Espero que nadie diga que arremeto gratuitamente contra Bush.
Comprenderán sin dudas mis razones para criticar duramente su política.
Robert Woodward es un periodista y escritor norteamericano que
se hizo famoso por la serie de artículos publicados en el Washington Post
suscritos por él y Carl Bernstein , y que finalmente condujeron a la
investigación y renuncia de Nixon. Es autor y coautor de diez best-sellers.
Con su temible pluma se las arregla para arrancar confesiones del entrevistado.
En su libro Estado de Negación, afirma que el 18 de junio del 2003, a
tres meses de iniciada la guerra de Iraq, saliendo de su despacho en la Casa
Blanca después de una importante reunión, Bush da unas palmaditas en el
hombro de Jay Garner, y le dice:
—“Oye, Jay, ¿quieres hacer lo de Irán?
—“Señor, ya los chicos y yo hablamos sobre el tema y queremos
esperar por Cuba. Pensamos que el ron y los tabacos son mejores. Las mujeres son
más bellas.”
Bush respondió: “Lo tendrás. Tendrás a Cuba.”
A Bush lo traicionó el subconsciente. Era lo que pensaba desde
que declaró lo que debían esperar decenas de oscuros rincones donde Cuba ocupa
un lugar especial.
Garner, un general de tres estrellas recién retirado al que
había nombrado Jefe de la Oficina de Planificación para la Posguerra en Iraq,
creada por una Directiva Presidencial de Seguridad Nacional secreta, era
considerado por Bush un hombre excepcional para llevar a cabo su estrategia
bélica. Designado para el cargo el 20 de enero del 2003, fue sustituido el 11 de
mayo de ese mismo año a instancias de Rumsfeld. No tuvo el valor de explicarle a
Bush sus fuertes discrepancias sobre la estrategia seguida en Iraq. Pensaba en
otra con idéntico propósito. En las últimas semanas miles de infantes de marina
y un grupo de portaaviones norteamericanos, con sus fuerzas navales de apoyo,
han estado maniobrando en el Golfo Pérsico a pocas millas del territorio iraní,
en espera de órdenes.
Nuestro pueblo está a punto de cumplir 50 años de cruel bloqueo;
miles de sus hijos han muerto o han sido mutilados como consecuencia de la
guerra sucia contra Cuba, único país del mundo al que se aplica una Ley de
Ajuste que premia la emigración ilegal, otra causa de muerte de
ciudadanos cubanos, incluidos mujeres y niños; perdió hace más de 15 años sus
principales mercados y fuentes de suministro de alimentos, energía, maquinarias,
materias primas, financiamientos a largo plazo y bajo interés.
Primero cayó el campo socialista y casi de inmediato la URSS,
desgajada pedazo a pedazo. El imperio arreció e internacionalizó el bloqueo; las
proteínas y calorías, bastante bien distribuidas a pesar de nuestras
deficiencias, se redujeron aproximadamente un 40 por ciento; vinieron
enfermedades como la neuritis óptica y otras; la escasez de medicamentos,
igualmente bloqueados, se generalizó: solo como obra caritativa podían entrar,
para desmoralizarnos; estos, a su vez, se convertían en fuente de compraventa y
negocios ilícitos.
Sobrevino inevitablemente el período especial, que fue la suma
de todas las consecuencias de la agresión y las medidas desesperadas que nos
obligó a tomar, potenciado el conjunto de acciones nocivas por el colosal
aparato publicitario del imperio. Todos esperaban, unos con tristeza, otros con
júbilo oligárquico, el derrumbe de la Revolución cubana.
Mucho daño hizo a la conciencia social el acceso a las divisas
convertibles, en mayor o menor volumen, por las desigualdades y debilidades
ideológicas que creó.
A lo largo de toda su vida la Revolución instruyó al pueblo,
formó cientos de miles de maestros, médicos, científicos, intelectuales,
artistas, informáticos y otros profesionales universitarios y posgraduados en
decenas de carreras. Esa riqueza atesorada permitió reducir la mortalidad
infantil a mínimos no imaginables en un país del Tercer Mundo y elevar las
perspectivas de vida y el promedio de conocimiento de la población a niveles de
noveno grado.
