El Comandante en Jefe aborda en esta ocasión algunas
de las acciones de la guerra sucia
norteamericana contra la Unión Soviética, con el
propósito de hacer colapsar su economía, que
influyeron en la caída de esta, y especialmente el
impulso de la administración Reagan a la Iniciativa
de Defensa Estratégica, también conocida como Guerra
de las Galaxias, conociendo la imposibilidad de la
URSS de competir con ella
Correo:
digital@jrebelde.cip.cu
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Las bombas arrojadas por Estados Unidos sobre las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki ocasionaron cientos de miles de muertos y un número similar de personas irradiadas que fallecieron posteriormente. |
En una reflexión hablé de barras de oro
depositadas en los sótanos de las Torres Gemelas.
Esta vez el tema es bastante más complejo y difícil
de creer. Hace casi cuatro décadas científicos
residentes en Estados Unidos descubrieron Internet,
del mismo modo que Albert Einstein, nacido
en Alemania, descubrió en su tiempo la fórmula
para medir la energía atómica.
Einstein era un gran científico y humanista.
Contradijo las leyes físicas, hasta entonces
sagradas, de Newton. Sin embargo, las manzanas
siguieron cayendo en virtud de la ley de la gravedad
definida por este. Eran dos formas diferentes de
observar e interpretar la naturaleza, de la cual se
poseían muy pocos datos en los días de Newton.
Recuerdo lo que leí hace más de 50 años sobre
la famosa teoría de la relatividad elaborada por
Einstein: la energía es igual a la masa
multiplicada por el cuadrado de la velocidad
de la luz, que se denomina C: E=MC². Existía
el dinero de Estados Unidos y los recursos
necesarios para realizar tan costosa investigación.
El tiempo político debido al odio generalizado por
las brutalidades del nazismo en la nación más rica y
productiva de un mundo destruido por la contienda,
convirtió aquella fabulosa energía en bombas que
fueron arrojadas sobre las poblaciones indefensas de
Hiroshima y Nagasaki, ocasionándoles cientos de
miles de muertos y un número similar de personas
irradiadas que fallecieron en el transcurso de los
años posteriores.
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Gus W. Weiss se atribuyó el plaan de suministrar softwares contaminados a la URSS. Su “suicidio” sigue despertando sospechas. |
Un ejemplo claro del uso de la ciencia y la
tecnología con los mismos fines hegemónicos se
describe en un artículo del ex oficial de
Seguridad Nacional de Estados Unidos Gus W.
Weiss, aparecido originalmente en la revista
Studies in Intellligence, en 1996, aunque con
real difusión en el año 2002, titulado
Engañando a los soviéticos. En él Weiss
se atribuye la idea de hacerle llegar a la URSS
los softwares que necesitaba para su industria, pero
ya contaminados con el objetivo de hacer colapsar la
economía de aquel país.
Según notas tomadas del capítulo 17 del libro Al
borde del abismo: Historias de la guerra fría
contadas desde adentro, de Thomas C. Reed, ex
secretario de la Fuerza Aérea de Estados Unidos,
Leonid Brezhnev le dijo a un grupo de altos
funcionarios del Partido en 1972: “Nosotros
los comunistas tenemos que seguir arando
con los capitalistas durante algún tiempo.
Necesitamos sus créditos, su agricultura
y su tecnología; pero vamos a continuar grandes
programas militares, y para mediados
de los 80 estaremos en posición de volver a
una política exterior agresiva, diseñada a tener
ventaja sobre el Oeste.” Esta información
fue confirmada por el Departamento de Defensa
en audiencias ante el Comité de la Cámara sobre
la Banca y la Moneda en 1974.
A principios de los 70 el gobierno de Nixon planteó
la idea de la distensión. Henry Kissinger tenía
la esperanza de que “con el tiempo, el comercio
y las inversiones pudieran reducir la tendencia
del sistema soviético a la autarquía”;
él consideraba que la distensión podría “invitar
a la gradual asociación de la economía soviética
con la de la economía mundial y así fomentar
la interdependencia que añade un elemento
de estabilidad a la relación política”.
[Kissinger oon Detente.
Harcourt-Brace, 1994]
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En sus memorias, la ex primera ministra Margaret Thatcher refiere que la administración Reagan impulsó la Guerra de las Galaxias con la intención de hacer colapsar económicamente a la Unión Soviética. |
Reagan se inclinaba a ignorar las teorías
de Kissinger sobre la distensión y a tomarle
la palabra al presidente Brezhnev, pero
se eliminaron todas las dudas el 19 de julio
de 1981, cuando el nuevo Presidente
de Estados Unidos se reunió con el presidente
François Mitterrand, de Francia, en la cumbre
económica del G‑7 en Ottawa. En una conversación
aparte, Mitterrand le informó a Reagan acerca
del éxito de sus servicios de Inteligencia
al reclutar a un agente de la KGB. El hombre
pertenecía a una sección que evaluaba los logros
de los esfuerzos soviéticos para adquirir tecnología
de Occidente. Reagan expresó gran interés
en las delicadas revelaciones de Mitterrand
y también su agradecimiento por su oferta de hacerle
llegar el material al gobierno de Estados Unidos.
