La conversación se inicia antes de la ronda de
preguntas, en una entrevista que pasa por la
emboscada de las cámaras.
Se
filmará para la Mesa Redonda de la Televisión Cubana,
y mientras los técnicos y camarógrafos improvisan el
set, a Ignacio Ramonet se le ve distendido y hasta
bromeamos sobre un hecho aplastante: en sus intensas
Cien horas con Fidel está casi todo lo
que la humanidad periodística, de un lado y del otro
de la verja política que indudablemente separa el
ejercicio de nuestra profesión, habría querido
preguntarle alguna vez al Comandante en Jefe.
«Usted
es un gandío; no le ha dejado nada a sus colegas. Ni
una hora». Y él se ríe, y casi se disculpa, y luego,
en serio, comentamos las últimas noticias
editoriales. «Está agotada en España la primera
edición, y casi la segunda. Vamos para la tercera,
que será idéntica a la que tendrán los lectores
cubanos», cuenta. Las versiones en inglés, portugués
y francés vuelan en las librerías, mientras se
concilian contratos en otras lenguas. Ramonet acaba
de pasar por Japón, donde firmó un acuerdo para la
traducción y publicación del libro en ese país, y
tiene noticias de que tres editores surcoreanos se
disputan la edición príncipe en ese idioma. En
Estados Unidos, donde se distribuyeron más de 40 000
ejemplares, el libro se vende en circuitos populares,
con gran éxito.
Mientras habla, su expresión es de asombro. Reconoce
que el libro ha navegado con enorme suerte, a pesar
de la campaña internacional que se desató antes de
que saliera de imprenta y a que celebraron por
anticipado el hundimiento no solo de estas
Cien horas con Fidel , sino de la
credibilidad profesional del autor.
Pero de eso hablaremos más adelante, porque ahora se
han encendido las luces, corre la cinta de la cámara
y, por desgracia, no disponemos de cien horas, sino
de solo 30 minutos para conversar, antes de que él
salga apurado por la puerta a cumplir un intensísimo
programa de presentaciones en medio mundo, empezando
por Cuba.
—El
pasado 16 de mayo usted presentó la primera edición
del libro, que tenía unas 700 páginas. Pocos meses
después, esta segunda edición tiene exactamente 800
páginas. ¿No debería llamarse ahora este volumen
Más de Cien horas con Fidel?
—En
realidad, las horas que yo pasé con él son las
mismas. Lo que ha aumentado entre la primera y la
segunda edición son las horas que Fidel ha pasado
trabajando sobre sus mismas respuestas. La
diferencia entre las dos ediciones es que en la
primera él solo había podido ver rápidamente el
volumen por falta de tiempo y por sus obligaciones.
En la presentación de la primera edición, él mismo
se dio cuenta, al releer el libro, que era necesario
añadir precisiones que solo él podía hacer.
—No
solo precisiones. Hay también importantes novedades.
—Son precisiones alargadas. Por ejemplo, voy a citar
tres o cuatro que son importantes añadidos, porque
como dice usted entre la primera y la segunda
edición hay casi cien páginas de diferencia, sin
contar las mil y una modificaciones que ha hecho,
más bien de estilo. En la primera versión, se había
conservado el tono conversacional, mientras que
ahora le ha querido dar un carácter más escrito,
porque se trata, lógicamente, de un libro.
—¿Qué modificaciones hay? ¿Qué añadidos?
—En
la primera parte ha incluido múltiples
modificaciones que describen mejor aún la infancia
de un niño en el campo de la provincia del Oriente
de Cuba entre los años 20 y 30. En la primera
edición había un desequilibrio, que era un poco
culpa mía, porque le hice muchas preguntas sobre el
padre y pocas sobre la madre. Ahora añade unos
párrafos muy personales, muy emotivos, sobre su
mamá, que no se encuentran en declaraciones y libros
anteriores a este.
