de una zona libre de armas de
destrucción masiva.
El día 23, al finalizar la reunión, se habló de darle continuidad en
los días
siguientes con otro cónclave a nivel de Jefes de Estado.
El 26 de enero, el secretario de Estado, Colin Powell, declaraba «he
perdido la fe en las inspecciones de la ONU y el tiempo se acaba
para
Saddam Hussein». A veces, desde Bagdad, daba la impresión de que los
ataques estadounidenses podrían iniciarse en cualquier momento. Uno
de
los potenciales esquemas de la guerra, indicaba que podía comenzar
con una
campaña sorpresiva de ataques aéreos para tratar de descabezar al
gobierno
y destruir los principales puntos de importancia estratégica
militar, con estas
agresiones que podían durar semanas, querían provocar la
inestabilidad y el
desconcierto interno, para luego invadir por tierra en condiciones
más favorables.
Hacía rato que EE. UU. contaba con los medios necesarios para una
campaña aérea de este tipo, tenían aviones suficientes basificados
en la región
y los grandes bombarderos estratégicos poseían una autonomía de
vuelo
adecuada para viajar desde territorio continental norteamericano.
Este
esquema incluía un ultimátum llamando a la rendición antes de
proceder a
la invasión.
Por esos días y previendo tal posibilidad, efectuamos un ejercicio
completo
de defensa en la embajada, más abarcador que otros entrenamientos
anteriores. Comprobamos que estábamos casi listos para enfrentar una
guerra, aunque siempre había escenarios difíciles de predecir,
incluido el
uso de armas nucleares o de destrucción masiva contra Bagdad, en
caso de
que los iraquíes opusieran férrea resistencia y causaran un alto
número
de bajas al agresor. Y aunque esas y otras ideas pasaban por nuestra
mente,
y no teníamos alternativas para enfrentar todas las situaciones que
podrían
presentarse, algunas de ellas muy complicadas, pensábamos todo el
tiempo
como preverlas.
El día 27 de enero, según lo previsto, los señores Hans Blix, por
los
inspectores de UNMOVIC, y Mohamed El Baredei, por los de la OIEA,
presentaron su informe ante el Consejo de Seguridad. El primero fue
calificado
de tendencioso y falta de objetividad por los iraquíes. El mayor
general, Hussan
Amin, declaró al Iraq Daily que el informe había sido poco
profesional y no
objetivo, al desconocer la cooperación iraquí y tratar asuntos que
no se habían
discutido antes con ellos y que podían haber sido resueltos. En
realidad, el
informe incluía acusaciones muy parecidas a las que habían estado
haciendo
los dirigentes de Washington y fue inmediatamente aprovechado por
estos.
Al día siguiente, Bush pronunció su discurso anual sobre «el estado
de la
Nación», cuyo enfoque principal estuvo dedicado a Iraq: «Saddam
Hussein es
un peligro para los EEUU, para el pueblo iraquí y para la humanidad,
se burla
de todos. Tienen contactos con Al Qaeda y esconden armas de
destrucción
masiva. El gobierno británico ha conocido que Saddam Hussein
recientemente
buscó significativas cantidades de uranio en África. Si Saddan
Hussein no se
desarma por completo [...] encabezaremos una coalición para
desarmarlo».
Al siguiente día en La Habana, el presidente cubano, Comandante en
Jefe Fidel Castro, mientras intervenía en una Conferencia
Internacional dedicada
al pensamiento y la obra de José Martí, denunciaba el peligroso
carácter
neofascista y guerrerista que el inquilino de la Casa Blanca estaba
imprimiendo
a la política de la gran potencia. Fidel se refería a las palabras
pronunciadas
por George W. Bush en su discurso al Congreso de la nación ya el
20 de septiembre del 2001, aprovechando los trágicos sucesos del día
11 con
el ataque a las torres gemelas en Nueva York y citaba a Bush:
Vamos a utilizar cualquier arma de guerra que sea necesaria.
El país no debe esperar una sola batalla, sino una campaña
prolongada,
una campaña sin paralelo en nuestra historia.
Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una
decisión:
o está con nosotros o está con el terrorismo.
Les he pedido a las Fuerzas Armadas que estén en alerta, y hay una
razón para ello: se acerca la hora de que entremos en acción, y
ustedes
nos van a hacer sentir orgullosos.
Esta es una lucha de la civilización.
Los logros de nuestros tiempos y la esperanza de todos los tiempos
dependen de nosotros.
No sabemos cuál va a ser el derrotero de este conflicto, pero sí
cuál
va a ser el desenlace. [...] Y sabemos que Dios no es neutral.
Después, citó otras frases pronunciadas por Bush el 1ro. de junio de
2002 en la Academia Militar West Point, entre otras cosas, dijo:
En el mundo en el que hemos entrado, la única vía para la seguridad
es la vía de la acción. Y esta nación actuará.
Nuestra seguridad requerirá que transformemos a la fuerza militar
que ustedes dirigirán en una fuerza militar que debe estar lista
para
atacar inmediatamente en cualquier oscuro rincón del mundo. [...]
que estemos listos para el ataque preventivo cuando sea necesario
defender nuestra libertad y defender nuestras vidas.
Debemos descubrir células terroristas en 60 o más países.
[...]
Enviaremos diplomáticos a donde sean necesarios, y los enviaremos a
ustedes, a nuestros soldados, donde ustedes sean necesarios.
[...]
Estamos ante un conflicto entre el bien y el mal. [...] No creamos
un
problema, sino que revelamos un problema. Y dirigiremos al mundo
en la lucha contra el problema.
Fidel, al denunciar la peligrosidad que representaba para el mundo
este
curso de pensamiento, agregaba:
Aquellas palabras no las pronunciaba un loco desde un oscuro rincón
de un manicomio. Están avaladas por decenas de miles de armas
nucleares, millones de bombas y proyectiles destructores, decenas de
miles de misiles teleguiados y precisos, miles de bombarderos y
aviones
de combate, con pilotos y sin pilotos; decenas de escuadras y
destacamentos
navales con portaaviones y submarinos de propulsión nuclear
o convencional, bases militares con permiso o sin permiso en todos
los
rincones del mundo; satélites militares que espían cada kilómetro
cuadrado
del planeta, sistemas de comunicaciones seguros e instantáneos,
capacidad de aplastar los de cualquier otro país y posibilidad de
interceptar simultáneamente miles de millones de conversaciones;
arsenales
fabulosos de armas químicas y biológicas y presupuestos de
gastos militares que se aproximan a cuatrocientos mil millones de
dólares,
con los cuales podrían enfrentarse y resolverse muchos de los
principales
problemas del mundo. Las amenazas mencionadas han sido pronunciadas
por quien dispone y puede ordenar el empleo de esos medios.
¿Pretexto? El brutal ataque terrorista del 11 de septiembre que
costó la
vida a miles de norteamericanos. El mundo entero se solidarizó con
el
pueblo norteamericano e indignado condenó el ataque. Con el apoyo
unánime de la opinión mundial, pudo enfrentarse al flagelo del
terrorismo
desde todos los ángulos y todas las corrientes políticas y
religiosas.
La batalla, como planteó Cuba, debía ser fundamentalmente política y
ética, en interés y con el apoyo de todos los pueblos del mundo.
Nadie
podría concebir la idea de enfrentar absurdas, desacreditadas e
impopulares
concepciones terroristas que afectan a personas inocentes, aplicadas
por individuos, grupos, organizaciones, e incluso algún Estado o
Gobierno, utilizando para combatirlas un brutal terrorismo de estado
universal y proclamando como derecho de una superpotencia el posible
exterminio de naciones enteras, con empleo incluso de armas
nucleares
y otras de destrucción masiva.
En este instante, en que se conmemora el 150 aniversario del
natalicio
de José Martí, el hombre que quizás por vez primera en la historia
planteó el concepto del equilibrio mundial, una guerra está por
comenzar
como consecuencia del más colosal desequilibrio en el terreno
militar
que jamás existió sobre la Tierra. Vencía ayer el plazo en virtud
del
cual la más poderosa potencia del mundo proclamó su derecho
unilateral
a lanzar su arsenal de las más sofisticadas armas contra otro
país con o sin la autorización del Consejo de Seguridad de las
Naciones
Unidas, institución ya de por sí cuestionada por constituir el veto,
prerrogativa
exclusiva de cinco países que son miembros permanentes, y la
negación total del más elemental principio democrático al resto de
casi doscientos Estados representados en la Asamblea General de la
Organización de Naciones Unidas.
El privilegio del veto ha sido usado precisamente por el gobierno
que
hoy proclama su derecho a pasar por encima de ese Consejo. Muy
poco usado por el resto de los cinco, los cambios radicales en la
correlación
de fuerzas militares entre sus miembros, que se ha producido
en los últimos doce años, hacen casi imposible que tal prerrogativa
sea usada contra los deseos de quien no solo es poderoso por su
abrumadora
potencia bélica, sino también económica, política y tecnológica.
La inmensa mayoría de la opinión mundial se opone a esa guerra
anunciada. Pero lo más importante es que según encuestas recientes,
hasta el 65% del pueblo norteamericano se oponía a ese ataque sin la
aprobación del Consejo de Seguridad. No constituye esto, sin
embargo,
un obstáculo insuperable: enviadas las tropas y listas para la
acción,
necesitadas de ser probadas las armas más sofisticadas, es sumamente
improbable que tal guerra no se desate, si las autoridades del país
amenazado de exterminio no acceden a todas las demandas de los
que los amenazan.
Nadie puede saber o adivinar lo que puede ocurrir en cualquier
guerra
o situación semejante. Lo único que es posible afirmar es que la
amenaza
de una guerra en Iraq ha estado gravitando considerablemente
sobre la economía mundial, hoy afectada por una grave y profunda
crisis que, unida al golpe fascista contra el Gobierno bolivariano
de
Venezuela, uno de los mayores exportadores de petróleo, ha elevado
los precios de este vital producto a niveles insoportables para la
mayoría
del resto de los países, especialmente los más pobres, aun antes
de que haya sonado un disparo en Iraq.
Es ya opinión generalizada que el propósito de la guerra en Iraq es
tomar posesión de la tercera reserva mundial de petróleo y gas, lo
que
preocupa extraordinariamente a casi todos los demás países
desarrollados,
como los de Europa, que importa el 80% de la energía, a la
inversa de Estados Unidos, que apenas importa por el momento entre
el 20 y 25% de su consumo.
Ayer, 28 de enero, a las nueve de la noche, el Presidente de los
Estados
Unidos declaró ante el Congreso:
Estados Unidos le pedirá al Consejo de Seguridad de la ONU que se
reúna el 5 de febrero para considerar los hechos sobre los desafíos
de
Iraq al mundo.
[...] Vamos a consultar, pero que no haya malos entendidos. Si
Saddam
Hussein no se desarma plenamente, por la seguridad de nuestro pueblo
y por la paz del mundo encabezaremos una coalición para desarmarlo.
[...] Y si nos obligan a ir a la guerra, vamos a luchar con el
pleno
poderío de nuestras Fuerzas Armadas.
No se menciona una sola palabra sobre la aprobación previa del
Consejo
de Seguridad.
Si nos apartamos de las terribles consecuencias de una guerra en
aquella región, que la única superpotencia podría imponer a su
arbitrio,
el desequilibrio en el terreno económico que hoy padece el mundo
es de igual modo una enorme tragedia.
Fidel había hecho un profundo análisis sobre los acontecimientos,
describiendo
con claridad la situación que se presentaba en esos momentos y el
posible escenario futuro.
Febrero
Después de su contradictorio y criticado informe del 27 de enero, el
señor Hans Blix hizo algunas declaraciones tratando, quizás, de
enmendar en algo la plana, tal vez, para no parecer demasiado comprometido
con un conflicto cuyas consecuencias nadie sabía cuánta sangre y
sufrimientos podría causar, por lo que se apresuró a afirmar: «no veo razones para la
guerra, los inspectores no han encontrado evidencias de vínculos con Al
Qaeda, no tienen pruebas de que los iraquíes estén presentando agentes de la
seguridad como científicos o técnicos vinculados a la producción de armamento,
ni de que Iraq este moviendo de lugares o escondiendo las armas de
destrucción masiva».
El gobierno iraquí tomó la contraofensiva y propuso recibir de
nuevo, el día 8, a los jefes de los inspectores, anunciando que estaban
dispuestos a analizar sus demandas y dar todo tipo de facilidades para que
realizaran su trabajo. La prensa señalaba que Iraq estaría dispuesto, para evitar
la guerra, a permitir de nuevo el vuelo de los aviones U-2, a pesar de que su
tripulación estadounidense podía proporcionar información a las fuerzas que se
preparaban para atacarlos. Así mismo, ofrecerían datos adicionales sobre los
equipos y materiales importados que podrían tener uso dual y darían pruebas
de sus esfuerzos para que los técnicos de su programa de armas se
entrevistaran en solitario con los inspectores. Tarez Aziz, vicepremier, había
declarado en conferencia de prensa que «las diferencias con los inspectores
pueden ser resueltas».
Según el Iraq Daily, la cifra de sitios visitados ascendía ya
a 548, incluidos un buen número de los indicados por la CIA y la inteligencia
británica, sin encontrar armas de destrucción masiva.
En Bagdad, al margen de la guerra que se avecinaba, la vida seguía
su curso, las familias se preparaban para las fiestas del Eid
que se celebraría entre los días del 10 al 14 de febrero, y la gente llenaba las
calles y los comercios, comprando en especial ropas, pues para estas fiestas es
usual que las personas con recursos estrenen nueva vestimenta.
