Aleida March y su libro evocación
Por: Ana María Barra
"Compartir la vida con un hombre que aparte de ser
mi compañero poseía cualidades excepcionales -cosa
que nadie, más allá de convicciones y juicios
personales, puede poner en duda- requirió una
decisión que, debo reconocer, me costó un poco". Así
comienza Aleida March este recorrido por su historia,
la de Cuba y la de su vida junto al Che. Ambas
imposibles de separar para esta mujer que hasta sus
actuales 71 años ha cultivado el bajo perfil. "Mis
experiencias personales se incrustarán en una causa
mayor. Renuncié conscientemente a una vida solo mía".
Aleida no da entrevistas, ni las dará. Así lo especifica uno
de sus cercanos allá en La Habana. Quizás por eso decidió
escribir y contar, de esa manera, lo que fue su vida junto
al revolucionario. En su libro Evocación, la mujer que llevó
uniforme durante la dictadura de Fulgencio Batista publicó
cartas, reflexiones, postales, poemas y otros documentos que
compartió en privado con Guevara. El retrato íntimo novelado
comenzó a circular en mayo pasado y en él quedaron plasmados
pasajes inéditos de sus ocho años juntos y de sus cuatro
hijos. Pese a haber sido escrita en español, resulta curioso
que, por ahora, la obra sólo esté disponible en librerías
italianas bajo el título Evocación: La Mia Vita a Fianco del
Che (Editorial Bompiani Overlok).
Criada en el seno de una familia campesina, fue la menor de
cinco hermanos y vivió de cerca los abusos y la violencia
que azotaba a los de su clase. El impacto de perder a un
hermano por falta de atención médica le generó la inquietud
por luchar para que las cosas cambiaran. Terminada la
escuela básica tuvo que seguir los estudios en la ciudad, en
Santa Clara, al sur de La Habana, donde años más tarde se
trasladó su familia.
En marzo de 1952, para el golpe de estado de Fulgencio
Batista, tuvo su primer choque con la política. El segundo
llegaría de la mano del abogado Fidel Castro y su bullado
asalto al cuartel Moncada en 1953. La osadía de arremeter
contra la segunda fortaleza militar del país de esos tiempos
para así conseguir armas para el pueblo, la tocó. "La vida
de los cubanos fue removida por la aparición en escena del
nombre de Fidel Castro (...) Sentí la necesidad de saber más,
sobre todo, de aquel hombre capaz de revivir con
determinación las ideas de José Martí, que nos habían
señalado el camino a seguir a los que habíamos vivido en
carne propia las injusticias y los abusos del poder".
Ese mismo año comenzó a estudiar pedagogía en la Universidad
Central de Las Villas, donde ebullía la conciencia política.
"El año 1956 fue decisivo. Leí con pasión La Historia me
Absolverá, la narración que Fidel hizo sobre su duro proceso
después de la condena por el asalto a Moncada. En esas
páginas vi claramente la ruta a seguir para restituir la
dignidad a nuestra patria". Siguiendo ese impulso, por
intermedio de un amigo de la iglesia presbiteriana a la que
asistía, Aleida ingresó al Movimiento 26 de Julio, creado
por Fidel Castro en 1953 para derrotar a Batista. Eso la
llevó directo a la acción clandestina, a la lucha armada. "Delante
de mis ojos se encendió un mundo nuevo, inimaginable. Ahora
que lo pienso, fue una de las etapas más plenas y felices de
mi vida". Nacía así la combatiente.
El primer encuentro...
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El matrimonio se realizó el 2 de junio de 1959.
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Corría 1958, un año de alta actividad política en toda Cuba.
Después de la huelga del 9 de abril, la represión llegó. Un
primo de Aleida y el hijo de éste fueron torturados y
asesinados. Pese a su profundo dolor, no pudo detenerse en
él por mucho tiempo: en ese momento la joven era confirmada
como coordinadora de provincia. "Debía mantener el contacto
con grupos guerrilleros alejados y en una de esas misiones
estuve en mi primer bombardeo. Muerta de miedo, debo
reconocer".
A fines de ese año, el comandante "Che" Guevara constituyó
un frente único para entrar finalmente a Santa Clara. "Con
la noticia de su llegada, yo y mi compañero de misiones
Diego Paneque nos apuramos en llegar al campamento. Ahí se
produjo mi primer encuentro con el legendario comandante
(...)". Aleida tenía entonces 22 años. "Pasamos la noche en
la misma casa y me tocó el catre junto a él. Nunca podré
olvidar sus saltos: era como si también en el sueño
continuara combatiendo contra el enemigo. Me fue
literalmente imposible cerrar un ojo". Después vino una
arriesgada misión: la joven rebelde tuvo que llevar dinero a
Escambray (un pueblo cercano a Santa Clara) para las
actividades guerrilleras. "Me había amarrado el dinero al
busto con grandes vendas y al atardecer llegué al lugar
donde se encontraba el comandante. Ahí estaban las tropas
del famoso Ejército Rebelde (...) Yo fui la última a la que
(Ernesto) le dirigió la palabra. Lo vi como un hombre maduro
y apenas pude hablarle, le expliqué el motivo de mi
presencia. Le confesé que las vendas me estaban torturando,
que no veía la hora de librarme de aquel suplicio". Bastó
entonces una orden de la máxima jerarquía para que varios
vonluntarios corrieran a ayudarla.
