SOBRE EL
ALCA
(Análisis del Presidente de la Comisión Económica del Parlamento cubano,
Osvaldo Martínez, el 20 de abril del 2001)
El ALCA no es más que un proyecto norteamericano para crear un Acuerdo de
Libre Comercio entre la economía de Estados Unidos —es decir, la más rica y
poderosa del planeta— y las economías latinoamericanas y caribeñas,
subdesarrolladas, endeudadas, dispersas, y cuyo Producto Interno Bruto, sumado,
es casi diez veces inferior al de Estados Unidos. Podemos decir en una primera
aproximación que no es, ni más ni menos, que el proyecto de integración entre el
tiburón y las sardinas.
Ahora, las razones para el ALCA no son las opciones latinoamericanas, o
caribeñas, ni las supuestas ventajas de la integración económica para ella, sino
realmente los apetitos estratégicos de dominio norteamericano sobre la región
ante la competencia con otros rivales en el mundo desarrollado actual y también
las propias debilidades latinoamericanas que están presentes aquí.
Es fácil darse cuenta de que América Latina llega a esta negociación sobre el
ALCA en unas condiciones muy especiales de debilidad, de pobreza, de crisis
económica, social y política; que pretende concertar el acuerdo de mayor
trascendencia histórica que nunca haya concertado con Estados Unidos, que puede
comprometer a fondo el futuro de la región y de sus pueblos, y hacerlo en su
momento de mayor debilidad económica y política, y de mayor falta de cohesión
interna.
Esta debilidad latinoamericana actual creo que la podemos concretar en dos
elementos fundamentales: el primero de ellos es la práctica casi generalizada y
dogmática en la región de la política neoliberal; el segundo, la propia crisis
económica y social que esa política neoliberal, aplicada durante dos décadas, le
ha traído a la América Latina.
En cuanto al primer elemento, este hecho de que el neoliberalismo es práctica
casi generalizada en la región de América Latina, hace posible el proyecto del
ALCA por la coincidencia neoliberal en practicar el mismo tipo de política entre
el dominador, Estados Unidos, y los dominados dentro del ALCA y, por supuesto,
el ALCA, de llegar a entrar en vigor, sería una profundización del
neoliberalismo y un nivel de dependencia y de subordinación aún mayores.
Esta dependencia y esta debilidad merecen comentarse en dos aspectos
relacionados con la forma de practicar y de entender la integración
económica.
Si hace 20 años atrás en América Latina se entendía la integración económica
como un proceso, ante todo, de defensa de los mercados internos
latinoamericanos, de establecimiento de una preferencia al interior de América
Latina para defender los mercados internos latinoamericanos, sobre todo del
capital norteamericano con mayores niveles de eficiencia y mayor poderío; si
—repito— hace 20 años se entendía así la integración, con un sentido defensivo,
con un sentido de protección de los mercados internos, ahora, con la adopción
dogmática del neoliberalismo, se ha pasado a colocar en primer lugar, no la
defensa de los mercados internos y la creación de un espacio de preferencia para
los latinoamericanos, sino que el gran objetivo es insertarse en las corrientes
de comercio y de flujos de capitales en el mundo, y en la práctica se abandona
la protección del mercado interno.
Un segundo punto con el que quisiera ejemplificar esto de la debilidad
latinoamericana con la adopción del neoliberalismo y la forma de entender la
integración ahora, está en el tratamiento a algo que es fundamental en cualquier
intento de integración económica, que es el problema de los diferentes niveles
de desarrollo entre los países.
Si hablamos de un proyecto de integración entre la economía más desarrollada
del mundo y un conjunto de economías en diferentes grados de subdesarrollo, que
van desde la economía de Brasil hasta Haití, Bolivia, Honduras, economías
sumamente débiles, e incluso, pequeñísimas economías insulares de habla inglesa
del Caribe, entonces, el problema de los diferentes niveles de desarrollo es un
problema de vital importancia.
Hace 20 años atrás, en la integración latinoamericana se entendía como
necesario dar en ella un trato preferencial a los países de menor desarrollo.