A los iraquíes de a pie, cuando se les preguntaba sobre la
posibilidad de la guerra, por lo común respondían: «estamos cansados de esta
situación y de las amenazas, si van a venir que vengan y que sea lo que Allah
quiera».
Se notaba, sin embargo, una mayor presencia militar en las calles,
en los barrios por la noche, había patrullas de dos o tres milicianos
armados que hacían recorrido, a pesar de que hasta ese momento Bagdad podía
considerarse una de las ciudades más tranquilas y seguras del mundo. No se
observaba ni rastro de violencia, no había delincuentes, borrachos
ni drogadictos y la escasa policía era casi toda de tránsito. Donde único se
encontraban ladrones era en un bello conjunto escultórico, forjado en bronce,
que perpetuaba la leyenda de Alí Babá y los otros cuarenta, en el centro de la
ciudad.
Las protestas populares, en estos días, eran continuas y hasta
incluso los inspectores fueron recibidos en algunos sitios con letreros contra
la guerra. «No sangre por petróleo», decían algunos en la Universidad de Bagdad
visitada esa semana. Frente al hotel Canal, se reunían piquetes, tanto de
nacionales como de delegaciones extranjeras de todo tipo, para solidarizarse
con el pueblo iraquí. Algunos pacifistas y religiosos encendían velas y hacían
liturgias como si se tratara de exorcizar al mismísimo diablo.
El rezo oficial en la mezquita central de Bagdad del último viernes,
que se transmitía al mediodía por televisión y radio, destacó por su
carácter militante, llamaba a los creyentes musulmanes a combatir por todos los medios a
los infieles que querían invadir y ocupar el país para destruir los
valores del Islam. Se citaron ejemplos de las batallas en que Mohammad, lograba
derrotar a los enemigos de la religión.
Mientras tanto, EE. UU. arreciaba su campaña de intoxicación y
amenaza terrorista. El día 5, Colin Powel, declaraba: «Saddam Hussein inició
investigaciones sobre docenas de agentes biológicos, provocando
enfermedades como la gangrena gaseosa, la peste, el tifus, el cólera, la viruela
y la fiebre hemorrágica».
Ese mismo día, el fiel seguidor del imperio, José María Aznar,
presidente del gobierno español, afirmaba ante las cortes madrileñas: «Todos
sabemos que Saddam Hussein tiene armas de destrucción masiva [...] Todos
sabemos que tiene armas químicas».
Tres días después, en un discurso difundido por radio a toda la
nación, el presidente Bush insistía: «Iraq envió a trabajar con Al-Qaeda a
expertos en explosivos y en falsificación de documentos. Y además brindó a
Al- Qaeda entrenamiento en el manejo de armas biológicas y químicas. Un
agente de Al-Qaeda fue enviado a Iraq en varias ocasiones a fines de la
década de 1990 para ayudar a Bagdad a dotarse de venenos y de gases».
En Bagdad, el presidente Saddam Hussein continuaba sus reuniones
diarias con los jefes militares de distintos cuerpos para explicarles
personalmente la estrategia que debía tener esta guerra, cómo pelear aprovechando el
terreno para obligar al enemigo a utilizar la infantería y reducir su
superioridad técnica. «Perderán un millón de hombres, morirán y serán derrotados en las
cercanías de Bagdad», dijeron los dirigentes, mientras el vicepresidente Taha
Y. Ramadán afirmaba: «nuestras principales armas serán miles de
voluntarios suicidas que llevarán la muerte al enemigo».
En Europa, promovida por el presidente del gobierno español, José
María Aznar, se publicó una carta firmada por ocho Jefes de Estado
europeos, que incluía a varios ex socialistas del este, en un intento por
demostrar que la posición guerrerista de EE. UU. y Gran Bretaña contaba con apoyo.
Era una jugada para tratar de debilitar la fuerte actitud asumida por
Francia y Alemania, evidenciaba la vocación lacayuna del presidente español,
quien el día 5, en una comparecencia ante el Congreso donde era hostigado con
fuerza, había declarado: «La obligación de Saddam Hussein es el desarme de
las armas de destrucción masiva que posee, que utilizó y utilizará si no
se remedia la situación». La «Carta de los ocho», firmada entre otros por
Blair, Berlusconi y Vaclav Havel,[19] sostenía que «el régimen iraquí y sus armas de
destrucción masiva representan una verdadera amenaza para la seguridad mundial».
Aznar, Blair y Berlusconi visitaron Washington, según parece, para
coordinar posiciones en torno a la siguiente reunión del Consejo de Seguridad
y discutir la posibilidad de presentar una nueva resolución, aunque
EE. UU. había precisado que no la consideraba necesaria para lanzar la
agresión, ya que «el tiempo de Saddam se acaba».
Las organizaciones de oposición iraquí, con todas sus debilidades,
continuaban moviéndose y la prensa del Kurdistán informó que Ahmed Chalabi,
líder del cuestionado Congreso Nacional Iraquí, abiertamente
financiado por EE. UU., regresaba a esa zona y convocaría a todas las
organizaciones para una reunión el día 15.
Por otra parte, a la región continuaban llegando tropas de EE. UU. y
Gran Bretaña. Las opiniones se dividían entre los que consideraban
que técnica y hombres eran aún insuficientes para una operación terrestre, pero
otros decían que podrían ser completadas con rápidez, mientras se
desarrollaba una campaña aérea de varias semanas. El Washington Post
informó que cargueros estadounidenses habían aterrizado en pistas al norte
del Kurdistán y The Guardian de Londres dijo que los turcos ya
tenían en la frontera unos 20 000 hombres. El Daily Telegraph publicó que
comandos estadounidenses y británicos habían penetrado por la frontera
jordana para hacer exploraciones en la zona oeste de Iraq, donde se ubicaban dos
aeropuertos militares. Varios despachos de agencias de prensa occidentales
decían que EE. UU. estaba alertando a sus ciudadanos en países de la región
para que estuvieran listos a ser evacuados ante el posible deterioro
de la situación, noticias todas que indicaban un acercamiento del
estallido.
Pero en el frente de la paz también ocurrían cosas. La presión para
dar más tiempo al trabajo de los inspectores se mantenía alta, con
Francia y Alemania firmes en el liderazgo de este bando, con el apoyo de Rusia y China,
y de la mayoría de la comunidad internacional. En todo el mundo las
encuestas señalaban que la oposición popular a la guerra continuaba creciendo,
incluso en los propios EE. UU. y Gran Bretaña. En España, a pesar de Aznar,
era donde mayor índice de rechazo existía.
El Vaticano había adoptado una posición muy fuerte, su canciller,
Sodano, acusó a EE. UU. de no haber aprendido la lección de Viet Nam y se
preguntó si merecía la pena lanzar una guerra para irritar a mil millones de
musulmanes. Las declaraciones de Nelson Mandela, ampliamente difundidas por la
prensa internacional, acusaron a Bush de arrogante y racista, señalando que
quería llevar el mundo a un holocausto y que actuaba de esa forma solo
porque el Secretario General de la ONU es negro, mientras que a Blair lo
calificó de Ministro de Relaciones Exteriores de EE. UU.
El Canciller griego, en su calidad de presidente durante este
período de la Unión Europea, descalificó la Carta de los ocho y dijo que la
agrupación sostenía una posición común contra la guerra, por dar más tiempo a
los inspectores y porque la ONU fuera la que decidiera. El Parlamento Europeo
aprobó una resolución con estas mismas ideas que, además, rechazaba
cualquier acción militar unilateral.
En Bagdad las señales de preparación para la guerra aún eran muy
pocas, lo cual nos inquietaba. En las entradas de los ministerios,
palacios y edificios oficiales no se había reforzado la guardia, y en sus
accesos permanecían unos pocos soldados con cara de aburrimiento. Sobre el gran pórtico
de uno de los palacios presidenciales estaban las dos ametralladoras
duplex de siempre, ninguna artillería antiaérea se veía desplegada, cerca
de los puentes u otros importantes objetivos, ni fortificaciones o construcciones
defensivas, todo lo cual nos parecería contradictorio teniendo en cuenta que a
la ciudad le tenían pronosticado recibir, en las primeras horas de una guerra,
cuya proximidad se publicaba cada día por los medios de todo el mundo,
miles de cohetes y bombas de todo tipo, algunas, llamadas inteligentes pero
brutalmente destructivas y asesinas.
La televisión estatal española mostró una trinchera de sacos de
arena en una esquina y transmitió el mensaje como si la ciudad estuviera
llena de ellas. Sin embargo, en nuestros continuos recorridos pudimos
constatar que existían solo cuatro o cinco en toda la urbe. Ni movilizaciones
militares extraordinarias, ni preparativos de combate sobre el terreno, ni siquiera las
tensiones en los mecanismos de seguridad que una situación como esta
podía provocar. Se mantenían, eso sí, las movilizaciones populares de los
diferentes sectores de la sociedad, mujeres un día, estudiantes al otro, pero
se limitaban a un barrio o lugar determinado. De igual forma,
continuaba la afluencia de delegaciones de casi todos los rincones del mundo para
manifestar su solidaridad y el rechazo a la guerra.
El día 8, la visita de los jefes de los inspectores a Bagdad,
marcaba un punto positivo importante. Muchos medios reflejaron las
declaraciones de los señores Blix y El Baredei que esta vez ofrecían una visión más
favorable que en ocasiones anteriores, aunque algunos diplomáticos en Bagdad
se preguntaban si en su próximo informe ante el Consejo de Seguridad
Blix (nacido en Suecia), no se haría de nuevo el sueco, tal como había
ocurrido el pasado día 27. Al respecto, el general Al Saadi, contraparte iraquí
en las conversaciones, ofreció una conferencia de prensa, que recogieron
algunos medios internacionales, donde explicó lo acordado con los
representantes de la ONU: la parte iraquí ejercería toda su influencia para que
técnicos y científicos vinculados al programa armamentista iraquí aceptaran reunirse en
privado con los inspectores, cuestión que ya había comenzado a
ejecutarse días antes; entregaron documentación adicional esclarecedora de los
programas de armas químicas y biológicas; y discutieron fórmulas para
solucionar el vuelo de los aviones U-2, al parecer junto a aviones franceses y
rusos que volarían a diferentes alturas.
Los dos altos funcionarios de la ONU resumieron su estancia con las
siguientes palabras: «Avanzamos en las negociaciones, han sido
útiles y positivas ». Kofi Annan, secretario general de ese organismo, completó: «La
decisión sobre atacar preventivamente a un país, alegando razones de defensa
y seguridad, son potestad de la ONU y el Consejo de Seguridad, no de
un solo país».
Las declaraciones de otras personalidades importantes de todo el
mundo, fueron reflejadas en la prensa de la siguiente forma:
–Schroeder, canciller alemán (respondiendo a Rumsfeld): «La cuestión
es que no tenemos evidencias y no creemos en lo que se nos ha
presentado».
–George Bush: «Los desarmaremos, se terminó el juego».
–Villepin, ministro de Relaciones Exteriores de Francia: «No hay
juego ni se ha terminado, no hay razón para ir a la guerra».
–Putin, presidente ruso: «Hay que dar tiempo al trabajo de los
inspectores, no vemos razones para ir a la guerra, Rusia usaría el veto en el
Consejo de Seguridad si fuera necesario para impedirla».
–José María Aznar, presidente del Gobierno de España: «Iraq es una
amenaza para todos, hay que desarmarlo. Los dirigentes tenemos que
ser responsables y aunque el pueblo esté contra la guerra debemos
velar por su seguridad».
–Saddam Hussein: «No tenemos ningún vínculo con Al Qaeda, ni armas
de destrucción masiva. Powell miente, EEUU quiere atacar a Iraq
para apoderarse de su petróleo y por la hegemonía mundial».
–Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de EE. UU.: «Alemania
está contra la guerra, es igual que Cuba y Libia». (Un diplomático
alemán en Bagdad bromeó diciendo que Rumsfeld había creado otro
–eje del mal– y los había incluido a ellos.)
–Juan Pablo II: Volvió a pronunciarse contra la guerra y envió al
cardenal Etchegaray a Bagdad, el cual ofreció una misa especial por la paz.
–Tareq Aziz, vicepremier iraquí: «Bagdad se convertirá en un
Stalingrado para los Estados Unidos».
–El Canciller saudita: «No deseamos la guerra, los inspectores deben
continuar su trabajo».
–La Cumbre Africana en Adis Abeba: Contra la guerra.
–La OTAN: Dividida y sin acuerdo ante la demanda estadounidense
de apoyar la guerra. Fuerte oposición de Francia, Alemania y
Bélgica.
El día 10, con motivo del décimo segundo aniversario del bombardeo
estadounidense al refugio de Amiriya en un barrio de Bagdad,
decidimos visitarlo con todo el personal de la embajada y depositar allí una
ofrenda floral. Era un acto altamente simbólico teniendo en cuenta las
amenazas que se cernían sobre la ciudad.
Llegamos al lugar a media mañana, cuando los trabajadores preparaban
condiciones para los actos que se celebrarían tres días después. El
refugio, que había sido construido en 1991 durante la guerra del golfo por
una empresa finlandesa y era capaz de resistir ataques atómicos y químicos, fue
bombardeado por la aviación estadounidense que poseía información sobre su
estructura. Un cohete perforante –del arsenal de armas
«inteligentes» del Pentágono– impactó su grueso techo de hormigón armado abriendo un
boquete por donde penetró un segundo misil que, al explotar, llevó la
temperatura a 4 000 °C, convirtiendo el lugar en un verdadero crematorio.
