Queridos compañeros:
Antes de empezar estas palabras de recuerdo,
quisiera pedir disculpas por haberme retrasado al
acto, que estaba anunciado para las ocho y media,
porque en esta época de Revolución Socialista
tenemos que dar ejemplo de puntualidad, que es
ejemplo de organización y que garantiza el efectivo
uso de todas las fuerzas del trabajo, para poder
cumplir mejor nuestra misión.
Sin embargo, tuvimos que cumplir el grato deber de
saludar al Ministro de Cultura del Viet-Nam que,
cuando supo que venía a este acto a conversar con
ustedes, me pidió que les trasmitiera su saludo y el
del Presidente Ho-Chi-Min, de Viet-Nam a ustedes y a
todo el pueblo de Cuba. (Aplausos.)
Tenemos hoy la tarea, siempre triste, de recordar a
los muertos; a los muertos que cayeron de frente,
buscando un mundo que no vieron nunca cristalizar.
Pero en épocas como la actual, el recuerdo de
aquellos muertos gloriosos tiene cierto aire de
alegría, cierto aire de poder decirles a aquellos
grandes sacrificados de otras épocas que el pueblo
cubano supo cumplir con su memoria y que hoy les
ofrece el regalo de esta nueva Cuba, es decir, la
materialización de sus sueños, la materialización de
esos sueños que lo llevaron, un día 8 de mayo, a
morir asesinado por las mismas balas que tantos y
tantos hombres asesinaron durante una buena parte de
nuestra historia contemporánea. Y es bueno recordar
en esta época a Antonio Guiteras, es bueno recordar
por qué la empresa eléctrica, que hoy consolida la
generación total de la electricidad del país, lleva
su nombre querido. Y es que Antonio Guitera revivió
en una de las épocas más oscuras de Cuba todos los
ideales de la generación anterior, que fuera
frustrada después de 1898.
Antonio Guiteras, hijo de madre norteamericana,
amante hijo de su suelo, volvió a tener el espíritu
de aquellos mambises que en pequeños grupos sabían
arremeter al machete contra las formaciones del
ejército imperial español. Tuvo la equivocación de
olvidar que las etapas históricas no transcurren en
vano, y que la superior técnica de muerte del
enemigo no permitía acciones como la última, que lo
llevara a la muerte; pero su espíritu era el mismo
espíritu mabí.
Y junto a él, en aquella mañana luctuosa, cayó
también un gran luchador antiimperialista, el
venezolano Carlos Aponte, que además compartiera los
sueños de Sandino en las Segovias y viniera aquí a
acompañar en sus luchas y en su muerte, al amigo
querido, Antonio Guiteras.
Antonio Guiteras representó, pues, la idea
internacional de nuestra lucha antiimperialista y
americana, que reúne en Cuba, siempre generosa, a
todos los hombres del mundo dispuestos a luchar en
cualquier terreno por un ideal que no tiene
fronteras y que no puede encerrarse en las estrechas
limitaciones de la patria, por importante y profunda
que sea esa palabra. Antonio Guiteras representa al
más puro luchador antiimperialista, y al precursor
de la nueva etapa, de la lucha guerrillera, de la
utilización del campo como factor fundamental para
desarrollar la pelea contra todos los agentes del
imperialismo.
Su acción fue múltiple, como su vida fue
multifacética. Ya el compañero que me precedió
explicaba cómo en el año 1933 fue la expresión de la
pujanza de las masas enardecidas que trataban de
realizar la verdadera Revolución que fue ahogada en
el engaño y la mediatización, y que resurgiese
pujante, muchos años después, para revivir
definitivamente el Primero de Enero de 1959.
Guiteras centró su lucha antiimperialista en aquella
época contra las expresiones más claras, más
odiadas, de la explotación; y por eso desarrolló su
lucha contra el pulpo eléctrico.
Todo el mundo sabe lo que representan la “Bond and
Share” y todo el grupo de compañías monopolistas que
se ocupan de la generación de la electricidad, no
sólo en este país, sino en toda América; todos
ustedes conocen perfectamente la importancia que la
electricidad ha tomado en la vida moderna de las
naciones, hasta el punto de que aún gobiernos que
distan mucho de tener la pujanza revolucionaria del
nuestro se ven obligados a nacionalizar las
compañías eléctricas, para impedir el control total
de la nación, el control del ritmo de su
industrialización, a través de la electricidad.
Y ese fue el centro de la lucha de Guiteras en
aquella época. Por eso, apenas nacionalizada la
compañía eléctrica, surgió como una iniciativa que
casi no tiene nombre propio, como una iniciativa del
pueblo en general, la idea de ponerle su nombre a
esta empresa eléctrica.
Hace dos años, cuando el compañero Fidel Castro
llegara de un viaje a los Estados Unidos y después a
la Conferencia llamada “de los 21”, en Buenos Aires,
un 8 de mayo, exactamente, en la Plaza Cívica,
recordó a Antonio Guiteras. Y, dialogando con su
memoria, dijo que por primera vez se podía en Cuba
honrar la memoria de Guiteras, y que por primera vez
un Gobierno honesto tenía verdadero regocijo en
honrar su nombre y en exponer ante los hijos de su
pueblo la grandeza de ese nombre heroico.
