Si se
hace una estadística sobre el número de instalaciones,
campos deportivos y equipamientos sofisticados por millón de
habitantes que acabamos de ver en los últimos Juegos
Olímpicos: piscinas de natación, de clavados y de polo
acuático; suelos artificiales para competencias de campo y
pista, hockey sobre césped; instalaciones para básquet, para
voleibol; de aguas rápidas para kayak; velódromos para
bicicletas de velocidad, polígonos de tiro, etcétera,
etcétera, podría afirmarse que no están al alcance del 80
por ciento de los países representados en Beijing,
equivalente a miles de millones de personas que habitan el
planeta. China, inmenso y milenario país de más de 1,200
millones de habitantes, invirtió 40 mil millones de dólares
en las instalaciones olímpicas y aún requerirá tiempo para
satisfacer las necesidades deportivas de una sociedad en
pleno desarrollo.
Si se
suman las personas que habitan India, Indonesia, Bangladesh,
Pakistán, Vietnam, Filipinas y otros, aparte de los casi 900
millones de africanos y más de 550 millones de
latinoamericanos, podrá tenerse una idea de las personas que
en el mundo carecen de tales instalaciones deportivas.
Es a la
luz de estas realidades que debemos analizar las noticias
que giraron alrededor de los Juegos Olímpicos de Beijing.
El
mundo disfrutaba de la Olimpiada porque la necesitábamos,
porque deseábamos ver las sonrisas y las emociones de los
atletas participantes, y en especial de los primeros lugares,
que recibían el premio a su constancia y disciplina.
¿A cuál
de ellos podría culparse de las colosales desigualdades del
planeta en que nos tocó vivir? ¡Cómo olvidar, por otro lado,
el hambre, la subnutrición, la ausencia de escuelas y
maestros, hospitales, médicos, medicamentos y medios
elementales de vida que padece el mundo!
Sabemos
lo que evidentemente desean aquellos que saquean y explotan
el planeta que habitamos. ¿Por qué desataron la violencia y
agudizaron los peligros de guerra el mismo día que se
iniciaron los Juegos Olímpicos? Estos acaban de transcurrir
en apenas 16 días.
Ahora,
cuando ya pasó el efecto de la anestesia, el mundo vuelve a
sus angustiosos y crecientes problemas.
Días
atrás escribí sobre nuestro deporte. Venía denunciando desde
hace rato las repugnantes acciones mercenarias contra esa
actividad revolucionaria y en defensa del valor y el honor
de nuestros atletas.
Mientras transcurrían las competencias, meditaba sobre estas
cuestiones. Tal vez no habría tomado tan rápido la decisión
de escribir algo sobre el tema si no se hubiese producido el
incidente del atleta cubano de taekwondo Ángel Valodia Matos
—campeón olímpico hace 8 años en Sydney— cuya madre murió
cuando competía y ganaba la medalla de oro a 20 mil
kilómetros de su patria. Asombrado por una decisión que le
pareció totalmente injusta, protestó y lanzó una patada
contra el árbitro. A su propio entrenador lo habían tratado
de comprar, estaba predispuesto e indignado. No pudo
contenerse.
El
atleta acostumbraba enfrentar valientemente las lesiones que
suelen ser frecuentes en el taekwondo. El árbitro le
suspendió el combate cuando estaba ganando tres a dos. No
fue el único caso. Es muy grande el poder del árbitro en ese
tipo de competencias y ninguno el de los atletas. A los dos
cubanos, taekwondoca y entrenador, les fue prohibida la
participación de por vida en competencias internacionales.
Vi
cuando los jueces les robaron descaradamente las peleas a
dos boxeadores cubanos en la semifinales. Los nuestros
combatieron con dignidad y valentía; atacaban constantemente.
Tenían esperanzas de ganar, a pesar de los jueces; pero fue
inútil: estaban condenados de antemano. No vi la de Correa,
al que también se la arrebataron.
No
estoy obligado a guardar silencio con la mafia. Esta se las
ha arreglado para burlar las reglas del Comité Olímpico. Fue
criminal lo que hicieron con los jóvenes de nuestro equipo
de boxeo para complementar el trabajo de los que se dedican
a robar atletas del Tercer Mundo. En su ensañamiento,
dejaron a Cuba sin una sola medalla de oro olímpica en esa
disciplina.
Cuba
jamás ha comprado a un atleta o a un árbitro. Hay deportes
donde el arbitraje está muy corrompido y nuestros atletas
luchan contra el adversario y el árbitro. Antes el boxeo
cubano, reconocido internacionalmente por su prestigio, ha
tenido que enfrentarse a los intentos de soborno y
corrupción para arrancarle a dentelladas las medallas de oro
al país comprando boxeadores altamente entrenados y curtidos,
como tratan de hacer con peloteros u otros destacados
deportistas.
Los
atletas cubanos que compitieron en Beijing y en vez de oro
trajeron plata, bronce o un lugar destacado en las
competencias, tienen un enorme mérito como representantes
del deporte amateur que dio origen al resurgimiento del
movimiento olímpico. Son ejemplos insuperables en el mundo.
¡Con
qué dignidad compitieron!
El
profesionalismo fue introducido en las Olimpiadas por
intereses comerciales, que convirtieron al deporte y a los
deportistas, como hemos dicho, en simples mercancías.
Fue
ejemplar la conducta del equipo olímpico de Cuba en la
pelota. Dos veces derrotaron en Beijing a la selección de
Estados Unidos, el país que inventó ese deporte que por
intereses de las grandes empresas comerciales fue expulsado
de las Olimpiadas. El 2008 fue por ahora su último año de
participación olímpica.
