El viejito de la bicicleta
Mariano
Rodríguez cuenta en el libro Con la adarga al brazo que un
día salían de Fomento en el Chevrolet del Che y este iba
manejando, pero aparece en la carretera un viejito manejando
una bicicleta que llevaba en la parrilla una guataca con el
cabo apuntando para la vía. El Che no ve el cabo de la azada
y al cruzar toca con el guardafango derecho el palo y lanza
al viejito y la bicicleta a la cuneta. Automáticamente
detiene el auto y se preocupa por la salud del anciano,
quien está sentado mirando los golpes que se ha dado la
bicicleta. Llega el Che y le pregunta: ¿Se ha dado algún
golpe? ¿Le ha pasado algo? Levanta la cabeza el viejito y
cuando reconoce que era el Che le dice: —¿Pero fue usted
quien me arrolló? Sí, por desgracia. Y el viejito decía:
"¡Qué
desgracia de qué! ¡Qué suerte tengo yo, que usted me haya
arrollado! ¡Usted sabe lo que es que yo le diga a mi familia
que usted me arrolló! ¡Qué suerte tengo yo de haber salido
hoy...! ¡Si no salgo hoy usted no me arrolla! ¡Qué clase de
suerte tengo yo!"
El Che
sonriente exclama: "Todavía este hombre me da un beso por
haberlo arrollado..." Le dice al viejito: "Déme acá su
bicicleta para mandársela a arreglar". Pero el viejito
argumenta: "¿Arreglar? ¡No! ¡Qué va! Esta bicicleta yo no la
arreglo ya nunca más, esta bicicleta la guardo para
enseñarla a mi familia del día que tuve la suerte de conocer
a Che Guevara..." De todos modos el Che le envió
posteriormente una bicicleta.
Sin plata
Resulta que una vez llegamos al aeropuerto de Bayamo,
aterrizamos al atardecer. Eso era muy al principio, porque
recuerdo que encontramos allí al Comandante Camilo
Cienfuegos, que recorría la zona en un helicóptero... Y bien,
luego de una reunión, Camilo se había ido de Bayamo ya, el
Comandante me dice: Eliseo, tenemos que irnos para La
Habana. Mire, Comandante, el tiempo no está muy bueno, ya
casi es de noche, este avión monomotor no es gran cosa y las
condiciones no son las mejores para un viaje de noche hasta
La Habana. No, no, yo necesito irme para La Habana. Bueno,
vamos, digo, y salimos hacia La Habana. Pero ya cerca de
Manzanillo el tiempo se puso feo, con turbonadas muy fuertes
y le digo: Mire, Comandante, mire el tiempo. Bueno, dice,
vamos para Bayamo... y regresamos.
Pero
en Bayamo ya era noche cerrada, en ese aeropuerto no había
luz y empezamos a dar vueltas hasta que un compañero buscó
dos chismosas para marcar la pista y así nos tiramos... Por
cierto, que creo fue la única vez que corrimos una premisa
de tal índole, porque tampoco teníamos condiciones para
sobrevolar la Sierra e irnos a Santiago. Pero bien, logramos
aterrizar sin problemas, bajamos del avión y ahí se me
acerca Aleida y me dice: ¿Eliseo, usted tiene dinero? Yo sí,
digo. Bueno, porque todo el problema que tiene el Che es que
no tiene dinero para pagar ni el hotel, ni la comida, ni
nada, y no se atreve a pedírselo a usted... Y bueno, eso era
al principio, claro yo llevaba poco tiempo con él, de ahí
que no se atreviera a pedírmelo. Pero era eso lo que le
pasaba. Por supuesto yo le dije a Aleida que no había
problema, que yo tenía dinero y ella, allá en La Habana
arreglamos, y yo, sí sí, yo pago todo y arreglamos allá.
Y
eso no le cabía en la cabeza al periodista. Porque en esos
momentos el Che era Presidente del Banco Nacional y no tenía
dinero para pagar ni hotel, ni comida, ni nada.