Dos años después, se puede afirmar con mucha más
seguridad que esta es la época que Guiteras soñara
vivir, el mundo que soñara Guiteras para los
cubanos, y que si fuera dable analizar una vida
después de muerto, no se arrepentiría de su lucha y
de sus sacrificios porque, al final, después de
veintiséis años, están casi completos todos sus
sueños. No definitivamente completos, naturalmente;
no definitivamente completos, porque, todavía no
hemos logrado desterrar todas las lacras que nos
dejara el pasado, todavía hay hombres descalzos y
enfermos, todavía, y quizás ahora más que nunca, el
fantasma de la guerra se cierne sobre Cuba, y la
gran águila imperial -que ya perdió mucho de la
soberbia de antaño, pero que todavía conserva sus
malas intenciones intactas- constantemente trata de
agredirnos y de sojuzgarnos. Porque somos también lo
que quería Guiteras, somos el ejemplo que él soñó
para la América entera, somos ese faro que alumbra a
todos los pueblos en el camino del desarrollo de las
revoluciones libertadoras, y está mostrando el
camino que se puede abrir, a fuerza de pujanza, a
fuerza de trabajo, de fe en el futuro, y a fuerza de
una conducción acertada de las masas populares,
hacia un camino, hacia donde se sabe conducir ese
pueblo.
Otra vez, más, podríamos afirmar que Guiteras de
nuevo se siente honrado y feliz, o que se sentiría
honrado y feliz si pudiera analizar este momento.
No, solamente la compañía eléctrica está
nacionalizada; prácticamente todas las inversiones
extranjeras, y seguramente todas las inversiones
imperialistas están nacionalizadas en este país.
Además, el proceso de socialización avanza; avanza
la toma por parte del pueblo de todos los medios de
producción, y la afirmación cada vez más positiva
del pueblo como conductor de esta nación; es decir,
el pueblo en el poder político, otra de las grandes
aspiraciones de los revolucionarios de todos los
pueblos.
Sin embargo, aunque podemos decirlo con certeza, sin
faltar en nada a la verdad, que las grandes
aspiraciones de Guiteras se han cumplido ya, falta
un rato para poder afirmar que se han cumplido todas
las aspiraciones de él y de todos los hombres que,
como él, murieron pensando en Cuba, y en el futuro
de Cuba, y en el futuro del nuevo mundo.
Nos falta la creación de esta gran cosa que vemos
con formas todavía no exactamente definidas ante
nosotros, la creación del socialismo, día a día,
paso a paso, con el trabajo cotidiano, que es el más
duro, que es el constante, que no exige sacrificios
violentos de un minuto, que no pide en un minuto la
vida a los compañeros que deban defender la
Revolución, sino que pide durante largas horas
diarias; a cada uno de nosotros que se esfuerce más
para aumentar la producción, para aumentar nuestra
conciencia revolucionaria, para poder divulgar las
ideas revolucionarias entre nuestros compañeros más
atrasados, para poder sacar aún fuerzas de flaqueza
y poner otro poco más de empeño para que aumente más
la producción, y para que la divulgación de nuestras
ideas sea mejor, y, en fin, para perfeccionar
nuestra creación todos los días, y defenderla en un
momento especial con nuestro pecho y nuestra sangre,
y en todos los momentos de nuestra vida con nuestra
acción, nuestra fe y nuestro trabajo.
Y, naturalmente, no todo el mundo ha llegado a la
misma comprensión de este problema, y es lógico que
sea así. Nuestra evolución ha sido de las más
aceleradas que conoce el mundo, y todos nosotros
hemos sido testigos presenciales de esta evolución.
Nunca hubo aquí engaños, nunca se tuvo una carta
escondida en ninguna manga, todo el mundo sabía que
se estaba luchando por el bienestar del pueblo y,
poco a poco, fuimos dándonos cuenta todos cómo el
bienestar del pueblo estaba directamente relacionado
con la confiscación y la destrucción de los
poderosos.
Al principio de nuestra Revolución, de nuestro
triunfo, mejor dicho, apresamos a los criminales de
guerra, los juzgamos con tribunales populares, y si
de algo se nos acusó en aquel momento fue de haber
sido clementes con algunos de los criminales de
guerra. Nosotros pensamos que habíamos ejercido en
lo fundamental la justicia revolucionaria, y
tratamos de salvar para nuestra causa, que es la
causa del pueblo, la mayor cantidad de gente.
Cesamos en los fusilamientos y en la justicia
revolucionaria, y pasamos la justicia a manos del
aparato judicial, aparato que no había sido tocado
en ninguna forma, apenas habían cambiado unos
nombres, más que nada por el capricho de quien
entonces era Presidente y, además, había sido
miembro de ese Poder Judicial, y hoy está asilado en
una Embajada, el ex-presidente Urrutia.
