¿Qué significa Martí para los cubanos?
En un documento denominado El Presidio Político en Cuba, Martí
cuando apenas tenía 18 años, después de sufrir cruel prisión a los 16 con
grilletes de hierro atados a sus pies, afirmó: "Dios existe, sin embargo, en la
idea del bien, que vela el nacimiento de cada ser, y deja en el alma que se
encarna en él una lágrima pura. El bien es Dios. La lágrima es la fuente de
sentimiento eterno."
Para nosotros los cubanos, Martí es la idea del bien que él
describió.
Los que reanudamos el 26 de julio de 1953 la lucha por la
independencia, iniciada el 10 de octubre de 1868 precisamente cuando se cumplían
cien años del nacimiento de Martí, de él habíamos recibido, por encima de todo,
los principios éticos sin los cuales no puede siquiera concebirse una
revolución. De él recibimos igualmente su inspirador patriotismo y un concepto
tan alto del honor y de la dignidad humana como nadie en el mundo podría
habernos enseñado.
Fue un hombre verdaderamente extraordinario y excepcional. Hijo
de militar, nacido en un hogar de padre y madre españoles, deriva en profeta y
forjador de la independencia de la tierra que lo vio nacer; intelectual y poeta,
siendo un adolescente al iniciarse la primera gran contienda, fue capaz más
tarde de conquistar el corazón, el respeto, la adhesión y el acatamiento de
viejos y experimentados jefes militares que se llenaron de gloria en aquella
guerra.
Amante fervoroso de la paz, la unión y armonía entre los
hombres, no vaciló en organizar e iniciar la guerra justa y necesaria contra el
coloniaje, la esclavitud y la injusticia. Su sangre fue la primera en derramarse
y su vida la primera en ofrendarse como símbolo imborrable de altruismo y
desprendimiento personal. Olvidado y aun desconocido durante muchos años por
gran parte del pueblo por cuya independencia luchó, de sus cenizas, como Ave
Fénix, emanaron sus inmortales ideas para que casi medio siglo después de su
muerte un pueblo entero se enfrascara en colosal lucha, que significó el
enfrentamiento al adversario más poderoso que un país grande o pequeño hubiese
conocido jamás.
Hoy, al cumplirse hace unas horas 150 años de su nacimiento,
cientos de brillantes pensadores e intelectuales de todo el mundo le rinden
emocionados el homenaje del profundo reconocimiento que merecen su vida y su
obra.
Más allá de Cuba, ¿qué recibió de él el mundo? Un ejemplo
excepcional de creador y humanista digno de recordarse a lo largo de los siglos.
¿Por quiénes y por qué? Por los mismos que hoy luchan y los que
mañana lucharán por los mismos sueños y esperanzas de salvar al mundo, y porque
quiso el azar que hoy la humanidad perciba sobre ella y tome conciencia de los
riesgos que él previó y advirtió con su visión profunda y su genial talento.
El día en que cayó, el 19 de mayo de 1895, Martí se inmolaba
por el derecho a la vida de todos los habitantes del planeta.
En la ya famosa carta inconclusa a su amigo entrañable Manuel
Mercado, que Martí interrumpe para marchar sin que nadie pudiera impedirlo a un
inesperado combate, reveló para la historia su más íntimo pensamiento, que no
por conocido y repetido dejaré de consignar una vez más: "Ya estoy todos los
días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber, [...] de impedir a
tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los
Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.
Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso."
Semanas antes, al suscribir en Santo Domingo el Manifiesto de
Montecristi junto al ejemplar patriota latinoamericano Máximo Gómez, de origen
dominicano y escogido por Martí como jefe militar de las fuerzas cubanas,
próximo a partir hacia Cuba, entre otras muchas y brillantes ideas
revolucionarias, Martí escribió algo tan admirable que, aun a riesgo de aburrir,
también necesito repetir: "La guerra de independencia de Cuba [...] es suceso de
gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las
Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al
equilibrio aún vacilante del mundo."
Cuán precozmente escribió esta última frase, que se ha
convertido en el tema principal de este encuentro. Nada hay hoy más necesario y
vital que ese distante y al parecer utópico equilibrio.
