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 Aleida March, viuda del "Che": Escribe su romance por primera vez.

 

A 40 años de la muerte de Ernesto Che Guevara, su viuda, Aleida March, se sentó por fin a escribir. Evocación narra pasajes inéditos del guerrillero y le rinde, así, un homenaje al hombre, al amante y al padre. A Chile no ha llegado, pero ya circula por las librerías italianas.

 
 

Aleida March y su libro evocación

 

Por: Ana María Barra

 

"Compartir la vida con un hombre que aparte de ser mi compañero poseía cualidades excepcionales -cosa que nadie, más allá de convicciones y juicios personales, puede poner en duda-  requirió una decisión que, debo reconocer, me costó un poco". Así comienza Aleida March este recorrido por su historia, la de Cuba y la de su vida junto al Che. Ambas imposibles de separar para esta mujer que hasta sus actuales 71 años ha cultivado el bajo perfil. "Mis experiencias personales se incrustarán en una causa mayor. Renuncié conscientemente a una vida solo mía".

 

Aleida no da entrevistas, ni las dará. Así lo especifica uno de sus cercanos allá en La Habana. Quizás por eso decidió escribir y contar, de esa manera, lo que fue su vida junto al revolucionario. En su libro Evocación, la mujer que llevó uniforme durante la dictadura de Fulgencio Batista publicó cartas, reflexiones, postales, poemas y otros documentos que compartió en privado con Guevara. El retrato íntimo novelado comenzó a circular en mayo pasado y en él quedaron plasmados pasajes inéditos de sus ocho años juntos y de sus cuatro hijos. Pese a haber sido escrita en español, resulta curioso que, por ahora, la obra sólo esté disponible en librerías italianas bajo el título Evocación: La Mia Vita a Fianco del Che (Editorial Bompiani Overlok). 

 

Criada en el seno de una familia campesina, fue la menor de cinco hermanos y vivió de cerca los abusos y la violencia que azotaba a los de su clase. El impacto de perder a un hermano por falta de atención médica le generó la inquietud por luchar para que las cosas cambiaran. Terminada la escuela básica tuvo que seguir los estudios en la ciudad, en Santa Clara, al sur de La Habana, donde años más tarde se trasladó su familia.

 

En marzo de 1952, para el golpe de estado de Fulgencio Batista, tuvo su primer choque con la política. El segundo llegaría de la mano del abogado Fidel Castro y su bullado asalto al cuartel Moncada en 1953. La osadía de arremeter contra la segunda fortaleza militar del país de esos tiempos para así conseguir armas para el pueblo, la tocó. "La vida de los cubanos fue removida por la aparición en escena del nombre de Fidel Castro (...) Sentí la necesidad de saber más, sobre todo, de aquel hombre capaz de revivir con determinación las ideas de José Martí, que nos habían señalado el camino a seguir a los que habíamos vivido en carne propia las injusticias y los abusos del poder".

 

Ese mismo año comenzó a estudiar pedagogía en la Universidad Central de Las Villas, donde ebullía la conciencia política. "El año 1956 fue decisivo. Leí con pasión La Historia me Absolverá, la narración que Fidel hizo sobre su duro proceso después de la condena por el asalto a Moncada. En esas páginas vi claramente la ruta a seguir para restituir la dignidad a nuestra patria". Siguiendo ese impulso, por intermedio de un amigo de la iglesia presbiteriana a la que asistía, Aleida ingresó al Movimiento 26 de Julio, creado por Fidel Castro en 1953 para derrotar a Batista. Eso la llevó directo a la acción clandestina, a la lucha armada. "Delante de mis ojos se encendió un mundo nuevo, inimaginable. Ahora que lo pienso, fue una de las etapas más plenas y felices de mi vida". Nacía así la combatiente.

 

El primer encuentro...

 

El matrimonio se realizó el 2 de junio de 1959.

Corría 1958, un año de alta actividad política en toda Cuba. Después de la huelga del 9 de abril, la represión llegó. Un primo de Aleida y el hijo de éste fueron torturados y asesinados. Pese a su profundo dolor, no pudo detenerse en él por mucho tiempo: en ese momento la joven era confirmada como coordinadora de provincia. "Debía mantener el contacto con grupos guerrilleros alejados y en una de esas misiones estuve en mi primer bombardeo. Muerta de miedo, debo reconocer".

 

A fines de ese año, el comandante "Che" Guevara constituyó un frente único para entrar finalmente a Santa Clara. "Con la noticia de su llegada, yo y mi compañero de misiones Diego Paneque nos apuramos en llegar al campamento. Ahí se produjo mi primer encuentro con el legendario comandante (...)". Aleida tenía entonces 22 años. "Pasamos la noche en la misma casa y me tocó el catre junto a él. Nunca podré olvidar sus saltos: era como si también en el sueño continuara combatiendo contra el enemigo. Me fue literalmente imposible cerrar un ojo". Después vino una arriesgada misión: la joven rebelde tuvo que llevar dinero a Escambray (un pueblo cercano a Santa Clara) para las actividades guerrilleras. "Me había amarrado el dinero al busto con grandes vendas y al atardecer llegué al lugar donde se encontraba el comandante. Ahí estaban las tropas del famoso Ejército Rebelde (...) Yo fui la última a la que (Ernesto) le dirigió la palabra. Lo vi como un hombre maduro y apenas pude hablarle, le expliqué el motivo de mi presencia. Le confesé que las vendas me estaban torturando, que no veía la hora de librarme de aquel suplicio". Bastó entonces una orden de la máxima jerarquía para que varios vonluntarios corrieran a ayudarla.

