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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Misión en Bagdad Capítulo I ...Hacia la guerra.2nda parte

 
 

 

CAPÍTULO I ...HACIA LA GUERRA

 

«Estamos en un conflicto entre el bien y el mal.

[...]no creamos un problema, sino que revelamos un problema

y dirigiremos al mundo en la lucha contra el problema».

GEORGE W. BUSH

West Point 1/06/2002

 

 

 

Tras recorrer el empinado y zigzagueante camino que asciende a la montaña, llegamos a la base del monasterio, al que todavía se accede subiendo unas escaleras que introducen al visitante en pasadizos y construcciones de distinto origen en el tiempo, hasta llegar a la parte superior en la que se mantiene la edificación primaria, un nicho excavado en la roca donde se halla la tumba del venerado santo. Las edificaciones, realizadas en piedra como la propia montaña, parecen camufladas dentro de su entorno.

 

La conversación que sostuvimos con uno de los pocos monjes que aún viven allí fue interesante. Luego de narrarnos la historia del lugar, entró de forma voluntaria y sin responder a preguntas, en temas políticos. Era una persona gruesa y de baja estatura, con la melena recogida bajo la gorra que formaba parte de su vestuario religioso y lucía un pesado crucifijo sobre el pecho. Se pronunció con pasión sobre el papel jugado por el presidente Saddan Hussein para que se mantuviera la convivencia religiosa y se respetaran las sectas minoritarias, en particular a los cristianos de varias denominaciones que habitan mayormente en estas tierras del norte, donde abundan los monasterios, conventos y centros de religiones tan exóticas como los yeziditas, sobrevivientes de los mazdeos, quienes, se dice, adoraban al diablo y todavía realizan extrañas ceremonias alrededor del fuego. El monje me habló con tanto entusiasmo de la obra llevada a cabo por el presidente Saddam Hussein, el cual ayudó a reconstruir el convento e hizo generosas contribuciones para la permanencia de su comunidad, que me pregunté internamente si sería militante del partido Baas.

 

Agradecidos por sus atenciones partimos de regreso. El sol comenzaba a caer sobre el valle a nuestros pies, y se apreciaba una hermosa vista. No lejos, hacia el norte, estaba la frontera no oficial que marca el último punto bajo control del gobierno iraquí, donde hacían el chequeo a los que ingresaban o salían del Kurdistán, después había un tramo del camino que era territorio de nadie hasta que se llegaba al punto de control de las fuerzas kurdas, que en algunos lugares estaban en manos de la Unión Patriótica del Kurdistán y en otros del Partido Democrático del Kurdistán.

 

Pero no fuimos en esa dirección, pues el paso hacia allá no estaba permitido a los diplomáticos extranjeros con sede en Bagdad, sino que nos dirigimos hacia el sudeste de Mosul, a las ruinas de Nimroud, mencionada como Kelleck en el Antiguo Testamento y cuya fundación data de unos 1 200 años a. n. e. Allí hay fabulosas ruinas de palacios y templos, y se han descubierto tumbas de reinas y princesas de los siglos VII y VIII a.n.e., que contenían importantes tesoros. Pero cuando llegamos ya había oscurecido y lo que vimos fue muy poco, de hecho, ya no era posible acceder a los principales lugares.

 

No obstante, la visita nos permitió recorrer unos 40 km, en otra dirección y acercarnos a Erbil, que funge como capital del Kurdistán autónomo. Sin embargo, no apreciamos nada muy especial, era el mismo panorama que vimos en los alrededores de Mosul, adonde regresamos para cenar y descansar.

 

Mosul es una ciudad más pequeña que Bagdad, pero también extensa, debe tener algo más de un millón de habitantes, su desarrollo en los últimos decenios ha estado vinculado a la explotación del petróleo y existe un importante sector industrial, ahora muy golpeado por el embargo económico que mantiene la ONU bajo la presión de EE. UU.

 

Ya en la mañana nos recogieron en el hotel y nos acompañaron hasta el edificio de la gobernación donde nos aguardaba el gobernador, quien nos recibió con afecto en un despacho espacioso y medianamente lujoso. Los camarógrafos de la televisión iraquí filmaron nuestra llegada y los saludos. Conocimos a otros dirigentes y colaboradores, algunos con el uniforme verde de las altas autoridades civiles, igual al de los oficiales de las fuerzas armadas, pero con insignias diferentes. La conversación fue fraternal, agradecieron la posición de Cuba contra la guerra y recordaron la colaboración que existió con nuestro país años atrás, cuando había cientos de médicos y personal de la salud en Iraq y nuestros técnicos y trabajadores de la construcción hicieron una parte de la autopista que une a Mosul con Erbil y que aún mantiene magníficas condiciones.

 

La posibilidad de la guerra flotaba en el aire, por ello la conversación derivó hacia el asunto de manera espontánea. De producirse una invasión por el norte, desde la frontera turca, Mosul y su territorio estarían en la primera línea de combate. El gobernador afirmó que por allí no les permitirían el paso, se sentían preparados para hacerles una fuerte resistencia y derrotarlos, asimismo no consideraban los movimientos del Kurdistán como un peligro y pensaban que ellos podrían avanzar hacia el norte y reocupar ese territorio, parte integral de Iraq, pero evitaban caer en provocaciones y por ello esperaban que la situación pudiera resolverse sin guerra. En esencia, el mismo discurso de todos los dirigentes iraquíes: no querían la guerra, pero si se la imponían estaban dispuestos y preparados para resistir y derrotar la agresión.

 

Al final hablamos de nuestra propia historia, de algunas experiencias de Cuba y de la amistad que une a nuestros pueblos. Antes de abandonar Mosul, visitamos su importante museo que contenía muestras de las culturas y civilizaciones que han predominado en este territorio, todas ellas muy valiosas, casi la historia misma de la humanidad.

 

De regreso en Bagdad, analizamos la información de la prensa internacional. La situación proseguía deteriorándose, aunque en los últimos días prevalecía la oposición a la guerra, en las declaraciones de dirigentes y personalidades de diversos países:

 

–George W. Bush: «Se le acaba el tiempo a Saddam Hussein. Debe desarmarse, estoy enfermo y cansado de juegos y decepciones».

–El papa Juan Pablo II: «La guerra no es solución» –dijo, en un fuerte y claro mensaje sobre la situación en el mundo.

–Schroeder: «Alemania no enviará tropas ni aunque la ONU lo apruebe». –Jacques Chirac, presidente de Francia: «Francia no apoyará una ofensiva unilateral, ello violaría las regulaciones internacionales. Hay que dar tiempo a los inspectores para que lleguen a conclusiones serias».

–B. Clinton, ex-presidente de EE. UU.: «Debe dejarse a los inspectores trabajar. Durante su primera misión los inspectores destruyeron más armas que lo que hizo la guerra del golfo».

–Costa Semitis, primer ministro griego y presidente en ejercicio del Consejo Europeo: «Estamos por la paz, por evitar la guerra».

–Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea: «Le damos todo nuestro apoyo al profundo Alineamiento de la presidencia griega a favor de la paz».

–Javier Solanas, ex-director de la UNESCO: «La Unión Europea trabaja para una posición común y para dejar trabajar a los inspectores y que completen su trabajo. Si fallan, una segunda resolución del Consejo de Seguridad sería necesaria».

–Kofi Annan: «No hay razones para hablar de guerra».

–S. Hussein: «Los agresores se suicidarán contra los muros de Bagdad y las ciudades iraquíes».

 

Paralelo a estas expresiones, se intensificaba el movimiento popular contra la guerra en buena parte del mundo. Los días 17, 18 y 19, millones de personas se lanzaron a las calles de muchas capitales y ciudades del mundo para alzarse contra la guerra, denunciar a los guerreristas y demandar la búsqueda de una solución pacífica al conflicto. Algunas encuestas realizadas en EE. UU. indicaban que solo el 30% de los consultados favorecían una acción militar unilateral contra Iraq. El importante peso de las manifestaciones y la oposición de una parte considerable de los gobiernos hacían pensar, por momentos, que los impulsores de la guerra podrían reevaluar sus decisiones.

 

Aunque el trabajo de los inspectores se llevaba a cabo con bastante normalidad, Washington y Londres ejercían nuevas presiones para que le imprimieran mayor agresividad a su labor, tal vez, en busca de provocaciones. Condolezza Rice se reunió con Blix en Nueva York y exigió que se aumentara la presión en los interrogatorios a los científicos iraquíes vinculados al programa de armamentos, mientras insistía que se entrevistaran en el exterior. Tony Blair recibió a Blix e hizo similares demandas.

 

El jefe de los inspectores, por su parte, era un aficionado a las apariciones televisivas y solía aparecer muy risueño para pronunciarse sobre asuntos tan serios que podían influir y hasta decidir la muerte de cientos de miles de personas. Ya había sido objeto de críticas por esto y por ir más allá de las responsabilidades encomendadas por la ONU. El periódico sirio Al Thawra, analizaba el día 18 el carácter irresponsable de algunas de sus declaraciones.

 

«Iraq no solo debe abrir las puertas a los inspectores, sino que debe dar pruebas de que no tiene armas de destrucción masiva», dijo en París, usando casi las mismas palabras que Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de los EE. UU.: «Iraq lo único que necesita es mirar a sus fronteras para darse cuenta de lo grave de su situación», amenazó. Se mostró preocupado por el hallazgo de cabezas de proyectiles de artillería capaces de portar elementos químicos y especuló con la gravedad del hecho, pero después fue incapaz de decir si su existencia estaba reportada en el informe entregado por Iraq. Lo mismo sucedió con supuestos documentos encontrados en la casa de un científico iraquí, con el procedimiento para enriquecer uranio. De la misma forma, estuvo repitiendo que «el informe deja preguntas sin responder», obviando el hecho de que las autoridades de Bagdad habían reiterado la disposición de aclarar cualquier cuestión que quedara pendiente.

 

Apoyando estas acusaciones, la prensa guerrerista arreció su campaña a punto de promover la histeria. Un noticiero estelar de la televisión estatal española llegó a afirmar que se habían descubierto «ojivas nucleares».

 

Las respuestas y aclaraciones del gobierno de Bagdad, por supuesto, no fueron tan difundidas. El canciller Naji Sabri repitió que Iraq no poseía armas de destrucción masiva y el asesor militar iraquí que coordinaba el trabajo con los inspectores dijo que:

 

[...] las cabezas de proyectiles artilleros habían sido ya revisadas por los inspectores en la ocasión anterior y estaban fuera de uso, obsoletas y además eran de corto alcance, unos 18 km, por lo que no clasificaban dentro de las armas prohibidas. La información sobre el procesamiento de uranio estaba incluida en el informe de 12 000 páginas entregado. Están creando una tormenta en un vaso de té.

 

Uno de los científicos iraquíes entrevistado en su casa, compareció ante la televisión y acusó a los inspectores de emplear métodos mafiosos para interrogarlo: «me ofrecieron sacar a mi esposa que está enferma al exterior para tratamiento y me pregunto que tendrá que ver esto con las armas de destrucción masiva y el trabajo de ellos», dijo.

 

Ante esta situación se producían algunas manifestaciones de protesta frente al hotel Canal, sede principal del cuerpo de inspectores, en las cuales participaban iraquíes y delegaciones de organizaciones pacifistas y solidarias que continuamente llegaban a Bagdad.

 

En este ambiente caldeado, el Sr. Hans Blix llegó a Iraq junto a Mohamed El Baradei para revisar la marcha de los trabajos y analizar con la parte iraquí las dificultades existentes. El 27 de enero debía presentar un nuevo y, tal vez, decisivo informe ante el Consejo de Seguridad con el resultado del trabajo. Lo que allí se dijera podría ser utilizado por el presidente Bush en su discurso sobre el estado de la nación que pronunciaría dos días después, el 29.

 

El precio del barril de petróleo había estado subiendo en la misma medida que subía la tensión y la posibilidad de guerra. Por estos días, el Brent estaba a $31.25 en Londres y el Texas Int. a $32.75 en Nueva York.

 

La prensa iraquí intensificaba su cobertura sobre la movilización militar para enfrentar la cada vez más posible agresión militar de EE. UU. Se repetían las reuniones del presidente Saddan Hussein con los altos mandos, las cuales ocupaban un espacio en las primeras planas de los diarios. Miles de milicianos armados desfilaban en Basrah y otras ciudades.

 

Dirigentes religiosos iraquíes, de distinta filiación, se reunieron y entregaron al representante de la ONU en Bagdad una carta en la que manifestaban una posición unida contra las amenazas de guerra, para hacerla llegar a Kofi Annan.

 

Algunos análisis militares aparecidos en la prensa internacional reflejaban distintas apreciaciones sobre la situación. La televisora Al Jazzeerah argumentaba que a quien se le estaba acabando el tiempo era al presidente Bush, pues no tenía suficientes fuerzas en la región para lanzar la invasión contra Iraq y tomar Bagdad y, al parecer, no podrían reunirlas a tiempo para librar una guerra incierta ni terminarla antes de que comenzara el terrible verano iraquí.

 

La prensa turca comentaba que habían llegado 150 militares estadounidenses para inspeccionar puertos y aeropuertos y se filtró la noticia de que el gobierno del primer ministro, Abdullah Gul, había decidido dar facilidades para que entraran por la frontera turco-iraquí 15 000 soldados, a través de dos bases aéreas.

 

Otras informaciones se referían a movimientos políticos en la región y a la convocatoria por Turquía de una minicumbre con los dirigentes de Egipto, Arabia Saudita, Irán, Siria y Jordania.

 

Rumores aún más fuertes, que habían trascendido semanas antes, dieron origen a artículos en la «gran prensa occidental» sobre la oferta para que Saddam Hussein abandonase el país y con ello evitar la guerra. Donald Rumsfeld y Colin Powell aparecieron en televisión ofreciéndole garantías de seguridad y vida. Un artículo del New York Times repetía lo mismo, como parte de la guerra psicológica que este medio llevaba a cabo desde hacía meses. Algunos en Iraq analizaban el mensaje que estas declaraciones proponían al pueblo y a los dirigentes iraquíes: «el problema es él, sáquenlo y todo estará arreglado», en clara sugerencia a la realización de un golpe de estado, una sublevación o al inicio de un conflicto interno del cual Washington estaba muy necesitado para realizar sus planes bélicos con menores riesgos.

 

Contrariamente a esto, lo que se apreciaba desde Bagdad era un aumento de la movilización popular, con asiduas manifestaciones en numerosas ciudades, a veces con civiles armados. Igualmente la prensa nacional persistía en informar las frecuentes reuniones de los altos mandos del ejército y los oficiales de menor categoría con el presidente para discutir los planes de defensa. Esto, al parecer, pretendía llevar el mensaje a los agresores de que no les sería fácil invadir y mantener la ocupación del país y que no esperaran, como era su propósito, que se produjeran acontecimientos internos que los favorecieran.

 

En los círculos diplomáticos de Bagdad se comentaba que el gobierno y el partido Baas, para organizar la defensa, estaban dividiendo el país en pequeñas zonas autónomas, al frente de las cuales se encontraban cuadros del partido y de la seguridad, sobre todo en las ciudades, los cuales realizaban las coordinaciones necesarias para facilitar el abastecimiento de comida y otros productos, atender la seguridad, supervisar los asuntos políticos y la defensa civil. Al respecto, el periódico en inglés Iraq Daily afirmaba el día 21 «Iraq es para todos los iraquíes, quienes tienen el deber de defenderlo».

 

Pero EE. UU. persistía en su empeño de provocar una sublevación e incrementaba el lanzamiento de panfletos, con particularidad en el sur, y el propio presidente Bush reiteraba: «los oficiales iraquíes que peleen al lado de Saddam Hussein serán juzgados como criminales de guerra».