Debimos, sin embargo, después de eso, volver a crear
los tribunales populares y aumentar nuestro rigor
contra los que nos atacaban. Y todo el pueblo vio
que era una cosa lógica y todo el pueblo estuvo de
acuerdo; porque todos veíamos como cada vez que la
mano pesada del pueblo se levantaba y se hacía más
liviana, las fuerzas de la reacción aumentaban en la
misma proporción, y empezaban entonces las luchas en
todo el territorio nacional.
Ya se empezaban a ver los gérmenes de algo que
después fue claramente definido por Fidel, pero que
en aquel momento nos parecía simplemente la lucha de
algo bueno contra algo malo. Y era efectivamente la
lucha de los buenos contra los malos, pero era
también la lucha de clases que empezaba a surgir con
caracteres nítidos en Cuba; era la lucha de los
explotadores que habían perdido el poder, contra los
explotados que habían tomado el poder y liquidaban
aquella clase. (Aplausos.)
Todos ustedes recuerdan -porque es nuevo en nuestra
memoria- la campaña para la Reforma Agraria. Los
hacendados daban diez mil novillas, el Diario de la
Marina apoyaba calurosamente aquella Reforma, Carbó
y todos los demás de los periódicos de aquella
época, entusiasmadísimos con la Reforma Agraria. Iba
a ser una Reforma Agraria “consciente”, una reforma
Agraria “justa”, “racional”, que iba a dar el marabú
a los campesinos e iba a pagar a los antiguos
propietarios del marabú como si esas tierras fueran
excelentes tierras de primera calidad.
Resultó que no fue así; y resultó que la Reforma
Agraria no sólo afectó a los latifundistas criollos,
sino que afectó inmisericordemente a los grandes
latifundios norteamericanos. Y desde ese día se
definieron claramente los campos: de este lado el
pueblo, del otro lado el imperialismo y todos sus
servidores y aliados internos: los importadores, los
latifundistas, los grandes industriales, los
banqueros, todos formaron un frente que ya era
común.
Hubo una época en que aquí estaba en La Habana un
hombre bastante conocido y que hubiera sido fácil
apresar: era el ministro, el ex-ministro de Obras
Públicas, Manuel Ray. Sin embargo, Ray vivió
efectivamente cierto tiempo en La Habana, no mucho
porque no es tan valiente tampoco, nosotros lo
conocemos bien porque él fue de la Resistencia
Cívica en la época de Batista y cobraba muy bien
todos sus trabajos, sin embargo ayudaba en alguna
forma: cuando creía que la Revolución iba a ser
simplemente un cambio de nombres. Entonces él vivió
un tiempo en La Habana post-revolucionaria, y
después de haber sido destituido, y después de haber
pasado a su clandestinidad como agente de un
determinado grupo; y no se le podía localizar. ¿Por
qué? Porque de nuevo estaba presente la lucha de
clase. Él funcionaba en el cerco -como le llamó una
vez Fidel que teníamos nosotros- o digamos, la
Sierra Maestra contra nosotros que era el Cubanacán
y toda la serie de barrios de los antiguos
poseedores de todas las riquezas de Cuba, y
funcionaban con espíritu de clase. No se podía
penetrar allí, porque la nuestra es una Revolución
popular, todo nuestro aparato de defensa, nuestros
ministros, todos salen de otras capas sociales; no
se conocían, no había vínculos, y cuando la lucha es
a muerte entre clases antagónicas de un lado o de
otro es difícil encontrar traidores y del lado de
ellos es más difícil porque tienen una “clara”
conciencia política. ¡Qué van a traicionar si ellos
buscan tenerlo todo y el Gobierno busca quitarles
todo lo que les sobra!
Naturalmente que en esa forma pudo mantenerse
algunos meses este hombre, y ya nos demostró eso
claramente cómo se iba abriendo cada vez más esa
brecha entre la inmensa muchedumbre de todo el
pueblo de Cuba y ese pequeño grupo de antiguos
privilegiados. Naturalmente, después con el andar
del tiempo, han venido leyes como la Reforma Urbana
que ha solucionado ese problema radicalmente,
porque, además, cada uno de estos señores de los
conspiradores fáciles tenía diez, quince, veinte
casas. Ustedes lo vieron en el grupo ese que vino:
cada señor de esos que vino tenía diez casas, tenía
veintisiete mil caballerías de tierra, dos bancos,
cinco minas, setenta industrias, diez centrales,
tenía el poder económico en la mano, eran los dueños
de los medios de producción, que en el sistema
capitalista se convierte en el medio de explotación
del pueblo.
Eso vinieron a buscar ellos y todo el pueblo de Cuba
lo sabe. Ese grupo vino a buscar sus prebendas en
forma de los medios de producción, y el otro grupo
vino a buscar sus prebendas para volver a ponerse al
servicio de aquellos que detentaban los medios de
producción y crear el nuevo aparato represivo contra
el pueblo. Esos eran todos los “casquitos” y los
militares antiguos que vinieron.