Ahora, con la adopción del neoliberalismo, esto se ha sustituido por un concepto
de reciprocidad que solo admite que los países hagan una misma política
neoliberal, y la única diferencia posible es que lo hagan en plazos ligeramente
diferentes. Digamos, que Honduras o que Bolivia demoren uno o dos años más en
hacer lo mismo que harían Estados Unidos y Canadá, así, tan absurdo como
suena.
La otra gran debilidad latinoamericana del momento creo que es la crisis
económica y social que vive la región, generada por dos décadas de aplicación
diligente de la política neoliberal. Quisiera recordar los elementos
fundamentales de esa crisis económica y social, generada por la misma política
neoliberal que ahora se pretende profundizar con el ALCA.
Se ha producido en estas dos últimas décadas un crecimiento insuficiente. En
el mejor de los casos, el crecimiento obtenido en la década de los 90, fue la
mitad del mínimo de crecimiento que la Comisión Económica para América Latina de
Naciones Unidas establece como indispensable para poder empezar a reducir las
distancias entre desarrollo y subdesarrollo, y para poder empezar a reducir la
pobreza en la región.
Ese anémico e ínfimo crecimiento ha sido un crecimiento de muy baja calidad,
y se ha basado en factores muy endebles y que, además, tienden todos a agotarse
rápidamente.
En primer lugar, las privatizaciones. En otras mesas redondas hemos hablado
de la oleada de privatizaciones que ha caído sobre América Latina, cómo se han
privatizado desde empresas hasta correos, parques, carreteras, cementerios, y
esa privatización desaforada ciertamente ha permitido algún ingreso de capital a
los gobiernos que lo han hecho, por supuesto, al precio de ceder soberanía
nacional; pero, sencillamente, esta vía de ingreso de capital se agota cada vez
más, porque no queda ya mucho por privatizar en América Latina, de manera que no
se puede seguir apoyando ningún crecimiento en un proceso de privatizaciones que
ya va encontrando muy poco que privatizar.
En segundo lugar, el ingreso de capital, otra de las panaceas neoliberales
para el desarrollo de América Latina. El ingreso de capital, si bien ha tenido
ciertas cifras que son llamativas para la propaganda neoliberal, pierde mucho de
su encanto cuando uno se da cuenta de que, por lo menos, la tercera parte de ese
ingreso de capital no son más que capitales golondrinas, capitales especulativos
de corto plazo, que entran y salen con una tremenda velocidad y constituyen
factores de desestabilización, que han actuado así en todas las crisis
financieras que la región ha padecido en la década de los 90; y que, además, ese
capital extranjero ciertamente entra, pero también saca utilidades y es el
responsable fundamental de que, en definitiva, esas cifras de ingreso de capital
estén anuladas y más que compensadas por el déficit de cuenta corriente de
balance de pago que está dado fundamentalmente a su vez, por las utilidades que
hacia fuera de los países latinoamericanos envía este capital extranjero.
La tercera base de este proceso de crecimiento ha sido el endeudamiento.
Recordemos simplemente que en 1985 América Latina tenía una deuda de 300 000
millones de dólares. Hoy la deuda es de unos 750 000 millones de dólares; pero
solamente entre los años 1992 y 1999 la región entregó, como servicio de esa
deuda, 913 000 millones de dólares. Esa deuda compromete hoy el 56% de los
ingresos de exportaciones de bienes y servicios de la región, simplemente para
pagar esta deuda y para que la deuda siga creciendo, pagar más y deber más, como
estas cifras demuestran.
Creo que lo último que refleja la situación de debilidad y de crisis con la
cual la región se aboca a una negociación trascendental con Estados Unidos sobre
el ALCA, es este recurso desesperado al cual ya algunos gobiernos están
recurriendo, a la dolarización de las economías latinoamericanas; es decir, a
ceder la elemental soberanía de manejo de su moneda nacional, de tener una
política monetaria, para adoptar directamente el dólar de Estados Unidos, en una
tal variante de neocolonialismo que realmente es difícil imaginar otra sujeción
y otra dependencia más fuerte que esta.