 

Mientras tanto, la visita de los jefes de los inspectores Hans Blix y Mohamed El Baredei a Bagdad arrojaba algunos resultados positivos, que fueron reflejados en un comunicado conjunto de 10 puntos, donde se precisaban compromisos por parte de Iraq para brindar más facilidades en el trabajo. Blix hizo los siguientes pronunciamientos: «El proceso de inspección es una alternativa pacífica y requiere una inspección completa. La guerra no es inevitable». El Baredei por su parte afirmó: «Iraq se beneficia si facilita todas las evidencias de forma que podamos someter un informe positivo al Consejo de Seguridad». Ambos declararon: «Estamos haciendo progresos, la reunión con los dirigentes iraquíes fue constructiva».

 

El general Al Saadi, coordinador por la parte iraquí valoró de positivas las negociaciones con los enviados de la ONU, reiteró la disposición de Iraq a colaborar y responder a todas las interrogantes y señaló que los inspectores habían visitado 13 sitios de los especialmente indicados por la CIA y por la inteligencia británica sin encontrar evidencias de armas de destrucción masiva.

 

No obstante, todavía sin quitarse el polvo del camino y llegando a Atenas, en su primera escala después de salir de Bagdad, el señor Blix expresó: «Faltan muchas preguntas que no han tenido respuestas. Los iraquíes no han colaborado activamente».

 

En Europa siguió tomando cuerpo un importante frente contra la guerra que molestaba a Washington. Lo presidían Francia y Alemania, seguidas por Rusia y China, tres de ellos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Canadá también se negaba a seguir los planes de EE. UU., y otros países más pequeños, junto a la generalidad del Tercer Mundo, compartían la misma posición. En los organismos internacionales y regionales era casi absoluto el rechazo a la guerra, entre ellos la Liga Árabe, la Conferencia Islámica, la Unión Africana, el Movimiento de los Países No Alineados y los Parlamentos Regionales. Jacques Chirac y Schroeder hicieron contundentes declaraciones contra la solución bélica del conflicto y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, reaccionó señalándolos despreciativamente como «la vieja Europa».

 

El Washington Post del día 19 reconoció la existencia de una fuerte oposición en el Consejo de Seguridad y que la mayoría opinaba que una acción militar estadounidense no tendría justificación ahora.

 

Estos elementos aún hacían dudar y enturbiaban el análisis y el pronóstico de si habría o no guerra, pero en Bagdad para esta fecha, nos inclinábamos a estimar las posibilidades del estallido del conflicto entre un 75 y un 80%.

 

Se mantenían las dificultades de EE. UU. con Turquía, que no accedía a la entrada de grandes contingentes de tropas por su frontera y la visita del jefe del Estado Mayor, Richard Myers, no parecía haber concluido el diferendo. La cantidad de tropas en el frente sur, Kuwait y el golfo era todavía insuficiente para iniciar la invasión, y algunos analistas estimaban que quedaba poco tiempo para completar estas fuerzas y lanzar una operación que concluyera antes del verano. Otros insistían en que no harían falta tantas tropas, si se producía la sublevación interna que EE. UU. trataba de provocar.

 

Pero la oposición no daba señales de ser capaz de organizar tal acción. Una reunión de dichas organizaciones, anunciada para celebrarse en el Kurdistán iraquí el 15 de enero, debió suspenderse por la falta de acuerdos y las profundas discrepancias entre ellas. Las autoridades turcas comenzaban a expresar serios temores y preocupaciones por la beligerancia de las organizaciones kurdas de Iraq, que habían organizado una autonomía devenida casi estado independiente, convirtiéndose en un «mal ejemplo» para la población kurda en Turquía.

 

Precisamente en Estambul, se celebró la reunión promovida por el gobierno turco con la asistencia de los Ministros de Relaciones Exteriores de Siria, Jordania, Arabia Saudita, Irán y Egipto que, aunque exigente hacia Iraq, también se pronunciaba contra la guerra. Sin embargo, en la declaración emitida no se mencionó a EE. UU., fuente principal de la amenaza, como un indicador evidente de que la composición del grupo no permitía llegar a más. Cuatro de los países participantes eran tradicionales amigos de Washington. No obstante, el pronunciamiento mostraba la incertidumbre del conjunto ante los graves acontecimientos que podían producirse y la repercusión para sus respectivos países. La declaración conjunta hecha pública se resumía así:

 

–Manifiesta una posición común contra la guerra.

–Censura la pasada política de Iraq y llama a hacer todo lo necesario para evitar la guerra, a cumplir lo establecido en la Resolución 1441 y ofrecer completa colaboración con los inspectores.

–Los países participantes se comprometen a apoyar la unidad nacional y la integridad territorial de Iraq.

–Pide al Consejo de Seguridad que juegue su papel para solucionar la crisis, recordándole su deber de preservar la paz.

–Señala que la crisis exige una solución multilateral en el marco de la ONU.

–Recuerda que el conflicto de Palestina también requiere una solución de acuerdo con lo establecido por las resoluciones de la ONU, así como el establecimiento en el Medio Oriente de una zona libre de armas de destrucción masiva.

 

El día 23, al finalizar la reunión, se habló de darle continuidad en los días siguientes con otro cónclave a nivel de Jefes de Estado.

 

El 26 de enero, el secretario de Estado, Colin Powell, declaraba «he perdido la fe en las inspecciones de la ONU y el tiempo se acaba para Saddam Hussein». A veces, desde Bagdad, daba la impresión de que los ataques estadounidenses podrían iniciarse en cualquier momento. Uno de los potenciales esquemas de la guerra, indicaba que podía comenzar con una campaña sorpresiva de ataques aéreos para tratar de descabezar al gobierno y destruir los principales puntos de importancia estratégica militar, con estas agresiones que podían durar semanas, querían provocar la inestabilidad y el desconcierto interno, para luego invadir por tierra en condiciones más favorables. Hacía rato que EE. UU. contaba con los medios necesarios para una campaña aérea de este tipo, tenían aviones suficientes basificados en la región y los grandes bombarderos estratégicos poseían una autonomía de vuelo adecuada para viajar desde territorio continental norteamericano. Este esquema incluía un ultimátum llamando a la rendición antes de proceder a la invasión.

 

Por esos días y previendo tal posibilidad, efectuamos un ejercicio completo de defensa en la embajada, más abarcador que otros entrenamientos anteriores. Comprobamos que estábamos casi listos para enfrentar una guerra, aunque siempre había escenarios difíciles de predecir, incluido el uso de armas nucleares o de destrucción masiva contra Bagdad, en caso de que los iraquíes opusieran férrea resistencia y causaran un alto número de bajas al agresor. Y aunque esas y otras ideas pasaban por nuestra mente, y no teníamos alternativas para enfrentar todas las situaciones que podrían presentarse, algunas de ellas muy complicadas, pensábamos todo el tiempo como preverlas.

 

El día 27 de enero, según lo previsto, los señores Hans Blix, por los inspectores de UNMOVIC, y Mohamed El Baredei, por los de la OIEA, presentaron su informe ante el Consejo de Seguridad. El primero fue calificado de tendencioso y falta de objetividad por los iraquíes. El mayor general, Hussan Amin, declaró al Iraq Daily que el informe había sido poco profesional y no objetivo, al desconocer la cooperación iraquí y tratar asuntos que no se habían discutido antes con ellos y que podían haber sido resueltos. En realidad, el informe incluía acusaciones muy parecidas a las que habían estado haciendo los dirigentes de Washington y fue inmediatamente aprovechado por estos.

 

Al día siguiente, Bush pronunció su discurso anual sobre «el estado de la Nación», cuyo enfoque principal estuvo dedicado a Iraq: «Saddam Hussein es un peligro para los EEUU, para el pueblo iraquí y para la humanidad, se burla de todos. Tienen contactos con Al Qaeda y esconden armas de destrucción masiva. El gobierno británico ha conocido que Saddam Hussein recientemente buscó significativas cantidades de uranio en África. Si Saddan Hussein no se desarma por completo [...] encabezaremos una coalición para desarmarlo».

 

Al siguiente día en La Habana, el presidente cubano, Comandante en Jefe Fidel Castro, mientras intervenía en una Conferencia Internacional dedicada al pensamiento y la obra de José Martí, denunciaba el peligroso carácter neofascista y guerrerista que el inquilino de la Casa Blanca estaba imprimiendo a la política de la gran potencia. Fidel se refería a las palabras pronunciadas por George W. Bush en su discurso al Congreso de la nación ya el 20 de septiembre del 2001, aprovechando los trágicos sucesos del día 11 con el ataque a las torres gemelas en Nueva York y citaba a Bush:

 

Vamos a utilizar cualquier arma de guerra que sea necesaria.

El país no debe esperar una sola batalla, sino una campaña prolongada, una campaña sin paralelo en nuestra historia.

Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión: o está con nosotros o está con el terrorismo.

Les he pedido a las Fuerzas Armadas que estén en alerta, y hay una razón para ello: se acerca la hora de que entremos en acción, y ustedes nos van a hacer sentir orgullosos. Esta es una lucha de la civilización.

Los logros de nuestros tiempos y la esperanza de todos los tiempos dependen de nosotros.

No sabemos cuál va a ser el derrotero de este conflicto, pero sí cuál va a ser el desenlace. [...] Y sabemos que Dios no es neutral.

 

Después, citó otras frases pronunciadas por Bush el 1ro. de junio de 2002 en la Academia Militar West Point, entre otras cosas, dijo:

 

En el mundo en el que hemos entrado, la única vía para la seguridad es la vía de la acción. Y esta nación actuará.

Nuestra seguridad requerirá que transformemos a la fuerza militar que ustedes dirigirán en una fuerza militar que debe estar lista para atacar inmediatamente en cualquier oscuro rincón del mundo. [...] que estemos listos para el ataque preventivo cuando sea necesario

defender nuestra libertad y defender nuestras vidas.

Debemos descubrir células terroristas en 60 o más países.

[...]

Enviaremos diplomáticos a donde sean necesarios, y los enviaremos a ustedes, a nuestros soldados, donde ustedes sean necesarios.

[...]

Estamos ante un conflicto entre el bien y el mal. [...] No creamos un problema, sino que revelamos un problema. Y dirigiremos al mundo en la lucha contra el problema.

 

Fidel, al denunciar la peligrosidad que representaba para el mundo este curso de pensamiento, agregaba:

 

Aquellas palabras no las pronunciaba un loco desde un oscuro rincón de un manicomio. Están avaladas por decenas de miles de armas nucleares, millones de bombas y proyectiles destructores, decenas de miles de misiles teleguiados y precisos, miles de bombarderos y aviones de combate, con pilotos y sin pilotos; decenas de escuadras y destacamentos navales con portaaviones y submarinos de propulsión nuclear o convencional, bases militares con permiso o sin permiso en todos los rincones del mundo; satélites militares que espían cada kilómetro cuadrado del planeta, sistemas de comunicaciones seguros e instantáneos, capacidad de aplastar los de cualquier otro país y posibilidad de interceptar simultáneamente miles de millones de conversaciones; arsenales fabulosos de armas químicas y biológicas y presupuestos de gastos militares que se aproximan a cuatrocientos mil millones de dólares, con los cuales podrían enfrentarse y resolverse muchos de los principales problemas del mundo. Las amenazas mencionadas han sido pronunciadas por quien dispone y puede ordenar el empleo de esos medios. ¿Pretexto? El brutal ataque terrorista del 11 de septiembre que costó la vida a miles de norteamericanos. El mundo entero se solidarizó con el pueblo norteamericano e indignado condenó el ataque. Con el apoyo unánime de la opinión mundial, pudo enfrentarse al flagelo del terrorismo desde todos los ángulos y todas las corrientes políticas y religiosas. La batalla, como planteó Cuba, debía ser fundamentalmente política y ética, en interés y con el apoyo de todos los pueblos del mundo. Nadie podría concebir la idea de enfrentar absurdas, desacreditadas e impopulares concepciones terroristas que afectan a personas inocentes, aplicadas por individuos, grupos, organizaciones, e incluso algún Estado o Gobierno, utilizando para combatirlas un brutal terrorismo de estado universal y proclamando como derecho de una superpotencia el posible exterminio de naciones enteras, con empleo incluso de armas nucleares y otras de destrucción masiva.

En este instante, en que se conmemora el 150 aniversario del natalicio de José Martí, el hombre que quizás por vez primera en la historia planteó el concepto del equilibrio mundial, una guerra está por comenzar como consecuencia del más colosal desequilibrio en el terreno militar que jamás existió sobre la Tierra. Vencía ayer el plazo en virtud del cual la más poderosa potencia del mundo proclamó su derecho unilateral a lanzar su arsenal de las más sofisticadas armas contra otro país con o sin la autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, institución ya de por sí cuestionada por constituir el veto, prerrogativa exclusiva de cinco países que son miembros permanentes, y la negación total del más elemental principio democrático al resto de casi doscientos Estados representados en la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas.

El privilegio del veto ha sido usado precisamente por el gobierno que hoy proclama su derecho a pasar por encima de ese Consejo. Muy poco usado por el resto de los cinco, los cambios radicales en la correlación de fuerzas militares entre sus miembros, que se ha producido en los últimos doce años, hacen casi imposible que tal prerrogativa sea usada contra los deseos de quien no solo es poderoso por su abrumadora potencia bélica, sino también económica, política y tecnológica. La inmensa mayoría de la opinión mundial se opone a esa guerra anunciada. Pero lo más importante es que según encuestas recientes, hasta el 65% del pueblo norteamericano se oponía a ese ataque sin la aprobación del Consejo de Seguridad. No constituye esto, sin embargo, un obstáculo insuperable: enviadas las tropas y listas para la acción, necesitadas de ser probadas las armas más sofisticadas, es sumamente improbable que tal guerra no se desate, si las autoridades del país amenazado de exterminio no acceden a todas las demandas de los que los amenazan.

Nadie puede saber o adivinar lo que puede ocurrir en cualquier guerra o situación semejante. Lo único que es posible afirmar es que la amenaza de una guerra en Iraq ha estado gravitando considerablemente sobre la economía mundial, hoy afectada por una grave y profunda crisis que, unida al golpe fascista contra el Gobierno bolivariano de Venezuela, uno de los mayores exportadores de petróleo, ha elevado los precios de este vital producto a niveles insoportables para la mayoría del resto de los países, especialmente los más pobres, aun antes de que haya sonado un disparo en Iraq. Es ya opinión generalizada que el propósito de la guerra en Iraq es tomar posesión de la tercera reserva mundial de petróleo y gas, lo que preocupa extraordinariamente a casi todos los demás países desarrollados, como los de Europa, que importa el 80% de la energía, a la inversa de Estados Unidos, que apenas importa por el momento entre el 20 y 25% de su consumo.

 

Ayer, 28 de enero, a las nueve de la noche, el Presidente de los Estados Unidos declaró ante el Congreso:

 

Estados Unidos le pedirá al Consejo de Seguridad de la ONU que se reúna el 5 de febrero para considerar los hechos sobre los desafíos de Iraq al mundo.

[...] Vamos a consultar, pero que no haya malos entendidos. Si Saddam Hussein no se desarma plenamente, por la seguridad de nuestro pueblo y por la paz del mundo encabezaremos una coalición para desarmarlo.

 [...] Y si nos obligan a ir a la guerra, vamos a luchar con el pleno poderío de nuestras Fuerzas Armadas.

No se menciona una sola palabra sobre la aprobación previa del Consejo de Seguridad.

Si nos apartamos de las terribles consecuencias de una guerra en aquella región, que la única superpotencia podría imponer a su arbitrio, el desequilibrio en el terreno económico que hoy padece el mundo es de igual modo una enorme tragedia.