Murieron 1 200 personas, la mayoría mujeres y niños, casi la mitad
de los muertos en el ataque terrorista a las Torres Gemelas. En algunas
paredes quedaron impresas, cual negativo de fotografías, las figuras de
seres humanos. Las fotos de los fallecidos fueron colocadas para recordarlos y
tanto familiares como visitantes depositaban allí flores frescas. La
visita al lugar me recordó, entre otras cosas, Hiroshima y el bombardeo israelita a
un edificio de la ONU en Qana, al sur del Líbano, donde se habían refugiado
decenas de individuos.
Las autoridades militares estadounidenses afirmaron que habían
recibido informes de la oposición, de que en el refugio se encontraba el
presidente Saddam Hussein, como si eso los eximiera de su responsabilidad
criminal. Fue un horrendo asesinato masivo, aunque la prensa de EE. UU. y en
general la occidental, hablara muy poco de ello.
Las noticias nacionales, de los periódicos y la televisión,
continuaban mostrando las ya rutinarias reuniones, desfiles populares y de
milicianos, donde a veces exponían experiencias de patriotas iraquíes en
batallas contra el colonialismo británico. En Mosul y Tikrit, dos importantes
ciudades al norte de Bagdad, marcharon miles de miembros de las Milicias de Al Qods
(Jerusalem), civiles y representantes de grupos tribales, muchos de
ellos armados con fusiles AKM y lanzacohetes RPG-7.
El canciller iraquí, Naji Sabri, viajó a Irán, otro de los países
integrantes del «eje del mal», que podría ser el próximo en el listado de
objetivos de los neofascistas de Washington.
Desde la Meca, Arabia Saudita, llegaron imágenes del Hajch,
peregrinación anual de los fieles islámicos y comentarios de que los sermones
pronunciados en el santo lugar habían tenido un contenido político más alto que
nunca, muchos de ellos llamando a oponerse a la agresión a Iraq y «a combatir a
América, que quiere acabar con el Islam».
La peregrinación, este año atendida por más de dos millones de
creyentes, culminó con el simbólico ritual final: tirarle piedras al diablo.
Contrastando con la tranquila imagen que se apreciaba en Bagdad, la
CNN,
la Fox News y otras televisoras internacionales, traían la
visión de Londres e importantes ciudades de EE. UU., donde tanques de guerra y
soldados con escafandras, armados hasta los dientes, custodiaban
aeropuertos y lugares céntricos en actitud amenazante por haberse decretado la
«alerta naranja», ante el posible peligro de ataques terroristas. La
histeria tenía algo que ver con la guerra psicológica, desatada para tratar de volcar la
opinión pública de estos países a favor de la agresión a Iraq.
Como para dar fuerza y respaldar esta línea, fue divulgado un
supuesto mensaje del casi fantasma Ben Laden llamando a los musulmanes del
mundo a apoyar a Iraq que, aunque tuvo poco impacto internacional, podía
ser aprovechado para intimidar a la opinión pública estadounidense, país
donde, según las encuestas, la mayoría de la población consideraba que Iraq
y Saddam Hussein estaban vinculados con los ataques del 11 de septiembre, a
pesar de que no existía ninguna evidencia de ello y era ampliamente conocido
que el líder de Al Qaeda había sido siempre enemigo del gobierno iraquí.
Las agencias de prensa cubrían también el conflicto desatado en la
OTAN, donde no se pudo llegar a acuerdos sobre el reclamo
turco-estadounidense para que la organización le diera «protección» a Turquía ante la
«amenaza de ataque iraquí», y desde Washington, el presidente Bush se tomó la
libertad de amenazar a Francia por su oposición en este tema. Como
respondiendo a la pregunta de quién atacaría a quién, el periódico turco
Hurriyet, publicaba, el día 11, un plan elaborado por militares turco-estadounidenses
mediante elcual unos 40 000 soldados de EE. UU., apoyados por unos 350 aviones
de combate, invadirían Iraq desde territorio turco para ocupar Mosul
y Kirkuk, darían facilidades a las tropas turcas para que cazaran a unos 5 000
combatientes kurdos (de Turquía) del Partido del Trabajo del Kurdistán (PKK), con
bases en esa región, y a la vez intervendrían para evitar
enfrentamientos con los kurdos iraquíes del Partido Democrático del Kurdistán y de
la Unión Patriótica del Kurdistán.
El viernes 14, la televisión iraquí trasmitió, como siempre, el rezo
central de la semana desde una céntrica mezquita en Bagdad pero esta vez la
personalidad religiosa que pronunciaba el encendido sermón llamando a «rechazar
la agresión de américa-britania y los yajudi (judíos)
sionistas contra el Islam », blandía un largo y filoso sable que levantaba sobre su cabeza
cada vez que proclamaba Allah hu Akbar (Dios es el más grande).
Los dirigentes estadounidenses arreciaban la campaña de mentiras y
amenazas frente a la ola de manifestaciones contra la guerra que crecía a
nivel internacional. El presidente Bush, en un discurso pronunciado en la
Florida, afirmaba ansioso: «No dejaremos que la ONU nos detenga y que pase a
ser una organización irrelevante». El debate giraba en torno al Consejo
de Seguridad y a la intención estadounidense de obtener la aprobación de una
nueva resolución con un claro autorizo de ataque, aun cuando ellos, en una
interpretación particular de la 1441, se consideraban ya autorizados. Sin embargo,
la mayoría de los miembros del Consejo opinaban bien diferente, e
incluso Francia y Rusia amenazaban con el veto. Desde Washington se ejercían grandes
presiones para lograr una mayoría favorable que votara por el sí a la guerra.
Entre los principales, y empleándose a fondo, se destacaba Colin Powell.
Coincidentemente la televisora Euronews informaba sobre la
intervención del Secretario de Estado ante la Comisión de Presupuesto del
Congreso, en la cual se detallaba el plan para la administración militar en Iraq
una vez que ocuparan el país, cómo el abundante petróleo sufragaría los gastos y
cómo un general estadounidense gobernaría apoyándose en la burocracia
nacional.
La Unión Europea, demostrando que no es tal unión y que estaba
dividida más que nunca, entre otros factores por la actividad guerrerista de
José María Aznar, rechazó, por mayoría, la propuesta del español de que
en su reunión participaran los nuevos países candidatos a miembros, casi
todos de Europa del Este y algunos que, sin perder la vocación cosmonáutica
de satélites, se prestaban ahora a hacerle el juego bélico a EE. UU. El mandatario
esperaba, con esta jugada, mejorar la correlación de fuerzas a favor
de la guerra en esa organización, pero no le salía bien.
Los gobiernos de Austria y Suiza, declararon que no permitirían el
tránsito de tropas estadounidenses por su territorio, si antes no había un
mandato de la ONU.
En este ambiente, se efectuó la reunión del Consejo de Seguridad, el
viernes 14, la cual fue transmitida por televisión en directo por
varios canales internacionales, entre ellos la televisión estatal española que
«montaba» sobre la transmisión, cuando esta no era favorable a las posiciones
guerreristas, los comentarios de especialistas que pretendían hacer una
reinterpretación, a veces contraria, de lo que estaba sucediendo en el alto organismo
internacional. Era una clase magistral de manipulación de las mentes, «tú estás
viendo y oyendo esto, pero debes entender lo opuesto», que es lo que yo te
digo. Pero era demasiado burdo y provocó que algunos de los periodistas
españoles presentes en Bagdad por aquellos días, nos expresaran su
indignación.
En esta ocasión, y al parecer ante la proximidad de un holocausto
que caería en parte sobre sus conciencias, los informes rendidos por
Blix-El Baredei, fueron técnicos e imparciales y por ello dejaron un saldo
favorable a Iraq. En él se apoyó el Ministro del Exterior francés, cuyo
discurso fue tan contundente que dejó sin argumentos al «frente guerrerista». Pocas
veces se vio un aplauso tan expresivo en el austero recinto. El Canciller
sirio, miembro del Consejo en aquellos días, agregó, con precisa intervención, lo
poco que podía haberle faltado al anterior y a partir de ahí el juego se
decidió once por cuatro, mostrando una abrumadora mayoría partidaria de cumplir
con lo establecido en la carta de la organización: velar por la paz y la
seguridad internacional.
Ante la fuerte y argumentada oposición, Colin Powell, improvisó lo
que pudo, pero sus argumentos estaban vacíos y empobrecidos al haberse
apoyado antes en un informe de la inteligencia británica, al que calificó de
riguroso, y que como cualquiera de las escandalosas e innumerables patrañas
del imperio, se descubrió que era en parte copiado de la tesis de un
estudiante universitario. Otro argumento utilizado, en una especie de show
mediático, que mostraba fotografías de satélites y trataba de hacer patente los
vínculos de Iraq con el terrorismo, fue el supuesto campo de entrenamiento en
el Kurdistán iraquí de la organización Ansar al Islam, a la cual acusó
de estar vinculada a Al Qaeda. Ocultaban lo fundamental: que este territorio,
donde el gobierno iraquí no tenía ninguna autoridad, estaba desde hacía
años bajo el control de la aviación anglo-estadounidense y que, en todo caso,
eran ellos los responsables de la existencia de tal campo.
La canciller española, Ana Palacios, tratando de secundar a Powell,
hizo un balbuceante ridículo, en un discurso que los de habla castellana
no pudimos entender. Con posterioridad, al comentar el hecho con periodistas de
ese país, comprobamos que a muchos les sucedió lo mismo y algunos
expresaron la posibilidad de que hubiera hablado en dialecto.
Al día siguiente de la reunión del Consejo de Seguridad, millones de
personas en todo el mundo se manifestaron contra la guerra y contra el
hegemonismo estadounidense. Nunca antes, tal vez desde la guerra en Vietnam, se
habían visto tan grandes y variadas protestas. Era una especie de
contraofensiva internacional a nivel popular, que se levantaba como un tsunami[20]
rebelde, opuesta al hegemonismo neofascista. Según la televisora
Euronews, las encuestas realizadas en los países cuyos gobiernos apoyaban la
guerra mostraban un interesante estado de opinión popular contrario a la
acción: Gran Bretaña 90%, España 91%, Italia 81%, EE. UU. 59%. La
popularidad de George W. Bush bajó esa semana nueve puntos y el barril de
petróleo subió a $35.00 USD.
Iraq se había convertido, al margen de simpatías o antipatías por su
gobierno, en el centro de la lucha que enfrentaba al hegemonismo y las
corrientes neofascistas que se manifestaban desde Washington, contra la
conciencia creciente, en la opinión pública mundial, que consideraba necesario
detenerlos, pues si lograban allí sus propósitos, sería después demasiado tarde
para muchos, sobre todo, del Tercer Mundo. Aumentaba la conciencia de que Iraq
era solo un eslabón dentro de una cadena bien planificada, con la
cual se pretendía apresar al mundo y que podía convertirse en la
Checoslovaquia entregada a la Alemania fascista de Hitler, en Munich, antes de la
Segunda Guerra Mundial, que sirvió de estímulo para el histórico desastre y
el genocidio que implicó. El sensible olfato de los pueblos indicaba que había
que pararlos y en este bando militaba la mayoría de la comunidad internacional.
El ambiente, aunque lleno de tensiones y malos presagios ante el
empecinamiento estadounidense de lanzar la agresión, mostraba una fuerte oposición
a esta aventura, que algunos creían que era posible detener. Iraq
también daba pasos para quitar argumentos al enemigo y facilitaba aún más el
trabajo de los inspectores para que abrieran otra base en la ciudad de
Basrah; se anunciaba el inicio de los vuelos de los aviones de vigilancia U-2,
Antonov y Mirages; los interrogatorios a los técnicos y científicos iraquíes
ya se iniciaban en forma privada; se había entregado la documentación adicional de
su programa armamentista y aceptado la colaboración de expertos sudafricanos
en desarme, los que llegarían en los próximos días.
Una minoría de los diplomáticos en Bagdad, entre ellos algunos muy
experimentados en la región, afirmaban con absoluta firmeza que no
habría guerra, pues Iraq estaba haciendo todo lo que EE. UU. exigía y que
la superpotencia no se arriesgaría a ocupar un país tan complicado en una acción
que le traería aún más dificultades con árabes e islámicos. Iraq
estaba reformando su posición –decían–, aprobaría una nueva constitución con cambios
importantes y negociaría la participación de empresas petroleras
estadounidenses en la explotación de sus grandes reservas. Ya EE. UU. está
obteniendo casi todo lo que quiere sin guerra –afirmaban–, ya tiene el control
militar de la región del golfo.
Pero la movilización militar y lo que sucedía sobre el terreno en la
frontera kuwaití apuntaba en otra dirección. La mayor parte del territorio
vecino había sido declarado zona de guerra y se prohibía a la población el
acceso a los lugares donde se concentraban las tropas y los medios. Seguían
llegando noticias de los portaaviones que se movían en el golfo, el
Mediterráneo y el mar Rojo. Los superbombarderos B-52, B-1 y B-2 comenzaban a ser
reubicados en bases en Inglaterra y la isla de Diego García en el
mar Índico. Analizábamos que cuando se crea una situación de este tipo sobre el
terreno, cualquier incidente, aun fortuito, puede desencadenar la guerra.
En tales circunstancias, el día 19, se decidió evacuar parte del
personal de la embajada para que permanecieran esperando en Damasco, Siria.
