Recuerdo cuando
nos visitó, meses antes de la campaña electoral donde pensaba
presentarse como candidato a la Presidencia de Ecuador. Había sido
Ministro de Economía del gobierno de Alfredo Palacio, médico
cirujano con prestigio profesional, que también nos había visitado
en su condición de Vicepresidente, antes de acceder a la presidencia,
por situaciones imprevistas que se dieron en Ecuador. Este había
sido receptivo a un programa de operaciones oftalmológicas que le
ofrecimos como forma de cooperación. Existían buenas relaciones
entre ambos gobiernos.
Correa, no
hacía mucho, había renunciado al Ministerio de Economía. Estaba
inconforme con lo que calificó de corrupción administrativa
promovida por Oxy, empresa extranjera que exploró e invirtió
importantes sumas, pero que se quedaba con cuatro de cada cinco
barriles de petróleo extraído. No habló de nacionalizar, sino de
cobrarle elevados impuestos que asignaba de antemano a inversiones
sociales pormenorizadas. Ya había aprobado las medidas y un juez las
declaró válidas.
Como no
mencionaba la palabra nacionalizar, pensé que experimentaba temor al
concepto. No me extrañaba, porque era economista graduado con
grandes reconocimientos por una conocida universidad de Estados
Unidos. No me ocupé mucho en profundizar, lo acosaba con preguntas
del arsenal acumulado en la lucha contra la deuda externa de América
Latina en 1985 y de la propia experiencia cubana.
Existen
inversiones de riesgo sumamente altas y de sofisticada tecnología,
que ningún país pequeño como Cuba y Ecuador podría asumir.
Como estábamos
ya en el año 2006 decididos a impulsar la revolución energética, que
fuimos el primer país del planeta en proclamar como cuestión vital
para la humanidad, le había abordado el tema con especial énfasis.
Me detuve, había comprendido una de sus razones.
Le conté la
conversación que hacía poco había sostenido con el presidente de la
empresa española REPSOL. La misma, asociada a otras empresas
internacionales, acometería una operación costosa para perforar en
el fondo del mar, a más de 2 000 metros de profundidad, con empleo
de sofisticadas tecnologías, dentro de las aguas jurisdiccionales de
Cuba. Dije al jefe de la empresa española: ¿Cuánto vale un pozo
exploratorio? Le hago la pregunta porque queremos participar aunque
sea en el uno por ciento del costo, deseamos saber lo que ustedes
quieren hacer con nuestro petróleo.
Correa, por su
parte, me había contado que de cada cien dólares que extraían las
compañías, solamente veinte iban para el país; ni siquiera entraban
en el presupuesto, expresó, se dejaban en un fondo aparte para
cualquier cosa menos para mejorar las condiciones de vida del
pueblo.
Yo derogué el
fondo, me dijo, y asigné 40 por ciento para educación y salud,
desarrollo tecnológico y vial, el resto para recomprar la deuda si
el precio de la misma nos favorecía, o de lo contrario invertirlo en
otra cosa más útil. Antes teníamos que comprar cada año una parte de
esa deuda que se encarecía.
En el caso del
Ecuador —me añadió— la política petrolera rayaba en traición a la
patria. ¿Por qué lo hacen?, le pregunto. ¿Por miedo a los yanquis o
presión insoportable? Me responde: Si tienen un Ministro de Economía
que les dice que privatizando mejora la eficiencia, usted puede
imaginarse. Yo no hice eso.
Lo estimulo a
seguir y me explica con calma. La compañía extranjera Oxy es una
empresa que ha roto su contrato y de acuerdo con la ley ecuatoriana
se requiere la caducidad. Significa que el campo operado por esa
empresa tiene que pasar al Estado, pero por presiones de los yanquis
el gobierno no se atreve a ocuparlo, se crea una situación no
contemplada por la legislación. La ley dice caducidad y nada más. El
juez de primera instancia, que era presidente de PETROECUADOR, lo
hizo así. Yo era miembro de PETROECUADOR y nos llamaron de urgencia
a una reunión para expulsarlo del cargo. Yo no asistí y no pudieron
despedirlo. El juez declaró la caducidad.
¿Qué querían
los yanquis?, pregunto. Querían una multa, explica él rápido.
