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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Posición de Cuba sobre la globalización neoliberal.

 
 
 
 
  1. Análisis histórico (del Presidente cubano Fidel Castro)

  2. El ALCA (del Presidente de la Comisión Económica del Parlamento cubano, Osvaldo Martínez, y del Presidente de Cuba, Fidel Castro)


ANALISIS HISTORICO

Cuando en 1981 hablé en la 68ª Conferencia Interparlamentaria, después de mencionar índices y datos que mostraban el creciente abismo que separaba al mundo desarrollado y opulento de los países que fueron sus colonias y dominios, víctimas de ininterrumpido saqueo durante siglos, pronuncié una frase que pudo parecer excesiva:  “Si el presente es trágico, el futuro se avizora tenebroso.”

Nadie trate de engañarnos y confundirnos con las nuevas terminologías salidas de la propaganda hipócrita de los especialistas en engaños y mentiras, al servicio de los que han impuesto a la humanidad un orden económico y político cada vez más desigual e injusto, que no tiene absolutamente nada de solidario o democrático y ni siquiera un ápice de respeto por los más mínimos derechos a que son acreedores los seres humanos. 

No exageré cuando pronuncié aquella frase.  

La deuda externa del Tercer Mundo, que ascendía en 1981 a 500 mil millones de dólares, se elevó en el año 2000 a 2,1 millones de millones de dólares.  La parte correspondiente a América Latina sumaba entonces 255 mil 188 millones de dólares;  esta se elevó en el año 2000 a 750 mil  855 millones. 

El servicio de la deuda del Tercer Mundo en el año 1981 fue de 44 mil 200 millones;  el servicio de la deuda en el 2000 era ya de 347 mil 400 millones. 

El Producto Nacional Bruto (PNB) per cápita en los países desarrollados era 8 mil 70 dólares en 1978;  veinte años después, en 1998, el PNB per cápita de esos países ascendió a 25 mil 870 dólares, mientras el PNB per cápita de los países de más bajos ingresos, que era en 1978 de 200 dólares, había subido sólo en 1998 a 530.   La diferencia abismal se había profundizado.

El número de personas subalimentadas, casi la totalidad pertenecientes a los países del Tercer Mundo, era en 1981 de 570 millones, en el año 2000 son 800 millones.

La cantidad de desocupados era 1.103 millones en 1981, y en el 2000 son 1.600 millones.

En la actualidad, el 20 por ciento más rico de la población mundial realiza el 86 por ciento del total de los gastos en consumo privado, mientras el 20 por ciento más pobre realiza el 1,3 por ciento del total de gastos en consumo privado. 

En los países ricos, el consumo per cápita de electricidad es diez veces mayor que el del conjunto de los países pobres. 

Según datos de las Naciones Unidas, en 1960 el 20 por ciento de la población mundial que vivía en los países más ricos tenía 30 veces el ingreso de las naciones más pobres.  En 1997 esta relación era ya 74 veces mayor.

Según estudios realizados por la FAO entre 1987 y 1998, 2 de cada 5 niños en el mundo subdesarrollado sufren retraso del crecimiento y uno de cada 3 está por debajo del peso correspondiente a su edad.

Hay 1.300 millones de pobres en el Tercer Mundo, es decir, uno de cada 3 habitantes vive en la pobreza.  El Banco Mundial, en el último informe sobre la pobreza, pronostica que podría alcanzarse la cifra de 1.500 millones de personas en la más absoluta pobreza a la entrada del Nuevo Milenio.

El 25 por ciento de la población mundial más rica consume el 45 por ciento de las carnes y el pescado;  el 25 por ciento más pobre sólo consume el 5 por ciento.

En el África Subsahariana la tasa de mortalidad es de 107 por mil nacidos vivos en el primer año y 173 por mil antes de cumplir los 5 años;  en Asia Meridional es de 76 y 114 respectivamente.  En el caso de América Latina, según la UNICEF, la mortalidad de menores de 5 años es de 39.

Más de 800 millones de adultos continúan siendo analfabetos. 

Más de 130 millones de escolares crecen sin tener acceso a la educación básica.

Lo real, lo inocultable, es que en la actualidad más de 800 millones de personas sufren hambre crónica y carecen a la vez de acceso a servicios de salud, por lo que se estima que en el Tercer Mundo 507 millones de personas no sobrevivirán a los 40 años de edad.   Al sur del Sahara, casi el 30 por ciento de la población morirá antes de los 40 años. 

En 1981 apenas se mencionaba el cambio de clima y la palabra SIDA muy pocos la habían escuchado por primera vez.  Dos temibles amenazas que se unen a las calamidades ya mencionadas.

En 1981 la población mundial ascendía ya a 4 mil millones de habitantes;  de ellos, el 75 por ciento en los países del Tercer Mundo.  En el 2001 somos ya más de 6 mil 100 millones los habitantes del planeta.  En sólo 20 años la población mundial creció en mil 700 millones de habitantes, más que lo que había crecido durante todo el tiempo que media desde el surgimiento de la especie humana hasta el inicio del siglo XX.

Para resumir, de tal forma ha retrocedido la proporción del ingreso mundial de los países que hoy constituyen el Tercer Mundo, que hace un siglo y medio era del 56 por ciento y hoy es sólo de un 15 por ciento, lo cual constituye una forma realmente peculiar de expresar lo que en realidad ha significado, para el Tercer Mundo y para la inmensa mayoría de la humanidad, el colonialismo, el capitalismo y el imperialismo con sus crisis, sus caos, su anarquía en el terreno económico y su sistema de valores egoístas e inhumanos.  