La Revolución Bolivariana de Venezuela, al ofrecer a Cuba
petróleo con facilidades de pago cuando el precio de este subía
vertiginosamente, significó un alivio importante y abrió nuevas posibilidades,
ya que nuestro país comenzaba a producir su propia energía en cifras crecientes.
Desde años antes, el imperio, preocupado por sus intereses en
ese país, ya tenía planeado liquidar aquella revolución, lo que intentó en abril
del 2002 e intentará de nuevo cuantas veces pueda, para lo cual preparan su
resistencia los revolucionarios bolivarianos.
Mientras tanto, Bush arreció sus planes de ocupar Cuba, al
extremo de proclamar leyes y un gobierno interventor para instalar una
administración imperial directa.
A partir de los privilegios concedidos a Estados Unidos en
Bretton Woods y la estafa de Nixon al eliminar el patrón oro que ponía límite a
la emisión de billetes, el imperio ha comprado y pagado con papeles decenas de
millones de millones de dólares, cifras de más de doce guarismos. Con ello ha
mantenido su insostenible economía. Gran parte de las reservas mundiales en
divisas están constituidas por bonos de la Tesorería y billetes norteamericanos.
Por ello, muchos no desean una crisis del dólar como la de 1929, que convertiría
en agua esos papeles. El valor en oro de un dólar es hoy, por lo menos,
dieciocho veces menor que el que tenía en los años de Nixon. Lo mismo ocurre
con el valor de las reservas en esa moneda.
Esos papeles han sostenido su escaso valor actual sobre
la base de que con ellos se pueden adquirir fabulosas cantidades de armas
modernas, cada vez más caras, que nada producen. Estados Unidos exporta más
armas que el resto del mundo. Con esos mismos papeles el imperio desarrolló los
más sofisticados y mortíferos sistemas de armas de destrucción masiva, con las
que sostiene su tiranía mundial.
Tal poder le permite imponer la idea de convertir los alimentos
en combustibles y hacer trizas cualquier iniciativa y compromiso para evitar el
calentamiento global, que se acelera visiblemente.
Hambre y sed, ciclones más violentos e invasiones del mar es lo
que sufrirán tirios y troyanos, como frutos de la política imperial. El respiro
para la humanidad, que ofreciera una esperanza a la supervivencia de la especie,
está en un drástico ahorro de energía, de lo cual no se preocupa en absoluto la
sociedad consumista de los países ricos.
Cuba continuará desarrollando y perfeccionando la capacidad
combativa de su pueblo, incluida nuestra modesta pero activa y eficiente
industria de armas defensivas, que multiplica la capacidad de enfrentar al
invasor dondequiera que se encuentre, posea las armas que posea. Continuaremos
adquiriendo el material necesario y las bocas de fuego pertinentes, aunque no
creciera el famoso Producto Interno Bruto del capitalismo, que tantas
cosas incluye, como el valor de las privatizaciones, las drogas, los servicios
sexuales, la publicidad, y tantas excluye, como los servicios de educación y
salud gratuitos para todos los ciudadanos.
De un año para otro el nivel de vida puede elevarse si se
incrementan los conocimientos, la autoestima y la dignidad de un pueblo. Basta
con que el despilfarro se reduzca y la economía crece. A pesar de todo, iremos
creciendo lo necesario y lo posible.
“La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a
vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio”, dijo Martí.
“Quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo
anegado en sangre, si no perece en la lucha” proclamó Maceo.
¡No somos los primeros revolucionarios en pensar así! ¡Y no
seremos los últimos!
Un hombre puede ser comprado, nunca un pueblo.
Durante muchos años pude sobrevivir, por azar, a la máquina de
matar del imperio. Pronto se cumplirá un año desde que me enfermé y, cuando
estaba entre la vida y la muerte, expresé en la Proclama del 31 de julio del
2006: “No albergo la menor duda de que nuestro pueblo y nuestra Revolución
lucharán hasta la última gota de sangre.”
¡No lo dude usted tampoco, señor Bush!
¡Le aseguro que no tendrán jamás a Cuba!
Fidel Castro Ruz
17 de junio del 2007
2:03 p.m.
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