«Otro añadido importante está en el capítulo de la
Crisis de Octubre, donde incorporó a su respuesta
las cartas que él le envió a Nikita Jruschov. No son
inéditas, pero no todo el mundo las conocía. Él las
entrega para que la gente pueda entender mejor las
circunstancias en que se produjo una de las crisis
más graves que haya vivido el mundo en los últimos
50 años».
—Absolutamente inéditas son las cartas que Fidel le
envió a Saddam Hussein, y que aparecen por vez
primera aquí.
—Cuando hablamos de la crisis de la guerra en Iraq,
él me dijo: «Yo hasta le mandé un mensaje a Saddam
Hussein, incitándolo a demostrar que no tenía armas
de destrucción masiva y a que evitara el ataque».
Eso aparece en la primera edición. En esta versión
figuran, por primera vez y de manera integral, dos
cartas que le envió después de la invasión de Iraq a
Kuwait, a inicios de los ’90.
«También, está la versión más completa que haya dado
él del golpe de Estado de abril de 2002, contra
Chávez en Venezuela».
—Usted tuvo una gran primicia, porque es la primera
vez que Fidel hace el relato detallado de los hechos
relacionados con el golpe de estado en Venezuela y
el retorno del presidente Hugo Chávez a Miraflores.
—Exacto. En la primera edición se entendía que él
había participado, pero con muchos menos elementos.
Mientras que aquí reproduce en detalle las
conversaciones telefónicas que sostuvo con Chávez,
con diferentes generales, etc., y se ve muy bien
cómo él mismo vivió ese golpe de Estado. Creo que su
intervención fue decisiva para que los hechos
cambiasen en Venezuela en aquellos días.
—Usted ha hecho énfasis en que este libro de
entrevistas no es un interrogatorio. ¿Qué quiere
decir exactamente?
—Muchas personas en Europa, en España especialmente,
me han dicho: «Usted no ha sido muy crítico, no le
hace las preguntas molestas». He contestado que aquí
están casi todas las preguntas sobre aspectos que se
pueden discutir y algunos controvertidos en esta
larga experiencia de casi 50 años de la Revolución
cubana. Lo que no están hechas con un tono agresivo,
ni con un tono de interrogatorio. El interrogatorio
es para la policía. Un periodista no interroga. Un
periodista hace preguntas, y la responsabilidad de
las respuestas la tiene el entrevistado.
«Quería que tuviésemos una conversación. Lo he dicho
otras veces: él jamás me planteó ninguna condición.
Él se dejó llevar por donde yo decidí conducir la
entrevista. Y no se me ocurrió jamás el
interrogatorio, porque yo sabía que cualquier
pregunta, por delicada que fuera, él la iba a
contestar, con argumentos serenos y de peso. Y fue
lo que ocurrió.
«Cualquier persona que lea este libro sin una
opinión decidida, a favor o en contra de la
Revolución, encuentra en las respuestas de Fidel una
argumentación. No se excluyen muchos aspectos de la
experiencia cubana que pueden considerarse
problemáticos, a los que él siempre da una
respuesta, a mi juicio, honesta y documentada».
—Entre mis notas del día en que se presentó la
primera edición del libro, en el Palacio de las
Convenciones, aparece esta frase de Fidel: «No fue
una entrevista complaciente, a pesar de que las
sabandijas lo han acusado de ello». También lo
acusaron de que la entrevista era falsa, las fotos
eran trucadas y de otras cosas. ¿Por qué se produjo
esta reacción?
—En
Europa existe la tradición de que, antes de salir el
libro a la venta, si este es considerado
interesante, los periódicos le piden al editor un
extracto, que se publica días antes de la aparición
del texto en librerías. Un gran periódico español
(El País) le pidió la autorización al editor. Se
publicó un fragmento amplio del último capítulo, el
XXVI, que se llama «Después de Fidel qué». El
documento iba ilustrado con una fotografía de la
entrevista, en la que estamos Fidel y yo,
conversando. Allí él habla de lo que podría ocurrir
el día en que deje de tener la responsabilidad que
tiene en Cuba. Apenas salió este fragmento,
inmediatamente empezaron las críticas hostiles.
«Lo
primero que se dijo fue: “Es una falsa entrevista.