Ahora, si este es el panorama de la crisis económica, la expresión social que
esto tiene es realmente espantosa. Si en 1980, cuando todavía el neoliberalismo
apenas empezaba, eran pobres en América Latina —según Naciones Unidas— el 39% de
los latinoamericanos, ahora lo son el 44% —por supuesto con las estadísticas que
Felipe decía que siempre están por debajo de la realidad, pero son las
estadísticas de Naciones Unidas.
Hoy 44% de la población latinoamericana es pobre, eso significa, en términos
absolutos, 224 millones de pobres, de los cuales 90 millones son indigentes, es
decir, están en el extremo último de la pobreza.
Las dos décadas de neoliberalismo en América Latina le han regalado a la
región la distribución más desigual del ingreso, más inequitativa y más injusta
del ingreso en el mundo entero. El 20% más rico de la población latinoamericana
recibe un ingreso que es diecinueve veces superior al 20% más pobre.
El desempleo, según estas estadísticas edulcoradas, abarca el 9% de la
población latinoamericana. Pero, además, de cada 100 empleos, de esos que se
consideran como empleados, 85 lo son en el sector informal, caracterizado por
bajísimos salarios, desprotección de derechos laborales, no derecho a la
jubilación, en fin, absolutamente a merced de los empleadores.
La mortalidad infantil en el primer año de vida en esta región es, como
promedio, de 35 por 1 000 nacidos vivos, en lo que sigue siendo una verdadera
vergüenza y bochorno para la región latinoamericana.
El 13% de la población latinoamericana es analfabeta, más de 170 años después
de haber conseguido la independencia de las metrópolis coloniales la mayoría de
los países de la región; solo uno de cada tres estudiantes alcanza a llegar
solamente a la enseñanza secundaria.
Por último, la tasa de homicidios que refleja la situación de pobreza, de
extrema violencia en esta región, es de 300 por un millón de habitantes, que es
el doble del promedio mundial.
Esta es la situación con que América Latina llega a la negociación del
ALCA.
Ahora, ¿cuáles son los objetivos de Estados Unidos con el ALCA?
En primer lugar, afianzar el dominio sobre América Latina y el Caribe, que es
la región donde tradicional e históricamente han tenido y siguen teniendo un
mayor grado de control económico y político, y afianzar este dominio en el
contexto de la pugna entre los grandes centros de poder mundial que están hoy
protagonizando una especie de regionalización del poder económico.
Estados Unidos enfrenta la competencia europea y la competencia japonesa
fundamentalmente. La Unión Europea ha avanzado, como sabemos, a lo largo de un
proceso de integración y no solamente ha avanzado en su integración, sino la
Unión Europea ha encontrado una nueva área explotable, en condición de nueva
periferia subdesarrollada explotable, en los antiguos países socialistas,
algunos o muchos de los cuales votan entusiastamente con ellos en las
resoluciones anticubanas. Es una nueva periferia explotable para la Unión
Europea.
Japón, por su parte, cuenta con su área de influencia asiática, en la cual la
economía japonesa tiene un peso muy grande. Por lo tanto, para Estados Unidos,
regionalizar la América Latina bajo su dominio y bajo su mando, es también una
forma de hacerle frente a esta competencia entre los grandes centros de poder
económico; es estrechar el control sobre América Latina en la pugna por mercados
o inversiones, por colocación de capitales especulativos, por acceso a recursos
naturales, especialmente los recursos de energía, el petróleo fundamentalmente;
por el acceso al agua potable, que es otra de las grandes apetencias
norteamericanas hacia la región; por el acceso a la riqueza de biodiversidad que
hay en esta región. Es, en definitiva, excluir de la competencia a europeos y
japoneses en esta área.
Pretende ser el ALCA, en definitiva, un espacio de libre circulación de
capitales y de mercancías norteamericanas, desde Canadá hasta el extremo sur del
continente, en condiciones de preferencia frente a europeos y japoneses.