(Fuente: Intervención del Presidente Fidel Castro en la 105 Conferencia Interparlamentaria, en La Habna, el 5 de abril del 200)


SOBRE EL ALCA

(Análisis del Presidente de la Comisión Económica del Parlamento cubano, Osvaldo Martínez, el 20 de abril del 2001)

El ALCA no es más que un proyecto norteamericano para crear un Acuerdo de Libre Comercio entre la economía de Estados Unidos —es decir, la más rica y poderosa del planeta— y las economías latinoamericanas y caribeñas, subdesarrolladas, endeudadas, dispersas, y cuyo Producto Interno Bruto, sumado, es casi diez veces inferior al de Estados Unidos. Podemos decir en una primera aproximación que no es, ni más ni menos, que el proyecto de integración entre el tiburón y las sardinas.

Ahora, las razones para el ALCA no son las opciones latinoamericanas, o caribeñas, ni las supuestas ventajas de la integración económica para ella, sino realmente los apetitos estratégicos de dominio norteamericano sobre la región ante la competencia con otros rivales en el mundo desarrollado actual y también las propias debilidades latinoamericanas que están presentes aquí.

Es fácil darse cuenta de que América Latina llega a esta negociación sobre el ALCA en unas condiciones muy especiales de debilidad, de pobreza, de crisis económica, social y política; que pretende concertar el acuerdo de mayor trascendencia histórica que nunca haya concertado con Estados Unidos, que puede comprometer a fondo el futuro de la región y de sus pueblos, y hacerlo en su momento de mayor debilidad económica y política, y de mayor falta de cohesión interna.

Esta debilidad latinoamericana actual creo que la podemos concretar en dos elementos fundamentales: el primero de ellos es la práctica casi generalizada y dogmática en la región de la política neoliberal; el segundo, la propia crisis económica y social que esa política neoliberal, aplicada durante dos décadas, le ha traído a la América Latina.

En cuanto al primer elemento, este hecho de que el neoliberalismo es práctica casi generalizada en la región de América Latina, hace posible el proyecto del ALCA por la coincidencia neoliberal en practicar el mismo tipo de política entre el dominador, Estados Unidos, y los dominados dentro del ALCA y, por supuesto, el ALCA, de llegar a entrar en vigor, sería una profundización del neoliberalismo y un nivel de dependencia y de subordinación aún mayores.

Esta dependencia y esta debilidad merecen comentarse en dos aspectos relacionados con la forma de practicar y de entender la integración económica.

Si hace 20 años atrás en América Latina se entendía la integración económica como un proceso, ante todo, de defensa de los mercados internos latinoamericanos, de establecimiento de una preferencia al interior de América Latina para defender los mercados internos latinoamericanos, sobre todo del capital norteamericano con mayores niveles de eficiencia y mayor poderío; si —repito— hace 20 años se entendía así la integración, con un sentido defensivo, con un sentido de protección de los mercados internos, ahora, con la adopción dogmática del neoliberalismo, se ha pasado a colocar en primer lugar, no la defensa de los mercados internos y la creación de un espacio de preferencia para los latinoamericanos, sino que el gran objetivo es insertarse en las corrientes de comercio y de flujos de capitales en el mundo, y en la práctica se abandona la protección del mercado interno.

Un segundo punto con el que quisiera ejemplificar esto de la debilidad latinoamericana con la adopción del neoliberalismo y la forma de entender la integración ahora, está en el tratamiento a algo que es fundamental en cualquier intento de integración económica, que es el problema de los diferentes niveles de desarrollo entre los países.

Si hablamos de un proyecto de integración entre la economía más desarrollada del mundo y un conjunto de economías en diferentes grados de subdesarrollo, que van desde la economía de Brasil hasta Haití, Bolivia, Honduras, economías sumamente débiles, e incluso, pequeñísimas economías insulares de habla inglesa del Caribe, entonces, el problema de los diferentes niveles de desarrollo es un problema de vital importancia.

Hace 20 años atrás, en la integración latinoamericana se entendía como necesario dar en ella un trato preferencial a los países de menor desarrollo. Ahora, con la adopción del neoliberalismo, esto se ha sustituido por un concepto de reciprocidad que solo admite que los países hagan una misma política neoliberal, y la única diferencia posible es que lo hagan en plazos ligeramente diferentes. Digamos, que Honduras o que Bolivia demoren uno o dos años más en hacer lo mismo que harían Estados Unidos y Canadá, así, tan absurdo como suena.

La otra gran debilidad latinoamericana del momento creo que es la crisis económica y social que vive la región, generada por dos décadas de aplicación diligente de la política neoliberal. Quisiera recordar los elementos fundamentales de esa crisis económica y social, generada por la misma política neoliberal que ahora se pretende profundizar con el ALCA.

Se ha producido en estas dos últimas décadas un crecimiento insuficiente. En el mejor de los casos, el crecimiento obtenido en la década de los 90, fue la mitad del mínimo de crecimiento que la Comisión Económica para América Latina de Naciones Unidas establece como indispensable para poder empezar a reducir las distancias entre desarrollo y subdesarrollo, y para poder empezar a reducir la pobreza en la región.

