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 Irak, diez años antes y después.

 

 

Ernesto Gómez Abascal • La Habana, Cuba

 

 

Poco antes de la invasión yanqui, en marzo del 2003, me decidí a viajar desde Bagdad a Basora utilizando la carretera que baja por el este, vía Kut y Amara, siguiendo muy de cerca el curso del gran río Tigris y acercándose, a veces, a la frontera iraní. Eran unos 600 kilómetros de carretera poco transitada, porque no muchos se aventuraban a realizar incursiones por esa zona declarada de “exclusión aérea” por la aviación estadounidense y británica que, casi a diario, bombardeaban objetivos no siempre de interés militar. Por entonces, casi todos los diplomáticos extranjeros habían partido de Irak.

El propósito del recorrido era apreciar la preparación del terreno de operaciones militares, para hacerle frente a la anunciada, próxima e inevitable invasión de las tropas estadounidenses acantonadas en la vecina y cercana Kuwait, que ya alcanzaban una cifra superior a los 100 mil efectivos. Estaba provisto del correspondiente permiso del Ministerio de Relaciones Exteriores iraquí y había solicitado, además, entrevistas con el Gobernador y el Secretario General del Partido Baas de Basora. 

Como sucede en casi todo el territorio de ese país árabe, en la zona por donde realicé el recorrido, se encuentran numerosos lugares históricos y mitológicos, los cuales constituyen importantes referencias de la cultura universal y del propio origen del hombre. Unos 70 kilómetros antes de llegar a Basora, en la confluencia de los ríos Tigris y Éufrates, se señala que estuvo el paraíso terrenal, donde se cometió el pecado original por Adán y Eva. También, en un lugar cercano, se ubica la tumba del profeta Ezra, venerado por los judíos por ser considerado el reformador de la Thora, cuyo texto habría penetrado en su corazón en forma de llama descendida del cielo.    

El camino hacia Basora también transcurre por la zona de los pantanos creados por las crecidas de los dos importantes ríos, que al unirse forman el estuario de Chat el Arab, donde se encuentra la gran ciudad portuaria considerada en su tiempo la Venecia del Oriente. En los pantanos, tradicionalmente refugio de perseguidos y delincuentes, tenían sus bases grupos de guerrillas que operaban contra el gobierno del Partido Baas.

La antigua  Venecia del Oriente mantenía, a pesar de las afectaciones de las guerras y del férreo bloqueo impuesto por la ONU, un especial encanto.  Había sido bombardeada durante el conflicto con Irán y después por los EE.UU., cuando sus tropas encabezaron una coalición para expulsar las tropas invasoras irakíes de Kuwait.  El canal que la conectaba con el Golfo y permitía el acceso de grandes barcos mercantes, había quedado obstruido, lo que produjo el evidente deterioro económico de la ciudad.  No obstante, sus canales internos y su entorno, poblado de grandes plantaciones de palmas datileras, le conferían una personalidad ilustre, diferente, que hacía recordar las aventuras de Simbad el Marino, originadas en ella.

El hotel donde me alojé, ofrecía una magnífica vista de Chat el Arab, y aunque mostraba cierto abandono por la situación que sufría el país, su estilo arquitectónico y sus balconaduras de madera, mostraban el más refinado arte de construcción árabe. En otras condiciones, podría otorgársele la categoría de cinco estrellas. Había acabado de entrar en la habitación, cuando se sintieron dos fuertes explosiones y pude divisar a lo lejos, sobre un extenso bosque de palmeras, cómo se levantaba un gran hongo de humo oscuro, señal del diario hostigamiento de la aviación estadounidense y británica. Días antes, también fue bombardeado el aeropuerto civil, que se utilizaba para un único y peligroso vuelo a Bagdad, con el saldo de varios muertos y heridos.

Cumplido el objetivo que me llevó  a hacer esta visita a Basora, regresé a Bagdad por la autopista ocho, que conectaba en su porción sur, con la frontera de Kuwait, donde ya se preparaba el contingente invasor estadounidense, pero que subía hacia Bagdad en un recorrido más al oeste, atravesando parte de la llamada Mesopotamia (tierra entre dos ríos). La ruta pasaba cerca de la Ur de los Caldeos, de donde habría partido Abraham, el primer patriarca que se considera fundador de las tres grandes religiones monoteístas: judía, cristiana y musulmana ¡Cuánta historia reunida en esta desdichada tierra!

