La Habana (PL) Che vive, aseguran los letreros que, con letra
apresurada, se multiplican por estos días en los muros de numerosas
capitales del mundo, para recordar al legendario guerrillero
argentino-cubano en el aniversario 36 de su asesinato en Bolivia
este 8 de octubre.
Para los cubanos, sin embargo, la presencia de este paradigma de
revolucionario es imperecedera, no solo por el legado que dejó, sino
porque sus restos descansan en esta isla convertida, por voluntad
propia, en su segunda Patria.
Ubicado en Santa Clara, el Memorial del Che, como se le conoce
popularmente, devino sitio de peregrinación desde su apertura en
1997, y hoy reporta más de un millón de visitantes, de ellos 300 mil
extranjeros.
El imponente monumento, coronado por una estatua de tres metros
de alto de Ernesto Che Guevara con el brazo izquierdo en
cabestrillo, domina la ciudad ubicada a 270 kilómetros al este de La
Habana, mientras que en la explanada se reúnen los pobladores para
realizar actos patrióticos o culturales.
Esculpida en bronce por el afamado artista cubano José Delarra,
recientemente fallecido, la escultura reproduce a gran escala una
fotografía tomada a finales de diciembre de 1958, cuando a escasas
horas del triunfo de la Revolución, la columna rebelde bajo su mando
libraba la batalla de Santa Clara.
En la base del conjunto escultórico se encuentra el osario con
los restos del jefe guerrillero y de sus compañeros de armas,
recuperados por un equipo de patólogos y antropólogos cubanos en
1997, tres décadas después de la caída en combate de los
combatientes.
Desde el umbral mismo, donde el visitante es amablemente invitado
a descubrirse la cabeza, el sitio invita al respeto. No son pocos
los que lloran en silencio al contemplar los pequeños nichos
identificados con la imagen a relieve de cada uno de los integrantes
de la guerrilla.
En el centro de la pared de piedra, señalado por una pequeña
estrella de luz y rodeado por sus subordinados, se encuentra el
osario del Che.
También está Tania, la única mujer integrante de la pequeña
tropa, y que murió en una emboscada tendida por los militares. Otros
aún están por llegar.
Una llama eterna, encendida por el presidente Fidel Castro el día
de la inhumación de los restos, el 17 de octubre de 1997, ilumina el
lugar, que a un costado reproduce la vegetación propia de la selva
boliviana donde operó el destacamento guerrillero.
Sin reponerse de la emoción, el visitante entra al Museo, local
aledaño que atesora objetos personales del Guerrillero Heroico, como
gustan de llamarle los cubanos, y de sus compañeros.
A las innumerables fotos, fusiles y uniformes ajados que atesoran
las vitrinas se suma ahora otro artículo que al contemplarlo,
provoca un deseo irresistible de palparlo.
Se trata de la chaqueta verde olivo que vestía el Che en el
momento de ser ultimado por los militares en la escuelita de la
Higuera el 8 de octubre de 1967, y que resistió 30 años de
entierro.
*El autor es periodista de la Redacción Nacional de Prensa
Latina.