Ese anémico e ínfimo crecimiento ha sido un crecimiento de muy baja calidad, y se ha basado en factores muy endebles y que, además, tienden todos a agotarse rápidamente.

En primer lugar, las privatizaciones. En otras mesas redondas hemos hablado de la oleada de privatizaciones que ha caído sobre América Latina, cómo se han privatizado desde empresas hasta correos, parques, carreteras, cementerios, y esa privatización desaforada ciertamente ha permitido algún ingreso de capital a los gobiernos que lo han hecho, por supuesto, al precio de ceder soberanía nacional; pero, sencillamente, esta vía de ingreso de capital se agota cada vez más, porque no queda ya mucho por privatizar en América Latina, de manera que no se puede seguir apoyando ningún crecimiento en un proceso de privatizaciones que ya va encontrando muy poco que privatizar.

En segundo lugar, el ingreso de capital, otra de las panaceas neoliberales para el desarrollo de América Latina. El ingreso de capital, si bien ha tenido ciertas cifras que son llamativas para la propaganda neoliberal, pierde mucho de su encanto cuando uno se da cuenta de que, por lo menos, la tercera parte de ese ingreso de capital no son más que capitales golondrinas, capitales especulativos de corto plazo, que entran y salen con una tremenda velocidad y constituyen factores de desestabilización, que han actuado así en todas las crisis financieras que la región ha padecido en la década de los 90; y que, además, ese capital extranjero ciertamente entra, pero también saca utilidades y es el responsable fundamental de que, en definitiva, esas cifras de ingreso de capital estén anuladas y más que compensadas por el déficit de cuenta corriente de balance de pago que está dado fundamentalmente a su vez, por las utilidades que hacia fuera de los países latinoamericanos envía este capital extranjero.

La tercera base de este proceso de crecimiento ha sido el endeudamiento. Recordemos simplemente que en 1985 América Latina tenía una deuda de 300 000 millones de dólares. Hoy la deuda es de unos 750 000 millones de dólares; pero solamente entre los años 1992 y 1999 la región entregó, como servicio de esa deuda, 913 000 millones de dólares. Esa deuda compromete hoy el 56% de los ingresos de exportaciones de bienes y servicios de la región, simplemente para pagar esta deuda y para que la deuda siga creciendo, pagar más y deber más, como estas cifras demuestran.

Creo que lo último que refleja la situación de debilidad y de crisis con la cual la región se aboca a una negociación trascendental con Estados Unidos sobre el ALCA, es este recurso desesperado al cual ya algunos gobiernos están recurriendo, a la dolarización de las economías latinoamericanas; es decir, a ceder la elemental soberanía de manejo de su moneda nacional, de tener una política monetaria, para adoptar directamente el dólar de Estados Unidos, en una tal variante de neocolonialismo que realmente es difícil imaginar otra sujeción y otra dependencia más fuerte que esta.

Ahora, si este es el panorama de la crisis económica, la expresión social que esto tiene es realmente espantosa. Si en 1980, cuando todavía el neoliberalismo apenas empezaba, eran pobres en América Latina —según Naciones Unidas— el 39% de los latinoamericanos, ahora lo son el 44% —por supuesto con las estadísticas que Felipe decía que siempre están por debajo de la realidad, pero son las estadísticas de Naciones Unidas.

Hoy 44% de la población latinoamericana es pobre, eso significa, en términos absolutos, 224 millones de pobres, de los cuales 90 millones son indigentes, es decir, están en el extremo último de la pobreza.

Las dos décadas de neoliberalismo en América Latina le han regalado a la región la distribución más desigual del ingreso, más inequitativa y más injusta del ingreso en el mundo entero. El 20% más rico de la población latinoamericana recibe un ingreso que es diecinueve veces superior al 20% más pobre.

El desempleo, según estas estadísticas edulcoradas, abarca el 9% de la población latinoamericana. Pero, además, de cada 100 empleos, de esos que se consideran como empleados, 85 lo son en el sector informal, caracterizado por bajísimos salarios, desprotección de derechos laborales, no derecho a la jubilación, en fin, absolutamente a merced de los empleadores.

La mortalidad infantil en el primer año de vida en esta región es, como promedio, de 35 por 1 000 nacidos vivos, en lo que sigue siendo una verdadera vergüenza y bochorno para la región latinoamericana.

El 13% de la población latinoamericana es analfabeta, más de 170 años después de haber conseguido la independencia de las metrópolis coloniales la mayoría de los países de la región; solo uno de cada tres estudiantes alcanza a llegar solamente a la enseñanza secundaria.

Por último, la tasa de homicidios que refleja la situación de pobreza, de extrema violencia en esta región, es de 300 por un millón de habitantes, que es el doble del promedio mundial.

Esta es la situación con que América Latina llega a la negociación del ALCA.

Ahora, ¿cuáles son los objetivos de Estados Unidos con el ALCA?

En primer lugar, afianzar el dominio sobre América Latina y el Caribe, que es la región donde tradicional e históricamente han tenido y siguen teniendo un mayor grado de control económico y político, y afianzar este dominio en el contexto de la pugna entre los grandes centros de poder mundial que están hoy protagonizando una especie de regionalización del poder económico.

