Hace unos días, el 28 de mayo, se conmemoró con merecidas
referencias el violento Combate del Uvero. Un deber elemental me
obliga a esclarecer los hechos.
Por aquellas semanas Manuel Piñeiro, “Barbarroja”, genio y figura
hasta la sepultura como dice la frase, hizo llegar a Santiago de
Cuba un camión con armas asociadas al ataque a Palacio por el
Directorio Revolucionario, que de alguna forma habían ido a parar a
sus manos. Frank País, responsable nacional de acción de nuestro
Movimiento 26 de Julio, remitió una parte importante de ese
cargamento a la difícil zona de la Sierra Maestra, donde nuestro
naciente Ejército Rebelde brotaba de sus cenizas.
Aquel aprendizaje había sido sumamente duro. Paso a paso íbamos
librando las primeras acciones victoriosas en las que
incrementábamos nuestras fuerzas en armas y hombres, sin baja
alguna. Nos vimos a su vez obligados a enfrentar la peligrosa
traición de Eutimio Guerra, quien había sido un campesino rebelde
hasta el momento en que cedió a las abundantes ofertas del enemigo.
A pesar de los obstáculos, y con el apoyo de hombres y medios que
nos enviaba Frank, fuimos creando el primer destacamento
guerrillero: con vanguardia, bajo el mando de Camilo; retaguardia,
con Efigenio Ameijeiras; centro, con pequeños pelotones; y la
Comandancia General. Había ya un curtido grupo de combatientes con
valiosa adaptación al terreno cuando, en bidones de espesa grasa,
llegó un buen lote de las armas rescatadas por “Barbarroja”.
¿Fue acaso correcto desde el punto de vista militar y revolucionario
atacar la guarnición atrincherada y bien armada en la misma orilla
del mar, donde se embarcaba la madera extraída de aquella zona? ¿Por
qué lo hicimos?
Ocurrió que en ese momento, el mes de mayo, se había producido el
desembarco del “Corynthia” bajo la dirección de Calixto Sánchez
White. Un fuerte sentimiento de solidaridad nos llevó a realizar el
ataque contra la guarnición del Uvero.
Debo señalar con toda honestidad que la decisión adoptada, si se
excluye el mérito de la solidaridad que entrañaba, no fue en
absoluto correcta. Nuestro papel, al cual se subordinaba cualquier
otro objetivo, tal como se hizo a lo largo de nuestra vida
revolucionaria, no se ajustaba a aquella decisión.
Recuerdo el primer disparo del fusil de mirilla telescópica que yo
utilizaba, dirigido al equipo de radio de la guarnición. Tras
aquel disparo, decenas de balas cayeron sobre el puesto de mando
enemigo. El adversario no supo por eso que su guarnición estaba
siendo atacada. Dispusimos así de tres horas por lo menos sin que
bombas y metralla cayeran sobre nosotros; lo que ocurría
invariablemente apenas 20 minutos después que se iniciara cualquier
combate. Sin tales factores es muy probable que aquella decisión,
inspirada solo en la solidaridad, redujera nuestras fuerzas de casi
cien veteranos y fuese necesario comenzar de nuevo su azaroso
camino, en el mejor de los casos.
Fue en aquellas condiciones que Almeida resultó impactado en el
pecho y protegido de una herida más grave por algo de metal, según
recordó, que llevaba en el bolsillo; Guillermo García, con un casco
fruto del primer combate, mantuvo reñido duelo con el defensor de un
fortín de gruesos troncos; el Che, con fusil ametralladora que se
encasquillaba, se separó de su puesto para sostener un duelo con los
que combatían contra Almeida; y Raúl avanzó con su pequeño pelotón
contra los soldados atrincherados en las estibas de troncos
dispuestos para el embarque; todo antes de que aparecieran los
cazabombarderos. Julio Díaz, bravo combatiente que disparaba con una
trípode, no pudo avanzar; yacía a mi lado con un balazo mortal en la
frente.
¿Se comprende ahora lo que ocurrió aquel 28 de mayo de 1957, hace 55
años?
Fidel Castro Ruz
Junio 1 de 2012
4 y 36 p.m. |