 

Fidel había hecho un profundo análisis sobre los acontecimientos, describiendo con claridad la situación que se presentaba en esos momentos y el posible escenario futuro. 

 

Febrero

 

Después de su contradictorio y criticado informe del 27 de enero, el señor Hans Blix hizo algunas declaraciones tratando, quizás, de enmendar en algo la plana, tal vez, para no parecer demasiado comprometido con un conflicto cuyas consecuencias nadie sabía cuánta sangre y sufrimientos podría causar, por lo que se apresuró a afirmar: «no veo razones para la guerra, los inspectores no han encontrado evidencias de vínculos con Al Qaeda, no tienen pruebas de que los iraquíes estén presentando agentes de la seguridad como científicos o técnicos vinculados a la producción de armamento, ni de que Iraq este moviendo de lugares o escondiendo las armas de destrucción masiva».

 

El gobierno iraquí tomó la contraofensiva y propuso recibir de nuevo, el día 8, a los jefes de los inspectores, anunciando que estaban dispuestos a analizar sus demandas y dar todo tipo de facilidades para que realizaran su trabajo. La prensa señalaba que Iraq estaría dispuesto, para evitar la guerra, a permitir de nuevo el vuelo de los aviones U-2, a pesar de que su tripulación estadounidense podía proporcionar información a las fuerzas que se preparaban para atacarlos. Así mismo, ofrecerían datos adicionales sobre los equipos y materiales importados que podrían tener uso dual y darían pruebas de sus esfuerzos para que los técnicos de su programa de armas se entrevistaran en solitario con los inspectores. Tarez Aziz, vicepremier, había declarado en conferencia de prensa que «las diferencias con los inspectores pueden ser resueltas».

 

Según el Iraq Daily, la cifra de sitios visitados ascendía ya a 548, incluidos un buen número de los indicados por la CIA y la inteligencia británica, sin encontrar armas de destrucción masiva.

 

En Bagdad, al margen de la guerra que se avecinaba, la vida seguía su curso, las familias se preparaban para las fiestas del Eid que se celebraría entre los días del 10 al 14 de febrero, y la gente llenaba las calles y los comercios, comprando en especial ropas, pues para estas fiestas es usual que las personas con recursos estrenen nueva vestimenta.

 

A los iraquíes de a pie, cuando se les preguntaba sobre la posibilidad de la guerra, por lo común respondían: «estamos cansados de esta situación y de las amenazas, si van a venir que vengan y que sea lo que Allah quiera».

 

Se notaba, sin embargo, una mayor presencia militar en las calles, en los barrios por la noche, había patrullas de dos o tres milicianos armados que hacían recorrido, a pesar de que hasta ese momento Bagdad podía considerarse una de las ciudades más tranquilas y seguras del mundo. No se observaba ni rastro de violencia, no había delincuentes, borrachos ni drogadictos y la escasa policía era casi toda de tránsito. Donde único se encontraban ladrones era en un bello conjunto escultórico, forjado en bronce, que perpetuaba la leyenda de Alí Babá y los otros cuarenta, en el centro de la ciudad.

 

Las protestas populares, en estos días, eran continuas y hasta incluso los inspectores fueron recibidos en algunos sitios con letreros contra la guerra. «No sangre por petróleo», decían algunos en la Universidad de Bagdad visitada esa semana. Frente al hotel Canal, se reunían piquetes, tanto de nacionales como de delegaciones extranjeras de todo tipo, para solidarizarse con el pueblo iraquí. Algunos pacifistas y religiosos encendían velas y hacían liturgias como si se tratara de exorcizar al mismísimo diablo.

 

El rezo oficial en la mezquita central de Bagdad del último viernes, que se transmitía al mediodía por televisión y radio, destacó por su carácter militante, llamaba a los creyentes musulmanes a combatir por todos los medios a los infieles que querían invadir y ocupar el país para destruir los valores del Islam. Se citaron ejemplos de las batallas en que Mohammad, lograba derrotar a los enemigos de la religión.

 

Mientras tanto, EE. UU. arreciaba su campaña de intoxicación y amenaza terrorista. El día 5, Colin Powel, declaraba: «Saddam Hussein inició investigaciones sobre docenas de agentes biológicos, provocando enfermedades como la gangrena gaseosa, la peste, el tifus, el cólera, la viruela y la fiebre hemorrágica».

 

Ese mismo día, el fiel seguidor del imperio, José María Aznar, presidente del gobierno español, afirmaba ante las cortes madrileñas: «Todos sabemos que Saddam Hussein tiene armas de destrucción masiva [...] Todos sabemos que tiene armas químicas».

 

Tres días después, en un discurso difundido por radio a toda la nación, el presidente Bush insistía: «Iraq envió a trabajar con Al-Qaeda a expertos en explosivos y en falsificación de documentos. Y además brindó a Al- Qaeda entrenamiento en el manejo de armas biológicas y químicas. Un agente de Al-Qaeda fue enviado a Iraq en varias ocasiones a fines de la década de 1990 para ayudar a Bagdad a dotarse de venenos y de gases».

 

En Bagdad, el presidente Saddam Hussein continuaba sus reuniones diarias con los jefes militares de distintos cuerpos para explicarles personalmente la estrategia que debía tener esta guerra, cómo pelear aprovechando el terreno para obligar al enemigo a utilizar la infantería y reducir su superioridad técnica. «Perderán un millón de hombres, morirán y serán derrotados en las cercanías de Bagdad», dijeron los dirigentes, mientras el vicepresidente Taha Y. Ramadán afirmaba: «nuestras principales armas serán miles de voluntarios suicidas que llevarán la muerte al enemigo».

 

En Europa, promovida por el presidente del gobierno español, José María Aznar, se publicó una carta firmada por ocho Jefes de Estado europeos, que incluía a varios ex socialistas del este, en un intento por demostrar que la posición guerrerista de EE. UU. y Gran Bretaña contaba con apoyo. Era una jugada para tratar de debilitar la fuerte actitud asumida por Francia y Alemania, evidenciaba la vocación lacayuna del presidente español, quien el día 5, en una comparecencia ante el Congreso donde era hostigado con fuerza, había declarado: «La obligación de Saddam Hussein es el desarme de las armas de destrucción masiva que posee, que utilizó y utilizará si no se remedia la situación». La «Carta de los ocho», firmada entre otros por Blair, Berlusconi y Vaclav Havel,[19] sostenía que «el régimen iraquí y sus armas de destrucción masiva representan una verdadera amenaza para la seguridad mundial».

 

Aznar, Blair y Berlusconi visitaron Washington, según parece, para coordinar posiciones en torno a la siguiente reunión del Consejo de Seguridad y discutir la posibilidad de presentar una nueva resolución, aunque EE. UU. había precisado que no la consideraba necesaria para lanzar la agresión, ya que «el tiempo de Saddam se acaba».

 

Las organizaciones de oposición iraquí, con todas sus debilidades, continuaban moviéndose y la prensa del Kurdistán informó que Ahmed Chalabi, líder del cuestionado Congreso Nacional Iraquí, abiertamente financiado por EE. UU., regresaba a esa zona y convocaría a todas las organizaciones para una reunión el día 15.

 

Por otra parte, a la región continuaban llegando tropas de EE. UU. y Gran Bretaña. Las opiniones se dividían entre los que consideraban que técnica y hombres eran aún insuficientes para una operación terrestre, pero otros decían que podrían ser completadas con rápidez, mientras se desarrollaba una campaña aérea de varias semanas. El Washington Post informó que cargueros estadounidenses habían aterrizado en pistas al norte del Kurdistán y The Guardian de Londres dijo que los turcos ya tenían en la frontera unos 20 000 hombres. El Daily Telegraph publicó que comandos estadounidenses y británicos habían penetrado por la frontera jordana para hacer exploraciones en la zona oeste de Iraq, donde se ubicaban dos aeropuertos militares. Varios despachos de agencias de prensa occidentales decían que EE. UU. estaba alertando a sus ciudadanos en países de la región para que estuvieran listos a ser evacuados ante el posible deterioro de la situación, noticias todas que indicaban un acercamiento del estallido.

 

Pero en el frente de la paz también ocurrían cosas. La presión para dar más tiempo al trabajo de los inspectores se mantenía alta, con Francia y Alemania firmes en el liderazgo de este bando, con el apoyo de Rusia y China, y de la mayoría de la comunidad internacional. En todo el mundo las encuestas señalaban que la oposición popular a la guerra continuaba creciendo, incluso en los propios EE. UU. y Gran Bretaña. En España, a pesar de Aznar, era donde mayor índice de rechazo existía.

 

El Vaticano había adoptado una posición muy fuerte, su canciller, Sodano, acusó a EE. UU. de no haber aprendido la lección de Viet Nam y se preguntó si merecía la pena lanzar una guerra para irritar a mil millones de musulmanes. Las declaraciones de Nelson Mandela, ampliamente difundidas por la prensa internacional, acusaron a Bush de arrogante y racista, señalando que quería llevar el mundo a un holocausto y que actuaba de esa forma solo porque el Secretario General de la ONU es negro, mientras que a Blair lo calificó de Ministro de Relaciones Exteriores de EE. UU.

 

El Canciller griego, en su calidad de presidente durante este período de la Unión Europea, descalificó la Carta de los ocho y dijo que la agrupación sostenía una posición común contra la guerra, por dar más tiempo a los inspectores y porque la ONU fuera la que decidiera. El Parlamento Europeo aprobó una resolución con estas mismas ideas que, además, rechazaba cualquier acción militar unilateral.

 

En Bagdad las señales de preparación para la guerra aún eran muy pocas, lo cual nos inquietaba. En las entradas de los ministerios, palacios y edificios oficiales no se había reforzado la guardia, y en sus accesos permanecían unos pocos soldados con cara de aburrimiento. Sobre el gran pórtico de uno de los palacios presidenciales estaban las dos ametralladoras duplex de siempre, ninguna artillería antiaérea se veía desplegada, cerca de los puentes u otros importantes objetivos, ni fortificaciones o construcciones defensivas, todo lo cual nos parecería contradictorio teniendo en cuenta que a la ciudad le tenían pronosticado recibir, en las primeras horas de una guerra, cuya proximidad se publicaba cada día por los medios de todo el mundo, miles de cohetes y bombas de todo tipo, algunas, llamadas inteligentes pero brutalmente destructivas y asesinas.

 

La televisión estatal española mostró una trinchera de sacos de arena en una esquina y transmitió el mensaje como si la ciudad estuviera llena de ellas. Sin embargo, en nuestros continuos recorridos pudimos constatar que existían solo cuatro o cinco en toda la urbe. Ni movilizaciones militares extraordinarias, ni preparativos de combate sobre el terreno, ni siquiera las tensiones en los mecanismos de seguridad que una situación como esta podía provocar. Se mantenían, eso sí, las movilizaciones populares de los diferentes sectores de la sociedad, mujeres un día, estudiantes al otro, pero se limitaban a un barrio o lugar determinado. De igual forma, continuaba la afluencia de delegaciones de casi todos los rincones del mundo para manifestar su solidaridad y el rechazo a la guerra.

 

El día 8, la visita de los jefes de los inspectores a Bagdad, marcaba un punto positivo importante. Muchos medios reflejaron las declaraciones de los señores Blix y El Baredei que esta vez ofrecían una visión más favorable que en ocasiones anteriores, aunque algunos diplomáticos en Bagdad se preguntaban si en su próximo informe ante el Consejo de Seguridad Blix (nacido en Suecia), no se haría de nuevo el sueco, tal como había ocurrido el pasado día 27. Al respecto, el general Al Saadi, contraparte iraquí en las conversaciones, ofreció una conferencia de prensa, que recogieron algunos medios internacionales, donde explicó lo acordado con los representantes de la ONU: la parte iraquí ejercería toda su influencia para que técnicos y científicos vinculados al programa armamentista iraquí aceptaran reunirse en privado con los inspectores, cuestión que ya había comenzado a ejecutarse días antes; entregaron documentación adicional esclarecedora de los programas de armas químicas y biológicas; y discutieron fórmulas para solucionar el vuelo de los aviones U-2, al parecer junto a aviones franceses y rusos que volarían a diferentes alturas.

 

Los dos altos funcionarios de la ONU resumieron su estancia con las siguientes palabras: «Avanzamos en las negociaciones, han sido útiles y positivas ». Kofi Annan, secretario general de ese organismo, completó: «La decisión sobre atacar preventivamente a un país, alegando razones de defensa y seguridad, son potestad de la ONU y el Consejo de Seguridad, no de un solo país».

 

Las declaraciones de otras personalidades importantes de todo el mundo, fueron reflejadas en la prensa de la siguiente forma:

 

–Schroeder, canciller alemán (respondiendo a Rumsfeld): «La cuestión es que no tenemos evidencias y no creemos en lo que se nos ha presentado».

–George Bush: «Los desarmaremos, se terminó el juego».

–Villepin, ministro de Relaciones Exteriores de Francia: «No hay juego ni se ha terminado, no hay razón para ir a la guerra».

–Putin, presidente ruso: «Hay que dar tiempo al trabajo de los inspectores, no vemos razones para ir a la guerra, Rusia usaría el veto en el Consejo de Seguridad si fuera necesario para impedirla».

–José María Aznar, presidente del Gobierno de España: «Iraq es una amenaza para todos, hay que desarmarlo. Los dirigentes tenemos que ser responsables y aunque el pueblo esté contra la guerra debemos velar por su seguridad».

–Saddam Hussein: «No tenemos ningún vínculo con Al Qaeda, ni armas de destrucción masiva. Powell miente, EEUU quiere atacar a Iraq para apoderarse de su petróleo y por la hegemonía mundial».

–Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de EE. UU.: «Alemania está contra la guerra, es igual que Cuba y Libia». (Un diplomático alemán en Bagdad bromeó diciendo que Rumsfeld había creado otro –eje del mal– y los había incluido a ellos.)

–Juan Pablo II: Volvió a pronunciarse contra la guerra y envió al cardenal Etchegaray a Bagdad, el cual ofreció una misa especial por la paz.

–Tareq Aziz, vicepremier iraquí: «Bagdad se convertirá en un Stalingrado para los Estados Unidos».

–El Canciller saudita: «No deseamos la guerra, los inspectores deben continuar su trabajo».

–La Cumbre Africana en Adis Abeba: Contra la guerra.

–La OTAN: Dividida y sin acuerdo ante la demanda estadounidense de apoyar la guerra. Fuerte oposición de Francia, Alemania y Bélgica.

 

El día 10, con motivo del décimo segundo aniversario del bombardeo estadounidense al refugio de Amiriya en un barrio de Bagdad, decidimos visitarlo con todo el personal de la embajada y depositar allí una ofrenda floral. Era un acto altamente simbólico teniendo en cuenta las amenazas que se cernían sobre la ciudad.

 

Llegamos al lugar a media mañana, cuando los trabajadores preparaban condiciones para los actos que se celebrarían tres días después. El refugio, que había sido construido en 1991 durante la guerra del golfo por una empresa finlandesa y era capaz de resistir ataques atómicos y químicos, fue bombardeado por la aviación estadounidense que poseía información sobre su estructura. Un cohete perforante –del arsenal de armas «inteligentes» del Pentágono– impactó su grueso techo de hormigón armado abriendo un boquete por donde penetró un segundo misil que, al explotar, llevó la temperatura a 4 000 °C, convirtiendo el lugar en un verdadero crematorio.