El segundo factor que quiero mencionar, como segundo objetivo norteamericano
con el ALCA, es minar y paralizar la integración económica latinoamericana, esa
integración que aun con sus deficiencias, sus limitaciones, tiene un determinado
grado de avance y que tiene en el MERCOSUR su principal exponente.
El MERCOSUR, a pesar de todas sus limitaciones, ha tratado de avanzar y de
crear, incluso, una preferencia dentro de sus países miembros, frente a los
capitales extranjeros. Objetivo norteamericano: liquidar el MERCOSUR; liquidar,
por tanto, todo intento de integración propia, autóctona latinoamericana;
liquidar la Comunidad Andina; liquidar el Mercado Común Centroamericano;
liquidar el CARICOM, aquí en el Caribe. Es decir, sencillamente, hacer una
integración a la medida de los intereses norteamericanos.
Creo que si queremos tener una imagen muy reveladora de lo que puede
representar el ALCA al entrar en vigor en América Latina, no tenemos más que
mirarnos en el espejo de la economía mexicana. Recordemos que México desde 1994
está unido a Estados Unidos y Canadá a través del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte, y, en definitiva, este Tratado de Libre Comercio de América
del Norte no es más que el ALCA en una dimensión más pequeña, puesto que
responde al mismo tipo de filosofía, al mismo tipo de concepción neoliberal, y
es también, aunque más pequeño, un intento de integración entre dos economías
desarrolladas y una economía subdesarrollada y pobre.
¿Qué ha pasado en México en estos seis años ya —vamos caminando hacia siete
años— de aplicación del Tratado de Libre Comercio? Si echamos a un lado la cara
de modernidad de altas cifras de inversión de capital, que es el emblema de la
propaganda favorable a la política neoliberal y al TLC, vamos a ver que el
Tratado de Libre Comercio ha representado para México un deterioro de su base
económica nacional y un retraso social evidente.
Por ejemplo, para hablar en términos muy concretos, en los años setenta, sin
Tratado de Libre Comercio y sin neoliberalismo, la economía de México creció a
un promedio de 6,6% anual; en los años noventa, con Tratado de Libre Comercio y
con neoliberalismo, creció 3,1% anual, menos de la mitad realmente.
Si vemos ese crecimiento en términos per cápita, en los años setenta, ese
producto per cápita creció 3,4%, promedio anual; en los noventa, con TLC y con
neoliberalismo creció 1,3%. O sea, la maravilla del crecimiento neoliberal
debido al TLC no se ve por parte alguna, sino, más bien, todo lo contrario.
Ahora, en términos del impacto de todo esto sobre la población trabajadora
mexicana: hoy se calcula que en México el trabajo informal, este que
mencionábamos hace un rato como de precarias condiciones, sin ningún derecho
para los trabajadores, ni a huelga, ni a jubilación, ni a vacaciones, donde no
existe ni siquiera un contrato firmado entre empleador y empleado, este trabajo
informal que tienen en esos tragafuegos que en muchas esquinas vemos en triste
misión de ganarse algunos centavos en ese terrible oficio, abarca
aproximadamente el 50% del empleo actual en México. Hay unos 20 millones de
trabajadores en precarias condiciones laborales actualmente en México. Por
supuesto, no se trata de cifras o de informaciones que las estemos inventando
nosotros; todas proceden de fuentes mexicanas o de fuentes de organismos
internacionales.
Veamos el ingreso de capital extranjero, otra de las maravillas del TLC. El
ingreso de capital extranjero, ciertamente, ha sido elevado. Por ejemplo, fue de
36 378 millones de dólares entre el año 1998 y el 2000; pero en ese mismo
período el déficit de cuenta corriente —o sea, lo que en buena medida ese
capital extranjero sacó hacia fuera, y, especialmente, hacia las casas matrices
norteamericanas— fue de 48 699 millones de dólares; digamos, simplificando los
términos: entraron 36 000 millones; salieron 48 000.
