Mañana cumpliré 90 años. Nací en un territorio llamado Birán, en la
región oriental de Cuba. Con ese nombre se le conoce, aunque nunca
haya aparecido en un mapa. Dado su buen comportamiento era conocido
por amigos cercanos y, desde luego, por una plaza de representantes
políticos e inspectores que se veían en torno a cualquier actividad
comercial o productiva propias de los países neocolonizados del
mundo.
En una ocasión acompañé a mi padre a Pinares de Mayarí. Yo tenía
entonces ocho o nueve años. ¡Cómo le gustaba conversar cuando salía
de la casa de Birán! Allí era el dueño de las tierras donde se
plantaba caña, pastos y otros cultivos de la agricultura. Pero en
los Pinares de Mayarí no era dueño, sino arrendatario, como muchos
españoles, que fueron dueños de un continente en virtud de los
derechos concedidos por una Bula Papal, de cuya existencia no
conocía ninguno de los pueblos y seres humanos de este continente.
Los conocimientos trasmitidos eran ya en gran parte tesoros de la
humanidad.
La altura se eleva hasta los 500 metros aproximadamente, de lomas
inclinadas, pedregosas, donde la vegetación es escasa y a veces
hostil. Árboles y rocas obstruyen el tránsito; repentinamente, a una
altura determinada, se inicia una meseta extensa que calculo se
extiende aproximadamente sobre 200 kilómetros cuadrados, con ricos
yacimientos de níquel, cromo, manganeso y otros minerales de gran
valor económico. De aquella meseta se extraían diariamente decenas
de camiones de pinos de gran tamaño y calidad.
Obsérvese que no he mencionado el oro, el platino, el paladio, los
diamantes, el cobre, el estaño, y otros que paralelamente se han
convertido en símbolos de los valores económicos que la sociedad
humana, en su etapa actual de desarrollo, requiere.
Pocos años antes del triunfo de la Revolución mi padre murió. Antes,
sufrió bastante.
De sus tres hijos varones, el segundo y el tercero estaban ausentes
y distantes. En las actividades revolucionarias uno y otro cumplían
su deber. Yo había dicho que sabía quien podía sustituirme si el
adversario tenía éxito en sus planes de eliminación. Yo casi me reía
con los planes maquiavélicos de los presidentes de Estados Unidos.
El 27 de enero de 1953, tras el golpe alevoso de Batista en 1952, se
escribió una página de la historia de nuestra Revolución: los
estudiantes universitarios y organizaciones juveniles, junto al
pueblo, realizaron la primera Marcha de las Antorchas para
conmemorar el centenario del natalicio de José Martí.
Ya había llegado a la convicción de que ninguna organización estaba
preparada para la lucha que estábamos organizando. Había
desconcierto total desde los partidos políticos que movilizaban
masas de ciudadanos, desde la izquierda a la derecha y el centro,
asqueados por la politiquería que reinaba en el país.
A los 6 años una maestra llena de ambiciones, que daba clases en la
escuelita pública de Birán, convenció a la familia de que yo debía
viajar a Santiago de Cuba para acompañar a mi hermana mayor que
ingresaría en una escuela de monjas con buen prestigio. Incluirme a
mí fue una habilidad de la propia maestra de la escuelita de Birán.
Ella, espléndidamente tratada en la casa de Birán, donde se
alimentaba en la misma mesa que la familia, la había convencido de
la necesidad de mi presencia. En definitiva tenía mejor salud que mi
hermano Ramón —quien falleció en meses recientes—, y durante mucho
tiempo fue compañero de escuela. No quiero ser extenso, solo que
fueron muy duros los años de aquella etapa de hambre para la mayoría
de la población.
Me enviaron, después de tres años, al Colegio La Salle de Santiago
de Cuba, donde me matricularon en primer grado. Pasaron casi tres
años sin que me llevaran jamás a un cine.
Así comenzó mi vida. A lo mejor escribo, si tengo tiempo, sobre eso.
Excúsenme que no lo haya hecho hasta ahora, solo que tengo ideas de
lo que se puede y debe enseñar a un niño. Considero que la falta de
educación es el mayor daño que se le puede hacer.
La especie humana se enfrenta hoy al mayor riesgo de su historia.
Los especialistas en estos temas son los que más pueden hacer por
los habitantes de este planeta, cuyo número se elevó, de mil
millones a fines de 1800, a siete mil millones a principio de 2016.
¿Cuántos tendrá nuestro planeta dentro de unos años más?
Los científicos más brillantes, que ya suman varios miles, son los
que pueden responder esta pregunta y otras muchas de gran
trascendencia.
Deseo expresar mi más profunda gratitud por las muestras de respeto,
los saludos y los obsequios que he recibido en estos días, que me
dan fuerzas para reciprocar a través de ideas que trasmitiré a los
militantes de nuestro Partido y a los organismos pertinentes.
Los medios técnicos modernos han permitido
escrutar el universo. Grandes potencias como China y Rusia no pueden
ser sometidas a las amenazas de imponerles el empleo de las armas
nucleares. Son pueblos de gran valor e inteligencia. Considero que
le faltó altura al discurso del Presidente de Estados Unidos cuando
visitó Japón, y le faltaron palabras para excusarse por la matanza
de cientos de miles de personas en Hiroshima, a pesar de que conocía
los efectos de la bomba. Fue igualmente criminal el ataque a
Nagasaki, ciudad que los dueños de la vida escogieron al azar. Es
por eso que hay que martillar sobre la necesidad de preservar la
paz, y que ninguna potencia se tome el derecho de matar a millones
de seres humanos.
Fidel Castro Ruz
Agosto 12 de 2016
10 y 34 p.m. |