 

Murieron 1 200 personas, la mayoría mujeres y niños, casi la mitad de los muertos en el ataque terrorista a las Torres Gemelas. En algunas paredes quedaron impresas, cual negativo de fotografías, las figuras de seres humanos. Las fotos de los fallecidos fueron colocadas para recordarlos y tanto familiares como visitantes depositaban allí flores frescas. La visita al lugar me recordó, entre otras cosas, Hiroshima y el bombardeo israelita a un edificio de la ONU en Qana, al sur del Líbano, donde se habían refugiado decenas de individuos.

 

Las autoridades militares estadounidenses afirmaron que habían recibido informes de la oposición, de que en el refugio se encontraba el presidente Saddam Hussein, como si eso los eximiera de su responsabilidad criminal. Fue un horrendo asesinato masivo, aunque la prensa de EE. UU. y en general la occidental, hablara muy poco de ello.

 

Las noticias nacionales, de los periódicos y la televisión, continuaban mostrando las ya rutinarias reuniones, desfiles populares y de milicianos, donde a veces exponían experiencias de patriotas iraquíes en batallas contra el colonialismo británico. En Mosul y Tikrit, dos importantes ciudades al norte de Bagdad, marcharon miles de miembros de las Milicias de Al Qods (Jerusalem), civiles y representantes de grupos tribales, muchos de ellos armados con fusiles AKM y lanzacohetes RPG-7.

 

El canciller iraquí, Naji Sabri, viajó a Irán, otro de los países integrantes del «eje del mal», que podría ser el próximo en el listado de objetivos de los neofascistas de Washington.

 

Desde la Meca, Arabia Saudita, llegaron imágenes del Hajch, peregrinación anual de los fieles islámicos y comentarios de que los sermones pronunciados en el santo lugar habían tenido un contenido político más alto que nunca, muchos de ellos llamando a oponerse a la agresión a Iraq y «a combatir a América, que quiere acabar con el Islam».

 

La peregrinación, este año atendida por más de dos millones de creyentes, culminó con el simbólico ritual final: tirarle piedras al diablo.

 

Contrastando con la tranquila imagen que se apreciaba en Bagdad, la CNN, la Fox News y otras televisoras internacionales, traían la visión de Londres e importantes ciudades de EE. UU., donde tanques de guerra y soldados con escafandras, armados hasta los dientes, custodiaban aeropuertos y lugares céntricos en actitud amenazante por haberse decretado la «alerta naranja», ante el posible peligro de ataques terroristas. La histeria tenía algo que ver con la guerra psicológica, desatada para tratar de volcar la opinión pública de estos países a favor de la agresión a Iraq.

 

Como para dar fuerza y respaldar esta línea, fue divulgado un supuesto mensaje del casi fantasma Ben Laden llamando a los musulmanes del mundo a apoyar a Iraq que, aunque tuvo poco impacto internacional, podía ser aprovechado para intimidar a la opinión pública estadounidense, país donde, según las encuestas, la mayoría de la población consideraba que Iraq y Saddam Hussein estaban vinculados con los ataques del 11 de septiembre, a pesar de que no existía ninguna evidencia de ello y era ampliamente conocido que el líder de Al Qaeda había sido siempre enemigo del gobierno iraquí.

 

Las agencias de prensa cubrían también el conflicto desatado en la OTAN, donde no se pudo llegar a acuerdos sobre el reclamo turco-estadounidense para que la organización le diera «protección» a Turquía ante la «amenaza de ataque iraquí», y desde Washington, el presidente Bush se tomó la libertad de amenazar a Francia por su oposición en este tema. Como respondiendo a la pregunta de quién atacaría a quién, el periódico turco Hurriyet, publicaba, el día 11, un plan elaborado por militares turco-estadounidenses mediante elcual unos 40 000 soldados de EE. UU., apoyados por unos 350 aviones de combate, invadirían Iraq desde territorio turco para ocupar Mosul y Kirkuk, darían facilidades a las tropas turcas para que cazaran a unos 5 000 combatientes kurdos (de Turquía) del Partido del Trabajo del Kurdistán (PKK), con bases en esa región, y a la vez intervendrían para evitar enfrentamientos con los kurdos iraquíes del Partido Democrático del Kurdistán y de la Unión Patriótica del Kurdistán.

 

El viernes 14, la televisión iraquí trasmitió, como siempre, el rezo central de la semana desde una céntrica mezquita en Bagdad pero esta vez la personalidad religiosa que pronunciaba el encendido sermón llamando a «rechazar la agresión de américa-britania y los yajudi (judíos) sionistas contra el Islam », blandía un largo y filoso sable que levantaba sobre su cabeza cada vez que proclamaba Allah hu Akbar (Dios es el más grande).

 

Los dirigentes estadounidenses arreciaban la campaña de mentiras y amenazas frente a la ola de manifestaciones contra la guerra que crecía a nivel internacional. El presidente Bush, en un discurso pronunciado en la Florida, afirmaba ansioso: «No dejaremos que la ONU nos detenga y que pase a ser una organización irrelevante». El debate giraba en torno al Consejo de Seguridad y a la intención estadounidense de obtener la aprobación de una nueva resolución con un claro autorizo de ataque, aun cuando ellos, en una interpretación particular de la 1441, se consideraban ya autorizados. Sin embargo, la mayoría de los miembros del Consejo opinaban bien diferente, e incluso Francia y Rusia amenazaban con el veto. Desde Washington se ejercían grandes presiones para lograr una mayoría favorable que votara por el sí a la guerra. Entre los principales, y empleándose a fondo, se destacaba Colin Powell.

 

Coincidentemente la televisora Euronews informaba sobre la intervención del Secretario de Estado ante la Comisión de Presupuesto del Congreso, en la cual se detallaba el plan para la administración militar en Iraq una vez que ocuparan el país, cómo el abundante petróleo sufragaría los gastos y cómo un general estadounidense gobernaría apoyándose en la burocracia nacional.

 

La Unión Europea, demostrando que no es tal unión y que estaba dividida más que nunca, entre otros factores por la actividad guerrerista de José María Aznar, rechazó, por mayoría, la propuesta del español de que en su reunión participaran los nuevos países candidatos a miembros, casi todos de Europa del Este y algunos que, sin perder la vocación cosmonáutica de satélites, se prestaban ahora a hacerle el juego bélico a EE. UU. El mandatario esperaba, con esta jugada, mejorar la correlación de fuerzas a favor de la guerra en esa organización, pero no le salía bien.

 

Los gobiernos de Austria y Suiza, declararon que no permitirían el tránsito de tropas estadounidenses por su territorio, si antes no había un mandato de la ONU.

 

En este ambiente, se efectuó la reunión del Consejo de Seguridad, el viernes 14, la cual fue transmitida por televisión en directo por varios canales internacionales, entre ellos la televisión estatal española que «montaba» sobre la transmisión, cuando esta no era favorable a las posiciones guerreristas, los comentarios de especialistas que pretendían hacer una reinterpretación, a veces contraria, de lo que estaba sucediendo en el alto organismo internacional. Era una clase magistral de manipulación de las mentes, «tú estás viendo y oyendo esto, pero debes entender lo opuesto», que es lo que yo te digo. Pero era demasiado burdo y provocó que algunos de los periodistas españoles presentes en Bagdad por aquellos días, nos expresaran su indignación.

 

En esta ocasión, y al parecer ante la proximidad de un holocausto que caería en parte sobre sus conciencias, los informes rendidos por Blix-El Baredei, fueron técnicos e imparciales y por ello dejaron un saldo favorable a Iraq. En él se apoyó el Ministro del Exterior francés, cuyo discurso fue tan contundente que dejó sin argumentos al «frente guerrerista». Pocas veces se vio un aplauso tan expresivo en el austero recinto. El Canciller sirio, miembro del Consejo en aquellos días, agregó, con precisa intervención, lo poco que podía haberle faltado al anterior y a partir de ahí el juego se decidió once por cuatro, mostrando una abrumadora mayoría partidaria de cumplir con lo establecido en la carta de la organización: velar por la paz y la seguridad internacional.

 

Ante la fuerte y argumentada oposición, Colin Powell, improvisó lo que pudo, pero sus argumentos estaban vacíos y empobrecidos al haberse apoyado antes en un informe de la inteligencia británica, al que calificó de riguroso, y que como cualquiera de las escandalosas e innumerables patrañas del imperio, se descubrió que era en parte copiado de la tesis de un estudiante universitario. Otro argumento utilizado, en una especie de show mediático, que mostraba fotografías de satélites y trataba de hacer patente los vínculos de Iraq con el terrorismo, fue el supuesto campo de entrenamiento en el Kurdistán iraquí de la organización Ansar al Islam, a la cual acusó de estar vinculada a Al Qaeda. Ocultaban lo fundamental: que este territorio, donde el gobierno iraquí no tenía ninguna autoridad, estaba desde hacía años bajo el control de la aviación anglo-estadounidense y que, en todo caso, eran ellos los responsables de la existencia de tal campo.

 

La canciller española, Ana Palacios, tratando de secundar a Powell, hizo un balbuceante ridículo, en un discurso que los de habla castellana no pudimos entender. Con posterioridad, al comentar el hecho con periodistas de ese país, comprobamos que a muchos les sucedió lo mismo y algunos expresaron la posibilidad de que hubiera hablado en dialecto.

 

Al día siguiente de la reunión del Consejo de Seguridad, millones de personas en todo el mundo se manifestaron contra la guerra y contra el hegemonismo estadounidense. Nunca antes, tal vez desde la guerra en Vietnam, se habían visto tan grandes y variadas protestas. Era una especie de contraofensiva internacional a nivel popular, que se levantaba como un tsunami[20] rebelde, opuesta al hegemonismo neofascista. Según la televisora Euronews, las encuestas realizadas en los países cuyos gobiernos apoyaban la guerra mostraban un interesante estado de opinión popular contrario a la acción: Gran Bretaña 90%, España 91%, Italia 81%, EE. UU. 59%. La popularidad de George W. Bush bajó esa semana nueve puntos y el barril de petróleo subió a $35.00 USD.

 

Iraq se había convertido, al margen de simpatías o antipatías por su gobierno, en el centro de la lucha que enfrentaba al hegemonismo y las corrientes neofascistas que se manifestaban desde Washington, contra la conciencia creciente, en la opinión pública mundial, que consideraba necesario detenerlos, pues si lograban allí sus propósitos, sería después demasiado tarde para muchos, sobre todo, del Tercer Mundo. Aumentaba la conciencia de que Iraq era solo un eslabón dentro de una cadena bien planificada, con la cual se pretendía apresar al mundo y que podía convertirse en la Checoslovaquia entregada a la Alemania fascista de Hitler, en Munich, antes de la Segunda Guerra Mundial, que sirvió de estímulo para el histórico desastre y el genocidio que implicó. El sensible olfato de los pueblos indicaba que había que pararlos y en este bando militaba la mayoría de la comunidad internacional.

 

El ambiente, aunque lleno de tensiones y malos presagios ante el empecinamiento estadounidense de lanzar la agresión, mostraba una fuerte oposición a esta aventura, que algunos creían que era posible detener. Iraq también daba pasos para quitar argumentos al enemigo y facilitaba aún más el trabajo de los inspectores para que abrieran otra base en la ciudad de Basrah; se anunciaba el inicio de los vuelos de los aviones de vigilancia U-2, Antonov y Mirages; los interrogatorios a los técnicos y científicos iraquíes ya se iniciaban en forma privada; se había entregado la documentación adicional de su programa armamentista y aceptado la colaboración de expertos sudafricanos en desarme, los que llegarían en los próximos días.

 

Una minoría de los diplomáticos en Bagdad, entre ellos algunos muy experimentados en la región, afirmaban con absoluta firmeza que no habría guerra, pues Iraq estaba haciendo todo lo que EE. UU. exigía y que la superpotencia no se arriesgaría a ocupar un país tan complicado en una acción que le traería aún más dificultades con árabes e islámicos. Iraq estaba reformando su posición –decían–, aprobaría una nueva constitución con cambios importantes y negociaría la participación de empresas petroleras estadounidenses en la explotación de sus grandes reservas. Ya EE. UU. está obteniendo casi todo lo que quiere sin guerra –afirmaban–, ya tiene el control militar de la región del golfo.

 

Pero la movilización militar y lo que sucedía sobre el terreno en la frontera kuwaití apuntaba en otra dirección. La mayor parte del territorio vecino había sido declarado zona de guerra y se prohibía a la población el acceso a los lugares donde se concentraban las tropas y los medios. Seguían llegando noticias de los portaaviones que se movían en el golfo, el Mediterráneo y el mar Rojo. Los superbombarderos B-52, B-1 y B-2 comenzaban a ser reubicados en bases en Inglaterra y la isla de Diego García en el mar Índico. Analizábamos que cuando se crea una situación de este tipo sobre el terreno, cualquier incidente, aun fortuito, puede desencadenar la guerra.

 

En tales circunstancias, el día 19, se decidió evacuar parte del personal de la embajada para que permanecieran esperando en Damasco, Siria. Necesitamos ralizar un fuerte trabajo de convencimiento para que aceptaran retirarse al país vecino, y al final, lo hicieron bajo protesta. Quedamos en Bagdad cinco diplomáticos, el mínimo necesario de acuerdo con sus capacidades y conocimientos para enfrentar lo que podría suceder. La reducción era necesaria, además, porque de estallar la guerra, no se tenía idea del tiempo que podía durar y las reservas de agua y alimentos podrían verse limitadas. La decisión era mantener la embajada abierta y trabajando, pero con el menor riesgo posible para el personal.

 

Bagdad, sin embargo, estaba en calma, bien lejos de la imagen que se tenía en el exterior de una capital amenazada por la devastación. La preparación militar era poco visible. Hacíamos amplios recorridos por la ciudad y sus suburbios tratando de apreciar si se estaban creando condiciones para la defensa, pero era inútil, solo veíamos dos o tres radares apagados en lugares distantes, no se observaban sistemas de armas antiaéreas ni medidas excepcionales de seguridad interior, esta falta de preparación nos desconcertaba. Tal vez, pensábamos, con la experiencia de guerras y ataques anteriores, lo tengan todo muy bien oculto o enmascarado.

 

Las movilizaciones populares continuaban proclamando la disposición a resistir y la oposición a la guerra. A ellas se unían los cientos de extranjeros solidarios que aún llegaban a Bagdad, muchos con la decisión de permanecer, incluso si estallaba la guerra. Destacaban los de países árabes vecinos, desde donde llegaban varios cientos con carácter de combatientes voluntarios, algunos expresando la decisión de participar en acciones suicidas y convertirse en mártires si el enemigo invadía. Otros, fundamentalmente europeos, traían el propósito de servir como «escudos humanos» y un grupo de ellos se instaló en la planta potabilizadora de agua del río Tigris con el afán de impedir su bombardeo, mientras que otro grupo aparecía encadenado a uno de los grandes puentes en el centro de la ciudad, con el mismo propósito. Un evento internacional de la juventud y los estudiantes, sesionó unos días antes y atrajo a decenas de visitantes de todo el mundo.

 

El presidente Saddam Hussein recibió una delegación rusa presidida por Ziuganov, secretario general del Partido Comunista de Rusia. Entre la diversidad de visitantes extranjeros que llegaban a Bagdad se encontraban artistas, parlamentarios, dirigentes políticos, religiosos de casi todas las confesiones, todo tipo de pacifistas, solidarios y hasta una reina de belleza. A ellos se sumaba el creciente número de periodistas que también llegaban con el fin de informar y testificar sobre la nueva guerra anunciada, incluidos los de numerosas cadenas de televisión, que habían llenado de antenas parabólicas los alrededores del Ministerio de Información, en cuyas terrazas se instalaban casetas de lona a manera de corresponsalia provisional. Se afirmaba que entre los presentes no debían faltar algunos agentes de los servicios de inteligencia estadounidenses, británicos y hasta de Israel.