Ramonet no ha podido entrevistar a Fidel Castro,
porque él lleva semanas muerto”. Segundo: “Es falsa,
porque una parte de las respuestas está sacada de
discursos”. Y tercero: “La fotografía es un montaje;
se ha pegado una fotografía de Ramonet sentado en
una silla, con otra, de otro momento, donde está
Fidel”».
«Sin salir aún el libro, ya había un debate. La
prensa, particularmente la de Miami, comenzó a
especular. Titularon: “Periodista publica falsa
entrevista con Fidel Castro”, y ese tipo de cosas.
Cuando salió el libro, se dieron cuenta de que era
muy difícil inventarse una entrevista de 700
páginas. Hubiera sido un trabajo extremadamente
complicado. Y por otra parte, yo siempre expliqué
que Fidel me autorizó —en algunas preguntas donde su
respuesta era “Eso ya lo he contestado en tal
artículo o tal discurso”— a reproducir esas ideas,
de lo cual estuvo al tanto y en principio revisó.
«Las fotografías eran tan evidentemente reales, que
se podían contrastar con una serie de documentales
para la televisión, con siete horas de filmación,
que se difundieron en muchos canales en Europa antes
de la salida del libro. «En España se vendió el
libro en grandes almacenes y librerías, acompañado
de un DVD, con una hora de la entrevista. Se ve a
Fidel dando las respuestas que estaban en el
periódico. No hay trucos.
«Todos estos ataques, que no me sorprendieron,
porque siempre que se habla de Cuba hay polémica,
acabaron por derrumbarse. El libro ha circulado con
mucho éxito».
—Pero no solo hubo ataques verbales, sino también
represalias. En esos días usted fue expulsado de La
voz de Galicia, junto a Ramón Chao y el director de
ese diario.
—Exacto. La simple publicación de la entrevista con
Fidel me valió que me cerraran el contrato en ese
periódico, donde yo publicaba una crónica semanal. A
pesar de que era muy conocido que estaba trabajando
en ese libro, pues me pasé más de tres años sobre
ese proyecto. Junto conmigo, salió del diario mi
amigo Ramón Chao, que tenía una posición solidaria.
Fue una represalia, claro.
—Maravillas de la libertad de prensa...
—Se
da continuamente esta situación. Acusan a Cuba de
tal o cual abuso, pero en realidad el abuso yo lo he
padecido, porque he sido víctima de censura, en
particular en España, simplemente por hacer mi
trabajo de periodista. Este es el libro de un
periodista. ¿Es necesario este libro? Sí, es
necesario. De Fidel Castro y de Cuba se habla mucho,
todo el tiempo, pero nunca se les da la palabra.
«En
encuentros con lectores en España he conversado con
gente que no necesariamente tiene una postura
favorable a la Revolución cubana, y me ha dicho:
“Por fin hemos podido ver los argumentos de Fidel
Castro, y son sólidos”.
«Fidel Castro es una de las personas más censuradas
en los medios de comunicación: se habla de él, pero
no se le da la palabra. Eso no es correcto. Me
parece que lo normal es que un periodista le dé la
palabra a quien no la tiene. Si a esa persona además
se le critica o se le hacen reproches, lo lógico es
que pueda explicarse».
—Fidel ha estado trabajando duramente en el libro,
antes y después de la operación. ¿Ha seguido usted
al tanto de la reescritura?
—Constantemente nos hemos estado comunicando, a
través de los asistentes de Fidel. Desde el día de
la presentación en que él se comprometió a revisar
el libro completamente, porque no lo había podido
hacer a fondo, como quería, él se dedicó a esa tarea
con mucha energía, con mucho entusiasmo, y yo, por
supuesto, estaba al tanto. Teníamos proyectado
presentar el libro en ocasión de su cumpleaños, y yo
iba a venir antes para trabajar juntos en el avance
de esa corrección, de esa reescritura.
