Prometí responder pronto a la periodista Daily.
Ella,
en la carta que mencioné ayer, dijo:
Comandante:
Mi
nombre es Daily Sánchez Lemus, soy graduada de periodismo en el año
2006, y trabajo en el Sistema Informativo de la Televisión Cubana
desde entonces.
Terminé mi carrera con una tesis sobre el periodismo de Raúl Gómez
García. Recuerdo que a finales de 2005 e inicios de 2006, le escribí
en tres ocasiones pidiéndole más luces sobre la prensa clandestina
de Son los Mismos y El Acusador, y algún detalle que recordara, o
algún comentario especial que le mereciera Gómez García.
Aquella vez no pudo ser y recibí respuesta de las tres misivas, en
las que me solicitaban que me remitiera a la Oficina de Asuntos
Históricos del Consejo de Estado. Sé muy bien la carga de trabajo,
las responsabilidades suyas, por eso entonces comprendí que mi tesis
tendría que salir sin su testimonio. Y le cuento que salió. “Raúl
Gómez García, el Periodista del Moncada”, fue el título que le di,
tratando de demostrar que aquel joven, además de poeta, fue un
periodista de filas.
Una
vez que terminé la tesis, un amigo que quise mucho
─y
aún quiero─,
maestro de periodistas, Guillermo Cabrera Álvarez, me dijo:
"Tengo tantas cosas que escribir, que yo sé que no me
dará tiempo a hacerlas todas a la vez. Te voy a regalar una
historia". Fue entonces que, inspirado por no sé qué cosa, abrió
unas de las gavetas de su buró, y me entregó en un sobre amarillo
las primeras señas de una novela de amor. Y fue entonces que conocí
a Pichirilo, el dominicano que vino en el Granma, el que usted
conocía desde Cayo Confites.
Escribir esta historia es para mí, además de algo tremendamente
especial, un homenaje pendiente a la Historia de mi país, a la de
República Dominicana y a Guillermo. Ahora es como si hubiera
navegado en el Granma y llegado hasta estas aguas con ustedes, y
luchado junto a Caamaño. Ahora Dominicana va mucho más cerca de mí.
Todavía me falta mucho por investigar y por leer, pero trato de
combinar esa investigación con mi trabajo.
Ramón
Emilio Mejías del Castillo, Pichirilo, llegó al Granma porque usted
sabía que él conocía mucho sobre navegación, que era valiente y
tenía ganas de luchar contra dictadores como Trujillo y Batista.
Collado, en una entrevista que le realicé a fines de 2006, definió a
Pichirilo de una manera romántica y reveladora: “Pichirilo mareaba
al mar”. Pero usted, sin dudas, era la persona que más lo conocía,
que sabía de su carácter y sus peculiaridades... esas tan necesarias
para escribir y para que otras personas conozcan.
Lamentablemente lo que conozco sobre Pichirilo es de gran interés
humano, pero sumamente poco, lo cual demanda de quien escriba sobre
él un especial esfuerzo para reunir los datos pertinentes sobre la
personalidad que en un brevísimo periodo de su vida conocí.
Por
mi mente no pasó nunca la idea de que algún día tendríamos que
rendir cuenta de nuestra modesta existencia.
No sé
de dónde salió Pichirilo. Era un dominicano que se enroló en la
expedición convocada para derrocar a Trujillo en 1947.
Cuando partí de la costa situada al noroeste de Antilla rumbo al
distante Cayo Confites, al noroeste de Nuevitas y muy próximo a Cayo
Lobo de Las Bahamas inglesas, a unas pocas millas de distancia, lo
hice en una especie de embarcación patrullera pequeña, a cuyo mando
estaba un hombre de mar, menudo, con el rostro curtido por los rayos
del sol. Su nombre era Pichirilo. Después de navegar largas horas
llegamos al Cayo.
Lo vi
después, cuando viajé unos días al Puerto de Nuevitas, por el mes de
julio, para hacer contacto con la familia y darle noticias de mi
vida.
Regresé de nuevo al Cayo. En esos trayectos hice amistad con
Pichirilo; era varios años mayor, yo no había cumplido 21 y era un
simple enrolado en aquella expedición que reunió más de mil hombres.
Pichirilo continuaba yendo y viniendo del Cayo a Nuevitas,
suministrando víveres para la expedición.