Estados Unidos enfrenta la competencia europea y la competencia japonesa fundamentalmente. La Unión Europea ha avanzado, como sabemos, a lo largo de un proceso de integración y no solamente ha avanzado en su integración, sino la Unión Europea ha encontrado una nueva área explotable, en condición de nueva periferia subdesarrollada explotable, en los antiguos países socialistas, algunos o muchos de los cuales votan entusiastamente con ellos en las resoluciones anticubanas. Es una nueva periferia explotable para la Unión Europea.

Japón, por su parte, cuenta con su área de influencia asiática, en la cual la economía japonesa tiene un peso muy grande. Por lo tanto, para Estados Unidos, regionalizar la América Latina bajo su dominio y bajo su mando, es también una forma de hacerle frente a esta competencia entre los grandes centros de poder económico; es estrechar el control sobre América Latina en la pugna por mercados o inversiones, por colocación de capitales especulativos, por acceso a recursos naturales, especialmente los recursos de energía, el petróleo fundamentalmente; por el acceso al agua potable, que es otra de las grandes apetencias norteamericanas hacia la región; por el acceso a la riqueza de biodiversidad que hay en esta región. Es, en definitiva, excluir de la competencia a europeos y japoneses en esta área.

Pretende ser el ALCA, en definitiva, un espacio de libre circulación de capitales y de mercancías norteamericanas, desde Canadá hasta el extremo sur del continente, en condiciones de preferencia frente a europeos y japoneses.

El segundo factor que quiero mencionar, como segundo objetivo norteamericano con el ALCA, es minar y paralizar la integración económica latinoamericana, esa integración que aun con sus deficiencias, sus limitaciones, tiene un determinado grado de avance y que tiene en el MERCOSUR su principal exponente.

El MERCOSUR, a pesar de todas sus limitaciones, ha tratado de avanzar y de crear, incluso, una preferencia dentro de sus países miembros, frente a los capitales extranjeros. Objetivo norteamericano: liquidar el MERCOSUR; liquidar, por tanto, todo intento de integración propia, autóctona latinoamericana; liquidar la Comunidad Andina; liquidar el Mercado Común Centroamericano; liquidar el CARICOM, aquí en el Caribe. Es decir, sencillamente, hacer una integración a la medida de los intereses norteamericanos.

Creo que si queremos tener una imagen muy reveladora de lo que puede representar el ALCA al entrar en vigor en América Latina, no tenemos más que mirarnos en el espejo de la economía mexicana. Recordemos que México desde 1994 está unido a Estados Unidos y Canadá a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y, en definitiva, este Tratado de Libre Comercio de América del Norte no es más que el ALCA en una dimensión más pequeña, puesto que responde al mismo tipo de filosofía, al mismo tipo de concepción neoliberal, y es también, aunque más pequeño, un intento de integración entre dos economías desarrolladas y una economía subdesarrollada y pobre.

¿Qué ha pasado en México en estos seis años ya —vamos caminando hacia siete años— de aplicación del Tratado de Libre Comercio? Si echamos a un lado la cara de modernidad de altas cifras de inversión de capital, que es el emblema de la propaganda favorable a la política neoliberal y al TLC, vamos a ver que el Tratado de Libre Comercio ha representado para México un deterioro de su base económica nacional y un retraso social evidente.

Por ejemplo, para hablar en términos muy concretos, en los años setenta, sin Tratado de Libre Comercio y sin neoliberalismo, la economía de México creció a un promedio de 6,6% anual; en los años noventa, con Tratado de Libre Comercio y con neoliberalismo, creció 3,1% anual, menos de la mitad realmente.

Si vemos ese crecimiento en términos per cápita, en los años setenta, ese producto per cápita creció 3,4%, promedio anual; en los noventa, con TLC y con neoliberalismo creció 1,3%. O sea, la maravilla del crecimiento neoliberal debido al TLC no se ve por parte alguna, sino, más bien, todo lo contrario.

Ahora, en términos del impacto de todo esto sobre la población trabajadora mexicana: hoy se calcula que en México el trabajo informal, este que mencionábamos hace un rato como de precarias condiciones, sin ningún derecho para los trabajadores, ni a huelga, ni a jubilación, ni a vacaciones, donde no existe ni siquiera un contrato firmado entre empleador y empleado, este trabajo informal que tienen en esos tragafuegos que en muchas esquinas vemos en triste misión de ganarse algunos centavos en ese terrible oficio, abarca aproximadamente el 50% del empleo actual en México. Hay unos 20 millones de trabajadores en precarias condiciones laborales actualmente en México. Por supuesto, no se trata de cifras o de informaciones que las estemos inventando nosotros; todas proceden de fuentes mexicanas o de fuentes de organismos internacionales.

Veamos el ingreso de capital extranjero, otra de las maravillas del TLC. El ingreso de capital extranjero, ciertamente, ha sido elevado. Por ejemplo, fue de 36 378 millones de dólares entre el año 1998 y el 2000; pero en ese mismo período el déficit de cuenta corriente —o sea, lo que en buena medida ese capital extranjero sacó hacia fuera, y, especialmente, hacia las casas matrices norteamericanas— fue de 48 699 millones de dólares; digamos, simplificando los términos: entraron 36 000 millones; salieron 48 000.

Veamos la deuda externa mexicana. Al cierre del año 2000, la deuda externa mexicana era de 163 200 millones de dólares, más del doble de lo que era en el año 1982 cuando, justamente, por la economía mexicana estalló aquella crisis de la deuda externa que hizo historia y sigue haciendo historia en América Latina.

