Por:
Carlos Soria Galvarro
Tomado del semanario “ La Epoca”
Maité Rico y Bertrand de la Grange han decidido que el
hallazgo de los restos del Che en 1997 es una solemne
mentira inventada por Fidel Castro.
Ambos son periodistas vinculados a importantes medios
europeos. Es natural, entonces, que nos preguntemos cuál es
en realidad el fundamento y la motivación que tienen para
semejante afirmación. ¿Se trata de una noble búsqueda de la
verdad? ¿Es solamente un porfiado afán periodístico de ir
contra la corriente? ¿Quizá es nada más una apuesta para
cobrar notoriedad?
O, en la peor de las suposiciones, ambos son ingenuos o
perversos portavoces de una patraña política urdida por los
enemigos de Cuba y su líder histórico?
Antes que inclinarme por alguna de las posibles respuestas,
prefiero analizar uno a uno sus argumentos, las formas de
expresión que utilizan, los contextos que examinan y las
repercusiones que han provocado. Que los lectores sean ellos
mismos quienes saquen sus propias conclusiones.
¿Evidencias o especulaciones?
El primer indicio presentado es el que proporciona Casiano
Maldonado, un campesino que dice haber visto el cadáver del
Che expuesto en la célebre lavandería del Hospital "Señor de
Malta" cuando suponía que los otros guerrilleros ya estaban
enterrados, pues vio la zanja primero abierta y después
tapada. Maldonado tiene ahora 46 años, lo que quiere decir
que era un niño de siete cuando ocurrieron los hechos...
Pero, independientemente de la edad, su afirmación es nada
más que una confusa suposición, no pasa de ser una anécdota,
de las miles que se pueden contar con respecto al Che y sus
compañeros "desaparecidos" por más de 30 años bajo el suelo
de Vallegrande.
Le sigue una especulación, basada exclusivamente en la
animadversión política que sienten los autores contra el
régimen cubano. Según ellos, en 1997 Fidel Castro necesitaba
a como dé lugar "relanzar la mística revolucionaria" y, por
tanto, "ordenó" encontrar los huesos del Che "costara lo que
costara", pues de lo contrario la revolución cubana se
derrumbaría.
A continuación esgrimen el escepticismo de los
vallegrandinos, supuestamente basado en la creencia de que
los restos del Che habían sido incinerados y esparcidos... "terminarán
encontrando la mayoría de los cuerpos, pero el del Che, no".
Lo que no dicen Maité Rico y Bertrand de la Grange es que, a
la inversa, la más extendida creencia era que el Che estaba
allí y era considerado como un patrimonio al que no querían
renunciar los pobladores del lugar, de ahí la intención de
no permitir la salida de los restos, razón que obligó a un
operativo precipitado para trasladarlos hasta el Hospital
Japonés de Santa Cruz de la Sierra.
Cuando se hallaron siete cuerpos en la fosa común era obvio
que uno de ellos era el del Che, no por un "simple cálculo
matemático" como dicen los autores, sino por estrictas e
irrefutables razones históricas.
Está rigurosamente establecido, a través de todas las
fuentes, que entre los días 8 y 9 de octubre de 1967
perdieron la vida siete guerrilleros: Aniceto Reynaga
Gordillo (Aniceto), René Martínez Tamayo (Arturo), Orlando
Pantoja Tamayo (Antonio), Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho),
Juan Pablo Chang Navarro (Chino), Simeón Cuba Sanabria
(Willy) y Ernesto Guevara de la Serna (Che). Todos fueron
positivamente identificados en los días siguientes, sin
lugar a equívoco, incluido el Che, como se verá más adelante.
Tampoco se puede confundir estos cuerpos con los de otros
tres guerrilleros muertos el 26 de septiembre en La Higuera,
ni con los de otros cuatro que cayeron muy lejos de allí, en
la desembocadura del río Mizque sobre el río Grande, el 14
de octubre. Esto por la sencilla razón de que los restos de
todos ellos fueron también hallados e identificados
plenamente.
A renglón seguido, recurren a los objetos hallados. Que si
era una bolsita de nylon o una tabaquera metálica, parece
francamente irrelevante y no una contradicción flagrante.