El sur de Irak estaba habitado por árabes musulmanes, mayoritariamente de la secta chiita, quienes serían los que, después de la invasión y la sangrienta guerra impuesta por los EE.UU., predominarían en el gobierno que hasta hoy se mantiene, que en contradicción con los intereses de Washington y a pesar de la permanencia de un remanente de sus fuerzas en el país, se mueve hacia un acercamiento o, incluso, una alianza con Irán.

El día 20 de marzo, a las 5:35 AM, hora de Bagdad, me despertaron las explosiones producidas por los primeros cohetes cruceros lanzados sobre la ciudad, correspondiéndome el triste privilegio de ser testigo de una descomunal e ilegal guerra, que ha provocado cientos de miles de irakíes muertos y heridos,  la destrucción de un país y la desestabilización de toda la región. Desde nuestra embajada, y en los recorridos que hacía por la ciudad, tuve la oportunidad de presenciar las desgracias de esa invasión, visité hospitales donde todo tipo de personas, incluidos muchos niños, mostraban la crueldad de la agresión imperial, que el Sr. Bush, con el apoyo de Tony Blair y José María Aznar, habían desatado fríamente, sobre la base de falsos argumentos, despreciando a la Organización de Naciones Unidas.

Yo había llegado a la convicción de que la dirección baasista, estuvo pensando hasta último momento, que la guerra podría evitarse mediante la negociación. Ellos estaban dispuestos a hacer concesiones de todo tipo, incluso privilegiando a las empresas estadounidenses en la explotación del petróleo. Este razonamiento no tuvo en cuenta, sin embargo, la decisión imperialista-sionista, de que podían ocuparlo todo, adueñarse de sus riquezas para crear una “democracia liberal constitucional”, con un gobierno aliado.  Ello incidió en que no se prepararan adecuadamente para enfrentar la invasión y que las tropas yanquis avanzaran fácilmente y ocuparan Bagdad y el resto del país.

El día 9 de abril, presencié posiblemente el último combate en Bagdad, cuando una columna de tanques y vehículos blindados estadounidense liquidó un emplazamiento artillero irakí, ubicado a unos 600 metros de la embajada cubana en el campus de la Universidad.  Por primera vez, pude ver, un avión sin piloto, de los llamados drones, al parecer con misión de observación y dirección del fuego, volando en círculos durante más de dos horas sobre la zona, a una altura aproximada de 500 metros sobre nosotros, donde siempre se mantuvo ondeando la bandera de la estrella solitaria.

Diez años después de iniciada la agresión a Irak —guerra que a la larga perdieron al costo, según estimados, de 9 mil muertos y cerca de 30 mil heridos y mutilados entre sus tropas y que significó el peor desastre de la política exterior de EE.UU., después de la guerra de Vietnam—, se está estimulando un conflicto armado entre los irakíes chiitas y sunnitas, con la manipulación de grupos extremistas y terroristas, como extensión a lo que ya viene ocurriendo en los últimos dos años en Siria, y con la proyección de que este tipo de enfrentamientos se extienda por buena parte de la región del Cercano o Medio Oriente.

Lamentablemente, las religiones surgidas según el relato bíblico, a partir del mandato dado por Yavé (Jehová o Dios), a Abraham, están siendo utilizadas inescrupulosamente para dividir y enfrentar a los pueblos de la región en guerras que cada vez toman un carácter más sectario, para lo cual están dando su apoyo a grupos fanáticos salafistas y jihadistas, a los cuales entrenan y arman en coordinación con las petromonarquías del Golfo y sus aliados de la OTAN.

Los intereses de las grandes potencias colonialistas e imperialistas, persiguen el objetivo de que estos pueblos se destruyan y desangren internamente, si se ven imposibilitados de dominarlos y poseer sus recursos. La nueva teoría de la “destrucción positiva” persigue que, después de crear la división y el caos, sin exponer fuerzas militares propias, les sea más fácil controlarlos y establecer, incluso, nuevas fronteras como ya hicieron al final de la Primera Guerra Mundial. 

Sus ambiciones de dominación mundial, no tienen para nada en cuenta los  principios pacíficos que —se supone— sirven de base a sus propias religiones.

 
 
 
 

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