Las misiones que desde entonces le encomendaría el mismísimo
Che Guevara a March, fueron pequeñas. Algo que no le pareció
del todo bien y que le hizo saber a su comandante: con tan
menudos encargos, ella no se veía futuro como guerrillera.
Sólo logró entender la decisión de dejarla en Escambray
cuando se enteró de que en su contra recaía un mandato de
captura".
Poco a poco comenzó el acercamiento entre ambos. "Estaba
sentada con mi pequeño equipaje cuando el Che pasó delante
de mí y me pidió que lo acompañara. ‘Vamos a dar un paseo
juntos’, dijo. Salimos en el jeep y sin que lo hubiésemos
advertido, ninguno tuvo el tiempo para pensar en las
consecuencias de mi constante presencia a su lado". Aleida
se refiere al sacrificio que implicaría toda la historia de
amor.
March cuenta que en tiempos de revolución la tensión en el
ambiente era palpable, "pero eso no le impedía al Che dejar
salir sus sentimientos, refugiándose en la poesía; sólo más
tarde entendería que ése era uno de sus modos más íntimos de
expresarse. Una vez, mientras hablaba con unos compañeros,
me recitó algunos versos (...). Creo que quería hacerme
sentir la presencia del hombre y no del jefe". Los relatos
sobre tan intensos momentos fluyen por los párrafos de
Evocación. "Una vez que volvía al campamento me encontré con
la sorpresa de que (Ernesto) tenía el brazo roto. Se lo
había fracturado saltando desde un techo. Le di un pañuelo
de seda negro, que siempre llevaba conmigo, para que se
amarrase el brazo al cuello. Ese pañuelo se transformó para
nosotros en un verdadero talismán y fue recordado en una de
las páginas más lindas e intensas del Che en el cuento La
Piedra, escrito años después durante su estadía en el Congo,
mientras lideraba el movimiento de liberación de los países
del Tercer Mundo . "‘El pañuelo de seda (...) se convirtió
en un lazo amoroso’", escribió el guerrillero.
Tiempo después de ese accidente, ella se convertiría en su
secretaria personal, siempre a su lado. "Una tarde, de forma
imprevisible, el Che empezó a hablarme de su vida. Era la
primera vez. Me contó que se había casado con una economista
peruana, Hilda Gadea. Me habló de su hija, Hildita y agregó
que se había separado antes de dejar México (...). Para él
esa conversación fue la manera de hacerme saber que estaba
libre para compartir conmigo parte de su vida; pero yo era demasiado ingenua y poco maliciosa para entenderlo y lo tomé
como un simple desahogo". Con el éxito de la revolución ad
portas, ambos partieron rumbo a La Habana, viendo pasar los
camiones que llevaban a los rebeldes hacia la capital.
El compromiso ...
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Aleida March con sus hijos ya grandes y la abuela Eudoxia. El Che ya había muerto.
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"Todas las veces que recuerdo el viaje a La Habana aparecen
en mi mente una serie de episodios confusos, fruto del
cansancio acumulado, pero sobre todo de las emociones de
esos días inolvidables (...). Al atardecer nos detuvimos en
Los Arabos y nunca habría sospechado que ahí ocurriría algo
que marcaría para siempre mi existencia: la declaración de
amor del Che. Aprovechó un momento en que nos quedamos solos
en el jeep y me dijo que se había dado cuenta de que me
amaba el día cuando nos encontramos en una emboscada en
Santa Clara y había temido por mi vida (...). Es probable
que esperara una señal o una pregunta, pero de mi boca no
salió ninguna palabra. Cansada y adormilada como estaba,
preferí hacer como si nada hubiera pasado".
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Durante una visita a Cuba del estadista soviético Anastas Mikoyan, en una casa de protocolo.
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Ya en la capital cubana, venía la parte más difícil: hacer
de la revolución algo concreto. "Nos comportábamos como dos
enamorados cualquiera, felices. Todavía no era su mujer pero
me pedía que le arreglara el cuello de la camisa (...).
Otras veces me pedía que lo peinara (...) Era una manera de
hacerme sentir importante y obtener una caricia. Así
llenábamos nuestra vidas".
Luego del triunfo de la revolución, los primeros objetivos
fueron formar el Ejército Rebelde y escuelas de
alfabetización y seguimiento, entre otros. Se instituyeron
los Tribunales Revolucionarios y comenzaron los juicios
contra los representantes de la dictadura. El Che le asignó
a su compañera un trabajo "enorme": ocuparse de los
problemas de los soldados y hacer de filtro entre él y
cuanto político o periodista quisieran acercársele. "Eso me
hizo ganar la fama injusta de mujer celosa y posesiva".