El dossier, bajo el nombre de Farewell,
llegó a la CIA en agosto de 1981. Dejaba claro
que los soviéticos llevaban años realizando
sus actividades de investigación y desarrollo. Dada
la enorme transferencia de tecnología en radares,
computadoras, máquinas-herramientas
y semiconductores de Estados Unidos a la Unión
Soviética, podría decirse que el Pentágono estaba en
una carrera armamentista consigo mismo.
El Dossier Farewell también identificaba
a cientos de oficiales de casos, agentes en
sus puestos y otros suministradores de información
a través de Occidente y Japón. Durante los primeros
años de la distensión, Estados Unidos y la Unión
Soviética habían establecido grupos de trabajo
en agricultura, aviación civil, energía nuclear,
oceanografía, computadoras y medio ambiente.
El objetivo era comenzar a construir “puentes
de paz” entre las superpotencias. Los miembros
de los grupos de trabajo debían intercambiar visitas
a sus centros.
[Aún hoy, una década después de la guerra fría,
Estados Unidos no permite a operativos de
inteligencia participar en ningún grupo similar
comercial, cultural, científico o de otro tipo que
visite la antigua Unión Soviética]
Aparte de la identificación de agentes, la información más
útil aportada por el Dossier la constituía
la “lista de compras” y sus objetivos en cuanto
a la adquisición de tecnología en los años
venideros. Cuando el Dossier Farewell llegó
a Washington, Reagan le pidió al Director de la CIA,
Bill Casey, que ideara un uso operativo clandestino
del material.
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La iniciativa de Defensa Estratégica o Guerra de las Galaxias se convirtió en la carta de triunfo de Ronald Reagan, quien sabía que los soviéticos no podían competir con ella pues ignoraban que su industria electrónica había sido minada de virus por la inteligencia estadounidense. |
La producción y transporte de petróleo y gas era
una de las prioridades soviéticas. Un nuevo
gasoducto transiberiano debía llevar gas natural
desde los yacimientos de gas de Urengoi en Siberia
a través de Kazajstán, Rusia y Europa oriental hasta
los mercados de divisas de Occidente.
Para automatizar la operación de válvulas,
compresores e instalaciones de almacenaje en
una empresa tan inmensa, los soviéticos necesitaban
sistemas de control sofisticados. Compraron
computadoras de los primeros modelos en el mercado
abierto, pero cuando las autoridades del gasoducto
abordaron a Estados Unidos para adquirir el software
necesario, fueron rechazados. Impertérritos,
los soviéticos buscaron en otra parte; se envió
un operativo de la KGB a penetrar un proveedor
canadiense de softwares en un intento por adquirir
los códigos necesarios. La inteligencia
estadounidense, avisada por el agente del Dossier
Farewell, respondió y manipuló el software antes
de enviarlo.
Una vez en la Unión Soviética, las computadoras
y el software, trabajando juntos, hacían operar
el gasoducto maravillosamente.
Pero esa tranquilidad era engañosa. En el software
que operaba el gasoducto había un caballo de Troya,
término que se usa para calificar líneas de software
ocultas en el sistema operativo normal, que hacen
que dicho sistema se descontrole en el futuro,
o al recibir una orden desde el exterior.
Con el objetivo de afectar las ganancias de divisas
provenientes de Occidente y la economía interna
de Rusia, el software del gasoducto que debía operar
las bombas, turbinas y válvulas había sido
programado para descomponerse después de
un intervalo prudencial y resetear ―así
se califica― las velocidades de las bombas
y los ajustes de las válvulas haciéndolas funcionar
a presiones muy por encima de las aceptables
para las juntas y soldaduras del gasoducto.
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La iniciativa de Defensa Estratégica impuso a la Unión Soviética un costoso programa militar. |
“El resultado fue la más colosal explosión
no nuclear e incendio jamás vistos desde
el espacio. En la Casa Blanca, funcionarios
y asesores recibieron la advertencia de satélites
infrarrojos de un extraño evento en medio de
un lugar despoblado del territorio soviético. El
NORAD (Comando de Defensa Aeroespacial
Norteamericano) temía que fuera el lanzamiento
de misiles desde un lugar donde no se conocía que
hubiera cohetes basificados; o quizás fuera
la detonación de un dispositivo nuclear.
Los satélites no habían detectado ninguna pulsación
electromagnética característica de las detonaciones
nucleares. Antes de que tales indicios pudieran
convertirse en una crisis internacional, Gus Weiss
llegó por un pasillo para decirles a sus colegas
del CSN (Consejo de Seguridad Nacional) que no
se preocuparan, afirma Thomas Reed en su libro.”
La campaña de contramedidas basadas en el Dossier
Farewell fue una guerra económica. Aunque
no hubo bajas personales debido a la explosión
del gasoducto, hubo un daño significativo
para la economía soviética.
