Cualquier trabajo de matiz autobiográfico me obliga a esclarecer
dudas sobre decisiones que tomé hace más de medio siglo. Me refiero
a sutiles detalles, ya que lo esencial no se olvida nunca. Este es
el caso de lo que hice en 1948, sesenta años atrás.
Recuerdo como si fuera ayer cuando decidí incorporarme a la
expedición para liberar al pueblo dominicano de la tiranía de
Trujillo. También quedaron en la mente cada uno de los sucesos más
trascendentes de aquel período; varias decenas de episodios para mí
inolvidables que en uno u otro momento he ido desgranando. Constan
por escrito muchos de ellos.
Cuando decido viajar a Colombia con la idea de promover la creación
de la Federación de Estudiantes Latinoamericanos, no podría hoy
afirmar con absoluta seguridad que entre los objetivos estaba
concretamente obstaculizar la fundación de la Organización de
Estados Americanos, OEA, promovida por Estados Unidos, una precoz
visión que no estoy seguro había alcanzado todavía.
Un
historiador excepcional y experto en detalles como Arturo Alape,
quien me entrevistó 33 años después, reproduce
respuestas mías donde afirmo que ello formaba parte de la intención
de mi viaje a Colombia en 1948.
Germán Sánchez, en su libro Transparencia de Emmanuel, cita
el párrafo textual de la entrevista de Alape: “Por esos días, yo
concibo la idea, frente a la reunión de la OEA en el año 1948,
promovida por Estados Unidos para consolidar su sistema de dominio
aquí en América Latina, de que simultáneamente con la reunión de la
OEA y en el mismo lugar tuviésemos una reunión de estudiantes
latinoamericanos detrás de estos principios antiimperialistas y
defendiendo los puntos que ya he planteado.”
En
una edición de esa propia entrevista, publicada en Cuba por la Casa
Editora Abril en fecha reciente, el párrafo aparece intacto.
Alguien me recordó que en el libro Cien horas con Fidel, yo
mismo había puesto en duda que esos fueran los propósitos que
guiaban mi conducta. Es obvio que la expresión no estaba clara
cuando utilicé la frase “frente a la reunión de la OEA”.
Como
único recurso para disipar la duda, he tratado de reconstruir los
objetivos que me movían entonces y hasta dónde llegaba la evolución
política de quien, apenas dos años y medio antes, culminaba sus
estudios de doce grados en escuelas regidas por religiosos.
Era una persona rebelde cuyas energías se habían invertido en
practicar deporte, hacer exploración, escalar montañas y examinar
con los mayores conocimientos posibles las asignaturas pertinentes
en el tiempo disponible, únicamente por cuestión de honor.
Algo
que conocí bastante durante mis años de colegial fueron las noticias
que se publicaban diariamente de los combates, desde la guerra civil
española en julio de 1936 ―no había cumplido 10 años― hasta
agosto de 1945 ―próximo a cumplir los 19 años―, cuando las bombas
atómicas fueron lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, como he contado
en alguna ocasión.
Desde
muy temprana edad sufrí injusticias y prejuicios dentro de la
sociedad en que vivía.
Cuando partí hacia Colombia, estaba bastante radicalizado, pero a
los 21 años no era todavía marxista-leninista. Militaba ya en la
lucha contra la tiranía trujillista y otras similares, por la
independencia de Puerto Rico, la devolución del Canal a Panamá, la
restitución de Las Malvinas a la República Argentina, el fin del
colonialismo en el Caribe y la independencia de las islas y
territorios ocupados por Inglaterra, Francia y Holanda en nuestro
hemisferio.
Por
aquellos años, en Venezuela, la patria de Bolívar, se había
producido una revolución dirigida por Acción Democrática. Rómulo
Betancourt, inspirado en ideas radicales de izquierda, simulaba ser
un líder revolucionario. Dirigió el país entre octubre de
1945 y febrero de 1948. Le siguió Rómulo Gallegos, el
insigne escritor, quien había sido electo Presidente en las
primeras elecciones realizadas después del movimiento militar de
1945. Con él me reuní aquel mismo año cuando visité Caracas.
En
Panamá, los estudiantes acababan de ser reprimidos brutalmente por
demandar la devolución del Canal; uno de ellos estaba lesionado en
la columna por un disparo, no podía mover las piernas.
En
Colombia, la universidad bullía con la movilización popular
gaitanista.
Los
contactos fueron fructíferos con los estudiantes de esos tres
países: estaban de acuerdo con el Congreso y con la idea de crear la
Federación de Estudiantes Latinoamericanos. En Argentina, los
peronistas también nos apoyaban.
Los
universitarios de Colombia me pusieron en contacto con Gaitán. Tuve
así el honor de conocerlo e intercambiar con él. Era el líder
indiscutible de los sectores humildes del Partido Liberal y las
fuerzas progresistas de Colombia. Prometió inaugurar nuestro
Congreso. Era para nosotros un colosal aliento.
En
ese hermano país se estaba realizando una reunión de los
representantes de los gobiernos de América Latina. El general
Marshall, Secretario de Estado, estaba allí en nombre del Presidente
de Estados Unidos, Harry S. Truman quien a espaldas de los
soviéticos, su aliado en la Segunda Guerra Mundial, que había
perdido a millones de combatientes, lanzó las bombas atómicas contra
dos grandes comunidades civiles japonesas. El proyecto principal de
Estados Unidos en la reunión de Bogotá era crear la OEA, que tan
amargos frutos produjo a nuestros pueblos.