El TLC ha significado una creciente dependencia y concentración de las relaciones económicas de México con Estados Unidos.

Antes del TLC, México tenía una relación económica relativamente más diversificada, menos dependiente después del TLC, por ejemplo, de Estados Unidos proviene el 74% de las importaciones mexicanas y hacia Estados Unidos se dirige el 89% de las exportaciones mexicanas. Es decir, una concentración realmente absorbente de las relaciones económicas externas de México con la economía norteamericana.

Esas exportaciones, que son también otro de los grandes temas de la propaganda, han crecido ciertamente. Pero, ¿quién hace esas exportaciones? Bueno, esas exportaciones las hacen unas 300 empresas, fundamentalmente; la gran mayoría de ellas son filiales de transnacionales norteamericanas, y si a estas 300 empresas nosotros les agregamos las maquiladoras que hacen actividades, sobre todo, de ensamblaje —es decir, importan prácticamente todo y lo que hacen es ensamblar explotando una mano de obra mexicana que es quince veces más barata que la mano de obra norteamericana, simplemente cruzando la frontera—, pues estos dos agentes son responsables del 96% de las exportaciones mexicanas y el 4% restante, ese pobre 4% restante, se dispersa entre 2 millones de pequeñas empresas que, por supuesto, la política neoliberal las mantiene permanentemente amenazadas de absorción o de ruina.

Por ejemplo, la industria textil mexicana ha aumentado notablemente las exportaciones a Estados Unidos; pero, en esa rama, el 71% de las empresas son norteamericanas, son de capital norteamericano, que se instaló allí después de expulsar de ese sector al capital mexicano que allí estaba.

En estas exportaciones industriales, economistas mexicanos calculan —y así lo han expresado— que por cada dólar de exportaciones industriales mexicanas hacia Estados Unidos, solo hay 18 centavos de componentes nacionales mexicanos. Esta es la maravilla de la inversión de capital norteamericano en México.

Pero si tomamos las maquiladoras, que han proliferado en la frontera y aún hacia adentro del país, en las maquiladoras, por cada dólar exportado, el componente nacional mexicano es de 2 centavos.

La principal atracción de la maquiladora para Estados Unidos es pagar salarios que son quince veces inferiores a los salarios que les pagan a los trabajadores norteamericanos.

Se puede poner, igualmente, el ejemplo del transporte de carga por carretera, como un ejemplo muy significativo. El transporte de carga por carretera, en el marco del TLC fue liberalizado de la noche a la mañana; hicieron, de la noche a la mañana, lo que a los europeos en la experiencia de integración europea les había tomado 40 años y a lo que los propios norteamericanos en la economía de Estados Unidos les había tomado alrededor de 15 años.

Resultado de la liberalización del sector del transporte de carga, sobre todo los camiones mexicanos que llevan productos hacia Estados Unidos: en Texas rechazan el 50% de los transportes mexicanos de carga; en Arizona el 42%, y en California el 28%.

El sector agrícola mexicano se enfrenta a otra situación de verdadera catástrofe. Podemos decir que el sector agrícola mexicano, al ponerse en contacto con la agricultura norteamericana y con las exportaciones agrícolas norteamericanas, se pone en contacto con el sistema más sofisticado de subsidios de todo tipo que existe en cualquier economía del mundo, y también, por supuesto, con la economía técnicamente más adelantada en el sector agrícola en todo el mundo.

Resultado de esto para la agricultura mexicana, por ejemplo, en el arroz: México era un fuerte productor de arroz. El arroz de producción nacional ha sido sustituido por importaciones de arroz procedente de Estados Unidos y ya esas importaciones representan más del 50% del consumo mexicano.

Las papas mexicanas, de lo cual México también fue un exportador: las papas mexicanas han sido bloqueadas en su ingreso al mercado norteamericano, aduciendo barreras fitosanitarias, una de las tantas barreras que se ponen para impedir el ingreso de productos; y, mientras tanto, las papas procedentes de Estados Unidos han invadido el mercado mexicano.

El algodón, recordemos a México como un tradicional exportador importante de algodón: México ha pasado, de exportador de algodón, a ser uno de los mayores importadores de algodón.

En conclusión: en la agricultura mexicana la superficie agrícola sembrada se ha reducido y hay 6 millones de trabajadores agrícolas desplazados que hacían antes cultivos que ahora se sustituyen por productos importados desde Estados Unidos; 6 millones de trabajadores que buscan trabajo sin encontrarlo en la agricultura mexicana, o hacen la triste historia que conocemos, que es tratar de atravesar la frontera, atravesar ese “democrático” muro que divide a los dos países, enfrentar el peligro de muerte al hacerlo, para tratar de encontrar trabajo en el otro lugar.

En definitiva, en términos de pobreza, actualmente señalan economistas mexicanos que el 47% de la población mexicana vive en la pobreza y el 19% en la indigencia.

En los años de vigencia del Tratado de Libre Comercio, la canasta básica de alimentos de la población mexicana aumentó de precio 560%, mientras que el salario real solamente aumentó 135%; es decir, la canasta aumentó de precio casi cinco veces más de lo que aumentaron los ingresos reales de los trabajadores.