Como gran final, entre 1984 y 1985 Estados
Unidos y sus aliados de la OTAN concluyeron esta
operación, que terminó eficazmente con la capacidad
de la URSS para captar tecnología en un momento
en que Moscú se encontraba entre la espada de
una economía defectuosa, por un lado, y la pared de
un presidente estadounidense empecinado
en prevalecer y poner fin a la guerra fría,
por el otro.
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Moscú se encontraba entre la espada de una economía defectuosa, por un lado, y la pared de un presidente estadounidense empecinado en prevalecer y poner fin a la guerra fría, por el otro. |
En el artículo de Weiss ya citado se afirma que:
“en 1985, el caso tuvo un giro singular cuando salió
a la luz información sobre el expediente Farewell
en Francia. Mitterrand llegó a sospechar que
el agente soviético había sido un montaje plantado
por la CIA para ponerle a prueba y decidir
si el material sería entregado a los estadounidenses
o mantenido por los franceses. Actuando a partir de
esa idea, Mitterrand despidió al jefe del servicio
francés, Yves Bonnet.”
Gus W. Weiss fue quien se atribuyó, como ya
se dijo, el siniestro plan para hacer llegar
a la URSS los softwares defectuosos, cuando Estados
Unidos tuvo en su poder el Dossier Farewell.
Murió el 25 de noviembre de 2003 a la edad
de 72 años. El Washington Post no reportó
su muerte hasta el 7 de diciembre, 12 días después.
Dijo que Weiss se “cayó” de su edificio
de residencia, “ Watergate”,
en Washington, y afirmó también que un médico
forense de la capital norteamericana declaró
su muerte como un “suicidio”. El periódico de
su ciudad natal, el Nashville Tennessean,
publicó la noticia una semana después del Washington
Post, y advirtió que en esa fecha todo lo que
podrían decir era que “las circunstancias que
rodearon su muerte no se podían confirmar todavía.”
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Los resultados de la primera reunión entre Reagan y Mijaíl Gorbachov fueron escasos. |
Antes de morir dejó escritas unas notas inéditas
bajo el título “El dossier de despedida: el engaño
estratégico y la guerra económica en la guerra
fría”.
Weiss se graduó en la Vanderbilt University. Tenía
postgrados de Harvard y de la New York University.
Su trabajo para el gobierno se concentró en asuntos
de Seguridad Nacional, organizaciones
de Inteligencia y preocupaciones con el traslado
de tecnología a países comunistas. Trabajó
con la CIA, con la Junta de Defensa Científica
del Pentágono y con el Comité de Señales
de Inteligencia de la Junta de Inteligencia de EE.
UU.
Recibió la Medalla de Mérito de la CIA y la Medalla
“Cipher”, del Consejo de Seguridad Nacional.
Los franceses le concedieron la “Legión de Honor”,
en 1975.
No dejó sobrevivientes.
Weiss se había declarado en contra de la guerra
en Iraq poco antes de su "suicidio". Es interesante
tener en cuenta que 18 días antes de la muerte
de Weiss, también se suicidó ―el 7 de noviembre
de 2003― otro analista del gobierno de Bush, John J.
Kokal (58 años). Este saltó a su muerte desde
una oficina en el Departamento de Estado donde
trabajaba. Kokal era analista de Inteligencia
para el Departamento de Estado en asuntos
relacionados con Iraq.
Consta en documentos ya publicados que Mijail
Gorbachov se enfureció cuando comenzaron los
arrestos y deportaciones de agentes soviéticos en
varios países, pues desconocía que el contenido del Dossier
Farewell estaba en poder de los principales
jefes de gobierno de la OTAN. En una reunión
del Buró Político el 22 de octubre de 1986,
convocada para informar a sus colegas sobre
la Cumbre de Reykjavik, alegó que
los estadounidenses estaban “actuando muy
descortésmente y comportándose como bandidos”.
Aunque mostraba un rostro complaciente en público,
en privado Gorbachov se refería a Reagan como “un
mentiroso”.
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Durante la Cumbre de Reykjavik, en octubre de 1986, EE.UU. propuso un acuerdo mediante el cual todo el arsenal de armas nucleares estratégicas se reduciría a la mitad en un plazo de cinco años y los misiles balísticos estratégicos se eliminarían en un plazo de diez años. Pero la URSS exigió que se eliminaran todas las armas nucleares estratégicas al concluir el período de diez años. |
En los días finales de la Unión Soviética,
el Secretario General del PCUS tuvo que andar
a ciegas. Gorbachov no tenía idea de lo que estaba
ocurriendo en los laboratorios e industrias de alta
tecnología de Estados Unidos; ignoraba por completo
que los laboratorios e industrias soviéticas habían
sido comprometidos y hasta qué punto.
Los pragmáticos de la Casa Blanca andaban igualmente
a ciegas mientras esto ocurría.
El presidente Ronald Reagan jugaba su carta
de triunfo: la Iniciativa de Defensa
Estratégica/Guerra de las Galaxias. Sabía que
los soviéticos no podían competir en esa liga,
porque no podían sospechar que su industria
electrónica estaba infectada con virus y caballos
de Troya colocados allí por la comunidad
de Inteligencia de Estados Unidos.