 

Los distintos medios de prensa iraquíes anunciaron el inicio normal de los vuelos de inspección de los U-2 y la continuación del trabajo de los inspectores, ahora con cierto acento en precisar aspectos del programa de construcción de los cohetes llamados Samoud II.

 

El vocero de los inspectores informó que unos 30 científicos del programa armamentista habían sido llamados a entrevistas, y que se había logrado interrogar voluntariamente en forma privada, sin testigos ni grabadoras, a tres de ellos. Los otros insistieron en llevar grabadoras o tener un testigo imparcial presente, argumentando que ya en el pasado se tergiversó mucho lo expresado en estos encuentros. Los inspectores de la OIEA habían aceptado este procedimiento sin insistir, pero los de UNMOVIC, bajo la dirección del señor Blix, seguían presionando para que se efectuaran en el extranjero, y desde EE. UU. y Gran Bretaña alegaban que los iraquíes no tenían posibilidades de decir la verdad, pues al estar dentro de Iraq, podían sufrir represalias, ellos o sus familiares.

 

Saddam Hussein, en una de las consuetudinarias reuniones del Consejo de Ministros y los mandos militares y políticos, expresó: «Vemos la victoria ahora tan clara como la vimos ayer». El vicepresidente Taha Yassim Ramadán dijo por su parte: «Iraq está listo para el diálogo si los Estados Unidos abandona sus planes de guerra». El Ministro de Defensa compareció en la televisión nacional para desmentir los rumores echados a rodar por la prensa sensacionalista británica de que estaba detenido en reclusión domiciliaria.

 

En el ámbito internacional, resaltaron las declaraciones del presidente francés Jacques Chirac: «Tenemos que dar tiempo al trabajo de los inspectores. Una guerra de este tipo, dará fuerte impulso al terrorismo y creará muchos Ben Laden. Muchos jefes de estado me han llamado de todas partes del mundo coincidiendo con nuestra posición contraria a la guerra».

 

El Secretario General de la ONU, aún en tono moderado y tratando de no entrar en contradicción con EE. UU., dijo en Bruselas que: «Una guerra sin mandato de la ONU minaría la legitimidad y credibilidad de la Organización ».

 

La reunión de Ministros de Relaciones Exteriores de la Liga Árabe en El Cairo, con las limitaciones que supone el estar integrada por varios países cuyos gobiernos son muy dependientes de EE. UU., subrayó «la necesidad de abstenerse de dar facilidades o apoyo militar a una acción contra Iraq, rechazó la opción militar y reafirmó la necesidad de buscar una solución pacífica».

 

De cara a la opinión pública, los países árabes coincidían en oponerse a la guerra. Los gobiernos, que tal vez en secreto, ansiaban el derrocamiento del gobierno iraquí por cualquier medio, incluida la invasión de EE. UU., no lo expresaban debido al temor a la opinión pública interna, que lanzada a la calle se declaraba en contra de la política estadounidense, la cual apreciaban contraria a los intereses de los pueblos árabes y aliada de Israel en el genocidio al pueblo palestino. La unidad de sentimientos políticos de los árabes era real a nivel de los pueblos, pero ficticia a nivel de los gobiernos. Analizándolo desde una perspectiva lógica, no se podía exigir unidad entre gobiernos tan disímiles en sus intereses, a algunos de los cuales les faltaba poco para convertirse en protectorados sometidos a Washington.

 

La reunión Cumbre de la Unión Europea, se empeñó en buscar una posición común y se pronunció por dar más tiempo a los inspectores, priorizar la solución pacífica y apelar a la guerra solo como último recurso. No obstante, llamó a Iraq a no hacerse ilusiones y le exigió mayor cooperación y un rápido desarme, pues el tiempo no era infinito. Estos términos hicieron que tanto Aznar como Blair, al igual que los que se oponían a la guerra, expresaran que la reunión había respaldado sus posiciones.

 

Francia, Alemania y Rusia reiteraron lo innecesario de aprobar una nueva resolución en el Consejo de Seguridad, en una reunión abierta de este órgano celebrada la misma semana, que no fue muy divulgada por la prensa internacional y en la cual una abrumadora mayoría de países se expresó contra la guerra.

 

El Vaticano continuó moviéndose para evitar el conflicto y el papa Juan Pablo II en reuniones con Tony Blair, Kofi Annan y Schroeder, les trasladó este mensaje. Declaraciones antibelicistas semejantes hicieron dos importantes dignatarios religiosos británicos. Mahatir, jefe de Estado de Malasia, que pasaría en los próximos días a presidir el Movimiento de Países No Alineados dijo que «los EEUU quedará solo como en Vietnsam». La Cumbre franco-africana, convocada en París, estuvo contra la guerra.

 

Una serie de manifestaciones y los fuertes mensajes en contra de la acción bélica, provocaron que:

 

–el dólar recuperara un poco de su valor frente al euro.

–el oro redujera su valor a los niveles más bajos en las últimas siete semanas.

–las acciones en la Bolsa de Tokio ganaran 0.8 %.

–el barril de petróleo bajara ligeramente de precio.

 

La fuerte movilización internacional contra la guerra hizo que la gran prensa estadounidense, que desde hacía meses había estado sumada a la campaña guerrerista, mostrara alguna moderación, al menos momentáneamente. El  New York Times del día 17, afirmaba: «La fractura de la Alianza Occidental en relación a Iraq y las gigantescas demostraciones contra la guerra en todo el mundo esta semana, nos recuerdan que todavía podrían haber dos superpotencias en el mundo, EE. UU. y la Opinión Pública Mundial». El Washington Post, por su parte, escribió: «Lo sucedido el viernes en el Consejo de Seguridad, el desmentido de las palabras de Blix debilitaron los argumentos de Powell, sumados a los fuertes aplausos al Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, que rechazó la posición norteamericana e incluso los términos de la Resolución 1441, revelaron que EEUU ha perdido el respeto del mundo diplomático a un grado sin precedente desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial».

 

Pero los medios también trajeron la rápida reacción o contraofensiva de los dirigentes de Washington. Condolezza Rice, consejera de Seguridad Nacional, refiriéndose a la reunión del Consejo de Seguridad, dijo a Fox T.V. que «el deterioro al apoyo a una guerra inmediata nos puede llevar a caer en las manos de Saddam Hussein. Es hora de que esto termine, ya basta, no podemos esperar más». Bush, el día 19, ante la CNN expresó: «Los manifestantes no van a dictar la política de seguridad de los EEUU». Dos días después afirmó en Atlanta: «el día de la libertad del pueblo iraquí se acerca. Iraq puede convertirse en ejemplo de libertad y progreso para todo el Medio Oriente. No es una opción dejar las vidas y la seguridad de los estadounidenses en manos de este dictador y de sus armas de destrucción masivas».

 

El 23, rodeado por jóvenes oficiales y ante la intensificación de la amenaza de guerra, el presidente Sadam Hussein hizo un llamado a la ciudadanía a prepararse para defender el país y les pidió construir trincheras en los jardines de sus casas. En Bagdad, sin embargo, esto todavía era poco visible, aunque en el centro comenzaban a aparecer algunas trincheras de sacos, levantadas sobre el asfalto o sobre las aceras, en la confluencia de avenidas importantes y de las carreteras que conducían fuera de la ciudad.

 

La interrogante sobre la preparación o no de los iraquíes para la guerra, nos impulsó a decidir la visita, a finales de mes, al sur del país, para lo cual preparamos el viaje por carretera a Basrah. Para entonces muy pocos extranjeros hacían este viaje y por lo general quienes visitaban esta ciudad lo hacían por vía aérea. El camino por carretera, además de ser largo (cerca de 600 km), se evitaba por razones de seguridad, debido a los continuos bombardeos de la aviación estadounidense y británica contra objetivos seleccionados en esa región; pero era la única forma de apreciar el terreno y de tener, tal vez, una idea más precisa de si los iraquíes se preparaban para el conflicto que se avecinaba.

 

Después de solicitar los permisos necesarios al Ministerio de Relaciones Exteriores, emprendimos viaje el día 25. Serían alrededor de la 06:00 horas cuando tomamos la carretera que sale de Bagdad hacia el sudeste en dirección a Kut, ciudad situada en la desembocadura del canal que une al Tigris con el Éufrates. Allí el ejército colonialista británico sufrió una humillante derrota durante la Primera Guerra Mundial a manos de fuerzas otomanas apoyadas por los alemanes. En aquella ocasión el famoso agente de la inteligencia británica conocido como Lawrence de Arabia, fue enviado al lugar para tratar de parlamentar con el mando de las fuerzas turcas, pero no obtuvo resultado. En los siglos XVIII y XIX, los barcos de una línea de transporte comercial llegaban hasta Kut, remontando el Tigris desde el golfo.

 

En las afueras de Bagdad, formaban parte del paisaje los grandes campamentos militares que eran sede permanente de distintas fuerzas. Por lo general, su interior no era visible desde la carretera. Sus entradas estaban protegidas por altas cercas, muchas veces erigidas sobre promontorios de tierra de varios metros de altura. Era de suponer que en estos campos, distribuidos por los accesos de la ciudad hasta una distancia de 20 km o más y que constituían los anillos defensivos de la urbe, estarían dispuestos los tanques y el armamento pesado para el rápido despliegue, así como la artillería terrestre y antiaérea, y otros tipos de medios bélicos. También era de suponer que dentro de ellos existían fortificaciones para proteger los medios y el personal, algo que no se observaba desde el exterior.

 

En los accesos a Bagdad tampoco vimos una prevención seria para impedir el avance de las fuerzas invasoras. No existía preparación del terreno en los cruces de caminos para defenderlos, solo se veían unas pequeñas trincheras de sacos levantadas sobre la superficie que, como las de Bagdad, parecían de adorno. Cualquiera que conozca algo de técnica militar se daría cuenta de que desde allí no se podía siquiera intentar defender una carretera.

 

Al rato sobrepasamos Kut y avanzamos hacia Amara. El camino no tiene la calidad de una autopista, pero está en buenas condiciones y nos permitió una velocidad aceptable. En los suburbios, a la salida de Bagdad, tuvimos el único control militar, en el cual debía presentarse el permiso que emite el Ministerio de Relaciones Exteriores. Cuando pasamos por él, los guardias estaban entretenidos y no nos lo pidieron. Después, nadie más se ocupó de nosotros, a pesar de que con frecuencia, a la entrada y salida de cada pueblo, encontrábamos un edificio con una especie de pequeña guarnición policial, algunos con una ametralladora ligera dispuesta sobre el techo.

 

La carretera, por tramos, corre bastante cerca de la frontera con Irán, y a medida que nos movíamos hacia el sur, apreciábamos mayor presencia militar, aunque sin exagerar. En los espacios donde no existe población, habían construido, a la vera del camino, cada 10 ó 15 km, una especie de cuartelitos provisionales con algunas casetas, trincheras y fortificaciones de tierra y piedras. Varios tenían una tanqueta ligera antigua que parecía de fabricación francesa, un cañón antitanque sin retroceso, un par de ametralladoras antiaéreas dúplex y un pelotón de guardias. Todo indicaba que eran instalaciones viejas, tal vez de la época de la guerra contra Irán en los años ochenta. Como el terreno en derredor es llano y desprovisto de grandes árboles, estas obras defensivas se veían desde lejos y para la guerra que se aproximaba era evidente que no tendrían mucha utilidad.

 

El camino transita por una zona de tierra fértil, donde hay agua para la agricultura, aunque no posee bosques y, salvo raras excepciones, la vegetación es baja, por lo general, pastos o terrenos preparados para la siembra de cereales. A veces aparecen pequeñas áreas de frutales y cuando más algunos macizos de palmeras de dátiles. En Iraq, el terreno es montañoso solo al norte y al noreste, en el Kurdistán, el sureste del territorio es llano y fértil, allí fluyen, desde el norte, los ríos Éufrates y Tigris, los que, junto a un amplio sistema de canales y afluentes, constituyen formidables obstáculos naturales para una invasión terrestre. Tener acceso a Bagdad, desde cualquier dirección significa atravesar varios ríos y canales, algunos de considerable anchura.

 

Continuamos el camino por la carretera que a veces se acerca al Tigris, cuyo caudal, en las proximidades de Basrah, se une al Éufrates para formar el estuario de Chatt el Arab (río Árabe), que da acceso al golfo. Alrededor de las 09:30 horas estábamos en las proximidades de Amara, centro de la región de los pantanos que se extienden hasta la frontera con Irán. Allí habita todavía una pequeña y antigua comunidad religiosa llamada mandeos o sabeos,[21] seguidores de san Juan Bautista, quienes realizan rituales con el agua y son conocidos por sus artesanías en plata.

 

Se decía que en la zona de los pantanos permanecían pequeños grupos de guerrillas chiítas, remanentes de la sublevación de 1991, pero por los lugares que pasamos no vimos elementos de tensión o medidas de control que indicaran una situación de inseguridad, y que no era lo que alguien supondría encontrar en un país que estaba a punto de ser agredido por una superpotencia.

 

Más adelante, pasamos por las cercanías de Kourna justo donde se unen los dos grandes ríos y se afirma que está la tumba del profeta judío Ezra,[22] uno de los grandes reformadores de la Torah,[23] que en su tiempo fue objeto de peregrinación por los creyentes de esta religión. A unos 80 km de Basrah y al mediodía cruzamos cerca del lugar donde aseguran que estuvo el paraíso terrestre. Todo el territorio de Iraq está lleno de recuerdos religiosos importantes, la historia de las tres grandes religiones monoteístas y de otras muchas sectas, están vinculadas a este país.

 

Pasaban las doce del día cuando entramos en los suburbios de la gran ciudad del sur, Basrah, considerada la segunda o tercera en importancia del país. No es una ciudad costera, pero el hecho de estar sobre el ancho canal de Chatt el Arab, la convierte en una urbe vinculada al mar. Es un puerto hasta el que entran barcos de mediano porte, tiene importancia también por su desarrollo industrial y no lejos hay considerables yacimientos de petróleo. Atravesada por numerosos canales, Basrah tiene el aire de una Venecia oriental y fue el punto de partida de las fabulosas aventuras de Simbad el marino. La villa, emplazada al centro de una región cuyos grandes bosques de datileras (unas 500 variedades) producen frutos de una calidad increíble, fue fundada en el año 637 por un compañero del profeta Mohammad que viniendo de la península Arábiga, avanzaba con los ejércitos árabes musulmanes para llevar esa religión a todo Iraq e Irán.

 

A finales del siglo XIX, Basrah era la capital administrativa de una provincia del Imperio Otomano que incluía también a Kuwait. Constituía un centro cultural importante y en su museo se guardaban abundantes reliquias de civilizaciones pasadas. Durante la guerra del golfo, en 1991, fue bombardeada y la mezquita de Al Maaqal resultó destruida y dañada la de Al Khawaz. Durante la ocupación del sur de Iraq por las tropas estadounidenses, el museo fue saqueado y desaparecieron objetos de arte e importantes manuscritos, algunos de los cuales reaparecieron en los mercados de arte y antigüedades de EE. UU. y Suiza.

 

Atravesamos la ciudad hacia el centro, buscando el hotel donde nos alojaríamos, situado frente a un malecón que corre a lo largo de un brazo del estuario, del otro lado del cual, hacia el este, crece un bosque casi infinito de palmas datileras, tras el que debe estar la frontera con Irán. El antiguo Sheraton es un hotel que, con mantenimiento y buen servicio, podría clasificar en la categoría de cinco estrellas. En su fachada destacan las típicas balconaduras árabes de madera y desde nuestra habitación se apreciaba la impresionante vista de una buena parte del canal, por el que navegan pequeñas lanchas de pasajeros, algunos pesqueros y navíos de cabotaje con una construcción muy especial, única de esta región del golfo.