Es clara también la composición de clases de este
ejército mercenario. Casi todo el mundo habrá visto
por televisión cuando el compañero Fidel preguntó
quién había cortado caña, e incluso si hubiera sido
apresado el grupo de Ministros del Gobierno todos
podían haber levantado la mano (aplausos)... Lo digo
en el caso absolutamente hipotético de que
hubiéramos sido apresados, porque nosotros pensamos
siempre luchar hasta la última gota de sangre y
luchar hasta la muerte. (Aplausos.)
Pero de ellos levantó un solo joven la mano, que era
un individuo que se veía un pobre que por alguno de
los tantos problemas que hubo en Cuba, de aquellos
cambios tan grandes fue a parar a los Estados
Unidos, y, quizás, a lo mejor impulsado por el
hambre, o por la idea de ser comandante del nuevo
ejército, o de tener alguna canonjía, o más que
comandante, porque comandante lo hemos limitado a
nosotros, pero ellos podían aumentarlo hasta general
de cinco estrellas, ¿no? Pero alguna cosa de esas lo
impulsó a venir.
Todos los demás, en un arranque de sinceridad, no
levantaron la mano. No saben lo que es un campo de
caña, no sabían lo que es el hambre, no saben lo que
es un campesino desesperado porque ha sido arrojado
a la guardarraya, con hijos a los que no puede dar
casi de comer, con hijos que se mueren de cualquier
enfermedad de la cual la ciencia moderna puede
salvarlos con unos centavos apenas, y que no tiene a
quién recurrir; no saben lo que es un obrero sin
trabajo, en la misma situación de desesperanza, en
algún barrio como el de “Las Yaguas”, y esos barrios
terribles que se hacen alrededor de las ciudades.
Ellos conocen al hombre a través de un círculo
social, siempre esterilizado, a veces con buenas
intenciones, cargado de soberbia, de desprecio por
nosotros los seres del pueblo, y a través de ciertos
libros. Había incluso profesores de filosofía, había
escritores, algunos de pluma fácil, otros aspirantes
a escritores serios, y había mucho hijo de ganadero,
de industrial, de banquero: mucho hombre que tenía
mucha conciencia de clase y mucha conciencia de qué
venía a buscar.
Por eso es que ya se han clarificado tanto los dos
extremos polares de esta Revolución, pero se
clarificaron tanto y avanzaron tan rápido las
condiciones en Cuba, que no solamente quedó bien
claro cuáles eran los dos extremos: en un lado el
pueblo, inmenso, poderoso; en otro, el pequeño grupo
de explotadores, sino que, además, se fue muy claro
cómo el pueblo avanzaba sobre las posiciones de los
explotadores y los iba liquidando gradualmente,
hasta convertirlos hoy, como fuerza, apenas en una
caricatura.
Hoy la reacción no tiene ninguna fuerza, apenas la
que nace de cierto desconocimiento de lo que es una
revolución social, y lo que crea, lo que conlleva
cierto temor de algunas clases de lo que se llama en
economía política, en términos sociales: pequeña
burguesía; y algún resto de aquella capa de
explotadores que todavía permanece en Cuba, tal vez
para luchar desesperadamente por recuperar su
anterior estado; tal vez para seguir viviendo en su
Patria, porque también hay quien tiene sus
intereses. Todo lo demás ha desaparecido.
Entonces, queda la tarea única del pueblo de Cuba;
seguir avanzando, anular esas contradicciones, ir
creando las nuevas condiciones sociales para
convertir a todo el mundo en un hombre que se gana
su pan con su trabajo, ya vamos a dejar eso de su
sudor, con su trabajo, tratar de que el trabajo sea
lo más suave posible, lo más humano, lo más
interesante posible, con la superación técnica para
que la máquina esté al servicio del hombre, con la
cultura, con el deporte convertido en educador de
las masas, y hacer del mundo el paraíso terrenal
real con que todos soñamos. Naturalmente que para
que todo el mundo sea ese paraíso, es necesario
liquidar en todas partes del mundo la capa de los
explotadores, que son los agresores. (Aplausos.)
Y ellos lo saben muy bien. Ellos saben que cada país
que se libera no es ni siquiera una batalla aislada
perdida: es una batalla perdida dentro de una guerra
a muerte, donde constantemente el campo de acción
del imperialismo se va haciendo más pequeño cada
vez. Por eso son tan agresivos; por eso cada vez que
pierden un peón que movían a su antojo, y se
convierte en libre un pueblo, lanzan sobre él todo
su aparato represivo. Por eso, hace poco tiempo,
incluso una democracia más nueva que la nuestra, la
del Congo, fue brutalmente pisoteada y fue asesinado
Patricio Lumumba: precisamente, porque ellos saben
que ninguna manifestación de libertad del pueblo, y
de consecución por parte del pueblo de sus grandes
aspiraciones de control de los medios de producción,
que es el control de la riqueza, que es en
definitiva el control del aparato estatal y de su
autodeterminación como pueblo, puede ser buena para
los poderes imperiales.
El imperialismo, entonces, trata enseguida de
anularlo. Pero, naturalmente, el mundo sigue
caminando, y su evolución es clara hacia sistemas
sociales más justos.