La ex Primera Ministra británica, en sus memorias,
publicadas por una importante editorial inglesa en
1993 con el título Margaret Thatcher, los años en
Downing Street, expresa que todo el plan
de Reagan relacionado con la Guerra de las Galaxias
y la intención de hacer colapsar económicamente
a la Unión Soviética fue el plan más brillante de
esa administración, y que condujo definitivamente
al derrumbe del socialismo en Europa.
En el capítulo XVI de su libro explica
la participación de su gobierno en la Iniciativa
de Defensa Estratégica.
Llevarla a cabo fue, a juicio de Thatcher,
la “decisión más importante” de Reagan, “probó
resultar clave en la victoria del Oeste en la guerra
fría”. Impuso “más tensiones económicas y mayor
austeridad” a la sociedad soviética, en fin,
sus “implicaciones tecnológicas y financieras
para la URSS fueron devastadoras”.
Bajo el subtítulo “Reevaluando a la Unión
Soviética”, describe una serie de conceptos cuya
esencia está contenida en párrafos textuales tomados
de ese largo pasaje, en los que deja constancia
del brutal complot.
“En los albores de 1983, los soviéticos deben haber
comenzado a darse cuenta de que su juego
de manipulación e intimidación pronto se acabaría.
Los gobiernos europeos no estaban dispuestos a caer
en la trampa tendida por la propuesta de una ‘zona
libre de armas nucleares’ para Europa. Continuaron
los preparativos para el despliegue de los misiles
Crucero y Pershing. En el mes de marzo,
el presidente Reagan anunció los planes
de Estados Unidos para una Iniciativa de Defensa
Estratégica (IDE), cuyas consecuencias tecnológicas
y financieras para la URSS serían
devastadoras.”
“[…] no me cabía la menor duda de lo correcto de
su dedicación en insistir en el programa. Analizado
retrospectivamente, ahora me queda claro que
la decisión original de Ronald Reagan sobre
la Iniciativa de Defensa Estratégica fue la más
importante de su presidencia.”
“Al formular nuestro enfoque a la Iniciativa
de Defensa Estratégica, había cuatro elementos
diferentes que tuve en cuenta. El primero
fue la ciencia en sí misma.
|
Estados Unidos impuso a la URSS una brutal competencia militar con un extraordinario costo económico. |
“El objetivo de Estados Unidos en la Iniciativa
de Defensa Estratégica era desarrollar una defensa
nueva y mucho más eficaz contra los misiles
balísticos.”
“Este concepto de defensa se basaba en la capacidad
de atacar a los misiles balísticos lanzados
en cualquier etapa de su vuelo, desde la fase
de impulsión cuando el misil y todas sus ojivas
y señuelos estaban juntos, hasta el punto
de reentrada en la atmósfera terrestre en su camino
hacia el blanco.”
“El segundo elemento que había que tener en cuenta
eran los acuerdos internacionales existentes, que
limitaban el despliegue de armas en el espacio
y los sistemas de proyectiles antibalísticos.
El Tratado sobre la Limitación de los Sistemas
de Proyectiles Antibalísticos, de 1972, enmendado
por un Protocolo de 1974, permitía a Estados Unidos
y a la Unión Soviética emplazar un sistema
de proyectiles antibalísticos estático con hasta
cien lanzacohetes para defender su campo de silos
de misiles balísticos intercontinentales.”
“La Oficina de Relaciones Exteriores y el Ministerio
de Defensa británicos siempre procuraron insistir
en la interpretación más estrecha posible que
los estadounidenses –acertadamente a mi juicio—
creyeron que habría significado que la Iniciativa
de Defensa Estratégica había muerto al nacer.
Siempre he tratado de distanciarme de
esta fraseología y dejé claro en privado
y en público que no podía decirse que se hubiera
completado la investigación sobre si un sistema
era viable hasta que se hubiese ensayado con éxito.
Subyacente en esta jerga, este punto al parecer
técnico era realmente una cuestión de evidente
sentido común. Sin embargo, se convertiría
en la cuestión que dividió a Estados Unidos
y a la URSS en la cumbre de Reykjavik, de modo que
cobró gran importancia.
“El tercer elemento en el cálculo fue la fuerza
relativa de las dos partes en la defensa contra
proyectiles balísticos. Solo la Unión Soviética
poseía un sistema de proyectiles antibalísticos
(conocido como GALOSH) en los alrededores de Moscú,
que en esos momentos estaban perfeccionando.
Los estadounidenses jamás habían emplazado
un sistema equivalente.”
“Los soviéticos también estaban más avanzados
en las armas antisatélites. Por consiguiente, había
un argumento fuerte de que los soviéticos ya habían
adquirido una ventaja inaceptable en toda
esta esfera.
“El cuarto elemento era lo que implicaba
la Iniciativa de Defensa Estratégica
para la disuasión. Al principio sentí bastante
simpatía por la filosofía tras el Tratado sobre
la Limitación de los Sistemas de Proyectiles
Antibalísticos, que era que mientras más
ultramoderna y efectiva fuera la defensa contra
los misiles nucleares, mayor presión había
para procurar avances enormemente costosos
en la tecnología para las armas nucleares. Siempre
creí en una versión con ligeras condiciones
de la doctrina conocida como ‘destrucción recíproca
segura’, MAD por sus siglas en inglés. La amenaza
de lo que yo prefiero llamar ‘destrucción
inaceptable’ que se produciría tras un intercambio
nuclear era tal, que las armas nucleares constituían
un elemento de disuasión efectivo contra la guerra
no solo nuclear, sino también convencional.”
