Wilkie Delgado Correa
Se conoce que la institución de la esclavitud como
condición humana degradante estuvo vigente durante siglos y fue responsable de
la muerte de millones de seres humanos y causa del enriquecimiento de personas y
estados que aún conservan en sus arcas el botín arrebatado a parte de una
humanidad sufrida y explotada. La abolición de los esclavos, decretada después
de un largo proceso de reivindicación de la condición de igualdad de todos los
seres humanos, pudiera parecer que puso punto final a las barbaries cometidas al
amparo de aquel ejercicio criminal y vergonzoso.
Sin embargo, después de terminada aquella esclavitud
expresada en las cadenas y propiedad férrea con las que se dominaba a los
esclavos, se instauró otra esclavitud con cadenas invisibles que aherroja a
millones de personas, obligadas a servir al poderoso rey dinero, y dejó como
herencia la discriminación racial y social de los pueblos originarios y los afro
descendientes.
El mundo conoce, de vez en cuando, noticias sobre grupos de
personas que, allá o acullá, habían sido mantenidas en forma de encierro
clandestino y en condiciones de esclavitud extremas, y que habían sido
rescatadas mediante operaciones policíacas. Esto es motivo de un escándalo
noticioso ante lo insólito de estos hechos.
Pero lo realmente escandaloso es que todos los días, ante
los ojos indiferentes de gobernantes y gobernados de muchos países
pertenecientes o no a las denominadas democracias representativas, trascurra un
proceso de esclavitud tolerado que se manifiesta en la explotación, la trata, la
marginación, la miseria, el trabajo inhumano, la incultura, la insalubridad y la
muerte prematura de millones de seres humanos, condenados a tales condiciones
como si se tratara de parias que no merecen mejor suerte.
Por eso, que fue y es verdad como reflejo de la dominación
y explotación de una mayoría de seres humanos por otra minoría de personas
poderosas en el régimen capitalista pasado y presente, es válida la síntesis
atrapada por José Martí sobre este asunto: “Yo sé de un pesar profundo / entre
las penas sin nombres: / ¡La esclavitud de los hombres / es la gran pena del
mundo!”
Si en el pasado la esclavitud encadenada resultó abolida al
costo de millones de vidas en una lucha en que se demostró, al decir de Martí,
que no existe “gran esclavitud de que no surja una grandiosa redención”, hoy la
redención de esa falta de libertad, la esclavitud encadenada al capital y a
otros vicios y manifestaciones sociales dominantes y violentos, debe llegar de
las manos de una cierta manera distinta del ejercicio de la política
contemporánea o futura, en la cual sea realidad la distribución equitativa de
los recursos materiales y espirituales y la cura de la sociedad de los grandes
males sociales.
Decía Martí que “la educación es el único medio de salvarse
de la esclavitud”, ya que “ser culto es el único modo de ser libre”. Y como
acción política esencial se debe reconocer, a nivel individual y colectivo, que
“la libertad no es placer propio: es deber extenderla a todos los demás”.
Se impone, pues, en las condiciones concretas de los
pueblos durante el presente y futuro de este siglo XXI, tener conciencia de que
la esclavitud enriqueció y enriquece a los dueños, asfixió y asfixia a los
esclavos antiguos y modernos y por eso urge “sacar del mundo la esclavitud y sus
huellas”. ¿Cómo y cuándo pagarán los países coloniales la deuda que deben, por
el despojo de las riquezas y el exterminio de las poblaciones durante los siglos
de conquistas, a los países colonizados, y, en particular, con el continente
africano?
El hecho de que en las manifestaciones públicas realizadas
en las plazas y calles de los países europeos se exponga en carteles la lucha
contra la condición de esclavos a que los somete el régimen imperante y se
reclame que se ponga fin al actual estado de cosas, que se expresa en muchas
formas distintas en los pequeños y grandes estamentos de la sociedad, refleja en
cierta medida un despertar para mirar las entrañas de un sistema que deslumbra
por los oropeles de una riqueza desbordante que se extrajo y se extrae con sudor
y sangre y que hoy se regatea a millones de personas no solamente pobres sino
también de la clase media.
El saldo que deja el actual estado de esclavitud de nuevo
tipo es impactante y horripilante si analizamos las cifras que se manejan en las
estadísticas de las organizaciones internacionales como la OMS, la UNESCO y
otras. ¿Cómo no considerar horrendo el número de muertes por enfermedades
evitables? ¿Cómo entender que millones de personas mueran de hambre o vivan en
condición de hambre? ¿Cómo no indignarse y combatir un status quo en un sistema
nacional y global que permite la muerte evitable de millones de niños de todas
las edades, y mantiene a millones trabajando en condiciones peligrosas? ¿Cómo no
sentir vergüenza ante la realidad de que millones de personas carezcan de
servicios de salud para atender su estado de sanidad o enfermedad, o carezcan de
trabajo y, por tanto, de medios de vida? ¿Por qué razones millones de personas
es analfabeta o insuficientemente escolarizada? ¿Cuándo se abrirán las puertas
de la cultura y del patrimonio universal a las grandes mayorías desposeídas de
la herencia material y espiritual? ¿Cómo no causa pavor la condición infrahumana
a la que están condenados millones de personas minusválidas? ¿Cómo no causa
náuseas el estado de los millones de seres humanos sometidos forzosamente a la
trata de personas y la prostitución, y otros males, por mafias criminales? ¿Cómo
se habla farisaicamente de libertad, igualdad y fraternidad cuando se niegan en
la práctica a los pueblos originarios, a los afro descendientes y a los
emigrantes de todos los parajes?
En fin, se puede continuar con las interrogantes hasta
atiborrar a las conciencias dormidas o amnésicas. El desfile de cosas
espeluznantes que caracterizan el estado manifiesto u oculto de la esclavitud
moderna sería largo, muy largo, inmensamente largo, si todos los que la padecen
se pusieran en hileras de uno en fondo a lo largo y ancho del planeta tierra.
Pero, además de denunciar la esclavitud contemporánea y
expresar los dolores sentidos de la humanidad esclavizada y desposeída, urge
desmantelar la odiosa y despiadada condición degradante para que esa parte de la
humanidad sufrida pueda ser liberada y elevada donde pueda resplandecer y
disfrutar de una felicidad que sólo entonces será posible. Todo eso sólo se
logrará –no se engañe nadie- mediante la lucha tenaz, perseverante y sostenida.