Veamos la deuda externa mexicana. Al cierre del año 2000, la deuda externa
mexicana era de 163 200 millones de dólares, más del doble de lo que era en el
año 1982 cuando, justamente, por la economía mexicana estalló aquella crisis de
la deuda externa que hizo historia y sigue haciendo historia en América
Latina.
El TLC ha significado una creciente dependencia y concentración de las
relaciones económicas de México con Estados Unidos.
Antes del TLC, México tenía una relación económica relativamente más
diversificada, menos dependiente después del TLC, por ejemplo, de Estados Unidos
proviene el 74% de las importaciones mexicanas y hacia Estados Unidos se dirige
el 89% de las exportaciones mexicanas. Es decir, una concentración realmente
absorbente de las relaciones económicas externas de México con la economía
norteamericana.
Esas exportaciones, que son también otro de los grandes temas de la
propaganda, han crecido ciertamente. Pero, ¿quién hace esas exportaciones?
Bueno, esas exportaciones las hacen unas 300 empresas, fundamentalmente; la gran
mayoría de ellas son filiales de transnacionales norteamericanas, y si a estas
300 empresas nosotros les agregamos las maquiladoras que hacen actividades,
sobre todo, de ensamblaje —es decir, importan prácticamente todo y lo que hacen
es ensamblar explotando una mano de obra mexicana que es quince veces más barata
que la mano de obra norteamericana, simplemente cruzando la frontera—, pues
estos dos agentes son responsables del 96% de las exportaciones mexicanas y el
4% restante, ese pobre 4% restante, se dispersa entre 2 millones de pequeñas
empresas que, por supuesto, la política neoliberal las mantiene permanentemente
amenazadas de absorción o de ruina.
Por ejemplo, la industria textil mexicana ha aumentado notablemente las
exportaciones a Estados Unidos; pero, en esa rama, el 71% de las empresas son
norteamericanas, son de capital norteamericano, que se instaló allí después de
expulsar de ese sector al capital mexicano que allí estaba.
En estas exportaciones industriales, economistas mexicanos calculan —y así lo
han expresado— que por cada dólar de exportaciones industriales mexicanas hacia
Estados Unidos, solo hay 18 centavos de componentes nacionales mexicanos. Esta
es la maravilla de la inversión de capital norteamericano en México.
Pero si tomamos las maquiladoras, que han proliferado en la frontera y aún
hacia adentro del país, en las maquiladoras, por cada dólar exportado, el
componente nacional mexicano es de 2 centavos.
La principal atracción de la maquiladora para Estados Unidos es pagar
salarios que son quince veces inferiores a los salarios que les pagan a los
trabajadores norteamericanos.
Se puede poner, igualmente, el ejemplo del transporte de carga por carretera,
como un ejemplo muy significativo. El transporte de carga por carretera, en el
marco del TLC fue liberalizado de la noche a la mañana; hicieron, de la noche a
la mañana, lo que a los europeos en la experiencia de integración europea les
había tomado 40 años y a lo que los propios norteamericanos en la economía de
Estados Unidos les había tomado alrededor de 15 años.
Resultado de la liberalización del sector del transporte de carga, sobre todo
los camiones mexicanos que llevan productos hacia Estados Unidos: en Texas
rechazan el 50% de los transportes mexicanos de carga; en Arizona el 42%, y en
California el 28%.
El sector agrícola mexicano se enfrenta a otra situación de verdadera
catástrofe. Podemos decir que el sector agrícola mexicano, al ponerse en
contacto con la agricultura norteamericana y con las exportaciones agrícolas
norteamericanas, se pone en contacto con el sistema más sofisticado de subsidios
de todo tipo que existe en cualquier economía del mundo, y también, por
supuesto, con la economía técnicamente más adelantada en el sector agrícola en
todo el mundo.
Resultado de esto para la agricultura mexicana, por ejemplo, en el arroz:
México era un fuerte productor de arroz. El arroz de producción nacional ha sido
sustituido por importaciones de arroz procedente de Estados Unidos y ya esas
importaciones representan más del 50% del consumo mexicano.