“Pronto comencé a ver que la Iniciativa de Defensa
Estratégica no socavaría la disuasión nuclear, sino
que la fortalecería. A diferencia del presidente
Reagan y de otros miembros de su Administración,
jamás creí que la Iniciativa de Defensa Estratégica
podría ofrecer una protección al ciento por ciento,
pero permitiría que suficientes misiles
de Estados Unidos sobrevivieran a un primer golpe
de los soviéticos.”
“El tema de la Iniciativa de Defensa Estratégica
fue el que dominó mis conversaciones con
el presidente Reagan y con los miembros de
su Administración cuando fui a Camp David el sábado
22 de diciembre de 1984 para informar a
los estadounidenses sobre mis conversaciones previas
con el señor Gorbachov. Esa fue la primera vez que
oí al presidente Reagan hablar sobre la Iniciativa
de Defensa Estratégica. Habló de
eso apasionadamente. Estaba en su punto más
idealista. Destacó que la Iniciativa de Defensa
Estratégica sería un sistema defensivo y que no
era su intención obtener para Estados Unidos
una ventaja unilateral. Es más, dijo que
si la Iniciativa de Defensa Estratégica tenía éxito
estaría dispuesto a internacionalizarla de modo que
estuviera al servicio de todos los países,
y le había dicho lo mismo al señor Gromyko.
Reafirmó su objetivo a largo plazo de eliminar
totalmente las armas nucleares.
“Esas observaciones me pusieron nerviosa.
Me horrorizaba pensar que Estados Unidos estuvieran
dispuestos a echar por la borda la ventaja tan
arduamente ganada en materia de tecnología
al ponerla a disposición de todo el mundo.”
“Lo que escuché, ahora que llegábamos a la discusión
de las probabilidades reales más que de
una concepción amplia, era tranquilizador.
El presidente Reagan no simulaba que ellos supieran
aún a dónde pudieran conducir las investigaciones.
Pero recalcó que ―además de sus argumentos
anteriores a favor de la Iniciativa de Defensa
Estratégica― seguirle el ritmo a Estados Unidos
impondría una presión económica a la Unión
Soviética. Argumentó que no existía un límite
práctico en cuanto hasta dónde el gobierno soviético
podría arrastrar a su pueblo por el camino
de la austeridad.”
“Ahora yo anotaba, mientras conversaba con el asesor
para la Seguridad Nacional Bud McFarlane, los cuatro
puntos que me parecían más cruciales.
“Mis funcionarios luego insertarían los detalles.
El Presidente y yo acordamos un texto donde
se exponía la política.
“La sección principal de mi declaración expresa:
“Le hablé al Presidente acerca de mi firme
convicción de que el programa de investigaciones
de la Iniciativa de Defensa Estratégica debía
continuar. La investigación, por supuesto,
es permitida según los tratados existentes
entre Estados Unidos y la Unión Soviética; y,
por supuesto, sabemos que los rusos ya tienen
su programa de investigaciones y, en opinión
de Estados Unidos, han ido ya más allá
de las investigaciones. Convinimos en cuatro
puntos: 1. El objetivo de Estados Unidos,
de Occidente, no era alcanzar la superioridad, sino
mantener el equilibrio, tomando en cuenta
los avances soviéticos; 2. El despliegue
relacionado con la Iniciativa de Defensa
Estratégica, en vista de las obligaciones que
imponían los tratados, tendría que ser una cuestión
para la negociación; 3. El objetivo general
es aumentar, no socavar, disuasión; 4.
La negociación entre el Este y Occidente debe
apuntar hacia alcanzar la seguridad con niveles
reducidos de sistemas ofensivos de ambos lados.
Este será el propósito de las negociaciones
reanudadas entre Estados Unidos y la Unión Soviética
sobre el control de los armamentos, que yo acojo
con beneplácito.
|
El libro Legado de Cenizas, de Tim Weiner, una investigación sobre los programas secretos de Estados Unidos. |
“Posteriormente supe que George Schultz ―entonces
Secretario de Estado― pensaba que yo había asegurado
una concesión demasiado grande por parte
de los americanos en la redacción; pero eso,
de hecho, nos daba ―tanto a ellos como a nosotros―
una línea clara y defendible, y ayudaba
a tranquilizar a los miembros europeos de la OTAN.
Un día de trabajo muy productivo.”
Más adelante, con el subtítulo de “Visita
a Washington: febrero de 1985”, Margaret Thatcher
expresa:
“Visité Washington nuevamente en febrero de 1985.