No solamente todos los pueblos comprenden cada día
con más claridad la necesidad que hay de sacarse de
encima el poder imperial, tan oprobioso, y además:
el poder de sus servidores interiores, sino que,
además, el pueblo ve cada día con más certeza la
posibilidad clara de hacerlo; ve, palpablemente, que
hay medios de hacerlo; y ve otra cosa nueva en
América y en todos los países oprimidos del mundo,
de la cual Cuba es un vivo ejemplo. Es decir: que
cuando un país alcanza su Estado soberano, y un
pueblo entero se yergue para demostrarle al
imperialismo que es capaz de mantener su soberanía,
aun a costa de los mayores sacrificios, se levanta
de su lado no sólo la solidaridad efectiva de todos
los pueblos del mundo, sino la solidaridad, incluso,
militar, de los más justos y más fuertes poderes del
mundo. (Aplausos.)
Y eso es muy importante, compañeros, no ya para
nosotros; nosotros pasamos nuestra prueba. Nosotros
aquí nos atrincheramos, dispuestos a hacer de
nuestra indefensión nuestra única coraza, junto con
nuestro coraje y nuestra fe, para oponernos a la
agresión imperialista. Y, sin embargo, en ese
momento, en el momento en que más lo necesitábamos,
aunque no la pedimos, nos dieron la ayuda justa, la
que necesitábamos, y la que en ese momento paró la
mano del imperialismo. Eso fue el año pasado.
Después se dieron muchas pruebas de que esa posición
del mundo socialista no era una posición de mero
alarde, y además se dio cada vez más clara muestra
de que la correlación de fuerzas se inclina, rápida
y consistentemente, del lado de todos los pueblos
amantes de la paz y de la libertad.
Es para nosotros importante saber eso. Estamos muy
agradecidos, tenemos más confianza, tenemos más
certeza de triunfo, más entusiasmo; podemos
dedicarnos con más calma a hacer nuestro trabajo: no
tenemos pesando como un lastre tan grande en nuestra
subconsciencia, el temor de que todo lo que hoy
hacemos mañana sea destruido, y sea destruido
inútilmente porque no quede ni nosotros ni un
sistema social como el nuestro para rehacer las
ruinas.
Ahora nosotros sabemos que es imposible, que si
mañana destruyen lo que construimos hoy, que si
mañana nosotros desaparecemos en la vorágine de una
nueva guerra, queda el sistema social que nosotros
hemos contribuido a implantar, para volver a
levantar todas las construcciones, y para crear
mejor ese estado social. (Aplausos.)
Pero además de nosotros hay muchos pueblos en la
tierra, y hay más pueblos en la tierra que están en
el triste, lastimoso estado en que estábamos
nosotros antes del 59, que aquellos que como
nosotros hemos alcanzado este estado orgulloso de
nación completamente soberana. Y aquí en América hay
gran cantidad de esos pueblos. Todos los días alguna
forma de lucha contra el gobierno de algunos de los
países de América se desata. Y veíamos siempre lo
mismo, eran luchas contenidas, luchas tímidas,
cautelosas; luchas para dar un pequeño pasito y
asegurar que ese paso fuera una conquista que no se
pudiera arrebatar al día siguiente, porque había
conciencia de la debilidad.
Sin embargo, la Revolución cubana sirvió no sólo de
ejemplo, sino también de catalizador de todas las
fuerzas progresistas de América, y bajo el nombre de
Cuba, por primera vez en muchos años, fuerzas que
políticamente querían lo mismo, aunque variaban en
sus tácticas, y por eso se habían convertido en
grandes enemigos, gracias a la cizaña imperialista,
se juntaron para hacer grandes manifestaciones y
para llevar a cabo grandes luchas en toda América,
defendiendo nuestra Revolución.
Nosotros hemos servido no sólo de ejemplo, sino de
catalizadores.
Pero vemos también cómo las luchas son cada día más
enconadas, ás violentas y más audaces, en América,
porque ya las masas saben que se puede, saben que,
efectivamente, a través de su lucha sostenida, llena
de sacrificios, que demanda heroicidades enormes,
que demanda incluso años, pero que a través de todo
eso se puede llegar a la victoria. Y cada vez las
masas se sueltan más a exigir lo que les pertenece.
Pero todavía hay más que eso: nosotros éramos, hasta
hace poco, el ejemplo de lo que podía hacer un
pueblo contra los servidores imperiales internos,
contra los lacayos del imperialismo tipo Batista, o
tipo Trujillo, aquellos que asesinaban, que
engrillaban al pueblo en beneficio de él, pero
fundamentalmente en beneficio del imperialismo. Para
ellos conseguir una peseta, daban un peso al
imperialismo, ¡o más! Los pueblos vieron después de
la acción de Cuba, que se podía luchar contra esos
servidores internos. Y fue esto lo que produjo el
auge cada vez mayor de la lucha de masas.