Conversé bastante con él cuando asaltamos la goleta Angélica, de
Trujillo, que viajaba de Miami a Santo Domingo, pasando por las
inmediaciones de Cayo Confites. Recuerdo que Pichirilo fue quien la
identificó a bastante distancia e informó al mando de las fuerzas
acantonadas en el Cayo.
Sobre
el islote cubano volaban rasantes, en tareas de exhibición y
aliento, los cazas T-33 que contaba la expedición antitrujillista y
se mostraban de cuando en cuando. No sabía más nada.
Llevábamos allí meses cuando los sucesos de Orfila estremecieron la
expedición, mucho más deseosa a partir a su destino que permanecer
en el inhóspito cayo.
El
primer movimiento de su peculiar mando bajo la égida de los
pseudorrevolucionarios y corrompidos jefes cubanos, fue hacia el
este, en maniobra de amenaza a la Jefatura del Ejército Nacional.
En el
Cayo de Santa María, al norte de Caibarién, se produjeron
deserciones masivas. En el buque de desembarco “Aurora” viajaba el
Batallón Sandino y otros componentes de la expedición. Yo era
Teniente y segundo Jefe de la Compañía de vanguardia de un batallón
que viajaba en la proa del barco, con un fusil ametralladora como
antiaérea.
Esto
merece mencionarse solo por un hecho: Mi amigo Pichirilo era el
Segundo Capitán del “Aurora”, donde viajaban Rodríguez, exsenador
dominicano y jefe de la expedición; Maderme, ciudadano cubano, jefe
de regimiento, con prestigio histórico por haber sido jefe
antimachadista en la expedición de Gibara, norte de Cuba, y otros
jefes importantes.
La
traición de Masferrer al mando del Aurora, la otra embarcación de
desembarco en muchas mejores condiciones técnicas, determinó mi
sublevación, ya que no me resignaba a la entrega del barco. A eso se
reducía el cumplimiento de la orden de la Marina.
Genovevo
Pérez Dámera, jefe del Ejército de Cuba, se había vendido a Trujillo
por millones de dólares.
Mi
gran reconocimiento a Pichirilo parte del hecho que tomó el mando
del buque para apoyarme y en coordinación conmigo, realizó grandes y
audaces esfuerzos por engañar a la corbeta de la Marina de Cuba que,
con los cañones de proa listos, nos ordenó en el extremo oriental de
Cuba retroceder hacia el puerto de Antilla, en la Bahía de Nipe,
donde el resto de la expedición estaba ya prisionera. Mi objetivo
era salvar el grueso de las armas que llevaba el “Aurora”.
En
torno a eso giró todo.
No
repetiré lo ocurrido el resto de la tarde que se relaciona con todo
lo que viví ese día.
Diez
años más tarde, cuando el Granma zarpó de Méjico, Pichirilo se había
unido a nosotros e iba, con toda su audacia y coraje, como segundo
jefe de la embarcación. Ojalá hubiese sido el primero, pero tal
tarea correspondió a un Comandante de la Marina de Cuba que se
suponía experto en las costas y puertos de nuestro país.
Ignoraba realmente cómo Pichirilo pudo salvar su vida después del
desembarco del Granma cuando nuestro destacamento fue prácticamente
exterminado.
Supe
por estos días que Pichirilo fue uno de los 19 expedicionarios del
Granma que lograron escapar sin ser torturados, asesinados o
enviados a prisión.
La
tarea de conocer más sobre él corresponderá a los que investiguen la
vida del combatiente dominicano. Solo conozco que luchó, con el
grado de Comandante, bajo las órdenes de Caamaño, contra los
soldados de la 82 división aerotransportada, que sumados a más de 40
mil infantes de marina, desembarcaron en Quisqueya. Fue atacado a
tiros el 12 de agosto de 1966 por los órganos de inteligencia de
República Dominicana, durante la Presidencia de Joaquín Balaguer,
órganos que estaban bajo la égida del Gobierno de Estados Unidos.
Murió horas después, el 13 de agosto cuando yo cumplía 40 años. Su
muerte provocó una ola de protestas en la Ciudad de Santo Domingo y
su entierro devino en una combativa manifestación de repudio al
débil gobierno de Balaguer.
Nadie
agradecería más que yo una biografía de Ramón Emilio Mejías del
Castillo, no importa cuán modesta sea. Vale la pena que hombres como
él, Jiménez Moya, y otros heroicos combatientes, sean conocidos por
dominicanos y cubanos.
Fidel
Castro Ruz
Marzo
6 de 2009
1 y
56 p.m. |