Las negociaciones sobre armamentos entre
los americanos y la Unión Soviética ya se habían
reanudado, pero la Iniciativa de Defensa Estratégica
seguía siendo una fuente de discusión. Yo debía
hablar ante una reunión conjunta del Congreso
en la mañana del miércoles 20 de febrero y llevé
conmigo desde Londres como regalo una estatua
de bronce de Winston Churchill, a quien también
muchos años antes se le había honrado con tal
invitación. Trabajé de manera especialmente ardua
en este discurso. Utilizaría el teleprompter
para pronunciarlo. Sabía que el Congreso había
visto al propio ‘Gran Comunicador’ pronunciando
discursos intachables y yo tendría un auditorio
exigente. De modo que decidí practicar la lectura
del texto hasta que lograra pronunciarlo
con la entonación y el énfasis correctos. Hablar
a partir del teleprompter, debo agregar, es
una técnica totalmente distinta a hablar a partir
de notas. De hecho, el presidente Reagan me prestó
su propio teleprompter y yo lo había llevado
de vuelta a la Embajada británica, donde estaba
alojada. Harvey Thomas, quien me acompañaba,
lo consiguió y, haciendo caso omiso de cualquier
desfase horario, practiqué hasta las 4:00 a.m. No
me acosté, comenzando el nuevo día de trabajo con
mi acostumbrado café negro y mis tabletas
de vitaminas; después concedí entrevistas
televisivas a partir de las 6:45 a.m.; pasé
por la peluquera y estuve lista
a las 10:30 para partir hacia el Capitolio. Utilicé
mi discurso, que abordaba extensamente los asuntos
internacionales, para dar un fuerte apoyo
a la Iniciativa de Defensa Estratégica. Tuve
una acogida fabulosa.”
“El mes siguiente (marzo de 1985) ocurrió la muerte
del señor Chernenko y notablemente, sin mucha
demora, la sucesión del señor Gorbachov
a la dirección de la Unión Soviética. Una vez más
asistí a un funeral en Moscú: el tiempo estaba,
incluso, más frío que en el de Yuri Andrópov.
El señor Gorbachov tenía que atender a gran cantidad
de dignatarios extranjeros. Pero tuve una charla
de casi una hora con él esa tarde en el Salón
de Santa Catalina del Kremlin. La atmósfera era más
formal que en Chequers (residencia rural oficial de
los Primeros Ministros británicos desde 1921),
y la presencia callada, sardónica, del señor Gromyko
no ayudaba. Pero pude explicarles las implicaciones
de la política que yo había convenido con
el presidente Reagan en el mes de diciembre anterior
en Camp David. Estaba claro que la Iniciativa
de Defensa Estratégica era ahora la preocupación
principal de los soviéticos en términos de control
de armamentos. El señor Gorbachov trajo,
como habíamos esperado, un nuevo estilo al gobierno
soviético. Él hablaba abiertamente del horrible
estado de la economía soviética, aunque todavía en
esta etapa se apoyaba en los métodos asociados
con la campaña del señor Andrópov por una mayor
eficiencia más que en una reforma radical.
Un ejemplo de ello fueron las medidas draconianas
que tomó Gorbachov contra el alcoholismo. Pero, a
medida que avanzó el año, no hubo señales de mejoría
de las condiciones en la Unión Soviética. De hecho,
como señaló nuestro nuevo y gran embajador en Moscú,
Brian Cartledge, que había sido mi secretario
privado sobre relaciones exteriores cuando resulté
Primera Ministra por primera vez, en uno de sus
primeros informes, era cuestión de ‘compota mañana
y, mientras tanto, nada de vodka hoy’.
“Las relaciones de Gran Bretaña con la Unión
Soviética entraron en un claro período de frialdad
como resultado de las expulsiones que yo autoricé
de funcionarios soviéticos que habían estado
realizando actos de espionaje.”
“En noviembre, el presidente Reagan y el señor
Gorbachov celebraron su primera reunión en Ginebra.
Sus resultados fueron escasos ―los soviéticos
insistían en vincular las armas nucleares
estratégicas con la suspensión
de las investigaciones relativas a la Iniciativa
de Defensa Estratégica― pero pronto se desarrolló
una simpatía personal entre los dos líderes.
Se había expresado cierta preocupación en cuanto
a que el avispado y joven homólogo soviético
del presidente Reagan pudiera superarlo
en habilidad. Pero no fue así, lo cual no
me sorprendió en lo absoluto, pues Ronald Reagan
había tenido muchísima práctica en sus primeros años
como presidente del gremio de artistas de cine
al llevar a cabo negociaciones del sindicato sobre
bases realistas ―y nadie era más realista que
el señor Gorbachov.
“Durante 1986 el señor Gorbachov demostró gran
sutileza en explotar la opinión pública occidental
al presentar propuestas tentadoras,
pero inaceptables, sobre el control de armamentos.
Los soviéticos dijeron relativamente poco sobre
el vínculo entre la Iniciativa de Defensa
Estratégica y la reducción de las armas nucleares.
Pero no se les dio razón alguna para creer que
los americanos estaban dispuestos a suspender
o detener las investigaciones relativas
a la Iniciativa de Defensa Estratégica. A finales
de ese año se acordó que el presidente Reagan
y el señor Gorbachov ―con sus Ministros
de Relaciones Exteriores― se deberían reunir en Reykjavik,
Islandia, para discutir ofertas sustantivas.”
