Wilkie Delgado Correa
El NO a las zonas de exclusión aérea frente al SI a
las zonas de inclusión de solidaridad terrestre
Cuando se hable de lo absurdo, de lo
estúpido, de lo inhumano, de lo increíble en este mundo basta con tomar, entre
el fárrago de noticias que circulan y causan estupefacción e indignación, dos
hechos relevantes que apuntan hacia la óptica torcida con que los países desarrollados
de Occidente observan, valoran las realidades, y participan con ganas o
desganos según el doble rasero que impulsen sus acciones.
Ya son conocidas las consecuencias
de la aplicación de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad sobre la
creación de una zona de exclusión aérea sobre Libia que, asumida por la
OTAN y los Estados Unidos, han convertido al nefasto engendro,
en hija adoptiva, pero, además de bastarda por su concepción, la han venido
violando desde recién nacida. Y un silencio criminal y cómplice en el Consejo
de Seguridad y en la
Asamblea General ha sido patente frente a este acto Y ejemplo
descarado de incesto político.
Han transcurridos más de seis meses
y los bombardeos de la “coalición” de la
OTAN prosiguen cayendo como una maldición sobre instalaciones y
poblaciones libias, y han anunciado un prórroga de tres meses, y quién sabe si
después, si no alcanzan sus objetivos espurios, proseguirán su estrategia
destructiva y arrasadora de la soberanía e independencia del país. La soberbia
del poderío los conduce ineluctablemente al genocidio y, por lo tanto, a la
crisis moral y, paralelamente, al suicidio económico.
La sofisticada aviación de los
europeos y norteamericanos, verdaderas máquinas para matar y destruir con el
disfrute de una impunidad total, no parecen tener fin para perpetrar la
violación de la soberanía de un país y disfrazarla impúdicamente con el
eufemístico nombre del establecimiento de una zona de exclusión aérea en aras
de proteger la vida de civiles.
En fin, estamos en presencia, según las declaraciones
de los “ilustres” dirigentes políticos y militares de la
OTAN, ante el despliegue de la más vasta operación humanitaria
de la historia, destinada a proteger civiles, mediante el más inconcebible
método angelical y civilizado de miles de bombardeos masivos y sistemáticos
destruyendo instalaciones civiles y militares y matando por error o intención
cientos de militares y civiles libios de supuestos partidarios de Gaddafi y
algunos que otros de los del Consejo de Transición. Sin embargo, todos merecían
mejor suerte.
Al inicio todos planteaban que su
fin no era el cambio del régimen libio, pues dicha resolución no contempla tal
objetivo, pero pronto, como fariseos modernos, empezaron a tomar partido y
empezaron a reconocer al Consejo de Transición como autoridad legítima,
aceptaron su representación ante sus gobiernos, recibieron en sus capitales al
más alto nivel a dichas autoridades, empezaron a financiarlas pródigamente y
terminaron por enviarles armas y entrenadores y coordinando las operaciones
militares.
En concreto, la resolución 1973 es
la primera declaración de guerra del bloque militar más poderoso del mundo que
no tiene en su texto ninguna referencia explícita sobre el asunto.
El otro lado sensible de este
acontecimiento es el costo diario y total que significan todos estos miles de
vuelos y bombardeos y el cúmulo de operaciones que se subordinan a la
estrategia fundamental de producir un cambio de gobierno en Libia, para lo cual
parece que no existe tope alguno, a pesar de la crisis económica y financiera
que vive Europa y los Estados Unidos.
Estos acontecimientos narrados que
han transcurridos durante este período de meses, con titulares noticiosos
diarios, son los que por su naturaleza debían tener como respuesta un NO
MAYÚSCULO, igual que debió tenerlo en su origen la resolución 1973, porque
expresaría la sensatez, la sensibilidad, la inteligencia y la conducta de
política de paz frente a una realidad de nuestro mundo, tan necesitado de la
preeminencia del principio de la libre determinación de los pueblos.
Los otros acontecimientos son los de
la hambruna y falta de agua que amenazan la vida de unos catorce millones de
personas en países de África como Somalia, Kenya, Jbuti y otros. Estas
realidades que sí afectan a civiles desvalidos ante la pobreza, que incluyen
millones de niños, son las que por su naturaleza merecería un INMEDIATO SÍ de
todos esos países altamente desarrollados de Occidente, y con la urgencia con
la cual ha advertido la ONU
sobre este asunto humanitario de extrema prioridad.
Debiera pensarse en lo que podría
hacerse por esa humanidad en riesgo inmediato de muerte, si cientos de aviones
y miles de vuelos de los que hoy derrochan recursos para matar en Libia, se
dedicaran diariamente a sobrevolar esos países amenazados por la hambruna para
lanzar en paracaídas o para llevar a los aeropuertos los recursos de agua y
alimentos con un costo total equivalente al que hoy se dilapidan miserablemente
en Libia.
¿Por qué no ver igual actitud en uno
y otro caso? ¿Por qué esa predilección por acciones de guerra destructiva, en
vez de las acciones solidarias urgentes para preservar la vida de los seres
humanos realmente desvalidos? ¿Por qué dilapidar recursos para destruir, si se
pueden invertir para edificar un mundo mejor y crear las condiciones
indispensables para la supervivencia de los más pobres de la tierra? ¿Cuándo
las grandes potencias van a tener ojos para ver los verdaderos problemas de la
humanidad a los cuales se debe acudir prontamente para buscarle soluciones y
solucionarlos definitivamente, incluyendo el de la paz duradera?
¿CUÁNDO SE IMPONDRÁ EL SÍ PARA LAS
ZONAS DE INCLUSIÓN DE SOLIDARIDAD TERRESTRE?
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