Los enfoques en torno a la personalidad de Che
Guevara como ser humano, estadista, político y combatiente destacan
la influencia multifacética que emana de su ejecutoria y alcanza
ámbitos universales.
Esencia de esa mística es un principio que guió
todas las acciones de quien merecidamente ha sido calificado por
pueblos de todo el mundo como El Guerrillero Heroico: la actuación
personal debe coincidir con su discurso.
El joven inquieto que recorrió Sudamérica en
motocicleta, el conspirador, guerrillero en la Sierra Maestra, el
político y Ministro en Cuba, el Combatiente Internacionalista en
África y Bolivia, jamás admitió actitudes de doble moral.
La idea guía de todos sus pasos consistió en que
solo se puede dirigir a partir del ejemplo.
Un pensamiento de idéntica hondura en el siglo
XIX marcó la ejecutoria de José Martí, Apóstol de la independencia
de Cuba, cuando afirmó que quien quiera mandar ha de entrar en la
caballería.
Esa verdad rompe todos los linderos, gana
simpatías, enrumba conductas y ayuda a humanizar a aquellos capaces
de interiorizarla para rebelarse contra la injusticia, hombre o
mujer, joven o adulto, en cualquier sitio y a toda hora.
Por eso no sorprende que en manifestaciones
obreras, desfiles, mítines estudiantiles o asambleas campesinas,
foros internacionales y debates domésticos, desde la aldea hasta
metrópolis cosmopolitas citen a Che Guevara como paradigma de
justicia y humanidad.
Su imagen multiplicada recorre avenidas, tapiza
escuelas y hogares, se eleva en pancartas y aparece sobre camisetas
y hasta tatuada en la piel de los humanos.
No se trata de un culto específico, aunque en
sitios humildes, indios y aldeanos encienden velas e imploran
milagros mientras lo evocan, porque él es universal y pertenece a
todos los hombres dignos.
El ejemplo ético, patriótico y de solidaridad
internacionalista de Che, verdadero gigante del tiempo, sigue
sembrando esperanzas, nutre de juventud, vigoriza la rebeldía
revolucionaria, inspira voluntades, es actual y no conoce fronteras.
/2004