Pero después los pueblos empezaron a preguntarse de
nuevo, o a tener otra interrogante que ha surgido
después de Guatemala: Bien, pero si un gobierno
democrático alcanza el Poder, ¿se puede sostener
contra la acción agresiva del imperialismo? Y aquí
en Cuba el imperialismo trabajó mucho sobre ese
aspecto de la cuestión. Venían, incluso, nuestros
amigos a decirnos que qué lástima, que tan bonita
revolución como la cubana se iba a perder en un mar
de sangre, porque los Estados Unidos no iban a dejar
que a noventa millas de sus costas surgiera este
ejemplo para América. Y los periódicos
norteamericanos dejaban correr raudales su tinta
para explicar cómo el precio de la coexistencia
pacífica, que demanda el Primer Ministro de la Unión
Soviética y todos los pueblos socialistas, debía ser
pagado por la Unión Soviética, y que el precio de
esa coexistencia, es decir, el precio de la paz, era
Cuba.
Maniobraron, regaron de infundios toda América, y
regaron, además, en Cuba mismo, en todas las mentes
susceptibles de ser impresionadas por la propaganda
imperialista, la idea de que Cuba iba a ser moneda
de cambio en una transacción entre las dos grandes
fuerzas que se oponen en el mundo.
Nosotros sabíamos muy bien que eso no podía ser,
pero no todos lo sabían igual, y en América lo
ignoraban bastante. Cuando se desata esta última
intentona imperialista, ustedes conocen la cantidad
de mentiras que se regaron. Yo me había dado un
tiro, que había fracasado como comunista, estaba
todo destruido; Fidel creo que estaba asilado o lo
habían herido en un combate aéreo; Raúl estaba
perdido por otro lado; en fin, ya las tropas
avanzaban y habían tomado el “puerto” de Bayamo,
habían cruzado Cuba, en fin... Que esto era un
desastre.
Compañeros que trabajan con nosotros, precisamente
un compañero mexicano que trabaja aquí, que había
estado en México en esos días, nos contaba cómo él
se había sentido solo en esos días, en México; todos
los amigos se habían retirado de su lado, y
recordaba qué diferencia aquella -porque él es un
viejo amigo de la Revolución cubana- qué diferencia
aquella del día primero de enero del 59, cuando
fueron a obsequiarle botellas de licor, y le
llevaron mariachis para tocar música, celebrando la
victoria. Y cómo hoy no había nadie a su lado.
Todo el mundo creía, aun nuestros grandes amigos,
nuestros defensores de buena fe, nuestros defensores
hasta la muerte, que Cuba estaba en una situación
muy delicada y al borde de la derrota. En todos los
pueblos de América pasó igual; las protestas fueron
enormes, las masas populares salieron a la calle,
pero muchos pensaron que se había acabado un bonito
sueño de América, y que se estaba en el principio de
otra triste etapa donde el imperialismo iba a hacer
valer de nuevo toda su pujanza, su arrogancia de
vencedor, todo ese poder que pudo desatar sobre los
pueblos, después de la destrucción de Guatemala.
En apenas 72 horas el pueblo desertó de nuevo a la
esperanza, y el imperialismo ha perdido una de sus
batallas de más graves consecuencias en el mundo
entero. Nos animamos a decir que en el mundo entero,
no solamente en América. Y no por exagerar lo que
fue la batalla, porque sinceramente les digo que
luchar de verdad, a pesar de que ellos se enojen,
eran mil y pico de gusanos (risas), no eran otra
cosa, y la prueba está en que una tropa invasora la
tomamos completa, completa, pero no falta nada. Lo
único que está un poquito desequilibrada porque hay
muchos “marineros” y muchos “cocineros” y muchos
“sanitarios” y, además, nadie tiró un tiro; pero la
tropa completa está aquí. (Aplausos.) Por eso hay
que decir exactamente cómo son las cosas. Nuestro
pueblo demostró su decisión de luchar, pero no
contra esa invasión, de luchar contra una invasión
de verdad. Todo el mundo se movilizó; incluso hubo
muchas muertes en Girón, muchas más de las
necesarias, porque la gente iba allí por “la libre”,
como decimos nosotros a luchar en cualquier forma en
su afán de hacer algo, sin cuidarse de la aviación
que todavía funcionaba el primer día -la aviación
enemiga-, y por eso hemos perdido muchos compañeros,
innecesariamente. Pero aquello, en realidad, como
victoria militar no debemos mentir diciendo que es
una gran cosa. Realmente, yo creo que estuvo muy
bien concebida y dirigida la operación, desde
nuestro lado, directamente por Fidel (aplausos),
pero cuando luchan dos ejércitos con dos morales tan
diferentes, no es lucha: es simplemente una caza
deportiva.
En esas condiciones, pues, no podemos decir que sea
sino una victoria global de nuestro pueblo, pero no
es una gloria especial de nuestro ejército, de
nuestras milicias, el haber derrotado a los gusanos.
Es la gloria de nuestro ejército y de nuestras
milicias haber estado dispuestos a luchar en la
forma en que estuvo dispuesto a luchar, y que se
haya levantado el pueblo entero de Cuba para
defender la Revolución, no la acción en sí. Por eso,
a la acción en sí no hay que darle importancia,
salvo por dos cosas: una cosa que nos atañe mucho a
nosotros, para demostrar cómo la máquina
calculadora, la máquina electrónica que saca tan
bien cuentas, no sirve para medir el espíritu
humano.