Las papas mexicanas, de lo cual México también fue un exportador: las papas
mexicanas han sido bloqueadas en su ingreso al mercado norteamericano, aduciendo
barreras fitosanitarias, una de las tantas barreras que se ponen para impedir el
ingreso de productos; y, mientras tanto, las papas procedentes de Estados Unidos
han invadido el mercado mexicano.
El algodón, recordemos a México como un tradicional exportador importante de
algodón: México ha pasado, de exportador de algodón, a ser uno de los mayores
importadores de algodón.
En conclusión: en la agricultura mexicana la superficie agrícola sembrada se
ha reducido y hay 6 millones de trabajadores agrícolas desplazados que hacían
antes cultivos que ahora se sustituyen por productos importados desde Estados
Unidos; 6 millones de trabajadores que buscan trabajo sin encontrarlo en la
agricultura mexicana, o hacen la triste historia que conocemos, que es tratar de
atravesar la frontera, atravesar ese “democrático” muro que divide a los dos
países, enfrentar el peligro de muerte al hacerlo, para tratar de encontrar
trabajo en el otro lugar.
En definitiva, en términos de pobreza, actualmente señalan economistas
mexicanos que el 47% de la población mexicana vive en la pobreza y el 19% en la
indigencia.
En los años de vigencia del Tratado de Libre Comercio, la canasta básica de
alimentos de la población mexicana aumentó de precio 560%, mientras que el
salario real solamente aumentó 135%; es decir, la canasta aumentó de precio casi
cinco veces más de lo que aumentaron los ingresos reales de los
trabajadores.
En los años del gobierno de Zedillo, el salario mínimo se señala que perdió
el 48% de su poder de compra, y más del 50% de los asalariados mexicanos recibe
actualmente, en términos reales, menos de la mitad de lo que recibía 10 años
atrás. Esta es la cara triste y fea de la integración bajo principios
neoliberales, y es el mismo tipo de integración que el ALCA hoy le está
proponiendo al resto de América Latina. Creo que América Latina puede muy bien
mirarse en ese espejo.
Por último, quiero comentar, rápidamente, algunas de las posiciones que
sostiene Estados Unidos en esta negociación con el ALCA. No las hemos obtenido a
través de ninguna fuente especial, sino que Estados Unidos las publica en
Internet y las da a conocer; en cada uno de los temas de negociación que hoy
están negociándose en el ALCA ahí está su posición.
En primer lugar, el trato preferencial a los países de menor desarrollo, un
punto clave en una integración entre el tiburón y las sardinas. Sencillamente,
el tiburón considera que no hay que darles ningún trato preferencial a las
sardinas; las sardinas deben nadar por las aguas neoliberales, que son las
únicas aguas posibles y lo más que se le permite a las sardinas es llegar un
poquito después que el tiburón al mismo lugar.
Como decía hace un rato, si hay que rebajar los aranceles en un 20%, pues que
economías “tan desarrolladas” como las de Bolivia, Honduras, pequeñas islas del
Caribe, Haití, etcétera, pues lo hagan uno o dos años después que lo hagan las
economías de Estados Unidos y de Canadá. Como se ve, una “generosidad”
tremendamente grande.
Por supuesto, lo que se impone es el principio de reciprocidad, que no es más
que una igualdad formal entre partes absolutamente desiguales.
Otro de los temas: Los subsidios y las medidas antidumping.
Estados Unidos quiere que la negociación del ALCA se centre solamente en
reducción de aranceles, de barreras arancelarias; pero es que los principales
instrumentos de discriminación comercial contra América Latina los tiene Estados
Unidos no en las barreras arancelarias, sino, justamente, en las no
arancelarias.
¿Cuáles son las no arancelarias? Una gama enorme de barreras que van desde
las medidas de supuesta protección ambiental o ecológica en Estados Unidos
hasta, digamos, exigencias de etiquetados especiales que de hecho sacan del
mercado a los productos latinoamericanos; hasta la existencia en la legislación
de Estados Unidos de una llamada Sección 301 en la Ley de Comercio Exterior de
ese país, y más aún una parte de ella que es conocida como la Super-301, que es
“Super” por la cantidad de medidas, de barreras de exclusión y de discriminación
que contiene, y que incluye hasta disposiciones de excluir de los supuestos
beneficios de la relación comercial con Estados Unidos a los países que no
cumplan las normas norteamericanas sobre derechos humanos, sobre democracia.