«Espero que el esfuerzo que él hizo para escribir el
libro no haya sido en parte la causa de su fatiga,
de su enfermedad. Lo espero, porque me sentiría
culpable. Conozco, también, porque él lo ha dicho,
que apenas empezó a recuperarse consagró mucha
energía al libro. A pesar de que su estado era de
cuidado, como el de cualquiera después de una
operación como la que él padeció. Él quería terminar
a toda costa este libro para que estuviese listo
para la Cumbre de los No Alineados».
—Fue su regalo especial para los Jefes de Estado...
—Ese esfuerzo es admirable. Testimonia el carácter
de la persona. A pesar de que estaba disminuido
físicamente, por la operación claro, su energía la
consagró a trabajar, de manera muy seria. Cada uno
podrá comparar la primera edición con la segunda, y
verá las miles de modificaciones que hizo. Cumplió
lo prometido, y el libro salió a tiempo.
—¿Cuándo y cómo se enteró de que su entrevistado
había sido sometido a una operación muy delicada y
su vida corría peligro?
—Fíjese, yo estaba en aquel momento bastante
aislado. Hacía senderismo en Los Alpes, con mi
esposa y mis hijos. Había cortado el ordenador, el
televisor y el teléfono —bueno, el teléfono no, ya
uno no vive sin él. Pero estaba en una zona tan alta
y tan aislada, que el teléfono celular no tenía
cobertura. Iba por un senderito y de pronto
milagrosamente mi teléfono sonó. Era Radio Caracol,
de Bogotá, Colombia. Y me dicen: «La televisión
cubana ha informado que Fidel Castro ha sido
sometido a una operación. ¿Qué comentario le merece
a usted esto?». Así me enteré. Salí inmediatamente a
buscar la televisión, y vi a nuestro amigo Carlitos
Valenciaga —la televisión francesa y todas las
televisoras del mundo transmitieron la proclama que
él leyó—. Tuve una gran preocupación, como mucha
gente en todo el mundo.
—Yo
estaba en España ese 31 de julio. La prensa allá
reaccionó primero con morbo y después con estupor:
no entendían por qué había tanta serenidad y
tranquilidad en Cuba. Junto a todo eso sobrevino una
avalancha de opiniones de los «transiciólogos». ¿A
usted le sorprendió la reacción del pueblo cubano?
—Desde luego que no me sorprendió. La mejor prueba
es que yo abordo el tema en la introducción del
libro, algo que también me ha sido reprochado con
frecuencia. Si recuerdas, digo que mucha gente
especula sobre lo que ocurrirá en Cuba el día en que
Fidel, por cualquier razón natural, ya no esté.
Sobre todo, porque comparan a Cuba con lo que pasó
en los países del Este, cuando se hundió la Unión
Soviética. Y añado en la introducción: se equivocan.
En Cuba no pasará nada de esto, porque sencillamente
Cuba no es un país del Este, donde la Revolución fue
traída por soldados de la Unión Soviética. En Europa
no surgió del interior de esas sociedades, aunque
hubiese personas que deseaban esa Revolución.
Mientras que en Cuba la Revolución fue un fenómeno
endógeno, surgido aquí, ligado a su historia.
«Por otra parte, por mucho que la gente especule
sobre el descontento que pudiera haber, la mayoría
de la población se adhiere a este sistema. Cuando
aquí se produce este accidente de salud, cuando de
manera institucional hay una transmisión provisional
de responsabilidades, lo que está pasando era lo que
podíamos predecir que iba a pasar. A mí no me
sorprendió, como no le sorprendió a usted, y a
muchísima gente. Era lo más natural.
«Especular lo contrario proviene de la gente que se
engaña con sus propias mentiras. Que acaba por creer
sus propias mentiras y pierde la capacidad del
análisis objetivo para ver una realidad. Este es un
país donde, en 47 años, no ha habido insurrecciones
populares, como las ocurridas en los países del
Este. Esto tiene alguna significación, y no se puede
explicar con el argumento de la represión. A pesar
de la represión, se sublevó la gente en Polonia, en
la República Democrática Alemana, en Rumania y en
Checoslovaquia. En Cuba, la reacción de la gente no
tiene que ver con la represión.