Necesitamos ralizar un fuerte trabajo de convencimiento para que aceptaran
retirarse al país vecino, y al final, lo hicieron bajo protesta.
Quedamos en Bagdad cinco diplomáticos, el mínimo necesario de acuerdo con sus
capacidades y conocimientos para enfrentar lo que podría suceder. La reducción
era necesaria, además, porque de estallar la guerra, no se tenía
idea del tiempo que podía durar y las reservas de agua y alimentos podrían
verse limitadas. La decisión era mantener la embajada abierta y
trabajando, pero con el menor riesgo posible para el personal.
Bagdad, sin embargo, estaba en calma, bien lejos de la imagen que se
tenía en el exterior de una capital amenazada por la devastación. La
preparación militar era poco visible. Hacíamos amplios recorridos por la ciudad
y sus suburbios tratando de apreciar si se estaban creando condiciones
para la defensa, pero era inútil, solo veíamos dos o tres radares apagados en lugares
distantes, no se observaban sistemas de armas antiaéreas ni medidas
excepcionales de seguridad interior, esta falta de preparación nos desconcertaba.
Tal vez, pensábamos, con la experiencia de guerras y ataques
anteriores, lo tengan todo muy bien oculto o enmascarado.
Las movilizaciones populares continuaban proclamando la disposición
a resistir y la oposición a la guerra. A ellas se unían los cientos de
extranjeros solidarios que aún llegaban a Bagdad, muchos con la decisión de
permanecer, incluso si estallaba la guerra. Destacaban los de países árabes
vecinos, desde donde llegaban varios cientos con carácter de combatientes
voluntarios, algunos expresando la decisión de participar en acciones suicidas y
convertirse en mártires si el enemigo invadía. Otros, fundamentalmente europeos,
traían el propósito de servir como «escudos humanos» y un grupo de ellos se
instaló en la planta potabilizadora de agua del río Tigris con el afán de
impedir su bombardeo, mientras que otro grupo aparecía encadenado a uno de los
grandes puentes en el centro de la ciudad, con el mismo propósito. Un evento
internacional de la juventud y los estudiantes, sesionó unos días antes y atrajo a
decenas de visitantes de todo el mundo.
El presidente Saddam Hussein recibió una delegación rusa presidida
por Ziuganov, secretario general del Partido Comunista de Rusia. Entre
la diversidad de visitantes extranjeros que llegaban a Bagdad se encontraban
artistas, parlamentarios, dirigentes políticos, religiosos de casi todas las
confesiones, todo tipo de pacifistas, solidarios y hasta una reina de belleza. A
ellos se sumaba el creciente número de periodistas que también llegaban con
el fin de informar y testificar sobre la nueva guerra anunciada, incluidos
los de numerosas cadenas de televisión, que habían llenado de antenas
parabólicas los alrededores del Ministerio de Información, en cuyas terrazas se
instalaban casetas de lona a manera de corresponsalia provisional. Se afirmaba
que entre los presentes no debían faltar algunos agentes de los
servicios de inteligencia estadounidenses, británicos y hasta de Israel.
Los distintos medios de prensa iraquíes anunciaron el inicio normal
de los vuelos de inspección de los U-2 y la continuación del trabajo de
los inspectores, ahora con cierto acento en precisar aspectos del programa de
construcción de los cohetes llamados Samoud II.
El vocero de los inspectores informó que unos 30 científicos del
programa armamentista habían sido llamados a entrevistas, y que se había
logrado interrogar voluntariamente en forma privada, sin testigos ni
grabadoras, a tres de ellos. Los otros insistieron en llevar grabadoras o tener un
testigo imparcial presente, argumentando que ya en el pasado se tergiversó mucho lo
expresado en estos encuentros. Los inspectores de la OIEA habían
aceptado este procedimiento sin insistir, pero los de UNMOVIC, bajo la
dirección del señor Blix, seguían presionando para que se efectuaran en el
extranjero, y desde EE. UU. y Gran Bretaña alegaban que los iraquíes no tenían
posibilidades de decir la verdad, pues al estar dentro de Iraq, podían sufrir
represalias, ellos o sus familiares.
Saddam Hussein, en una de las consuetudinarias reuniones del Consejo
de Ministros y los mandos militares y políticos, expresó: «Vemos la
victoria ahora tan clara como la vimos ayer». El vicepresidente Taha Yassim
Ramadán dijo por su parte: «Iraq está listo para el diálogo si los Estados
Unidos abandona sus planes de guerra». El Ministro de Defensa compareció en la
televisión nacional para desmentir los rumores echados a rodar por la prensa
sensacionalista británica de que estaba detenido en reclusión domiciliaria.
En el ámbito internacional, resaltaron las declaraciones del
presidente francés Jacques Chirac: «Tenemos que dar tiempo al trabajo de los
inspectores. Una guerra de este tipo, dará fuerte impulso al terrorismo y creará
muchos Ben Laden. Muchos jefes de estado me han llamado de todas partes del
mundo coincidiendo con nuestra posición contraria a la guerra».
El Secretario General de la ONU, aún en tono moderado y tratando de
no entrar en contradicción con EE. UU., dijo en Bruselas que: «Una
guerra sin mandato de la ONU minaría la legitimidad y credibilidad de la
Organización ».
La reunión de Ministros de Relaciones Exteriores de la Liga Árabe en
El Cairo, con las limitaciones que supone el estar integrada por
varios países cuyos gobiernos son muy dependientes de EE. UU., subrayó «la
necesidad de abstenerse de dar facilidades o apoyo militar a una acción contra
Iraq, rechazó la opción militar y reafirmó la necesidad de buscar una
solución pacífica».
De cara a la opinión pública, los países árabes coincidían en
oponerse a la guerra. Los gobiernos, que tal vez en secreto, ansiaban el
derrocamiento del gobierno iraquí por cualquier medio, incluida la invasión de EE.
UU., no lo expresaban debido al temor a la opinión pública interna, que lanzada
a la calle se declaraba en contra de la política estadounidense, la cual
apreciaban contraria a los intereses de los pueblos árabes y aliada de Israel en el
genocidio al pueblo palestino. La unidad de sentimientos políticos de los árabes
era real a nivel de los pueblos, pero ficticia a nivel de los gobiernos.
Analizándolo desde una perspectiva lógica, no se podía exigir unidad entre gobiernos
tan disímiles en sus intereses, a algunos de los cuales les faltaba poco para
convertirse en protectorados sometidos a Washington.
La reunión Cumbre de la Unión Europea, se empeñó en buscar una
posición común y se pronunció por dar más tiempo a los inspectores,
priorizar la solución pacífica y apelar a la guerra solo como último recurso.
No obstante, llamó a Iraq a no hacerse ilusiones y le exigió mayor cooperación y
un rápido desarme, pues el tiempo no era infinito. Estos términos
hicieron que tanto Aznar como Blair, al igual que los que se oponían a la guerra,
expresaran que la reunión había respaldado sus posiciones.
Francia, Alemania y Rusia reiteraron lo innecesario de aprobar una
nueva resolución en el Consejo de Seguridad, en una reunión abierta de
este órgano celebrada la misma semana, que no fue muy divulgada por la prensa
internacional y en la cual una abrumadora mayoría de países se expresó contra
la guerra.
El Vaticano continuó moviéndose para evitar el conflicto y el papa
Juan Pablo II en reuniones con Tony Blair, Kofi Annan y Schroeder, les
trasladó este mensaje. Declaraciones antibelicistas semejantes hicieron dos
importantes dignatarios religiosos británicos. Mahatir, jefe de Estado de
Malasia, que pasaría en los próximos días a presidir el Movimiento de Países
No Alineados dijo que «los EEUU quedará solo como en Vietnsam». La
Cumbre franco-africana, convocada en París, estuvo contra la guerra.
Una serie de manifestaciones y los fuertes mensajes en contra de la
acción bélica, provocaron que:
–el dólar recuperara un poco de su valor frente al euro.
–el oro redujera su valor a los niveles más bajos en las últimas
siete semanas.
–las acciones en la Bolsa de Tokio ganaran 0.8 %.
–el barril de petróleo bajara ligeramente de precio.
La fuerte movilización internacional contra la guerra hizo que la
gran prensa estadounidense, que desde hacía meses había estado sumada a la
campaña guerrerista, mostrara alguna moderación, al menos momentáneamente.
El New York Times
del día 17, afirmaba: «La fractura de la Alianza
Occidental en relación a Iraq y las gigantescas demostraciones contra
la guerra en todo el mundo esta semana, nos recuerdan que todavía
podrían haber dos superpotencias en el mundo, EE. UU. y
la Opinión Pública Mundial». El Washington Post, por su parte,
escribió: «Lo sucedido el viernes en el Consejo de Seguridad, el desmentido
de las palabras de Blix debilitaron los argumentos de
Powell, sumados a los fuertes aplausos al Ministro de Relaciones
Exteriores de Francia, que rechazó la posición norteamericana
e incluso los términos de la Resolución
1441, revelaron que EEUU ha perdido el respeto del mundo
diplomático a un grado sin precedente
desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial».
Pero los medios también trajeron la rápida reacción o contraofensiva
de los dirigentes de Washington. Condolezza Rice, consejera de
Seguridad Nacional, refiriéndose a la reunión del Consejo de Seguridad, dijo a Fox
T.V. que «el deterioro al apoyo a una guerra inmediata nos puede llevar a
caer en las manos de Saddam Hussein. Es hora de que esto termine, ya basta, no
podemos esperar más». Bush, el día 19, ante la CNN expresó: «Los
manifestantes no van a dictar la política de seguridad de los EEUU». Dos días después
afirmó en Atlanta: «el día de la libertad del pueblo iraquí se acerca. Iraq
puede convertirse en ejemplo de libertad y progreso para todo el Medio
Oriente. No es una opción dejar las vidas y la seguridad de los
estadounidenses en manos de este dictador y de sus armas de destrucción masivas».
El 23, rodeado por jóvenes oficiales y ante la intensificación de la
amenaza de guerra, el presidente Sadam Hussein hizo un llamado a la
ciudadanía a prepararse para defender el país y les pidió construir trincheras
en los jardines de sus casas. En Bagdad, sin embargo, esto todavía era poco
visible, aunque en el centro comenzaban a aparecer algunas trincheras de
sacos, levantadas sobre el asfalto o sobre las aceras, en la confluencia de
avenidas importantes y de las carreteras que conducían fuera de la ciudad.
La interrogante sobre la preparación o no de los iraquíes para la
guerra, nos impulsó a decidir la visita, a finales de mes, al sur del país,
para lo cual preparamos el viaje por carretera a Basrah. Para entonces muy pocos
extranjeros hacían este viaje y por lo general quienes visitaban esta ciudad lo
hacían por vía aérea. El camino por carretera, además de ser largo
(cerca de 600 km), se evitaba por razones de seguridad, debido a los continuos
bombardeos de la aviación estadounidense y británica contra objetivos
seleccionados en esa región; pero era la única forma de apreciar el terreno y de
tener, tal vez, una idea más precisa de si los iraquíes se
preparaban para el conflicto que se avecinaba.
Después de solicitar los permisos necesarios al Ministerio de
Relaciones Exteriores, emprendimos viaje el día 25. Serían alrededor de la
06:00 horas cuando tomamos la carretera que sale de Bagdad hacia el sudeste en
dirección a Kut, ciudad situada en la desembocadura del canal que une al
Tigris con el Éufrates. Allí el ejército colonialista británico sufrió una
humillante derrota durante la Primera Guerra Mundial a manos de fuerzas otomanas
apoyadas por los alemanes. En aquella ocasión el famoso agente de la
inteligencia británica conocido como Lawrence de Arabia, fue enviado al lugar
para tratar de parlamentar con el mando de las fuerzas turcas, pero no
obtuvo resultado. En los siglos XVIII y XIX, los barcos de una línea de
transporte comercial llegaban hasta Kut, remontando el Tigris desde el golfo.
En las afueras de Bagdad, formaban parte del paisaje los grandes
campamentos militares que eran sede permanente de distintas fuerzas. Por lo
general, su interior no era visible desde la carretera. Sus entradas
estaban protegidas por altas cercas, muchas veces erigidas sobre
promontorios de tierra de varios metros de altura. Era de suponer que en estos
campos, distribuidos por los accesos de la ciudad hasta una distancia de 20 km o más y
que constituían los anillos defensivos de la urbe, estarían dispuestos
los tanques y el armamento pesado para el rápido despliegue, así como la
artillería terrestre y antiaérea, y otros tipos de medios bélicos. También era de suponer
que dentro de ellos existían fortificaciones para proteger los medios y
el personal, algo que no se observaba desde el exterior.
En los accesos a Bagdad tampoco vimos una prevención seria para
impedir el avance de las fuerzas invasoras. No existía preparación del
terreno en los cruces de caminos para defenderlos, solo se veían unas
pequeñas trincheras de sacos levantadas sobre la superficie que, como las de
Bagdad, parecían de adorno. Cualquiera que conozca algo de técnica militar
se daría cuenta de que desde allí no se podía siquiera intentar defender una
carretera.
Al rato sobrepasamos Kut y avanzamos hacia Amara. El camino no
tiene la calidad de una autopista, pero está en buenas condiciones y
nos permitió una velocidad aceptable. En los suburbios, a la salida de
Bagdad, tuvimos el único control militar, en el cual debía presentarse el
permiso que emite el Ministerio de Relaciones Exteriores. Cuando pasamos por él,
los guardias estaban entretenidos y no nos lo pidieron. Después, nadie
más se ocupó de nosotros, a pesar de que con frecuencia, a la entrada y
salida de cada pueblo, encontrábamos un edificio con una especie de pequeña
guarnición policial, algunos con una ametralladora ligera dispuesta sobre el
techo.
