Kangamba es de
los filmes más serios y dramáticos que vi nunca. Fue a través de la
reproducción de un disco en la pequeña pantalla de un televisor. Tal
vez mi juicio esté influido por recuerdos que no es posible olvidar.
Cientos de miles de compatriotas cubanos tendrán el privilegio de
irlo presenciando en la pantalla grande.
Los artistas
actuaron formidablemente. Creí por un instante que para producirlo
habían necesitado la cooperación de decenas de angolanos. Desde el
punto de vista humano, se observan escenas que hacen añicos el modo
despectivo y racista con que tradicionalmente el imperialismo enfoca
las costumbres y la cultura africanas. Las imágenes de las casas
incendiadas por los proyectiles con que los gobernantes sudafricanos
armaron una etnia africana para lanzarla contra sus hermanos
angolanos no se pueden borrar nunca.
Las cosas
ocurridas en aquel campo de batalla en que nuestros compatriotas,
junto a los angolanos, realizaron aquella proeza fueron realmente
conmovedoras. Sin su resistencia heroica todos habrían muerto.
Los que cayeron
no lo hicieron en vano. El Ejército sudafricano había sido derrotado
en 1976 cuando Cuba envió hasta 42 mil combatientes para evitar que
la independencia de Angola, por la cual ese hermano pueblo luchó
mucho tiempo, sucumbiera ante la invasión traicionera del régimen
del apartheid, cuyos soldados fueron obligados a retroceder
hasta la frontera de donde partieron: su colonia en Namibia.
Poco después de
finalizada la guerra e iniciada la progresiva retirada de los
combatientes cubanos por presión de la dirigencia de la URSS, los
sudafricanos volvieron a sus andadas contra Angola.
La batalla de
Cuito Cuanavale, cuatro años después de la de Cangamba —su verdadero
nombre—, y el propio drama que se vivió en este punto fueron
consecuencia de una estrategia soviética equivocada en el
asesoramiento del alto mando angolano. Fuimos siempre partidarios de
prohibir al ejército del apartheid intervenir en Angola, como
al final de la guerra de 1976 lo éramos de exigirle la independencia
de Namibia.
La URSS
suministraba las armas; nosotros entrenábamos a los combatientes
angolanos y les brindábamos asesoramiento a sus casi olvidadas
brigadas que luchaban contra los bandidos de la UNITA, como la
número 32, que operaba en Cuanza, casi en el límite central al este
del país.
Sistemáticamente nos negábamos a participar en la ofensiva que casi
todos los años se dirigía al puesto de mando hipotético o real de
Jonas Savimbi, jefe de la contrarrevolucionaria UNITA, en la remota
esquina sudeste de Angola, a más de mil kilómetros de la capital,
con brigadas flamantemente equipadas con armas, tanques y
transportadores blindados soviéticos más modernos. Los soldados y
oficiales angolanos eran inútilmente sacrificados cuando ya habían
penetrado en la profundidad del territorio enemigo, al intervenir
las fuerzas aéreas, la artillería de largo alcance y las tropas
sudafricanas.
En esta ocasión
las brigadas, con grandes pérdidas, habían retrocedido hasta veinte
kilómetros de Cuito Cuanavale, antigua base aérea de la OTAN. Fue en
ese momento que se ordenó a nuestras fuerzas en Angola el envío de
una brigada de tanques a ese punto y se tomó la decisión, por
nuestra cuenta, de acabar de una vez con las intervenciones de las
fuerzas sudafricanas. Reforzamos nuestras tropas en Angola desde
Cuba: unidades completas, las armas y los medios necesarios para
cumplir la tarea. El número de combatientes cubanos superó en esa
ocasión la cifra de 55 mil.
La batalla de
Cuito Cuanavale, iniciada en noviembre de 1987, se combinó con las
unidades que se movían ya en dirección a la frontera de Angola con
Namibia, donde se dio la tercera acción de esa importancia.
Cuando se haga
una película aún más dramática que Kangamba, la historia fílmica
recogerá episodios más impresionantes todavía, en que brilló el
heroísmo masivo de cubanos y angolanos hasta la derrota humillante
del apartheid.
Fue al final de
las últimas batallas cuando los combatientes cubanos estuvieron
próximos a ser golpeados, esta vez junto a sus hermanos angolanos,
por las armas nucleares que el gobierno de Estados Unidos suministró
al oprobioso régimen del apartheid.
Sería de rigor
producir en su oportunidad una tercera película de la categoría de
Kangamba, que nuestro pueblo tiene a su disposición en los cines de
Cuba.
Mientras tanto,
el imperio se atasca en una crisis económica que no tiene igual en
su decadente historia, y Bush se desgañita pronunciando disparatados
discursos. Es de lo que más se habla en estos días.
Fidel Castro
Ruz
30
de septiembre de 2008
7 y 40 p.m. |