Ellos hicieron unos cálculos matemáticos, como si en
frente de ellos estuviera el Ejército alemán, y
ellos vinieran a tomar una cabeza de playa en
Normandía: “tantos alemanes, tienen tales armas,
nosotros echamos tanta gente, tomamos las cabezas
ésta y ésta de playa; ponemos aquí las minas,
organizamos esto así, así, y ya tenemos entonces
todo listo.” Perfectamente organizado, con la
efectividad que tienen, efectivamente, en esas
cosas.
Pero les faltó medir la correlación moral de
fuerzas. Primero, midieron mal nuestra capacidad de
reacción; incluso no sólo nuestra capacidad de
reacción frente a la agresión, nuestra capacidad de
reaccionar ante un peligro y de movilizar nuestras
fuerzas y enviarlas a lugar del combate, la midieron
mal. Pero además, la capacidad de luchar de cada uno
de los grupos.
Ellos calcularon que mil hombres eran suficientes
para resistir, pero necesitaban mil hombre que
lucharan ahí hasta la muerte; y entonces, para
nosotros, hubiéramos entrado igual, pero con un
costo altísimo de vidas, porque la operación, desde
un punto de vista militar, estaba bien concebida.
Nada más, que no se le puede pedir a un hombre que
tenía mil caballerías de tierra su papá, y que viene
aquí simplemente a hacer acto de presencia para que
le devuelvan las mil caballerías, que se vaya a
hacer matar, frente a un guajiro que no tenía nada y
que tiene unas ganas bárbaras de matarlo, porque le
van a quitar sus caballerías. (Aplausos.) Esa parte
es la que no saben medir las máquinas electrónicas.
Es su capacidad de equivocarse tan grande, tan
fantástica.
Y eso, hasta ahora, nos ha servido de mucho. Siempre
se han equivocado con nosotros, y siempre han
llegado tarde. Y nunca han tomado una medida que no
sirviera para otra cosa que para fortalecer la fe
del pueblo en su Gobierno, para hacer más militante
la Revolución, y, en definitiva, para fortalecernos
más.
Ahora, es peligrosa esa propensión a equivocarse, es
peligrosa, porque si ellos se equivocan del todo
corremos el riesgo de que se suiciden a costa
nuestra. Por eso es que tenemos que convertir en un
baluarte esta Isla, llenarla de trincheras, de
cañones, de decisión de lucha, y que se vea por
todos lados, pero bien vista, para que no se
equivoquen, porque la equivocación, sí (aplausos),
la equivocación sería grave.
Claro, sería la liberación del mundo entero, pero a
nosotros nos sería muy dolorosa y tenemos el deber,
por nosotros, y por el mundo entero de luchar por la
paz (aplausos), de impedir que el imperialismo vaya
a suicidarse en esta Isla.
Ahora bien, hay otra consecuencia de la invasión
norteamericana. Esa misma tristeza de todos nuestros
amigos de América, que vieron liquidada la
Revolución y muertas sus esperanzas, revivió con más
fuerza que nunca cuando se vio la facilidad conque
se aplastaba la invasión mercenaria, porque todos
sabían que eran los Estados Unidos los que habían
organizado, los que habían preparado a los
mercenarios, ellos mismos lo habían dicho, los que
habían tirado a los mercenarios en las playas, los
que habían bombardeado nuestras ciudades dos días
antes; todo el mundo lo sabía.
Cuando se produjo la invasión, y cuando vinieron las
noticias, todo el mundo vio en ello el desastre
provocado por el imperialismo. Pero cuando dos días
después, o tres, ya definitivamente se vio la
victoria del pueblo, todo el mundo en América ha
visto con toda claridad que ha sido una gran derrota
del imperialismo y aún una derrota militar. El
imperialismo fue derrotado en todos los frentes en
esta acción.
Y han visto, además, cómo la solidaridad del mundo
entero y la solidaridad militante de los países
socialistas, no es cuestión solamente de
manifestaciones de simpatía ni de tirar piedras
frente a una embajada, sino cosas muchísimo más
serias. Ya antes sabían los pueblos que se podía
hacer una Revolución y tomar el poder contra los
servidores del imperialismo.
Además, desde hace mucho tiene el pueblo conciencia
de que hay que sacar de alguna manera a los
explotadores del poder. Pero ahora ha adquirido una
nueva conciencia, y es que si el pueblo logra
expulsar a los explotadores del poder, tiene
garantizada su supervivencia como nación soberana.
(Aplausos.)
Y eso sí es muy importante, compañeros; es muy
importante, porque no todos los pueblos, no todos
los partidos y no todos los dirigentes tienen la
decisión que, podemos decir sin falsa modestia,
tuvimos nosotros.
Hay muchos que tienen desconfianza de sus fuerzas,
que temen al imperialismo; incluso, primero sabían,
como sabemos todos, que había que destruir a los
siervos del imperio, pero no sabían cómo hacerlo.