El
partido final frente a Corea del Sur fue conceptuado como el
más tenso y extraordinario que se haya efectuado en una
Olimpiada. Se decidió en el último inning con tres cubanos
en base y un out.
Los
peloteros profesionales adversarios eran como máquinas
diseñadas para batear; su pitcher, un zurdo de velocidad,
bolas variadas y precisión exacta. Se trataba de un equipo
excelente. Los cubanos no practican el deporte como
profesión lucrativa; son educados, como todos nuestros
atletas, para servir a su país. De no ser así, la Patria,
pequeña en tamaño y con limitados recursos, los perdería
para siempre. No es posible calcular siquiera el valor de
los servicios recreativos y educativos que a lo largo de su
vida prestan a la nación, en todas las provincias e Isla de
la Juventud.
En el
voleibol, el equipo propinó una derrota a la selección
norteamericana en la fase eliminatoria, viniendo en ascenso
desde lo último de la parte baja de una escalera de más de
50 peldaños. Una hazaña que, aunque regresen sin medallas,
pasará a la historia.
Mijaín
ganó con orgullo, en difícil prueba con un rival ruso, la
primera medalla de oro para Cuba.
Dayron
Robles ganó el oro con amplio margen. La lluvia empapó la
flamante pista. Sin la humedad que aún restaba, hubiera
podido romper fácilmente el récord olímpico, además del
mundial que había impuesto semanas antes en el difícil y
milimétrico evento de los 110 metros con vallas. Es un
atleta disciplinado y tenaz con 21 años y nervios de acero.
Yoanka
González ganó la primera medalla cubana de ciclismo en una
Olimpiada.
Leonel
Suárez, que obtuvo en decatlón medalla de bronce, cumplirá
21 años en septiembre. Los resultados alcanzados en cada uno
de los diez eventos de su casi inaccesible deporte
impresionan.
Son
tantos los atletas con grandes méritos, hombres y mujeres,
que no se pueden enumerar aquí, pero que es imposible
olvidarlos.
Más de
150 atletas de nuestra pequeña isla participaron en la
Olimpiada de 2008 y dieron la batalla en 16 de los 28
deportes en que allí se compitió.
Nuestro
país no practica el chovinismo ni comercia con el deporte,
que es tan sagrado como la educación y la salud del pueblo;
practica, en cambio, la solidaridad. Hace años creó una
Escuela Formadora de Profesores de Educación Física y
Deportes, con capacidad para más de 1,500 alumnos del Tercer
Mundo. Con ese mismo espíritu solidario celebra el triunfo
de los velocistas jamaicanos, que obtuvieron 6 medallas de
oro; del saltador panameño con oro; del boxeador dominicano
con igual título, o el de las voleibolistas brasileñas que
vencieron arrolladoramente al equipo de Estados Unidos y
ganaron la primacía.
Por
otro lado, miles de instructores deportivos cubanos han
cooperado con países del Tercer Mundo.
Estos
méritos de nuestro deporte no nos eximen en lo más mínimo de
responsabilidades presentes y futuras. En las competencias
deportivas mundiales, por las causas señaladas, se ha
producido un salto de nivel. No vivimos hoy las mismas
circunstancias de la época en que llegamos a ocupar
relativamente pronto el primer lugar del mundo en medallas
de oro por habitante, y por supuesto que eso no volverá a
repetirse.
Constituimos alrededor del 0,07% de la población mundial. No
podemos ser fuertes en todos los deportes como Estados
Unidos, que posee por lo menos 30 veces más población. Nunca
podríamos disponer ni del 1% de las instalaciones y equipos
de diversa índole, ni de los climas variados de que ellos
disponen. Otro tanto ocurre con el resto del mundo rico, que
posee por lo menos dos veces el número de habitantes de
Estados Unidos. Esos países suman alrededor de mil millones.
El
hecho de que participen más naciones y las competencias sean
más duras es en parte una victoria del ejemplo de Cuba. Pero
nos hemos dormido sobre los laureles. Seamos honestos y
reconozcámoslo todos. No importa lo que digan nuestros
enemigos. Seamos serios. Revisemos cada disciplina, cada
recurso humano y material que dedicamos al deporte. Debemos
ser profundos en los análisis, aplicar nuevas ideas,
conceptos y conocimientos. Distinguir entre lo que se hace
por la salud de los ciudadanos y lo que se hace por la
necesidad de competir y divulgar este instrumento de
bienestar y de salud. Podemos no competir fuera del país y
el mundo no se acabaría por eso. Pienso que lo mejor es
competir dentro y fuera, enfrentarnos a todas las
dificultades y hacer un uso mejor de todos los recursos
humanos y materiales disponibles.
Preparémonos para importantes batallas futuras. No nos
dejemos engatusar por las sonrisas de Londres. Allí habrá
chovinismo europeo, corrupción arbitral, compra de músculos
y cerebros, costo impagable y una fuerte dosis de racismo.
Ni
siquiera soñar que Londres alcanzará el grado de seguridad,
disciplina y entusiasmo que logró Beijing. Una cosa es
segura: habrá un gobierno conservador y tal vez menos
belicoso que el actual.
No
olvidemos la honradez, honestidad y prestigio profesional de
que gozan nuestros árbitros internacionales y los
cooperantes deportivos.
Para
nuestro atleta de taekwondo y su entrenador, nuestra total
solidaridad. Para los que regresan hoy, el aplauso de todo
el pueblo.
Recibamos a nuestros deportistas olímpicos en todos los
rincones del país. Resaltemos su dignidad y sus méritos.
Hagamos por ellos lo que esté a nuestro alcance.
¡Para
el honor, Medalla de Oro!
Fidel
Castro Ruz
Agosto 24 de 2008
9:05 p.m. |