Ciento seis años, cuatro meses y dos días después de la carta
de José Martí a Manuel Mercado, y ciento seis años, cinco meses y veintiseis
días después del Manifiesto de Montecristi firmado por Martí y Gómez, el
Presidente de Estados Unidos, en discurso pronunciado el 20 de septiembre del
2001, ante el Congreso de esa nación, pronunció las siguientes frases:
"Vamos a utilizar cualquier arma de guerra que sea
necesaria."
"El país no debe esperar una sola batalla, sino una campaña
prolongada, una campaña sin paralelo en nuestra historia."
"Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar
una decisión: o está con nosotros o está con el terrorismo."
"Les he pedido a las Fuerzas Armadas que estén en alerta, y hay
una razón para ello: se acerca la hora de que entremos en acción, y ustedes nos
van a hacer sentir orgullosos."
"Esta es una lucha de la civilización."
"Los logros de nuestros tiempos y la esperanza de todos los
tiempos dependen de nosotros."
"No sabemos cuál va a ser el derrotero de este conflicto, pero
sí cuál va a ser el desenlace. [...] Y sabemos que Dios no es neutral."
En discurso pronunciado el primero de junio del 2002, al
cumplirse el 200 aniversario de la Academia Militar de West Point, el Presidente
de Estados Unidos, entre otras cosas, declaró:
"En el mundo en el que hemos entrado, la única vía para la
seguridad es la vía de la acción. Y esta nación actuará.
"Nuestra seguridad requerirá que transformemos a la fuerza
militar que ustedes dirigirán en una fuerza militar que debe estar lista para
atacar inmediatamente en cualquier oscuro rincón del mundo, [...] que estemos
listos para el ataque preventivo cuando sea necesario defender nuestra libertad
y defender nuestras vidas.
"Debemos descubrir células terroristas en 60 o más países.
[...]
"Enviaremos diplomáticos a donde sean necesarios, y los
enviaremos a ustedes, a nuestros soldados, donde ustedes sean necesarios.
[...]
"Estamos ante un conflicto entre el bien y el mal. [...] No
creamos un problema sino que revelamos un problema. Y dirigiremos al mundo en la
lucha contra el problema."
Me pregunto qué ideas habrían atravesado, a la velocidad de la
luz, la genial inteligencia de un hombre como Martí, para herirlo en lo más
profundo de su infinito corazón, si hubiese escuchado estas palabras en un mundo
donde hoy habitan más de 6.400 millones de seres humanos que, por una razón o
por otra, tanto los superricos como los superpobres, ven amenazadas sus
esperanzas de sobrevivir.
Aquellas palabras no las pronunciaba un loco desde un oscuro
rincón de un manicomio. Están avaladas por decenas de miles de armas nucleares,
millones de bombas y proyectiles destructores, decenas de miles de misiles
teleguiados y precisos, miles de bombarderos y aviones de combate, con pilotos y
sin pilotos; decenas de escuadras y destacamentos navales con portaaviones y
submarinos de propulsión nuclear o convencional, bases militares con permiso o
sin permiso en todos los rincones del mundo; satélites militares que espían cada
kilómetro cuadrado del planeta, sistemas de comunicación seguros e instantáneos,
capacidad de aplastar los de cualquier otro país y posibilidad de interceptar
simultáneamente miles de millones de conversaciones; arsenales fabulosos de
armas químicas y biológicas y presupuestos de gastos militares que se aproximan
a 400 mil millones de dólares, con los cuales podrían enfrentarse y resolver
muchos de los principales problemas del mundo. Las amenazas mencionadas han sido
pronunciadas por quien dispone y puede ordenar el empleo de esos medios.
¿Pretexto? El brutal ataque terrorista del 11 de septiembre que costó la vida a
miles de norteamericanos. El mundo entero se solidarizó con el pueblo
norteamericano e indignado condenó el ataque. Con el apoyo unánime de la opinión
mundial, pudo enfrentarse al flagelo del terrorismo desde todos los ángulos y
todas las corrientes políticas y religiosas.
La batalla, como planteó Cuba, debía ser fundamentalmente
política y ética, en interés y con el apoyo de todos los pueblos del mundo.