La carretera, por tramos, corre bastante cerca de la frontera con
Irán, y a medida que nos movíamos hacia el sur, apreciábamos mayor presencia
militar, aunque sin exagerar. En los espacios donde no existe
población, habían construido, a la vera del camino, cada 10 ó 15 km, una especie de
cuartelitos provisionales con algunas casetas, trincheras y fortificaciones de
tierra y piedras. Varios tenían una tanqueta ligera antigua que parecía de
fabricación francesa, un cañón antitanque sin retroceso, un par de
ametralladoras antiaéreas dúplex y un pelotón de guardias. Todo indicaba que eran
instalaciones viejas, tal vez de la época de la guerra contra Irán en los años
ochenta. Como el terreno en derredor es llano y desprovisto de grandes
árboles, estas obras defensivas se veían desde lejos y para la guerra que se
aproximaba era evidente que no tendrían mucha utilidad.
El camino transita por una zona de tierra fértil, donde hay agua
para la agricultura, aunque no posee bosques y, salvo raras excepciones, la
vegetación es baja, por lo general, pastos o terrenos preparados para la
siembra de cereales. A veces aparecen pequeñas áreas de frutales y cuando
más algunos macizos de palmeras de dátiles. En Iraq, el terreno es
montañoso solo al norte y al noreste, en el Kurdistán, el sureste del
territorio es llano y fértil, allí fluyen, desde el norte, los ríos Éufrates y Tigris, los
que, junto a un amplio sistema de canales y afluentes, constituyen formidables
obstáculos naturales para una invasión terrestre. Tener acceso a Bagdad, desde
cualquier dirección significa atravesar varios ríos y canales, algunos de
considerable anchura.
Continuamos el camino por la carretera que a veces se acerca al
Tigris, cuyo caudal, en las proximidades de Basrah, se une al Éufrates para
formar el estuario de Chatt el Arab (río Árabe), que da acceso al
golfo. Alrededor de las 09:30 horas estábamos en las proximidades de Amara, centro de
la región de los pantanos que se extienden hasta la frontera con Irán.
Allí habita todavía una pequeña y antigua comunidad religiosa llamada mandeos o
sabeos,[21] seguidores de san Juan Bautista, quienes realizan
rituales con el agua y son conocidos por sus artesanías en plata.
Se decía que en la zona de los pantanos permanecían pequeños grupos
de guerrillas chiítas, remanentes de la sublevación de 1991, pero
por los lugares que pasamos no vimos elementos de tensión o medidas de control que
indicaran una situación de inseguridad, y que no era lo que alguien
supondría encontrar en un país que estaba a punto de ser agredido por una
superpotencia.
Más adelante, pasamos por las cercanías de Kourna justo donde se
unen los dos grandes ríos y se afirma que está la tumba del profeta judío
Ezra,[22]
uno de los grandes reformadores de la Torah,[23] que en su
tiempo fue objeto de peregrinación por los creyentes de esta religión. A unos 80 km de
Basrah y al mediodía cruzamos cerca del lugar donde aseguran que estuvo el
paraíso terrestre. Todo el territorio de Iraq está lleno de recuerdos
religiosos importantes, la historia de las tres grandes religiones monoteístas y de otras
muchas sectas, están vinculadas a este país.
Pasaban las doce del día cuando entramos en los suburbios de la gran
ciudad del sur, Basrah, considerada la segunda o tercera en
importancia del país. No es una ciudad costera, pero el hecho de estar sobre el
ancho canal de Chatt el Arab, la convierte en una urbe vinculada al mar. Es un
puerto hasta el que entran barcos de mediano porte, tiene importancia
también por su desarrollo industrial y no lejos hay considerables yacimientos de
petróleo. Atravesada por numerosos canales, Basrah tiene el aire de una
Venecia oriental y fue el punto de partida de las fabulosas aventuras de
Simbad el marino. La villa, emplazada al centro de una región cuyos grandes
bosques de datileras (unas 500 variedades) producen frutos de una calidad
increíble, fue fundada en el año 637 por un compañero del profeta Mohammad que
viniendo de la península Arábiga, avanzaba con los ejércitos árabes
musulmanes para llevar esa religión a todo Iraq e Irán.
A finales del siglo XIX, Basrah era la capital administrativa de una
provincia del Imperio Otomano que incluía también a Kuwait. Constituía un
centro cultural importante y en su museo se guardaban abundantes
reliquias de civilizaciones pasadas. Durante la guerra del golfo, en 1991, fue
bombardeada y la mezquita de Al Maaqal resultó destruida y dañada la de Al
Khawaz. Durante la ocupación del sur de Iraq por las tropas
estadounidenses, el museo fue saqueado y desaparecieron objetos de arte e importantes
manuscritos, algunos de los cuales reaparecieron en los mercados de
arte y antigüedades de EE. UU. y Suiza.
Atravesamos la ciudad hacia el centro, buscando el hotel donde nos
alojaríamos, situado frente a un malecón que corre a lo largo de un
brazo del estuario, del otro lado del cual, hacia el este, crece un bosque
casi infinito de palmas datileras, tras el que debe estar la frontera con Irán. El
antiguo Sheraton es un hotel que, con mantenimiento y buen servicio, podría
clasificar en la categoría de cinco estrellas. En su fachada destacan las
típicas balconaduras árabes de madera y desde nuestra habitación se
apreciaba la impresionante vista de una buena parte del canal, por el que navegan
pequeñas lanchas de pasajeros, algunos pesqueros y navíos de cabotaje con una
construcción muy especial, única de esta región del golfo.
Luego de almorzar, comenzamos nuestro programa. Habíamos solicitado
entrevistas con el Gobernador y con el Secretario del partido Baas
en la provincia, un recorrido por la región para ver los daños de los
bombardeos que casi a diario efectuaban la aviación estadounidense y la
británica, y una visita al hospital pediátrico y otros lugares de interés histórico y
cultural.
El Gobernador, con quien conversamos aproximadamente una hora, nos
explicó las principales características de la ciudad y la provincia,
algo de su historia, la economía y cómo funcionaba el gobierno. Nos dio una
idea bastante general con datos, muchos de los cuales ya habíamos leído en libros
y periódicos. Abundó más en las agresiones que estaban sufriendo, los
ataques de la aviación y las consecuencias del embargo en la situación
económica y social de la población.
Le pregunté cómo se preparaban para la guerra que parecía inevitable
y me respondió con el mismo discurso que escuchábamos con frecuencia
en boca de los principales dirigentes del país. Nos despedimos con
saludos amables para continuar nuestras visitas, pues ya nos esperaban en el
hospital pediátrico.
La construcción de esta institución era bastante moderna, pero, como
muchos edificios en Iraq, le faltaba mantenimiento, aunque la
limpieza era aceptable. El director nos recibió en un pequeño despacho y nos
explicó que en el lugar se atendían los casos de toda la provincia que
requirieran un tratamiento más especializado. Se había convertido en un centro
importante de investigación debido a que en la zona se concentraba la mayor
parte de los casos afectados por el llamado «Síndrome del Golfo», misteriosa
enfermedad producida por el uranio empobrecido que utilizaron las fuerzas
estadounidenses en la guerra de 1991.
Se estima que alrededor de 6 000 cohetes y 900 000 proyectiles de
artillería fueron lanzados sobre Iraq, especialmente en esta zona, con el
mencionado mineral en una aleación metálica que los recubría y les daba mayor
fuerza de penetración en los blindajes, y por si fuera poco, después
de explotar, se dispersaban en el aire y el suelo micropartículas radioactivas
muy peligrosas. Se calculaba que la cantidad de uranio 235 diseminado podía haber
alcanzado las 200 toneladas, contaminado el medio ambiente y, al
incorporarse a la cadena alimentaria, afectado a unas 250 000 personas.
Esto ha provocado la aparición de enfermedades desconocidas, de
difícil diagnóstico, además de cánceres, leucemias, úlceras, padecimientos
de la piel y caída del cabello. En el hospital se han celebrado eventos
científicos internacionales para el estudio del trágico fenómeno. Los propios soldados
estadounidenses fueron contaminados y se han reportado unos 8 000 casos entre
los participantes en la guerra de 1991. Sin embargo, los iraquíes
han sido decenas de miles y todavía continúan apareciendo nuevos síntomas, sobre todo
entre niños que nacen con malformaciones.
En el recorrido, nos llevaron a una sala dedicada a exponer las
fotografías de los pacientes atendidos. Es una muestra extremadamente dolorosa,
en especial, los casos de niños, decenas de ellos, algunos con
apariencia monstruosa. Más tarde fuimos a ver los enfermos en las salas, muchos con
leucemia u otros tipos de cáncer, que acompañados por sus madres, trataban de
encontrar alguna esperanza.
El director nos explicó todas las carencias: medicinas que no llegan
debido a los impedimentos del embargo, demoras por los trámites
burocráticos, equipos imprescindibles para diagnósticos y tratamientos que no funcionan
por falta de piezas de repuesto o por necesitar reemplazo, algunos de
los cuales no se pueden comprar porque aparecen en los listados de materiales
que el país tiene prohibido adquirir. Era un cuadro terrible, tal como si
les hubieran suministrado a la fuerza el veneno y les negaran el antídoto.
Las sanciones impuestas por la ONU a Iraq se han mantenido en los
últimos años debido a la presión de EE. UU., quien ha logrado
incluso reforzarlas, aun en contra de la casi totalidad de los países integrantes de esa
organización. Los contratos para la compra de cualquier producto,
bajo el sistema de «petróleo por alimentos y medicinas», deben ser aprobados
por un Comité de Sanciones en el cual EE. UU. tiene derecho al veto, y
además, puede rechazar, suspender o demorar cualquier negociación. Allí,
ponen obstáculos de forma sistemática para que los suministros no fluyan hacia el
país árabe o intervienen para que no lleguen, se atrasen de forma
considerable o arriben solo en cantidades muy pequeñas. Producto del embargo que
limita o impide la adquisición por Iraq de productos imprescindibles para
la vida, que inciden notablemente en la salud; han muerto cientos de miles de
personas, en su mayoría niños. Ha sido una guerra silenciosa, un verdadero
genocidio. La visita al hospital nos provocó una lógica compasión hacia las
víctimas y una fuerte ira hacia los culpables.
De allí nos llevaron a visitar algunos lugares bombardeados, entre
ellos uno de los barrios donde se mantenían algunas casas destruidas y uno
de los grandes puentes que daba acceso al este de la ciudad que, en
1991, fue cortado por una bomba «inteligente» como si fuera una sierra.
Al regresar al hotel, tuvimos la oportunidad de ver un bombardeo en
vivo y en directo. Estábamos en la habitación cuando escuchamos la
explosión y sentimos como todo se sacudía en torno nuestro, las ventanas y las
puertas traqueteaban. Salimos al balcón y vimos una nube de humo negro, en
forma de hongo, elevándose dentro del bosque de datileras, como a unos
tres kilómetros. Las personas en la calle continuaban su camino tranquilamente, y
solo miraban de soslayo, como dándole poca importancia a lo
sucedido. Después hubo calma.
Un rato más tarde, cuando le preguntamos a los iraquíes el origen de
la explosión, nos dijeron que el bombardeo es casi diario y que ya
están acostumbrados. Pocas semanas antes, bombardearon el aeropuerto y destruyeron
unas instalaciones alegando que eran radares que amenazaban la
seguridad de sus vuelos, pero todos conocían que se trataba del aeropuerto
civil de la ciudad, por donde se realizaban los vuelos comerciales con
pasajeros.
Al día siguiente efectuamos otro recorrido, ahora por el puerto. En
el patio de la estación de ferrocarriles, estaban desembarcando una
batería de cañones. Dentro de la ciudad, en algunas calles, había pequeñas
trincheras de sacos blancos parecidas a las que hemos visto en casi todo el
país. No se apreciaban obras de defensa mayores o preparación del terreno para
la defensa, tampoco en los suburbios por donde atravesamos viniendo del noreste.
Para tener una visión más amplia del territorio, pensamos regresar a
Bagdad saliendo por otra carretera que sube más hacia el oeste, pero
antes nos entrevistamos con el Secretario del partido Baas en la
provincia.
El dirigente político, una persona de mediana edad, bastante locuaz,
nos recibió en una modesta y poco llamativa casa cercana al hotel,
también frente a Chatt el Arab. Muy afectuoso, nos reveló que era originario de un
pueblo cercano a Basrah, y como había vivido siempre en la zona, conocía
bien a la población. Me explicó la estructura política del partido Baas, cómo
han estado movilizando a las masas, que la amenaza de agresión de EE. UU. ha
hecho que muchas personas que antes no lo hacían, ahora se acerquen al
Partido, ayudando a fortalecer el sentimiento patriótico de la gente. «En
Basrah –dijo–, hay suficientes personas dispuestas a luchar y resistir, y
las estamos preparando militarmente».
Le pregunté algunos detalles sobre cómo se preparaban y me explicó:
«será una resistencia popular, si vienen no vamos a enfrentarnos en
una guerra regular de posiciones, sus armamentos y su técnica son muy
superiores, pero esta es nuestra tierra, conocemos la región, la gente se conoce
y se ayuda, podremos resistir y vencerlos al final, si tratan de
ocuparnos».
