Ernesto Gómez Abascal
Rebelión
Para mí está claro que los conflictos surgidos desde el pasado año
en esta región responden a un contenido esencialmente político, con
factores que se entremezclan: los de origen interno y los que
intervienen desde el exterior. Sin embargo, no se puede pasar por
alto la incidencia sectaria o religiosa que influye en los mismos o
que es utilizada para estimularlos o incluso hacerlos estallar.
Existen amplios antecedentes históricos en muchos de estos países
que dan fe de la utilización de estas características con intereses
colonialistas.
En Siria por ejemplo, es evidente que una parte de la población, en
mi opinión minoritaria, estaba disgustada con el gobierno de Bashar
al Assad y tenía una posición crítica sobre su desempeño, por lo que
consideraba falta de democracia, manifestaciones de corrupción,
nepotismo, y leyes que, con el argumento de encontrarse desde hacía
muchos años en guerra con Israel y tener una parte de su territorio
ocupado por éste, propiciaban a veces excesivas medidas de control y
represión. Cierta apertura económica de corte neoliberal del actual
gobierno facilitó también que creciera la desigualdad y la pobreza,
en un país que sin tener grandes recursos, hasta hace pocos años
mantenía un sistema que ofrecía un aceptable nivel de justicia
social y en muchos aspectos podía servir de ejemplo para otros en la
zona. La tolerancia en la práctica religiosa, el acceso amplio a la
educación y la seguridad social, y los derechos de la mujer, son
algunos de los ejemplos que se pueden citar.
Siria, sin embargo, y aunque no tanto como sucede en Líbano, tiene
una compleja composición sectaria en su población, lo cual se
refleja en la estructura de poder. Una minoría alawita, variante más
bien liberal de la rama chiita del Islam, ocupa la presidencia y
algunos de los principales cargos del país. Pero siempre hubo
preocupación para evitar discriminación de la mayoritaria población
sunnita y de la importante minoría cristiana. Por muchos años
existió convivencia y relativa tranquilidad, salvo un brote violento
dirigido por la organización Hermanos Musulmanes (sunnita) en la
ciudad de Hama en 1982, que fue duramente reprimido.
Pero no se puede desconocer que Siria integra una especie de eje
político, por cierto de indiscutido contenido, en mayor o menor
medida, antimperialista y antisionista, que si se observa en un mapa,
partiendo del poderoso Irán en el este, va ganando terreno en Irak,
donde los chiitas también son mayoría y controlan el gobierno
central; transita sobre el adyacente territorio sirio; y llega hasta
las costas mediterráneas libanesas, donde Hizbulá, al frente de una
coalición patriótica integrada por una mayoría chiita, constituye la
principal fuerza político militar del país y ya ha demostrado ser
capaz de enfrentarse a los sionistas de Israel e incluso derrotarlos.
Ellos, apoyados desde Damasco y Teherán, han impedido que en Líbano
se constituya un gobierno aliado de Occidente. ¿Es posible negar o
desconocer esto?
Este corredor, por llamarlo de alguna forma, de poder chiita, es
considerado una amenaza por otros países de predominio sunnita que
mantienen objetivos hegemónicos regionales, como Arabia Saudita y
Turquía, que en coincidencia con EEUU e Israel, han creado una no
tan santa alianza entre el Consejo de Cooperación del Golfo y la
OTAN, los cuales ahora están actuando como “de un águila, las dos
alas”. Son ellos los que apoyan abiertamente la subversión en Siria
donde propician la llegada al poder de un gobierno sunnita,
posiblemente dirigido por los Hermanos Musulmanes, que ya están en
el gobierno en Túnez y Egipto, y constituyen en Jordania la fuerza
política más importante y mejor organizada. Ello no significa sin
embargo, que en todos estos países la composición sectaria sea
exactamente igual, así como tampoco que todos los sunnitas mantengan
la misma posición política. Existen también factores políticos en
desarrollo, que en determinadas condiciones, podrían superar la
influencia sectaria, aunque lamentablemente lo que podría
considerarse como fuerzas de izquierda, son aún minoritarias.
En Bahrein, en el Golfo Pérsico y base de la 5ta. Flota
estadounidense, país con mayoritaria población chiita, también desde
hace tiempo se manifiestan contra la monarquía sunnita. Como parte
del trasfondo sectario de esta guerra, en su represión participan
tropas del Consejo de Cooperación del Golfo y acusan a Irán de
alentar la rebelión. Pero esta situación casi no recibe cobertura
por la “gran prensa libre occidental”, como tampoco lo hacen con los
sucesos en Arabia Saudita, donde una importante minoría chiita, que
habita en la principal zona petrolera, al este del país, es
frecuentemente reprimida.
Por ello, la guerra contra Siria, independiente de los factores
internos que existan, aunque exagerados indiscutiblemente por la
enorme potencia de los medios en manos del imperio y del sionismo,
es parte de un conflicto mayor, que ya se extiende y toma cuerpo en
Irak con los atentados casi diarios contra la población chiita.
Grupos terroristas sunnitas, y mercenarios wahabíes, algunos
pertenecientes a organizaciones como Al Qaeda, posiblemente
financiados y entrenados desde Catar, Arabia Saudita y Turquía,
tratan de poner en crisis y derribar el gobierno de mayoría chiita
de Bagdad, aliado ahora de Irán y opuesto a la agresión contra Siria.
Estos mismos intereses trabajan muy activamente para hacer estallar
las contradicciones interlibanesas y liquidar el poder de Hizbulá.
El objetivo final es debilitar a Irán y crear condiciones para
atacarlo e imponer allí un nuevo Sha.
Los viejos poderes imperiales tienen larga experiencia en explotar
las contradicciones y aplicar el famoso adagio de “divide y vencerás”.
Si no pueden ocupar y dominar totalmente estos países, una segunda
opción es sumergirlos en sangrientas guerras internas para evitar
que constituyan una amenaza para sus intereses, vinculados al
control sobre las más grandes reservas de petróleo y gas del mundo y
a la intención estadounidense de mantenerse en el siglo XXI
─proclamado
“el
nuevo siglo americano”─,
como la indiscutible potencia hegemónica en un mundo unipolar.
Aunque la llamada Guerra Fría se supone que concluyó también con el
siglo XX, parece que Rusia y China se han dado cuenta que en
Washington no todos piensan así y el plan hegemónico incluye
reducirlos a potencias de tercera clase. De ahí sus vetos en el
Consejo de Seguridad de la ONU, para tratar de detenerlos en Siria.
Ernesto Gómez Abascal es escritor y periodista. Ex embajador cubano
en varios países del Cercano Oriente.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor
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