Me
interrogo si había avanzado tanto en mi desarrollo ideológico como
para proponerme la audaz idea de obstruir la creación de esa
institución supranacional. En todo caso, yo estaba contra las
tiranías allí representadas, la ocupación de Puerto Rico y Panamá
por Estados Unidos, pero no poseía todavía una idea clara del
sistema de dominación imperialista.
Algo
que me asombró fue leer en la prensa de Colombia las noticias sobre
las matanzas que tenían lugar en el campo bajo el gobierno
conservador de Ospina Pérez. Se informaba normalmente sobre decenas
de campesinos muertos en aquellos días. Hacía rato que en Cuba no
ocurría nada parecido.
Tan
normales parecían las cosas, que en el teatro donde tenía lugar una
gala oficial y estaban Marshall y demás representantes de los países
convocados en Bogotá, cometí el error de lanzar desde el último piso
unos panfletos que contenían nuestro programa. Eso me costó un
arresto, y dos horas después fui puesto en libertad. Parecía una
democracia perfecta lo que allí regía.
Conocer a Gaitán y sus discursos, como la Oración de la Paz, así
como su elocuente, impresionante y bien fundada defensa del teniente
Cortés ―que escuché desde el exterior por no haber espacio en el
recinto― era algo no esperado. Por mi parte, apenas había cursado
dos años de la carrera de Derecho.
Nuestra segunda reunión con Gaitán y otros representantes
universitarios tendría lugar el 9 de abril a las 2:00 de la tarde.
Con un amigo cubano que me acompañaba esperaba la hora del
encuentro, dando vueltas en una avenida próxima al pequeño hotel
donde nos hospedábamos y a la oficina de Gaitán, cuando un fanático
o un loco, sin duda inducido, disparó sobre el dirigente
colombiano; el agresor fue destrozado por el pueblo.
Comenzó en ese minuto la experiencia inimaginable que viví en
Colombia. Fui un combatiente voluntario de aquel valiente pueblo.
Apoyaba a Gaitán y a su movimiento progresista, como los ciudadanos
colombianos apoyaron a nuestros mambises en la lucha por la
independencia.
Cuando Arturo Alape viajó a Cuba años después del triunfo
revolucionario, en 1981, Gabriel García Márquez le concertó el
encuentro conmigo, que comenzó de madrugada, en la casa de Antonio
Núñez Jiménez. Alape llevaba una grabadora y durante horas me
interrogó sobre los sucesos ocurridos en Bogotá en el mes de abril
de 1948. Núñez Jiménez grababa en otra.
Tenía
muchos recuerdos frescos de los hechos que no podía olvidar; el
historiador, por su parte, conocía todo lo ocurrido del lado
colombiano, muchos detalles que yo naturalmente ignoraba, lo
cual me ayudó a comprender el sentido de cada episodio que viví.
Sin él, no los habría conocido tal vez nunca. Le faltaba, sin
embargo, una tarea: transcribir con su gente todo lo grabado; la
otra grabación fue transcripta en el Palacio de la Revolución.
Recuerdo que revisé una de ellas. Para ese trabajo, los diálogos
son más difíciles que los discursos, porque las voces muchas veces
se superponen. Encontré palabras mutiladas y frases cambiadas.
Me tomé el trabajo de revisarlas y arreglarlas. Fueron más de
cuatro horas de entrevista. No muchos se imaginan cómo es ese
trabajo.
Creo
que la mezcla de acontecimientos históricos antes y después del
triunfo de la Revolución suscitó en mi mente una probable
confusión. Es lo que pienso y, ante la duda, lo más honrado es
explicarlo.
Si en
tres años mis ideas políticas se habían radicalizado antes de
visitar Colombia, en el breve período comprendido entre el 9 de
abril de 1948 y el 26 de julio de 1953 en que atacamos el
regimiento del cuartel Moncada ―hace ya casi exactamente 55 años―
el tránsito fue enorme. Me había convertido ideológicamente en un
verdadero radical de izquierda, lo que inspiró la constancia, la
tenacidad y también la astucia con que me consagré a la acción
revolucionaria.
Vino
posteriormente la lucha en la Sierra Maestra, que duró 25 meses, y
el primer combate victorioso con sólo 18 armas, después del casi
aniquilamiento de nuestro pequeño destacamento de 82 hombres, el 5
de diciembre de 1956.
En
los archivos de la Cruz Roja Internacional constan los cientos de
prisioneros que devolvimos después de la última ofensiva enemiga, en
el verano de 1958. En diciembre de ese año, ni siquiera había
tiempo para convocar a la Cruz Roja Internacional a fin de
entregarle prisioneros. Con la promesa de no combatir, los soldados
de las unidades que capitulaban entregaban sus armas y
permanecían movilizados sin armas, mientras los oficiales
conservaban sus grados y armas cortas de reglamento, en espera del
cese de la guerra.
Ahora
que aquello quedó muy atrás, nadie se imagina lo que vale una obra
como la de Arturo Alape, quien escribió un excelente libro sobre una
etapa de la lucha revolucionaria en Colombia en torno a la cual me
propongo escribir, en el plano teórico y con estricto respeto, un
número de reflexiones a la luz de las circunstancias actuales que
viven nuestro hemisferio y el mundo.
De
todo se deduce una lección permanente para el verdadero
revolucionario: la sinceridad y el valor de ser humildes.
Fidel
Castro Ruz
Julio
17 de 2008
8 y
21 p.m. |