Escuchándolo comprendí que lo había subestimado.
Yo estaba
apurado por multitud de compromisos. Lo invité a presenciar el
encuentro con un numeroso grupo de profesionales cubanos altamente
calificados que partirían para Bolivia, a fin de integrarse a la
Brigada Médica; esta cuenta con personal para más de 30 hospitales,
entre otras actividades 19 posiciones quirúrgicas que pueden
realizar más de 130 mil operaciones oftalmológicas por año; todo
bajo forma de cooperación gratuita. Ecuador dispone de tres centros
similares con seis posiciones oftalmológicas.
La cena con el
economista ecuatoriano fue ya entrada la madrugada del 9 de febrero
de 2006. Apenas hubo puntos de vista que yo no abordara. Le hablé
hasta del mercurio tan dañino que las industrias modernas esparcen
por los mares del planeta. El consumismo fue por supuesto un tema
enfatizado por mí; el alto costo del kiloWatt/hora en las
termoeléctricas; las diferencias entre las formas de distribución
socialista y comunista, el papel del dinero, el millón de millones
que se gasta en publicidad sufragado forzosamente por los pueblos en
los precios de las mercancías, y los estudios realizados por
brigadas sociales universitarias que descubrieron, entre los 500 mil
núcleos de la capital, el número de personas ancianas que vivían
solas. Expliqué la etapa de universalización de los estudios
universitarios en que estábamos envueltos.
Quedamos muy
amigos, aunque tal vez se llevara la imagen de que yo era
autosuficiente. Si eso ocurrió, fue realmente involuntario por mi
parte.
Desde entonces
observé cada uno de sus pasos: proceso electoral, enfoque de los
problemas concretos de los ecuatorianos, y victoria popular sobre la
oligarquía.
En la historia
de ambos pueblos hay muchas cosas que nos unen. Sucre fue siempre
una figura extraordinariamente admirada junto a la de El Libertador
Bolívar, quien para Martí, lo que no hizo en América está por hacer
todavía, y como exclamó Neruda, despierta cada cien años.
El imperialismo
acaba de cometer un monstruoso crimen en Ecuador. Bombas mortíferas
fueron lanzadas en la madrugada contra un grupo de hombres y mujeres
que, casi sin excepción, dormían. Eso se deduce de todos los partes
oficiales emitidos desde el primer instante. Las acusaciones
concretas contra ese grupo de seres humanos no justifican la acción.
Fueron bombas yanquis, guiadas por satélites yanquis.
A sangre fría
nadie absolutamente tiene derecho a matar. Si aceptamos ese método
imperial de guerra y barbarie, bombas yanquis dirigidas por
satélites pueden caer sobre cualquier grupo de hombres y mujeres
latinoamericanos, en el territorio de cualquier país, haya o no
guerra. El hecho de que se produjera en tierra probadamente
ecuatoriana es un agravante.
No somos
enemigos de Colombia. Las anteriores reflexiones e intercambios
demuestran cuánto nos hemos esforzado, tanto el actual Presidente
del Consejo de Estado de Cuba como yo, de atenernos a una política
declarada de principios y de paz, proclamada desde hace años en
nuestras relaciones con los demás Estados de América Latina.
Hoy que todo
está en riesgo, no nos convierte en beligerantes. Somos decididos
partidarios de la unidad entre los pueblos de lo que Martí llamó
Nuestra América.
Guardar
silencio nos haría cómplices. Hoy a nuestro amigo, el economista y
presidente del Ecuador Rafael Correa, quieren sentarlo en el
banquillo de los acusados, algo que no podíamos siquiera concebir
aquella madrugada del 9 de febrero de 2006. Parecía entonces que mi
imaginación era capaz de abarcar sueños y riesgos de todo tipo,
menos algo parecido a lo que ocurrió la madrugada del sábado 1º de
marzo de 2008.
Correa tiene en
sus manos los pocos sobrevivientes y el resto de los cadáveres. Los
dos que faltan demuestran que el territorio de Ecuador fue ocupado
por tropas que cruzaron la frontera. Puede exclamar ahora como
Emilio Zola: ¡Yo acuso!
Fidel Castro
Ruz
Marzo 3 de 2008
8 y 36 p.m. |