“El hecho era que nosotros no podíamos contener
la investigación sobre nuevos tipos de armas.
Teníamos que ser los primeros en obtenerlas.
Es imposible detener a la ciencia: no se detendrá
por ser ignorada.”
“En retrospectiva, puede considerarse que la Cumbre
de Reykjavik ese fin de semana
del 11 y 12 de octubre [de 1986] tuvo
una significación absolutamente diferente a la que
le atribuyó la mayoría de los comentaristas en
ese entonces. Se les había preparado una trampa a
los americanos. Concesiones soviéticas cada vez
mayores se hicieron durante la Cumbre: convinieron
por primera vez en que los elementos de disuasión
británicos y franceses se excluyeran
de las negociaciones sobre las fuerzas nucleares
de alcance intermedio; y que las reducciones
en las armas nucleares estratégicas debían dejar
a cada bando con cantidades iguales ―y no sólo
una reducción porcentual, que habría dejado
a los soviéticos con clara ventaja. También
hicieron concesiones significativas en cuanto
a las cifras relativas a las fuerzas nucleares
de alcance intermedio. Cuando la Cumbre se acercaba
a su fin, el presidente Reagan propuso un acuerdo
mediante el cual todo el arsenal de armas nucleares
estratégicas ―bombarderos, misiles Crucero
y balísticos de largo alcance― se reduciría
a la mitad en un plazo de cinco años y las más
poderosas de estas armas, los misiles balísticos
estratégicos, se eliminarían en un plazo de diez
años. El señor Gorbachov era aún más ambicioso:
quería que se eliminaran todas las armas nucleares
estratégicas al concluir el período de diez años.
“Pero entonces repentinamente, al mismísimo final,
se accionó la trampa. El presidente Reagan había
concedido que durante el período de diez años ambos
bandos acordarían no retirarse del Tratado sobre
la Limitación de los Sistemas de Proyectiles
Antibalísticos, aunque se permitiría el desarrollo
y los ensayos compatibles con el Tratado.”
Pero Reagan sufrió una extraña amnesia en torno al
detonante de la brutal competencia militar que se le
impuso a la URSS, con un extraordinario costo
económico. Su publicitado diario no menciona
absolutamente nada del Dossier Farewell. En
sus apuntes de cada día, publicados este año, Ronald
Reagan, hablando de su estancia en Montebello,
Canadá, expresa:
“Domingo 19 de julio (1981)
“El hotel es una maravillosa obra de ingeniería,
hecha totalmente de troncos. La mayor cabaña
de troncos del mundo.
“Tuve un mano a mano con el Canciller Schmidt (Jefe
del gobierno alemán). Estaba realmente deprimido
y de un humor pesimista acerca del mundo.
“Luego me reuní con el presidente Mitterrand,
le expliqué nuestro programa económico y que
no teníamos nada que ver con las altas tasas
de interés.
“Esa noche cenamos solamente nosotros 8.
Los 7 jefes de Estado y el Presidente
de la Comunidad Europea. Se convirtió realmente en
una conversación informal sobre cuestiones
económicas, debido básicamente a una sugerencia
de la primera ministra Thatcher.”
El resultado final de la gran conspiración y la
alocada y costosa carrera armamentista, cuando la
Unión Soviética estaba herida de muerte en el orden
económico, lo cuenta en la introducción al libro
de Thomas C. Reed, George H. W. Bush, el primer
Presidente de la dinastía Bush, quien participó
de forma real en la Segunda Guerra Mundial, al
escribir textualmente:
“La guerra fría fue una lucha a favor
de la mismísima alma de la humanidad. Fue una lucha
a favor de un modo de vida definido por la libertad
de una parte y por la represión de la otra. Creo
que ya hemos olvidado cuán larga y dura
fue esa lucha, y cuán cerca del desastre nuclear
estuvimos a veces. El hecho de que este
no ocurriera da fe de los honorables hombres
y mujeres de ambos lados que mantuvieron
su serenidad e hicieron lo correcto ―según
su criterio― en momentos de crisis.
“Este conflicto entre las superpotencias que
sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial comenzó
cuando yo regresaba a casa de la guerra. En 1948,
el año de mi graduación de la Universidad de Yale,
los soviéticos trataron de cortar el acceso
de Occidente a Berlín. Ese bloqueo condujo
a la creación de la OTAN, fue seguido de la primera
prueba soviética de la bomba atómica, y se volvió
sangriento con la invasión a Corea del Sur. Detrás
de esto vinieron cuatro décadas de enfrentamientos
nucleares, guerras donde cada superpotencia apoyaba
al bando contrario y privaciones económicas.
“Yo tuve el privilegio de ser el Presidente
de Estados Unidos cuando todo esto llegó a su fin.
En el otoño de 1989 los estados satélites comenzaron
a liberarse y revoluciones mayormente pacíficas
se extendieron por Polonia, Hungría, Checoslovaquia
y Rumania. Cuando cayó el muro de Berlín, sabíamos
que se acercaba el fin.