«Los “transiciólogos” deberían haber leído el libro.
Fidel en un momento dado me pregunta: “¿Usted me
está hablando de la transición?”. Y yo le respondo:
“Sí, sí, de la transición. Hábleme de ella”. Y lo
aborda de la manera más natural. “En este país hemos
tenido que hablar de eso desde el principio”, dice.
“Porque ha habido 600 tentativas de atentado contra
mí. Hemos tenido que pensar desde el principio qué
pasaría, si yo no estuviera aquí”. La manera en que
se va a dar esa transición está más que
institucionalizada. Por tanto, la sorpresa solo fue
para la gente que no quería ver la realidad».
—¿Es verdad que usted fue miembro de una célula
«castrista» en Tánger?
—Tanto
como célula no, porque el grupo lo creé yo. Cuando
yo era niño, tendría 12 o 13 años, en 1956,
frecuentaba una peluquería en Tánger. El peluquero
era un señor que había estado mucho tiempo en Cuba,
español pero apegado a la Isla. La revista que él
ponía para entretener la espera de los clientes, era
Bohemia. Curiosamente yo empecé a leer en la
Bohemia, en sus páginas color salmón, las crónicas
rojas con testimonios de las represalias de la
dictadura. Una cosa llevó a la otra: descubrí la
personalidad de Fidel Castro, las acciones del
Movimiento 26 de Julio. La prensa no hablaba de esto
aún. Cuba ni se conocía. Estaba demasiado lejos de
las preocupaciones internacionales. Pero yo creé en
el Instituto un pequeño grupo de simpatizantes
castristas y del Movimiento 26 de Julio. Habíamos
seguido el rapto de Fangio, del que se habló un poco.
Seguimos los progresos hasta el triunfo de la
Revolución, que sí fue un suceso que recogió la
prensa internacional.
—¿Por
qué ha dicho que muy tempranamente fue simpatizante
de esta Revolución y no de otra?
—Yo
vivía en Tánger, Marruecos, y lo que me preocupaba,
siendo todavía niño —como a muchas personas de mi
generación— era la descolonización. Nací en 1943. No
pertenezco a la generación cuya verdadera batalla ha
sido el fascismo-antifascismo. Esa fue la generación
de mis padres: mi padre hizo la guerra de España; mi
madre era militante sindical.
«Pertenezco
a una generación cuya batalla central, durante su
adolescencia y los primeros años de la edad adulta,
es colonialismo-anticolonialismo. En particular, la
liberación de los países colonizados. En primer
lugar, de Marruecos, que se independizó en 1956,
después de una lucha interna. Y también de Argelia,
país vecino donde yo había vivido, que comenzó su
lucha por la descolonización en 1954. Cuando
apareció Cuba en mi vida, estábamos en plena guerra
de Argelia. Y en la clase donde yo estaba estudiando,
algunos compañeros míos eran argelinos refugiados en
Tánger por la represión en su país.
«En
ese contexto, lo que ocurría en Cuba lo valorábamos
como la lucha por la liberación de un tipo de
colonialismo, que se traducía en el imperialismo o
el neocolonialismo del régimen que tenían ustedes
aquí. Por eso la Revolución cubana nos parecía algo
muy original —no era del tipo soviético y tampoco se
parecía a la china. Era y es muy singular, y surge a
partir de una tradición histórica, aunque hay
influencias marxista-leninistas. Estaba la
ascendencia martiana, que en aquel momento yo no
podía identificar, que le da un carácter de
entroncamiento con el movimiento de liberación
latinoamericano, cosa que está muy bien explicada
por Fidel en el libro, en el primer capítulo. Dice
que la Revolución cubana tiene mucho que ver con la
liberación de América Latina y las guerras de
independencia, y que se inscribe en ese tipo de
trayectoria. Y no en otra».
—«Hoy Ramonet me conoce más a mí que yo mismo». Lo
dijo Fidel. ¿Es verdad eso?
—No, en lo absoluto. Lo dice porque es muy generoso.