 

Las misiones que desde entonces le encomendaría el mismísimo Che Guevara a March, fueron pequeñas. Algo que no le pareció del todo bien y que le hizo saber a su comandante: con tan menudos encargos, ella no se veía futuro como guerrillera. Sólo logró entender la decisión de dejarla en Escambray cuando se enteró de que en su contra recaía un mandato de captura".

 

Poco a poco comenzó el acercamiento entre ambos. "Estaba sentada con mi pequeño equipaje cuando el Che pasó delante de mí y me pidió que lo acompañara. ‘Vamos a dar un paseo juntos’, dijo. Salimos en el jeep y sin que lo hubiésemos advertido, ninguno tuvo el tiempo para pensar en las consecuencias de mi constante presencia a su lado". Aleida se refiere al sacrificio que implicaría toda la historia de amor.

 

March cuenta que en tiempos de revolución la tensión en el ambiente era palpable, "pero eso no le impedía al Che dejar salir sus sentimientos, refugiándose en la poesía; sólo más tarde entendería que ése era uno de sus modos más íntimos de expresarse. Una vez, mientras hablaba con unos compañeros, me recitó algunos versos (...). Creo que quería hacerme sentir la presencia del hombre y no del jefe". Los relatos sobre tan intensos momentos fluyen por los párrafos de Evocación. "Una vez que volvía al campamento me encontré con la sorpresa de que (Ernesto) tenía el brazo roto. Se lo había fracturado saltando desde un techo. Le di un pañuelo de seda negro, que siempre llevaba conmigo, para que se amarrase el brazo al cuello. Ese pañuelo se transformó para nosotros en un verdadero talismán y fue recordado en una de las páginas más lindas e intensas del Che en el cuento La Piedra, escrito años después durante su estadía en el Congo, mientras lideraba el movimiento de liberación de los países del Tercer Mundo . "‘El pañuelo de seda (...) se convirtió en un lazo amoroso’", escribió el guerrillero.

 

Tiempo después de ese accidente, ella se convertiría en su secretaria personal, siempre a su lado. "Una tarde, de forma imprevisible, el Che empezó a hablarme de su vida. Era la primera vez. Me contó que se había casado con una economista peruana, Hilda Gadea. Me habló de su hija, Hildita y agregó que se había separado antes de dejar México (...). Para él esa conversación fue la manera de hacerme saber que estaba libre para compartir conmigo parte de su vida; pero yo era demasiado ingenua y poco maliciosa para entenderlo y lo tomé como un simple desahogo". Con el éxito de la revolución ad portas, ambos partieron rumbo a La Habana, viendo pasar los camiones que llevaban a los rebeldes hacia la capital. 

 

El compromiso ...

 

Aleida March con sus hijos ya grandes y la abuela Eudoxia. El Che ya había muerto.

"Todas las veces que recuerdo el viaje a La Habana aparecen en mi mente una serie de episodios confusos, fruto del cansancio acumulado, pero sobre todo de las emociones de esos días inolvidables (...). Al atardecer nos detuvimos en Los Arabos y nunca habría sospechado que ahí ocurriría algo que marcaría para siempre mi existencia: la declaración de amor del Che. Aprovechó un momento en que nos quedamos solos en el jeep y me dijo que se había dado cuenta de que me amaba el día cuando nos encontramos en una emboscada en Santa Clara y había temido por mi vida (...). Es probable que esperara una señal o una pregunta, pero de mi boca no salió ninguna palabra. Cansada y adormilada como estaba, preferí hacer como si nada hubiera pasado".

 

Durante una visita a Cuba del estadista soviético Anastas Mikoyan, en una casa de protocolo.

Ya en la capital cubana, venía la parte más difícil: hacer de la revolución algo concreto. "Nos comportábamos como dos enamorados cualquiera, felices. Todavía no era su mujer pero me pedía que le arreglara el cuello de la camisa (...). Otras veces me pedía que lo peinara (...) Era una manera de hacerme sentir importante y obtener una caricia. Así llenábamos nuestra vidas".

 

Luego del triunfo de la revolución, los primeros objetivos fueron formar el Ejército Rebelde y escuelas de alfabetización y seguimiento, entre otros. Se instituyeron los Tribunales Revolucionarios y comenzaron los juicios contra los representantes de la dictadura. El Che le asignó a su compañera un trabajo "enorme": ocuparse de los problemas de los soldados y hacer de filtro entre él y cuanto político o periodista quisieran acercársele. "Eso me hizo ganar la fama injusta de mujer celosa y posesiva".