Le hice varias preguntas, y las respuestas y explicaciones de este
hombre, cuyas maneras y expresiones denotaban su extracción popular, me
parecieron bastante convincentes. Agradecí sus atenciones y le manifesté la
posición de Cuba contra la guerra y nuestra solidaridad con el hermano pueblo
árabe de Iraq. Nos despedimos y después de esta entrevista pusimos rumbo
directo a la carretera que nos llevaría a la autopista No. 8, que sube desde
Basrah hasta Bagdad, pero ahora más hacia el oeste, bordeando el desierto.
Durante unos 40 km nos escoltó una camioneta de la seguridad. A la
salida de Basrah, la carretera recorre un tramo que nos acercaba
bastante a la frontera con Kuwait, donde hacía semanas se concentraban las
fuerzas que iniciarían la invasión. No había mucho tráfico en esta carretera
que asciende hacia Nassiriyah. A nuestra derecha, al este, corría el
Éufrates y las porciones cenagosas aumentaban en la medida que se avanzaba
hacia la frontera con Irán. A la izquierda, era puro desierto extendiéndose
por cientos de kilómetros más allá de las fronteras con Kuwait y Arabia Saudita.
Tras salir de Basrah, sobre ese desierto, encontramos pozos e
instalaciones petroleras, en algunos se quemaba el gas en grandes llamaradas.
Observábamos la preparación del terreno con continuos obstáculos para dificultar
e impedir el paso de los tanques y equipos blindados. Muros hechos
de la propia tierra arenosa del desierto, levantados con bulldozers, a
veces con dos o tres metros de altura. Los había dobles, con una separación de
apenas uno o dos metros, que en algunos lugares se cruzaban y se perdían en la
distancia. Durante decenas y decenas de kilómetros se repetía este paisaje. Si
la invasión se lanzaba desde la frontera kuwaití, tal como estaba anunciada,
este sería el camino a seguir por las columnas blindadas si no quisieran o
pudieran utilizar la autopista No. 8 para evitar la entrada a las ciudades del sur.
Era de suponer que este terreno estuviera minado o preparado, con el
propósito de dificultar el avance de los invasores. Hasta donde se
perdía la vista, el paisaje era un desierto llano y descubierto y se
mantenía así en toda la banda al oeste de la autopista, hasta unos 100 km antes de
llegar a Bagdad. Se me ocurrió pensar que cualquier emplazamiento defensivo
en esta superficie sería blanco fácil de la aviación, más teniendo en
cuenta la enorme superioridad aérea que debía desplegar el enemigo. Aquí las
posibilidades de enmascaramiento eran en extremo limitadas, aunque quizás podrían
operar pequeños grupos de comandos o tropas especiales parar
dificultar el avance de los invasores.
Hacia la derecha, el panorama poco a poco se tornaba distinto,
aparecía la vegetación, las poblaciones y, no lejos, el Éufrates.
Contemplábamos los canales de irrigación, varios eran estrechos, pero en la medida que
se avanzaba hacia el norte estos se volvían más grandes y anchos. La autopista
torcía en Nassiriyah y tuvimos que cruzar varios puentes. El gran río, tiene
una fuerte corriente, si se volaran los puentes, los invasores tendrían
importantes dificultades que vencer. En este entorno (ríos y ciudades), los combates se
podrían desarrollar en condiciones más ventajosas, debido a que hay mayores
posibilidades de enmascaramiento.
Durante nuestro avance por la carretera reflexionábamos sobre estos
detalles. A veces, en los cruces de caminos y en los pasos a nivel, pero lejos
de las poblaciones, había pequeños destacamentos de guardias y en
tramos de hasta 20 km encontramos, a la orilla de la carretera, un pelotón
emplazado en rústicas construcciones detrás de muros de tierra, algunos tenían
una o dos ametralladoras antiaéreas y algún cañón sin retroceso montado sobre
un vehículo. No son fuerzas como para entablar combate, sino más bien
pequeñas guarniciones. Por lo demás, la vida se desarrollaba casi
normalmente, la gente continuaba trabajando, los jóvenes y los niños en las
escuelas, los comercios funcionando.
Atravesamos Nassiriyah para de nuevo tomar en dirección este. En la
ciudad, grupos de jóvenes vestidos de uniforme verde olivo, recibían
entrenamiento militar. En algunos pueblos, frente a edificios que parecían
oficiales, también vimos grupos de civiles y pensamos que estuviesen
respondiendo a un llamado de reclutamiento. El país se movilizaba lenta y, tal vez,
tardíamente para enfrentar la anunciada agresión. Por momentos reflexionábamos,
debido a la falta de preparación para la guerra, que los dirigentes del
país debían pensar que la agresión no se llevaría a cabo. En otras ocasiones nos
imaginábamos que podían estar preparados con mucha eficiencia y de forma que no
se detectara a simple vista, y que nosotros, simples observadores,
no teníamos capacidad para evaluar la verdadera preparación militar del país.
Sin embargo, esta idea no llegaba a convencernos.
Continuamos por la carretera que nos llevaba de nuevo a Kut, y unas
dos horas después, ya por la tarde, entramos en Bagdad. Tenemos una
mejor visión del país, aunque de forma rápida y tal vez precipitada.
Recorrimos sus principales zonas y provincias, hablamos con mucha gente y nos
entrevistamos con importantes dirigentes. Eso nos ayudaría a situarnos con más
objetividad en los acontecimientos futuros.
Lo más relevante que encontramos en Bagdad, fue la noticia de que el
gobierno había aceptado destruir los cohetes Samoud II. En el último
momento, pero antes del plazo establecido del día primero, Iraq decidió
proceder a destruirlos. Igual procedimiento fue empleado cuando al principio
rechazaron y en el último momento aceptaron la Resolución 1441, el regreso de
los inspectores y después el vuelo de los aviones de reconocimiento U-2
con tripulación estadounidense. Algunos artículos de prensa evaluaban esta política
de llevar los plazos hasta el límite como una acción inteligente, al
provocar que EE. UU. argumentara con fuerza estas supuestas violaciones como
razones para lanzar la guerra, y de pronto sustraer la alfombra de abajo de
sus pies dejándolo sin argumentos. Colin Powell, por ejemplo, se había
apresurado a declarar a la CNN, que el incidente con los cohetes era una
prueba definitiva del rechazo de Iraq a desarmarse y de la violación de la 1441 por lo
que había que proceder ya a desarmarlo. Algunos periodistas en Bagdad
afirmaban que esta última jugada se había hecho en coordinación con los
franceses para demostrar que el trabajo de los inspectores funcionaba, y así
darle peso al argumento del gobierno galo de que no había motivos para la
guerra. Otros señalaban que, por el contrario, este hecho se prestaba para
argumentar que solo bajo extrema presión y amenaza militar, Iraq era capaz de
aceptar, su desarme.
Marzo
El día 1ro. lo dedicamos a recorrer Bagdad y sus alrededores.
Queríamos tener una visión de los preparativos para defender la ciudad, pero
vimos poco. Había aumentado el número de trincheras, aunque tan mal
construidas y colocadas como las anteriores. Se incrementó la presencia de
personas vestidas de uniforme militar y las camionetas preparadas para
instalarles una ametralladora sobre la cama. Los mismos tres o cuatro radares en las
afueras y el emplazamiento para colocar otro en las cercanías del puente
Jadriya. Al fondo de la zona de los palacios presidenciales, en unos terrenos
que se extienden por la margen del Tigris, aparecían, medio enterrados,
varios camiones cisternas de llamativo color naranja y habían dislocado algunas
ametralladoras antiaéreas. Más atrás, en una explanada interior de la misma
zona, se divisaban dos o tres helicópteros rusos pintados de
camuflage, mas estaban allí desde hacía tiempo y nunca los vimos o sentimos volar,
por lo que estimábamos que eran señuelos.
Nos confirmaron que el gobierno y el partido Baas estaban dividiendo
las ciudades en zonas de defensa, con una dirección presidida por el
partido e integrada por los organismos de seguridad y asesorada por
militares. Se estaban encargando de censar las necesidades de las familias,
planificar la distribución de alimentos y combustible, y de preparar militarmente
a quienes estuvieran aptos y dispuestos. Tenían también misiones
correspondientes a la Defensa Civil.
La información nos llegó por distintas vías y, en no pocos lugares,
vimos a grupos de personas frente a edificios que parecían militares o de
la seguridad, lo cual nos hacía pensar que avanzaban en cierta preparación para la
defensa, aunque seguíamos sin verla concretada sobre el terreno. No
obstante, analizábamos que la ciudad ofrecía muchas ventajas para los combates
y podía ser preparada con rapidez. Las propias edificaciones, muros,
ventanas, servirían como escondites y posiciones de tiro, y el conocimiento de
calles, pasillos, salidas o entradas brindaría ventajas a los
residentes y desventajas al intruso. Claro que todo esto podía ser más eficiente si se
preparaba con tiempo, se cavaban túneles comunicantes y refugios, se
estudiaban las posiciones de tiro y se guardaban en lugares adecuados armas,
municiones, explosivos y otros abastecimientos. Los elementos que teníamos sobre
la preparación iraquí para la resistencia eran contradictorios.
Dudábamos.
Las continuas reuniones del presidente Saddam Hussein con los jefes
militares eran un elemento a tener en cuenta. El domingo 2, el
Iraq Daily titulaba su primera página: «El Presidente sostiene reunión con
altos oficiales de la Guardia Republicana y unidades especiales». La información
venía acompañada de una foto donde el Presidente aparecía rodeado de unos
50 militares, muchos de ellos jóvenes. Esto, repetido hasta la saciedad durante
los últimos meses, daba la impresión de que se preparaba una meticulosa
defensa ante las crecientes amenazas de agresión.
En El Cairo sesionó otra reunión de la Liga Árabe, la cual, después
de muchas contradicciones, emitió una declaración rechazando cualquier
agresión contra Iraq. Durante el cónclave el representante de los Emiratos
Árabes Unidos solicitó que se pidiera a Saddam Hussein su renuncia para
evitar la guerra, lo que suscitó un incidente. Una Cumbre de la Conferencia
Islámica tuvo lugar en Doha, Qatar, pronunciándose de igual forma contra la
guerra y rechazando la participación de los países miembros en cualquier
acción militar contra Iraq. Sin embargo, en el propio Qatar se había instalado el
Puesto de Mando para dirigir la operación. El vicepresidente iraquí, que
tomaba parte en la reunión, acusó a Kuwait de facilitar su territorio para que
EE. UU. lanzara una agresión ilegal.
Por esos días, atendimos varias delegaciones de visita en Bagdad,
algunas latinoamericanas. Había brasileños y mexicanos, personas del
movimiento pacifista que se oponían a la guerra, entre ellos dirigentes de
partidos políticos. Un grupo de españoles tomó la embajada de Aznar y unos budistas
japoneses iniciaron, en el centro de la ciudad, una ceremonia
religiosa por la paz. Sudáfrica, que estuvo activa en la oposición a la guerra, envió
a un vicecanciller que fue recibido por Saddam Hussein, así como un grupo
de expertos en desarme. Ramsey Clark, ex fiscal general de EE. UU.,
también fue acogido por el Presidente, al igual que un enviado especial del
mandatario libanés.
El número de periodistas seguía creciendo. Con los españoles y los
latinoamericanos habíamos establecido especiales relaciones e intercambiábamos
puntos de vista sobre la situación y los escenarios que podían
presentarse. Algunos estaban mejor informados que otros, tratábamos de ayudar con
nuestras explicaciones. La mayoría, al percatarse de la realidad iraquí y de
cómo manipulaban las cosas EE. UU. y otros gobiernos en el exterior,
asumían una actitud honesta contra la guerra, a veces en contra de la línea
orientada por la dirección de los medios a los que pertenecían.
Iraq continuó haciendo esfuerzos para el cumplimiento de sus
compromisos y lo estipulado por la Resolución 1441. Los aviones de inspección
incrementaron sus vuelos sin incidentes, fueron entregados nuevos
expedientes probando la destrucción de armamento biológico en 1991 y grupos de
técnicos especializados comenzaron la comprobación in situ de
su enterramiento a unos 150 km al sudoeste de Bagdad. Se llevaron a cabo nuevas
entrevistas con técnicos del programa armamentista y se ampliaron
las listas de personas a ser entrevistadas. Los cohetes Samoud II continuaban
siendo destruidos al ritmo establecido. Los inspectores habían
intensificado el trabajo, aumentando sus visitas.
El jefe de estos, sin embargo, seguía dando opiniones diversas,
incoherentes y hasta contradictorias. A veces, obviaba el papel técnico
profesional que tenía encomendado por el Consejo de Seguridad y hacía frecuentes
incursiones con objetivos políticos, o emitía juicios inadecuados en
alegres entrevistas de prensa. En una de ellas, concedida a la revista
Time, afirmó: «por supuesto ellos (los iraquíes) no tienen credibilidad y la
diplomacia puede necesitar ser respaldada por la fuerza». Palabras muy similares a
las pronunciadas por dirigentes estadounidenses. En el transcurso de los últimos días
del mes había dicho: «Iraq colabora poco», para después afirmar:
«hay pasos importantes hacia el desarme», o «Iraq ha dado pasos de sustantiva
cooperación en días recientes». La falta de seriedad era un reflejo del
deterioro a que estaba siendo sometida la ONU.
En Arbil, el Kurdistán iraquí, se reunieron al fin unos 50
representantes de organizaciones de la oposición iraquí, bajo la custodia de
agentes de seguridad de la CIA, según pudimos apreciar por un canal de la televisión
kurda. Enviados especiales de Washington y Londres hablaron en el encuentro
y trabajaron duro para tratar de superar las enormes contradicciones
que oponían a estos grupos.