Nadie podía concebir la idea de enfrentar absurdas, desacreditadas e impopulares
concepciones terroristas que afectan a personas inocentes, aplicadas por
individuos, grupos, organizaciones, e incluso algún estado o gobierno,
utilizando para combatirlas un brutal terrorismo de estado universal y
proclamando como derecho de una superpotencia el posible exterminio de naciones
enteras, con empleo incluso de armas nucleares y otras de destrucción
masiva.
En este instante, en que se conmemora el 150 aniversario del
natalicio de José Martí, el hombre que quizás por vez primera en la historia
planteó el concepto del equilibrio mundial, una guerra está por comenzar como
consecuencia del más colosal desequilibrio en el terreno militar que jamás
existió sobre la Tierra. Vencía ayer el plazo en virtud del cual la más poderosa
potencia del mundo proclamó su derecho unilateral a lanzar su arsenal de las más
sofisticadas armas contra otro país con o sin la autorización del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas, institución ya de por sí cuestionada por
constituir el veto, prerrogativa exclusiva de cinco países que son miembros
permanentes, y la negación total del más elemental principio democrático al
resto de casi 200 Estados representados en la Asamblea General de la
Organización de Naciones Unidas.
El privilegio del veto ha sido usado precisamente por el
gobierno que hoy proclama su derecho a pasar por encima de ese Consejo. Muy poco
usado por el resto de los cinco, los cambios radicales en la correlación de
fuerzas militares entre sus miembros, que se ha producido en los últimos 12
años, hacen casi imposible que tal prerrogativa sea usada contra los deseos de
quien no solo es poderoso por su abrumadora potencia bélica, sino también
económica, política y tecnológica.
La inmensa mayoría de la opinión mundial se opone a esa guerra
anunciada. Pero lo más importante es que según encuestas recientes, hasta el 65%
del pueblo norteamericano se oponía a ese ataque sin la aprobación del Consejo
de Seguridad. No constituye esto, sin embargo, un obstáculo insuperable:
enviadas las tropas y listas para la acción, necesitadas de ser probadas las
armas más sofisticadas, es sumamente improbable que tal guerra no se desate, si
las autoridades del país amenazado de exterminio no acceden a todas las demandas
de los que los amenazan.
Nadie puede saber o adivinar lo que puede ocurrir en cualquier
guerra o situación semejante. Lo único que es posible afirmar es que la amenaza
de una guerra en Iraq ha estado gravitando considerablemente sobre la economía
mundial, hoy afectada por una grave y profunda crisis que, unida al golpe
fascista contra el gobierno bolivariano de Venezuela, uno de los mayores
exportadores de petróleo, ha elevado los precios de este vital producto a
niveles insoportables para la inmensa mayoría del resto de los países,
especialmente los más pobres, aun antes de que haya sonado un disparo en
Iraq.
Es ya opinión generalizada que el propósito de la guerra en
Iraq es tomar posesión de la tercera reserva mundial de petróleo y gas, lo que
preocupa extraordinariamente a casi todos los demás países desarrollados, como
los de Europa, que importa el 80% de la energía, a la inversa de Estados Unidos,
que apenas importa por el momento entre el 20 y 25% de su consumo.
Ayer 28 de enero a las nueve de la noche, el Presidente de
Estados Unidos declaró ante el Congreso:
"Estados Unidos le pedirá al Consejo de Seguridad de la ONU que
se reúna el 5 de febrero para considerar los hechos sobre los desafíos de Iraq
al mundo.
[...]
"Vamos a consultar, pero que no haya malos entendidos. Si
Saddam Hussein no se desarma plenamente, por la seguridad de nuestro pueblo y
por la paz del mundo encabezaremos una coalición para desarmarlo.
[...]
"Y si nos obligan a ir a la guerra, vamos a luchar con el pleno
poderío de nuestras Fuerzas Armadas."
No se menciona una sola palabra sobre la aprobación previa del
Consejo de Seguridad.
Si nos apartamos de las terribles consecuencias de una guerra
en aquella región, que la única superpotencia podría imponer a su arbitrio, el
desequilibrio en el terreno económico que hoy padece el mundo es de igual modo
una enorme tragedia.