Respecto a la famosa chamarra, que un dudoso informante dice
que la vio en poder de uno de los médicos, hay que decir que
todas las fotografías del Che que se conocen en esas
circunstancias la ubican junto a él, sea enfundado en ella
cuando todavía estaba vivo y cuando, ya cadáver, fue
trasladado a Vallegrande.
Y también está apoyado sobre ella cuando es exhibido en la
lavandería, es decir la espalda descansa sobre una prenda
que no puede ser sino una chamarra ¿A quién se le puede
ocurrir despojar a un muerto de la única prenda que podía
mal cubrir la mitad de su cuerpo? Y aunque así fuera, si
alguien se hubiese llevado "como recuerdo" la chamarra
original, es muy posible que el Che hubiese sido cubierto
con una prenda similar.
La historia de la chamarra no prueba nada y parece nada más
que una invención como tantas otras que terminan "autoconvenciendo"
a quienes las propalan. No es una pieza clave para la
identificación. Me recuerda al "maletín de médico del Che"
presentado hace unos años en las pantallas de la televisión
con gran entusiasmo por una despistada periodista, o a
muchas personas que dicen que alojaron el Che en sus
domicilios. O también al garzón de un céntrico restaurante
paceño que asegura que le sirvió desayuno por varias semanas.
La aparente contradicción en los certificados de la autopsia
tampoco prueba nada. Reginaldo Ustariz Arce, médico que
estuvo presente en la exhibición del cadáver en 1967 y que
ha realizado acuciosas investigaciones a lo largo de muchos
años, sostiene que en realidad no se hizo ninguna autopsia y
el protocolo firmado por los médicos Moisés Abraham y José
Martínez estaba orientado únicamente a sustentar la primera
versión militar de que el Che murió en combate y no
fríamente asesinado, por eso trasladan el orificio letal, de
la quinta a la novena costilla, "querían mostrar que no fue
herido de muerte en el corazón", "Ernesto Che Guevara sólo
tenía cuatro heridas de bala y no nueve..." asegura.
Por último, en tono triunfal los autores presentan como
pista irreprochable un lapsus de Fidel Castro que en la
reciente entrevista de Ignacio Ramonet (un libro camino a
convertirse en best¬seller mundial) al destacar el mérito de
quienes hallaron los restos, dice del Che y de "otros cinco
compañeros" en lugar de decir "seis". Pedirle exactitud
matemática a un personaje de más de 80 años y que tiene
miles y miles de cosas en su cabeza, como actor y testigo
excepcional de toda una época, es simplemente demasiado.
Estilo panfletario y cajas de resonancia
Desde el título ("Historia de una ‘mentira’ de Estado") Rico
y De la Grange utilizan en su trabajo el lenguaje de las
siempre renovadas campañas propagandísticas anticubanas. "Gigantesco
engaño", "golpe propagandístico perverso" del "dictador
cubano", "grupo de gerifaltes encabezados por los hermanos
Castro", "circo a falta de pan", Ramonet "amanuense" de
Castro, "operación de inteligencia disfrazada de misión
científica". El texto está plagado de improperios de ese
estilo.
Y éste no es un detalle secundario. Revela el inconfundible
apasionamiento político de los autores y les resta el más
mínimo grado de objetividad. Se nota a lo largo de todo el
texto, que formularon una hipótesis y buscan todas las
argucias imaginables para probarla, ignorando o minimizando
todos los elementos que contradigan su posición preconcebida.
Cualquiera sabe que esa manera de trabajar está reñida con
el oficio periodístico.
Y como no podía ser de otra manera, a partir del lanzamiento
de sus acusaciones (no puedo llamarle reportaje) se ha
desatado una ola de pronunciamientos similares de personas
acostumbradas a hacerse eco de este tipo de provocaciones.
Ex agentes de la CIA como Félix Rodríguez y Eduardo Villoldo
volvieron a salir a la palestra como vienen haciéndolo desde
hace más de 20 años.
En Bolivia don Samuel Mendoza, quién sino, dio por ciertas
todas las afirmaciones de Rico y De la Grange, reflotando un
anticomunismo rampante al mejor estilo de las épocas de la "guerra
fría". Y claro está, Mario Vargas Llosa, visceralmente
enemigo de la revolución cubana, no perdió la oportunidad de
hacer lo mismo en su propio estilo. Si es contra Cuba y
Fidel Castro ¡todo vale!