 

Luego de almorzar, comenzamos nuestro programa. Habíamos solicitado entrevistas con el Gobernador y con el Secretario del partido Baas en la provincia, un recorrido por la región para ver los daños de los bombardeos que casi a diario efectuaban la aviación estadounidense y la británica, y una visita al hospital pediátrico y otros lugares de interés histórico y cultural.

 

El Gobernador, con quien conversamos aproximadamente una hora, nos explicó las principales características de la ciudad y la provincia, algo de su historia, la economía y cómo funcionaba el gobierno. Nos dio una idea bastante general con datos, muchos de los cuales ya habíamos leído en libros y periódicos. Abundó más en las agresiones que estaban sufriendo, los ataques de la aviación y las consecuencias del embargo en la situación económica y social de la población.

 

Le pregunté cómo se preparaban para la guerra que parecía inevitable y me respondió con el mismo discurso que escuchábamos con frecuencia en boca de los principales dirigentes del país. Nos despedimos con saludos amables para continuar nuestras visitas, pues ya nos esperaban en el hospital pediátrico.

 

La construcción de esta institución era bastante moderna, pero, como muchos edificios en Iraq, le faltaba mantenimiento, aunque la limpieza era aceptable. El director nos recibió en un pequeño despacho y nos explicó que en el lugar se atendían los casos de toda la provincia que requirieran un tratamiento más especializado. Se había convertido en un centro importante de investigación debido a que en la zona se concentraba la mayor parte de los casos afectados por el llamado «Síndrome del Golfo», misteriosa enfermedad producida por el uranio empobrecido que utilizaron las fuerzas estadounidenses en la guerra de 1991.

 

Se estima que alrededor de 6 000 cohetes y 900 000 proyectiles de artillería fueron lanzados sobre Iraq, especialmente en esta zona, con el mencionado mineral en una aleación metálica que los recubría y les daba mayor fuerza de penetración en los blindajes, y por si fuera poco, después de explotar, se dispersaban en el aire y el suelo micropartículas radioactivas muy peligrosas. Se calculaba que la cantidad de uranio 235 diseminado podía haber alcanzado las 200 toneladas, contaminado el medio ambiente y, al incorporarse a la cadena alimentaria, afectado a unas 250 000 personas.

 

Esto ha provocado la aparición de enfermedades desconocidas, de difícil diagnóstico, además de cánceres, leucemias, úlceras, padecimientos de la piel y caída del cabello. En el hospital se han celebrado eventos científicos internacionales para el estudio del trágico fenómeno. Los propios soldados estadounidenses fueron contaminados y se han reportado unos 8 000 casos entre los participantes en la guerra de 1991. Sin embargo, los iraquíes han sido decenas de miles y todavía continúan apareciendo nuevos síntomas, sobre todo entre niños que nacen con malformaciones.

 

En el recorrido, nos llevaron a una sala dedicada a exponer las fotografías de los pacientes atendidos. Es una muestra extremadamente dolorosa, en especial, los casos de niños, decenas de ellos, algunos con apariencia monstruosa. Más tarde fuimos a ver los enfermos en las salas, muchos con leucemia u otros tipos de cáncer, que acompañados por sus madres, trataban de encontrar alguna esperanza.

 

El director nos explicó todas las carencias: medicinas que no llegan debido a los impedimentos del embargo, demoras por los trámites burocráticos, equipos imprescindibles para diagnósticos y tratamientos que no funcionan por falta de piezas de repuesto o por necesitar reemplazo, algunos de los cuales no se pueden comprar porque aparecen en los listados de materiales que el país tiene prohibido adquirir. Era un cuadro terrible, tal como si les hubieran suministrado a la fuerza el veneno y les negaran el antídoto.

 

Las sanciones impuestas por la ONU a Iraq se han mantenido en los últimos años debido a la presión de EE. UU., quien ha logrado incluso reforzarlas, aun en contra de la casi totalidad de los países integrantes de esa organización. Los contratos para la compra de cualquier producto, bajo el sistema de «petróleo por alimentos y medicinas», deben ser aprobados por un Comité de Sanciones en el cual EE. UU. tiene derecho al veto, y además, puede rechazar, suspender o demorar cualquier negociación. Allí, ponen obstáculos de forma sistemática para que los suministros no fluyan hacia el país árabe o intervienen para que no lleguen, se atrasen de forma considerable o arriben solo en cantidades muy pequeñas. Producto del embargo que limita o impide la adquisición por Iraq de productos imprescindibles para la vida, que inciden notablemente en la salud; han muerto cientos de miles de personas, en su mayoría niños. Ha sido una guerra silenciosa, un verdadero genocidio. La visita al hospital nos provocó una lógica compasión hacia las víctimas y una fuerte ira hacia los culpables.

 

De allí nos llevaron a visitar algunos lugares bombardeados, entre ellos uno de los barrios donde se mantenían algunas casas destruidas y uno de los grandes puentes que daba acceso al este de la ciudad que, en 1991, fue cortado por una bomba «inteligente» como si fuera una sierra.

 

Al regresar al hotel, tuvimos la oportunidad de ver un bombardeo en vivo y en directo. Estábamos en la habitación cuando escuchamos la explosión y sentimos como todo se sacudía en torno nuestro, las ventanas y las puertas traqueteaban. Salimos al balcón y vimos una nube de humo negro, en forma de hongo, elevándose dentro del bosque de datileras, como a unos tres kilómetros. Las personas en la calle continuaban su camino tranquilamente, y solo miraban de soslayo, como dándole poca importancia a lo sucedido. Después hubo calma.

 

Un rato más tarde, cuando le preguntamos a los iraquíes el origen de la explosión, nos dijeron que el bombardeo es casi diario y que ya están acostumbrados. Pocas semanas antes, bombardearon el aeropuerto y destruyeron unas instalaciones alegando que eran radares que amenazaban la seguridad de sus vuelos, pero todos conocían que se trataba del aeropuerto civil de la ciudad, por donde se realizaban los vuelos comerciales con pasajeros.

 

Al día siguiente efectuamos otro recorrido, ahora por el puerto. En el patio de la estación de ferrocarriles, estaban desembarcando una batería de cañones. Dentro de la ciudad, en algunas calles, había pequeñas trincheras de sacos blancos parecidas a las que hemos visto en casi todo el país. No se apreciaban obras de defensa mayores o preparación del terreno para la defensa, tampoco en los suburbios por donde atravesamos viniendo del noreste.

 

Para tener una visión más amplia del territorio, pensamos regresar a Bagdad saliendo por otra carretera que sube más hacia el oeste, pero antes nos entrevistamos con el Secretario del partido Baas en la provincia.

 

El dirigente político, una persona de mediana edad, bastante locuaz, nos recibió en una modesta y poco llamativa casa cercana al hotel, también frente a Chatt el Arab. Muy afectuoso, nos reveló que era originario de un pueblo cercano a Basrah, y como había vivido siempre en la zona, conocía bien a la población. Me explicó la estructura política del partido Baas, cómo han estado movilizando a las masas, que la amenaza de agresión de EE. UU. ha hecho que muchas personas que antes no lo hacían, ahora se acerquen al Partido, ayudando a fortalecer el sentimiento patriótico de la gente. «En Basrah –dijo–, hay suficientes personas dispuestas a luchar y resistir, y las estamos preparando militarmente».

 

Le pregunté algunos detalles sobre cómo se preparaban y me explicó: «será una resistencia popular, si vienen no vamos a enfrentarnos en una guerra regular de posiciones, sus armamentos y su técnica son muy superiores, pero esta es nuestra tierra, conocemos la región, la gente se conoce y se ayuda, podremos resistir y vencerlos al final, si tratan de ocuparnos».

 

Le hice varias preguntas, y las respuestas y explicaciones de este hombre, cuyas maneras y expresiones denotaban su extracción popular, me parecieron bastante convincentes. Agradecí sus atenciones y le manifesté la posición de Cuba contra la guerra y nuestra solidaridad con el hermano pueblo árabe de Iraq. Nos despedimos y después de esta entrevista pusimos rumbo directo a la carretera que nos llevaría a la autopista No. 8, que sube desde Basrah hasta Bagdad, pero ahora más hacia el oeste, bordeando el desierto.

 

Durante unos 40 km nos escoltó una camioneta de la seguridad. A la salida de Basrah, la carretera recorre un tramo que nos acercaba bastante a la frontera con Kuwait, donde hacía semanas se concentraban las fuerzas que iniciarían la invasión. No había mucho tráfico en esta carretera que asciende hacia Nassiriyah. A nuestra derecha, al este, corría el Éufrates y las porciones cenagosas aumentaban en la medida que se avanzaba hacia la frontera con Irán. A la izquierda, era puro desierto extendiéndose por cientos de kilómetros más allá de las fronteras con Kuwait y Arabia Saudita.

 

Tras salir de Basrah, sobre ese desierto, encontramos pozos e instalaciones petroleras, en algunos se quemaba el gas en grandes llamaradas. Observábamos la preparación del terreno con continuos obstáculos para dificultar e impedir el paso de los tanques y equipos blindados. Muros hechos de la propia tierra arenosa del desierto, levantados con bulldozers, a veces con dos o tres metros de altura. Los había dobles, con una separación de apenas uno o dos metros, que en algunos lugares se cruzaban y se perdían en la distancia. Durante decenas y decenas de kilómetros se repetía este paisaje. Si la invasión se lanzaba desde la frontera kuwaití, tal como estaba anunciada, este sería el camino a seguir por las columnas blindadas si no quisieran o pudieran utilizar la autopista No. 8 para evitar la entrada a las ciudades del sur.

 

Era de suponer que este terreno estuviera minado o preparado, con el propósito de dificultar el avance de los invasores. Hasta donde se perdía la vista, el paisaje era un desierto llano y descubierto y se mantenía así en toda la banda al oeste de la autopista, hasta unos 100 km antes de llegar a Bagdad. Se me ocurrió pensar que cualquier emplazamiento defensivo en esta superficie sería blanco fácil de la aviación, más teniendo en cuenta la enorme superioridad aérea que debía desplegar el enemigo. Aquí las posibilidades de enmascaramiento eran en extremo limitadas, aunque quizás podrían operar pequeños grupos de comandos o tropas especiales parar dificultar el avance de los invasores.

 

Hacia la derecha, el panorama poco a poco se tornaba distinto, aparecía la vegetación, las poblaciones y, no lejos, el Éufrates. Contemplábamos los canales de irrigación, varios eran estrechos, pero en la medida que se avanzaba hacia el norte estos se volvían más grandes y anchos. La autopista torcía en Nassiriyah y tuvimos que cruzar varios puentes. El gran río, tiene una fuerte corriente, si se volaran los puentes, los invasores tendrían importantes dificultades que vencer. En este entorno (ríos y ciudades), los combates se podrían desarrollar en condiciones más ventajosas, debido a que hay mayores posibilidades de enmascaramiento.

 

Durante nuestro avance por la carretera reflexionábamos sobre estos detalles. A veces, en los cruces de caminos y en los pasos a nivel, pero lejos de las poblaciones, había pequeños destacamentos de guardias y en tramos de hasta 20 km encontramos, a la orilla de la carretera, un pelotón emplazado en rústicas construcciones detrás de muros de tierra, algunos tenían una o dos ametralladoras antiaéreas y algún cañón sin retroceso montado sobre un vehículo. No son fuerzas como para entablar combate, sino más bien pequeñas guarniciones. Por lo demás, la vida se desarrollaba casi normalmente, la gente continuaba trabajando, los jóvenes y los niños en las escuelas, los comercios funcionando.

 

Atravesamos Nassiriyah para de nuevo tomar en dirección este. En la ciudad, grupos de jóvenes vestidos de uniforme verde olivo, recibían entrenamiento militar. En algunos pueblos, frente a edificios que parecían oficiales, también vimos grupos de civiles y pensamos que estuviesen respondiendo a un llamado de reclutamiento. El país se movilizaba lenta y, tal vez, tardíamente para enfrentar la anunciada agresión. Por momentos reflexionábamos, debido a la falta de preparación para la guerra, que los dirigentes del país debían pensar que la agresión no se llevaría a cabo. En otras ocasiones nos imaginábamos que podían estar preparados con mucha eficiencia y de forma que no se detectara a simple vista, y que nosotros, simples observadores, no teníamos capacidad para evaluar la verdadera preparación militar del país. Sin embargo, esta idea no llegaba a convencernos.

 

Continuamos por la carretera que nos llevaba de nuevo a Kut, y unas dos horas después, ya por la tarde, entramos en Bagdad. Tenemos una mejor visión del país, aunque de forma rápida y tal vez precipitada. Recorrimos sus principales zonas y provincias, hablamos con mucha gente y nos entrevistamos con importantes dirigentes. Eso nos ayudaría a situarnos con más objetividad en los acontecimientos futuros.

 

Lo más relevante que encontramos en Bagdad, fue la noticia de que el gobierno había aceptado destruir los cohetes Samoud II. En el último momento, pero antes del plazo establecido del día primero, Iraq decidió proceder a destruirlos. Igual procedimiento fue empleado cuando al principio rechazaron y en el último momento aceptaron la Resolución 1441, el regreso de los inspectores y después el vuelo de los aviones de reconocimiento U-2 con tripulación estadounidense. Algunos artículos de prensa evaluaban esta política de llevar los plazos hasta el límite como una acción inteligente, al provocar que EE. UU. argumentara con fuerza estas supuestas violaciones como razones para lanzar la guerra, y de pronto sustraer la alfombra de abajo de sus pies dejándolo sin argumentos. Colin Powell, por ejemplo, se había apresurado a declarar a la CNN, que el incidente con los cohetes era una prueba definitiva del rechazo de Iraq a desarmarse y de la violación de la 1441 por lo que había que proceder ya a desarmarlo. Algunos periodistas en Bagdad afirmaban que esta última jugada se había hecho en coordinación con los franceses para demostrar que el trabajo de los inspectores funcionaba, y así darle peso al argumento del gobierno galo de que no había motivos para la guerra. Otros señalaban que, por el contrario, este hecho se prestaba para argumentar que solo bajo extrema presión y amenaza militar, Iraq era capaz de aceptar, su desarme.

 

Marzo

 

El día 1ro. lo dedicamos a recorrer Bagdad y sus alrededores. Queríamos tener una visión de los preparativos para defender la ciudad, pero vimos poco. Había aumentado el número de trincheras, aunque tan mal construidas y colocadas como las anteriores. Se incrementó la presencia de personas vestidas de uniforme militar y las camionetas preparadas para instalarles una ametralladora sobre la cama. Los mismos tres o cuatro radares en las afueras y el emplazamiento para colocar otro en las cercanías del puente Jadriya. Al fondo de la zona de los palacios presidenciales, en unos terrenos que se extienden por la margen del Tigris, aparecían, medio enterrados, varios camiones cisternas de llamativo color naranja y habían dislocado algunas ametralladoras antiaéreas. Más atrás, en una explanada interior de la misma zona, se divisaban dos o tres helicópteros rusos pintados de camuflage, mas estaban allí desde hacía tiempo y nunca los vimos o sentimos volar, por lo que estimábamos que eran señuelos.

 

Nos confirmaron que el gobierno y el partido Baas estaban dividiendo las ciudades en zonas de defensa, con una dirección presidida por el partido e integrada por los organismos de seguridad y asesorada por militares. Se estaban encargando de censar las necesidades de las familias, planificar la distribución de alimentos y combustible, y de preparar militarmente a quienes estuvieran aptos y dispuestos. Tenían también misiones correspondientes a la Defensa Civil.