Crecen y se profundizan las diferencias relacionadas con los
países ricos y pobres, entre ellos y dentro de ellos, es decir, crece el abismo
en la distribución de la riqueza, el peor azote de nuestra era, con su secuela
de pobreza, hambre, ignorancia, enfermedades, dolor y sufrimiento insoportables
para los seres humanos.
¿Por qué no nos atrevemos a decir que no puede haber
democracia, libre opción ni libertad real en medio de espantosas desigualdades,
ignorancia, analfabetismo total o funcional, ausencia de conocimientos y una
falta asombrosa de cultura política, económica, científica y artística a las que
solo pueden acceder exiguas minorías, incluso dentro de los países
desarrollados, inundado el mundo por un millón de millones de dólares de
publicidad comercial y consumista, que envenena a las masas con ansias de sueños
y deseos inaccesibles, que conduce al despilfarro, la enajenación, y la
destrucción implacable de las condiciones naturales de la vida humana? En apenas
un siglo y medio agotaremos los recursos energéticos y sus reservas probadas y
probables que la naturaleza tardó 300 millones de años en crear, sin que apenas
se vislumbre un sustituto viable.
¿Qué conocen las masas de los complejos problemas económicos
del mundo de hoy? ¿Quién les enseñó lo que es el Fondo Monetario Internacional,
el Banco Mundial, la OMC, y otras instituciones similares? ¿Quién les explicó
las crisis económicas, sus causas y consecuencias? ¿Quién les dijo que ya el
capitalismo, la libre empresa y la libre competencia apenas existen, y que 500
grandes empresas transnacionales controlan el 80% de la producción y el comercio
mundiales? ¿Quién les enseñó de bolsa de valores, de especulación creciente con
los productos de los cuales dependen los países del Tercer Mundo y con la
compraventa de monedas que ascienden hoy a millones de millones de dólares cada
día? ¿Quién les instruyó de que las monedas del Tercer Mundo son papeles que
constantemente se devalúan y sus reservas de dinero real o casi real escapan
inexorablemente hacia los países más ricos, como la ley física de Newton, y las
terribles consecuencias materiales y sociales de esta realidad? ¿O por qué
debemos millones de millones de dólares impagables e incobrables, mientras
decenas de millones de personas, incluidos niños de cero a cinco años, mueren de
hambre y enfermedades curables cada año? ¿Cuántos son los que conocen que ya la
soberanía de los estados apenas existe, en virtud de Tratados en cuya
elaboración no tenemos participación alguna los países del Tercer Mundo, y por
los que somos en cambio cada vez más explotados y sometidos? ¿Cuántos los que
están conscientes de que nuestras culturas nacionales están siendo cada vez más
destruidas?
Sería interminable seguir preguntando. Basta una adicional para
los que viven de la hipocresía y la mentira acerca de los más sagrados derechos
de los seres humanos, de los pueblos y de la propia humanidad en su conjunto:
¿Por qué no se levanta un monumento vivo a la hermosa y profunda verdad
contenida en el apotegma martiano "Ser culto es el único modo de ser libre"?
Lo afirmo en nombre de un pueblo que bajo riguroso bloqueo e
implacable guerra económica, a la que se añadió la pérdida casi total de
mercado, comercio y suministro exterior al desintegrarse el campo socialista y
la URSS, ha resistido inconmovible más de cuatro décadas y hoy constituye uno de
los más unidos, socialmente desarrollados, poseedores de conocimientos básicos,
cultura política y artística entre todos los pueblos del mundo.
Si en algo hemos sabido honrar al héroe, cuyo fecundo natalicio
conmemoramos hoy, es haber demostrado que un país pequeño y pobre, aun
cometiendo muchos inevitables errores de aprendizaje, puede hacer mucho con muy
poco.
El mayor monumento de los cubanos a su memoria es haber sabido
construir y defender esta trinchera, para que nadie pudiera caer con una fuerza
más sobre los pueblos de América y del mundo.
De él aprendimos el infinito valor y la fuerza de las
ideas.
El orden económico impuesto a la humanidad por el poderoso
vecino del norte es insostenible e insoportable. De nada servirán para impedir
el curso de la historia las más sofisticadas armas.