 

Otra de sus labores consistía en leer la correspondencia personal de Guevara. "Recuerdo cuando me hizo leer una carta para Hilda. En ella le comunicaba oficialmente la decisión de separarse, porque había decidido desposar a una joven cubana, una compañera de lucha revolucionaria. Cuando le pregunté quién era esa joven, me dijo que yo (...) Nada volvió a ser como antes. Un día de enero que viajábamos a San Antonio de los Baños, él me tomó la mano por primera vez, sin decir una palabra. Sentí que el corazón se me salía del pecho, no sabía qué hacer ni qué decir, pero entendí que estaba perdidamente enamorada".

 

En plena revolución, viaje a través de las Minas del Frío, una de las zonas más elevadas y gélidas de Cuba.

La pareja no se casó inmediatamente. El comandante tuvo que superar primero un enfisema pulmonar y luego debieron afrontar la pérdida de su primer hijo. A eso se sumaron los primeros acercamientos a la colaboración con los movimientos de liberación nacional y las fuerzas progresistas del mundo. Recién el 2 de junio  de 1959 lograron casarse, cuatro meses después de que el Che le declarara su amor a la joven campesina. "Terminada la ceremonia volvimos a Santiago de las Vegas a nuestra primera casa de esposos, donde pasamos la luna de miel."

 

Sin embargo, el revolucionario debió seguir poniendo a punto el proyecto que a fines de mayo le había presentado a Fidel. Se trataba de un viaje a las capitales del pacto de Bandung, formado para permitir la descolonización. "Ésa fue una experiencia difícil. El Che partió de Cuba el 12 de junio, casi al otro día de nuestro matrimonio, y volvió recién en septiembre. Cuando le pedí que me llevara como su secretaria me dio un ‘no’ rotundo. Ahí empecé a conocerlo de verdad. Me dijo que además de ser su secretaria era su mujer, y que mi presencia a su lado habría sido vista como un intolerable privilegio por parte de aquellos que no podían viajar con los suyos".

 

El comandante junto a sus cuatro hijos Ernesto, Camilo, Aleidita y Celia.

De este modo la mujer adivinó que tendría que estar dispuesta a sacrificarse por la pasión y el compromiso de su compañero, que era construir un mundo mejor. Pese a la distancia, el constante epistolario fue crucial para la salud de la relación. Desde cada lugar que pisaba, Guevara le enviaba una carta a su esposa. Hoy son su mejor legado. "París, 1965. Estoy definitivamente poniéndome viejo, estoy cada vez más enamorado de ti y cada vez más atraído por la casa, por los niños, por todo ese mundo que me limito a imaginar, dado que no me es posible vivirlo", escribía el guerrillero.

 

Después de ese primer viaje en adelante, las responsabilidades políticas y los nombramientos del Che en cargos de importancia en Cuba fueron cosa habitual y parte de una vida que los obligaría a vivir lejos el uno del otro. Entre tanto, la llegada de sus cuatro hijos -Aleida, Camilo, Celia y Ernesto- llenó la vida y las horas de la señora del revolucionario. Ello, pese a su constante deseo de estar a su lado, el mismo que lo movía a él: "Tanzania, 1965: Cuando vivía en mi cueva burócrata soñaba con esto que empecé; ahora y por todo el tiempo que me queda, soñaré contigo y con los niños que están creciendo inexorablemente", le decía el hombre en el papel. 

 

La despedida...

 

Foto tomada por el Che frente a un tren blindado. Estaban en medio de una misión.

"Sabiendo que Cuba había logrado constituir una revolución auténtica y que el país podía contar con un líder de la estatura de Fidel, amado y admirado por todo el pueblo, el Che había decidido unirse a la fuerza revolucionaria activa en los países menos desarrollados (...)".

 

Aleida aprovecha sus memorias para desmentir uno de los grandes mitos en torno al comandante: sus desacuerdos con Fidel no tuvieron que ver con su partida definitiva de la isla. En octubre de 1966, el Che salió rumbo a Bolivia caracterizado como el viejo Ramón. Quiso despedirse de sus hijos, pero lo hizo presentándose como "un amigo uruguayo del papá" que quería conocerlos. "Para los dos fue un momento muy difícil. Aleidita, corriendo a saludarlo, se cayó y se pegó en la cabeza. El Che se precipitó a darle ayuda en forma tan preocupada que mi hija se me acercó y me dijo: ‘Mamá, este hombre está enamorado de mí’. (...) Antes de partir, me escribió una poesía que, está de más decir, es uno de los tesoros más preciados que me dejó: ‘Adiós mi única. Que no te haga temblar el hambre de los lobos ni el frío estepario de la ausencia: te llevo en mi pecho en el lugar del corazón e iremos juntos hasta que la calle se divida’".

 

En octubre de 1967, Ernesto Che Guevara fue asesinado en Bolivia.

 

Aleida siguió adelante con su vida, criando a sus hijos y trabajando arduamente en la recuperación y conservación del pensamiento de quien había sido su marido. Las cartas, los ensayos y los discursos que le dejó como legado, sirvieron para mantener intacta la memoria histórica. Una que con el tiempo adquirió un nombre. El Centro de Estudios Che Guevara. 

mujer.latercera.cl 31-05-2008

 
 
 
 

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