Otra de sus labores consistía en leer la correspondencia
personal de Guevara. "Recuerdo cuando me hizo leer una carta
para Hilda. En ella le comunicaba oficialmente la decisión
de separarse, porque había decidido desposar a una joven
cubana, una compañera de lucha revolucionaria. Cuando le
pregunté quién era esa joven, me dijo que yo (...) Nada
volvió a ser como antes. Un día de enero que viajábamos a
San Antonio de los Baños, él me tomó la mano por primera vez,
sin decir una palabra. Sentí que el corazón se me salía del
pecho, no sabía qué hacer ni qué decir, pero entendí que
estaba perdidamente enamorada".
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En plena revolución, viaje a través de las Minas del Frío, una de las zonas más elevadas y gélidas de Cuba.
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La pareja no se casó inmediatamente. El comandante tuvo que
superar primero un enfisema pulmonar y luego debieron
afrontar la pérdida de su primer hijo. A eso se sumaron los
primeros acercamientos a la colaboración con los movimientos
de liberación nacional y las fuerzas progresistas del mundo.
Recién el 2 de junio de 1959 lograron casarse, cuatro meses
después de que el Che le declarara su amor a la joven
campesina. "Terminada la ceremonia volvimos a Santiago de
las Vegas a nuestra primera casa de esposos, donde pasamos
la luna de miel."
Sin embargo, el revolucionario debió seguir poniendo a punto
el proyecto que a fines de mayo le había presentado a Fidel.
Se trataba de un viaje a las capitales del pacto de Bandung,
formado para permitir la descolonización. "Ésa fue una
experiencia difícil. El Che partió de Cuba el 12 de junio,
casi al otro día de nuestro matrimonio, y volvió recién en
septiembre. Cuando le pedí que me llevara como su secretaria
me dio un ‘no’ rotundo. Ahí empecé a conocerlo de verdad. Me
dijo que además de ser su secretaria era su mujer, y que mi
presencia a su lado habría sido vista como un intolerable
privilegio por parte de aquellos que no podían viajar con
los suyos".
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El comandante junto a sus cuatro hijos Ernesto, Camilo, Aleidita y Celia.
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De este modo la mujer adivinó que tendría que estar
dispuesta a sacrificarse por la pasión y el compromiso de su
compañero, que era construir un mundo mejor. Pese a la
distancia, el constante epistolario fue crucial para la
salud de la relación. Desde cada lugar que pisaba, Guevara
le enviaba una carta a su esposa. Hoy son su mejor legado. "París,
1965. Estoy definitivamente poniéndome viejo, estoy cada vez
más enamorado de ti y cada vez más atraído por la casa, por
los niños, por todo ese mundo que me limito a imaginar, dado
que no me es posible vivirlo", escribía el guerrillero.
Después de ese primer viaje en adelante, las
responsabilidades políticas y los nombramientos del Che en
cargos de importancia en Cuba fueron cosa habitual y parte
de una vida que los obligaría a vivir lejos el uno del otro.
Entre tanto, la llegada de sus cuatro hijos -Aleida, Camilo,
Celia y Ernesto- llenó la vida y las horas de la señora del
revolucionario. Ello, pese a su constante deseo de estar a
su lado, el mismo que lo movía a él: "Tanzania, 1965: Cuando
vivía en mi cueva burócrata soñaba con esto que empecé;
ahora y por todo el tiempo que me queda, soñaré contigo y
con los niños que están creciendo inexorablemente", le decía
el hombre en el papel.
La despedida...
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Foto tomada por el Che frente a un tren blindado. Estaban en medio de una misión. |
"Sabiendo que Cuba había logrado constituir una revolución
auténtica y que el país podía contar con un líder de la
estatura de Fidel, amado y admirado por todo el pueblo, el
Che había decidido unirse a la fuerza revolucionaria activa
en los países menos desarrollados (...)".
Aleida aprovecha sus memorias para desmentir uno de los
grandes mitos en torno al comandante: sus desacuerdos con
Fidel no tuvieron que ver con su partida definitiva de la
isla. En octubre de 1966, el Che salió rumbo a Bolivia
caracterizado como el viejo Ramón. Quiso despedirse de sus
hijos, pero lo hizo presentándose como "un amigo uruguayo
del papá" que quería conocerlos. "Para los dos fue un
momento muy difícil. Aleidita, corriendo a saludarlo, se
cayó y se pegó en la cabeza. El Che se precipitó a darle
ayuda en forma tan preocupada que mi hija se me acercó y me
dijo: ‘Mamá, este hombre está enamorado de mí’. (...) Antes
de partir, me escribió una poesía que, está de más decir, es
uno de los tesoros más preciados que me dejó: ‘Adiós mi
única. Que no te haga temblar el hambre de los lobos ni el
frío estepario de la ausencia: te llevo en mi pecho en el
lugar del corazón e iremos juntos hasta que la calle se
divida’".
En octubre de 1967, Ernesto Che Guevara fue asesinado en
Bolivia.
Aleida siguió adelante con su vida, criando a sus hijos y
trabajando arduamente en la recuperación y conservación del
pensamiento de quien había sido su marido. Las cartas, los
ensayos y los discursos que le dejó como legado, sirvieron
para mantener intacta la memoria histórica. Una que con el
tiempo adquirió un nombre. El Centro de Estudios Che
Guevara.
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31-05-2008 |