Los que durante siglos han suministrado o suministran plusvalía
y mano de obra barata son hoy miles de millones. No pueden ser exterminados como
moscas. Van tomando cada vez más conciencia de las injusticias de que son
víctimas a través del hambre, los sufrimientos y humillaciones que como seres
humanos sufren, más que a través de las escuelas y la educación que les niegan y
por encima de las mentiras desgastadas con las que el monopolio, el uso y el
abuso de los medios masivos de comunicación tratan de mantenerlos en eterna e
imposible sumisión. Han aprendido lecciones elocuentes bastante recientes como
las de Irán, Indonesia, Ecuador y Argentina. Sin disparar un solo tiro y aun sin
armas, las masas pueden barrer gobiernos.
Cada vez son menos los soldados nacionales dispuestos a
disparar y ahogar en sangre a sus propios compatriotas. El mundo no puede ser
gobernado con un soldado extranjero portando fusil, casco y bayoneta en cada
fábrica, en cada escuela, en cada parque, en cada comunidad grande o
pequeña.
Un número creciente de intelectuales, trabajadores instruidos,
profesionales y miembros de las capas medias de los países desarrollados se
suman a la lucha por salvar a la humanidad de guerras implacables contra los
pueblos y contra la naturaleza.
A lo largo de la historia ha quedado demostrado que de las
grandes crisis han salido las grandes soluciones, y en ellas y de ellas han
surgido los líderes.
Nadie crea que los individuos hacen la historia. Los factores
subjetivos influyen, aceleran con sus aciertos o retrasan con sus insuficiencias
y errores los procesos históricos, pero no determinan el resultado final. Ni
siquiera un hombre tan genial como Martí ―podría decirse igualmente de Bolívar,
Sucre, Juárez, Lincoln y otros muchos hombres admirables como ellos― habría sido
conocido por la historia de haber nacido, por ejemplo, treinta años antes o
después.
En el caso de Cuba, de haber nacido nuestro Héroe Nacional en
1823 y cumplido 30 años en 1853, en medio de una sociedad esclavista y
anexionista dueña de plantaciones y enormes masas de esclavos, y sin existir
todavía el poderoso sentimiento nacional y patriótico forjado por los gloriosos
precursores que iniciaron en 1868 nuestra primera guerra de independencia, no
habría sido posible entonces el inmenso papel que desempeñó en la historia de
nuestra Patria.
Por ello creo firmemente que la gran batalla se librará en el
campo de las ideas y no en el de las armas, aunque sin renunciar a su empleo en
casos como el de nuestro país u otro en similares circunstancias si se nos
impone una guerra, porque cada fuerza, cada arma, cada estrategia y cada táctica
tiene su antítesis surgida de la inteligencia y la conciencia inagotables de los
que luchan por una causa justa.
En el propio pueblo norteamericano, al que nunca hemos visto
como enemigo ni hemos culpado de las amenazas y agresiones que durante más de 40
años hemos sufrido, podemos percibir, a partir de sus raíces éticas, un amigo y
un aliado potencial de las causas justas de la humanidad. Lo vimos ya cuando la
guerra de Viet Nam. Lo vimos en algo que nos tocó tan cerca como el secuestro
del niño Elián González. Lo vimos en su apoyo a la lucha de Martin Luther King.
Lo vimos en Seattle y en Quebec, junto a canadienses, latinoamericanos y
europeos contra la globalización neoliberal. Lo empezamos a ver ya en su
oposición a una guerra innecesaria, sin contar al menos con la aprobación del
Consejo de Seguridad. Lo veremos mañana junto a los demás pueblos del mundo
defendiendo el único camino que puede preservar la especie humana de las propias
locuras de los seres humanos.
Si algo me atrevo a sugerir a los ilustres visitantes aquí
reunidos sería lo que veo que ya están haciendo. No obstante, a riesgo de
cansarlos me permito repetir y reiterar: frente a las armas sofisticadas y
destructoras con que quieren amedrentarnos y someternos a un orden económico y
social mundial injusto, irracional e insostenible: ¡sembrar ideas!, ¡sembrar
ideas! ¡y sembrar ideas!; ¡sembrar conciencia!, ¡sembrar conciencia! ¡y sembrar
conciencia!
Muchas gracias.