En los años del gobierno de Zedillo, el salario mínimo se señala que perdió el 48% de su poder de compra, y más del 50% de los asalariados mexicanos recibe actualmente, en términos reales, menos de la mitad de lo que recibía 10 años atrás. Esta es la cara triste y fea de la integración bajo principios neoliberales, y es el mismo tipo de integración que el ALCA hoy le está proponiendo al resto de América Latina. Creo que América Latina puede muy bien mirarse en ese espejo.

Por último, quiero comentar, rápidamente, algunas de las posiciones que sostiene Estados Unidos en esta negociación con el ALCA. No las hemos obtenido a través de ninguna fuente especial, sino que Estados Unidos las publica en Internet y las da a conocer; en cada uno de los temas de negociación que hoy están negociándose en el ALCA ahí está su posición.

En primer lugar, el trato preferencial a los países de menor desarrollo, un punto clave en una integración entre el tiburón y las sardinas. Sencillamente, el tiburón considera que no hay que darles ningún trato preferencial a las sardinas; las sardinas deben nadar por las aguas neoliberales, que son las únicas aguas posibles y lo más que se le permite a las sardinas es llegar un poquito después que el tiburón al mismo lugar.

Como decía hace un rato, si hay que rebajar los aranceles en un 20%, pues que economías “tan desarrolladas” como las de Bolivia, Honduras, pequeñas islas del Caribe, Haití, etcétera, pues lo hagan uno o dos años después que lo hagan las economías de Estados Unidos y de Canadá. Como se ve, una “generosidad” tremendamente grande.

Por supuesto, lo que se impone es el principio de reciprocidad, que no es más que una igualdad formal entre partes absolutamente desiguales.

Otro de los temas: Los subsidios y las medidas antidumping.

Estados Unidos quiere que la negociación del ALCA se centre solamente en reducción de aranceles, de barreras arancelarias; pero es que los principales instrumentos de discriminación comercial contra América Latina los tiene Estados Unidos no en las barreras arancelarias, sino, justamente, en las no arancelarias.

¿Cuáles son las no arancelarias? Una gama enorme de barreras que van desde las medidas de supuesta protección ambiental o ecológica en Estados Unidos hasta, digamos, exigencias de etiquetados especiales que de hecho sacan del mercado a los productos latinoamericanos; hasta la existencia en la legislación de Estados Unidos de una llamada Sección 301 en la Ley de Comercio Exterior de ese país, y más aún una parte de ella que es conocida como la Super-301, que es “Super” por la cantidad de medidas, de barreras de exclusión y de discriminación que contiene, y que incluye hasta disposiciones de excluir de los supuestos beneficios de la relación comercial con Estados Unidos a los países que no cumplan las normas norteamericanas sobre derechos humanos, sobre democracia.

Algunas palabras sobre el tema de la inversión de capital.

En realidad el ALCA para Estados Unidos, más que un interés comercial, que lo tiene también, pero más que eso tiene un gran interés de inversión de capital, de lograr una gran área geográfica en la cual poder invertir y mover libremente el capital norteamericano.

Ahora, ¿cuáles son sus dos posiciones básicas sobre la inversión? Primero, que el capital norteamericano tiene que recibir lo que ellos le llaman el trato nacional. ¿Qué cosa quiere decir esto? Digamos, que Bolivia —para seguir usando este ejemplo— debe tratar al capital norteamericano igual que trata al capital boliviano o igual que trata al capital de cualquier otro país de la región latinoamericana.

Otra característica de la posición norteamericana sobre la inversión es una definición ambigua, imprecisa y —me atrevo a decir— muy mal intencionada del propio concepto de inversión, que incluye dentro de esa inversión no solamente las clásicas cosas que cualquiera entiende como una inversión, es decir, la inversión en una empresa, en crear activos reales, sino, dentro de esa definición que tratan de imponer en la negociación del ALCA, se incluirían cosas que van hasta deudas que serían consideradas como inversión y que permitirían a Estados Unidos pedir garantías especiales hasta para la deuda del sector privado en un país latinoamericano, contraída con capitales o prestamistas norteamericanos. Permitiría también considerar como inversión, recibir trato nacional y evadir cualquier regulación a esas inversiones especulativas de capitales golondrinas de largo plazo.

Por último, sobre las compras del sector público. Pretende, también, Estados Unidos maniatar a nuestros gobiernos para que ni siquiera el sector público, el Estado de estos países, pueda hacer las compras con un interés social, con un fin de desarrollo.

Es muy simpático en la posición norteamericana cuando se dice que las compras del sector público deben evitar los monopolios oficiales y deben preferir —textualmente—, “a las empresas que tengan mayor experiencia y mayor volumen de negocios”, lo cual equivale a decir, en América Latina, que todas las compras del sector público habrá que hacerlas a empresas norteamericanas, obviamente.

El pasado 16 de abril nuestro Comandante en Jefe dijo, y cito textualmente: “...sabemos que América Latina y el Caribe pueden ser devorados, pero no podrán ser digeridos. Más tarde o más temprano, como el personaje bíblico, de una forma u otra, escaparían del vientre de la ballena. Y el pueblo cubano los esperaría desde fuera, puesto que hace rato aprendió a nadar en aguas turbias y conoce que, en tanto sus condiciones de vida no mejoren radicalmente, los pueblos del Tercer Mundo se harán cada vez más ingobernables y forzarán las soluciones necesarias.”