 

La información nos llegó por distintas vías y, en no pocos lugares, vimos a grupos de personas frente a edificios que parecían militares o de la seguridad, lo cual nos hacía pensar que avanzaban en cierta preparación para la defensa, aunque seguíamos sin verla concretada sobre el terreno. No obstante, analizábamos que la ciudad ofrecía muchas ventajas para los combates y podía ser preparada con rapidez. Las propias edificaciones, muros, ventanas, servirían como escondites y posiciones de tiro, y el conocimiento de calles, pasillos, salidas o entradas brindaría ventajas a los residentes y desventajas al intruso. Claro que todo esto podía ser más eficiente si se preparaba con tiempo, se cavaban túneles comunicantes y refugios, se estudiaban las posiciones de tiro y se guardaban en lugares adecuados armas, municiones, explosivos y otros abastecimientos. Los elementos que teníamos sobre la preparación iraquí para la resistencia eran contradictorios. Dudábamos.

 

Las continuas reuniones del presidente Saddam Hussein con los jefes militares eran un elemento a tener en cuenta. El domingo 2, el Iraq Daily titulaba su primera página: «El Presidente sostiene reunión con altos oficiales de la Guardia Republicana y unidades especiales». La información venía acompañada de una foto donde el Presidente aparecía rodeado de unos 50 militares, muchos de ellos jóvenes. Esto, repetido hasta la saciedad durante los últimos meses, daba la impresión de que se preparaba una meticulosa defensa ante las crecientes amenazas de agresión.

 

En El Cairo sesionó otra reunión de la Liga Árabe, la cual, después de muchas contradicciones, emitió una declaración rechazando cualquier agresión contra Iraq. Durante el cónclave el representante de los Emiratos Árabes Unidos solicitó que se pidiera a Saddam Hussein su renuncia para evitar la guerra, lo que suscitó un incidente. Una Cumbre de la Conferencia Islámica tuvo lugar en Doha, Qatar, pronunciándose de igual forma contra la guerra y rechazando la participación de los países miembros en cualquier acción militar contra Iraq. Sin embargo, en el propio Qatar se había instalado el Puesto de Mando para dirigir la operación. El vicepresidente iraquí, que tomaba parte en la reunión, acusó a Kuwait de facilitar su territorio para que EE. UU. lanzara una agresión ilegal.

 

Por esos días, atendimos varias delegaciones de visita en Bagdad, algunas latinoamericanas. Había brasileños y mexicanos, personas del movimiento pacifista que se oponían a la guerra, entre ellos dirigentes de partidos políticos. Un grupo de españoles tomó la embajada de Aznar y unos budistas japoneses iniciaron, en el centro de la ciudad, una ceremonia religiosa por la paz. Sudáfrica, que estuvo activa en la oposición a la guerra, envió a un vicecanciller que fue recibido por Saddam Hussein, así como un grupo de expertos en desarme. Ramsey Clark, ex fiscal general de EE. UU., también fue acogido por el Presidente, al igual que un enviado especial del mandatario libanés.

 

El número de periodistas seguía creciendo. Con los españoles y los latinoamericanos habíamos establecido especiales relaciones e intercambiábamos puntos de vista sobre la situación y los escenarios que podían presentarse. Algunos estaban mejor informados que otros, tratábamos de ayudar con nuestras explicaciones. La mayoría, al percatarse de la realidad iraquí y de cómo manipulaban las cosas EE. UU. y otros gobiernos en el exterior, asumían una actitud honesta contra la guerra, a veces en contra de la línea orientada por la dirección de los medios a los que pertenecían.

 

Iraq continuó haciendo esfuerzos para el cumplimiento de sus compromisos y lo estipulado por la Resolución 1441. Los aviones de inspección incrementaron sus vuelos sin incidentes, fueron entregados nuevos expedientes probando la destrucción de armamento biológico en 1991 y grupos de técnicos especializados comenzaron la comprobación in situ de su enterramiento a unos 150 km al sudoeste de Bagdad. Se llevaron a cabo nuevas entrevistas con técnicos del programa armamentista y se ampliaron las listas de personas a ser entrevistadas. Los cohetes Samoud II continuaban siendo destruidos al ritmo establecido. Los inspectores habían intensificado el trabajo, aumentando sus visitas.

 

El jefe de estos, sin embargo, seguía dando opiniones diversas, incoherentes y hasta contradictorias. A veces, obviaba el papel técnico profesional que tenía encomendado por el Consejo de Seguridad y hacía frecuentes incursiones con objetivos políticos, o emitía juicios inadecuados en alegres entrevistas de prensa. En una de ellas, concedida a la revista Time, afirmó: «por supuesto ellos (los iraquíes) no tienen credibilidad y la diplomacia puede necesitar ser respaldada por la fuerza». Palabras muy similares a las pronunciadas por dirigentes estadounidenses. En el transcurso de los últimos días del mes había dicho: «Iraq colabora poco», para después afirmar: «hay pasos importantes hacia el desarme», o «Iraq ha dado pasos de sustantiva cooperación en días recientes». La falta de seriedad era un reflejo del deterioro a que estaba siendo sometida la ONU.

 

En Arbil, el Kurdistán iraquí, se reunieron al fin unos 50 representantes de organizaciones de la oposición iraquí, bajo la custodia de agentes de seguridad de la CIA, según pudimos apreciar por un canal de la televisión kurda. Enviados especiales de Washington y Londres hablaron en el encuentro y trabajaron duro para tratar de superar las enormes contradicciones que oponían a estos grupos.

 

Por otro lado se agudizaron los conflictos ante la amenaza de Turquía de introducir sus tropas en esta región. El Parlamento autónomo creado por la oposición kurda iraquí emitió una declaración rechazando la intervención turca, amenazando con combatirlos si entraban en su territorio. Unos 200 000 kurdos se manifestaron en Arbil contra la entrada de tropas turcas en esa región, cuando se divulgó que EE. UU. y Turquía habían firmado un acuerdo secreto, mediante el cual permitirían el ingreso de 40 000 soldados en el Kurdistán. Ello motivó que el segundo jefe del Partido Democrático del Kurdistán declarase: «EEUU y Turquía firmaron un acuerdo traidor que permite la ocupación de la región por Turquía. En el transcurso de mi vida, los EEUU nos ha traicionado dos veces, cuando la sublevación de 1975 y después en el 91. Ahora sería la tercera vez que nos traicionan en una sola generación».

 

Turquía tenía mucho temor de que la guerra facilitara la creación de un estado kurdo independiente en el norte de Iraq, pues esto repercutiría sobre la gran población kurda turca. También venía reclamando el respeto de los derechos de la minoría turcómana –entre 100 000 y 150 000– que viven en Mosul y Kirkuk, pero las posibilidades de enviar sus tropas se veían en esos momentos limitadas debido al pronunciamiento de su Parlamento que rechazaba dar facilidades para que EE. UU. usara su territorio como base para la invasión.

 

Si este rechazo se mantenía firme, la operación militar que EE. UU. pretendía lanzar contra Iraq podría complicarse, pues la introducción de sus tropas a través del suelo turco era decisiva para abrir un frente norte que avanzara sobre Bagdad y sobre la zona petrolera de Kirkuk. Como opción, EE. UU. tendría que limitarse a aerotransportar sus fuerzas y medios, y utilizar, tal vez, pequeños aeropuertos en el Kurdistán, lo cual reduciría mucho su capacidad operacional.

 

Como una señal de que el inicio de la guerra se acercaba, la embajada turca en Bagdad fue cerrada y su embajador, recién nombrado, regresó a Ankara. El de Rumanía también se fue, pues había pasado a ser un país beligerante al dar facilidades a las fuerzas estadounidenses para que utilizaran su base aérea de Constanza, sobre la costa del mar Negro. Con estos, ya eran nueve los países que habían retirado sus jefes de misiones y cerrado sus representaciones. Otras embajadas mantenían una presencia mínima y la mayoría de las que quedaban estaban a nivel de Encargados de Negocios.

 

La Liga Árabe se reunió de nuevo en Sharm el Sheij, Egipto, y a pesar de sus inconsecuencias y contradicciones, reiteró su posición haciendo una declaración que se oponía a la guerra y llamaba a dar más tiempo al trabajo de los inspectores para buscar una solución pacífica. En algunos países árabes se llevaron a cabo importantes manifestaciones populares. Egipto, que por lo general permitía este tipo de actividades solo en locales cerrados, facilitó una mayor expresión del sentimiento popular, al aceptar la congregación de unas 100 000 personas en un estadio.

 

El repudio internacional a la guerra había continuado pronunciándose en todos los rincones del mundo y con mucha fuerza en Europa, donde se destacaban Italia, España y Gran Bretaña, cuyos gobiernos hacían caso omiso a la voluntad popular expresada masivamente en las calles.

 

En el Consejo de Seguridad de la ONU se profundizaba el enfrentamiento, que ponía de un lado a Francia, Alemania, Rusia y China, y del otro a EE. UU., Gran Bretaña y España. Algunos analistas estimaban que podríamos estar presenciando el surgimiento de un nuevo polo que sirviera de cierto balance a los planes hegemónicos de Washington.

 

Estados Unidos persistía en su empeño de que se aprobara otra resolución que legalizara sus intenciones de agredir a Iraq, pero no era nada fácil, y aunque Powell declaraba que tendrían mayoría, hasta ese momento no la había logrado. En entrevista concedida a la televisión española, el canciller francés declaró: «Los inspectores funcionan, el desarme continúa y la 1441 ofrece todas las posibilidades para concluirlo. Hay que fortalecer el trabajo de los inspectores. La posición de Francia es coherente con su visión de un mundo multipolar».

 

Las presiones de EE. UU. se centraban en un grupo de países, miembros no permanentes del Consejo, para tratar de lograr la mayoría necesaria de nueve. Ellos eran: Chile, México, Angola, Guinea, Camerún y Pakistán. Pero el presidente Bush, mostrando una vez más su desprecio por los mecanismos multilaterales, volvió a declarar que no necesitaba una nueva resolución para desarmar a Iraq y que lo desarmaría con o sin el acuerdo del Consejo de Seguridad, y agregó: «Iraq será ejemplo de democracia para la región y el cambio de régimen nos permitirá acabar con el terrorismo palestino y crear un estado».

 

Mientras esto sucedía en torno a la ONU, donde tenía lugar la batalla política fundamental, la maquinaria militar había seguido moviendo hombres y medios para la región. La guerra se hacía inevitable e inminente. Sin embargo, lo que no calcularon los ideólogos del «Imperialismo para el Nuevo Siglo» cuando elaboraron sus planes para implantar su proyecto a partir de la ocupación de Iraq, aun antes de que este grupo llegara al poder en Washington, era la enorme oposición que iban a encontrar y que el escenario se les podría volver tan complejo.

 

Conscientes de lo que podía desatarse en cualquier momento, en la embajada completábamos los preparativos para resistir. Revisábamos los detalles, probábamos reiteradamente los distintos medios de comunicación, pasábamos revista a todo lo que se pudiera necesitar, y habilitábamos el refugio con herramientas, caretas antigases y otros medios necesarios.

 

El día 7, se efectuó la reunión del Consejo de Seguridad, a la que comparecieron los señores Hans Blix y M. El Baredei. Los informes parecían imparciales, pero con un ligero saldo positivo hacia Iraq. «El desarme tomará meses» decían, y señalaban que ahora Iraq estaba colaborando como debía haberlo hecho antes. El Baredei mencionaba: «no son auténticos los documentos que respaldan las acusaciones británicas y de los Estados Unidos de que Iraq intentó importar uranio», la información era desmoralizante. Afirmó, además, que Iraq no tenía posibilidades de constituir una amenaza atómica. Los informes ponían en evidencia que se lograban progresos y que Iraq estaba colaborando.

 

En el hotel Canal, sede de la ONU, donde estaba el estado mayor de los inspectores, pero también las Oficinas del Programa Humanitario para Iraq (UNOHCI), nos convocaron a la reunión informativa de todos los meses. El jefe de este programa, embajador Ramiro Lopes, hizo casi una despedida. El grupo de embajadores había disminuido sensiblemente y entre los que asistimos reinaba el pesimismo. Cuando nos informaron cómo marchaba el programa humanitario y los planes futuros, todo nos sonó trágicamente ridículo. En la reunión participaban dos embajadores que, con larga experiencia en la región, persistían en tratar de convencerme de que no habría guerra.

 

El personal internacional de este programa, UNOHCI, era ya escaso y había sido retirado poco a poco, como para que no se notara, pero los latinoamericanos que allí trabajaban nos habían informado de la partida de la mayoría de ellos. Asimismo habíamos conocido sobre sus planes de contingencia para caso de urgencia, cómo efectuarían la retirada, hacia dónde, etc. Hasta los inspectores que trabajaban en este mismo hotel habían escenificado prácticas de evacuación sorpresiva, previendo el estallido de la guerra. La información de estos «ensayos» nos llegaba de manera inmediata, pues la retirada de este personal podía significar el preludio de la guerra.

 

Durante la primera decena de marzo, el conflicto tenía dos escenarios fundamentales, el Consejo de Seguridad de la ONU en el orden político, y la movilización militar que parecía estar a punto de completarse en la región del golfo.

 

En el Consejo de Seguridad, aunque Powell había afirmado el día 9 que podía ganar una mayoría para aprobar una resolución que autorizara la agresión, se mantenía la fuerte oposición a la alianza de EE. UU., Gran Bretaña y España y la generalidad optaba por la continuación del trabajo de los inspectores, y se oponía a dar un ultimátum a Iraq, alegando que el proceso de desarme funcionaba.

 

Un tercer escenario lo constituían las calles de cientos de ciudades en todo el mundo, donde los pueblos continuaban manifestándose contra la guerra y contra el hegemonismo de Washington. El día 10, se produjeron grandes movilizaciones populares.

 

 

En el orden militar se informó que dos nuevos acorazados y tres submarinos estarían cruzando el Canal de Suez en dirección al golfo y al mar Rojo. Portaban algunos cientos de cohetes cruceros Tomahawk cuyo alcance era de 1 600 km. Ya estaban basificados o próximos a llegar a la región cinco portaaviones con cientos de cazas y bombarderos a bordo. En el desierto de Kuwait, cercano a la frontera iraquí, se llevaban a cabo maniobras en condiciones parecidas a la guerra, en las que participaban cientos de tanques y otros blindados, helicópteros, artillería y tropas, que ya debían estar listas para la agresión. Los superbombarderos «invisibles» B-2, capaces de cargar 16 bombas «inteligentes» de 2 000 libras cada una, comenzaban a ser movilizados hacia la base de Diego García en el Océano Índico. Todas estas informaciones llegaban por los medios de prensa. El inmenso poderío y la prepotencia, los llevaba a hacer públicos todos los preparativos de la masacre que urdían. No eran pocos los artículos que aparecían por estos días en la prensa estadounidense, hablando de «las cualidades» de las nuevas armas del imperio, noticias que sin duda eran parte del terrorismo mediático.

 

Los jefes militares de EE. UU. y Gran Bretaña, habían anunciado que sus bombardeos a la llamada «zona de exclusión aérea» entraban en una fase más intensa, y lo demostraron con un ataque en Basrah donde murieron seis civiles. El general Tommy Frank, durante una entrevista de prensa en el Pentágono, había dado detalles de cómo serían las operaciones: «reduciremos al mínimo los daños colaterales, dijo, habrá una gran campaña aérea, diez veces más fuerte que en el 91 y con armas más inteligentes».