Por otro lado se agudizaron los conflictos ante la amenaza de
Turquía de introducir sus tropas en esta región. El Parlamento autónomo creado
por la oposición kurda iraquí emitió una declaración rechazando la
intervención turca, amenazando con combatirlos si entraban en su territorio. Unos 200
000 kurdos se manifestaron en Arbil contra la entrada de tropas turcas
en esa región, cuando se divulgó que EE. UU. y Turquía habían firmado un
acuerdo secreto, mediante el cual permitirían el ingreso de 40 000 soldados
en el Kurdistán. Ello motivó que el segundo jefe del Partido Democrático
del Kurdistán declarase: «EEUU y Turquía firmaron un acuerdo traidor que permite
la ocupación de la región por Turquía. En el transcurso de mi vida, los
EEUU nos ha traicionado dos veces, cuando la sublevación de 1975 y después en
el 91. Ahora sería la tercera vez que nos traicionan en una sola
generación».
Turquía tenía mucho temor de que la guerra facilitara la creación de
un estado kurdo independiente en el norte de Iraq, pues esto
repercutiría sobre la gran población kurda turca. También venía reclamando el respeto
de los derechos de la minoría turcómana –entre 100 000 y 150 000– que viven
en Mosul y Kirkuk, pero las posibilidades de enviar sus tropas se veían
en esos momentos limitadas debido al pronunciamiento de su Parlamento que
rechazaba dar facilidades para que EE. UU. usara su territorio como base para
la invasión.
Si este rechazo se mantenía firme, la operación militar que EE. UU.
pretendía lanzar contra Iraq podría complicarse, pues la
introducción de sus tropas a través del suelo turco era decisiva para abrir un frente
norte que avanzara sobre Bagdad y sobre la zona petrolera de Kirkuk. Como
opción, EE. UU. tendría que limitarse a aerotransportar sus fuerzas y
medios, y utilizar, tal vez, pequeños aeropuertos en el Kurdistán, lo cual
reduciría mucho su capacidad operacional.
Como una señal de que el inicio de la guerra se acercaba, la
embajada turca en Bagdad fue cerrada y su embajador, recién nombrado, regresó
a Ankara. El de Rumanía también se fue, pues había pasado a ser un
país beligerante al dar facilidades a las fuerzas estadounidenses para
que utilizaran su base aérea de Constanza, sobre la costa del mar Negro. Con estos,
ya eran nueve los países que habían retirado sus jefes de misiones y
cerrado sus representaciones. Otras embajadas mantenían una presencia mínima y
la mayoría de las que quedaban estaban a nivel de Encargados de
Negocios.
La Liga Árabe se reunió de nuevo en Sharm el Sheij, Egipto, y a
pesar de sus inconsecuencias y contradicciones, reiteró su posición
haciendo una declaración que se oponía a la guerra y llamaba a dar más tiempo
al trabajo de los inspectores para buscar una solución pacífica. En
algunos países árabes se llevaron a cabo importantes manifestaciones
populares. Egipto, que por lo general permitía este tipo de actividades solo en
locales cerrados, facilitó una mayor expresión del sentimiento popular, al
aceptar la congregación de unas 100 000 personas en un estadio.
El repudio internacional a la guerra había continuado pronunciándose
en todos los rincones del mundo y con mucha fuerza en Europa, donde se
destacaban Italia, España y Gran Bretaña, cuyos gobiernos hacían caso omiso a
la voluntad popular expresada masivamente en las calles.
En el Consejo de Seguridad de la ONU se profundizaba el
enfrentamiento, que ponía de un lado a Francia, Alemania, Rusia y China, y del otro
a EE. UU., Gran Bretaña y España. Algunos analistas estimaban que
podríamos estar presenciando el surgimiento de un nuevo polo que
sirviera de cierto balance a los planes hegemónicos de Washington.
Estados Unidos persistía en su empeño de que se aprobara otra
resolución que legalizara sus intenciones de agredir a Iraq, pero no era nada
fácil, y aunque Powell declaraba que tendrían mayoría, hasta ese momento no
la había logrado. En entrevista concedida a la televisión española, el
canciller francés declaró: «Los inspectores funcionan, el desarme continúa y
la 1441 ofrece todas las posibilidades para concluirlo. Hay que fortalecer
el trabajo de los inspectores. La posición de Francia es coherente con su
visión de un mundo multipolar».
Las presiones de EE. UU. se centraban en un grupo de países,
miembros no permanentes del Consejo, para tratar de lograr la mayoría
necesaria de nueve. Ellos eran: Chile, México, Angola, Guinea, Camerún y
Pakistán. Pero el presidente Bush, mostrando una vez más su desprecio por los
mecanismos multilaterales, volvió a declarar que no necesitaba una nueva
resolución para desarmar a Iraq y que lo desarmaría con o sin el acuerdo del
Consejo de Seguridad, y agregó: «Iraq será ejemplo de democracia para la
región y el cambio de régimen nos permitirá acabar con el terrorismo palestino y
crear un estado».
Mientras esto sucedía en torno a la ONU, donde tenía lugar la
batalla política fundamental, la maquinaria militar había seguido moviendo
hombres y medios para la región. La guerra se hacía inevitable e inminente.
Sin embargo, lo que no calcularon los ideólogos del «Imperialismo para el Nuevo
Siglo» cuando elaboraron sus planes para implantar su proyecto a
partir de la ocupación de Iraq, aun antes de que este grupo llegara al poder en
Washington, era la enorme oposición que iban a encontrar y que el escenario se
les podría volver tan complejo.
Conscientes de lo que podía desatarse en cualquier momento, en la
embajada completábamos los preparativos para resistir. Revisábamos los
detalles, probábamos reiteradamente los distintos medios de comunicación,
pasábamos revista a todo lo que se pudiera necesitar, y habilitábamos el
refugio con herramientas, caretas antigases y otros medios necesarios.
El día 7, se efectuó la reunión del Consejo de Seguridad, a la que
comparecieron los señores Hans Blix y M. El Baredei. Los informes parecían
imparciales, pero con un ligero saldo positivo hacia Iraq. «El desarme tomará
meses» decían, y señalaban que ahora Iraq estaba colaborando como debía
haberlo hecho antes. El Baredei mencionaba: «no son auténticos los
documentos que respaldan las acusaciones británicas y de los Estados Unidos de que
Iraq intentó importar uranio», la información era desmoralizante. Afirmó,
además, que Iraq no tenía posibilidades de constituir una amenaza atómica.
Los informes ponían en evidencia que se lograban progresos y que Iraq
estaba colaborando.
En el hotel Canal, sede de la ONU, donde estaba el estado mayor de
los inspectores, pero también las Oficinas del Programa Humanitario para
Iraq (UNOHCI), nos convocaron a la reunión informativa de todos los
meses. El jefe de este programa, embajador Ramiro Lopes, hizo casi una
despedida. El grupo de embajadores había disminuido sensiblemente y entre los
que asistimos reinaba el pesimismo. Cuando nos informaron cómo marchaba
el programa humanitario y los planes futuros, todo nos sonó
trágicamente ridículo. En la reunión participaban dos embajadores que, con larga
experiencia en la región, persistían en tratar de convencerme de que no habría
guerra.
El personal internacional de este programa, UNOHCI, era ya escaso y
había sido retirado poco a poco, como para que no se notara, pero
los latinoamericanos que allí trabajaban nos habían informado de la partida de la mayoría
de ellos. Asimismo habíamos conocido sobre sus planes de
contingencia para caso de urgencia, cómo efectuarían la retirada, hacia dónde, etc.
Hasta los inspectores que trabajaban en este mismo hotel habían escenificado
prácticas de evacuación sorpresiva, previendo el estallido de la guerra. La
información de estos «ensayos» nos llegaba de manera inmediata, pues la retirada
de este personal podía significar el preludio de la guerra.
Durante la primera decena de marzo, el conflicto tenía dos
escenarios fundamentales, el Consejo de Seguridad de la ONU en el orden
político, y la movilización militar que parecía estar a punto de completarse en la
región del golfo.
En el Consejo de Seguridad, aunque Powell había afirmado el día 9
que podía ganar una mayoría para aprobar una resolución que autorizara
la agresión, se mantenía la fuerte oposición a la alianza de EE. UU., Gran
Bretaña y España y la generalidad optaba por la continuación del trabajo de
los inspectores, y se oponía a dar un ultimátum a Iraq, alegando que el proceso de
desarme funcionaba.
Un tercer escenario lo constituían las calles de cientos de ciudades
en todo el mundo, donde los pueblos continuaban manifestándose contra
la guerra y contra el hegemonismo de Washington. El día 10, se produjeron
grandes movilizaciones populares.
En el orden militar se informó que dos nuevos acorazados y tres
submarinos estarían cruzando el Canal de Suez en dirección al golfo y al mar
Rojo. Portaban algunos cientos de cohetes cruceros Tomahawk cuyo alcance
era de 1 600 km. Ya estaban basificados o próximos a llegar a la región
cinco portaaviones con cientos de cazas y bombarderos a bordo. En el
desierto de Kuwait, cercano a la frontera iraquí, se llevaban a cabo maniobras
en condiciones parecidas a la guerra, en las que participaban cientos de tanques y
otros blindados, helicópteros, artillería y tropas, que ya debían
estar listas para la agresión. Los superbombarderos «invisibles» B-2, capaces de
cargar 16 bombas «inteligentes» de 2 000 libras cada una, comenzaban a ser
movilizados hacia la base de Diego García en el Océano Índico. Todas estas
informaciones llegaban por los medios de prensa. El inmenso poderío
y la prepotencia, los llevaba a hacer públicos todos los preparativos de
la masacre que urdían. No eran pocos los artículos que aparecían por estos días
en la prensa estadounidense, hablando de «las cualidades» de las
nuevas armas del imperio, noticias que sin duda eran parte del terrorismo
mediático.
Los jefes militares de EE. UU. y Gran Bretaña, habían anunciado que
sus bombardeos a la llamada «zona de exclusión aérea» entraban en
una fase más intensa, y lo demostraron con un ataque en Basrah donde
murieron seis civiles. El general Tommy Frank, durante una entrevista de
prensa en el Pentágono, había dado detalles de cómo serían las operaciones:
«reduciremos al mínimo los daños colaterales, dijo, habrá una gran campaña aérea,
diez veces más fuerte que en el 91 y con armas más inteligentes».
El día 11, el embajador de Cuba en la ONU habló en una sesión
abierta en el Consejo de Seguridad, que fue solicitada por el Movimiento de
Países No Alineados con carácter urgente para tratar la crisis de Iraq. Los
pronunciamientos de los representantes de decenas de países, dieron fe de que la casi
totalidad de la comunidad internacional se oponía a los planes
agresivos de EE. UU., que solo encontraban apoyo en un pequeño grupo. El
representante de Cuba expresó: «Una guerra en Iraq sería injusta y totalmente
innecesaria. Ahora se anuncia con inaudita crueldad el empleo de nuevas armas
y una intensidad sin precedente de los bombardeos y se declara que
la magnitud de las bajas civiles es incalculable. Ningún daño podría ser más
grave, ni peores las consecuencias, ni haría más irrelevante el Consejo de
Seguridad que una claudicación».
En Estrasburgo, Francia, el Parlamento Europeo demandó la
continuación del trabajo de los inspectores y rechazó la guerra. En el Vaticano
el Presidente del Consejo pontificio para la justicia y la paz declaró
que: «Una decisión al margen de la ONU sería un hecho gravísimo, se pondría en
duda no solo su credibilidad, sino incluso su futuro».
En Bagdad, sin embargo, la vida continuaba con bastante normalidad,
aunque el número de trincheras de sacos había aumentado en las
calles sin que llegaran a ser numerosas. El tema de la guerra, se hacía más
frecuente entre las personas y una señal inequívoca de la preocupación por lo
que pudiera pasar lo constituía la devaluación de la moneda iraquí, que había
alcanzado 2 700 dinares por un dólar. La semana anterior estaba a 2 340 por
uno. El proceso de desarme continuaba a buen ritmo. El viernes 14 ya se
habían destruido sesenta y cinco cohetes Samoud II, se habían
presentado informes actualizados que atestiguaban la destrucción de gas
nervioso VX, y una lista inédita de técnicos con 180 nombres recién incorporados de
personas vinculadas al programa armamentista había sido entregada.
Un nuevo incidente, creado por la acusación de Colin Powell de que
Iraq poseía aviones no tripulados dispuestos para ser enviados con armas
de destrucción masiva, se disolvió rápidamente cuando se hizo una demostración
ante la prensa que comprobó que estos rudimentarios artefactos no
volaban más allá de ocho kilómetros.
Otro hecho sospechoso de provocación tuvo lugar cuando un avión U-2,
de los que volaban para apoyar las inspecciones, entró en territorio
iraquí sin pedir autorización previa como estaba establecido. Habían solicitado
el permiso para realizar un vuelo, pero después penetró un segundo avión que
fue detectado por la defensa aérea iraquí, aunque no llegó a hacerle
fuego. Los coordinadores de la ONU se excusaron y reconocieron que había sido
un error, aunque no se aclaró de quien. Si los iraquíes le hubieran
disparado, con seguridad habría estallado la guerra, ya que estos aviones eran
tripulados por oficiales de la fuerza aérea estadounidense.