Y, por último, para concluir, de nuevo recordar a Martí en estas páginas iluminadoras sobre la Conferencia Monetaria de las repúblicas de América de 1890. Martí les dice a los pueblos hispanoamericanos —en aquel momento, ahora podríamos traducir, los pueblos latinoamericanos y caribeños—, en aquella coyuntura, algo que creo que lo podríamos suscribir y decirlo igual a los países que hoy tratan de ser incorporados al ALCA. Y cito a nuestro Héroe Nacional:

“Mostrarse acomodaticio hasta la debilidad no sería el mejor modo de salvarse de los peligros a que expone en el comercio, con un pueblo pujador y desbordante, la fama de debilidad. La cordura no está en confirmar la fama de débil, sino en aprovechar la ocasión de mostrarse enérgico sin peligro. Y en esto de peligro, lo menos peligroso, cuando se elige la hora propicia y se la usa con mesura, es ser enérgico.”


MAS SOBRE EL ALCA

(Fragmento del discurso pronunciado por el Presidente Fidel Castro en la Plaza de la Revolución de La Habana, el 1ro. de mayo del 201)

Para Cuba, es absolutamente claro que el llamado Acuerdo de Libre Comercio de las Américas en las condiciones, plazo, estrategia, objetivos y procedimientos impuestos por Estados Unidos, conducen inexorablemente a la anexión de América Latina a Estados Unidos. Tal tipo de asociación entre una gigantesca potencia industrial, tecnológica y financiera, con países que padecen un alto grado de pobreza, subdesarrollo y dependencia financiera respecto a instituciones que están bajo la égida de Estados Unidos, que controla, rige y decide en el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y otras, impone tales condiciones de desigualdad, que sólo implicará la absorción total de la economía de los demás países de América Latina y el Caribe por la economía de Estados Unidos.

Todos los bancos, compañías de seguros, las telecomunicaciones, los servicios navieros y las líneas aéreas serán norteamericanos. El comercio pasará a manos norteamericanas, desde las grandes cadenas de comercialización hasta las ventas de pizzas y McDonalds.

La industria química, la automotriz, la de producción de maquinarias y equipos y otras que son fundamentales, pasarán a ser industrias norteamericanas.

Los grandes centros de investigación, la biotecnología, la ingeniería genética y las grandes empresas farmacéuticas serán propiedad de las transnacionales de Estados Unidos. Las patentes y tecnologías, casi sin excepción, serán norteamericanas. Los mejores científicos latinoamericanos trabajarán en laboratorios norteamericanos.

Las grandes cadenas de hoteles serán norteamericanas.

La llamada industria de recreación será monopolio casi total de Estados Unidos. Hollywood producirá, como suministrador casi exclusivo, películas y seriales para los cines, las emisoras de televisión y los video cassettes de América Latina; nuestros países, que ya alcanzan un consumo de alrededor del 80 por ciento, verán crecer aún más el uso de esos productos destructores de sus valores y sus culturas nacionales. ¡Y qué maravilloso: dos o tres Disneylandias serán con seguridad construidas en Centro y Sudamérica!

Los pueblos latinoamericanos seguirían siendo fundamentalmente productores de materias primas, creadores de bienes primarios y colosales ganancias para el gran capital transnacional.

La agricultura norteamericana recibe subsidios que alcanzan 80 mil millones de dólares, y seguirá recibiéndolos en el futuro de una u otra engañosa forma. Su productividad por hombre y por hectárea, con empleo de grandes y sofisticadas máquinas y abundantes niveles de fertilización, es mucho mayor. Cultivarán granos genéticamente transformados, con rendimientos mucho mayores, independientemente de que sean o no compatibles con la salud humana.

Como consecuencia, los cultivos de maíz, trigo, arroz, soya y otros granos casi desaparecerán en muchos países latinoamericanos; no habrá para ellos ninguna seguridad alimentaria.

Cuando una gran sequía u otras calamidades afecten la producción agrícola en regiones enteras del mundo, grandes países como China, con abundantes reservas en divisas convertibles, o la India, con menos reservas pero con determinados recursos financieros, pueden verse obligados a comprar decenas de millones de toneladas de granos. Si eso ocurre, los precios pueden adquirir niveles inalcanzables para muchos países latinoamericanos, si sus producciones de granos son liquidadas por el ALCA. Por grandes que sean las cosechas, Estados Unidos sólo puede producir una pequeña parte de los alimentos que necesita una población mundial creciente, que hoy alcanza más de 6 mil 100 millones de habitantes. La disminución de la producción de los alimentos en América Latina puede afectar no sólo a esos países, sino también al resto del mundo.

Latinoamérica seguirá desempeñando, en condiciones cada vez más difíciles e insoportables, el triste papel de suministradora de materias primas y mano de obra cada vez más barata, comparada con los salarios que se pagan en Estados Unidos, 15 ó 20 veces mayores que los que las grandes transnacionales pagan en las fábricas que instalan en la región, las que además emplean cada vez menos personas por el nivel de automatización y la productividad que alcanzan. Es ilusoria, por tanto, la idea de que traerían abundantes puestos de trabajo. La agricultura, que suele ocupar en cambio un número de trabajadores más elevado, se vería afectada por las razones señaladas. El desempleo, por tanto, crecería considerablemente. En Alemania y otros países europeos padecen desempleos de hasta un 10 por ciento, a pesar de la enorme cantidad de industrias y servicios que poseen.

