Uno cree que no
hay tema que valga la pena comentar sin cansar a los pacientes
lectores después de la Mesa Redonda del 12 de junio, que divulgó la
nueva edición de un libro publicado en Bolivia hace 15 años, esta
vez con un prólogo mío. Se leyó en ese programa una introducción
elaborada posteriormente por el presidente Evo Morales y un mensaje
de la prestigiosa escritora argentina Stella Calloni, que se
incluirán en una próxima edición. Seleccioné cuidadosamente los
datos que utilicé en ese prólogo.
Desde los
primeros años de la Revolución Cubana se desarrolló un fuerte
espíritu internacionalista, que tuvo sus raíces en el numeroso
contingente de cubanos que participó en la lucha antifascista del
pueblo español e hizo suyas las mejores tradiciones del movimiento
obrero mundial.
No solemos
divulgar nuestra cooperación con otros pueblos, aunque tampoco
habría forma de impedir que la prensa hable a veces de la misma.
Está motivada en sentimientos profundos que en nada se relacionan
con la publicidad.
Algunos se
preguntarán cómo es posible que un país pequeño con pocos recursos
pueda llevar a cabo una tarea de esa magnitud en campos tan
decisivos como la educación y la salud, sin los cuales no es
concebible la sociedad actual.
El ser humano
creó los bienes y servicios indispensables desde que vive en
sociedad, y esta se desarrolló desde las formas más elementales
hasta las más avanzadas a lo largo de muchos miles de años.
La explotación
del hombre por el hombre fue inseparable compañera de ese
desarrollo, como todos sabemos o debemos saber.
Las diferencias
en el modo de percibir esa realidad dependieron siempre del lugar
que cada cual ocupara en la sociedad. Se veía como algo natural y la
inmensa mayoría no tomó nunca conciencia de esto.
En pleno auge
del capitalismo en Inglaterra, que iba a la vanguardia con Estados
Unidos y otros países de Europa, en el mundo dominado ya por el
colonialismo y el expansionismo, un gran pensador y estudioso de la
historia y la economía, Carlos Marx, partiendo de las ideas de los
más prestigiosos filósofos y economistas alemanes e ingleses de la
época —entre ellos Hegel, Adam Smith y David Ricardo, con los cuales
discrepó—, elaboró, escribió y publicó sus ideas sobre las
relaciones de producción e intercambio en el capitalismo en el año
1859 bajo el título Contribución a la crítica de la Economía
Política. En 1867, continuó divulgando su pensamiento con el
primer tomo de su obra cumbre, que lo hizo famoso: El Capital.
La mayor parte de su extenso libro, a partir de notas y apuntes
suyos, fue editado por Engels, que compartía sus ideas y como un
profeta divulgó su obra después de la muerte de Marx, en 1883.
Lo publicado
por el propio Marx constituye el análisis más serio que se escribió
nunca sobre la sociedad de clases y la explotación del hombre por el
hombre. Nació así el marxismo, que ha sido el fundamento de los
partidos y movimientos revolucionarios que proclamaban el socialismo
como objetivo, entre los que se contaban casi todos los partidos
socialdemócratas que al estallar la Primera Guerra Mundial
traicionaron la consigna enarbolada por Marx y Engels en el
Manifiesto comunista, publicado por primera vez en 1848:
"¡Proletarios de todos los países, uníos!".
Una de las
verdades que el gran pensador expresaba textualmente de forma
sencilla es: "En la producción social de su vida los hombres
establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su
voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase
determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. No
es la conciencia del hombre lo que determina su ser, sino por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al
llegar a una fase determinada de desarrollo de las fuerzas
productivas materiales de la sociedad, entran en contradicción con
las relaciones de producción existentes De formas de desarrollo de
las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas
suyas y se abre así una época de revolución social Ninguna
formación social desaparece antes de que se desarrollen las fuerzas
productivas que caben dentro de ella y jamás aparecen nuevas y más
elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones
materiales de su existencia hayan madurado dentro de la propia
sociedad antigua."
Yo no podría
explicar con otras palabras esos conceptos claros y precisos
emitidos por Marx de modo tal que, con una elemental explicación de
sus profesores, hasta un joven cubano de los que ingresaron el
pasado sábado 14 de junio en la Juventud Comunista pueda comprender
su esencia.
Sobre el
desarrollo concreto de la lucha de clases, Marx escribió La lucha
de clases en Francia de 1848 a 1850 y El 18 Brumario de Luis
Bonaparte, dos excelentes análisis históricos que deleitan a
cualquier lector. Era un verdadero genio.