¿Una manada de bobos?
La búsqueda de los restos humanos de los protagonistas de la
guerrilla de 1967 fue un proceso prolongado y totalmente
abierto al público. En los momentos claves, centenares de
periodistas bolivianos y de otros países cubrieron las
noticias. Científicos argentinos, de probada experiencia en
la identificación de "desaparecidos", colaboraron en los
esfuerzos realizados por el equipo cubano compuesto por
profesionales de varias ramas. Varias autoridades bolivianas
supervisaron muy de cerca todo el trabajo.
Es más, en la identificación definitiva en el Hospital
Japonés participaron profesionales bolivianos de medicina
forense como el Dr. Celso Cuéllar, hoy vicepresidente de la
Asociación de Medicina Forense de Bolivia, quien en
declaraciones al periódico El Deber dijo recientemente que
vio un "trabajo serio". "Hubiéramos dudado si se tratara de
un solo hueso, pero era un esqueleto, que correspondía con
las señas de lo que vestía en su último momento. Hubo un
estudio antropométrico positivo al comparar el cráneo con
fotografías, se hizo un estudio dentigráfico que coincidió
en la ausencia de un premolar, y también faltaban las manos",
explicó.
Las afirmaciones de Rico y De la Grange, secundadas por sus
"cajas de resonancia", ex agentes de la CIA y escribidores
profesionales del anticomunismo, son un verdadero insulto a
los trabajadores de la información, a los profesionales de
la medicina forense de por lo menos tres países, a las
autoridades bolivianas de diferentes niveles y al público en
general. Son una afrenta a la capacidad de raciocinio de
cientos de miles de personas.
Y no es casual que aparezcan en vísperas de los 40 años de
los sucesos, que, quiéranlo o no, exaltan las figuras de
Ernesto Che Guevara y sus compañeros, como personas
entregadas a una causa, que quisieron hacer avanzar a la
humanidad con ideales justicieros y liberadores. Y, además,
ponen de relieve que muchos de ellos fueron brutalmente
asesinados en calidad de prisioneros.
Opciones
Los
huesos del Che, al igual que los de los otros guerrilleros
cubanos, bolivianos y peruanos, fueron identificados, entre
otros factores, gracias al contexto histórico confirmado por
el mencionado hallazgo del enterramiento colectivo.
Corroborado, además, por las afirmaciones del coronel Mario
Vargas Salinas, del general Luis Reque Terán y de otros que
siempre sostuvieron la versión de la fosa común. Sólo los ex
agentes de la CIA y la viuda del coronel Selich hablaban de
un entierro del Che en solitario. No es pues evidente –como
lo dicen Rico y De la Grange– que sobre esto había consenso
entre los militares.
Pero, además, la identificación se corroboró por la ausencia
de los huesos de las manos en el cadáver del Che, pues ellas
habían sido cercenadas y llegaron a Cuba hace muchos años en
circunstancias que no es el caso relatar aquí.
El trabajo realizado fue presentado con lujo de detalles en
eventos internacionales de medicina forense, como un modelo
de identificación, sin objeción alguna de centenares de
especialistas.
La prueba de ADN, hasta donde sabemos, no se realizó porque
salía sobrando. Se la efectúa sólo cuando hay dudas y en
este caso no existía ninguna. Hacerla o no hacerla ahora es
potestad de los familiares y autoridades cubanas.
Maite Rico y Bertrand de la Grange antes que insistir en el
ADN deberían formar un equipo transnacional integrado por
Rodríguez y Villoldo de la CIA para ir al lugar de los
hechos y excavar. Vargas Llosa y Samuel Mendoza podrían ser
los cronistas de esta aventura. El gobierno boliviano y la
alcaldía de Vallegrande deberían darles todas las
facilidades y garantías del caso. Vamos a ver si hallan los
supuestos restos del Che que Villoldo dice saber con
exactitud donde están todavía. En todo caso tendríamos circo
para rato.
Carlos Soria Galvarro es periodista. Es autor de la
recopilación documental "El Che en Bolivia" en cinco
volúmenes.
Minrex
01-04-2007 |