Queridos compañeros:
Desde el año 2006, por cuestiones de salud incompatibles con el
tiempo y el esfuerzo necesario para cumplir un deber —que me impuse
a mí mismo cuando ingresé en esta Universidad el 4 de septiembre de
1945, hace 70 años—, renuncié a mis cargos.
No
era hijo de obrero, ni carente de recursos materiales y sociales
para una existencia relativamente cómoda; puedo decir que escapé
milagrosamente de la riqueza. Muchos años después, el norteamericano
más rico y sin duda muy capaz, con casi 100 mil millones de dólares,
declaró ―según publicó una agencia de noticias el pasado jueves 22
de enero—, que el sistema de producción y distribución privilegiada
de las riquezas convertiría de generación en generación a los pobres
en ricos.
Desde los tiempos de la antigua Grecia, durante casi 3 mil años, los
griegos, sin ir más lejos, fueron brillantes en casi todas las
actividades: física, matemática, filosofía, arquitectura, arte,
ciencia, política, astronomía y otras ramas del conocimiento humano.
Grecia, sin embargo, era un territorio de esclavos que realizaban
los más duros trabajos en campos y ciudades, mientras una oligarquía
se dedicaba a escribir y filosofar. La primera utopía fue escrita
precisamente por ellos.
Observen bien las realidades de este conocido, globalizado y muy mal
repartido planeta Tierra, donde se conoce cada recurso vital
depositado en virtud de factores históricos: algunos con mucho menos
de los que necesitan; otros, con tantos que no hallan qué hacer con
ellos. En medio ahora de grandes amenazas y peligros de guerras
reina el caos en la distribución de los recursos financieros y en el
reparto de la producción social. La población del mundo ha crecido,
entre los años 1800 y 2015, de mil millones a siete mil millones de
habitantes. ¿Podrán resolverse de esta forma el incremento de la
población en los próximos 100 años y las necesidades de alimento,
salud, agua y vivienda que tendrá la población mundial cualquiera
que fuesen los avances de la ciencia?
Bien, pero dejando a un lado estos enigmáticos problemas, admira
pensar que la Universidad de La Habana, en los días en que yo
ingresé a esta querida y prestigiosa institución, hace casi tres
cuartos de siglo, era la única que había en Cuba.
Por
cierto, compañeros estudiantes y profesores, debemos recordar que no
se trata de una, sino que contamos hoy con más de cincuenta centros
de Educación Superior repartidos en todo el país.
Cuando me invitaron ustedes a participar en el lanzamiento de la
jornada por el 70 aniversario de mi ingreso a la Universidad, lo que
supe sorpresivamente, y en días muy atareados por diversos temas en
los que tal vez pueda ser todavía relativamente útil, decidí
descansar dedicándole algunas horas al recuerdo de aquellos años.
Me
abruma descubrir que han pasado 70 años. En realidad, compañeros y
compañeras, si matriculara de nuevo a esa edad como algunos me
preguntan, le respondería sin vacilar que sería en una carrera
científica. Al graduarme, diría como Guayasamín: déjenme una
lucecita encendida.
En
aquellos años, influido ya por Marx, logré comprender más y mejor el
extraño y complejo mundo en que a todos nos ha correspondido vivir.
Pude prescindir de las ilusiones burguesas, cuyos tentáculos
lograron enredar a muchos estudiantes cuando menos experiencia y más
ardor poseían. El tema sería largo e interminable.
Otro
genio de la acción revolucionaria, fundador del Partido Comunista,
fue Lenin. Por eso no vacilé un segundo cuando en el juicio del
Moncada, donde me permitieron asistir, aunque una sola vez, declaré
ante jueces y decenas de altos oficiales batistianos que éramos
lectores de Lenin.
De
Mao Zedong no hablamos porque todavía no había concluido la
Revolución Socialista en China, inspirada en idénticos propósitos.
Advierto, sin embargo, que las ideas revolucionarias han de estar
siempre en guardia a medida que la humanidad multiplique sus
conocimientos.
La
naturaleza nos enseña que pueden haber transcurrido decenas de miles
de millones de años luz y la vida en cualquiera de sus
manifestaciones está siempre sujeta a las más increíbles
combinaciones de materia y radiaciones.
El
saludo personal de los Presidentes de Cuba y Estados Unidos se
produjo en el funeral de Nelson Mandela, insigne y ejemplar
combatiente contra el Apartheid, quien tenía amistad con Obama.
Baste señalar que ya en esa fecha, habían transcurrido varios años
desde que las tropas cubanas derrotaran de forma aplastante al
ejército racista de Sudáfrica, dirigido por una burguesía rica y con
enormes recursos económicos. Es la historia de una contienda que
está por escribirse. Sudáfrica, el gobierno con más recursos
financieros de ese continente, poseía armas nucleares suministradas
por el Estado racista de Israel, en virtud de un acuerdo entre este
y el presidente Ronald Reagan, quien lo autorizó a entregar los
dispositivos para el uso de tales armas con las cuales golpear a las
fuerzas cubanas y angolanas que defendían a la República Popular de
Angola contra la ocupación de ese país por los racistas. De ese modo
se excluía toda negociación de paz mientras Angola era atacada por
las fuerzas del Apartheid con el ejército más entrenado y equipado
del continente africano.
En
tal situación no había posibilidad alguna de una solución pacífica.
Los incesantes esfuerzos por liquidar a la República Popular de
Angola para desangrarla sistemáticamente con el poder de aquel bien
entrenado y equipado ejército, fue lo que determinó la decisión
cubana de asestar un golpe contundente contra los racistas en Cuito
Cuanavale, antigua base de la OTAN, que Sudáfrica trataba de ocupar
a toda costa.
Aquel prepotente país fue obligado a negociar un acuerdo de paz que
puso fin a la ocupación militar de Angola y el fin del Apartheid en
África.
El
continente africano quedó libre de armas nucleares. Cuba tuvo que
enfrentar, por segunda vez, el riesgo de un ataque nuclear.
Las
tropas internacionalistas cubanas se retiraron con honor de África.
Sobrevino entonces el Periodo Especial en tiempo de paz, que ha
durado ya más de 20 años sin levantar bandera blanca, algo que no
hicimos ni haremos jamás.
Muchos amigos de Cuba conocen la ejemplar conducta de nuestro
pueblo, y a ellos les explico mi posición esencial en breves
palabras.
No
confío en la política de Estados Unidos ni he intercambiado una
palabra con ellos, sin que esto signifique, ni mucho menos, un
rechazo a una solución pacífica de los conflictos o peligros de
guerra. Defender la paz es un deber de todos. Cualquier solución
pacífica y negociada a los problemas entre Estados Unidos y los
pueblos o cualquier pueblo de América Latina, que no implique la
fuerza o el empleo de la fuerza, deberá ser tratada de acuerdo a los
principios y normas internacionales. Defenderemos siempre la
cooperación y la amistad con todos los pueblos del mundo y entre
ellos los de nuestros adversarios políticos. Es lo que estamos
reclamando para todos.
El
Presidente de Cuba ha dado los pasos pertinentes de acuerdo a sus
prerrogativas y las facultades que le conceden la Asamblea Nacional
y el Partido Comunista de Cuba.
Los
graves peligros que amenazan hoy a la humanidad tendrían que ceder
paso a normas que fuesen compatibles con la dignidad humana. De
tales derechos no está excluido ningún país.
Con
este espíritu he luchado y continuaré luchando hasta el último
aliento.
Fidel Castro Ruz
Enero 26 de 2015
12 y
35 p.m. |