Solo he podido compartir con él unos días de su
larga vida, en esa conversación. He tratado de dar
mi visión de él, de su vida cotidiana profesional, e
intenté traducir eso de manera honesta y objetiva.
Él es así, como se describe en el libro. No es un
ser doble: no es de una manera en un momento, y
otras veces de otra. Creo que si uno lo ve
regularmente durante una semana o durante diez días
seguidos, se da perfecta cuenta de que él es así,
sin comportamientos ocultos, o diferentes, o
contrarios. Por supuesto que hay muchísima gente que
lo conoce más que yo, porque lo han frecuentado
durante años a lo largo de su vida.
«El interés que despierta el libro se debe a que, a
lo largo de esta conversación, él cuenta su vida.
Una vida vista desde el interior. El libro tiene un
argumento casi de novela policiaca, que es: ¿cómo
este niño de Birán se transforma en Fidel Castro? ¿Cómo
un niño nacido en un pueblo que ni siquiera es un
pueblo, en un contexto rural y poco desarrollado
—sin electricidad, sin casi nada—, en una familia
relativamente conservadora, educado en escuelas
religiosas católicas conservadoras; cómo ese niño,
repito, se transforma en uno de los principales
revolucionarios del siglo XX? Este es el misterio y
el hilo conductor de la conversación».
—En
la presentación de su libro en España, donde se
titula Fidel Castro. Biografía a dos voces
una escritora a la que admiro muchísimo, Belén
Gopegui, aseguraba que «en los días más oscuros,
como en los días más claros, la historia que se
cuenta en este libro va a permanecer». Los cubanos
sabemos muy bien que esta historia, efectivamente,
perdurará. ¿Y el libro? ¿Qué perdurará de esta
edición que pronto tendrán en sus manos los cubanos?
—A
mí me gustaría que quedase de este libro la
posibilidad que tiene el lector de acercarse, de
manera muy íntima y muy personal, a alguien como
Fidel Castro. Alguien que siendo una persona muy
pública, es también muy reservado. Un hombre tímido,
al que no le gusta hablar de sí. El lector y la
lectora van a seguir una conversación en la que él
habla de él, aunque se esté refiriendo a la política
internacional, a la gran política, y a la Revolución.
Cuando se refiere a hechos aparentemente ajenos, uno
siente que está hablando en definitiva de él mismo,
de su visión de procesos esenciales en los que ha
estado involucrado.
«Lo
trascendente del libro es este acompañamiento, esta
cercanía a una de las personalidades que más ha
marcado la segunda mitad del siglo XX y el principio
del XXI. Una persona que no es nada arrogante, que
por momentos trata de reducir su propio papel, sin
que esto lo disminuya —todo lo contrario—. Alguien
que reconoce que ha tenido tal o cual duda.
Honestamente, creo que la personalidad y la
verdadera humanidad de Fidel Castro están en este
libro».
Ignacio Ramonet
Nació en Redondela, Pontevedra (Galicia), el 5 de
mayo de 1943. Es doctor en Semiología e Historia de
la Cultura y catedrático de Teoría de la
comunicación. Especialista en geopolítica y
estrategia internacional, y consultante de la ONU.
Actualmente imparte clases en La Sorbona de París.
Desde 1999 dirige Le Monde Diplomatique y Manière de
voir. Es también cofundador de ATTAC y Media Watch
Global, y uno de los principales promotores del Foro
Social Mundial. Ha publicado, entre otros libros,
La golosina visual (1985), Cómo nos venden la
moto (con Noam Chomsky, 1995), El pensamiento
único (con Fabio Giovannini y Giovanna Ricoveri,
1996), Un mundo sin rumbo (1997), Rebeldes,
dioses y excluidos (con Mariano Aguirre, 1998),
Propagandas silenciosas (2002), Iraq,
historia de un desastre (2004), ¿Qué es la
globalización? (con Jean Ziegler, Joseph
Stiglitz, Ha-Joon Chang, René Passet y Serge Halimi,
2004) y Cien horas con Fidel/Fidel Castro,
Biografía a dos voces (2006).
Juventud Rebelde 09-12-2006
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