“Tendrían que transcurrir aún dos años para que
se acabara el imperio de Lenin y Stalin. Yo recibí
la buena nueva por medio de dos llamadas
telefónicas. La primera me llegó el 8 de diciembre
de 1991, cuando Boris Yeltsin me llamó desde
un pabellón de caza cerca de Brest en Bielorrusia.
Habiendo sido recientemente elegido Presidente
de la República rusa, Yeltsin se había estado
reuniendo con Leonid Kravchuk, presidente de Ucrania
y Stanislav Shushchevik, presidente de Bielorrusia.
‘Hoy ocurrió un acontecimiento muy importante
en nuestro país,’ dijo Yeltsin. ‘Quise informárselo
yo mismo antes de que se enterara por la prensa.’
Entonces me dio la noticia: los Presidentes
de Rusia, Bielorrusia y Ucrania habían decidido
disolver la Unión Soviética.
“Dos semanas más tarde, una segunda llamada confirmó
que la antigua Unión Soviética desaparecería.
Mijail Gorbachov me contactó en Camp David
en la mañana de Navidad de 1991. Nos deseó
una feliz Navidad a Bárbara y a mí y luego pasó
a resumir lo que había sucedido en su país:
la Unión Soviética había dejado de existir.
Él acababa de comparecer en la televisión nacional
para confirmar el hecho y había transferido
el control de las armas nucleares soviéticas
al Presidente de Rusia. ‘Pueden disfrutar de
una tranquila noche de Navidad’, nos dijo. Y así
terminó todo.”
Consta, por un artículo publicado en The New York
Times que la operación utilizó casi todas las armas
al alcance de la CIA ―guerra sicológica, sabotaje,
guerra económica, engaño estratégico,
contrainteligencia, guerra cibernética―, todo ello
en colaboración con el Consejo de Seguridad
Nacional, el Pentágono y el FBI. Destruyó al
pujante equipo de espionaje soviético, dañó
la economía y desestabilizó el Estado de ese país.
Fue un éxito rotundo. De haberse hecho a la inversa
(los soviéticos a los norteamericanos), pudiera
haberse visto como un acto de terrorismo.
Del tema se habla también en otro libro titulado
Legado de Cenizas, que acaba de ser publicado.
En la solapa del libro se expresa que “Tim Weiner es
un reportero de The New York Times, quien
ha escrito sobre los servicios de Inteligencia
estadounidenses durante veinte años, y obtuvo un
Premio Pulitzer por su trabajo sobre los programas
secretos de Seguridad Nacional. Ha viajado
a Afganistán y otros países para investigar de
primera mano las operaciones encubiertas de la CIA.
Este es su tercer libro.
“Legado de Cenizas
se basa en más de 50 mil documentos, provenientes
fundamentalmente de los propios archivos de la CIA,
y cientos de entrevistas a veteranos de dicha
agencia, incluidos diez directores. Nos muestra
un panorama de la CIA desde su creación después
de la Segunda Guerra Mundial, pasando
por sus batallas durante la guerra fría y la guerra
contra el terrorismo iniciada el 11 de Septiembre
del 2001.”
El artículo de Jeremy Allison, publicado en Rebelión
en junio del 2006, y los de Rosa Miriam Elizalde,
publicados el 3 y el 10 de septiembre del año
en curso, 2007, denuncian estos hechos destacando la
idea de uno de los fundadores del software libre,
quien señaló que: “a medida que se complejizan
las tecnologías será más difícil detectar acciones
de ese tipo”.
Rosa Miriam publicó dos sencillos artículos
de opinión de apenas cinco páginas cada uno.
Si lo desea, puede escribir un libro de muchas
páginas. La recuerdo bien desde el día en que,
como periodista muy joven, me preguntó ansiosa, nada
menos que en una conferencia de prensa hace más
de 15 años, si yo pensaba que podríamos resistir
el período especial que nos caía encima con la
desaparición del campo socialista.
La URSS se derrumbó estrepitosamente. Desde
entonces hemos graduado a cientos de miles
de jóvenes en el nivel superior de enseñanza. ¡Qué
otra arma ideológica nos puede quedar que un nivel
superior de conciencia! La tuvimos cuando éramos
un pueblo en su mayoría analfabeto o semianalfabeto.
Si lo que se desea es conocer verdaderas fieras,
dejen que en el ser humano prevalezcan
los instintos. Sobre eso se puede hablar mucho.
En la actualidad, el mundo está amenazado por
una desoladora crisis económica. El gobierno
de Estados Unidos emplea recursos económicos
inimaginables para defender un derecho que viola
la soberanía de todos los demás países: continuar
comprando con billetes de papel las materias primas,
la energía, las industrias de tecnologías avanzadas,
las tierras más productivas y los inmuebles más
modernos de nuestro planeta.
Fidel Castro Ruz
Septiembre 18 del 2007
6:37 p.m.
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En el borde del abismo: historias de la Guerra Fría contadas desde adentro, por Thomas C. Reed. |
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Margaret Thatcher. Los años en Downing Street. |
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