Después supieron que las masas se imponen de tal
forma que si no es por medios pacíficos, por medios
violentos pueden llegar al poder. Y concretamente en
América supieron que había una forma, que no es ni
con mucho la única, pero una forma que había
demostrado su efectividad, que es la guerra de
guerrillas. Ya tuvieron entonces el camino abierto.
Después de eso, frente al próximo interrogante, es
decir, si podían mantenerse como naciones libres,
está también la acción de la Unión Soviética y de
todos los países socialistas, demostrando que sí.
(Aplausos.)
Es decir, nosotros podemos mostrar nuestro ejemplo,
con todo orgullo, con toda nuestra modestia
revolucionaria, sabiendo las limitaciones, pero sin
falsa modestia, sabiendo que es una contribución
para el mundo; y le podemos entonces decir a
América: “Aquí está nuestra Revolución”, demostramos
nosotros que aquella conciencia de la necesidad del
cambio que había en las gentes debe tener una
expresión clara en la lucha de masas, hasta tal
punto que todo el mundo comprenda la certeza de la
posibilidad del cambio y se produzca el cambio de
gobierno en aquellos países que están oprimiendo
hasta lo indecible al pueblo. Y además le podemos
decir que, después de eso, debe existir la clara
conciencia de que en las condiciones actuales del
mundo, con la actual correlación de fuerzas,
cualquier pueblo que quiera ser libre lo será.
Y para aquellos desconfiados, que sean realmente
desconfiados o que escondan su inacción detrás de la
desconfianza, aquellos que se preguntan si no será
salir de un imperialismo y caer en otro
imperialismo, nosotros podemos decirles que estamos
sinceramente en nuestra posición de país libre, que
nosotros respetamos y admiramos, y mientras más
conocemos ¡más respetamos y admiramos, a la Unión
Soviética y a los otros países socialistas! (Grandes
aplausos.) Podemos decirlo así, y podemos darles las
seguridades de que a pesar de ser uno de los focos
latentes de guerra mundial, incluso que, a pesar de
depender de nuestras acciones la paz entera de la
humanidad, el destino de millones y de millones de
seres humanos, nunca un gobernante de los países
socialistas ha intentado siquiera darnos un consejo
de lo que tenemos que hacer, ¡nunca han hecho la
menor tentativa de eso! y mucho antes de esta
situación actual, cuando dieron los primeros cien
millones de créditos, ni siquiera pidieron lo mínimo
que puede pedir un país, en esas condiciones, que es
el reconocimiento diplomático; tratándose, en aquel
caso, de la Unión Soviética, poderosísimo país de la
tierra, con doscientos millones de habitantes, y de
Cuba, una pequeña Isla, apenas salida al concierto
de las naciones libres, con seis millones de
habitantes. Ni aún en ese momento pidieron lo que
pide cualquiera, que cómo se va a prestar cien
millones de dólares a una nación que no reconoce a
otra dentro del concierto de las naciones
civilizadas, como era el caso nuestro en la época
pretérita en que votábamos constantemente a favor de
los Estados Unidos.
Es decir, que hoy no hay pretextos para que el
pueblo tome el camino de sus reivindicaciones en
cada país y los exija con toda su fuerza, con toda
su vehemencia, con toda la certeza de estar luchando
por una causa justa, y con toda la fe de que el
resultado final de esa lucha es la toma del poder y
los cambios necesarios para que el pueblo disfrute
de los beneficios de una nueva vida.
Por todo esto, a pesar de lo que nos falta, pero por
lo que ya somos, podemos una vez más decirle a
Guiteras que hemos cumplido con él. Podemos
mostrarle lo que está hecho; podemos asegurar a su
memoria que no nos pararemos aquí, que todos los
días trabajaremos para mejorar nuestra Revolución; y
podemos invitarlo, no a que duerma el sueño de los
justos, que es entrar en el olvido, sino a que viva,
y vibre, y sufra con nosotros, y sienta, cada vez
que nuestro país sea agredido, el mismo furor que
sentimos nosotros, y goce con nuestros triunfos, y
nos acompañe, junto con Carlos Aponte, el demócrata
venezolano, el gran luchador antiimperialista
(aplausos), que nos acompañen en esta lucha que ya
no tiene fronteras, en esta lucha de la parte buena
del mundo contra la parte mala, en la lucha de los
explotados que se han redimido y de los explotados
que quieren redimirse, contra los explotadores, los
agresores y los asesinos del pueblo. Porque, ahora
lo sabemos todos, lo sabe él y lo sabemos aquí todos
los presentes y todo el pueblo de Cuba, que el
resultado final de nuestra lucha, cualquiera que sea
nuestro destino individual, ¡será la victoria y la
felicidad del pueblo, por siempre! (Ovación.)
Discurso pronunciado en el acto conmemorativo por
la muerte de Antonio Guiteras.
Fuente:
Che Guevara, Ernesto: Obras.
1957-1967, Casa de las Américas, La Habana, 1970.
http://cheguevara.cubasi.cu/Content.aspx?menu_activo=3&estado=1&ID=596
8 de Mayo de 1961
(La Jiribilla)
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