 

El día 11, el embajador de Cuba en la ONU habló en una sesión abierta en el Consejo de Seguridad, que fue solicitada por el Movimiento de Países No Alineados con carácter urgente para tratar la crisis de Iraq. Los pronunciamientos de los representantes de decenas de países, dieron fe de que la casi totalidad de la comunidad internacional se oponía a los planes agresivos de EE. UU., que solo encontraban apoyo en un pequeño grupo. El representante de Cuba expresó: «Una guerra en Iraq sería injusta y totalmente innecesaria. Ahora se anuncia con inaudita crueldad el empleo de nuevas armas y una intensidad sin precedente de los bombardeos y se declara que la magnitud de las bajas civiles es incalculable. Ningún daño podría ser más grave, ni peores las consecuencias, ni haría más irrelevante el Consejo de Seguridad que una claudicación».

 

En Estrasburgo, Francia, el Parlamento Europeo demandó la continuación del trabajo de los inspectores y rechazó la guerra. En el Vaticano el Presidente del Consejo pontificio para la justicia y la paz declaró que: «Una decisión al margen de la ONU sería un hecho gravísimo, se pondría en duda no solo su credibilidad, sino incluso su futuro».

 

En Bagdad, sin embargo, la vida continuaba con bastante normalidad, aunque el número de trincheras de sacos había aumentado en las calles sin que llegaran a ser numerosas. El tema de la guerra, se hacía más frecuente entre las personas y una señal inequívoca de la preocupación por lo que pudiera pasar lo constituía la devaluación de la moneda iraquí, que había alcanzado 2 700 dinares por un dólar. La semana anterior estaba a 2 340 por uno. El proceso de desarme continuaba a buen ritmo. El viernes 14 ya se habían destruido sesenta y cinco cohetes Samoud II, se habían presentado informes actualizados que atestiguaban la destrucción de gas nervioso VX, y una lista inédita de técnicos con 180 nombres recién incorporados de personas vinculadas al programa armamentista había sido entregada.

 

Un nuevo incidente, creado por la acusación de Colin Powell de que Iraq poseía aviones no tripulados dispuestos para ser enviados con armas de destrucción masiva, se disolvió rápidamente cuando se hizo una demostración ante la prensa que comprobó que estos rudimentarios artefactos no volaban más allá de ocho kilómetros.

 

Otro hecho sospechoso de provocación tuvo lugar cuando un avión U-2, de los que volaban para apoyar las inspecciones, entró en territorio iraquí sin pedir autorización previa como estaba establecido. Habían solicitado el permiso para realizar un vuelo, pero después penetró un segundo avión que fue detectado por la defensa aérea iraquí, aunque no llegó a hacerle fuego. Los coordinadores de la ONU se excusaron y reconocieron que había sido un error, aunque no se aclaró de quien. Si los iraquíes le hubieran disparado, con seguridad habría estallado la guerra, ya que estos aviones eran tripulados por oficiales de la fuerza aérea estadounidense.

 

Algunos medios de la prensa internacional divulgaron la noticia de que ya solo permanecían en la capital iraquí las embajadas de la Santa Sede, la Federación Rusa y Cuba. Lo que no era cierto en su totalidad: quedaban otras, aunque muy pocas a nivel de embajadores.

 

El día 12 almorcé con una delegación de la Cancillería de México que visitaba Iraq para conocer la situación e informarse sobre la presencia de ciudadanos mexicanos y convencerlos de abandonar el país. En la ciudad, se encontraban con anterioridad: periodistas de diversos canales de televisión y de la prensa plana (entre ellos de Televisa y el periódico La Jornada); un grupo de solidarios que tenían idea de servir como escudos humanos; y dirigentes políticos de partidos de izquierda –que desde Bagdad trataban de influir para que México, como miembro del Consejo de Seguridad, mantuviera una posición firme contra la guerra– para quienes organizamos una cena en la residencia. Hicimos contacto con todos y manteníamos relaciones amistosas, nos visitaron en la embajada y nos veíamos con frecuencia. Los ayudamos en la medida de nuestras posibilidades, en especial con nuestros consejos, trasmitiéndoles experiencias que considerábamos útiles para el trabajo en el mundo árabe.

 

Los representantes de la Cancillería mexicana me pidieron ayuda y protección, en caso necesario, para los que decidieran permanecer; pero eso ya estaba comprometido, éramos hermanos latinoamericanos.

 

Los pronunciamientos de los líderes iraquíes en estos días estaban dirigidos a levantar el espíritu patriótico y de resistencia, a veces en clara evidencia o admisión de que la guerra ya era inevitable. El presidente, en una carta dirigida al pueblo y leída por la televisión con motivo del año nuevo musulmán, afirmó: «Iraq derrotará a los invasores. EEUU quiere convertir en esclavos a los árabes». El dirigente iraquí recibió a un enviado especial de Vladimir Putin, el presidente de la Duma, Guennady Zeleznykov.

 

La televisión nacional reportó que existían grupos de voluntarios árabes y de otros países islámicos entrenándose en Iraq para enfrentar la agresión y se vieron algunas decenas de estos en pleno ejercicio con fusiles y lanzagranadas RPG-7. En uno de los tantos desfiles militares aparecieron grupos de suicidas vestidos de blanco que expresaban su disposición a inmolarse para destruir al invasor.

 

Los rezos de los viernes, que se transmitían por radio y televisión, eran particularmente combativos en las últimas semanas, utilizaban un lenguaje de abierto contenido político, donde se mencionaba al imperialismo, el colonialismo y el sionismo y se analizaba la historia de lucha de los árabes e islámicos. En ocasiones, el Cheik que pronunciaba el sermón empuñaba un fusil AKM.

 

Desde La Habana nos llegaron las palabras que nuestro canciller, Felipe Pérez Roque, pronunció en una Conferencia de Prensa. Sobre Iraq dijo:

 

Hoy está en juego en New York no solo una guerra, sino la existencia futura de un sistema internacional de instituciones. La posibilidad de que pueda desatarse una guerra sin la autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sentaría un precedente de una gravedad que no alcanzamos a aprehender bien para el futuro. Cuba considera que una guerra contra esa nación (Iraq), sin la autorización del Consejo de Seguridad sería ilegal, injusta y violatoria de la Carta de las Naciones Unidas. Nadie podría entender razones que la justifiquen.

 

El presidente Bush habló el día 14 para anunciar al mundo su Proyecto de Mapa de Ruta para resolver el conflicto palestino-israelí, que incluía «su visión» de un estado palestino. El jefe del imperio extiende una mano a los árabes con una difusa zanahoria, mientras en la otra tiene el garrote. En efecto, la oferta no podía ser más elocuente, el mensaje era claro: «los árabes no deben ponerse contra los Estados Unidos, no somos tan malos, estamos dispuestos a resolver el problema palestino». Era una especie de hoja de parra con la cual quería cubrir su marcada política antiárabe y antimusulmana.

 

A mediados de marzo parecía cerrarse el camino de una solución en el Consejo de Seguridad. Francia y Rusia hablaron incluso de la posibilidad de vetar una nueva resolución que diera luz verde a la guerra, y EE. UU. no lograba reunir los nueve votos necesarios para aprobarla a pesar de las tremendas presiones que ejercían sobre los países miembros. En estas circunstancias, el «trío del mal, Bush, Blair y Aznar» se reunió en las Islas Azores, el día 16, para desechar la vía de las negociaciones y lanzar la agresión.

 

 

Ese mismo día, Jacques Chirac insistió: «Los inspectores han dicho en varias ocasiones que no era una cuestión de años, pero tampoco era, naturalmente, una cuestión de días: era una cuestión de meses. Entonces es un mes, dos meses. Estoy dispuesto a cualquier acuerdo sobre este punto que tenga el aval de los inspectores». Esta idea sirvió de base para una propuesta ruso-franco-alemana, y contemplaba que el Consejo de Seguridad aprobara un plan calendario preciso para el desarme, con etapas para concluirlo y verificarlo. El gobierno iraquí invitaba de nuevo a Bagdad a los señores Blix y El Baredei para elaborar un plan que posibilitara la aceleración del cumplimiento de la Resolución 1441. Parecía demasiado tarde.

 

El vicepresidente estadounidense, Dick Cheney respondía: «No hay duda de que estamos cerca del fin de los esfuerzos diplomáticos». Colin Powell dijo: «No hay razón para realizar una nueva reunión del Consejo de Seguridad cuando existen tan profundas diferencias entre sus miembros».

 

El día 17, el proyecto de resolución que defendían Gran Bretaña y EE. UU. en el Consejo de Seguridad es retirado y George W. Bush da 48 horas a Saddam Hussein y su familia para que abandonen Iraq. Es un ultimátum que conllevaba el persistente mensaje de que el problema era Saddam y si lo eliminaban, las cosas podrían arreglarse. Era la invitación a la sublevación, el asesinato o el golpe de estado; pero nada de esto sucedía.

 

El presidente francés, en un postrer esfuerzo, alegó: «Iraq no representa actualmente una amenaza tal que justifique una guerra inmediata». Pero ya la suerte estaba echada; el secretario general de la ONU, Kofi Annan, ordenó la retirada de los inspectores y de todo el personal de esa organización en Iraq. Estaban allí respondiendo a resoluciones aprobadas por el Consejo de Seguridad y eran retirados sin el acuerdo de ese mismo Consejo. De igual forma, el Secretario General ordenó el retiro de las fuerzas de seguridad de la ONU que permanecían en la frontera con Kuwait.

 

El vicepremier iraquí, Taha Yassin Ramadán, envió una carta a Kofi Annan en términos duros, recordándole el artículo 200 inciso 1 de la Carta de la ONU, que establecía que el Secretario General y el personal de la Secretaría, no recibirán instrucciones de ningún gobierno ni de ninguna autoridad ajena a la organización. En el mismo texto censuraba el hecho de que el Secretario General no hubiera condenado explícitamente los ataques militares contra Iraq. Ya el canciller Naji Sabri había escrito a Kofi Annan demandándole que restituyera las fuerzas de la UNICOM en la frontera kuwaití, pues su retirada constituía una violación de las resoluciones de la organización y de la propia Carta.

 

Con el inicio de la guerra a las puertas, solicitamos permiso al Ministerio de Relaciones para salir de Bagdad y visitar las ruinas de Cesifón, fundada hacia el año 144 a.n.e. y donde se mantiene un alto y fabuloso arco desafiando el paso de los siglos. El lugar no estaba lejos y nos permitiría echar un vistazo a los preparativos de la defensa en las afueras, hasta unos 50 km de distancia.

 

El día 18 por la mañana realizamos la visita. Desde la carretera, en dirección sudeste observamos la operación de despliegue de una unidad de artillería y otra de cohetes antiaéreos, esto a una distancia aproximada de entre 25 y 30 km de Bagdad. Eran ubicados en terrenos próximos a la carretera, con protección de unas arboledas. Avistamos varios grupos de hombres que, al parecer, esperaban para su reclutamiento o para recibir alguna preparación. En los comercios, las personas compraban abastecimientos en cantidades para almacenar.

 

El Iraq Daily informaba que la población no se dejaba intimidar y se preparaba con tranquilidad para enfrentar la posible agresión. Las manifestaciones populares se sucedían en casi todas las ciudades y la televisión mostraba el entrenamiento militar que se impartía a diferentes grupos de personas. Acorde con nuestro análisis, era insuficiente el movimiento de tropas y medios que se requerirían para preparar la defensa efectiva de Bagdad, aunque se mantenían las archiconocidas reuniones del presidente con los altos oficiales y los mandos de diferentes unidades. En una de ellas afirmó: «Los Estados Unidos están dominados por un lobby sionista», lo cual coincidió con un cintillo mostrado por la CNN, donde se informaba que un congresista estadounidense había afirmado que el lobby judío en EE. UU. era el principal impulsor de la guerra, y también con declaraciones del escritor y periodista Michel Collon,[24] quien dijo que: «el presidente Bush está dirigido por fundamentalistas cristianos e influenciado por el lobby judío en su decisión de hacer la guerra a Iraq».

 

Nos enteramos de que los Ministerios y las Oficinas del Gobierno, al menos las más importantes, se habían evacuado a otros lugares durante los últimos días, solicitamos al Ministerio de Relaciones Exteriores su nueva ubicación para comunicarnos con ellos en caso de necesidad, pero dijeron que nos informarían más tarde.

 

Esa misma semana, el gobierno iraquí hizo público un decreto mediante el cual dividían el país en cuatro grandes zonas militares: una en el norte que incluía las tres provincias del Kurdistán, Mosul y Kirkuk; otra en el sur con su centro en Basrah, que abarcaba Amara y Nassiriyah; la tercera que contenía los territorios del centro excepto Bagdad-Tikrit, que integraban la cuarta región. Al frente de cada una se designó a los más altos dirigentes del país. La medida, tal vez correcta en el sentido de dar autonomía a esas regiones, hubiera requerido ser adoptada mucho antes.

 

El día 18, me visitó un embajador amigo que todavía dudaba si se evacuaría a Jordania o no, aunque tenía instrucciones de su Ministerio para hacerlo. Argumentaba que en el último momento habría una negociación y se evitaría la guerra. Me preguntó mi opinión y le dije, para no ser absoluto, que la posibilidad de que estallara era del 99.99%.

 

[19]Ex presidente de la República Chequia.

[20]Ola gigantesca originada por un maremoto. (N. del E.)

[21] Practicante del Mandeísmo, doctrina religiosa surgida hacia el siglo II d.n.e, de cuyos adeptos queda un grupo en Iraq. Sus textos reflejan influencias persas, judías y cristianas, creen que la salvación del alma y el universo material solo puede producirse a través del conocimiento revelado, una vida ética estricta y la observancia de ciertos ritos. Veneran a san Juan Bautista y repiten el bautismo con frecuencia por considerarlo un rito de purificación. Sus monjes forman una casta separada de los laicos. (N. del E.)

[22] Ezra o Esdras (c.a. 397 a.n.e.), sacerdote y escriba que representó una figura fundamental en el renacimiento del judaísmo tras el cautiverio en Babilonia. Continuador de la obra de Nehemías, fue responsable de la exhaustiva codificación de las leyes, incluyendo las que regían el culto en el Templo y el canon de las escrituras. Por otra parte, contribuyó de forma decisiva a la eventual sustitución de los sacerdotes por los rabinos. (N. del E.)

[23]Palabra hebrea que significa ley o doctrina. La Torah consta de los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, adjudicados a Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), y ofrece una nueva elaboración en el Libro de los Reyes. Es la piedra fundamental de la religión y la ley judías. Se presenta en forma de rollo de pergamino y se lee en la sinagoga. Su lectura es un ejercicio permanente que el creyente debe realizar, como mínimo, cuatro veces por semana.

[24] En su artículo «El plan de invasión está sobre el buró de Bush», publicado en septiembre del 2002, Collon argumentaba sobre el viejo sueño israelí para dividir y destruir a Iraq, al considerarlo el país potencialmente más peligroso para Israel. Citaba a Oded Yinon, un representante de Asuntos Exteriores del estado judío, que en 1982 escribió: «Para nosotros, disolver Iraq es mucho más importante que Siria. La potencia iraquí es la que a corto plazo constituye la mayor amenaza de guerra para Israel. La guerra irano-iraquí, desgarrará a Iraq y provocará su caída. Cualquier tipo de conflicto interárabe nos ayudará y acelerará el objetivo de dividir Iraq en varios pedazos». El 7 de junio de 1981, aviones israelíes habían bombardeado una planta nuclear de tecnología francesa en las afueras de Bagdad, utilizando el alegato de que Iraq estaba desarrollando capacidades para la producción de armas nucleares. El Organismo Internacional de Energía Atómica, que había inspeccionado las instalaciones en fecha reciente, había declarado que Iraq no estaba, ni estaría en muchos años, en capacidad de producir tales armas. Es conocido que Israel es el único país en el Medio Oriente que posee un arsenal nuclear y que rechaza cualquier tipo de inspección de la OIEA.

 

 

 

 

 

 

 

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