Lenin,
continuador profundo del pensamiento dialéctico y las
investigaciones de Marx, escribió dos obras fundamentales: El
Estado y la revolución y El imperialismo, fase superior del
capitalismo. Las ideas de Marx, puestas en práctica real por él
con la Revolución de Octubre, fueron igualmente desarrolladas por
Mao Tse Tung y otros líderes revolucionarios en el Tercer Mundo. Sin
ellas la Revolución Cubana tampoco habría estallado en el traspatio
de Estados Unidos.
Si el
pensamiento marxista se hubiese circunscrito simplemente a la idea
de que "ninguna formación social desaparece antes de que se
desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella",
el teórico del capitalismo Francis Fukuyama habría tenido razón al
proclamar que la desaparición de la URSS era el fin de la historia y
de las ideologías y debía cesar toda resistencia al sistema
capitalista de producción.
En la época en
que el creador del socialismo científico expuso sus ideas, las
fuerzas productivas estaban por desarrollarse plenamente, la
tecnología no había aportado todavía las mortíferas armas de
destrucción masiva capaces de provocar el exterminio de la especie;
no existía el dominio aeroespacial, el derroche sin límites de
hidrocarburos y combustibles fósiles no renovables; el cambio
climático no se conocía en una naturaleza que parecía infinita al
ser humano, ni se había presentado la crisis mundial de alimentos
para compartir entre incontables motores de combustión y una
población seis veces superior a los mil millones que habitaban el
planeta el año en que nació Carlos Marx.
La experiencia
de Cuba socialista tiene lugar cuando el dominio imperial se ha
extendido por toda la Tierra.
Al hablar de la
conciencia no me refiero a una voluntad capaz de cambiar la realidad
sino, por el contrario, al conocimiento de la realidad objetiva que
determina la conducta a seguir.
Decenas de
millones de personas habían muerto en la guerra provocada a mediados
del siglo XX por el fascismo, que nació de la entraña antimarxista
del capitalismo desarrollado previsto por Lenin.
En Cuba, como
en otros países del Tercer Mundo, la lucha por la liberación
nacional bajo la dirección de las capas medias y la pequeña
burguesía, y la que ya venían librando por el socialismo los
sectores más avanzados de la clase obrera y los campesinos, se
sumaron y potenciaron mutuamente. Afloraron igualmente las
contradicciones ideológicas y de clase. Los factores objetivos y
subjetivos variaban considerablemente en cada proceso.
De la última
contienda mundial habían surgido las Naciones Unidas y otros
organismos internacionales, en los que muchos vieron una nueva
conciencia en el planeta. Era un engaño.
El fascismo,
cuyo instrumento el propio Hitler llamó Partido Nacionalsocialista,
renació más poderoso y amenazante que nunca.
El imperio
envía y mantiene portaviones en todos los mares del mundo para
intervenir militarmente. ¿Qué decide a fin de competir con Cuba en
el área de nuestro hemisferio? Enviar un enorme barco convertido en
hospital flotante que trabaja diez días en cada país. Un número de
personas pueden ser ayudadas pero está muy lejos de resolver los
problemas de un país; no compensa tampoco el robo de cerebros ni
puede formar los especialistas que necesita para prestar verdaderos
servicios médicos cualquier día de la semana y del año. Todos los
portaviones juntos, que ahora son instrumentos de intervención
militar en los diversos océanos de la Tierra, convertidos en
hospitales no podrían prestar esos servicios a los millones de
personas que los médicos cubanos atienden en lugares apartados del
mundo, donde paren mujeres, nacen niños y hay enfermos que necesitan
atención urgente.
Nuestro país ha
demostrado que puede resistir a todas las presiones y ayudar a otros
pueblos.
Meditaba sobre
la magnitud de nuestra cooperación no sólo en Bolivia, sino en Haití,
el Caribe, varios países de Centroamérica y América del Sur, África,
y hasta la lejana Oceanía, a 20 000 kilómetros de distancia.
Recordaba igualmente las misiones de la Brigada Henry Reeve,
en casos de graves emergencias, viajando en nuestros propios aviones,
transportando personal y otros recursos.
El millón de
operados gratuitamente de la vista cada año en América Latina y el
Caribe de que hemos hablado, no está lejos de alcanzarse. ¿Puede
acaso emular Estados Unidos con Cuba?
Utilizaremos la
computación no para fabricar armas de destrucción masiva y
exterminar vidas sino para transmitir conocimientos a otros pueblos.
Desde el punto de vista económico, el desarrollo de las
inteligencias y las conciencias de nuestros compatriotas, gracias a
la Revolución, nos permiten no sólo cooperar con los pueblos que más
lo necesitan sin costo alguno, sino también exportar servicios
especializados, incluidos los de salud, a países con más recursos
que nuestra patria. En ese terreno Estados Unidos no podría competir
jamás con Cuba.
Nuestro pequeño
país resistirá.
En pocas
palabras: ¡La hormiga pudo más que el elefante!
Fidel Castro Ruz
Junio
18 de 2008
7 y
35 p.m.