La tatagüita
Esto
que cuento fue durante una reunión en Pinar del Río, allí
había varios compañeros y sucede que le tocaron su punto
débil. Este punto débil es que se dudara de su calidad como
piloto. Y resulta que salimos de allí, y nos dirigimos al
aeropuerto; en el camino, Che invita a algunos compañeros
para que fueran con nosotros en nuestra tatagüita, para
mostrársela. Y el compañero Carlos Rafael Rodríguez dice:
"No, Che, nosotros nos vamos a ir en el otro avión, el
grande, porque lo que pasa es que estamos muy apurados...
otro día que tengamos más tiempo pues vamos contigo, y
probamos tu avión, pero hoy tenemos prisa".
Bueno,
él se sube al avión nuestro, se sienta y me dice: Eliseo, me
han dicho que la tatagüita no corre, que están muy apurados...
¡Me gustaría llegar primero! Y yo, bueno, Comandante, lo que
pasa es que el avión de ellos es más poderoso; y, además,
tiene salida primero que el nuestro, como nosotros no
podemos entrar en pista hasta que ellos estén en el aire,
todo eso... Pero él: bueno, sí, pero de todos modos vamos a
ver si hacemos algo. Y cogió el control, entró en pista y
despegó con "viento de cola", o sea, para no tener que
llegar hasta el extremo de la pista y despegar con dirección
a La Habana, despegó con dirección a Pinar del Río, giró
rápidamente y trató de colocarse debajo del otro avión, que
era un IL-14. Como el IL-14 no sabía las intenciones del Che,
iba a su marcha normal, mientras que nosotros lo hacíamos a
todo lo que daba nuestro Cesna. Y llegamos a Ciudad
Libertad. Y allí esperamos a oír por dónde se iba a tirar el
IL-14. Este pidió pista para aterrizar por la cuatro, y
nosotros pedimos hacerlo por la ocho. ¡Naturalmente, la
cuatro era más grande, se extiende hasta casi los límites
del antiguo colegio Belén, mientras que por la ocho nosotros
llegamos enseguida a la rampa y nos apeamos! Con la misma
vamos hacia donde están los compañeros del aeropuerto que
llevaban la escalerilla al IL-14 y el Che se la pide a ellos.
Coge tú por allí, me dice y seguimos empujando entre los dos
la escalera. Bueno, la ponemos contra el avión grande y
cuando abren la puerta asoma en ella Carlos Rafael, ve al
Che y se vira —algo sorprendido— y dice: "¿Eh? ¡Che!" Y el
Comandante, jocoso, le dice: Como me dijeron que estaban muy
apurados vine corriendo a traerles la escalera...
Un ejemplo de humildad
El
Che tenía una gran humildad —dijo Salvador Vilaseca—. Cuando
fue nombrado Presidente del Banco, llamó a un amigo para que
fuera a trabajar con él en un cargo de importancia de esa
institución. El amigo, asustado por la responsabilidad que
el cargo significaba, le objetó no creía tener condiciones
para desempeñarlo, puesto que no sabía nada de banca, a lo
que el Che le contestó: "Yo tampoco sé nada de eso y estoy
de presidente". Con esta respuesta dio dos lecciones al
amigo, una de humildad y otra del deber que tiene todo
revolucionario de ocupar el puesto que la Revolución le
asigne.
La exigencia
Era
exigente en el cumplimiento de los horarios y como ejemplo
puede recordarse que cierto día concertó una partida de
ajedrez con el maestro internacional José Luis Barreras,
directivo del juego ciencia. Barreras llegó algunos minutos
pasada la hora. Después del saludo conversaron sobre varios
temas y cuando su interlocutor le preguntó: ¿Cuándo
comenzamos a jugar?, recibió una respuesta tajante: "Oiga,
la disciplina es fundamental en la vida. Acordamos a las
nueve de la noche y usted llegó después, por lo tanto, hoy
no jugaremos". |