Las naciones latinoamericanas estarían llamadas a convertirse en enormes zonas francas que no pagan impuestos, o sólo muy reducidos. Los países han sido puestos a competir entre sí buscando a cualquier precio las inversiones extranjeras. Se les invita a producir vegetales de estación y frutas tropicales, que podrían suministrar a todo el mercado norteamericano con menos de un millón de hectáreas de tierras bien cultivadas.

Tal vez reciban un número mayor de turistas norteamericanos que viajarán por el inmenso territorio de Centro y Sudamérica, que se alojarán en hoteles norteamericanos, viajarán en líneas aéreas o en cruceros norteamericanos, utilizarán servicios de comunicación norteamericanos, comerán en restaurantes norteamericanos, comprarán en tiendas norteamericanas mercancías producidas en empresas norteamericanas con petróleo y materias primas latinoamericanas; exportarán combustible, cobre, bauxita, carne (si no hay fiebre aftosa), bananas y otras frutas si no hay medidas proteccionistas no arancelarias, y quizás algunas artesanías.

¿Qué irá quedando? La condición de trabajadores de las empresas norteamericanas en los empleos por lo general peor remunerados y más duros, o como sirvientes de las casas de los ejecutivos y jefes norteamericanos, los profesionales de alta calificación, o de lo que quede de las burguesías locales. Sólo minorías de burgueses privilegiados y sectores o capas medias de aristocracia obrera tendrán algo que ganar. Habrá grandes masas de fuerzas laborales excedentes, como ocurre hoy en Argentina, cuyos índices de desempleo alcanzan entre el 15 y el 20 por ciento y no tendrán subsidio alguno. En eso pueden apreciarse los frutos de la globalización neoliberal, a pesar de las decenas de miles de millones de dólares de capital extranjero invertidos, la privatización y venta a empresas foráneas de la casi totalidad de las empresas estatales y la enorme deuda contraída por grandes préstamos recibidos.

El ALCA significará más neoliberalismo, menos protección a la industria y a los intereses nacionales, más desempleo y problemas sociales.

Es absolutamente seguro que las monedas nacionales desaparecerán. Ninguna podrá sostenerse; serán sustituidas por el dólar. Aun sin ALCA, hay ya una fuerte corriente en esa dirección, que involucra a varios países a partir de la decisión adoptada por Ecuador. La Reserva Federal de Estados Unidos dictará la política monetaria de cada uno de ellos. El ALCA, que beneficia sólo al gran capital transnacional, tampoco beneficiará a los trabajadores norteamericanos, muchos de los cuales quedarán sin empleo. Por eso también sus representantes protestan en Quebec con creciente fuerza, y protestaron antes con gran furia contra la OMC en Seattle.

Si Cuba no hubiese sido soberana en política monetaria, no habría podido jamás revalorizar siete veces el valor del peso entre 1994 y 1999, ni habría sido posible vencer el período especial.

Dos factores fueron decisivos: no pertenecer al Fondo Monetario Internacional y tener una política monetaria independiente.

A partir del instante en que lo dicho anteriormente sobre el ALCA ocurra, ya no podría hablarse de independencia y la anexión comenzaría a ser una realidad. No hay un ápice de exageración en lo que hasta aquí he afirmado.

Lo peor, lo más triste, cínico e hipócrita, es que este monstruoso paso se pretenda llevar a cabo sin consultar al pueblo. Esa es toda la democracia que pueden concebir el imperio y sus lacayos.

Si bien albergo la más firme convicción de que América Latina y el Caribe podrán ser devorados, pero no digeridos por el decadente imperio, ya que los pueblos harían renacer las naciones de nuestro continente de sus propias cenizas para integrarse entre ellas, como deben integrarse y unirse en busca de un destino superior y más decoroso, sería mucho mejor que los cientos de millones de latinoamericanos y caribeños nos ahorremos una durísima etapa de posterior lucha por nuestra liberación.

¡Evitemos la anexión, exijamos resueltamente y desde ahora que ningún gobierno pueda vender una nación a espaldas del pueblo! ¡No puede haber anexión si hay plebiscito! Sembremos conciencia del peligro y de lo que significa el ALCA.

Reavivemos la dignidad y los sueños de Bolívar, la dignidad y los sueños de San Martín, O’Higgins, Sucre, Morazán, Hidalgo, Morelos, Juárez y Martí (Aplausos).

¡Que nadie se haga ilusiones de que los pueblos se cruzarán de brazos y permitirán ser vendidos como esclavos en subasta!

Hoy haremos la primera protesta. Con centenares de miles de cubanos, dentro de unos minutos partiremos en marcha latinoamericana de protesta ante la Oficina de Intereses de Estados Unidos, con la consigna de ¡Anexión no, plebiscito sí! ¡Anexión no, plebiscito sí! ¡Anexión no, plebiscito sí! (Aplausos y Exclamaciones de: "¡Anexión no, plebiscito sí!" ) Que resuene bien alto y se escuche en Washington.

Digamos hoy, en compañía de cientos de líderes y representantes de los trabajadores de América Latina, del Caribe, Estados Unidos, Canadá, Europa, Asia y África: ¡Independencia de América Latina y el Caribe o Muerte!

 
 
 
 

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