Algunos medios de la prensa internacional divulgaron la noticia de
que ya solo permanecían en la capital iraquí las embajadas de la Santa
Sede, la Federación Rusa y Cuba. Lo que no era cierto en su totalidad:
quedaban otras, aunque muy pocas a nivel de embajadores.
El día 12 almorcé con una delegación de la Cancillería de México que
visitaba Iraq para conocer la situación e informarse sobre la
presencia de ciudadanos mexicanos y convencerlos de abandonar el país. En la
ciudad, se encontraban con anterioridad: periodistas de diversos canales de
televisión y de la prensa plana (entre ellos de Televisa y el periódico
La Jornada); un grupo de solidarios que tenían idea de servir como escudos humanos;
y dirigentes políticos de partidos de izquierda –que desde Bagdad trataban de
influir para que México, como miembro del Consejo de Seguridad,
mantuviera una posición firme contra la guerra– para quienes organizamos una
cena en la residencia. Hicimos contacto con todos y manteníamos relaciones
amistosas, nos visitaron en la embajada y nos veíamos con frecuencia. Los
ayudamos en la medida de nuestras posibilidades, en especial con nuestros
consejos, trasmitiéndoles experiencias que considerábamos útiles para el
trabajo en el mundo árabe.
Los representantes de la Cancillería mexicana me pidieron ayuda y
protección, en caso necesario, para los que decidieran permanecer; pero eso ya
estaba comprometido, éramos hermanos latinoamericanos.
Los pronunciamientos de los líderes iraquíes en estos días estaban
dirigidos a levantar el espíritu patriótico y de resistencia, a veces en clara
evidencia o admisión de que la guerra ya era inevitable. El presidente, en una
carta dirigida al pueblo y leída por la televisión con motivo del año
nuevo musulmán, afirmó: «Iraq derrotará a los invasores. EEUU quiere convertir en
esclavos a los árabes». El dirigente iraquí recibió a un enviado
especial de Vladimir Putin, el presidente de la Duma, Guennady Zeleznykov.
La televisión nacional reportó que existían grupos de voluntarios
árabes y de otros países islámicos entrenándose en Iraq para enfrentar la
agresión y se vieron algunas decenas de estos en pleno ejercicio con fusiles y
lanzagranadas RPG-7. En uno de los tantos desfiles militares aparecieron grupos de
suicidas vestidos de blanco que expresaban su disposición a
inmolarse para destruir al invasor.
Los rezos de los viernes, que se transmitían por radio y televisión,
eran particularmente combativos en las últimas semanas, utilizaban un
lenguaje de abierto contenido político, donde se mencionaba al imperialismo,
el colonialismo y el sionismo y se analizaba la historia de lucha de los árabes e
islámicos. En ocasiones, el Cheik que pronunciaba el sermón empuñaba
un fusil AKM.
Desde La Habana nos llegaron las palabras que nuestro canciller,
Felipe Pérez Roque, pronunció en una Conferencia de Prensa. Sobre Iraq
dijo:
Hoy está en juego en New York no solo una guerra, sino la existencia
futura de un sistema internacional de instituciones. La posibilidad
de que pueda desatarse una guerra sin la autorización del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas sentaría un precedente de una
gravedad que no alcanzamos a aprehender bien para el futuro. Cuba
considera que una guerra contra esa nación (Iraq), sin la
autorización del Consejo de Seguridad sería ilegal, injusta y violatoria de la
Carta de las Naciones Unidas. Nadie podría entender razones que la
justifiquen.
El presidente Bush habló el día 14 para anunciar al mundo su
Proyecto de Mapa de Ruta para resolver el conflicto palestino-israelí, que
incluía «su visión» de un estado palestino. El jefe del imperio extiende una
mano a los árabes con una difusa zanahoria, mientras en la otra tiene el
garrote. En efecto, la oferta no podía ser más elocuente, el mensaje era claro:
«los árabes no deben ponerse contra los Estados Unidos, no somos tan malos,
estamos dispuestos a resolver el problema palestino». Era una especie de
hoja de parra con la cual quería cubrir su marcada política antiárabe y
antimusulmana.
A mediados de marzo parecía cerrarse el camino de una solución en el
Consejo de Seguridad. Francia y Rusia hablaron incluso de la
posibilidad de vetar una nueva resolución que diera luz verde a la guerra, y EE.
UU. no lograba reunir los nueve votos necesarios para aprobarla a pesar
de las tremendas presiones que ejercían sobre los países miembros. En estas
circunstancias, el «trío del mal, Bush, Blair y Aznar» se reunió en las Islas
Azores, el día 16, para desechar la vía de las negociaciones y lanzar la
agresión.
Ese mismo día, Jacques Chirac insistió: «Los inspectores han dicho
en varias ocasiones que no era una cuestión de años, pero tampoco era,
naturalmente, una cuestión de días: era una cuestión de meses. Entonces es un
mes, dos meses. Estoy dispuesto a cualquier acuerdo sobre este punto
que tenga el aval de los inspectores». Esta idea sirvió de base para una
propuesta ruso-franco-alemana, y contemplaba que el Consejo de Seguridad
aprobara un plan calendario preciso para el desarme, con etapas para
concluirlo y verificarlo. El gobierno iraquí invitaba de nuevo a Bagdad a los
señores Blix y El Baredei para elaborar un plan que posibilitara la
aceleración del cumplimiento de la Resolución 1441. Parecía demasiado tarde.
El vicepresidente estadounidense, Dick Cheney respondía: «No hay
duda de que estamos cerca del fin de los esfuerzos diplomáticos». Colin
Powell dijo: «No hay razón para realizar una nueva reunión del Consejo de
Seguridad cuando existen tan profundas diferencias entre sus miembros».
El día 17, el proyecto de resolución que defendían Gran Bretaña y
EE. UU. en el Consejo de Seguridad es retirado y George W. Bush da 48 horas
a Saddam Hussein y su familia para que abandonen Iraq. Es un ultimátum que
conllevaba el persistente mensaje de que el problema era Saddam y si lo
eliminaban, las cosas podrían arreglarse. Era la invitación a la sublevación, el
asesinato o el golpe de estado; pero nada de esto sucedía.
El presidente francés, en un postrer esfuerzo, alegó: «Iraq no
representa actualmente una amenaza tal que justifique una guerra inmediata».
Pero ya la suerte estaba echada; el secretario general de la ONU, Kofi
Annan, ordenó la retirada de los inspectores y de todo el personal de esa
organización en Iraq. Estaban allí respondiendo a resoluciones aprobadas por el
Consejo de Seguridad y eran retirados sin el acuerdo de ese mismo Consejo.
De igual forma, el Secretario General ordenó el retiro de las fuerzas de
seguridad de la ONU que permanecían en la frontera con Kuwait.
El vicepremier iraquí, Taha Yassin Ramadán, envió una carta a Kofi
Annan en términos duros, recordándole el artículo 200 inciso 1 de la
Carta de la ONU, que establecía que el Secretario General y el personal de la
Secretaría, no recibirán instrucciones de ningún gobierno ni de ninguna
autoridad ajena a la organización. En el mismo texto censuraba el hecho de que
el Secretario General no hubiera condenado explícitamente los ataques
militares contra Iraq. Ya el canciller Naji Sabri había escrito a Kofi Annan
demandándole que restituyera las fuerzas de la UNICOM en la frontera kuwaití,
pues su retirada constituía una violación de las resoluciones de la
organización y de la propia Carta.
Con el inicio de la guerra a las puertas, solicitamos permiso al
Ministerio de Relaciones para salir de Bagdad y visitar las ruinas de Cesifón,
fundada hacia el año 144 a.n.e. y donde se mantiene un alto y fabuloso arco
desafiando el paso de los siglos. El lugar no estaba lejos y nos permitiría
echar un vistazo a los preparativos de la defensa en las afueras, hasta unos 50 km de
distancia.
El día 18 por la mañana realizamos la visita. Desde la carretera, en
dirección sudeste observamos la operación de despliegue de una
unidad de artillería y otra de cohetes antiaéreos, esto a una distancia
aproximada de entre 25 y 30 km de Bagdad. Eran ubicados en terrenos próximos a
la carretera, con protección de unas arboledas. Avistamos varios grupos
de hombres que, al parecer, esperaban para su reclutamiento o para
recibir alguna preparación. En los comercios, las personas compraban
abastecimientos en cantidades para almacenar.
El Iraq Daily informaba que la población no se dejaba
intimidar y se preparaba con tranquilidad para enfrentar la posible agresión. Las
manifestaciones populares se sucedían en casi todas las ciudades y la televisión
mostraba el entrenamiento militar que se impartía a diferentes grupos de
personas. Acorde con nuestro análisis, era insuficiente el movimiento de
tropas y medios que se requerirían para preparar la defensa efectiva de Bagdad,
aunque se mantenían las archiconocidas reuniones del presidente con los
altos oficiales y los mandos de diferentes unidades. En una de ellas afirmó: «Los
Estados Unidos están dominados por un lobby sionista», lo cual
coincidió con un cintillo mostrado por la CNN, donde se informaba que un
congresista estadounidense había afirmado que el lobby judío en EE. UU. era el principal
impulsor de la guerra, y también con declaraciones del escritor y
periodista Michel Collon,[24] quien dijo que: «el presidente Bush está dirigido
por fundamentalistas cristianos e influenciado por el lobby judío en su
decisión de hacer la guerra a Iraq».
Nos enteramos de que los Ministerios y las Oficinas del Gobierno, al
menos las más importantes, se habían evacuado a otros lugares
durante los últimos días, solicitamos al Ministerio de Relaciones Exteriores su
nueva ubicación para comunicarnos con ellos en caso de necesidad, pero
dijeron que nos informarían más tarde.
Esa misma semana, el gobierno iraquí hizo público un decreto
mediante el cual dividían el país en cuatro grandes zonas militares: una en el
norte que incluía las tres provincias del Kurdistán, Mosul y Kirkuk; otra en
el sur con su centro en Basrah, que abarcaba Amara y Nassiriyah; la tercera que
contenía los territorios del centro excepto Bagdad-Tikrit, que integraban la
cuarta región. Al frente de cada una se designó a los más altos dirigentes del país.
La medida, tal vez correcta en el sentido de dar autonomía a esas regiones,
hubiera requerido ser adoptada mucho antes.
El día 18, me visitó un embajador amigo que todavía dudaba si se
evacuaría a Jordania o no, aunque tenía instrucciones de su Ministerio para
hacerlo. Argumentaba que en el último momento habría una negociación
y se evitaría la guerra. Me preguntó mi opinión y le dije, para no ser
absoluto, que la posibilidad de que estallara era del 99.99%.
[19]Ex presidente de la República Chequia.
[20]Ola gigantesca originada por un maremoto. (N. del E.)
[21] Practicante del Mandeísmo, doctrina religiosa surgida hacia el
siglo II d.n.e, de cuyos adeptos queda un grupo en Iraq. Sus textos
reflejan influencias persas, judías y cristianas, creen que la
salvación del alma y el universo material solo puede producirse a
través del conocimiento revelado, una vida ética estricta y la
observancia de ciertos ritos. Veneran a san Juan Bautista y repiten
el bautismo con frecuencia por considerarlo un rito de purificación.
Sus monjes forman una casta separada de los laicos. (N. del E.)
[22] Ezra o Esdras (c.a. 397 a.n.e.), sacerdote y escriba que
representó una figura fundamental en el renacimiento del judaísmo
tras el cautiverio en Babilonia. Continuador de la obra de Nehemías,
fue responsable de la exhaustiva codificación de las leyes,
incluyendo las que regían el culto en el Templo y el canon de las
escrituras. Por otra parte, contribuyó de forma decisiva a la
eventual sustitución de los sacerdotes por los rabinos. (N. del E.)
[23]Palabra hebrea que significa ley o doctrina. La Torah consta de
los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, adjudicados a
Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), y ofrece
una nueva elaboración en el Libro de los Reyes. Es la piedra
fundamental de la religión y la ley judías. Se presenta en forma de
rollo de pergamino y se lee en la sinagoga. Su lectura es un
ejercicio permanente que el creyente debe realizar, como mínimo,
cuatro veces por semana.
[24] En su artículo «El plan de invasión está sobre el buró de
Bush», publicado en septiembre del 2002, Collon argumentaba sobre el
viejo sueño israelí para dividir y destruir a Iraq, al considerarlo
el país potencialmente más peligroso para Israel. Citaba a Oded
Yinon, un representante de Asuntos Exteriores del estado judío, que
en 1982 escribió: «Para nosotros, disolver Iraq es mucho más
importante que Siria. La potencia iraquí es la que a corto plazo
constituye la mayor amenaza de guerra para Israel. La guerra
irano-iraquí, desgarrará a Iraq y provocará su caída. Cualquier tipo
de conflicto interárabe nos ayudará y acelerará el objetivo de
dividir Iraq en varios pedazos». El 7 de junio de 1981, aviones
israelíes habían bombardeado una planta nuclear de tecnología
francesa en las afueras de Bagdad, utilizando el alegato de que Iraq
estaba desarrollando capacidades para la producción de armas
nucleares. El Organismo Internacional de Energía Atómica, que había
inspeccionado las instalaciones en fecha reciente, había declarado
que Iraq no estaba, ni estaría en muchos años, en capacidad de
producir tales armas. Es conocido que Israel es el único país en el
Medio Oriente que posee un arsenal nuclear y que rechaza cualquier
tipo de inspección de la OIEA.
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[El Autor] [Indice]
[Introducción]
[Capítulo I]
[Capítulo II]
[Después] [Imágenes]
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