Algunas palabras sobre el tema de la inversión de capital.
En realidad el ALCA para Estados Unidos, más que un interés comercial, que lo
tiene también, pero más que eso tiene un gran interés de inversión de capital,
de lograr una gran área geográfica en la cual poder invertir y mover libremente
el capital norteamericano.
Ahora, ¿cuáles son sus dos posiciones básicas sobre la inversión? Primero,
que el capital norteamericano tiene que recibir lo que ellos le llaman el trato
nacional. ¿Qué cosa quiere decir esto? Digamos, que Bolivia —para seguir usando
este ejemplo— debe tratar al capital norteamericano igual que trata al capital
boliviano o igual que trata al capital de cualquier otro país de la región
latinoamericana.
Otra característica de la posición norteamericana sobre la inversión es una
definición ambigua, imprecisa y —me atrevo a decir— muy mal intencionada del
propio concepto de inversión, que incluye dentro de esa inversión no solamente
las clásicas cosas que cualquiera entiende como una inversión, es decir, la
inversión en una empresa, en crear activos reales, sino, dentro de esa
definición que tratan de imponer en la negociación del ALCA, se incluirían cosas
que van hasta deudas que serían consideradas como inversión y que permitirían a
Estados Unidos pedir garantías especiales hasta para la deuda del sector privado
en un país latinoamericano, contraída con capitales o prestamistas
norteamericanos. Permitiría también considerar como inversión, recibir trato
nacional y evadir cualquier regulación a esas inversiones especulativas de
capitales golondrinas de largo plazo.
Por último, sobre las compras del sector público. Pretende, también, Estados
Unidos maniatar a nuestros gobiernos para que ni siquiera el sector público, el
Estado de estos países, pueda hacer las compras con un interés social, con un
fin de desarrollo.
Es muy simpático en la posición norteamericana cuando se dice que las compras
del sector público deben evitar los monopolios oficiales y deben preferir
—textualmente—, “a las empresas que tengan mayor experiencia y mayor volumen de
negocios”, lo cual equivale a decir, en América Latina, que todas las compras
del sector público habrá que hacerlas a empresas norteamericanas,
obviamente.
El pasado 16 de abril nuestro Comandante en Jefe dijo, y cito textualmente:
“...sabemos que América Latina y el Caribe pueden ser devorados, pero no podrán
ser digeridos. Más tarde o más temprano, como el personaje bíblico, de una forma
u otra, escaparían del vientre de la ballena. Y el pueblo cubano los esperaría
desde fuera, puesto que hace rato aprendió a nadar en aguas turbias y conoce
que, en tanto sus condiciones de vida no mejoren radicalmente, los pueblos del
Tercer Mundo se harán cada vez más ingobernables y forzarán las soluciones
necesarias.”
Y, por último, para concluir, de nuevo recordar a Martí en estas páginas
iluminadoras sobre la Conferencia Monetaria de las repúblicas de América de
1890. Martí les dice a los pueblos hispanoamericanos —en aquel momento, ahora
podríamos traducir, los pueblos latinoamericanos y caribeños—, en aquella
coyuntura, algo que creo que lo podríamos suscribir y decirlo igual a los países
que hoy tratan de ser incorporados al ALCA. Y cito a nuestro Héroe Nacional:
“Mostrarse acomodaticio hasta la debilidad no sería el mejor modo de salvarse
de los peligros a que expone en el comercio, con un pueblo pujador y
desbordante, la fama de debilidad. La cordura no está en confirmar la fama de
débil, sino en aprovechar la ocasión de mostrarse enérgico sin peligro. Y en
esto de peligro, lo menos peligroso, cuando se elige la hora propicia y se la
usa con mesura, es ser enérgico.”